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MENTIRAS Y VERDADES EN LA

ARQUEOLOGÍA MEXICANA

Eduardo Matos presenta sus recientes títulos en torno al México antiguo


y conversa sobre sus publicaciones Voces de barro y Voces de
piedra/En el 3er. Encuentro de Literaturas en Lenguas Originarias de
América, se le rindió un homenaje/FOTO: Melitón Tapia/INAH

CIUDAD DE MÉXICO, 5 de diciembre del 2018.- Interesado


por aclarar al lector muchos dilemas en torno al México
antiguo, a partir del dato que ofrecen las fuentes históricas
y la investigación arqueológica, y a su vez, mostrar el arte
prehispánico de Mesoamérica, Eduardo Matos Moctezuma,
investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH), presentó sus tres títulos más recientes:
Mentiras y verdades en la arqueología mexicana, Voces de
barro y Voces de piedra.

1
El libro Mentiras y verdades en la arqueología mexicana
reúne 42 textos que desde 2012 a la fecha, ha publicado el
reconocido arqueólogo en la columna del mismo nombre,
que tiene en la revista Arqueología Mexicana.

El autor explicó que su sección fue pensada para exponer


su punto de vista sobre temas polémicos de la historia
nacional, de los cuales se daba por hecho lo que se decía
de ellos.

“Arqueología Mexicana es una publicación única en su


género, ya que está escrita por especialistas, las
ilustraciones que acompañan cada trabajo son de primera
calidad y es de divulgación científica, por tanto, quienes
escribimos ahí debemos imprimir a los textos cierta tónica
para que sean entendidos por todo público”, dijo.

El investigador emérito del INAH anunció que con esta


antología conformada por las colaboraciones que durante
siete años hizo en la revista, ha llegado a su fin la sección
“Mentiras y verdades”, para dar paso a una nueva columna
titulada “Anecdotario arqueológico”.

Al participar de la presentación editorial, Adriana Konzevik,


coordinadora nacional de Difusión del INAH, expresó que el
estilo divulgador y la pasión narrativa de Eduardo Matos
están íntimamente concatenadas a su pasión arqueológica,
“se dirige al público no especializado para explicarle los más
profundos conceptos y abstractas conjeturas con magistral
sencillez”.

Por su parte, María Nieves Noriega, directora de Editorial


Raíces, precisó que una de las ideas fundamentales con
motivo de los 25 años de la revista, era crear antologías
como la que hoy se presenta. “Arqueología Mexicana

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muestra la pluma de aquellos investigadores que están
trabajando directamente en campo y eso le da un sello de
calidad a nuestros textos”, acotó.

Entre los artículos que integran el libro coeditado por la


Secretaría de Cultura-INAH y Editorial Raíces, destaca
Quetzalcóatl ¿blanco y de ojos azules?, en el que Matos
Moctezuma alude a las conjeturas hechas por los frailes del
siglo XVI respecto a la figura de Quetzalcóatl y la necesidad
de justificar, conforme a la Biblia, la presencia de indígenas
en estas tierras desconocidas para ellos.

Un texto más es ¿Fue traidora la Malinche?, donde explica


que la Malinche o doña Marina ayudó a los españoles para
la Conquista, de la misma forma que lo hicieron otros
pueblos que padecían el yugo de Tenochtitlan.

Destacan otros ensayos como ¿Se acabará el mundo en el


año 2012, según los presagios mayas?, ¿Sacrificaban al
que ganaba en el juego de pelota?, ¿La leyenda de la
Llorona es de origen prehispánico?, ¿Quién mató a
Moctezuma II, los mexicas o los españoles?, ¿Es Tláloc la
escultura que está en el Museo Nacional de Antropología,
en Chapultepec?, etcétera.

Las otras dos publicaciones de Eduardo Matos presentadas


en la FIL de Guadalajara fueron los fascículos: Voces de
barro, fruto de la exposición del mismo nombre presentada
en el Museo Nacional de Antropología (MNA) en 2017, a
propósito de la cátedra binacional instaurada en su honor
por la Universidad de Harvard y el David Rockefeller Center
for Latin American Studies.

Bajo su curaduría, dicha muestra reunió nueve figuras


excepcionales del mundo prehispánico que organizó de la

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siguiente manera: en el centro, el dios viejo del fuego
(cultura totonaca, periodo Clásico 150-650 d.C.), en el lado
izquierdo, las esculturas relacionadas con la vida, como
Tláloc (centro de Veracruz, Posclásico 1000-1521 d.C.); y
en el derecho, aquellas vinculadas con la muerte, como
Mictlantecuhtli (cultura mexica, 1481-1486 d.C.).

El segundo fascículo es Voces de piedra, donde el


arqueólogo muestra el arte prehispánico de Mesoamérica
manifestado en nueve piezas pertenecientes a las culturas
olmeca, teotihuacana, xochicalca, maya y mexica.

El también miembro de El Colegio Nacional manifestó que


la idea de Voces de Piedra surgió a partir de la exposición
Isis y la Serpiente Emplumada, presentada en Monterrey,
Nuevo León, en 2007; la parte dedicada a Mesoamérica fue
curada por él, y la sección de Egipto por Zahi Hawass.

En aquella exposición, Eduardo Matos se percató de la


capacidad que habían tenido las sociedades egipcias para
elaborar su arte escultórico a partir del uso de su medio
ambiente arenoso y desértico. En paralelo, identificó que las
culturas mesoamericanas también se adaptaron a sus
ecosistemas para edificar sus ciudades y elaborar piezas en
piedra de carácter artístico.

Las esculturas ejemplificadas en el fascículo son “El


luchador” y “Palma” (cultura olmeca); “Lapida Tláloc”
(teotihuacana); “Representación de la cabeza de un ave”
(xochicalca); “Dintel 26” y “Chac-Mool” (maya); y “Caracol”,
“Diosa Coatlicue” y “Piedra del Sol” (mexica). A su vez, la
publicación muestra el trabajo en piedra hecho por las
sociedades mesoamericanas desde el periodo Preclásico
Medio (1300-600 a.C.) hasta el Posclásico Tardío (1250-
1521 d.C.).
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Mentiras y verdades en la arqueología mexicana (2018),
forma parte de la Colección Arqueología, del INAH, y
Antología de textos, de la revista Arqueología Mexicana;
Voces de barro (2017) y Voces de piedra (2018) son de la
serie Museos y Galerías del INAH.

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En la huida de Cortés de Tenochtitlan a Tacuba “…muchos españoles e indios que a la salida murieron”. Fray
Diego Durán, Historia de las Indias de la Nueva España e islas de Tierra Firme. Digitalización: Raíces

¿VENCIÓ CORTÉS CON 800


ESPAÑOLES A MILES DE INDÍGENAS?
Eduardo Matos Moctezuma
Esta idea muy difundida y que escuchamos en no pocas ocasiones no
está ajustada a la realidad. Basta acudir a documentos de soldados que
fueron testigos de los hechos de la conquista, como los relatos de
Bernal Díaz del Castillo, y a las Cartas de Relación de Hernán Cortés
para percatarse que tal idea está muy lejos de ser verdad. A esto se
unen diversas fuentes indígenas en las que podemos leer mayor
información sobre el tema, tal como lo veremos a continuación.
Cuando Cortés sitia las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco
pone en práctica un plan para tratar de vencer la resistencia indígena.
Nos dice el capitán español en su tercera Carta de Relación, enviada al
rey de España, que una de las estrategias que empleó fue la de cortar
el agua potable que llegaba a Tenochtitlan por medio del acueducto
que la traía desde Chapultepec: “que era quitarles el agua dulce que
entraba a la ciudad, que fue muy grande ardid” (Cortés, s.f., pp. 325-
326).

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Para el ataque divide sus fuerzas en tres grandes grupos y prepara los
bergantines para asolar estas ciudades. Como se recordará,
Tenochtitlan se encontraba en medio del lago de Texcoco y se unía a
tierra firme a través de grandes calzadas como las de Tacuba, por el
poniente, la de Tepeyac, por el norte, y la de Iztapalapa hacia el sur,
además de miles de canoas que transportaban personas y productos
entre las dos ciudades lacustres y la tierra firme. Pues bien, Cortés
pone a Pedro de Alvarado en la ciudad de Tacuba con “treinta de
caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y cincuenta
peones de espada y rodela, y más de veinte y cinco mil hombres de
guerra de los de Tascaltécal”. A Cristóbal de Olid lo ubica en Coyoacan
con “treinta y tres caballos, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y
ciento y sesenta peones de espada y rodela, y más de veinte mil
hombres de guerra de nuestros amigos…”. Gonzalo de Sandoval ocupa
Iztapalapa con “veinticuatro de caballo, y cuatro escopeteros y trece
ballesteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela; los
cincuenta de ellos, mancebos escogidos, que yo traía en mi
compañía, y toda la gente de Guajucingo [Huejotzingo] y Chururtecal
[Cholula] y Calco [Chalco], que había más de treinta mil hombres”
(Cortés, s.f., pp. 323-324).
Por su parte, Bernal Díaz señala cifras más o menos similares, aunque
dice que el número de indígenas que acompañaban a cada cuerpo de
ejército era de ocho mil hombres (Díaz del Castillo, 1943, pp. 106-
107). Por su parte, Cortés asume el mando de los 13 bergantines
contando para ello con 300 hombres, “todos los más gente de la mar y
bien diestra; de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco
españoles, y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y
escopeteros” (Cortéz, s.f., p. 324).
Como podemos ver, fueron alrededor de 800 españoles más cerca de
75 mil indígenas enemigos de Tenochtitlan los que llevaron a cabo la
conquista. Crónicas indígenas como el Relato de la Conquista, escrito
en 1528 por un indígena anónimo de Tlatelolco, relatan lo que fueron
los últimos enfrentamientos entre los dos bandos. Así, leemos pasajes
como éste que marca el final de la contienda:

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Y esto fue todo. Habitantes de la ciudad murieron dos mil hombres
exclusivamente de Tlatelolco. Fue cuando hicimos los de Tlatelolco
armazones de hileras de cráneos [tzompantli]. En tres sitios estaban
colocados estos armazones. En el que está en el Patio Sagrado de
Tlilan es donde están ensartados los cráneos de nuestros amos
[españoles].
En el segundo lugar, que es Acacolco, también están ensartados
cráneos de nuestros amos y dos cráneos de caballo.
En el tercer lugar, que es Zacatla, frente al templo de la Mujer
[Cihuacóatl], hay exclusivamente cráneos de tlatelolcas.
Y así las cosas, vinieron a hacernos evacuar. Vinieron a estacionarse
en el mercado.
Fue cuando quedó vencido el tlatelolca, el gran tigre, el gran águila, el
gran guerrero. Con esto dio su final conclusión la batalla.
Fue cuando también lucharon y batallaron las mujeres de Tlatelolco
lanzando sus dardos. Dieron golpes a los invasores; llevaban puestas
insignias de guerra; las tenían puestas. Sus faldellines llevaban
arremangados, los alzaron para arriba de sus piernas para poder
perseguir a los enemigos. […] Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos; con esta lamentosa y triste
suerte nos vimos angustiados (Relato de la Conquista, 2003).

Matos Moctezuma, Eduardo, “¿Venció Cortés con 800 españoles a


miles de indígenas?”, Arqueología Mexicana núm. 116, pp. 88-89.

• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas,


especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo

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Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del
INAH.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un
ejemplar: http://raices.com.mx/tienda/revistas-el-zocalo-AM116

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En esta cancha, los aros por donde pasaba la pelota están adornados con chalchihuites; también hay cinco
cráneos y uno de los dos jugadores sostiene la bola. Códice Magliabechiano, f. 68r. Digitalización: Raíces

¿SACRIFICABAN AL QUE GANABA EN


EL JUEGO DE PELOTA?
La pregunta viene a colación porque frecuentemente escucho a
personas que con gran aplomo afirman que, en efecto, a los jugadores
que ganaban se les sacrificaba a los dioses. Sin embargo, no hay datos
que permitan aseverar esto; por el contrario, existen ciertas
evidencias que permiten negarlo. Para comenzar, es necesario aclarar
que el juego de pelota, además de ser una práctica de distracción en
ocasiones ejercitada por jugadores profesionales en que podía
apostarse y se privilegiaba al ganador, sin que necesariamente llevara
a la muerte del perdedor, tenía un contenido simbólico de enorme
importancia relacionado con la guerra ritual o la lucha entre la noche
y el día, la luz y la oscuridad, en que los componentes del bando
enemigo que perdía eran sacrificados. Este segundo contenido es el
que nos interesa en particular.
Pero veamos las características que tenían las canchas para el juego:
las hay de grandes dimensiones como las de Chichén Itzá y Tula, con
más de cien metros de extensión, o muy pequeñas, de unos cuantos
metros. Se han detectado por lo menos dos con canchas dobles en las
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que se podía jugar simultáneamente (Matos, 2000). Las hay con
cabezales y sin ellos; abiertas en sus extremos o cerradas; con talud
inclinado o paramentos verticales; con anillos de piedra o con
marcadores especiales. En fin, que sus formas y dimensiones
presentan gran variedad y están orientadas la mayoría de las veces
norte-sur u oriente-poniente. Inclusive hay espacios destinados al
juego en lugares abiertos, como se ve en el mural de Tepantitla en
Teotihuacan con sus marcadores a los extremos. Su importancia era
tal que hasta el momento se han podido detectar alrededor de 1,500
canchas a lo largo y ancho de Mesoamérica (Taladoire, 2000; 2012).
Se jugaba con protectores de cuero para manos, caderas y cintura, y
en ocasiones con máscaras, como se ve en Dainzú o en el mural de la
tumba de Huijazoo, ambos en Oaxaca. A las pelotas de hule –de las que
se han encontrado varias en distintos sitios– se les pegaba con las
caderas, los muslos y las manos. En Teotihuacan se ve el uso de
bastones presumiblemente de madera. A veces se protegía la cintura
con especies de yugos (imitación de los de piedra), como se aprecia en
muchas figurillas mayas o en relieves en El Tajín, donde por cierto se
han encontrado hasta 16 canchas para el juego.
Se ha prestado a controversia el número de jugadores que
participaban. El Popol-Vuh asienta: “...de dos en dos se disputaban los
cuatro cuando se reunían en el juego de pelota” (Popol-Vuh, 1971, p.
49). Por su parte, Torquemada dice que podían ser de uno a uno, dos
contra dos, “tres a tres y a las veces dos a tres” (Torquemada, 1977,
IV, p. 343). El dato arqueológico permite advertir que, por ejemplo, en
Chichén Itzá había siete jugadores en cada bando. En la pintura de la
tumba zapoteca de Huijazoo, Oaxaca, vemos en cada una de las dos
paredes una procesión de nueve jugadores con máscaras y
guanteletes, lo que hace un total de 18 jugadores (Franco, 1993).
Pero vayamos al tema de esta nota. Los argumentos a favor de que
eran los perdedores a quienes se sacrificaba según el carácter del
juego se encuentra en los siguientes puntos. En primer lugar, por
tratarse de un combate simbólico y tal como ocurría en las guerras
verdaderas entre dos grupos, a los prisioneros se les destinaba la
mayor de las veces al sacrificio. Por lo tanto, quienes perdían en el

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juego cuando éste revestía características de combate eran los
sacrificados a los dioses. También podía ocurrir que a determinados
prisioneros de guerra se les inmolara dentro de las canchas. Como
ejemplo de la inmolación al perder en la guerra (o en la cancha del
juego) tenemos el caso del combate entre Huitzilopochtli y
Coyolxauhqui –que según Durán se realizó en el juego de pelota de los
dioses (Teotlachco)–, del que salió triunfante el primero con la
consiguiente muerte por decapitación de la segunda y extracción del
corazón de sus seguidores:

Cuentan que á media noche, estando todos en sosiego, oyeron en el


lugar que llamaban Teotlachco [...] un gran ruido en aquel lugar,
venida la mañana, hallaron muertos á los principales movedores de
aquella rebelión, juntamente á la señora que dijimos se
llamaba Coyolxauh, y á todos abiertos por los pechos y sacados
solamente los corazones... (Durán, 1951, 25-26).

Otro dato más lo leemos en el Popol-Vuh, cuando los hermanos son


derrotados por los señores de Xibalbá, quienes querían apoderarse de
sus instrumentos para el juego: “sus cueros, sus anillos, sus guantes,
la corona y la máscara, que eran los adornos de Hun-Hunahpú y
Vucub-Hunahpú”, y una vez vencidos se les destina al sacrificio. Dice
así el relato:

Hoy será el fin de vuestros días. Ahora moriréis, Seréis destruidos, os


haremos pedazos y aquí quedará oculta vuestra memoria. Seréis
sacrificados, dijeron Hun-Camé y Vucub-Camé. (...) En seguida los
sacrificaron y los enterraron en el Puchal-Chah, así llamado. Antes de
enterrarlos le cortaron la cabeza a Hun-Hunapú...” (Popol- Vuh, 1971,
p. 57).

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El sacrificio se llevaba a cabo principalmente por medio de la
decapitación, creándose una relación hacia el Posclásico entre juego
de pelota-tzompantli-decapitación. Así se aprecia en los relieves de
Chichén con su tzompantli a un lado para colocar los cráneos, como
también ocurre en Tula y Tenochtitlan, además de lo que leemos en
el Popol-Vuh. Otras formas sacrificiales se realizaban por extracción
del corazón y quizá por degollamiento, sin descartar algunas prácticas
como acaso la de arrojar al individuo por una escalinata, según se
aprecia en el edificio 33 de Yaxchilán, donde el señor Pájaro Jaguar IV
ataviado para el juego observa la caída de otro personaje que, en
forma de pelota, es lanzado por una escalinata (Matos, 2010, 57). En
códices como el Borgia, por ejemplo, vemos el sacrificio humano de
un personaje con el cuerpo “rallado”: prisionero que es sacrificado en
el interior de la cancha para el juego.
Como puede apreciarse, hay sobrados datos para sostener la idea de
la muerte de los jugadores/guerreros perdedores, y no de los
ganadores, como parte de una de las más importantes prácticas
rituales del México antiguo.
Eduardo Matos Moctezuma

Para leer más...


Baudez, Claude, “Las batallas rituales en Mesoamérica (2a
parte)”, Arqueología Mexicana, núm. 113, México, 2012, pp. 18-29.
durán, fray Diego, “Historia de las Indias de Nueva España e islas de la
tierra firme, Editora Nacional, México, 1951.
Franco, María Luisa, La tumba zapoteca, Cavallari/Epson, México,
1993. Matos MoctezuMa, Eduardo, “El jue-
go de pelota con doble cancha de San Isidro”, Arqueología Mexicana,
núm. 44, México, 2000, pp. 42-45.

13
_____ , “La muerte del hombre por el hombre, el sacrificio humano”,
en El sacrificio humano, inah/unaM, México, 2010, pp. 43-67.
PoPol-Vuh, trad. de Adrián Recinos, Fce, México, 1971.
taladoire, Eric, “El juego de pelota mesoamericano”, Arqueología Mexi-
cana, núm. 44, México, 2000, pp. 20-27.
_____ , Ballgames and Ballcourts in Prehis- panic Mesoamerica, a
Bibliography, bar International Series 2338, Mono- grahps in
American Archaeology, Paris, 2012.

Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “¿Sacrificaban al que ganaba en el juego de pelota?”, Arqueología Mexicana núm.
120, pp. 88 – 89.

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La Malinche traduce a Hernán Cortés lo que dice Tlillancalqui, mensajero de Moctezuma ii. Fray Diego
Durán, Historia de las indias de la nueva España e islas de Tierra Firme. Digitalización: Raíces

¿FUE TRAIDORA LA MALINCHE?


Frecuentemente escuchamos el término “malinchista”, atribuido a
aquel que tiende a valorar más lo extranjero que lo nacional. Proviene,
desde luego, del nombre de Malinche, aquella mujer que junto con
otras más les fueron entregadas a Cortés en su paso por tierras de
Tabasco. Este sinónimo de “traidora” o “traidor” es parte del lenguaje
común al considerarse que la Malinche traicionó a los suyos y apoyó a
los españoles en la conquista de México.
Pero ¿quién era la Malinche? Los datos acerca de ella nos los
proporciona Bernal Díaz del Castillo, quien señala que doña Marina –
nombre que le dieron los españoles cuando la bautizaron– era “gran
señora y cacica de pueblos y vasallos”, hija de los caciques de Painala,
cerca de Coatzacoalcos. Muerto su padre, su madre se casó
nuevamente y tuvo un hijo a quien querían entregar el cacicazgo, por
lo que dieron a Malinche a unos indios de Xicalango, quienes a su vez
la entregaron a indígenas de Tabasco y éstos a Cortés a su paso por el
lugar (Díaz del Castillo, 1943). Lo que debe quedar claro para nuestro
propósito es que no era de origen mexica, es decir, que no estaba
traicionando a su pueblo, sino por el contrario, ella pertenecía a otro
grupo que estaba bajo la amenaza que representaba Tenochtitlan y su
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acción expansionista para sojuzgar pueblos a los que se les imponía
tributo. Las circunstancias la colocaron en la situación de ayudar a su
pueblo ante la amenaza que representaba el mexica al igual que lo
hicieron los pueblos totonacos de la costa y la sierra, cuando informan
a Cortés que estaban sujetos al señor Moctezuma y el capitán español
promete ayudarlos en su contra, lo que decide a Cortés a emprender
la conquista de Tenochtitlan al percatarse que estaba entre indígenas
que lo apoyaban, como más tarde harían muchos otros pueblos que se
le unen en contra del mexica.
Que el papel de la Malinche fue importante durante la guerra de
conquista y aún después es innegable. Ella hablaba varias lenguas
indígenas, entre ellas el náhuatl y el maya. Esto fue de enorme ayuda
para Cortés, pues la manera en que se entendía con los mexicas —que
hablaban el náhuatl— era de la siguiente manera: Moctezuma se
dirigía a Cortés en náhuatl; la Malinche lo traducía al maya a Jerónimo
de Aguilar, aquel náufrago que había llegado a las costas de la
península de Yucatán junto con Gonzalo Guerrero, y Jerónimo lo
traducía al castellano a Cortés. Con esta triangulación de lenguas se
entendían aunque en alguna ocasión trajo la incomprensión de uno u
otro lado.
En palabras de Bernal Díaz: “...fue tan excelente mujer y buena lengua
[...] la traía siempre Cortés consigo y la doña Marina tenía mucho ser
y mandaba absolutamente entre los indios en toda Nueva España”.
Más adelante agrega: “He querido declarar esto porque sin doña
Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España” (Díaz del
Castillo, 1943, pp. 97-98).
Otro aspecto importante es que tuvo un hijo con Cortés, Martín,
llamado “el bastardo”. Nació en 1523 y fue llevado a España para más
tarde regresar a la Nueva España junto con el otro Martín, también
hijo de Cortés y segundo Marqués del Valle de Oaxaca. Este último
estuvo involucrado en la conjura de 1565 de la que salió bien librado,
no así otros conspiradores como los hermanos Ávila, quienes fueron
decapitados en la capital de México.

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En resumen, la Malinche o doña Marina ayudó a los españoles en la
acción conquistadora de la misma manera que lo hicieron otros
pueblos que padecían el yugo impuesto por Tenochtitlan. Por lo tanto,
el sistema tributario fue uno de los motivos que llevaron a esos grupos
a tratar de liberarse del mismo y vieron en los españoles una manera
de lograrlo. No pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta que,
salvo ciertos privilegios otorgados a los dirigentes indígenas y a los
pueblos que habían ayudado en la conquista, la mayoría de la
población autóctona pasó a ser sujeto de explotación bajo nuevos
principios económicos, políticos, sociales y religiosos.
Eduardo Matos Moctezuma

Para leer más...


Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, 2 tomos, Nuevo Mundo, México, 1943.
Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “¿Fue traidora la Malinche?”, Arqueología Mexicana núm. 115, pp. 88 – 89.

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Cuando salió Hernán Cortés en la Noche Triste. Biombo de la Conquista, detalle. Anónimo, siglo XVII. Óleo
sobre tela. Museo Franz Mayer, Ciudad de México. Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces

¿LLORÓ CORTÉS EN EL “ÁRBOL DE


LA NOCHE TRISTE”?
El 30 de junio de 1520, las huestes españolas y sus aliados indígenas
huyeron en la noche para escapar del tremendo asedio a que los
tenían sometidos los mexicas en el palacio de Axayácatl en la ciudad
de Tenochtitlan. Tanto Cortés como Bernal Díaz del Castillo relatan los
acontecimientos aciagos para el bando español. Dice así el capitán
Cortés en su segunda carta de relación a Carlos V, al describir la salida
de la capital tenochca y llegar a Tacuba, en donde se supone que
aconteció el hecho que relatamos: “Y llegado a la dicha ciudad de
Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza, que no sabían
dónde ir […] En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento
y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de
dos mil indios que servían a los españoles…” (Cortés, s.f., pp. 241-242).
Como se lee, no hay la menor referencia de que hubiese llorado al pie
de algún árbol, pese a los terribles estragos causados a las tropas
peninsulares y sus aliados indígenas por las huestes de Cuitláhuac,
recién nombrado tlatoani de Tenochtitlan. Tampoco era de esperar
que se lo dijera al rey de España, pues un bizarro capitán como él no
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podía dar signos de flaqueza ante la adversidad. Sin embargo, Bernal
Díaz del Castillo hace alguna alusión al asunto cuando llegan las
vencidas tropas a la ciudad de Tacuba. Así lo menciona: “Volvamos a
Pedro de Alvarado, que como Cortés y los demás capitanes le
encontraron de aquella manera y vieron que no venían más soldados,
se le saltaron las lágrimas de los ojos. Dijo Pedro de Alvarado que Juan
Velázquez de León quedó muerto con otros muchos otros
caballeros…” (Díaz del Castillo, 1943, II, p. 24).
Una vez más vemos la ausencia del árbol, aunque las lágrimas sí están
presentes. La tradición ha señalado que fue en el vetusto árbol que se
encuentra en Tacuba –o lo que queda de él, pues por lo menos en dos
ocasiones ha sido quemado– donde ocurrió el hecho. No lo sabemos a
ciencia cierta ya que no hay mención del acontecimiento, como quedó
dicho. Sin embargo, José María Velasco dejó una pintura del árbol y en
las escuelas los maestros mencionan lo que supuestamente aconteció
en el lugar. Bien sabemos cómo, en no pocas ocasiones, una idea va
extendiéndose a lo largo del tiempo y acaba por creerse que un
determinado suceso tuvo lugar aunque no existan datos para
sustentarlo. Éste puede ser el caso.
Quizá todos estos pasajes de nuestra historia brotaron de la boca de
don Manuel Gamio, cuando alrededor de los cincuenta del siglo
pasado explicaba a un joven estudioso de la historia, y además sobrino
suyo, los pormenores de aquella derrota. Una fotografía muestra a los
dos personajes frente al mudo testigo, el “árbol de la Noche Triste”.
Don Manuel muy bien ataviado explicando; el joven, que no es otro
que Miguel León-Portilla, con atención escucha las palabras del
maestro, con libreta en mano para hacer sus anotaciones. El primero
había puesto las bases de la antropología mexicana con su concepto
integral de la antropología; el segundo, al paso del tiempo, se convirtió
en maestro de muchas generaciones de historiadores y antropólogos.
Son dos generaciones que han estudiado el pasado y que, en el caso de
esta fotografía histórica, tuvieron como testigo aquel ahuehuete que
ha sabido, pese a todo, resistir el paso del tiempo. Lo mismo
podríamos decir de Manuel Gamio y de Miguel León-Portilla.

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Eduardo Matos Moctezuma

Para leer más…


Cortés, Hernán, Cartas de relación de la conquista de América, Editorial
Nueva España, México, s.f.
Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, t. II, Ed. Nuevo Mundo, México, 1943.

Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, ¿Lloró Cortés en el “árbol de la Noche Triste”?, Arqueología Mexicana, núm. 131,
pp. 86 -

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zquierda: Un español sujeta por el cuello con una cuerda a Moctezuma II. enfrente se ve a un personaje
muerto y con una espada clavada en el pecho. Códice de Moctezuma. Derecha: Los españoles arrojan los
cadáveres de Moctezuma II y de Itzcuauhtzin, señor de Tlatelolco, a las aguas del lago. Códice Florentino, lib.
XII, f. 40v. Digitalización: Raíces

¿QUIÉN MATÓ A MOCTEZUMA II, LOS


MEXICAS O LOS ESPAÑOLES?
En otra ocasión he comentado cómo los grandes magnicidios quedan,
generalmente, en la duda de quién o quiénes fueron los autores y las
razones que llevaron a la muerte del dignatario (Matos, 2011). Esta
vez vamos a referirnos a la muerte de Moctezuma II, quien gobernó
los destinos de Tenochtitlan entre 1502 y 1520 d.C., deceso que
ocurrió en este último año a raíz del asedio de los mexicas a los
españoles guarecidos en el palacio de Axayácatl. Dos versiones
conocemos del fatal acontecimiento: por un lado, la de cronistas
españoles como Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, quienes
achacan la muerte de Moctezuma a los indígenas, y por el otro, la de
cronistas de estirpe indígena como Fernando Alvarado Tezozómoc y
Francisco de San Antón Chimalpahin, que, por el contrario, dicen que
fue muerto por los españoles.
Empecemos por transcribir lo que nos dice Cortés en su segunda carta
de Relación, en donde de manera muy parca se refiere a la muerte
del tlatoani mexica:
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Y el dicho Muteczuma... dijo que le sacasen a las azoteas de la fortaleza,
y que él hablaría a los capitanes de aquella gente, y les haría que cesase
la guerra. E yo lo hice sacar, y en llegando a un pretil que salía fuera
de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía, le
dieron una pedrada los suyos en la cabeza, tan grande, que de allí a
tres días murió; e yo le fice sacar así muerto a dos indios de los que
estaban presos, e a cuestas lo llevaron a la gente, y no sé lo que dél se
hicieron... (Cortés, s/f, p. 233).
Leamos ahora cómo relata Díaz del Castillo la muerte del dirigente
mexica, poniendo en boca de Moctezuma las siguientes palabras:
“Yo tengo creído que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la
guerra, porque ya tienen alzado otro señor y se han propuesto no
dejaros salir de aquí con vida; y así creo que todos vosotros habéis de
morir”.
Montezuma se puso a un pretil de una azotea con muchos de nuestros
soldados que le guardaban, y les comenzó a hablar con palabras muy
amorosas que dejasen la guerra y que iríamos de México. Muchos
principales y capitanes mexicanos bien le conocieron, y luego
mandaron que callasen sus gentes y no tirasen varas, piedras ni
flechas. Cuatro de ellos se llegaron en parte que Montezuma les podía
hablar, y ellos a él, y llorando le dijeron: “¡Oh, señor y nuestro gran
señor, y cómo nos pesa de todo vuestro mal y daño y de vuestros hijos
y parientes! Hacemos saber que ya hemos levantado a un pariente
vuestro por señor”. Allí le nombró, que se decía Cuitláhuac, señor de
Iztapalapa...
Párrafos adelante continúa así:
No bien hubieron acabado el razonamiento, cuando tiran tanta piedra
y vara, que los nuestros que lo arrodelaban, como vieron que
entretanto que hablaba con ellos nos daban guerra, se descuidaron un
momento en rodelarle de presto, y le dieron tres pedradas, una en la
cabeza, otra en un brazo y otra en una pierna; y puesto que le rogaban
que se curase y comiese y le decían sobre ello buenas palabras, no

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quiso, antes cuando no nos catamos vinieron a decir que era muerto
(Díaz del Castillo, 1943, pp. 15-16).
Vemos concordancia en el relato de los dos cronistas soldados en
cuanto al motivo de la muerte del tlatoani y la manera en que ocurrió.
Veamos ahora la posición de los cronistas indígenas, si bien hay que
aclarar que sus escritos son muy posteriores y quizá parte de la
tradición oral. Empecemos con la Relación del origen de los indios que
habitan esta Nueva España según sus historias:
...y yendo á buscar al gran Rey Motecuczuma dizen que le hallaron
muerto á puñaladas, que le mataron los españoles á él y á los demás
principales que tenían consigo la noche que se huyeron, y este fué el
desastrado y afrentoso fin de aquel desdichado Rey... (Códice Ramírez,
1980, p. 91).
Alvarado Tezozómoc relata en su Crónica Mexicáyotl:
En el año 2-pedernal, “1520 años”, fue cuando murió el señor
Moteuczoma Xocoyotl, rey de Tenochtitlan, hijo de Axayacatzin; reinó
diez y nueve años; a los tres los mataron los españoles (Tezozómoc,
1975, p. 149).
Finalmente, acudimos a las Relaciones de Chalco-Amaquemecan de
Chimalpahin:
En el mes de Tecuilhuitontli, los españoles dieron muerte al
Moteuhcmatzin, haciéndolo estrangular y después de eso huyeron
aprovechando las sombras de la noche (Chimalpahin, 1965, p. 236).
A lo anterior habría que sumar pictografías como el Códice
Moctezuma, en el que se aprecia al emperador con soga al cuello
asomándose por la azotea para calmar los ánimos; frente a él está un
personaje muerto con una espada española clavada en el pecho, lo que
podría significar la muerte del gobernante (Batalla Ro- sado, 1996).
¿Qué sacamos en conclusión de todo esto? Hay dos datos que
considero de la mayor importancia: Bernal Díaz señala que al
asomarse Moctezuma le hablaron con gran acatamiento y cesaron de

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tirar proyectiles, lo que implica el respeto que se le tenía; el otro,
cuando acto seguido se le comunica a Moctezuma que había sido
depuesto del cargo de tlatoani y se nombra como señor de México a
su hermano Cuitláhuac.
Esto último resulta relevante, ya que al perder el poder no era de ya
de utilidad para los españoles y la guerra iba a continuar. Por lo tanto,
más bien se convertía en una carga que en una ayuda. De ser así, sus
horas estarían contadas...
Eduardo Matos Moctezuma

Para leer más...


Alvarado Tezozómoc, Fernando, Crónica Mexicáyotl, UNAM, México,
1975.
Batalla Rosado, Juan José, “Prisión y muerte de Motecuhzoma, según
el relato de los códices mesoamericanos”, Revista Española de
Antropología Americana, vol. 26, 1996, pp. 101-120.

Chimalpahin Cuautlehuanitzin, Francisco de San Antón
Muñón, Relaciones originales de Chalco-Amaquemecan, FCE, México,
1965.
“Códice Ramírez”, en Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica
Mexicana, Editorial Porrúa, México, 1980.
Cortés, Hernán, “Segunda Carta”, en Cartas de Relación de la Conquista
de América, Editorial Nueva España, México, s/f.
Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, Nuevo Mundo, México, 1943.
Matos Moctezuma, Eduardo, “La muerte de Cuauhtémoc,
¿conspiración o pretexto”, Arqueología Mexicana, núm., 111,
septiembre-octubre de 2011, pp. 37-41.

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Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “¿Quién mató a Moctezuma II, los mexicas o los españoles?”, Arqueología
Mexicana núm. 123, pp. 88 – 89.

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Un águila devora una serpiente. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra
Firme. Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces

¿VIERON LOS MEXICAS AL ÁGUILA


PARADA SOBRE EL NOPAL?
Eduardo Matos Moctezuma
Quizá cuando fuimos a la escuela primaria o secundaria nuestra
maestra nos explicó más o menos lo siguiente: “Cuando los mexicas
llegaron en medio del lago de Texcoco vieron el águila parada sobre el
nopal devorando una serpiente y en este lugar fundaron su ciudad de
Tenochtitlan”. No mentía nuestra maestra, pues eso es lo que leemos
en diversas crónicas del siglo XVI. Sin embargo, nada más lejos de la
realidad, como veremos a continuación. Tomemos como ejemplo de
lo anterior a dos cronistas del siglo XVI: Fernando Alvarado
Tezozómoc y el dominico fray Diego Durán. El primero nos dice acerca
de la fundación de Tenochtitlan lo siguiente en su Crónica Mexicáyotl:
“…estará nuestro poblado, México Tenochtitlan, el lugar en que grita
el águila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en
que es desgarrada la serpiente, México Tenochtitlan, y acaecerán
muchas cosas…” (Alvarado Tezozómoc, 1975, p. 65)

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En el caso del segundo leemos en su Historia de las Indias de Nueva
España e islas de Tierra Firme:

Ellos viendo que todo aquello no carecía de misterio pasaron


adelante a buscar el pronóstico del águila, y andando de una
parte a otra devisaron el tunal, y encima del el águila con las alas
extendidas hacia los rayos del sol, tomando el calor del y el
frescor de la mañana, y en las uñas tenía un pájaro muy galano
de plumas preciadas y resplandecientes… (Durán, 1951, p. 40).

Ahora bien, es necesario añadir que, en el caso de Durán, en el atlas o


códice que lleva
su nombre vemos dos láminas en las que se representa este momento:
en una de ellas se ve al ave devorando a la serpiente y en la otra al
águila desgarrando pájaros. En otras imágenes en que se observa la
escena de la fundación vemos al águila parada sobre el nopal
pero sin nada en el pico, como ocurre, por ejemplo, en el Códice
Mendoza (lám. 1).
Imagen similar la tenemos en una escultura mexica conocida como
Teocalli de la Guerra Sagrada, en la que se ve un templo con su
escalinata y varios glifos, pero en la parte posterior tenemos al águila
sobre el nopal que brota de un personaje acostado en un medio
lacustre, que bien pudiera ser la figura de Cópil o la de Tlaltecuhtli (la
Tierra). Del pico del ave surge el atltlachinolli o símbolo de la guerra,
de allí el nombre que le impuso a la pieza Alfonso Caso (Caso, 1927).
Pero volvamos a nuestra pregunta original: ¿realmente vieron los
mexicas esta imagen para allí fundar Tenochtitlan? No fue así, la
historia nos dice otra cosa. Resulta que al ser expulsados de
Chapultepec los mexicas buscaron la protección del poderoso señor
de Azcapotzalco, Tezozómoc, quien les asignó tierras en los límites de
su territorio, en medio del lago de Texcoco, con la condición de que

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fueran sus tributarios y servidores. Al parecer esto ocurrió hacia 1325
d.C., según lo indican diversas fuentes históricas.
Lo anterior es buen ejemplo de la manera en que el mito y la realidad
se entretejen. Sin embargo, ambas versiones son importantes: la
histórica, porque es lo que aconteció realmente, y la mítica, porque es
la respuesta que un pueblo da sobre determinados acontecimientos
para legitimizar su presencia. Ejemplos en el mundo tenemos varios,
pues los pueblos de la antigüedad siempre buscaron el tratar de tener
presencia por medio de hechos fantásticos que los relacionaban con
los dioses, como fue el caso de la fundación de Roma por Rómulo y
Remo, amamantados por una loba, cosa esta última que nunca ocurrió.
La figura del águila parada sobre el tunal guarda un significado
importante para el mexica. El ave representa al Sol (Huitzilopochtli),
pues al igual que el astro, es el ave que vuela más alto. El hecho de
estar parada sobre el tunal se vincula con el corazón de Cópil, sobrino
de Huitzilopochtli, que es vencido por éste y su corazón arrojado en
medio del lago, de donde nacerá el nopal, por lo que tiene estrecha
relación con la guerra, el sacrificio y el triunfo del numen (González,
1968). La imagen prevaleció a lo largo del tiempo para convertirse,
finalmente, en el símbolo de una nación.

Matos Moctezuma, Eduardo, “¿Vieron los mexicas al águila parada


sobre el nopal?”, Arqueología Mexicana núm. 114, pp. 88 – 89.

Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas,


especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo
Mayor, inah. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del
INAH.

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