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Charles Simeon, teólogo anglicano inglés, nació en Reading el 24 de septiembre

de 1759 y murió allí el 13 de noviembre de 1836.

Era el cuarto hijo de Richard Simeon († 1784) y Elizabeth Hutton. Por la familia de
su padre, descendía de los Simeons de Pyrton, Oxfordshire, casa de la que John
Hampden tomó esposa en 1619. Su madre era de la misma familia que Matthew
Hutton, arzobispo de York (1595) y el posterior Matthew Hutton, que también sería
arzobispo de York en 1747. Su hermano mayor fue Sir John Simeon, primer barón.
Fue educado primero en Eton, de donde marchó con una beca a King's College,
Cambridge, siendo miembro del consejo rector en 1782 y al año siguiente titular de
Holy Trinity Church en la misma ciudad. Sus primeras impresiones religiosas las
trazó al día de ayuno guardado en Eton en 1776 por la guerra americana. Pero fue
al ir a Cambridge cuando leyó Whole Duty of Man, de Law, que se produjo un
cambio espiritual en su vida. Enseguida fue conocido por sus convicciones
religiosas, procurando influenciar a sus amigos, instruir a los criados en su casa
durante las vacaciones y siendo su meta servir a Dios en el ministerio. El 26 de
mayo de 1782 fue ordenado diácono por el obispo de Ely. Poco después conoció a
John Venn y luego al padre de éste, Henry Venn, por quien fue grandemente
influenciado. Al año siguiente fue ordenado sacerdote y obtuvo su graduación en
filosofía y letras. Al principio trabajó en la parroquia de St. Edwards, Cambridge,
pero el beneficio de Holy Trinity, Cambridge, estaba vacante y Simeon (por
iniciativa de su padre) fue designado allí, donde permaneció hasta su muerte.
Predicó su primer sermón el 4 de enero de 1783. Sus feligreses, que hubieran
deseado otro candidato, al principio le fueron hostiles y su reputación de piedad
provocó desfavorables comentarios de los estudiantes universitarios, quienes
interrumpían sus sermones, boicoteaban los cultos y molestaban a quienes
asistían a la iglesia. Por la calle recibía burlas, lo mismo que sus coadjutores,
aunque algunos de ellos, como James Scholefield, eran conocidos por su
distinción académica. No obstante, Simeon perseveró y fue ganando poco a poco
apoyo, ejerciendo el ministerio durante 45 años. Fue tres veces uno de
los deanes de King College; segundo administrador desde 1798 a 1805 y vice-
preboste desde 1790 a 1792. Pero su tenaz persistencia en principios distintivos le
hizo ser conocido más allá de Cambridge, siendo un reconocido dirigente entre los
eclesiásticos evangélicos. En 1788 un memorial de Charles Grant (1746-1823) y
otros civiles indios atrajo su atención para abrir obra misionera en la India. Cuando
Grant fue director de East Indian Company, Simeon fue su consejero confidencial
en la designación de capellanes e indujo a algunos de sus más capaces
coadjutores a acometer esa obra, entre ellos Henry Martyn. Henry Kirke White
estuvo también entre quienes recibieron ayuda o guía de Simeon, quien fue uno
de los fundadores de Church Missionary Society en 1797 y amigo de la Sociedad
Bíblica, en los días cuando era vista con sospecha por muchos eclesiásticos.
Simeon llegó a ser en Cambridge objeto casi de veneración, ejerciendo influencia
durante más de medio siglo después de su muerte. El obispo Charles
Wordsworth dijo que Simeon 'tuvo una gran número de seguidores jóvenes -más
en número y no menos devotos que los que siguieron a Newman- y durante
mucho más tiempo.'
Charles Simeon puede ser considerado el fundador de la facción evangélica
dentro de la Iglesia anglicana, si bien sus propias cartas y fragmentos
autobiográficos muestran que estuvo firmemente asociado a esa Iglesia, a sus
doctrinas distintivas y a su liturgia. Su predicaciónevangélica encontró al principio
oposición, pero hizo muchos convertidos y ejerció amplia influencia. Fundó una
sociedad para adquirir beneficios, poniendo a muchos de sus simpatizantes en
puntos estratégicos. Publicó una traducción de Essay on the Composition of a
Sermon (Londres, 1801) de Claude, a la que añadió notas y un centenar de
bosquejos de sermones, publicando posteriormente los tales (2.536 en número)
sobre toda la Biblia (Horæ Homileticæ, 17 volúmenes, Londres, 1819-28; nueva
edición con adiciones de otras obras, 21 volúmenes, 1840); Memorial Sketches of
Rev. David Brown, with a Selection of his Sermons Preached at Calcutta (1831) y
un gran número de sermones ocasionales.

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La historia es su historia

La fidelidad de Carlos Simeon


Por William P. Farley

Este es el primero en una serie de cuatro artículos sobre grandes predicadores que
vivían desde el comienzo de la Revolución Americana hasta el final del Gran
Despertamiento, aproximadamente 1835. Exploraremos las vidas de Carlos
Simeon, Asahel Nettleton, Eduardo Payson, y Carlos Finney. El pastor del siglo 21
tiene una herencia rica en estos hombres de Dios. Su falta de egoísmo y servicio
fiel a Dios y a sus congregaciones nos inspira todavía hoy.

Nuestro primero estudio es sobre la vida de Carlos Simeon. Su pasión por Cristo,
su vida devocional, y las horas largas que pasaba a solas con Dios en estudio lo
convirtieron en un predicador poderoso y un siervo dedicado a Dios.
LA JUVENTUD DE SIMEON

En 1782, la iglesia Anglicana ordenó a Carolo Simeon cuando tuvo 23 años. Como
Whitefield antes que él, y después Spurgeon, sus poderes en el púlpito eran
inmediatamente evidentes.

Unos meses después de la ordenación de Simeon, un amigo, Atkinson, que era


pastor pidió que él le ayudara en el púlpito mientras estaba en unas vacaciones
largas. En Inglaterra, el último cuarto del siglo 18 era un tiempo espiritualmente
oscuro. La mayoría de las grandes catedrales y capillas estaban vacías. Esto era la
realidad también en la iglesia de Atkinson. El primer esfuerzo de Simeon de
ministrar cambió esto. Henry Venn notó, "En menos de diecisiete domingos,
predicando por el Sr. Atkinson en una iglesia de Cambridge, él [Simeon] la llenó de
personas —algo no conocido por casi un siglo. ...Tan grande era la multitud que
venía a escuchar el "sustituto" que llenó las bancas y pasillos aun hasta la oficina
del clérigo. El pastor Atkinson, regresando de sus vacaciones, encontró a su
clérigo molesto, pero contento con la idea de un alivio; "Oh, señor, estoy tan
contento que usted llegó; ahora podemos tener un poco de espacio."1

¿Quién era este hombre joven que podía llenar las iglesias vacías a los 23 años?
¿Por qué es importante para los pastores del siglo 21?

SU CONVERSIÓN

Juan Wesley acaba de cumplir 56 años, y Jonatan Edwards había muerto


recientemente cuando, en 1759, Simeon nación a una familia inglesa de clase alta.
La vida de Simeon abarcó la Revolución Americana, la Revolución Francesa, y el
nacimiento de la Revolución Industrial. Él era de la misma generación que Juan
Adams y Tomás Jefferson.

Simeon creció en un hogar de no creyentes. Cuando tenía 18 años, su padre lo


mandó a Cambridge. Él se convirtió durante sus primeros cuatro meses allí.

Poco después de su llegada, el director de la universidad informó a Simeon que


tenía que asistir la comunión en unas semanas. Inmediatamente, el Espíritu Santo
trajo una convicción tremenda del pecado a este Simeon joven. Él sentía una gran
falta de mérito y culpa. A pesar de la ausencia de principios cristianos en su hogar,
él temía la idea de tomar la Cena del Señor de una manera indigna.

Buscando paz con Dios él empezó a leer la Biblia y otros libros espirituales. Esta
agonía de conciencia continuó por varias semanas; no podía encontrar un alivio.
Finalmente, al leer un libro por el Obispo Wilson sobre la Cena de Señor, él
entendió la realidad de la expiación de Cristo. Él entendió que sus pecados fueron
puestos sobre Él que había muerto en su lugar. "Desde esta hora," él escribió, "la
paz fluyó en una abundancia rica en mi alma; y en la mesa del Señor en nuestra
capilla yo tenía al acceso más dulce a Dios por medio de mi Salvador bendito."2
Como Lutero y Spurgeon, las experiencias agonizas de su conversión le
impresionaron con el poder de la cruz, y nunca podía olvidarlas. Por esta razón la
expiación era el tema constante de sus enseñanzas. Uno de sus biógrafos lo
describió así: "Para él, Cristo era el centro de todos los asuntos del hombre
pecaminoso; y todos los que le escuchaban, para él, eran pecadores, por los cuales
el Evangelio era el único remedio. Cristo era el Evangelio; y la fe personal en Él,
una persona viva, era el secreto del Evangelio."3

Su lucha personal le impresionó con la importancia del conocimiento del pecado en


el proceso de la conversión. Es por esta razón que sus predicaciones dirigían a
estos tres afectos: "Humillar el pecador, exaltar el Salvador, y promover la
santidad."4 Pocos pastores contemporáneos pondrían la convicción de pecadores
como su primer propósito en la predicación. El consolar a los pecadores es nuestro
propósito general. ¿Podríamos usar la opinión del pecado de Simeon hoy?

MINISTERIO RECHAZADO

Unos meses después del éxito de sus predicaciones mencionadas, él fue nombrado
pastor de Trinity Church en Cambridge. Probablemente fue seleccionado debido a
la influencia de su padre, su piedad obvia y sus dones de predicar. El
nombramiento de Simeon a los 23 años no era normal. Trabajos como este
normalmente eran reservados para hombres más grandes con más experiencia. Y
esto es como pensaron también los miembros de esta iglesia antigua y influyente.
Ellos querían un hombre más grande. Era tanto su decepción con el
nombramiento de Simeon que decidieron boicotear los servicios.

En estos días, los miembros de la iglesia compraban sus bancas. Los enemigos de
Simeon usaron este poder contra él. Boicoteaban el ministerio de Simeon y
aseguraban que otros también hacían lo mismo al encerrar y cerrar con llave sus
bancas.

Pero infravaloraron la persistencia de Simeon. Él era un hombre de gran


paciencia, fortaleza, y obstinación. A pesar de la resistencia de estos hombres y
muchos otros, él soportaba esta persecución por 12 años. Durante este tiempo los
oyentes se sentaban en los pasillos y espacios vacíos. La influencia de sus
predicaciones poderosas finalmente ganó a sus enemigos. Poco a poco regresaron
a sus bancas. Durante estas dificultades Simeon mantenían una actitud de
humildad y paciencia, finalmente ganando a sus enemigos con amor.

En un punto difícil de su vida, Simeon buscó la ayuda de Dios para una palabra de
ánimo. Abrió su Biblia al azar a Marcos 15:21: "Y obligaron a uno que pasaba,
Simón de Cirene ...que venía del campo, a que le llevase la cruz." Simeon significa
Simón. El mensaje era claro. Él tenía que llevar su cruz. Lo hizo con gratitud.
TEMPORADAS DE ÉXITO

Poco a poco, oportunidades de predicar en iglesias más grandes empezaron a


presentarse. El Reverendo W. Carus Wilson describe la primera oportunidad que
Simeon tenía para predicar en la gran iglesia de Santa María en Cambridge. "En el
principio había una disposición de perturbar y molestar el predicador de una
manera, desafortunadamente, muy común en estos tiempos. Pero apenas había
avanzado más de unas frases, cuando el arreglo lúcido de su exordio, y su manera
seria y dominante, impresionaron la asamblea entera con sentimientos de
solemnidad profunda, y lo escucharon hasta el final con la atención más respetuosa
y fascinada. La inmensa congregación partió de aquel lugar con una disposición
muy distinta a la que tenían cuando congregaron."5 Esto era el afecto normal del
ministerio de Simeon.

Simeon se quedó en Trinity Church por 54 años, hasta la edad de 77. Él ministró
sin rencor ni venganza y fue decidido en ser un testigo continuo para Cristo a pesar
de la resistencia. Él era fiel en el lugar donde Cristo lo plantó.

Después de un tiempo llegó a ser popular y famoso. Empezó a recibir invitaciones


para hablar en Inglaterra y Escocia. Durante estos años muchos se convirtieron
debido a su ministerio. Por ejemplo, cuando había un informe que él iba a hablar
en un lugar específico, grandes multitudes llegaban. Brown,
en Recollections [Recuerdos], notó, "En noviembre de 1811, la vista de la iglesia
rebosando era casi electrizante. En 1814, casi no había lugar para mover, ni arriba
ni abajo. En 1815, las multitudes eran inmensas; la atención era sincera y
profunda. En 1823 muchos no podían ni entrar en las puertas."6

En su apartamento también él dirigía reuniones semanales para estudiantes


universitarios. Estas reuniones influenciaron a muchos hombres jóvenes que
luego se dedicaron al ministerio. El efecto positivo sobre la iglesia Anglicana del
siglo 19 era grande.

Cuando él murió a los 77 años, Simeon había ganado sus enemigos con amor. Él
había ganado el respeto y amor del pueblo, profesores, y estudiantes. Fue
estimado por Inglaterra como uno de los líderes cristianos más destacados. Su
biógrafo notó, "Probablemente nunca hubo un funeral en Cambridge como el de
Simeon; porque no solamente hubo una asistencia enorme y un respeto profundo,
pero también hubo corazones innumerables que sentían que habían perdido a un
padre, y todos recordaron el contraste de los días anteriores."7

SUS LOGROS

"Sería difícil exagerar su influencia personal sobre el desarrollo de la homilética


anglicana,"8 notó Arthur Pollard. La mayoría de su desarrollo homilético vino a
través de su influencia sobre los hombres jóvenes que estudiaron en Cambridge,
asistieron sus reuniones semanales, y salieron para predicar en los púlpitos
alrededor de Inglaterra y el mundo.
Habiendo vencido sus enemigos con paciencia humilde, él vivía una vida
suficientemente larga y llegó a tener un prestigio suficientemente grande como
para presentar la obra de su vida —los bosquejos de sus sermones en 21
volúmenes, Horae Homiletica— al Rey Guillermo IV en 1833.

Si tuviéramos el espacio, podríamos examinar las otras persecuciones en su vida y


cómo él las superó con amor, su papel originario en el movimiento misionero
creciente en Inglaterra, su gran poder en el púlpito, su devoción a la Biblia, su
compromiso constante al celibato por el bien del evangelio, y su influencia sobre
hombres como Juan Stott del siglo 20.

Déjenme tomar un minuto para sacar algunas lecciones de la vida de Carlos


Simeon.

LECCIONES PARA EL PASTOR DE HOY

Primero, él reconocía que un hombre solamente predica bien un sermón que


primero ha predicado a su propia alma. Un pastor no tiene nada que predicar
hasta que Dios le hable, y esto requiere horas largas a solas con Dios. Simeon
escribió, "Pero el estado completo de tu alma ante Dios tiene que ser el primer
punto para considerar; porque si tu no tienes pensamientos verdaderamente
espirituales, y no vives sinceramente según estas verdades de las cuales predicas o
compartes con otros, entonces llegarás a tener muy poco propósito."9

En el caso de Simeon, su poder de predicar era un resultado de su piedad. En una


era sin luces eléctricas ni calefacción central, Simeon se levantaba a las 4 cada
mañana y oraba y estudiaba las primeras 4 horas de cada día, frecuentemente por
la luz de velas. Sería difícil para él entender la tentación moderna de poner las
responsabilidades administrativas antes del tiempo a solas con Dios.

Segundo, él luchaba durante toda su vida para aumentar su humildad. En su lecho


de muerte, él dijo, "Esto sí sé, que yo soy el peor de los pecadores, y el monumento
más grande de la misericordia de Dios; y yo sé que no puedo estar equivocado
en esto ."10

Cuando le preguntaban acerca de los requisitos más importantes para tener eficacia
pastoral, él respondía sin indecisión, "Solamente se necesita tres cosas - humildad,
humildad, y humildad."11

Él luchaba día y noche para saber mejor su pecado, no para condenarse a sí mismo,
sino para acercarse más a Cristo. "Simeon llegó a conocerse y conocer su pecado
profundamente," notó Juan Piper. "Él describió su proceso de madurar en el
ministerio como un crecimiento para abajo."12

Tan obsesionados que somos con el auto-estima, las mentes modernas lucharían
con la espiritualidad de Simeon. Pero su enfoque en el pecado y humildad es
exactamente lo que la iglesia necesita hoy. El poder en el púlpito es un resultado
directo del tipo de auto–humillación interna y profunda que marcó la vida de
Simeon. Él escribió cosas como, "Nunca he pensado que las circunstancias del
perdón de Dios eran una razón para perdonarme a mí mismo: al contrario, yo
siempre he razonado que es mejor detestarme aun más, en proporción de lo que yo
sabía que Dios era pacificado hacia mí. ...Hay solamente dos objetivos que yo he
deseado comprender durante estos 40 años; uno es mi propia bajeza; y el otro es la
gloria de Dios en la cara de Jesucristo: y yo siempre he enseñado que deben
ser observados juntos ."13

Tercero, podemos aprender mucho de su perseverancia inspirada por su fe. Sus 54


años en una sola iglesia fue estimulado por su amor por Dios y el hombre. No es
malo que un hombre vaya a otra iglesia si las razones sean correctas. Simeon
sentía que fue llamado a Trinity Church. Él negó la idea de irse, aun cuando las
bancas estaban cerradas con llave y la oposición era formidable, y luego también
cuando las ofertas atractivas empezaban a presentarse.

Simeon no estaría de acuerdo con la mentalidad moderna que dice que el


ministerio es una profesión donde uno debe avanzar con cambios a iglesias más
grandes. Más bien, él vio el ministerio como un llamado a servir una congregación
al sacrificar su vida y ego.

Su amor profundo y ardiente por Cristo, su vida devocional disciplinada y


constante, y sus horas largas a solas cara–a–cara con Dios en su estudio eran las
fuentes de su poder en el púlpito. Desde esta fundación, Dios le apoderó para
alimentar a su rebaño con la Pan de Vida. Nuestra gente necesita la misma
alimentación hoy. Que la vida de Carlos Simeon nos inspire a prepararlos un
banquete espiritual.

La historia es su historia.
Dios cumplirá su palabra
20 enero, 2018Solo Sana Doctrina

“Dios no es hombre, para que mienta” (Núm. 23:19).


ASI NO hay peor cosa que manifieste con más fuerza la depravación de nuestra naturaleza que
esa propensión a mentir que percibimos en los niños en cuanto empiezan a hablar. Cuando los
hombres ya han desarrollado su razonamiento, con demasiada frecuencia se desvían de la
verdad, a veces por olvido, a veces por un cambio de sentimiento o de manera de pensar y a
veces por su incapacidad de cumplir su palabra. Por lo tanto, es característico del hombre
mentir: y todos somos tan sensibles a esto, que en cuestiones muy importantes exigimos de los
hombres un juramento que confirme su palabra, y hacemos con ellos acuerdos por escrito, que
somos cuidadosos en que sean correctamente avalados. Ahora bien, tenemos la tendencia de
“pensar que Dios es alguien como nosotros”, y que podemos convencerlo de que “cambie
la palabra que ha salido de su boca”. Resulta evidente que Balac tenía este concepto de él y
procuró con muchos y repetidos sacrificios desviarlo de su propósito. Pero Balaam fue
inspirado a declarar la vanidad de semejante esperanza, y de confirmar por medio de una
comparación muy humillante la inmutabilidad de Jehová.
Para demostrar el significado completo de sus palabras, observamos que:

I. Algunos piensan que Dios miente. Dios nos ha dicho en fuertes y repetidas declaraciones
que “tenemos que nacer de nuevo”: pero esto no lo creen para nada:
1. Los profanos
Se convencen a sí mismos que la severidad en la religión que implica el nuevo nacimiento no es
necesario; y que irán al cielo a su manera.
2. Los farisaicos
Consideran la regeneración como un sueño de devotos débiles; y se quedan satisfechos con “la
forma externa de piedad” sin experimentar “el poder de ella”.
3. Los eruditos hipócritas de la religión
Estos, habiendo cambiado su credo junto con su conducta exterior, se creen cristianos, a pesar
de que su fe no “vence al mundo”, ni “obra por amor”, ni “purifica sus corazones”.
No cabe duda de que todas estas personas creen que Dios puede mentir: porque si realmente
creyeran que “las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”antes de poder entrar
en el reino de Dios, se preocuparían por saber si tal cambio ha ocurrido en ellos; no estarían
tranquilos hasta tener una evidencia bíblica de que realmente son “nuevas criaturas en Cristo
Jesús”. Pero como esto no es de ninguna manera el caso de ellos; es evidente que “no creen
el registro de Dios” y, en consecuencia, por más dura que parezca la expresión, “hacen de Dios
un mentiroso”. Mientras que algunos no vacilan en tener estos deshonrosos pensamientos
acerca de Dios,
II. Otros temen que pueda mentir. Esto es común entre las personas:
1. Bajo convicción de pecado
Cuando los hombres están profundamente convencidos de pecado, les resulta muy difícil
descansar simplemente en las promesas del evangelio. Dios promete no echar fuera a nadie que
acuda a él por medio de Cristo Jesús; de lavarles los pecados más negros y de
colmarlos de todas las bendiciones de la salvación gratuitamente “sin dinero y sin precio”.
Ahora bien, esto parece demasiado bueno como para ser verdad: no pueden concebir cómo
Dios pueda “justificar al impío” y, por lo tanto, se esfuerzan por llegar a ser píos primero, a
fin de ser justificados: y si no pueden acercarse primero con algún pago en sus manos, se
quedan atrás, y caen en temores desalentadores.

2. Bajo tentación o deserción


Dios ha declarado que “no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar”. Pero cuando se
enfrentan con la tentación, es probable que digan, como David; “Al fin seré muerto algún día
por la mano de Saúl” (1 Sam. 27:1). No ven modo de escapar y, por lo tanto, temen que la
próxima ola los vencerá totalmente.
Si Dios en estas ocasiones esconde su rostro, concluyen que “no hay esperanza”, piensan que
“su misericordia ha desaparecido para siempre, su bondad ha terminado para siempre”, pero en
realidad Dios con tanta frecuencia y tan expresamente ha declarado que “No te desampararé, ni
te dejaré” (He. 13:5).
Ahora bien, esta personas, a diferencia de los impíos, no piensan a conciencia que Dios puede
mentir; pero tienen temores nacidos de la duda de que acaso sí mienta: y que así piensan es
obvio porque, de lo contrario, creerían lo que Dios dice: “confíe en el nombre de Jehová, y
apóyese en su Dios” (Isa. 50:10).
Así es generalmente la veracidad de Aquél que es la verdad misma, que no puede ser
cuestionada ni negada:
III. Dios no miente ni puede mentir. Es inexpresablemente humillante que los pastores se vean
forzados a vindicar la veracidad de Dios. Pero en vista de que él mismo ha
considerado apropiado hacerlo en los oráculos sagrados, y como la falta de fe de los hombres es
tan profunda, es necesario que procedemos a demostrar que:
1. Dios no miente
Primero, escuchemos los testimonios de los que lo pusieron a prueba. ¿Ha habido alguien con
más oportunidad de probar su fidelidad que Moisés, Josué y Samuel? Todos ellos dan
testimonio de la manera más solemne de que nunca fueron engañados en nada, ni de que jamás
lo serían (Deut. 32:4; Jos. 23:14; 1 Sam. 15:29).
Segundo, prestemos atención a las propias afirmaciones y apelaciones de Dios (Isa. 5:4; 49:19).
¿Acaso se aventuraría a hablar con tanta fuerza para defenderse a sí mismo si sus criaturas
pudieran confirmar sus acusaciones en su contra? Amenazó castigar a los
ángeles si desobedecían; pronunció una maldición sobre Adán si comía del árbol prohibido;
amenazó destruir todo el mundo con un diluvio; y de destruir a Sodoma y Gomorra con fuego y
azufre y de dispersar sobre la faz de la tierra a los que una vez fueron su pueblo escogido.
Considere ahora si no cumplió con alguna de estas
amenazas. También prometió que enviaría a su único y amado Hijo a morir por los pecados; y
de hacerlo grande entre los gentiles mientras que su propia nación lo rechazaba casi
universalmente. ¿Acaso ha sido olvidada cualquiera de estas promesas? O, si tales promesas
y amenazas han sido cumplidas, ¿hay alguna razón para dudar de
alguna otra parte que todavía tiene que cumplirse? ¿Acaso no son sus acciones del pasado
pruebas y votos de lo que realizará en el futuro? (2 Ped. 2:4-9; Judas 7).
2. No puede mentir
La verdad es tan esencial a la naturaleza divina como lo son la bondad, la sabiduría, el poder o
cualquier otro atributo; así que puede tan fácilmente dejar de ser bueno, o sabio o poderoso,
como puede dejar que “ni una jota ni un tilde perezca de la ley”. Si pudiera
despojarse por un momento de la verdad, dejaría de merecer toda la confianza o el afecto. Si
uno dice de alguien: “Es grande, y sabio, y generoso, pero no se puede depender de su palabra”,
¿no sería considerado en general como una persona despreciable? ¿Cómo
entonces, sería degradado Jehová si se le pudiera imputar semejante debilidad?
Parece que San Pablo fue particularmente cuidadoso en prevenirnos contra tener la duda aun
más pequeña acerca de la veracidad divina; porque abunda en expresiones que declaran
su perfección. Dice: “Dios… no puede mentir” (Tito 1:2) y también “no
se puede negar a sí mismo” (2 Tim. 2:13) y luego en términos más contundentes: “Es imposible
que Dios mienta” (He. 6:18). Ni se piense que esto le quitaría poder a Dios: porque poder
mentir sería una debilidad en lugar de una perfección: y así como es una
vergüenza que el hombre esté propenso a violar su palabra, es honroso para Dios el hecho de
que no mienta ni pueda mentir.
IV. Aplicación
1. ¡Cuán vanas son las expectativas de los inconversos!
Los hombres, cualquiera sea su estado, se convencen a sí mismos de que serán felices
cuando mueran. ¡Pero qué ilusa es esa esperanza que se basa en la expectativa de que
Dios resultará ser mentiroso! ¿Quiénes somos nosotros (por así decir) para que Dios
deje de ser Dios a causa de nosotros? ¿Y qué seguridad podríamos tener si
nos admitiera al cielo en oposición directa a su propia palabra? ¿Acaso no podría volver
a cambiar su palabra y arrojarnos al infierno al final? Ciertamente el cielo no sería cielo
si estuviéramos en una condición tan precaria. Dejemos a un lado tales esperanzas
ilusas. Aprendamos a temblar ante la palabra Dios; y procuremos conseguir ese cambio
total tanto del corazón como de la vida, a los cuales están anexadas las promesas de
salvación.

2. ¡Cuán infundados son los temores de los convertidos!

Existe un temor o celo santo que es de alta estima para todos, por más eminentes y
maduros que sean. Pero hay un temor atormentador y servil que brota de la falta de fe,
que retrasa grandemente nuestro progreso en la vida divina. Nos preguntamos: ¿Este
temor surge de una aprehensión de nuestra propia falta de fe o de la de Dios? Si lo
que dudamos es la fidelidad de Dios, sepamos que son “sin arrepentimiento las
mercedes y la vocación de Dios” (Rom. 11:29) y que “el que comenzó en vosotros la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Pero si desconfiamos
de nuestra propia fidelidad, reflexionemos de quién depende nuestra fidelidad:
si dependemos totalmente de nosotros mismos, ¿quién entre nosotros será salvo?
Gracias sean dadas a Dios, pues el que ha sido el autor de nuestra fe, se ha
comprometido a consumarla; (He. 12:2) y ha
prometido no sólo que no se alejará de nosotros, sino que pondrá su temor en nuestros
corazones a fin de que no nos alejemos de él (Jer. 32:39, 40). Entonces afirmemos que
“Dios es verdadero” (Juan 3:33).

Consagrémonos a él en quien hemos creído, y tengamos por seguro de que si permanecemos


sobre el fundamento de su palabra, estamos inquebrantablemente seguros (2 Tim. 2:19).

_______________________
Charles Simeon (1759-1836): predicador y escritor evangélico anglicano que tuvo una
influencia duradera sobre el pensamiento evangélico británico; la experiencia angustiosa de su
conversión le impresionó para siempre con el poder de la Cruz. Predicó teniendo tres
propósitos: “humillar al pecador, exaltar al Salvador, promover la santidad”. Nació en Reading,
Inglaterra.

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