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ANTONIA

Puedo asegurar que fue Tolstoi el que dijo que la mayor sorpresa en la vida
de un hombre es la vejez, pero no estando de acuerdo con eso y sin recordar qué
poeta fue el que lo contradijo, sí creo que la vejez no está hecha para los
cobardes. Es un estado que llega despacio a los seres humanos, y mientras toces
por culpa de tanta nicotina en tus pulmones te estarás preguntando, yo me
pregunto, por qué no puede un anciano comportarse como dice su edad, cómo es
posible que siga involucrado en los asuntos carnales de la tragicomedia humana.
Mi respuesta es que en mi cabeza nada ha cambiado. Veo llover a través de la
ventana y mientras cientos de adolescentes se divierten allá afuera, yo recuerdo
que mi última sensación juvenil la tuve gracias a una mujer, se llamaba Antonia
Miranda y era una de mis estudiantes.
Yo hablaba de crítica práctica la primera vez que la vi entrar al auditorio,
tenia el pelo negro, suelto y algo despeinado.
— Acá vamos, directo a la gran pregunta: ¿Cada libro se convierte en un
texto diferente solamente porque lo leamos?... ¡Pues sí, por supuesto!, pero
porqué. Porque aportamos algo al libro y a nosotros mismos, y si vuelven a leerlo
después de diez años éste volverá a cambiar porque ustedes habrán cambiado.
La belleza está en los ojos de quien la mira.
Siempre he sido vulnerable a la belleza femenina, supe esto desde muy
joven. La señorita Miranda era diferente, tenía un porte perfecto y se vestía como
una abogada de un prestigioso buffet. Su sofisticación la distinguía de las demás,
ella sabia que era hermosa, pero no estaba segura de cómo tenía que llevar su
belleza.
—No tome apuntes, en verdad no vale la pena.
Se sonrojó, y aunque escondió inmediatamente la cara detrás de sus
manos, fue inevitable no percibir que tenía la sonrisa más perfecta que jamás se
hubiera visto en una joven de 23 años.
Debo confesar que jamás mantuve contacto con mis estudiantes hasta que
el curso terminara, muchos menos después de que colgaron junto a mi oficina la
línea directa de acoso sexual. Esperaba siempre hasta el final y después de
zafarme de cualquier responsabilidad organizaba una fiesta para toda la clase y
siempre resultaba ser un éxito. Había jóvenes que se acercaban a preguntar
tonterías, como si una persona de mi edad no notará las ansias que produce tener
al frente a una persona mayor que sale en entrevistas televisivas y que tiene en
sus manos el poder de aprobarlos o reprobarlos según se le apetezca. Admito
que era insoportable que no buscaran ningún tipo de contacto extra-intelectual con
sus compañeros de clase, había jóvenes apuestos y de buen porte y señoritas que
siempre tenían la imaginación más larga que sus vestidos; como no eran capaces
de actuar la depravación de los americanos, se conformaban con hablar de ella.
Esa vez, ella caminó por cada rincón ojeando de paso los cuadros que
había colgados por toda la casa: pinturas, partituras, papiros, cerámicas; era
capaz de servirse vino una y otra vez sin necesidad de voltear siquiera a verme,
no necesitaba mi aprobación para sentirse dueña de ese lugar; sabia en cambio
que yo no le había quitado la vista y eso le era suficiente.
— Señorita Miranda.
— Hola profesor —y deslizando su dedo suavemente, preguntó por una de mis
reliquias colgantes— ¿Ésta es una carta autentica de Kafka?
— Sí, es una de las cartas originales que le escribía a Milena… Fue un
obsequio de alguien.
- De alguien cercano a usted.
- Alguien que me era cercano, señorita Miranda.
- Dígame Antonia, no estamos en clase, no seamos tan formales.
- ¡Antonia!

Se quedó mirándome unos segundos como pidiéndome que repitiera su


nombre una y otra vez, parecía gustarle la evidente lascivia con la que mi boca
se entreabría mientras la miraba directo a los ojos. Me preguntó si tocaba el
piano, y le dije que sí, sin intención de alardear en lo más mínimo de ello.
- ¿Nos tocaría algo?
- Hay demasiada gente, me bloquearía.

Ella seguía mirándome, y en mi no existía la intención de quitarle los ojos


de encima. Antonia invitaba a la formalidad, mostraba una rigidez elegante, una
austeridad de mujer levantada a pulso. Me habló de cómo la universidad no era
sino un sueño de su familia, así que por amor a ellos ahí estaba. No era una mujer
fácil, de haber sido así no habría sido yo quien luchara contra mi propia casa para
deslumbrarla con algo que en definitiva la hiciera ceder.

- ¿Puedo mostrarle algo? –y sin el mayor de los reparos me siguió hasta


el estudio; allí tome un libro de arte y abriéndolo en las páginas que
daban hacia la mitad le mostré una imagen –
- La Maja vestida.
- ¿Lo ve? Se parece a usted… usted se parece a ella.
- ¿Le parece?

Y mientras tapaba el rostro de la imagen dejando sólo ver sus ojos, como
aquella vez en que ella se sonrojó en clase, le pedí que se acercara.

- El color del pelo, y los ojos tal vez. Pero ¿por qué me la muestra?

La tenia, estaba intrigada, así que para no echar todo a perder, cerré el libro
y; la dejé sola, de pie frente a mi escritorio. ¿Por qué hablaba de Kafka, Goya y su
familia cubana? No quiero mal interpretaciones, estaba bien que su familia fuera
cubana, y que ella disfrutara mis clases, pero yo seguía hablando sólo porque
quería acostarme con ella.

Un par de minutos después nos reencontramos en la sala de estar cuando


ya había menos gente, Antonia tenia de nuevo la copa llena de vino y sin
importarle los que aún estaban merodeando, comenzó a decirme en voz baja que
en verdad le interesaba la música pues sus abuelos siempre la habían llevado a la
Opera.
- También me interesa el teatro
- Yo escribo críticas teatrales para algunas revistas… ¿Le interesaría
alguna vez acompañarme al teatro?
- Sí – respondió de nuevo sin parpadear. Sabia lo que hacia, y sin duda,
sabia exactamente a dónde llegaríamos con este juego de aparente
indiferencia –

Días después estuve con Gregorio, un excelente jugador de tenis, poeta e


infaltable compañero de algunas copas cuando la situación lo ameritaba. Le
confesé que no había conseguido nada aquella noche pero que no pensaba dejar
pasar la oportunidad de estar con esa mujer.

- ¿Al teatro? ¿No la puedes invitar a una fiesta normal?


- No lo entiendes, esa chica es de una época completamente diferente,
hay que cortejarla.
- Seguro le bastará con hablar de sexo.

Para ser escritor, Gregorio a veces carece de algo de imaginación. Aunque


admito que en muchas cosas tenía razón, como cuando hablaba de su vida como
hombre casado, lograba casi convencerme en ocasiones de que mi peor decisión
había sido divorciarme.

- También he pasado por el proceso de ganarme las cosas, por eso tengo
a mi familia. Y por amor de Dios, con una esposa también se puede
hablar, tal vez deberías volverte a casar… Lo que debes hacer es
separar tus necesidades, si te apetece ve a museos, mira todos los
Goyas que quieras, pero dedica la parte del sexo sólo al sexo.
No sé si aún hablaba con su mujer de cosas interesantes, pero tenia razón.
Esa noche, luego de despedirnos, recibí una llamada de Carol, llevábamos quince
años viéndonos cada vez que ella regresaba de sus viajes; es una excelente
pintora, una mujer que a pesar de todo sigue fumando como si tuviera 18 y hace el
amor como si tuviera menos de 35.

- Siempre que nos vemos en esta misma cama me repites que no debería
fumar. Llevas quince años intentando que deje de fumar, desde el
primer día que llegue a tu clase… seguro fue tu clase la que me hizo
fumar.

Nunca sabía la ciudad exacta de la que Carol venía o hacia dónde iba así
que para esconder mi falta de interés, y más en ese momento en que Antonia era
lo único en lo que pensaba, halagaba sus deseos de ser su propio jefe, de estar
siempre buscando imitar a ese personaje viajero de Cortázar.
Ella fue la única que no me reprochó jamás el haber dejado abandonada a
mi ex esposa, no estaba interesada en ser la heroína bienhechora de mujeres
indefensas; pero hay que admitirlo, tampoco quería estar lejos de mi, no quería
que mi rechazo terminara siendo el precio que pagara por decir algo inadecuado,
sabia perfectamente que yo había sido siempre el primero en saltar el muro
cuando algo me espantaba de una mujer. Yo creía entonces en el tiempo fuera y
ella prefería no enterarse de nada, así que podría decirse que nos usábamos lo
necesario para estar cómodos cada vez que nos veíamos, a pesar de estar
convencidos el uno al otro de que ninguno se acostaba con nadie más.

Una semana después ahí estaba, sentado en el teatro con Antonia a mi


lado.

- Yo soy el cadáver del rey y esta es mi elevada monarquía, y mis súbditos,


todos, se han enredado en al frente de Marx y patalean en su barba. No
tengo a ningún ingles, ningún sencillo ingles que se acomodo leyendo libros
de autoayuda, de familia, de religión o de amor, sobre todo el amor
romántico. Autos lujosos, centros comerciales; no hay nada más deprimente
que los centros comerciales, son un símbolo de los vicios humanos.
Estamos siempre rodeados de miradas furtivas a nuestros BlackBerries
silenciados. Los seres humanos estamos destinados a tropezar siempre
con hombres a los que se les cae la caspa de la cabeza.

No sabia qué decían y no me interesaba saberlo. Al salir, mientras le ponía el


abrigo le pregunte si quería tomar algo, y aunque repare discretamente que no
teníamos que hacerlo, sólo respondió que no estaba acostumbrada a salir con una
celebridad. Aún creo que hablar de literatura en la televisión pública una vez por
semana o escribir críticas para un periódico cultural no convierte a nadie en una
celebridad. En ese momento la vi dispuesta a todo, sin nervios y con menos
rigidez que en cualquier otra circunstancia; parecía que quería hacerme saber que
su único problema era la simple idea de que la gente la mirara, así que sin dudarlo
le ofrecí mi casa, allí yo seria el único que la miraría. Accedió, y dos minutos
después estábamos en un taxi, sentados de nuevo uno al lado del otro.
Cuando estuvimos frente a la puerta de mi casa, me miro como si fuera a
pedirme algo a cambio por haber aceptado la invitación. No me equivoqué, ya
adentro se sentó en el sofá frente al piano y me pidió que tocara algo para ella.
Mientras sonaba una mal lograda pieza de Palmieri ella se sentó a mi lado
sabiendo que conseguiría ponerle fin a la tonada.

- Ojalá yo supiera tocar.


- Toma lecciones, clases particulares. Aunque si supieras tocar no
tendrías tan buena opinión de cómo acabo de tocar.
- ¿Ahora está buscando cumplidos?

Fue inevitable contener la risa ante sus aparentes comentarios ingenuos.


Se levanto un poco dejando entrever la perfección de su cuerpo, se marcaba en el
vestido negro que se había llevado elegantemente portado para ver teatro.
Jugando con el metrónomo que se encontraba encima del piano llegó a la
conclusión de que se parecía al latido de un corazón.

- Es usted un hombre encantador, lo sabe ¿verdad?


- Si lo dices por haberte mostrado el metrónomo, te juro que no lo inventé
yo.
-
¿Se puede conocer a una persona tan encantadora sin que haya sexo de por
medio? ¡Imposible! Y como no podía quedarme atrás de sus irresistibles encantos,
le enseñé mi cuarto oscuro; no revelaba una foto hace más de 6 años, pero aún
así lo mantenía ordenado pues resultada el lugar perfecto para acorralara a una
estudiante inteligente sin que se sintiera realmente acosada.
Al fondo parecía sonar de la nada una pieza de Schumann, mientras que
entre nosotros la única distancia era una copa. La bese, y como parte del cortejo
que había iniciado días atrás, tome delicadamente su cara entre mis dos manos y
parecía como si estuviera sosteniendo una porcelana. No se resistió un solo
segundo, y cuando menos lo espere mi torso estaba desnudo y con ella en frente,
mirándome tiernamente mientras su espalda encorvada se sostenía contra una
pared.

Unos labios jóvenes en el cuello de un hombre como yo, son la recompensa


perfecta a una larga espera, como si cada mujer que mira con jovialidad pudiera
llegar a ser la mujer perfecta, la Helena virgen, la mujer que durará para siempre
sin pedir nada a cambio.

- ¿Habrá sentido curiosidad por acostarse contigo? Algo como… interés


en poder contarle a sus amigas lo que se siente estar con un hombre de
nuestra edad. Dale gracias al cielo por ese único encuentro.

Fue lo primero que dijo Gregorio cuando le conté lo que había sucedió: ¡Por
fin Antonia!, durante cuatro meses sólo pensé en ella, la deseé a ella, hasta que
por fin lo había logrado. El problema resultó ser que mi inteligencia se había visto
subestimada por una joven de 23 años, la cual resultaría ser mi segunda
perdición; disoluto de nuevo a causa de una mujer. Antonia me recordó que
desde mi divorcio me he preocupado por envejecer cuando en definitiva lo que
debería hacer seria preocuparme por empezar a madurar.

- Para ella soy una de las tantas experiencias que vendrán. Me recordará
como el tipo viejo que de paso le enseñó algo de cultura. Y para tu
pesar, Gregorio, no hubo un único encuentro. Ha vuelto por más.

Era una mujer irresistible, tenía los pechos más bonitos que jamás hubiera
visto y desde el día que le hice saber que me encantaba verla de lejos mientras
estaba desnuda recostada en mi cama, no se cansó de hacerme repetir que la
veneraba, que veneraba su belleza, ella sabia que me era imposible dejarla de
mirar; era una auténtica obra de arte.
Recuerdo que una mañana, después de salir de la ducha decidió que
habláramos de mí, le interesaba saber si había estado con más de cincuenta
mujeres o con menos, a lo cual le respondí que nunca me había interesado
contarlas, aunque probablemente habían sido más de cincuenta. Ella sólo había
estado con cinco, y yo me interesé por saber si eran más jóvenes que yo, pero
resultó ser una mala idea por que cada vez que quería saber algo más recordaba
que de joven yo hacia cosas extrañas sólo por las ganas de sentir que estaba
creciendo, que era grande, y de un tiempo para acá lo único que quiero es ser un
niño otra vez.

Mi vida entera la había dedicado a ser independiente y tras algunos


sacrificios había logrado mi objetivo, pero a pesar de ello fue con Antonia con
quien comenzaron a resurgir sentimientos olvidados: los celos, el miedo por el
paso del tiempo, la inagotable necesidad de no hacerme ni sentirme viejo. Por
esas razones fue ahí que supe que nunca la poseería de verdad.
Me angustiaba si no hablábamos por teléfono todo el día, y me angustiaba
después de haber hablado; siempre quería saber dónde estaba o cómo iba
vestida, sabia que sólo era cuestión de tiempo hasta que un joven la encontrara y
me la arrebatara. Esto lo sabía porque en el lugar de otros yo habría sido el joven
que haría todo por conseguirla.

Ella no me hacia sentir joven, y Gregorio, como siempre, era el único que
sabia que mi mayor angustia era sentirme como jugando futbol con unos
veinteañeros con quienes notas la diferencia desde el primer segundo; una madre
no se hace joven por estar rodeada de sus hijos, y yo no tenia la juventud
garantizada por estar saliendo con una mujer a la que le doblaba la edad.
Hubo un tiempo en que pensé que lo mejor era no volverla a buscar, estar
un paso por delante, ya que tarde o temprano seria ella quien me dejaría por
alguien más, y tal vez si yo había resistido un divorcio era porque había sido yo
quien había abandonado, no a quien había dejado y no estaba dispuesto a pasar
por esa incomodidad a mi edad.

Recuerdo que un día en otoño la lleve frente al mar, seguí los consejos de
Gregorio y busqué ese lugar romántico para terminar con todo, y aunque creí que
estaba encontrando la forma de hacerle el menor daño posible, era evidente que
por más de que lo intentará no podía engañarme, no era capaz de dejarla. Esa vez
ella me hablo de su familia, ella no quería que su salida de Cuba resultara ser su
primer y único viaje, así había sido la vida de sus padres y ella quería una distinta.

- Déjame llevarte a otros sitios –le dije mientras en mi cabeza sólo


recordaba que la había llevado allí para despedirme de ella – A París o a
Madrid este verano, tal vez en Prado veríamos los auténticos de
Velázquez o Goya.
- ¿Lo dices enserio?
Le dije que sí, y que nuestro viaje acabaría en Venecia. Le habría
encantado conocer Italia y, tal vez, montar en góndola conmigo, o, tal vez, a mi me
habría encantado hacerlo con ella; yo estaba descubriendo que estaba dispuesto
a hacer todo por ella, pero ese día las cosas empezarían a cambiar.

- ¿A dónde vamos a cenar?


- Esta noche no puedo, saldré a bailar con mi hermano a ese bar de
siempre.

¿Hermano?, no sabia que tuviera uno, y ante mi pregunta al respecto lo


único que pudo responder fue “aún no sabes muchas cosas de mí”. Ese momento
pasó en cámara lenta: el pelo de Antonia se movía con la brisa de la tarde y ella
no dejaba de sonreírme mientras caminaba hacia el auto, y yo… sin una sola
palabra coherente para decir, no fui capaz de preguntarle si era verdad que esa
noche saldría con su hermano.
Las veces que no estaba conmigo me volvía deforme pensando dónde
podría estar, y todo porque ella insistía mil veces en decirme cuanto me adoraba,
y lo decía enserio, pero jamás me decía que me deseaba como hombre. Muchas
veces la imaginé con otros, hombres jóvenes, desvistiéndose lentamente como lo
hizo conmigo la primera vez. La desesperación me llevaba a mirarme en un espejo
y gritarme por amor a Dios, José, cálmate.
Esa noche los impulsos maniáticos que siempre reprime un hombre sobrio
como yo se apoderaron de mi, y como sabia dónde quedaba aquel bar fui a
buscarla. Nunca pensé en qué le diría cuando me viera allí, ¿me habría dicho la
verdad?, ¿y si no la encontraba?, no tenia excusas, ni coartada; sí, me había
enamorado, y esto quedaría al descubierto al igual que mis posesivos celos.

El lugar era un bar de son y estaba lleno de hombres jóvenes y mujeres


guapas, casi todas de pelo negro y vestidos sueltos pero ninguna era como
Antonia, ¡Antonia! Allí estaba, casi en la mitad de la pista con un joven de su
misma edad; no había nada comprometedor en lo que hacían; bailar, sólo eso.
Cuando me vio se dirigió a mí con la cabeza algo agachada y la mirada
avergonzada; ahora que la recuerdo creo que en realidad no era vergüenza, tenía
miedo: ¿qué hacía un hombre de 53 años como yo parado en la puerta de un bar
mirando hacia todos lados?

- ¿Qué estás haciendo aquí? –me preguntó mientras yo intentaba


besarla– ¿Has venido a controlarme?
- Iba a la casa de Gregorio y vi el local así que…
- ¿Quieres estropearlo todo?

Y mientras yo respondía que no, sólo me dijo tendrás que aprender a


confiar en mí; después de eso se devolvió a la pista, sin voltear siquiera a ver si
seguía allí de pie.

- Te llamaré mañana
- No, te llamaré yo.

Jamás me había comportado tan estúpidamente, ni siquiera cuando tuve su


edad.

- Lo bueno es que se ha acabado, ya no querrá volver a verme, y la


entiendo, yo en su lugar tampoco querría volver a verme – le dije a
Gregorio esa misma noche mientras compartíamos un trago para hogar
el desencanto, o la vergüenza… cada quien juzgará –
- Sí, mejor así.

Durante cuatro noches cené solo en casa, acompañado de unas cervezas y


el piano, pensé en que me sería fácil acostumbrarme a estar de nuevo solo… solo
con Carol. Pero a quién quería engañar, Carol ya no era suficiente, nunca lo había
sido, por eso en sus ausencias una estudiante nueva la remplazaba.
Sonó el teléfono, era Antonia, me esperaba en media hora para cenar
juntos. Demoré veinticinco minutos en llegar, el tiempo justo para verla bajar de un
auto negro del cual nunca le pregunté nada, preferí no cometer otro error. Al entrar
al restaurante nos sentamos en una mesa reservada –¡Había terminado!, parecía
planeado para eso aquel encuentro –, recibió la carta y sin siquiera mirarla me dijo
que llevaba varios días pensando en nosotros.

- Y qué has pensado –mientras tanto en mi cabeza sólo se repetía una


posible respuesta: que todo ha terminado –
- ¿Qué quieres realmente de mí? Te has pasado toda la vida teniendo
relaciones sin nunca establecer lazos con nadie y al menos me gustaría
saber qué soy yo para ti.

No supe que responderle, así que ella sólo me recordó que mi sentimiento
de celos y mi actitud posesiva no ayudaban en absoluto; ella tenía razón, incluso
los niños se ponen celos de sus juguetes nuevos hasta que se cansan de ellos y
quieren otros nuevos. Antonia sabia que eso podía pasar entre nosotros. Yo
seguía sin decir una palabra y ella sabia por qué: un futuro a su lado me asustaba.
Había una diferencia de treinta años entre ella y yo, tenía toda una vida por
delante y sólo era cuestión de tiempo para que ella también se diera cuenta.
Entendí tarde que Antonia no quería saber qué haría ella, sino qué haría yo con
ella; aún me siento estúpido por no haberle dicho que me había enamorado. Aún
así esa misma noche la tuve de nuevo en mi cama.

Hacer el amor con una mujer es la mejor forma de vengarse de todas las
cosas que nos han derrotado en la vida. Me había pasado la vida saltando de una
relación a otra porque eso me hacia sentir que nunca estaba solo y que el tiempo
no pasaba. ¿Quién soy yo para ti me había preguntado ella? Pero y quién era yo
para ella… me daba miedo preguntarle. Ahora me pregunto cuánto tiempo
podríamos haber durado.
Carol era increíble, y había logrado por muchos años sorprenderme con esa
capacidad de poseer un encanto inigualable que la mayoría de las mujeres de su
edad ya habían perdido. Recuerdo que por esos días llegó sin avisar con un ramo
de rosas rojas en la mano; ella era mi único punto de contacto con ese hombre
seguro de si mismo que solía ser. Atropellaba y huía, era mi versión femenina,
venia de dos matrimonios desastrosos que la habían vuelto una mujer sin agendas
escondidas ni líos complicados, era lo único a lo que me agarraba sin miedo, una
mujer mayor.
Esa fue la última vez que la vi en mi cama, descubrió en la gaveta una ropa
interior de Antonia y aunque intenté buscar una excusa ya era demasiado tarde
cuando fui disculparme, se subió al coche y no volvía a saber de sus cuadros, de
sus viajes ni de ella.

Las mujeres guapas son invisibles porque aunque jamás pasan


desapercibidas, nunca se conoce realmente a la persona que son. Los hombres
sólo vemos el hermoso caparazón porque nos bloquea la barrera de la belleza,
siempre estaremos tan deslumbrados por lo exterior que nunca llegaremos al
interior.

Tres meses después fuimos con Antonia de nuevo a ver el mar, allí
volvieron las ganas por hacer fotografía pues sentía que podría atraparla por un
par de segundos al menos. Una foto preciosa, una mujer preciosa, y que fuera
más joven que yo no la convertía en una niña; también tenia inteligencia, una
manos preciosas y yo quería acostarme con ella siempre que la tenía cerca.
Para Antonia llegué a parecer un hombre sínico, para mí en cambio mi
actitud frente al mundo era la de un hombre realista, y aunque infantil a veces,
alcancé a durar un año con ella. Era como una montaña rusa, pero como todas las
atracciones de los parques de diversiones, antes o después, se acaban.

Los padres de Antonia organizaron una fiesta por su graduación y como era
de esperarse ella quería que estuviera allí, pero en realidad no me importaba si
seguían pensado que salía con un narcotraficante, no quería hacerlo, no había
aparecido en su cumpleaños ni en Navidad y no iba hacerlo en ese momento; a
pesar de todo le dije que iría. Allí estaría sus tíos, primas, amigos de infancia y
seguramente los dos jóvenes con los que hizo un trío sexual a los 18, y yo… a mí
me presentarían como el profesor cincuentón que sale por televisión dando
charlas de literatura; se me juzgaría por mi edad: la joven que se acuesta con el
viejo porque quiere algo a cambio o el viejo que encuentra satisfacción sólo en
perseguir jovencitas. Una noche antes de la fiesta me dijo por teléfono que quería
contarme algo importante, pero eso no era suficiente, ya había decidido no ir.
Era un hombre patético, llegué a la puerta de su casa y no fui capaz de salir
del auto. La vi durante una hora entrar y salir, estaba realmente hermosa con ese
vestido blanco de escote profundo en la espalda, hoy me lamento no haberme
bajado del coche. Le mentí, la llame y dije que no podría llegar. Ese día me sentí
como un actor que interpreta al anciano sabio que lo sabe todo, el que siempre
sabe más, el que sabe qué es buena cultura y lo que la gente debe o no decidir.
¡Creí que sabía tantas cosas! Pero había dejado sola a Antonia justo en el
momento en que me había demostrado que lo significaba todo para ella; me
quería, me quería tanto.
No llamó al otro día, ni al siguiente; no volvió a llamarme.

Durante cinco años lo más emocionante que me sucedió fue servir de


consejero a mi hijo cuando decidió otorgarme el título de padre al confesarme que
le había sido infiel a su esposa. Antes y después de este suceso, durante mucho
tiempo, seguía pensando en ella, ninguna otra estudiante miraba, caminaba o
hablaba como ella, ninguna mujer se parecía a Antonia.
No supe si había hecho lo moralmente correcto al dejarla sola, pero de
haber sido así, tampoco había sido moralmente correcto dejar sola a mi ex esposa
cuando mi hijo tenia tan solo 3 años; ahí entendí que Johnny sólo buscaba que yo
me identificara con él como padre e hijo, no que intentará, como siempre,
simplificar una situación delicada. Pero ya lo había hecho antes: Ana, Johnny,
Carol, Antonia… aunque intentará convencerme de que esos destinos habían
tenido un final natural sabia me quedaría definitivamente solo.

Le oí decir a Gregorio durante mucho tiempo que la vida siempre guarda


más sorpresas de las que uno se imagina, y yo, tras una vida de silencios y
mentiras, esperaba que fuera así. Él era un buen amigo, me sacó de casa cuantas
veces pudo e insistió en que volviera a dar clases, pero no logró convencerme, por
lo menos no en vida.
Después de la pérdida de Antonia, la muerte de Gregorio fue un suceso
devastador para mí, fue la única persona que me aceptó tal y como era y yo a él;
sólo nos diferenciaba algo: él no le temía a la vejez, por eso a él la edad le llegó
con la muerte y a mí con la soledad.

Un año después de la muerte de Gregorio volví a dar clases en la


universidad y pensaba con libertad que ya había logrado superar a Antonia, pero
¿a quién quería engañar? Por más estudiantes jóvenes que pasaban por mis
fiestas yo no lograba encontrar mi equilibrio ni recuperar mi independencia.
Había actuado como quinceañero toda la vida, me había quedado
esperando que llegara el momento adecuado para todo y nunca llegó; por eso, sin
esperarlo, el momento de reivindicarme con la madurez me había alcanzado. Era
invierno, recuerdo que era viernes y el reloj marcaba las 5:00 pm en punto cuando
al llegar a casa oí un mensaje guardado en el contestador:

- Hola, José, soy Antonia. Estoy en la ciudad y necesito contarte algo.


Prefiero ser yo quien te lo diga antes de que llegué alguien más a
decírtelo. Llámame por favor. Adiós

Mi consuelo hasta ese día había sido pensar una y otra vez que ella tarde o
temprano se iba a dar cuenta que no existía futuro al lado de un hombre treinta
años mayor, me había dicho a mi mismo tantas veces que todo había sido una
equivocación y que nada de eso debería haber ocurrido. Pero allí estaba de
nuevo; seguro aparecería como una mujer a la que el día a día le había cambiado
la forma de ver el mundo, la gente, los hombres.
Y aunque su voz era tan distinta, supe que había vivido todos esos años
para oír de nuevo alguna palabra suya. Me derrumbe y caí al suelo mientras
escuchaba su mensaje una y otra vez imaginándome lo peor. ¿Estaba
enamorada, iba a casarse y tal vez hasta quería mi bendición?, y qué tal si yo
tenia un hijo y nunca me lo había querido decir. Había dejado su número de
teléfono así después de dos horas la llame.

- Cuando te dejé el mensaje estaba en el auto frente a tu casa, te vi entrar


pero pensé que te molestará si aparecía de repente.
- Qué haces manejando por la ciudad a estas horas, es navidad.

Estaba aturdida, no parecía Antonia, mi Antonia; le pedí que subiera.


Cuando abrí la puerta me resultó tan hermosa como hacia seis años, aunque sí
había algo diferente en ella.

- Es bueno verte. Me gusta tu peinado


- Lo corto un poco todos los días, para que cuando desaparezca no lo
eche tanto de menos.

Me senté junto a ella en el sofá y mientras la miraba, intentando encontrar


en sus ojos al menos un mínimo rastro de esa alegría de la que me había
enamorado, me contó sin temblor en la voz que se estaba muriendo.
Estaba enferma, un cáncer llevaba tres años comiéndosela por dentro y ya
era demasiado tarde para hacer algo, así que había decidido no someterse a
ninguna operación. Había visto a un médico, a un segundo y a un tercero sin
recibir ningún resultado alentador, así que había tomado la decisión de rehusarse
a más humillaciones por culpa de la lástima.
Me confesó que tenía pánico, no supe contenerme y la beses mientras me
corrían por la cara unas lágrimas de anciano impotente. Seguía enamorado y
lloraba por eso, esta vez si la iba a perder para siempre. Intentó hacerme reír
diciendo que ahora se sentía mayor que yo, pero de la broma pasó a la angustia al
confesarme que cualquier postura le resultaba incomoda porque a donde fuera
que mirara su continua muerte le recordaba que estaba atrapada dentro de si
misma.
Su cara estaba algo delgada pero conservaba los ojos de aquella Maja de
Goya con la que la había comparado alguna vez.

Quería pedirme un favor, o bueno, eran dos en realidad.

- Después de ti no tuve otro novio que amara mi cuerpo como lo hacías


tú. Muchos hombres se enamoraron de mí pero no me interesaban. Sé
que tu me querías y que amabas mi cuerpo, así que antes de que los
médicos y el cáncer lo destrocen quiero que hagas algo por mí.

Se desvistió mientras yo apagaban las luces, se acostó en el sofá mirando


al techo y yo comencé a tomarle fotografías desnuda. Su cuerpo se mantenía aún
intacto, los senos perfectos, la cintura, las piernas; quería recordarse así por el
tiempo que le quedará y no iba a ser yo quien le negara esa posibilidad. En cada
foto quedó una lágrima suya, y aún no sé si las fotos las quería como parte de su
propio recuerdo o sólo quería que yo no la olvidara, fuera como fuera no alas
recogió nunca y yo aún las guardo.
Cuando terminamos era ya la media noche y por la televisión transmitían la
celebración de todas partes del mundo; mientras tanto ella y yo brindábamos por
que la vida – o la muerte, ya no lo sé – nos regalaba la posibilidad de despedirnos.

- He echado de menos todos los sitios a los que nunca fuimos…


- ¿Quieres que te acompañé si es que decides ingresar al hospital?
Pensé que no podía hacerlo sola, pero era un tonto, ella había podido sola
todos estos años y yo le había dado la peor de las herramientas para no caer.

- Para que empezar ahora, me dejaste sola una vez y nada me garantiza
que no lo harás ahora. Además, tú puedes hacer todo solo.

Su tono cambio, sus cejas, su mirada, y mientras se acercaba a mi boca


nos cogió la navidad uno en brazos del otro. Se puso de pie y mientras se vestía
me dijo que necesitaba un último favor; sacó de su cartera un paquete y lo puso
sobre la mesa junto a la puerta, me pidió que no lo abriera hasta que tuviera
noticias suyas. Si aún me quieres lo guardaras hasta que creas que es hora de
mirarlo, se estaba despidiendo y mi cara reflejaba más miedo que la suya; yo fui
un pobre imbécil porque bien han dicho que si una mujer corre es porque espera
que corran detrás de ella para alcanzarla, y yo no fui capaz, por segunda vez no
fui capaz.

Hace un mes me enteré que Antonia había muerto, y mientras veo llover sin
esperanzas ya de encontrar alguna compañía confiable, espero haber cumplido
con su último favor. Aquel paquete que dejo junto a la puerta era el manuscrito de
una novela, se dedicó a escribirla desde hace tres años cuando se enteró que
tenía cáncer… cuenta esta historia, la nuestra.
He utilizado a mis amigos para que ese libro vea la luz, y la única condición
que he puesto es que la portada lleve una de las fotos que tomé la última vez que
la vi.
No sé si más adelante me avergonzará decir que el amor de mi vida fue una
de mis estudiantes, una joven treinta años menor que yo, pero sí sé que nunca me
dará temor decir que la literatura escrita por mujeres como ella no pide excusas
por si misma, y aunque muchos no sabemos exactamente que es la poesía o la
buena literatura, sí podremos siempre reconocerla cuando la oímos o la leemos.
Antonia será para mi de ahora en adelante parte de una melodía, de una
letra, de una palabra no egocéntrica, una palabra que encontró la vida sólo a
través de la muerte.

Para José,
porque para ti el tiempo pasa
mientras miras a otro lado
Te lo dice tu Beatriz, tu Matilde,
tu Simone… Tu Antonia

Antonia Miranda

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