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MILROY; J. y L. MILROY, (1987), Authority in Language.

Investigating Language Prescription


and Standardisation. New York, Routledge and Kegan Paul, cap 1.

PRESCRIPCIÓN Y ESTANDARIZACIÓN

TRADUCCIÓN: MIRIAM SIMONELLI - SELECCIÓN Y SUPERVISIÓN: S. RAMÍREZ GELBES

1. LA PRESCRIPCIÓN EN EL LENGUAJE Y SUS CONSECUENCIAS

La prescripción siempre depende de una ideología o conjunto de creencias que requieren,


en el uso del lenguaje como en otras materias, que las cosas sean hechas de la forma “correcta”.
Podemos, quizás, entenderlo mejor si comparamos el lenguaje con otros aspectos de la conducta
humana, tales como las conductas en el vestir o en la mesa. Si en una cultura particular, en un
tiempo determinado, los invitados a una cena deben usar ropa de noche y utilizar sus cuchillos y
tenedores de una manera particular, estos requerimientos son prescriptivos, es decir, son
impuestos desde “arriba” por la “sociedad”, no por acuerdo ad hoc entre los mismos invitados.
Y son también arbitrarios: en Norteamérica, por ejemplo, el tenedor es traspasado a la mano
derecha para comer; mientras que, en Gran Bretaña, el tenedor permanece en la mano izquierda
y el cuchillo en la derecha. En realidad, uno podría pensar en una variedad de formas
perfectamente eficientes – además de estas– en las cuales una comida puede ser comida en esas
culturas y, sin embargo, se sabe que la más mínima desviación de las normas prescriptas es
observada y considerada como “malos modales”.
El lenguaje es un fenómeno mucho más complejo que los modales de la mesa: es,
además, un aspecto central de la experiencia humana. Mientras que los modales de mesa son
codificados en un manual de etiqueta, el “correcto” uso de la lengua es codificado en manuales
de uso. Es probable que todos los hablantes del español (y posiblemente la mayoría de los
hablantes de muchas otras lenguas) tengan un número de opiniones definidas sobre lo que es
“correcto” o “incorrecto” en su idioma. A menudo y para tomar decisiones, los hablantes suelen
tomar en cuenta las opiniones de los expertos más que su propio conocimiento de la lengua.
El lenguaje, como hemos sugerido, es un fenómeno mucho más complejo que los
modales de la mesa; y es difícil separar la naturaleza de la prescripción de la lengua (i.e. la
imposición de normas de uso por la autoridad) de un número de fenómenos relacionados, tales
como la normalización y la estandarización de la lengua. En este primer capítulo, intentaremos
abordar estas dificultades; en particular, relacionaremos, muy ampliamente, las actitudes
prescriptivas con la estandarización de la lengua. Sin embargo, debemos primero considerar
brevemente algunas de las consecuencias de las actitudes autoritarias y prescriptivas hacia el
comportamiento lingüístico, en la vida diaria de los individuos. Estas consecuencias son más
amplias que lo que usualmente se ha reconocido y es parte de nuestro propósito en este libro
indicar cuán profundamente nos afectan estas actitudes y cuán generales son sus consecuencias.

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Algunas de las consecuencias de la prescripción lingüística son bastante conocidas,
aunque el público las acepta habitualmente y no las cuestiona. Una persona que habla
perfectamente español, pero que tiene usos “subestándar” ocasionales (es decir, omisión final
del sonido “s” en los plurales, por ejemplo) bien puede descubrir que su movilidad social está
bloqueada y su acceso a ciertas clases de empleo puede, por ejemplo, ser vedado, sin que exista
ninguna admisión oficial de que la negativa depende en parte o totalmente de su uso del
lenguaje.
Muchos lectores pueden creer que es correcto que la gente deba ser rechazada en los
empleos a causa de una pronunciación o gramática “erróneas”, posiblemente justificando esta
opinión con el argumento de que estas faltas son signos de “descuido”, que reflejan el carácter
del individuo. Esos lectores no deben ser conscientes de que gran cantidad de sus conciudadanos
están acostumbrados a cometer faltas (como la de la “s”), y que por eso están, entonces,
condenando a una amplia proporción de la población. Además, aquellos que hacen uso de una
así llamada gramática y una pronunciación “inaceptables” pertenecen generalmente a grupos
sociales bajos. Por lo tanto, tales actitudes hacia el lenguaje pueden ser interpretadas como una
forma de discriminación de clase social, y hasta puede ser que, cuando el poder político
favorezca a ciertos grupos de elite, se base en estos argumentos. Aunque la discriminación
religiosa o de clase social no es públicamente aceptable, sí parece aceptable la discriminación
lingüística, aun cuando las diferencias lingüísticas puedan estar asociadas a las diferencias
étnicas, religiosas y de clase (ver J. R. Edwards, 1979; Hudson, 1980).
En los últimos años, como resultado del desarrollo de la investigación sociolingüística,
es posible determinar un número de problemas prácticos en conductas sociales y educativas que
pueden estar afectadas por actitudes prescriptivas hacia el lenguaje. Por un lado, la investigación
ha tratado de identificar las desventajas culturales y sociales que encuentran los grupos
minoritarios en la adquisición y uso de la lengua de la mayoría. Y, por el otro, entre otras cosas,
se ha ocupado de un área en la cual la ideología prescriptiva se vuelve importante: la de las
evaluaciones escolares.

2. LINGÜÍSTICA Y PRESCRIPCIÓN

La existencia de actitudes prescriptivas es bien conocida por los especialistas en


lingüística pero, en la lingüística dominante de los últimos años, los expertos han reclamado
generalmente que la prescripción no es una parte central de su disciplina e incluso que es
irrelevante para la lingüística. Este hecho no ha sido estudiado como un fenómeno
sociolingüístico, aunque lo es. Todos los textos introductorios de lingüística afirman que se trata
de una disciplina descriptiva y no prescriptiva:

Lo primero y lo más importante es que la lingüística es descriptiva y no


prescriptiva. Un lingüista está interesado en lo que se dice, no en lo que él piensa
que debe decirse. Describe la lengua en todos sus aspectos, pero no prescribe reglas
de corrección (Aitchison, 1978:13).

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Si bien es necesario insistir en la prioridad de la descripción, no se debe dejar de lado
que la prescripción debería ser estudiada en algún punto. Sin embargo, la reserva expresada
comúnmente sobre la prescripción, en la práctica, ha conducido a una tendencia general a
estudiar el lenguaje como si el fenómeno prescriptivo no fuera parte de la lengua. Muchos
profesionales especializados en este campo parecen compartir lo antes dicho: mientras parece
respetable estudiar gramática formal, no parece respetable estudiar prescripción. Las posiciones
de los lingüistas, en última instancia, terminan teniendo poco o ningún efecto en el público en
general, que continúa buscando diccionarios, gramáticas y manuales como autoridad en el uso
“correcto”.
Las escuelas modernas de lingüística han hecho siempre hincapié en que su disciplina es
fundamentalmente descriptiva y no prescriptiva. Durante este siglo, sus afirmaciones han sido
motivadas por un deseo de estudiar el lenguaje en todas sus formas tan objetivamente como sea
posible. Si queremos saber más sobre la lengua como fenómeno y sobre la capacidad humana
universal para usarlo, entonces debemos tratar de basar nuestra disciplina en hechos observables
y no, ciertamente, sobre un conjunto de prejuicios. Después de todo, sería absurdo para un físico
negarse a estudiar una molécula porque cree que es más “descuidada” que otra molécula, o para
un zoólogo clasificar animales en términos de “fealdad” o “cordialidad”, en lugar de hacerlo por
su pertenencia a un género, etc.; es igualmente absurdo para el lingüista excluir de su estudio
algún uso particular del lenguaje porque tiene una actitud negativa hacia él. En esta visión de la
lingüística, la idea de verla como “ciencia” obviamente causa mucha preocupación.
Desde la década del 50, ha habido una decadencia en la enseñanza de la gramática en las
escuelas. Algunos educadores han interpretado los ataques a la gramática prescriptiva como
ataques a la enseñanza de la gramática en general, y los profesores universitarios estamos viendo
que ahora algunos estudiantes entran a las universidades para estudiar Letras o algún
profesorado en una lengua moderna con una idea bastante vaga de la terminología básica
gramatical (palabras como: sujeto, transitivo, preposición, por ejemplo). Algunos comentaristas,
incluso, han reclamado que ha habido una declinación en la alfabetización como resultado de
esta tendencia. No vemos razón para este último punto, ya que es una cuestión relativa que no
puede ser adecuadamente testeada. Aun así, algunos expertos en lingüística han sido culpados
por el decaimiento en la enseñanza de la gramática y la supuesta decadencia en la alfabetización.
De todos modos, en los últimos años, el desarrollo de la sociolingüística ha despertado
un interés mayor que el habitual en los textos basados en lingüística, en la estandarización del
lenguaje y también en la naturaleza general de la variación y el cambio de la lengua. Cuando
vemos la lengua fundamentalmente como un fenómeno social, no podemos ignorar la
prescripción y sus consecuencias. El estudio del autoritarismo lingüístico es una parte
importante de la lingüística, y como lingüistas sentimos la obligación de intentar reparar el vacío
entre las visiones de la lingüística y la no-lingüística sobre la naturaleza y uso del lenguaje. Una
razón para ello es que estas actitudes hacia la lengua tienen consecuencias prácticas, por ejemplo
en educación, leyes, negocios y terapia del habla. Pero la mejor razón para estudiar la
prescripción es simplemente porque es interesante en sí misma.

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3. ACTITUDES HACIA EL LENGUAJE

Como vimos anteriormente, las actitudes expresadas por mucha gente hacia el lenguaje
son prescriptivas, mientras que los especialistas normalmente creen que la lingüística es una
“ciencia” descriptiva que no tiene lugar para juicios de valor. En esta sección, exploraremos un
poco más esta diferencia, pero, además, propondremos que las opiniones públicas, como se las
expresa abiertamente, no siempre son idénticas a los puntos de vista que la gente tiene de
manera privada. Bolinger (1980: 1-10) ha dicho mucho sobre lo que él llama la lingüística
chamanista: ha observado que ciertos escritores se autoproclaman guardianes públicos del uso,
haciendo comentarios sobre el supuesto mal uso de la lengua y la decadencia lingüística. Estas
afirmaciones aparecen frecuentemente en la prensa; no obstante, los juicios propios de la gente
no son tan fácilmente accesibles. En lo que sigue, primero exploraremos las diferencias entre la
opinión de la lingüística y los juicios públicos de los no-lingüistas; y luego pasaremos a señalar
ciertas dificultades para conciliar estos puntos de vista públicos con el verdadero discurso de los
hablantes comunes.
De todos modos, la gente común está acostumbrada, desde tiempo inmemorial, a realizar
juicios de valor sobre la lengua. Se ha considerado incluso que algunas palabras tienen
propiedades mágicas o se las ha calificado de tabú. Ciertas palabras referidas, por ejemplo, a la
deidad, a la enfermedad, al sexo o a la muerte pueden ser prohibidas y en algunas sociedades a
un hombre no se le permite usar el nombre de su suegra. Ciertas palabras asociadas con
funciones del cuerpo están prohibidas en la mayoría de las circunstancias y reemplazadas por
eufemismos tales como pipí o, en circunstancias formales, por términos técnicos tales como
heces o vagina.
Las historias de los idiomas están llenas de cambios rápidos, de variaciones motivadas
por la prohibición del tabú, y hasta los mismos eufemismos toman las asociaciones
desagradables de las palabras que ellos reemplazan. Todo esto parece ser muy ilógico, pero es
parte de la vida de la lengua. El usuario común de la lengua aparentemente no está de acuerdo
con la observación de sentido común de Shakespeare: “Lo que nosotros llamamos rosa, olería
igual de dulce con cualquier otro nombre”, y todos sentimos que las palabras de nuestro idioma
tienen asociaciones inherentes con las cosas que representan. Como el granjero que dijo,
mientras miraba a los cerdos revolcándose en el chiquero, “Por algo los llaman cerdos”.
Aparte de las creencias en la magia, el tabú y el poder de las palabras hay otras opiniones
sobre el idioma que no aceptan la doctrina lingüística de la arbitrariedad. Muchas de estas
opiniones tienen que ver con los condicionamientos de la estratificación social y cultural.
Algunos dialectos de un idioma son considerados más hermosos que otros. Algunos idiomas son
considerados más lógicos que otros. Consideraremos más adelante estas actitudes y sus
consecuencias en mayor detalle. Por el momento, aceptemos que, a pesar de que las estructuras
formales de la lengua y las de los dialectos no son fenómenos apropiados para juicios de valor,
los hablantes del idioma les fijan valores a palabras particulares, a estructuras gramaticales y a
sonidos del habla. Aparentemente hay un hueco muy grande entre lo que los lingüistas piensan
sobre la lengua y lo que la gente común asume sobre el uso en su vida diaria. No obstante,
ocasionalmente, los guardianes realizan demandas basadas en el uso real, que contienen
implícitamente reclamos acerca de la superioridad de un sistema lingüístico sobre otro.
Desde el punto de vista del sistema lingüístico, los argumentos de que una lengua o
dialecto es lingüísticamente superior a otros son generalmente muy difíciles de sustentar. El
número y complejidad de las reglas gramaticales, en cualquier idioma o dialecto, no pueden ser

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notoriamente mayor o menor que en otro idioma o dialecto; y un mayor numero de reglas no
puede, en cualquier caso, significar superioridad. Por lo tanto, los lingüistas generales creen que
esto no tiene sentido como argumentación. Las consideraciones de superioridad o inferioridad,
belleza o fealdad, coherencia o incoherencia en el uso son vistas como irrelevantes en el nivel
del sistema, aunque pueden ser relevantes en el nivel del uso.
Por otra parte, si los reclamos acerca de la superioridad de una lengua sobre otra no son
sensibles a una prueba rigurosa, tampoco podemos demostrar que un idioma es igual a otro. En
un contexto académico científico, esta última proposición es vista como una afirmación de
hipótesis nula. Pero ni esta demanda ni la exigencia sobre la superioridad es un hecho que
admita una verificación o falsificación satisfactoria: los dos reclamos son las caras de la misma
moneda, y como la gente los concibe así y los debate, terminan siendo afirmaciones más
ideológicas que científicas.
No estamos intentando sugerir que las prescripciones deberían ser desestimadas y
alguno de los usos “rechazados” elevados a la categoría de corrección. Simplemente, nos
gustaría resaltar dos cosas. Primero, que los guardianes del idioma habitualmente sienten una
fuerte compulsión a seleccionar uno, y solamente uno, del conjunto de usos equivalentes y
recomiendan ese uso seleccionado como la forma “correcta”. Segundo, que su elección es a
menudo arbitraria en términos lingüísticos: las otras variedades son útiles también.
Habitualmente, los argumentos que fundamentan la selección de una forma pueden ser igualados
por buenos argumentos que fundamentan la selección de las formas rechazadas. Pero todos estos
juicios son racionalizaciones post hoc y no prueban nada en sí mismos.
Una tarea fundamental de la sociolingüística es explicar por qué las diferencias
lingüísticas –que son esencialmente arbitrarias– tienen asignados valores sociales. Otra tarea
asociada es explicar por qué la gente continúa usando las variedades no estándar cuando
proclaman públicamente su acuerdo con que la “estándar” es la “correcta”. ¿Cuál es, entonces,
la función de las actitudes prescriptivas y qué efectos tienen? Esta rara combinación entre el uso
verdadero y la opinión pública de la gente constituye una de las muchas paradojas de la
sociolingüística. Pero está ciertamente claro que en el común de la gente hay algún acuerdo de
que ciertos usos fonológicos, gramaticales y léxicos están estigmatizados, mientras otros
implican prestigio. Las historias de los idiomas parecen contener muchos casos de
contradicciones y criterios cambiantes para el mismo fenómeno lingüístico arbitrario.
Algunos lectores pueden sentir aun que ciertos tipos de uso resultan mejores que otros –
quizás más lógicos, precisos y efectivos, o menos ambiguos o menos vagos. Como vemos, esto
es a menudo correcto en el nivel del uso. Evaluar el uso en contra del sistema, sin embargo,
depende de hacer un número de cuidadosas distinciones, de las cuales la principal es la existente
entre habla y escritura. Los juicios prescriptivos y la estigmatización de formas particulares no
han hecho, normalmente, la necesaria diferenciación entre sistema y uso o entre habla y
escritura. Por lo tanto, es apropiado preguntar cuál es la función de los guardianes públicos del
uso si, en muchos casos de prescripción gramatical, fonológica y elección de palabras, sus
recomendaciones son en buena medida soslayadas.
En lo que sigue, haremos algunas distinciones que conducirán de alguna manera a
responder la cuestión. Fundamentalmente, el rol de los guardianes está relacionado con la
ideología de la estandarización, con el hecho de guardar viva la noción de una lengua estándar
en la mente del público. En muchos casos, las funciones de estos guardianes están también
relacionadas con la claridad y la efectividad en la comunicación, pero sus prescripciones se
enfocan mucho más en los estilos escritos y públicos que en el habla. Sus recomendaciones

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pueden, a menudo, ser inteligentes con relación al uso de lo escrito y de la intención, pero
vemos que el fracaso general en la premisa de considerar al lenguaje hablado como opuesto al
escrito puede tener consecuencias desafortunadas.

4. LA ESTANDARIZACIÓN DEL LENGUAJE

Por muchas razones, es difícil señalar una clase invariante del español que pueda ser
apropiadamente llamada estándar, a menos que solo consideremos la forma escrita como
relevante. Solo en el sistema de ortografía es donde auténticamente ha sido lograda la
estandarización, desde el momento en que las desviaciones de la norma no son toleradas en ese
sistema.
No obstante, cuando nos referimos al español oral “estándar”, tenemos que admitir que
un alto monto de variación es tolerado en la práctica, y los expertos con frecuencia han debido
suavizar su definición de estándar en relación con el habla. Así, es posible decir que una
variedad estándar del español –ampliamente uniforme en su gramática y vocabulario– es
hablada en una variedad de diferentes acentos (Quirk, 1968), o hablar de “variedades del
estándar” (Trudgill and Hannah, 1982; cf. también la idea de Wyld (1936) sobre «Estándar
Modificado»). Estrictamente hablando, sin embargo, la estandarización no tolera variabilidad.
Por eso es mejor, a nuestro criterio, mirar la cuestión del estándar con una luz diferente, y
hablar de estandarización como un proceso histórico, que –en mayor o menor grado– está
siempre en progreso en las lenguas que lo sufren. La estandarización, en primer lugar, está
motivada por varias necesidades sociales, políticas y comerciales y es promocionada de varias
maneras, incluyendo el uso del sistema de escritura, que está ampliamente estandarizado; pero la
estandarización absoluta de una lengua hablada nunca es alcanzada (la lengua estandarizada
completamente es una lengua muerta). Por lo tanto parece apropiado hablar más abstractamente
de estandarización como ideología, y de una lengua estándar como una idea en la mente más
que una realidad –un conjunto de normas abstractas para las cuales el uso real puede
conformarse en mayor o menor extensión–.
Si consideramos la estandarización en cuestiones fuera del lenguaje, la noción se aplica
obviamente en otros medios de cambio, tales como el dinero, los pesos o las medidas. De este
modo, la moneda está estrictamente estandarizada, ya que allí no puede haber variación en los
valores asignados para las cuentas en el sistema, y el objetivo de esta estandarización es
asegurar fiabilidad y confianza. La lengua es también un medio de cambio, aunque un medio
mucho más complejo que el monetario, y el objetivo de la estandarización del lenguaje es el
mismo que el de la moneda.
La ideología de la estandarización, cualquiera pueda ser su mérito, tiende a opacar la
naturaleza mal definida de la lengua estándar, y puede tener algunas consecuencias indeseables
al conducir a una visión sobresimplificada de la naturaleza del lenguaje, aun para los hablantes
altamente educados.
El término estandarización, que hemos definido estrictamente, ha sido usado por ciertos
investigadores (cf. Haugen, 1972) en un sentido más amplio. Su característica principal, de
acuerdo con nuestro estudio, es la intolerancia a la variabilidad opcional en el lenguaje. En la
postura de otros autores, esta percepción aparece aliada a un número de distintos escenarios de

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“estandarizacion” que parecen haber sido involucrados en las historias de los idiomas. De
acuerdo con estas investigaciones, una lengua estándar es aquella que tiene mínimas variaciones
de forma y máximas variaciones de función (Leith, 1983: 32). Tal definición es de relativa
comodidad, pero es claro que las varias etapas que están usualmente involucradas en el
desarrollo de una lengua estándar pueden ser descriptas como la consecuencia de una necesidad
de uniformidad sentida por sectores influyentes de la sociedad en un tiempo dado.
Una variedad es entonces seleccionada como estándar (distintas variedades competidoras
podrían ser seleccionadas por diferentes grupos de la sociedad, pero solo una de ellas puede
comenzar la larga carrera del estándar); esta variedad es luego aceptada por la gente influyente,
y entonces difundida social y geográficamente por varios medios (documentos oficiales, el
sistema educacional, el sistema de escritura y también varias clases de discriminación, directa o
indirecta, contra los hablantes no-estándar). Por eso, algunos especialistas (Giles et al, 1974,
1975; Leith, 1983) hablan de la variedad estándar como impuesta o superpuesta. Una vez que
está bien establecida y ha derrotado a sus competidoras, la lengua estándar debe ser mantenida.
El mantenimiento se logra por distintas vías. Como resultado de la elaboración de función, la
lengua estándar es percibida por quienes son socialmente móviles como de mayor valor que
otras variedades, puramente por fines utilitarios. También adquiere prestigio, porque todos ven
que la mayoría de la gente exitosa la usa en la escritura y, en gran medida, en el habla. Además
es mantenida a través de la alfabetización, ya que el sistema de escritura sustenta el modelo de
“corrección”. De esta manera, el sistema de escritura sirve como uno de los recursos para
reafirmar las normas de prescripción, y la prescripción se vuelve más intensa después de la
codificación (como en el siglo XVIII en Inglaterra), porque los hablantes han accedido a
diccionarios y libros de gramática, a los que reivindican como autoridad. Y tienden a creer que
la “lengua” está entronizada en estos libros (sin importar los errores y omisiones que contengan)
en lugar de confiar en las competencias comunicativas y lingüísticas de los millones de personas
que la usan cotidianamente.
La exposición que hemos hecho de estos escenarios en el proceso de estandarización no
es precisamente la misma que han hecho otros, y el lector notará que estas etapas hipotéticas no
necesariamente siguen una sucesión temporal. Algunas de ellas pueden superponerse con otras,
y el escenario que nosotros hemos descrito como mantenimiento comienza tempranamente en el
proceso y luego lo atraviesa. Preferimos considerarlos como escenarios de implementación del
estándar más que como aspectos de la estandarización en sí misma. En definitiva, el proceso de
estandarización (estrictamente definido) está basado en la idea de apuntar, de alguna manera
posible, a la uniformidad.

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