La Obra de los santos Ángeles

Cartas de formación

El primer Año: Preparación para consagrarse al santo Ángel Custodio CARTA Nº 10

La tercera dirección fundamental: La expiación I

La tercera Dirección Fundamental en
la espiritualidad de la OA es la 'expiación', que
significa imitar al Señor crucificado.
Aprendiendo de la ciencia de la cruz, el Santo
Ángel nos quiere llevar a profundizar cada vez
más el valor de la expiación.
1) Explicación de conceptos:
Distinguimos varios conceptos que por su contenido
están relacionados con nuestro tema:
1) amor, reparación, expiación, penitencia;
2) sacrificio, oblación;
3) redención (re-dimere lat. = comprar de nuevo),
rescate, remisión (re-mittere = devolver), salvación, co-
redención
4) propiciación, reconciliación, justificación.
Presentamos aquí una pequeña síntesis:
1) El amor es la principal motivación para cualquier
expiación, porque por el amor quiero el bien para el
amado: quiero alejar el mal del pecado y el mal del
castigo de él. Es el amor hasta el fin que confiere su
valor de redención y de reparación, de expiación y de
satisfacción al sacrificio de CRISTO (Catecismo de la
Iglesia Católica – CIC 616).
La reparación es un vocablo que significa
generalmente: re-hacer o restaurar un objeto, para
impedir su destrucción. Por tanto, equivale a recobrar,
ofreciendo una satisfacción adecuada, pero puede
indicar también el rescate de alguien o de algo.
Se debe reparar: a) en el campo jurídico: para
compensar los daños causados, o devolver lo que
indebidamente fue substraído, b) en el campo moral:
incluso si la culpa fue perdonada por el ofendido, queda
el deber de reparar el daño de la honra divina ofendida;
c) en el campo espiritual: la reparación indica antes que
todo la acción de DIOS que quiere restaurar la comunión
con el hombre, la cual estaba rota por el pecado.
La expiación es una forma de reparación que busca
pagar la culpa de la ofensa hecha a DIOS con el objetivo
de una reconciliación. No se expía cualquier daño, sino
el daño que fue causado por el pecado, sea por propia
culpa, sea por culpa de otros. Por la expiación
generalmente se asume un castigo de un crimen anterior
o se ofrece un sacrificio proporcional al agravio. Pues el
amor agraviado se expía por la oferta de un amor
mayor.
Por lo tanto, en el sentido de la participación de los
cristianos en la vida del Señor, expiación es todo lo que
ellos pueden hacer para colaborar en la obra de la
salvación. Se entiende por ésto, el amor rendido al
Corazón de CRISTO, el intento de compensarle las
ingratitudes y pecados por los cuales es dolorosamente
ofendido. Así, la expiación puede estructurar toda la
vida espiritual, porque es una de las formas esenciales
de la dinámica del amor redentor de DIOS para con los
hombres y todas las criaturas.
La penitencia como virtud pertenece a la justicia y
tiene tres elementos integrales: el arrepentimiento, la
confesión y la satisfacción (arrepentimiento y confesión
cuando se trata de propios pecados). Cuando nos
referimos a la mortificación o al castigo que soportamos
para expiar pecados, hablamos de la penitencia.
2) El sacrificio y la oblación son ofrecimientos a
DIOS que no necesariamente presuponen una culpa o
pena. Un sacrificio es entrega para santificar la ofrenda,
sea con la finalidad de pedir algo, sea para dar gracias o
para expiar una culpa, etc.
3) La obra de la redención/salvación es el sacrificio
realizado por CRISTO en la cruz, que rescató la
humanidad de su estado de pecado y abrió nuevamente
las puertas del cielo para que el hombre pudiese tener
nuevamente comunión con DIOS.
4) La propiciación está relacionada con la
reconciliación, pues el propiciatorio del AT era símbolo
de CRISTO Víctima reconciliándonos con DIOS (cf. Ex
25,17). A este misterio se refiere san Juan diciendo: “Él,
Jesús, es la expiación (literalmente: propiciación) por
nuestros pecados” (1Jn 2,2). También los santos
Ángeles tienen un cierto ministerio en la expiación,
porque los Querubines fueron colocados en el Santuario
precisamente para adorar proféticamente a Jesús
Víctima (cf Ex 25,18ss).
Por la justificación se recibe nuevamente el estado
de inocencia. Por la expiación el pecador puede
volverse nuevamente justo.
La realidad del pecado
Las intervenciones de DIOS en la historia tienden a
restablecer las relaciones de comunión con Él,
interrumpidas por el pecado del hombre. Por el pecado
entró una perversión en el mundo y toda la creación
sufre por culpa del hombre. El pecado causa la pérdida
de la amistad con DIOS, lleva al endurecimiento del
corazón y hasta al rechazo completo de Él, y a la
incapacidad de despegarse del mal. El hombre se vuelve
incapaz de prestar culto a DIOS.
Cada pecado requiere una reparación. Escribe el
Papa Pablo VI: Es una verdad de revelación divina, que
a los pecados siguen los castigos. Éstos exigen la
santidad y la justicia de DIOS, los pecados deben ser
expiados. Toda falta cometida contra la justicia y la
verdad impone el deber de reparación, aún cuando su
autor haya sido perdonado. Como el hombre no era
capaz de reparar el pecado necesitaba de un redentor; y
solamente por la misericordia de DIOS y por la gracia de
CRISTO le son perdonados los pecados.
2) La obra redentora de JESUCRISTO
La redención se compara al rescate de un esclavo o
de un objeto vinculado, a través del pago de un precio
debido. En el uso cristiano se refiere a la acción con la
cual DIOS, directa o indirectamente por medio de
mediadores, viene en socorro del hombre y lo libra de la
culpa-pecado. La redención es la perenne victoria de
DIOS, es su entrega por la vida del hombre. La
redención de DIOS se manifiesta ya en el Antiguo
Testamento. Entre las muchas formas de expiación,
practicadas por el pueblo judío, se destaca el sacrificio
expiatorio: El nombre de DIOS Salvador era invocado
una sola vez por año por el sumo sacerdote para la
expiación de los pecados de Israel, después que él
rociaba el propiciatorio del Santo de los Santos con la
sangre del sacrificio (CIC 433).
La obra salvífica de DIOS se manifiesta plenamente
en la cruz de CRISTO. Ninguna potencia creada tendría
poder para expiar los crímenes de los hombres, si el
Hijo de DIOS, para enderezar la humanidad, no hubiese
asumido la naturaleza humana. Y, en efecto, "realmente
cargó con nuestras enfermedades y nuestros dolores" (Is
53,4-5); "cargó nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero" (1Pd 2,24), "Él anuló el acta de los decretos
que había contra nosotros, que nos era contraria, y la
quitó de en medio clavándola en la cruz" (Col 2,14), "a
fin de que, muertos para el pecado, vivamos para la
justicia" (1Pd 2,24). CRISTO amó la Iglesia y se entregó
por ella, y la Iglesia posee la redención como un tesoro.
El tesoro de la Iglesia... es el valor infinito e inagotable
que tienen junto a DIOS las expiaciones y los méritos de
CRISTO nuestro Señor (CIC 1476).
Surge la pregunta: ¿Si el valor del Sacrificio de
CRISTO es infinito, qué puede faltar aún a Su pasión?
Eso es precisamente el punto por el que muchos, en la
teología moderna, consideran superfluo el tema de la
expiación. Pero, los sufrimientos de los miembros de
CRISTO en la Iglesia, tienen precisamente el sentido de
que los méritos de CRISTO sean aplicados en la vida de
los pecadores. La gracia de la redención debe llegar a la
vida de cada uno de nosotros. Santo Tomás de Aquino
argumenta: CRISTO y la Iglesia son una persona mística,
cuya cabeza es CRISTO. Y DIOS ordenó en su
predestinación que los méritos deben ser para toda la
Iglesia, sea para la cabeza como también para los
miembros. Y entre estos méritos están principalmente
los sufrimientos de los Santos.
Surge también la cuestión: ¿Es posible para nosotros
consolar a DIOS con la expiación y efectuar una
satisfacción? El Papa Pío XI contesta que sí: todo
pecado en sí, de algún modo, renueva la Pasión del
Señor, "crucificando de nuevo al Hijo de DIOS
exponiéndolo a las injurias" (Hb 6,6). Si, por lo tanto,
en vista de nuestros pecados futuros, sin embargo
previstos, el alma de Jesús estaba “triste hasta la
muerte” (Mt 26,38), no hay duda de que, desde
entonces le haya dado algún consuelo la previsión de
nuestros desagravios, cuando "le apareció el Ángel del
cielo" (Lc 22,43), a consolarle el Corazón oprimido por
la tristeza y por la angustia. Y así también ahora, de
modo admirable, sin embargo verdadero, podemos y
debemos consolar este Corazón Sacratísimo,
continuamente agraviado por los pecados de los
hombres desagradecidos (Miserentissimus Redemptor
14).
El Papa cree en esa posibilidad de consolar a DIOS.
De hecho, encontramos eso en el mensaje de Fátima,
cuando el Ángel de Portugal durante la despedida de los
niños les dijo: Consuelen a DIOS, y las palabras del
Papa fueron como un eco a estas palabras del Ángel.
3) Colaborar en la Obra de la Redención
Al invitarnos a su seguimiento, al confiarnos la tarea
de anunciar el Evangelio, al dejarnos el mandamiento
nuevo del amor, hasta dar la vida por sus amigos (cf. Jn
15,12-14), el Señor indica claramente el camino que se
debe recorrer para vivir en Su nueva y eterna alianza:
amar como Él y sin reservas, sin detenernos en la
evolución de los méritos o deméritos del otro, para ser
perfectos como nuestro PADRE celestial. Y escribe San
Juan: Queridos, si DIOS nos amó de esta manera,
también debemos amarnos los unos a los otros (1Jn
4,11). El cristiano en la aceptación del martirio
representa la muerte de CRISTO y continúa su sacrificio.
El fundamento para la expiación cristiana, nunca es
una acción propia que se ofrece a DIOS, pero es siempre
fundamentado en el sacrificio de CRISTO, y es por el
don de estar reconciliado con DIOS. Cada uno que
ofrece una expiación al Sagrado Corazón de Jesús, debe
estar siempre consciente de que él mismo vive, a su vez,
de la misericordia expiatoria del mismo Jesús.
El camino del compromiso total del amor, a través
del cual llegamos a ser colaboradores en la obra
redentora del Señor (cf. 2Cor 5,14-21), aún no
perfectamente terminada, aunque realizada de una
manera perfecta, pero siempre en acción, con la
finalidad de permitir a cada hombre vivir los misterios
de la salvación y entrar en su nueva y eterna alianza por
medio de la caridad. Eso eleva nuestra condición
bautismal y constituye un elemento común en la vida y
en el espíritu de todos los cristianos. En el plano de la
expiación se trata de la preocupación por los hermanos,
para no decir como Caín: ¿qué me importa mi hermano?
(cf. Gn 4,9).
La solidaridad de los cristianos
La intercesión es tarea de toda la Iglesia. Parte
esencial de la acción reparadora de CRISTO y de todos
los cristianos fue y es la intercesión para suplicar al
PADRE el perdón de los pecados. Es una expresión del
carácter sacerdotal de todo el pueblo santo que ofrece a
DIOS sacrificios espirituales.
Decía San Agustín: me atrevo a decir que las llaves
(el poder de absolver) todos nosotros las recibimos.
Atamos y desatamos y también vosotros atáis y desatáis.
Por la oración de los cristianos, el mundo puede ser
salvo, afirma san Ignacio de Antioquía: Cualquiera de
vosotros, piedras vivas, es apto y presto para la oración
y para ofrecer súplicas a DIOS, día y noche, y pertenece
a aquellos con quiénes Jesús construye el altar, piedras
que pueden orar juntas con una única voz en un solo
espíritu.
La solidaridad de los cristianos con todos los
hombres consiste en tener los mismos sentimientos de
CRISTO, que quiere que todos los hombres se salven. La
radical fraternidad une a los hombres entre sí y, por lo
tanto, la solidaridad se da entre Santos y pecadores. San
Pablo expresa esta disposición para el sufrimiento
salvífico en Rm 9,2-3: Tengo un gran dolor y un
continuo sufrimiento en mi corazón. Sí, me gustaría ser
maldito y separado de CRISTO en favor de mis hermanos
de raza y sangre.
Por lo tanto, los cristianos pueden advertir el dolor
por los pecados ajenos y pueden dedicarse a la oración.
San Clemente de Roma escribe: Os abruméis por las
faltas del prójimo, cual si los errores ajenos hubiesen
sido de ustedes mismos. Y san Ambrosio: Cada vez, que
se trate de pecado, me conceda el Señor sentir
compasión y no rechazarlo con altanería, sufrir y llorar
de modo que mientras lloro por el otro, pueda llorar
por mí mismo. Esta solidaridad con los hombres que
están apartados de DIOS, o que jamás Lo conocieron, no
se acaba, adquiere nuevos valores y responsabilidades
para quien deje el mundo a fin de recibir el bautismo.
Así, los cristianos son caracterizados por una
manera nueva y distinta de vivir en el mundo. No oran
solamente por reacción, en respeto a aquellos que les
dan golpes, incluso cuando son víctimas del odio y de
persecuciones, sino que siguiendo fielmente a su
Maestro, se comprometen por los hermanos en la fe y
por cada persona que está cerca de ellos, en una actitud
humilde y al mismo tiempo magnánima. Su
anticonformismo y su conciencia de ser el apoyo
invisible de todo el mundo, tiene la raíz en la confianza
de estar en comunión de amor con DIOS y en una
seguridad semejante a la que viene del gozo y del
compromiso activo en favor de los otros.
La expiación por la caridad aumenta la sed de DIOS
en los cristianos y les da un gran crecimiento en la
capacidad de amar.
El ofrecimiento sagrado de los mártires
Los mártires son los primeros y los más cercanos
imitadores de Jesús en el amor, que los lleva a su auto-
entrega por los demás hasta el ofrecimiento sacrificial
de ellos mismos por los enemigos. El martirio no es
solamente la cruz entregada por los otros; en el martirio,
como también en la cruz de Jesús, se realiza lo que
caracteriza al cristianismo entre todas las otras
religiones: ofrecerse por los hermanos, haciéndolos
partícipes tanto del don de sí, como de la acción
salvadora que motiva ese don extremo. Mártires de
todos los tiempos vivieron asimismo como CRISTO y
con CRISTO, fueron víctimas y sacerdotes para la
salvación de los hombres, fueron reparadores. Algunos
ejemplos se destacan: san Ignacio de Antioquía decía: si
amas solamente a los discípulos buenos, no tendrás
mérito alguno... ofrezco en expiación por ti mi vida y
mis cadenas. Mi vida es ofrecida en sacrificio por
ustedes, no solamente ahora, sino también cuando haya
alcanzado a DIOS.
4) Formas de expiación
Generalmente podemos distinguir tres formas de
expiación: la penitencia, la compasión y el ofrecimiento,
que enseguida queremos explicar.
El valor de la expiación depende también de nuestra
disposición. Cuanto más intenso sea el amor y la
expiación, tanto más el hombre recibe la ayuda de los
Ángeles y colabora para la salvación de las almas. El
hombre que ama a DIOS quiere responder por su
hermano y reparar su culpa. Aquél que expía no puede
eliminar la culpa de otra persona, porque cada uno debe
reconocer su culpa y confesarla. Pero, quien expíe
puede, por su esfuerzo, pedir gracias de conocimiento y
fuerza, para que el otro reconozca su situación y tenga
el deseo de regresar a DIOS. La Iglesia nos propone
varias formas de practicar la caridad expiatoria para
ayudar a los pecadores para la conversión, y cómo se
puede ayudar a los sacerdotes en su santificación. No es
tanto el pecado, cometido en el pasado, lo que
constituye el obstáculo principal para la salvación, sino
la obstinación en rechazar la invitación divina a la
conversión. Eso se hace:
 A) por la oración: una fuerza especial tiene la
oración de varias personas que piden la misma cosa.
Para recibir la gracia de la justificación (conforme el
ejemplo de Lc 18,9-14: el fariseo y el publicano orando
en el templo) se requiere el reconocimiento de la propia
debilidad y de la necesidad de la gracia divina.
B) por el sacrificio: los sacrificios en el sentido de
renuncias, penitencias y actos de mortificación tienen
tanto más valor cuanto más son realizados y practicados
por amor a DIOS. Él conoce la intención de nuestro
corazón. Cada sacrificio, hecho por amor, agrada a
DIOS. Cuanto más amor tiene el alma, tanto más sabe
sacrificar su vida por la cruz. “Almas víctimas” precisan
de la disposición para el sacrificio y para la reparación.
C) por el ofrecimiento del apostolado: en todas sus
formas. Podemos ofrecer nuestros trabajos a DIOS en
carácter de expiación, y hacer de todo un sacrificio,
como exhortó el Ángel de Portugal: De todo lo que
podáis, ofrezcáis un sacrificio en acto de reparación
por los pecados (Memorias de la Hermana Lucia,
Fátima 1978, P. 140).
D) por el sufrimiento: nos podemos tornar “almas
víctimas”. El papa Juan Pablo II dedicó una Carta
Apostólica con este tema del “valor salvífico del
sufrimiento”.
E) por la compasión: cada uno, según las
capacidades y dones recibidos, puede unirse a CRISTO
con amor y sentimientos de compasión, y así prolongar
su obra redentora. Concretamente, por la celebración de
la Passio Domini participamos en el dolor de CRISTO.
F) por la comunión reparadora, recomendada por
el papa Pío XI (MR N. 13): Para desagraviar esas
culpas, entre otros piadosos ejercicios, el propio Jesús
indicó como es especialmente grato a su Corazón Santo
la Comunión, que por eso mismo se llama Reparadora,
y la práctica de la Hora Santa, consagrada a actos y
oraciones expiatorias - devociones éstas que la Iglesia
no solamente aprobó, sino que enriqueció con copiosos
favores espirituales.
Según las palabras del papa Pío XII, (Mediator Dei
106): ya que... podemos participar del sacrificio
también por la comunión sacramental, por medio del
banquete del pan de los ángeles, seremos nosotros
mismos transformados en sacrificios y unidos más
profundamente al sacrificio de CRISTO.
5) El valor del sufrimiento
El Papa Pío XI en Miserentissimus Redemptor n. 11:
Cuanto más perfectamente responda al sacrificio del
Señor nuestra oblación y nuestro sacrificio, quiere
decir, cuanto más inmolemos el amor propio y las
concupiscencias, para que crucifiquemos la carne con
esta mística crucifixión de la que habla el Apóstol, con
tanta mayor profusión recibiremos, para nosotros y
para otros, frutos de propiciación y de indulgencia.
La expiación es un fruto de la caridad. Quien ama al
prójimo quiere su bien y su salvación, e imita a Jesús el
Buen Pastor que va detrás de las ovejas perdidas.
La expiación significa para nosotros transformar la
justicia de DIOS en misericordia y amor. Merecemos el
castigo, pero pidiendo perdón e intercediendo por los
otros experimentamos la bondad y misericordia de
DIOS. Se Lo ama más por todos aquellos que no lo
aman.
Por el pecado entró la muerte y el dolor al mundo.
En Su sabiduría infinita, DIOS los escogió para que por
el castigo el hombre tuviese nuevamente la posibilidad
de encontrar a DIOS. Pero CRISTO en la cruz santificó el
dolor, de modo que el dolor tiene ahora un valor
salvífico (cf. Carta Apostólica Salvifici doloris). Por lo
tanto, vemos el dolor no solamente como algo negativo,
sino en el plan de la expiación descubrimos el tesoro
escondido del sufrimiento.
El dolor puede ser una medicina:
Para curar una herida, aceptamos a veces una
medicina amarga. El dolor es algo amargo, pero por
causa de un bien mayor podemos aceptarla. Muchas
personas están enfermas en el alma, y para curarla, lo
que cuesta mucho, vale la pena sufrir algunos dolores
físicos. Por el dolor, se percibe la enfermedad, y muchos
nuevamente encuentran a DIOS en el sufrimiento. La
persona curada se acuerda más de DIOS y también de las
otras personas que sufren, aprende a rezar mejor. Así, el
dolor es un medicamento y una purificación. Es
necesario pedir la gracia de la fe para poder aceptar el
dolor como medicina y no renegar de él.
El dolor puede ser una prueba:
Cuando el alma está sana, el dolor no es una
purificación, sino que es una prueba. La calidad del
alma se prueba en el dolor, y la prueba es un requisito
para el crecimiento. Las dificultades ayudan a fortalecer
la voluntad y la capacidad de amar.
El dolor puede ser causa de premio:
Lo que DIOS realiza en el alma por medio del dolor, no
lo conocemos totalmente, pero quiere hacer de ella una
obra de arte. El alma experimenta el dolor, pero por otra
parte, va a hacerse muy bella. Por el dolor se puede
volver más bella que los mismos Ángeles, porque por la
cruz, se conforma a CRISTO.
Tarea: recemos durante este mes la oración que el
Ángel enseñó a los pastorcitos de Fátima:
“SANTÍSIMA TRINIDAD, PADRE, HIJO y Espíritu Santo,
OS adoro profundamente y OS ofrezco el Preciosísimo
CUERPO, SANGRE, Alma y Divinidad de JESUCRISTO,
presente en todo los Sagrarios del mundo, en
reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
con que ÉL es ofendido; y por los méritos infinitos de Su
Sacratísimo CORAZÓN, y por los méritos del Corazón
Inmaculado de María, OS pido la conversión de los
pobres pecadores”.