La Obra de los santos Ángeles
Cartas de formación
El primer Año: Preparación para consagrarse al santo Ángel Custodio
La segunda dirección fundamental: La Contemplación
La necesidad de practicar la contemplación de Dios
En todas las religiones se busca conocer lo
invisible por la contemplación, porque ella es alimento
para el alma, es una necesidad humana. Sabemos que en
el mundo moderno se ha despertado en muchos jóvenes
gran interés por la mística y, frecuentemente, se intenta
satisfacer esta necesidad recurriendo a religiones
paganas y ejerciendo ciertas prácticas orientales por no
conocer la contemplación cristiana.
La contemplación para los miembros de la Obra
de los santos Ángeles es un santo deber. Ciertamente, a
todos nosotros nos interesa saber el por qué y el cómo
hacer una buena meditación.
Partimos de una definición: “La oración mental
es toda actividad espiritual que toma en consideración el
misterio del Reino de Dios presente, a fin de que el alma
consiga adherir a Él más profundamente por la fe”. La
contemplación puede ser un simple mirar, o un vuelo en
las alturas de la mística; por lo tanto, se quiere decir,
que el concepto de la contemplación se puede entender
en un sentido muy amplio. En fin, podemos entenderlo
como una búsqueda para llegar a comprender el sentido,
la bondad y la belleza, de cómo las cosas están
relacionadas entre sí en el plan de Dios.
La importancia de la vida contemplativa es
enorme para la vida religiosa. En la tradición cristiana
las comunidades contemplativas siempre se ubicaron en
el primer plano. Los monjes perpetúan su tradición, y
hasta en nuestros días surgen nuevas formas de vida
contemplativa. El objeto de la contemplación cristiana
es Dios, a quien se llega a través de diferentes
modalidades. Por lo tanto, el contenido para la
contemplación es bastante amplio: unos se refieren a la
interpretación de la Escritura; otros se vinculan a la idea
de cierto desinterés delante del mundo; para otros puede
significar cualquier forma de oración, en fin, todo lo que
detiene la dispersión del activismo para encontrar un
sentido de las cosas en la tranquilidad.
¿Qué significa para nosotros la contemplación?
En la vida cristiana se entienden varios sentidos
por la palabra “contemplación”.
CARTA Nº 9
1) En el sentido estricto la contemplación es el
conocimiento amoroso, infuso por Dios en el alma. Por
eso, la contemplación no es tanto algo que se haga, sino
es antes un don del Espíritu Santo. En este sentido la
entendemos como un detenerse en la presencia de Dios,
un simple mirar, un diálogo, o un intercambio que se
realiza con Él.
2) La contemplación no es sólo la oración mental; en
ella debemos incluir también la oración litúrgica o la
lectura de la Sagrada Escritura. En sentido general, la
contemplación abarca todo género de oración reflexiva:
meditación, lectura espiritual. Aquí no se hace
distinción entre contemplación en el sentido estricto y
meditación. La meditación es la actividad del alma
misma, por la cual ella dirige las actividades de la
imaginación y de la razón de los afectos y de la
voluntad para aproximarse a Dios en la oración.
3) Hablamos también de la vida contemplativa,
indicando así el tipo de vida consagrada, que se dedica
principalmente a la oración y ponderación y no al
apostolado activo en la Iglesia.
Ver a Dios es el ideal más sublime del hombre,
que consigue superar los ideales mundanos. El cristiano
que busca la perfección evangélica, no se queda
esperando tranquilamente a que esto se realice después
de la muerte, busca desde ahora anticipar aquella
contemplación infusa e inmediata que será su eterna y
beatífica ocupación en la gloria. Por ello se priva de
tantas cosas buenas y bellas que el mundo ofrece. Y en
la medida en que va purificándose de todo barro, los
ojos de su alma van alumbrando cada vez más
claramente aquello que constituirá la dicha eterna. Su
mirar permanece fijo en Dios, sus oídos están atentos
para escuchar los divinos oráculos, la melodía de los
conciertos celestiales. La luz de la resurrección baña el
alma del contemplativo, y se despierta la nostalgia de
Dios en su corazón.
La necesidad del desprendimiento
Pero para llegar a esta etapa superior de la vida
espiritual es necesario prescindir de muchas cosas. Jesús
decía: “Bienaventurados los puros de corazón, porque
verán a Dios”. Por eso, para poder contemplar a Dios es
preciso la purificación del corazón. El amor a la
contemplación explica las renuncias y las grandes
austeridades de los monjes. El fruto del esfuerzo o de la
renuncia es que el contemplativo habla con Dios día y
noche. La penitencia y la penosa adquisición de las
virtudes constituyen el ascenso de la escalera de Jacob,
no el fin de la ascensión. El contemplativo no está allá
donde su pesada carne lo detiene, sino, donde su espíritu
ardiente lo transporta. La renuncia a los bienes terrenos,
abre el corazón para los bienes celestiales. Los Santos
Padres con frecuencia nos advierten de esta necesidad:
"Quienquiera gozar de la contemplación de Dios, debe
imitar espiritualmente el ejemplo de Abrahán, padre de
nuestra fe: salir de su país, de su parentela... y de la casa
paterna, y dirigirse hacia la tierra que Dios le muestra,
alejándose de las pasiones, abandona los sentidos, y de
aquí en adelante no acepta a través de ellas ningún
engaño de pecado... y libre de los lazos materiales, entra
en la divina y bienaventurada tierra de la
contemplación" (Máximo Confesor, Ambigua, PG
91,1145c).
Jesús mismo nos invita a entrar en esta nueva
tierra y a descubrir el tesoro, cuando dice al joven rico:
Vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres, y
tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme
(Mt 19,21; cf. Lc 18,22 y Mc 10,21). ¡Prescinde de todo
para lograrlo todo! La oración contemplativa es todo
para el alma que siente aquella nostalgia de Dios. Y
Evagrio Póntico escribe: "¿Aspiras a la oración? ...vive
siempre en el cielo, no por el simple entendimiento, sino
por la práctica angélica y ciencia divina" (De orat., 17,
PG 79,1172ª). Ese autor nos quiere invitar a la
contemplación, que en cierto sentido nos eleva
espiritualmente. No todos ciertamente comprenden eso,
por que su corazón está apegado a las riquezas que no
quiere abandonar.
La contemplación de los Ángeles en el cielo
La contemplación de Dios es la ocupación
angélica por excelencia, porque ellos contemplan
ininterrumpidamente a Dios como lo afirma Jesús (cf.
Mt 18,10). San Gregorio Magno lo explica a los fieles:
"Cuando los Ángeles vienen a nosotros, cumplen
exteriormente toda su misión, aunque nunca dejan de
asistir interiormente al trono de Dios por la
contemplación" (Hom. In Evang. 34,13, PL 76,1255). Es
claro que este tipo de contemplación es diferente a la
nuestra. De la visión beatífica del VERBO Encarnado
decimos comúnmente que es el Pan de los Ángeles. Por
eso, la imitación de los Ángeles debe ser la santa y
constante ambición de las almas que anhelan la luz de
Dios. Se dice también que los hombres dedicados a la
contemplación son los comensales de los Ángeles.
Orígenes interpreta el Salmo 78,25: el hombre comió el
pan de los Ángeles en la contemplación (De orat. 27,10).
Significa que el hombre recibe un verdadero alimento
celestial en la contemplación. La oración contemplativa
levanta al hombre hasta el grado de honor propio de los
Ángeles, decía San Gregorio de Nisa. Por eso, el rostro
del Padre celeste, debe ser también para los hombres el
término excelso de la más alta aspiración del cristiano,
así seremos como los Ángeles.
Los Querubines y Serafines, los que tienen
muchos ojos (cf. Ap 4,8), contemplan el amor de Dios de
una manera diferente a la nuestra. Pero, por la
contemplación, un alma pura va penetrando los cielos
descubriendo tesoros espirituales.
Muchos creen en Dios, Lo conocen, Lo aman y
temen, pero aquellos que Lo contemplan, con la ayuda
del Espíritu Santo, también Lo entienden, Lo poseen y
gozan de Él. Así la vida contemplativa hace que el
hombre tenga presente en su mente, a toda hora, el lugar
donde están los Ángeles, qué hacen, anhelan, esperan y
miran.
Y exclama San Bernardo: "Oh, si mi alma
muriera..., si así se puede decir, a fin de que perdidos los
recuerdos del presente, se despojase no solamente del
amor terreno, también de las imágenes de los bienes
inferiores y corporales, para no tener más comunicación
con ellos... Porque es efecto de la virtud humana que no
nos dejemos perturbar en esta vida por el amor carnal,
así es propio de una pureza angélica el no distraerse en
la contemplación por las imágenes carnales" (In cant.
52,5; PL 183,1031-32).
Considerando esto, la verdadera contemplación
representa una restauración de la condición del hombre
en el paraíso. Dios creó al hombre según su imagen y
semejanza, para que en ningún momento alejase su
pensamiento del Creador. El estado contemplativo de
Adán, que fue creado para contemplar a Dios, con la
expulsión del paraíso también perdió la fuerza de la
contemplación.
Perdido este paraíso, ahora por la gracia de
Cristo se puede recobrar aquella contemplación divina
para la cual el hombre fue creado. Liberándose de los
deseos de este mundo, el corazón del hombre será capaz
de llenarse nuevamente de aquel tesoro, capaz de
satisfacer su corazón. Elevada a las alturas por la
contemplación, el alma se deleita y se renueva en el
amor y deseo de Dios, pudiendo disfrutar la misma
confianza que Adán gozaba con Dios, en compañía de
los Ángeles en el jardín del Edén.
Encontramos esa doctrina en muchos autores de
la Tradición cristiana. La contemplación es una obra en
la cual el hombre debe perseverar, y todas las cosas
deberían ayudarle a progresar en ella, porque por la
contemplación será reconducido a la perfección.
Ya San Pablo relaciona entre sí la
contemplación y el paraíso (2Cor 12,2-4): Conozco un
hombre de Cristo, que hace catorce años fue
arrebatado al tercer cielo. Si estaba en su cuerpo, no
sé; si fuera del cuerpo, no sé, Dios sabe. Fue
arrebatado hasta el paraíso y oyó palabras inefables...
Con eso el Apóstol nos quiere hacer entender que fue
arrebatado a la más alta contemplación divina. Los
Padres de la Iglesia repetidamente insisten: la
contemplación restaura el estado paradisíaco en el cual
el hombre gozaba del trato amistoso con Dios y de la
compañía de los Ángeles. El alma asciende para circular
en las alturas que son las moradas de la vida espiritual.
La función de la oración contemplativa
Gracias a la contemplación el espíritu es
elevado hasta Dios y puede mantenerse en esta unión
largamente. La contemplación ejerce una función
transformante:
1. La fe viva: La contemplación vivifica nuestra fe. La
contemplación no puede añadir nada de substancial,
pero nos es concedida una luz sobrenatural que
perfecciona la luz de la fe, de modo que los misterios de
la salvación se van volviendo cada vez más vivos para
nosotros. Se trata de percibir que la salvación universal
es salvación para mí, la actividad contemplativa
personaliza la fe.
2. La purificación: La contemplación alumbra el
intelecto. Toda actividad contemplativa nos coloca en la
presencia de Dios, que es un Dios Santo. Como Pedro
en la presencia de Jesús tomó conciencia de que era
pecador (cf. Lc 5,8), así quien contempla y es colocado
en la presencia del Dios Santo, adquiere conciencia de
la distancia infinita que lo separa de Él, adquiere la
experiencia del profundo desequilibrio que el pecado
introdujo en él. Al basar la contemplación en el
Evangelio, restablece en sí mismo el justo sentido de los
valores y comienza así a restablecer la armonía de todo
su ser.
3. La iluminación: La acción transformadora de la
contemplación es mucho más profunda, porque tiene
como autor el propio Espíritu Santo, que opera y actúa
en el corazón del fiel que contempla. La contemplación
pone en acción los dones del Espíritu Santo, produce
una unión afectiva que nos hace, por así decir,
familiares de Dios y confidentes de Sus pensamientos.
Esta unión será tanto más estrecha cuanto más intensa y
continuada sea la actividad contemplativa. Descubrimos
de un modo nuevo nuestra condición de hijos de Dios.
El amor hace salir al alma de sí misma y la obliga a
pasarse al Amado. Al vivir más estrechamente con Dios,
se une más íntimamente con Él.
4. La sabiduría: Por el estudio el hombre adquiere
conocimientos, pero por la contemplación adquiere
sabiduría, que deja ver todo a la luz de Dios, y coloca
todo en función de su fin último que es Dios.
Evidentemente, y en primer lugar, es por la
práctica de la caridad que acumulamos tesoros en el
cielo, que no se corrompen ni se pueden robar (cf. Mt
6,20) y no envejecen ni pierden su valor en el cielo (cf.
Lc 12,33). Pero, la contemplación nos lleva al
conocimiento de los verdaderos tesoros y nos impulsa
hacia la caridad. Si contemplásemos las cosas terrenas
(como, por ejemplo, en una contemplación solamente de
la naturaleza), el hombre va conociendo sus valores,
pero en la contemplación del mismo Dios y del misterio
de Su amor, el hombre va aprendiendo la ciencia de la
Cruz de Cristo.
Objeto de la contemplación: cuando sea elevado
sobre la tierra... nuestro tesoro es la Cruz de Cristo
El Reino de Dios se hace presente en nosotros
por la gracia. Ciertamente se puede contemplar a Dios
también a través de la naturaleza y, de hecho, se
conocen múltiples modos de contemplación, sin
embargo, hay unas formas que son más eficaces que
otras. En sí, no hay objeciones contra un conocer de la
naturaleza; el espíritu de contemplación se sirve de todo
para ir en busca de Dios, pero como cristianos católicos
debemos buscar una contemplación siempre en función
de la Revelación cristiana. El peligro de una
contemplación solamente de la naturaleza, debilita el
sentido del Dios personal, no siendo así, cuando se
contempla, por ejemplo, el amor del Corazón de Jesús.
Al contrario, la contemplación de la naturaleza, que no
se integra con nuestra fe en Jesús, no se diferencia y
permanece envuelta en una mentalidad pagana. Pero, si
el objeto de la contemplación para nosotros es el amor
misericordioso de Dios, deberíamos buscar la
manifestación de ese amor, en primer lugar, en la Cruz
de Cristo.
Visto a la luz de la Revelación, el mismo
sufrimiento se torna un tesoro para nosotros. San Pablo
nos escribe: "Sufro para que ellos sean confortados en
sus corazones, y así, íntimamente unidos en el amor, se
enriquezcan con la plenitud de la comprensión, a fin de
conocer el misterio de Dios: Cristo, en el cual están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia"
(Col 2,2-3).
La sabiduría cristiana, aplicándose al
sufrimiento por amor, enriquece al hombre.
Entregándose ya no trabaja por sí mismo, sino para
Dios, no es como aquel necio del Evangelio "quien
junta tesoros para sí mismo, pero no es rico para Dios"
(Lc 12,21). El tesoro de la riqueza divina solamente
puede ser descubierto por aquél que contempla. El
contemplativo es como aquel hombre que descubre un
tesoro en el campo, y lleno de alegría vende todo para
poder comprar aquel campo.
Queridos hermanos, hagamos de nuestra
contemplación diaria una llave que nos abra las puertas
para el tesoro de Dios. Sabemos que "ese tesoro
nosotros lo llevamos en vasos de barro, para que todos
reconozcan que ese incomparable poder pertenece a
Dios y no es propiedad nuestra" (2Cor 4,7). Pero, si
nuestro corazón está fijo en Él, Dios se volverá el mayor
tesoro para nosotros. Y porque Lo conocemos también
Lo amaremos, y Dios producirá en nosotros sus frutos
buenos, conforme a las palabras de Jesús: "El hombre
bueno saca cosas buenas del tesoro de su buen corazón,
pero el hombre malo saca cosas malas de su mal
corazón, porque la boca habla de aquello de lo que el
corazón está lleno" (Lc 6,45). De esa manera nuestra
unión con Jesús será continua y los frutos de nuestra
vida serán abundantes para la Iglesia.
¿Cómo practicar la contemplación?
Es bueno, comenzar con un método que nos
ayudará a permanecer fieles y constantes en la práctica
de la contemplación. Pero, finalmente, debe ser el
Espíritu Santo quien ha de guiar este coloquio con Dios
y quien irá instruyendo al alma. Ciertamente existen
muchos métodos en los manuales de espiritualidad
sobre cómo practicar la contemplación diaria. Pero lo
que es más importante, es saber cómo evitar ciertas
dificultades tales como las distracciones o la
superficialidad en la contemplación.
A) Lo esencial de cada contemplación
Dejar todos los elementos innecesarios,
contemplar a Jesús, amar-Lo, escuchar-Lo. Un texto de
la Sagrada Escritura o de la liturgia promueve este
coloquio de los ojos, del corazón, de la voluntad que es
lo esencial de la contemplación.
En el principio los libros son necesarios para
aprender un método. Pero después es Jesús el Maestro
que irá instruyendo a sus almas. Enseña sin el ruido de
las palabras. "Yo nunca Lo escucho hablar, pero siento
que Él está en mí, en cada momento Él me guía y me
inspira lo que debo decir al Padre. Descubro en este
momento cuando lo necesito, luces que antes nunca me
surgieron" (Santa Teresita del Niño Jesús).
B) Evitar las distracciones
Cuando las distracciones no son deseadas, no son faltas
en sí, ellas mismas pueden ser, en cuanto sepamos
dirigirlas, un punto de partida para el objeto de nuestro
coloquio con Dios. Un medio simple para llegar a su
dominio puede ser el uso de un esquema, que cada uno
individualmente puede establecer. Antes de comenzar,
definamos el tiempo que queremos usar para expresar
un sentimiento, sea con palabras o sin ellas, o con la
ayuda de palabras simples que lentamente repetiremos.
Son ejercicios de nuestra voluntad para cortar las
distracciones. Este tiempo puede ser de solamente cinco
minutos o un poco más.
Puede, servir de ejemplo:
1. Adoración de la Ssma. Trinidad;
2. Decir el Gloria al Padre;
3. Petición fervorosa para pedir una gracia. Por ejemplo,
para una fe más viva diciendo: "Señor yo creo, aumenta
mi fe";
4. Ofrecimiento del día;
5. Decir un texto de memoria que se puede repetir, por
ejemplo, "No soy yo que vivo, es Cristo que vive en
mí";
6. Terminar con un acto de amor, por ejemplo, "Señor
Tu sabes todo, Tu sabes, que Te amo".
C) ¿Qué facilita la contemplación?
- Elección de la postura: puede ser que, para
algunos, permanecer de rodillas le ayude a concentrarse
mejor, pero no siempre será necesario; en ciertos
momentos también puede ayudar el sentarse. Cada uno,
con la práctica, irá descubriendo la mejor manera para
sí.
- Elección del lugar y del tiempo: no hay un
lugar prescrito, puede ser cualquier lugar. Ciertamente
sería mejor, si fuese posible, hacer la contemplación
delante del Ssmo. Sacramento, pero no todos tendrán
siempre esa posibilidad. Muchas personas prefieren
hacer la lectura y meditación por la mañana, para otros
será mejor en una hora durante el día, para otros será
por la noche porque estarán mejor dispuestos. También
aquí, cada uno debe encontrar lo mejor para sí mismo.
- La preparación: se puede elegir desde la noche
anterior un texto, ciertamente aprovecharíamos mucho
mejor la contemplación.
D) ¿Qué se debe evitar?
- la tensión del espíritu;
- hablar continuamente; distraerse
- el sueño; el desánimo; la soberbia.
E) Frutos de una buena contemplación:
Quien practica la contemplación, aunque en el momento
le pueda parecer muy seca, sin embargo notará los
efectos, a veces después de haber hecho la
contemplación propia:
1) Si espontáneamente le vienen pensamientos dirigidos
a Dios durante el trabajo, durante el día;
2) Si realizamos nuestros deberes con más fidelidad y
amor;
3) Si somos más generosos cuando surge una
oportunidad de hacer un sacrificio o un acto de caridad.
Oración: ¡Oh Santa Virgen! ¡Sois la Sede de la
sabiduría! Nosotros os suplicamos: ¡nos alcancéis la
gracia de una contemplación auténtica y profunda!
¡Enséñanos cómo tenemos que meditar y rezar para
lograr la mediación de los Santos Ángeles, para que
penetremos cada vez más profundamente en la Palabra
de la Sagrada Escritura y en los preciosos valores de la
Santa Misa y de todos los tesoros que nos son
concedidos por la Madre Iglesia! Amén.
Tareas: - Aprenda a hacer oración contemplativa;
- Practique la contemplación según los siguientes pasos:
1) oración inicial; 2) lectura de un texto del Evangelio
3) un coloquio con Jesús; 4) petición y 5) oración final.
- Practique un coloquio diario con su Santo Ángel de la
Guarda.