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Fundamentos de la Filosofía

Prof. Miguel Montoya

Alumno Gustavo Duque

Maestría de Filosofía (ULA 2019)

Platón, Rep. 475 a – 480 a. y Aristóteles, Met. 982 a – 983 a 24.

De los fragmentos enunciados corresponde hacer su cotejo en el contexto de la materia. Discurrir


por lo dicho por Platón y por Aristóteles en estos pasajes, principalmente acerca de qué es o quién
es un filósofo y sobre la principal tarea de este en el quehacer de la filosofía en tanto ciencia.
Principia Platón su búsqueda por determinar al filósofo desde la suposición de que hay quien está
dispuesto al estudio y el aprender con cierta voracidad, pues nunca se harta de ello (Rep. 475 c)
pero este tipo de sujetos sólo podrían llegar al estatus de aprendices de filosofía, y en realidad son
quienes aman la verdad de las cosas, la realidad antes que nada y el conocimiento y discernimiento
entre lo Bello y lo Feo, porque son capaces de estimar lo Bello en sí y capaces de ver las cosas que
participan de lo Bello sin confundirlas con las que participan en él mismo y de otras cosas también
(lo que es lo Bello único dirá también en tal sentido en 479 a), son quienes entran en la
denominación de “amante de la sabiduría” [Filósofo] (475 d – 476 d), más aun, esto es en
comparación con los hombres amantes de los espectáculos, de las artes y de los hombres de acción
(digamos los artesanos, albañiles, arquitectos, etc.). Dos cuestiones se asoman ya en este punto
como para tener en cuenta en el estudio de la filosofía; una sería la presencia de estas cosas
participantes que para él subyacen en la cosa misma como una especie de sustrato pero que son
perceptibles bajo la mirada o la contemplación (καθορᾶν 476 d 1) y la otra sería la sustracción,
digamos, de lo real en contraste con lo falso o aparente mediante la oposición ὕπαρ/ὄναρ, pues es
en el mundo de la realidad donde se hallará el conocimiento y por ende debe ser identificado en un
estado consciente (la realidad y el no ser dirá en 479 c). De esta manera hablará luego de un
pensamiento que es despierto en el filósofo en cuanto que conoce realmente lo que existe, y dirá
también que el resto, los que no son filósofos, son opinantes pues solo opinan acerca de las cosas
intermedias, pues no llegan a conocerlas sino solo en apariencia y parcialmente, ya que todo lo que
dicen se refiere a las múltiples cosas que se encuentran entre lo que es y lo que no es (476 d – 480
a), en síntesis, serían “amantes de la opinión” y no “filósofos”. Llega a esta conclusión no sin antes
determinar, claro está, qué es el conocimiento y qué es cognoscible y qué no. Así, para Platón el
conocimiento sólo puede versar sobre lo que existe, o versar acerca de algo que es, pues no habría
conocimiento acerca de lo que no existe, o acerca de algo que no es en la realidad (476 d – 477 b).
Establece que existe el conocimiento, y es el que versa sobre lo que es, la ignorancia que trata
sobre lo que no existe o lo que no es cognoscible, y la opinión que es lo que mediaría entre el
conocimiento y la ignorancia (477 a – 478 e). En la obtención de estos grados de conocimientos,
pues habla de “conocimiento científico” (ἐπιστήμη), del conocimiento ordinario (γνῶσις), de la
opinión (δόξα), y de la ignorancia (ἀγνωσία), concibe lo que llama los poderes (δυνάμεις) que más
bien serían como las capacidades de percepción por medio de las cuales captaríamos o
construiríamos dichos grados de conocimiento en principio, y entre ellos incluye los sentidos de
percepción corporal como el escuchar y el ver (curiosamente no habla de αἴσθησίς en estos casos),
pero también ubica al conocimiento científico entre estos poderes y lo denomina como el mayor de
todos esos poderes que llama como tal, y en contraste con la opinión determina que por naturaleza
a cada uno correspondería una cuestión distinta, así el conocimiento científico correspondería al
ente, dice, y la ignorancia al no ente, y a la opinión como el poder intermedio entre estos le
correspondería participar de lo que es y no es, de lo intermedio y lo múltiple (477 a - 479 e).

Por su parte Aristóteles en el segundo capítulo de Metafísica A 982 a 5 ss., discurrirá por las
características del sabio (σοφός). En el primer capítulo de este libro de la metafísica termina
diciendo que es evidente que, la sabiduría (ἡ σοφία) es una ciencia acerca de ciertos principios y
causas. De esta manera deja entrever que se dispone en seguida a hablar de dichos principios y
causas, pero para ello pretende determinar antes las características del sabio, pues ello hará más
sencilla su disquisición sobre tales principios y causas. El sabio en principio tendría conocimiento
acerca de todas las cosas posibles, sin tener ciencia de cada una de ellas en particular, siendo así
mismo capaz el sabio de conocer las cosas más difíciles, a diferencia de aquellas que son más
accesibles de adquirir para el hombre, como las que se adquieren por medio del conocimiento
sensitivo que es a su vez común a todos los hombres y no tendría nada de sabiduría; por otra parte,
sería el sabio más exacto en el manejo del conocimiento y de la ciencia y estaría más capacitado
para dar instrucción sobre las mismas ciencias. Este sabio de Aristóteles no sería alguien que recibe
ordenes sino por el contrario estaría en la facultad de darlas (Met. 982 a 5 – 15). Para Aristóteles en
el sabio se da la capacidad de poseer el conocimiento de lo general (καθόλου) y de este modo el
sabio conocería todas las cosas que son subyacentes al conocimiento (οὗτος γὰρ οἶδέ πως πάντα τὰ
ὑποκείμενα), pero en suma conocer estas cosas es muy difícil para los hombres, las que son más
generales (τὰ μάλιστα καθόλου), porque están más alejadas de las sensaciones (τῶν αἰσθήσεών)
que cualquiera de las otras que serían cognoscibles (982 a 20 – 25). Sin duda el sabio aristotélico
estaría en la capacidad de enseñar aquella ciencia que versa sobre las causas, según su decir, pues
quienes enseñan son quienes muestran las causas primeras en cada caso, y un sabio sería quien
escoge el saber por el saber mismo en máximo grado y la ciencia que es ciencia en máximo grado
no sería otra que la que versa acerca de lo cognoscible en máximo grado (filosofía), y cognoscibles
en máximo grado son los primeros principios y causas pues por ellos y a partir de ellos se conoce
todo lo demás (982 a 25 – b 5). Para terminar de caracterizar a su sabio (filósofo) recordará
Aristóteles que los primeros hombres que se dieron a esta tarea de filosofar desde el principio y
hasta su momento comenzaron a quedarse maravillados (θαυμάσαντες) ante alguna cosa,
comúnmente ante lo que causa extrañez, y que con el tiempo se sintieron perplejos ante cosas de
mayor importancia como las particularidades de la luna, del sol y los astros, y ante el origen del
todo (maravillados por la naturaleza, digamos), y así ante la perplejidad y la maravilla reconocería el
filósofo que no sabe y de ahí que el oficio del filósofo sea el perseguir el saber por el afán de
conocimiento y no por utilidad (982 b 10 – 20).
Ahora bien, algunas cosas dice Aristóteles sobre el conocimiento y cómo y porqué se comenzó la
tarea de filosofar. Especula el Estagirita que si los primeros filósofos filosofaron por huir de la
ignorancia, lo hacían por el afán de conocimiento y no por utilidad (Met. 982 b 20). Al parecer un
conocimiento de tal tipo (la filosofía) comenzó a buscarse cuando ya existían todos los
conocimientos necesarios, y también los conocimientos relativos al placer y al pasarlo bien. Prueba
de ello es que no tienen mayor utilidad que la de ser saber por el saber mismo, digamos, pues ella
es su propio fin, y tiene la utilidad de ser la única ciencia libre (Met. 982 b 20 - 30). En cuanto al
conocimiento, diría que hay un conocimiento de las cosas en general (ἐπίστασθαι πάντα Met. 982 a
8) y otro de las cosas en particular (καθ' ἕκαστον ἔχοντα ἐπιστήμην Met. 982 a 9) y un
conocimiento común sensitivo (τὸ γὰρ αἰσθάνεσθαι κοινόν Met. 982 a 11); también alcanza a
advertir que hay un conocimiento de las cosas que son necesarias y uno relativo a los placeres (Met
982 b 22 – 24). No obstante hay un conocimiento en grado mayor que estaría en el ámbito de la
generalidad y abarcaría necesariamente a todas las cosas (τούτων δὲ τὸ μὲν πάντα ἐπίστασθαι τῷ
μάλιστα ἔχοντι τὴν καθόλου ἐπιστήμην ἀναγκαῖον ὑπάρχειν Met. 982 a 21 – 22) y sería de muy
difícil obtención, sin embargo, por medio de este se puede acceder al conocimiento de las cosas
que son subyacentes (οὗτος γὰρ οἶδέ πως πάντα τὰ ὑποκείμενα Met. 982 a 23). Este último
conocimiento de lo universal (τὴν καθόλου ἐπιστήμην) se alejaría del conocimiento de lo común
sensitivo (πορρωτάτω γὰρ τῶν αἰσθήσεών ἐστιν Met. 982 a 25). En definitiva, dirá que el más
dominante de los conocimientos o ciencias, más que cualquier otro que esté a su servicio, es la
ciencia que conoce “aquello para lo cual ha de hacerse cada cosa en particular, esto es, el bien de
cada cosa en particular y, en general, el bien supremo de la naturaleza en su totalidad” (Met. 982 b
5), este habrá de estudiar a su vez los primeros principios y causas, el bien y “aquello para lo cual”
en tanto que son causas. Para el Estagirita no se puede considerar a otra ciencia que no sea la
filosofía más digna de estimación. Para él “la más divina entre las ciencias es aquella que o bien
poseyera la divinidad (ὁ θεὸς) en mayor grado, o bien aquella que versara sobre lo divino”, y
considera que en la filosofía se dan ambas cuestiones, pues dice que, todos opinan que Dios es una
de las causas y principios (ὅ τε γὰρ θεὸς δοκεῖ τῶν αἰτίων πᾶσιν εἶναι καὶ ἀρχή τις) y que sólo Dios
posee tal ciencia y solo él en mayor grado (καὶ τὴν τοιαύτην ἢ μόνος ἢ μάλιστ' ἂν ἔχοι ὁ θεός) y de
este modo todas las demás ciencias pueden ser más necesarias que ella pero ninguna será mejor
que ella (Met. 983 a 1 – 10). No habría pasado por alto Aristóteles el hecho de que si bien solo Dios
posee en el más alto grado tal conocimiento o ciencia, no cabría considerar que sea propio del
hombre el poseerla, pero sería indigno de un hombre no buscar la ciencia que por sí mismo, le
corresponde (Met. 982 b 30), esto sería el buscar por sí mismo y en la mayor medida posible la
sabiduría propia; y que la posesión de esta ciencia o sabiduría ha de cambiarnos, en cierto sentido,
a la actitud contraria al estado inicial de las investigaciones, y este estado inicial sería la ignorancia,
pues todos comienzan maravillándose de que las cosas pasen como pasan, por desconocer las
causas que las originan, pero será preciso que se imponga la actitud contraria y que es la mejor,
como ocurre en estos casos, una vez se ha aprendido (Met. 983 a 10 – 20), es decir, la actitud del
que sabe y conoce, la del sabio o el filósofo.

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