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Se trata de asumir como ley, como norma jurídica, la solución que brinda un tribunal ante
ciertos casos, de forma que otros semejantes, porque en realidad no existen casos
idénticos en la vida, deben resolverse según esa doctrina o solución anterior de un
tribunal.
El sistema del Common Law, fundado esencialmente en el precedente judicial, tiene una
singular extensión. Surgió originalmente en Inglaterra, donde se conserva aún como la
forma más pura y auténtica del Common Law, pero posteriormente, bajo el sistema
colonial se extendió a las que entonces fueron colonias británicas y en la gran mayoría de
ellas, al obtener más tarde su independencia, se conservó el mismo sistema de Common
Law, que en términos generales rige hoy en el Reino Unido, con excepción
de Escocia, Canadá salvo en Québec, Australia, Nueva Zelandia, en la mayor parte de
la India y Estados Unidos, menos Luisiana, que se rige por el sistema romano francés.
El nombre del sistema de Derecho anglosajón se deriva de la concepción del Derecho
medieval inglés que era exclusivamente administrado por los tribunales del reino, los
cuales, por falta de amplias legislaciones escritas, aplicaban las costumbres comunes (del
inglés, ‘Common’) que eran más conocidas, o aceptadas en todo el reino.
El principio en el que se basa el Common Law, es que los asuntos sometidos a los
tribunales se deben resolver tomando como referencia las sentencias antes dictadas, en
casos semejantes, por otros tribunales superiores, en vez de atenerse, al menos
absolutamente, a las leyes escritas promulgadas por el órgano legislativo. Este principio
es el que distingue el Common Law del sistema del Derecho romano francés y, de hecho
de casi todos los demás sistemas jurídicos contemporáneos. En tanto que, en el sistema
romano francés y demás sistemas jurídicos, los jueces dictan sentencia ateniéndose a la
ley. En el Common Law, los jueces se centran más en los hechos del caso concreto para
llegar a lo que consideran un resultado más justo y equitativo para los litigantes.
En este sentido, Ronald Dworkin decía "A un abogado se le enseña a analizar las leyes y
las opiniones judiciales para extraer de esas fuentes oficiales la doctrina jurídica. Se le
enseña a analizar situaciones fácticas complejas a fin de resumir con precisión los hechos
esenciales. Y se le enseña a pensar en términos tácticos, a diseñar leyes e instituciones
legales que produzcan determinados cambios sociales decididos de antemano."1
Esto antes dicho determina cierta libertad en los jueces del Common Law, los cuales son,
en realidad, relativamente libres, para desmarcarse o disentir de la doctrina establecida
por el precedente y disponer una nueva regla al adoptar una decisión parcialmente
diferente o totalmente distinta a la del precedente y, con ello, crear un nuevo
precedente, sólo si esa solución es aceptada y usada por otros jueces. De esta manera el
Common Law mantiene una continua dinámica de cambio. Como el juez del Tribunal
Supremo de los Estados Unidos Oliver Wendell Holmes escribió en su libro The Common
Law (1881): “la vida del Common Law no ha sido lógica, sino que ha sido experimental”.
En todos los países en que rige el sistema del Common Law se estructura, como en casi
todos los del mundo, una estructura piramidal de tribunales para impartir justicia y llevar
a cabo la llamada función jurisdiccional. En los países en que rige el Common Law, en la
base de la pirámide se halla el trial court, que son los tribunales de primera instancia. Por
encima de los tribunales de primera instancia se encuentran los tribunales de apelación
que, como todos los tribunales de esa naturaleza, conocen las controversias suscitadas
por inconformidad con las sentencias dictadas en primera instancia. Estas discusiones se
centran, esencialmente, en determinar si los tribunales de primera instancia han aplicado
los principios legales correctos y si han extraído las conclusiones adecuadas de los datos
de hecho probados. Estas interpretaciones de los tribunales de apelación son las que se
constituyen en precedentes y, de hecho, en el Derecho que rige en esos países.
No obstante que el Common Law, por lo que llevamos dicho ha sido conocido como
derecho no escrito, porque no está recogido en una ley escrita, en realidad se han ido
formando, desde muy antiguo, compilaciones de las principales sentencias en los casos
más reiterados. En este sentido se conocen compilaciones, que quizás fueron usadas en
forma ocasional, pero que ya existían o circulaban entre el siglo XII y el siglo XVI. A
principios del siglo XVII, aparecieron también, en Inglaterra, compilaciones privadas de
las principales sentencias judiciales. Estas compilaciones o colecciones tempranas fueron
complementadas por algunos tratados académicos, que resumían importantes partes del
Common Law, como el de Sir Edward Coke (publicado en 1628) y el de Sir Williams
Blackstone (publicado entre 1765 y 1769). En el siglo XIX empezó a hacerse práctica que
los mismos tribunales asumieran la responsabilidad de, primero revisar y después
confeccionar las publicaciones de las sentencias, tanto en Inglaterra como en Estados
Unidos.
En Inglaterra, donde surgió y tiene su forma más auténtica, el Common Law se distingue
en la práctica, incluso de otros países en que rige ese sistema.
En Inglaterra, en la Edad Media, los tribunales del Common Law que eran siempre laicos,
a diferencia de los tribunales eclesiásticos de la Iglesia católica, que predominaron
en Europa, tuvieron un sentido más práctico que el pensamiento dogmático que por lo
regular dominó a los tribunales en que predominaba la concepción católica escolástica.
Pero además, no todos los litigios eran resueltos, aún en la antigua Inglaterra por vía del
sistema puro de Common Law. Junto a ese sistema o a ese procedimiento judicial y sus
principios se abrió paso, desde muy temprano el llamado Statute Law, que se atenía a
leyes emanadas del Parlamento Inglés, en forma de bills, acts o cualquier otra expresión
formal valedera. En los Estados Unidos, el Statute Law también se abrió camino temprano
y en ese país se empezó a atener a las normas emanadas del Congreso, sin que la
existencia de ese Statute Law, en ninguno de ambos países significara la ruptura absoluta
con los principios y los procedimientos del Common Law.
En Inglaterra, además, el Common Law no asumía los asuntos del Derecho mercantil, los
cuales eran conocidos por los mercantile courts, es decir, las cortes mercantiles. Tampoco
se llevaron al Common Law los asuntos puros de Derecho Marítimo, los que se
consideraban bajo la competencia del admiralty court, es decir, la Corte del Almirantazgo.
En esos países bajo el sistema de Common Law se ha formado también otra vía de
administrar justicia, en cierta forma paralela, conocida como el Equity, o el sistema de la
equidad. Este otro nivel jurisdiccional de la equidad se originó temprano en el Derecho
inglés mediante la práctica de que los súbditos se presentaran al monarca para pedir
justicia. Más tarde esas reclamaciones fueron delegadas al lord Canciller y más tarde aún
a una corte que se llamó Tribunal de la Cancillería. El sistema judicial paralelo de equidad
dio nacimiento a un conjunto de normas a las que se les reconoció siempre valor superior
al de las establecidas por otros tribunales legales del reino. Al principio, los tribunales del
Common Law estaban más vinculados por los precedentes que los tribunales de equidad,
que supuestamente dictaban sentencia con más apego a la justicia, exactamente la
equidad y, con ello, con más mansedumbre y hasta misericordia.
Con el avance de la Edad Media, el Common Law y el sistema de equidad constituían los
componentes esenciales del sistema jurídico de Inglaterra, pero el Common Law fue
abandonando sus viejos formalismos y al paralelo la jurisdicción de equidad fue
conociendo cada vez menos casos y de esa manera de hecho empezaron a fundirse
ambas instancias judiciales, hasta que, finalmente, mediante la Ley de la Judicatura de
1873, se abolió la distinción entre Common Law y jurisdicción de equidad en Inglaterra.
Cada vez que abordamos el problema del sistema de Derecho del Common Law surge la
duda o la pregunta de si ese sistema es, al fin y al cabo más eficiente o asegura mejor la
justicia que el del derecho romano francés, con sus leyes escritas e incluso sus
codificaciones.
Los defensores del Common Law sostienen entonces que, como la vida es cambiante, con
una dinámica enorme, el Derecho debe ajustarse a ella y ser también cambiante y
dinámico, lo cual se asegura mucho mejor desde ese sistema que desde el legislado y
codificado. Los defensores de la ley escrita y la codificación saltan entonces y dicen que
al amparo de la actualización y la dinamización del Derecho se quiebra su seguridad, su
estabilidad indispensable y, quizás también, su esencial justicia.
Es curioso que en esto sea Ronald Dworkin, connotado jurista norteamericano, quien se
aproxime más a la verdad esencial. Decía el profesor de Harvard: "Podemos sostener
(como hicieron algunos autores) que el derecho será económicamente más eficiente si
da margen para que los jueces tengan en cuenta el influjo económico de su decisión; pero
con eso no se responderá la cuestión de si es justo que así lo hagan, o de si podemos
considerar los estándares económicos como parte del derecho existente, o de si las
decisiones basadas en el influjo económico, son por esa razón, portadoras de mayor o
menor peso moral."2
En los sistemas de base romano francesa, como casi todos los de Europa occidental y los
que en América proceden del colonialismo español, portugués y francés, el Derecho se
fundamenta en la ley, normalmente escrita e incluso en las codificaciones. En esos
sistemas, en consecuencia, el precedente judicial ha sido asumido siempre con mucha
cautela o ha sido absolutamente rechazado.
En realidad, desde la óptica del iuspublicismo romanista más puro, la creación del
Derecho es sólo facultad y atributo del pueblo (que en Roma se identificaba, con un
sentido restrictivo, como populus), pero nunca puede quedar en manos del juez, por muy
investido de sentido de justicia y equidad que el mismo se encuentre.
Aquí, en el sistema de jurisprudencia, los tribunales cuentan con normas, pero las mismas
deben ser interpretadas. Entonces ocurre que en ocasiones la interpretación de una
disposición jurídica es difícil y, ésta es la segunda característica distintiva de la
jurisprudencia en el sistema romano francés, cuando el máximo tribunal, es decir, cuando
el Tribunal Supremo y sólo el Tribunal Supremo, reitera la misma interpretación de un
precepto, se dice que sienta jurisprudencia, que crea una doctrina jurídica.
Sin embargo, queda subsistente determinar si la jurisprudencia, la doctrina legal, en los
países de sistema romano francés constituye siempre o suele constituir una fuente oficial
del Derecho.
Como bien señala Diez Picasso, el precedente administrativo es «[…] aquella actuación
pasada de la Administración que, de algún modo, condiciona sus actuaciones presentes
exigiéndoles un contenido similar para casos similares». Ello se debe a que el
condicionamiento de su futuro accionar por un accionar presente nos permite afirmar
que la Administración Pública establece una consecuencia jurídica frente a un supuesto
de hecho, el cual no podrá obviar si concurren los elementos objetivos suficientes de
identidad.
El estudio del precedente administrativo no puede realizarse sin considerar los elementos
esenciales de los precedentes judiciales vinculantes aplicados en el Common Law, debido
a que en ellos encontramos la experiencia más basta sobre decisiones vinculantes. El
modelo anglosajón admite la figura del precedente judicial vinculante. Este se caracteriza
por el hecho de que los jueces anglosajones no pueden apartarse de sus decisiones
previas, en virtud del principio de stare decisis. Siguiendo este principio, el precedente
judicial vinculante supone que cada juez se vincule a sus propias decisiones (carácter
horizontal), asimismo, implica que, en el supuesto de que una instancia superior emita
un precedente (carácter vertical), las instancias de menor jerarquía deberán resolver
conforme a la misma.
En este escenario, la figura del precedente judicial vinculante, en función del carácter
horizontal y vertical, proporciona un marco que permite la aplicación de la ley conforme
al principio de igualdad. En el caso del precedente administrativo, se busca trasladar la
misma lógica del precedente judicial a sede administrativa.
En primer lugar, el análisis subjetivo de la costumbre nos presenta que la misma es una
fuente de derecho proveniente de las prácticas que se presentan en la sociedad. En
contraposición, el precedente administrativo proviene de la Administración Pública
(Poder Público), razón por la cual no sería posible equiparar el precedente a una norma
consuetudinaria. En el mismo sentido, el profesor Ortíz Díaz señala que «[...] La norma
consuetudinaria existe con independencia del administrador. Es algo exterior a él». De
ese modo, el sujeto de derecho del cual proviene la costumbre y el precedente
administrativo son distintos, por ende, resulta errado equiparar ambas instituciones.
A diferencia del análisis subjetivo, el objetivo nos permite realizar una distinción entre el
precedente administrativo y la práctica administrativa. Mientras que el precedente
administrativo supone una disposición sustantiva de la Administración Pública
generadora de derechos y deberes para los administrados, la práctica administrativa
involucra efectos dentro de la propia Administración, mas no frente a los administrados.
Al respecto, como bien menciona Tirado Barrera, sería erróneo considerar que la
jurisprudencia no cuenta con ninguna capacidad de vinculación. En efecto, las
Administraciones Públicas no pueden apartarse de los criterios adoptados en cuestiones
previas debido a que ello significaría la vulneración del principio de predictibilidad. No
obstante, el precedente vinculante genera una obligación para la Administración Pública
de aplicar el criterio adoptado previamente frente a supuestos idénticos. Finalmente, el
precedente administrativo debe cumplir con el requisito de publicidad. Ello se debe a que
el criterio adoptado por la Administración Pública resulta aplicable a cualquier
administrado que se encuentre en el supuesto de hecho del referido precedente.
Definición
Asimismo, la discrecionalidad no debe ser entendida como una potestad que brinde
herramientas ilimitadas a la Administración Pública para la adopción de sus decisiones.
Por el contrario, la discrecionalidad debe ser entendida en el marco del derecho
administrativo, el cual busca conciliar el interés público y los derechos de los ciudadanos;
lo cual supone, también, un trato en igualdad de condiciones para los administrados.
Dentro del presente contexto, los precedentes administrativos permiten que un órgano
de mayor jerarquía uniformice, en ejercicio de su potestad discrecional, las actuaciones
de la Administración. Sin embargo, también se reconoce la posibilidad de que un órgano
inferior pueda establecer, a través de un precedente, la manera de actuar que utilizará
frente a un supuesto idéntico
El precedente administrativo, conforme lo señala Tirado Barrera19, podrá ser emitido por
todo órgano administrativo que considere estar asumiendo un criterio que deba ser
aplicado a todas las situaciones idénticas. La afirmación previa supone el carácter de
horizontalidad y verticalidad, mencionados a propósito de los precedentes judiciales
vinculantes relativos al derecho anglosajón.
La identidad fáctica se refiere únicamente a que los hechos jurídicamente relevantes del
nuevo supuesto y del precedente administrativo sean idénticos. De tal manera que
hechos como la cuantía puesta en discusión no podrán ser considerados al analizar la
identidad fáctica. Por último, la identidad normativa se refiere a que las reglas de derecho
aplicables sean las mismas, evitando la aplicación de un precedente administrativo
cuando el marco normativo haya variado.
La aplicación del precedente administrativo por parte de una entidad tiene efectos
positivos que exponemos a continuación:
Respecto del primer supuesto, los actos administrativos que constituyen precedente,
debemos precisar lo siguiente: se trata de actos emitidos por órganos colegiados que
ejercen sus facultades en el marco de ley especial. Son órganos que, si bien resuelven
materia administrativa particular, establecen criterios de interpretación y acción
respecto de toda la estructura y órganos administrativos que la componen, teniendo un
efecto general (carácter de horizontalidad y verticalidad).
Además de ello, debemos considerar cuáles son las fuentes que inspiran al derecho
administrativo, así como sus características y efectos. Al respecto, Martín Mateo señala
que existen tres tipos de fuentes: «[…] Fuentes primarias: las que nos dan un derecho
directamente aplicable per se […] Fuentes complementarias: cuya vigencia se deriva de
los propios pronunciamientos de las fuentes primarias [y] […] Fuentes aclaratorias: que
orientan sobre el auténtico sentido y alcance de lo querido por el legislador […]».
Dentro del grupo de fuentes primarias debemos considerar como tales a la ley, de
especial relevancia y subordinación respecto de la actividad administrativa; al
reglamento, como principal vehículo normativo utilizado por la Administración para el
ejercicio de su función normativa dentro de los límites y alcances que la ley le permita; a
los tratados internacionales; y a la doctrina emanada del Tribunal Constitucional.
De acuerdo con el referido profesor español, las principales características de este primer
grupo son las siguientes: la generalidad, debido a su abstracción y efecto sobre un
número considerable de sujetos; la publicidad; la jerarquización, en virtud de esa
correlación legitimadora entre normas de mayor y menor jerarquía en nuestro
ordenamiento; el carácter de pervivencia hasta su derogación, y es que resulta una
característica inherente a este tipo de fuentes que solo pueden ser modificadas y dejar
de existir a partir de una norma de similar o mayor jerarquía; y su vocación a futuro, en
tanto son aplicables a hechos que surgirán luego de su incorporación en el ordenamiento
y efectiva vigencia.
En cuanto a las fuentes complementarias, podemos decir que existen dos expresiones de
dichas fuentes. Por un lado, tenemos la costumbre que, como ya lo hemos visto, «[…]
solo tiene, en el Derecho Administrativo, trascendencia normativa cuando es recogida
por el legislador»28. Por otro lado, se encuentran los principios generales del derecho
que atraviesan ciertos cuestionamientos doctrinarios, por lo que deben ser entendidos
como tales en virtud de «[…] un momento histórico determinado […] [y] un ordenamiento
concreto […]». Una vez contextualizado el principio, recién entonces podrá este cumplir
con su función complementaria, dado que «[…] nos pueden valer para completar
determinadas lagunas del legislador e interpretar el sentido de las normas […]».
Finalmente, y nos detenemos con mayor detalle en este extremo dado que posee
especial relevancia para el presente trabajo, tenemos las fuentes aclaratorias
conformadas por la jurisprudencia y la doctrina. La primera recoge los pronunciamientos
adoptados por la Administración Pública, mientras que la última supone una fuente
relevante pues analiza los alcances del ordenamiento y los alcances del actuar
administrativo.