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EL HOMBRE INVISIBLE EN NOSOTROS

Lo patológico que sirve de fundamento para la terapia

Rudolf Steiner
En GA 221

Dornach, 11 de febrero de 1923

En el ser humano, tal como éste se presenta delante de nosotros, en realidad debemos
distinguir claramente dos entidades. Ustedes recordaran que en diversas consideraciones recientes
yo hablé acerca de cómo la organización física del hombre es preparada espiritualmente en la vida
preterrena; cómo entonces ella es en cierta forma enviada hacia abajo como organización espiritual
antes de que el propio hombre con su Yo ingrese en la existencia terrena. Esta organización
espiritual en su esencia ejerce sus efectos aún durante toda la vida física terrenal, pero durante la
vida terrena esto no se expresa en algo visible exteriormente. Lo exteriormente visible es
eliminado en su esencia durante el nacimiento, correspondiendo a las envolturas que tiene el
embrión humano durante su periodo intrauterino: el corion y saco amniótico, la alantoides, todo
aquello que es eliminado como organización física cuando el hombre, salido del cuerpo materno,
alcanza una existencia física libre. Sin embargo, dicha organización preterrena sigue activa en el
hombre a lo largo de toda su vida; sólo que su condición es algo diferente de la actividad físico-
anímico-espiritual del hombre durante la vida física terrena. Es acerca de esto que quisiera hablar
un poco hoy.
Tenemos entonces de cierta manera en nosotros un hombre invisible, que está contenido en
nuestras fuerzas de crecimiento, también en aquellas fuerzas ocultas con las cuales se realiza la
nutrición, en fin en todo aquello que la actividad consciente del hombre no puede alcanzar. De
verdad su efecto entra en esta actividad inconsciente, hasta en la actividad del crecimiento, hasta
en la diaria reparación de las fuerzas mediante la nutrición. Y este efecto es precisamente lo que
sigue actuando de esa existencia preterrena, y que en la existencia terrena llega a ser un cuerpo de
fuerzas que actúa en nosotros, pero que exactamente no llega a manifestarse en forma consciente.
Este hombre invisible, que todos llevamos en nosotros, que está en nuestras fuerzas de
crecimiento y de nutrición, que también está en las fuerzas de la reproducción, éste es el hombre
invisible cuya naturaleza quisiera describirles de inmediato.
Esto lo podemos hacer esquemáticamente, diciendo: también en este hombre invisible están
contenidos el Yo, la organización astral, la organización etérica, por tanto el cuerpo de fuerzas
formativas, y la organización física. Naturalmente, en el hombre que ha venido al mundo, esta
organización física está metida dentro de otra organización física, pero en el curso de las
consideraciones de hoy, ustedes podrán comprender la intervención del hombre invisible en la
organización física.
Si lo dibujo esquemáticamente, tengo que hacerlo así (1a):

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En este hombre invisible tenemos, primeramente, la organización del Yo (amarillo), después la
organización astral (rojo), luego la organización etérica (azul) y la organización física (blanco). Esta
organización física, que atañe al hombre invisible, sólo interviene en los procesos de nutrición y
crecimiento, en todo aquello que se hace notar o sentir en la organización humana a partir del hombre
inferior, o como lo hemos descrito frecuentemente, del hombre metabólico-motor. Todas las
corrientes, todas las acciones de fuerzas en este hombre invisible se dan de manera tal que parten de la
organización del Yo, de ahí van a la organización astral, a la organización etérica y a la física, y se
despliegan entonces por la organización física (1b).

Lo que aquí se llama organización física, en el embrión humano está presente en las
membranas, en los involucros del embrión: el corion, la alantoides, el saco amniótico, etc. En el
hombre ya nacido, lo que aquí se denomina organización física, está contenido en aquellos procesos
que, en todo el hombre, representan procesos de nutrición y reparación. Entonces, hacia afuera, esta
organización física aquí no esta separada de la otra organización física del hombre, sino que unida a
ella (1c):

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En cierta forma tenemos, al lado de este hombre invisible, al hombre visible que está delante de
nosotros cuando el hombre recién nace. Quisiera dibujar de alguna manera a este hombre visible aquí
al lado (1d). Así sería entonces la compenetración mutua del hombre físico y el suprafísico durante la
vida terrena. Sin embargo, durante la vida terrenal ocurre el siguiente flujo constante (ver flecha): del
yo al cuerpo astral, al cuerpo etérico, al cuerpo físico. En el hombre ya nacido, este flujo transcurre en
la organización metabólica y de las extremidades, en todo lo que son fuerzas del movimiento, y en lo
que son las fuerzas de movimiento interno que transportan los alimentos absorbidos a todo el
organismo hasta el cerebro.

Por el contrario, existe también una intervención inmediata, un efecto de fuerzas que del Yo
penetra directamente en todo el hombre. Tenemos entonces la intervención de una actividad, en cierto
modo un flujo, que del Yo va directo a la organización neurosensorial, sin atravesar antes el cuerpo
astral ni el cuerpo etérico, sino que interviene directamente en el cuerpo físico. Esta intervención es
naturalmente más fuerte en la cabeza, donde se concentran la mayor parte de los órganos sensorios. En
realidad yo debería dibujar este flujo de tal manera que, por ejemplo, se extendiese a través del sentido
de la piel por todo el hombre, como así también debería dibujar un flujo para la incorporación de
alimentos a través de la boca. Pero, en forma esquemática, el dibujo esta correcto tal como lo acabo de
hacer (1e). Tenemos entonces en la cabeza humana una organización tal que fluye desde abajo, que

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parte del Yo, pero que ha pasado por lo astral, lo etérico y lo físico y ascendido después hacia el Yo.
Tenemos otra corriente que ingresa directo a lo físico y fluye hacia abajo.

Si examinamos el organismo humano, reconocemos que esta corriente directa, la que del Yo
entra directamente hacia lo físico y se ramifica por el cuerpo, corre a lo largo de las vías nerviosas (1f,
amarillo). Es así que, cuando los nervios humanos se extienden por el organismo, la fibra nerviosa
visible exteriormente es la marca visible exteriormente de la propagación de aquel flujo que del Yo va
directo hacia todo el organismo, pero que del Yo ingresa directamente en la organización física.

A lo largo de las vías nerviosas corre primeramente la organización del Yo. Ésta es
esencialmente destructiva para el organismo, pues ahí el espíritu penetra directamente en la materia
física, y en todos los lugares donde el espíritu penetra directamente en la materia física ocurren
procesos destructivos. Por tanto, a lo largo de las vías nerviosas, partiendo de los sentidos, se extiende
un sutil proceso de muerte por el organismo humano.
Aquella corriente que en el hombre invisible va primero al cuerpo astral, al etérico y al físico,
podemos seguirla en el hombre en la circulación sanguínea que va hacia los sentidos (1g, rojo), de
modo que al observar al hombre como se presenta delante de nosotros, podemos afirmar: en la sangre
fluye el Yo, pero el Yo fluye de tal manera que permea de alma sus fuerzas a través de la organización
astral, la etérica y la física. El Yo fluye después de que primero se llevó consigo las organizaciones

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astral y etérica, a través de la organización física en la sangre, de abajo hacia arriba. Todo el hombre
invisible fluye entonces en el proceso sanguíneo como un proceso constructivo (anabólico), un proceso
de crecimiento, como un proceso tal que genera al hombre a cada momento a través de la elaboración
de los alimentos. Podemos decir, de manera esquemática, que en el hombre este flujo corre de abajo
hacia arriba y desemboca entonces en los sentidos, vale decir, también en la piel, y va al encuentro del
flujo que directo desde el Yo, alcanza la organización física.

En la realidad, no obstante, las cosas son aún más complicadas. En la realidad también tenemos
que tomar en consideración el proceso respiratorio. En el proceso respiratorio, sucede que en todo caso
el Yo fluye hasta el cuerpo astral y de ahí, directo al pulmón con la ayuda del aire. Es así que en la
base de los procesos respiratorios también hay algo del hombre suprasensible, pero no como en el
proceso neurosensorial, donde el Yo interviene directamente en la organización física, sino que el Yo,
todavía empapado de fuerzas astrales, toma el oxigeno y, recién entonces, ya no como organización
del Yo sola, sino como organización Yo-astral, interviene en el organismo con ayuda del proceso
respiratorio (1h, tercera flecha). Podríamos decir entonces: el proceso respiratorio es un proceso
destructivo atenuado, un proceso de muerte atenuado. El verdadero proceso de muerte es el proceso
neurosensorial; el proceso respiratorio es un proceso destructivo atenuado.

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En oposición al proceso respiratorio, está el proceso donde el Yo todavía se fortalece por el
hecho de que su flujo llega hasta el cuerpo etérico y, recién entonces, es incorporado (1i, cuarta
flecha). Este proceso, que ya se encuentra muy fuertemente en lo suprasensible, de tal manera que no
puede ser pesquisado por la fisiología convencional, actúa de manera externamente perceptible en el
pulso. Éste es un proceso de regeneración, no tan intenso como el proceso metabólico de
regeneración directo, sino que un proceso atenuado de regeneración, que entonces enfrenta al proceso
respiratorio.

El proceso respiratorio es hasta cierto punto un proceso destructivo. Si absorbiéramos más


oxígeno, nuestra vida sería mucho mas corta. Nuestra vida se prolonga en la medida en que el proceso
de formación de anhídrido carbónico se enfrenta, a través de la sangre, con la absorción de oxígeno en
el proceso respiratorio.
Así, todo actúa conjuntamente en el organismo y en realidad sólo podremos entender lo que
sucede en el organismo si consideramos en esta comprensión al hombre suprasensible. Éste fue
descartado de manera visible exteriormente con las envolturas del embrión y, en el hombre ya nacido,
en verdad sólo actúa a través de fuerzas invisibles, las que sin embargo, podemos describir en forma
precisa si partimos del conocimiento antroposófico del hombre.

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Si con el conocimiento antroposófico del hombre examinamos, por ejemplo, el ojo, tenemos,
llegando a este órgano, el proceso sanguíneo que discurre por finas ramificaciones (dibujo 2, rojo), y
que después es tomado por el proceso nervioso (amarillo), que va en la otra dirección. El proceso
sanguíneo en verdad siempre va en el hombre en dirección a la periferia, de manera centrifuga. El
proceso nervioso, que en realidad es un proceso catabólico, corre siempre en forma centrípeta, va en
dirección contraria a lo interno del hombre. Y todos los procesos que ocurren en el hombre son
metamorfosis de estos dos procesos.

Si el proceso que se desarrolla entre pulso y respiración está en orden, el hombre inferior estará
ligado correctamente al hombre superior, y entonces el hombre en verdad, si no recibe lesiones
externas, debería estar básicamente sano, al menos internamente. Sólo cuando predomina el
catabolismo, se producirán en el organismo procesos destructivos. El hombre se enferma por
acumulación de cosas extrañas en su organismo que no fueron procesadas en forma correcta, que aún
contienen en sí un exceso de fuerzas destructivas propias de la naturaleza física exterior que está en la
Tierra, en el entorno humano.
Por la intervención directa de lo espiritual a través del Yo, se originan en el hombre todos los
procesos de tipo mórbido, que constituyen formaciones extrañas: formaciones extrañas que quizás no
sean inmediatamente visibles en acumulaciones físicas, formaciones extrañas que pueden estar, por
ejemplo, en el hombre líquido, y aún en el hombre aéreo, pero que no obstante son formaciones
extrañas. Éstas se forman como algo ajeno y en su contra no viene ningún proceso curativo desde
abajo, como el que corre a lo largo de los vasos sanguíneos, de modo que estas formaciones extrañas,
que primero tienen la tendencia a formar acumulaciones edematosas en el cuerpo y después a
desintegrarse interiormente, no pueden disolverse. Si el proceso de formación de la sangre les sale al
encuentro de manera correcta, ellas se pueden disolver, pasando al proceso de la vida corporal general.
Pero si a través de este proceso ocurre un estancamiento que en cierta forma determina, de arriba hacia
abajo, un proceso destructivo demasiado intenso, este proceso afecta a uno u otro órgano. Se forman
cuerpos extraños, que primero son de carácter exudativo, con hinchazón y después tienen la tendencia
a evolucionar hacia la desintegración, tal como los procesos externos de la naturaleza terrestre. Y
entonces es necesario tener claridad acerca de que en el hombre no ha sido absorbido lo suficiente del
hombre suprasensible por la vía que dibujé aquí al lado del hombre físico (dibujo 1).
En realidad, no podemos hablar directamente de curación por arte humano, pues los hechos son
como sigue: en el momento en que se desarrolla demasiada actividad siguiendo la organización
neurosensorial, en dirección centrípeta, y por tanto se introducen en demasía en el hombre procesos del

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medio ambiente exterior, formando tumefacciones que luego se disuelven, surge en ese momento,
donde sea, el otro sistema, que corre a lo largo de los vasos sanguíneos, rebelándose y queriendo
conseguir la curación; quiere impregnar con la fuerza astral y etérica correcta, que puede subir desde
abajo, para impedir aquello que está en el organismo donde el Yo, o al cuerpo astral con el Yo, actúan
por cuenta propia. A un principio revolucionario tal en el organismo humano es que debe enfrentarse
quien sana, y el sanar consiste precisamente en apoyar por medios externos aquello que ya está
presente en el organismo como fuerza curativa original.
Si, digamos, surge una tumefacción, esto es un síntoma de que la actividad del Yo no interviene
en el sentido correcto a partir del cuerpo etérico. Aquella se hace sentir, pero a veces no puede
alcanzar la tumefacción. En este sentido se necesita apoyar al cuerpo etérico para que logre eficacia.
Pues cuando el cuerpo etérico se vuelve eficaz en forma correcta, siendo impregnado primero por el
Yo y por el cuerpo astral, puede llegar a acercarse a aquello que viene de arriba y que no ha acogido la
eficacia de lo etérico, sino a lo sumo la del Yo y del astral, que intervienen de manera venenosa sobre
el organismo, entonces se apoya el proceso de curación a través de la organización humana que por sí
misma quiere estar presente. En realidad sólo se necesita saber a través de qué medios la organización
etérica, atravesada de manera correcta por la organización astral y el Yo, debe intervenir en el cuerpo
en este caso. Sólo se necesita, por así decir, ir en ayuda de la organización etérica a través de los
medios adecuados. Se debe saber por tanto, cuales son los medios que fortalecen la organización
etérica en este caso, de modo que su fuerza anabólica pueda oponerse a la intensa fuerza destructiva.
Lo patológico que sirve de base para la terapia, no puede ser comprendido sin recurrir al hombre
invisible.
También puede ocurrir que el hombre al nacer no intervenga correctamente con su organización
del Yo y su organización astral, digamos, con su organización anímico-espiritual, en la organización
física, es decir, que en cierta forma la organización anímico-espiritual no penetre lo suficiente en la
organización física. El hombre tendrá entonces un predominio de aquello que, de abajo hacia arriba,
está presente como fuerzas de crecimiento, pero que sin embargo no le proporciona el peso de manera
suficiente por medio de la incorporación de la organización física. El hombre puede nacer de tal
manera que su cuerpo físico no sea tomado suficientemente por el hombre invisible, que el aquí
descrito hombre invisible de alguna manera se niegue a intervenir en la debida forma en el proceso
sanguíneo. El espíritu del hombre no alcanza entonces al proceso sanguíneo y vemos como
consecuencia de esto que tales personas, ya desde la infancia, se nos aparecen como pálidas,
permanecen delgadas, o que crecen rápidamente en función de las fuerzas de crecimiento
predominantes. Tenemos entonces delante de nosotros que lo anímico-espiritual no penetra
correctamente en el organismo. Y porque el cuerpo se niega a acoger lo anímico-espiritual, debemos
actuar atenuando la intensa actividad existente en el cuerpo etérico. En estos niños pálidos, flacos y
que se presentan tan espigados, debemos actuar para que las fuerzas que operan en forma desmedida,
hipertrófica en el cuerpo etérico, sean retornadas a su justa medida, que el hombre reciba peso en su
cuerpo, que, por ejemplo, la sangre, a través de recibir el debido contenido de hierro, tenga la gravedad
correspondiente, de manera que el cuerpo etérico actúe menos hacia arriba, es decir que sea debilitado
en su efecto ascendente.
Un estado tal también puede reconocerse en el hecho de que en estas personas surge con mayor
intensidad lo que yo quisiera llamar procesos nocturnos, en oposición a los procesos diurnos. Se quiere
decir que durante la noche la organización físico-etérica de toda persona normal se niega a acoger lo
anímico-espiritual. La organización nocturna de la persona que yace en la cama – no del hombre
invisible, que está fuera – esta organización nocturna es demasiado fuerte, tal como acabo de
describirla, en aquellos que tienen en sí un tipo de tisis congénita,. Es necesario entonces apoyar la
organización diurna, lo cual significa darle una cierta gravedad, precisamente fomentando los procesos

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catabólicos. Pues cuando se favorecen los procesos catabólicos e internamente ellos se presentan con
endurecimiento y final disgregación – naturalmente que en la cura ello debe ocurrir en una mínima
medida – esta fuerza rebosante del cuerpo etérico se reprime, y es posible detener la tendencia a la
tuberculosis.
Así, a través del conocimiento del hombre como un todo, se vuelve transparente esta singular
interacción siempre presente entre salud y enfermedad, y que es esencialmente compensada por
aquello que se da entre pulso y respiración. Si se aprende a conocer a través de qué medios externos es
posible fomentar uno u otro, se podrá entonces estar en situación de apoyar los procesos naturales de
curación siempre presentes, pero que no siempre surgen. Pues no es posible llevar hacia el interior del
organismo humano un proceso del todo extraño. Lo que ocurre en el organismo humano es siempre lo
siguiente: si introducimos en él cualquier proceso que le sea extraño, éste de inmediato es
transformado en el opuesto. Si ingerimos algo, el alimento posee en sí determinadas fuerzas químicas.
El organismo, al incorporarlas, las transforma internamente de inmediato en sus opuestas. Y esto tiene
que ser así. Pues si, por ejemplo, el alimento conserva su condición exterior durante mucho tiempo
después de ser ingerido, él se acerca al proceso catabólico y esto produce externamente procesos
catabólicos, destructivos, mortales en el hombre. En cierta forma, aquello que ingresa al hombre a
través de los alimentos, debe ser recibido por procesos interiores y transformado en su opuesto.
Ustedes pueden seguir en detalle los procesos que les he desarrollado a partir del hombre como
un todo. Supongamos que ustedes tengan clavado un cuerpo extraño en algún lugar (dibujo 3,
amarillo). El comportamiento de su organismo, en cuanto a ese cuerpo extraño, se puede dar de dos
maneras distintas. Supongamos que ese cuerpo extraño no pueda ser retirado, que quede adentro.
Alrededor del cuerpo extraño la fuerza anabolizante está activa en la sangre circulante (rojo). Ésta se
acumula en torno al cuerpo extraño, pero está desplazada de su lugar. Esto hace que la actividad
nerviosa comience de inmediato a preponderar. Una formación exudativa es secretada alrededor del
cuerpo extraño, envolviéndolo (azul). El cuerpo extraño es encapsulado. Gracias a que esto ocurre, en
el lugar del cuerpo extraño se forma lo siguiente: mientras que, normalmente, de no haber en el lugar
un cuerpo extraño, entonces el cuerpo etérico interviene en el cuerpo físico de determinada manera,
pero ahora el cuerpo etérico no puede intervenir sobre el cuerpo extraño, por tanto allí dentro va a
formarse de alguna manera una vesícula, llena sólo de lo etérico (líneas rojas).

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Tenemos en nosotros un trocito del cuerpo, que contiene un cuerpo extraño, y donde una
pequeña parte del cuerpo etérico no fue organizada por lo físico. Es entonces del caso fortalecer el
cuerpo astral a tal punto que éste pueda actuar en este pedacito de cuerpo etérico sin ayuda del cuerpo
físico. Y debido a este encapsulamiento, nuestro cuerpo en realidad ha recurrido a las fuerzas
catabólicas para aislar estas fuerzas catabólicas en una parte del cuerpo y reintegrar allí al cuerpo
etérico sanador que, a través de un tratamiento correcto, pueda ser apoyado por el cuerpo astral y el Yo
en la forma correspondiente.
Tenemos entonces de alguna manera que afirmar que en un caso como éste, aquello que en el
hombre está por encima de lo físico, debe fortalecerse tanto como para poder actuar sin lo físico en esta
pequeña parte de la organización humana. Esto sucede siempre que en el sentido de la así llamada
curación, cualquier cuerpo extraño en el hombre, por ejemplo, una astilla enterrada, se encapsule. El
hombre, para esta parte del cuerpo, es desviado por así decirlo con toda su organización un poco hacia
arriba. Entonces se forman naturalmente también verdaderos cuerpos extraños a partir de la
organización, lo cual debe ser examinado de la misma manera.

Ahora bien, si nos hemos ensartado una astilla, puede ocurrir un proceso del todo diferente.
Puede ser que, cuando nos pinchamos (dibujo 4, amarillo), la actividad nerviosa alrededor del sitio,
comience a intensificarse y supere la actividad sanguínea. Entonces, la actividad nerviosa, en cuyo
interior actúa el Yo, o el Yo fortalecido por el cuerpo astral, esta actividad neurosensorial entonces,
que pasa por todo el cuerpo, estimula la actividad sanguínea, no permitiendo que coagule un exudado,
sino que estimula mas bien aquello que fue aislado y conduce a la formación de pus (blanco). Y
puesto que los nervios empujan hacia afuera (flechas), así el pus, por medio de este empujón, que en
la actividad catabólica va a través de las vías nerviosas, también por este empujón hacia la periferia, es
sacado al exterior del cuerpo, y la astilla supura, sale, para luego cicatrizar.
Por consiguiente, ustedes pueden ver de inmediato en los procesos de encapsulamiento, los que
ocurrirán sobretodo cuando la astilla está localizada muy profundamente en el organismo, de manera
que la fuerza impulsora del sistema catabólico, del sistema neurosensorial, no es suficiente para
conducirla al exterior, que entonces lo anabólico en las vías sanguíneas se fortalecerá y
llevará al encapsulamiento.
Si una astilla se asienta más hacia la superficie, el impulso nervioso, la fuerza catabólica, será
más fuerte y excitara, estimulará aquello que va a dar lugar al exudado, van a utilizarse las vías
catabólicas existentes desde siempre para el catabolismo y que conducen hacia afuera, de forma
catabolizante, y todo va a supurar. De manera que podemos decir con propiedad: en principio, en el
momento de su génesis, siempre tenemos en status nascendi, latente en nosotros la tendencia de
nuestro organismo a endurecerse hacia el interior, en forma centrípeta, y de volver a disolverse hacia
el exterior, en forma centrífuga. Sólo que ambas fuerzas, la que actúa hacia el interior, formadora de

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tumefacciones y la que actúa hacia el exterior, inflamatoria y supurativa, se equilibran y compensan
en el proceso corporal humano normal. Nosotros nos inflamamos siempre tan intensamente que
superamos la fuerza catabolizante que lleva a la formación de tumefacciones. Sólo si una es más
intensa que la otra, ocurre ya sea una verdadera formación indurada o una verdadera inflamación.
Bueno, ustedes no deben creer que todo sea tan simple en la realidad tal como se ha
esquematizado en la descripción. En realidad los procesos se entrelazan por completo. Ustedes
pueden observar que cuando los procesos inflamatorios en el hombre son muy intensos, aparecen
manifestaciones febriles. En esencia son procesos anabólicos muy fuertes, preponderantes, que se
encuentran en la sangre. Con esta fuerza propia que frecuentemente se desarrolla en el hombre cuando
está con fiebre, bien podría abastecerse una segunda persona, si pudiésemos derivar esas fuerzas de la
manera correcta.
Por otra parte, ahí donde las fuerzas catabólicas actúan con más intensidad, ocurren en realidad
enfriamientos que no son tan fáciles de constatar como las manifestaciones febriles. Pero también
ocurren manifestaciones de ambos tipos, alternativamente, de manera que en la realidad tenemos una
mezcla de esas actividades que si queremos comprenderlas bien, debemos separar una de la otra.
Si en la naturaleza existen venenos, como por ejemplo, el veneno de la belladona, surge la
pregunta: ¿Con respecto a las sustancias comunes que encontramos en el ambiente y que no son
venenosas puesto que podemos ingerirlas, qué son los verdaderos venenos?
Cuando ingerimos nuestros alimentos, introducimos en el organismo aquello que afuera en la
Naturaleza se forma de un modo similar a como se forma nuestro hombre invisible. Recibimos en
nosotros aquello que parte de una actividad espiritual (dibujo 5a, amarillo), ingresa en una actividad
astral (rojo) y posteriormente en una actividad etérica (azul) y después en una actividad física
(blanco). Cuando una actividad tal, que en la naturaleza va de arriba hacia abajo, en cierta forma actúa
desde la periferia hacia la Tierra, una actividad que se emparenta con nuestra actividad interior del Yo,
que es puramente espiritual, cuando entonces aquello que dibuje aquí esquemáticamente en amarillo
fluye hacia abajo, pero se transforma en su paso por lo astral y continúa transformándose en su paso
por lo etérico, para pasar a lo físico, entonces la planta por regla general acoge una actividad tal. La
planta crece de abajo hacia arriba yendo al encuentro de tal actividad y acoge esta actividad etérica,
que ya tiene en sí la actividad astral y del Yo, es decir, la actividad anímica y espiritual, incorporadas
correctamente desde arriba.

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Pero también puede suceder lo que ocurre con el veneno. Las sustancias venenosas tienen la
particularidad de no dirigirse a lo etérico como las sustancias verdes comunes en las plantas, sino que
se dirigen directo a lo astral, de manera que lo astral, que aquí dibujé en rojo, entra en esta sustancia
(dibujo 5b, rojo inferior en el blanco).

Con la belladona ocurre que el fruto es extraordinariamente ávido y, en su avidez, no se


satisface con acoger lo etérico, sino que el fruto acoge directamente lo astral, antes de que este astral,
al bajar, haya acogido en sí las fuerzas vitales en su paso por lo etérico. Yo quisiera decir que, en vez
de penetrar lo etérico, también lo astral baja desde el cosmos hacia la Tierra, goteando sin cesar. Y
estas gotas de esencia astral, que no atravesaron la atmósfera etérica de la Tierra en forma correcta, se
encuentran, por ejemplo, en el veneno de la belladona. También en el veneno del estramonio, en la
hiosciamina, el veneno del beleño, etc., tenemos en cierto sentido una precipitación de lo astral
cósmico hacia la planta.
De este modo, lo que vive en estas sustancias vegetales, por ejemplo, lo que vive en la belladona,
se emparenta con aquella actividad que entra directo del Yo o del cuerpo astral en los nervios humanos
y en la circulación del oxígeno. Recibimos entonces, al ingerir el veneno de la belladona, una
intensificación importante de los procesos catabólicos en nosotros, de aquellos procesos que en otras
ocasiones entran directo del Yo al cuerpo físico. El Yo humano no es tan fuerte como para soportar
tal intensificación. Si la actuación contraria, de abajo hacia arriba en las vías sanguíneas, fuera
excesiva, podemos enviar en su contra tales procesos catabólicos y en una pequeña dosis de atropina, el
veneno de la belladona, puede estar un antídoto contra los procesos de crecimiento excesivos. Pero
desde el instante en que llegue demasiado de este veneno ya no puede hablarse de que ahí exista un
equilibrio: primero se ven reprimidos los procesos de crecimiento, y el hombre estaría totalmente
ofuscado por una actividad espiritual que él aún no puede soportar con su Yo, que quizá sólo podrá
soportar en condiciones futuras, en los estados de Venus y Vulcano. Por esto surgen las
manifestaciones características del envenenamiento. Primero es enterrado el punto de partida de la
actividad operante en la sangre. Cuando se ingiere el veneno de la belladona, aparecen entonces
aquellas manifestaciones gástricas como pródromos. Posteriormente, las fuerzas se ven fuertemente
impedidas para actuar de la manera correcta, de abajo hacia arriba, y ocurre la total inconciencia, la
aniquilación del hombre por los procesos catabólicos.

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Con un conocimiento así de amplio, podemos seguir correctamente aquello espiritual que está
contenido en cualquier sustancia que consumimos – y lo mejor es siempre estudiar esto en las plantas
– cómo una sustancia así actúa en el organismo humano. Esto debe juntarse con un conocimiento
correcto de la naturaleza exterior. Debemos saber qué vive en cada planta y entonces sabremos
también cómo actúa la planta aislada sobre el hombre, por ejemplo, en las indicaciones de dietas, y con
ello podremos lograr algo si al mismo tiempo conseguimos una condición social tal que permita que
las cosas puedan efectivamente ser realizadas. Hoy, aunque se sepa algo, muchas veces estamos en la
situación de no poder llevarlo a la práctica, porque nuestras condiciones sociales no se ajustan a los
conocimientos de la naturaleza. Los conocimientos acerca de la naturaleza se han separado de ella,
rayando en lo abstracto. No se llega a comprender el verdadero lugar que el hombre ocupa dentro del
universo total. No se logra realizar algo efectivo en un círculo más amplio, como, por ejemplo, que se
diga: Aquí se tiene un hombre para quien es necesario que se le administre esta o aquella sustancia
vegetal, en este o aquel ritmo. Sí, para que esto pueda ocurrir de manera amplia, nuestra medicina
científica tendrá que adquirir otro carácter. Se debe combinar las instituciones externas de toda la vida
social con aquello que se pueda saber acerca de las relaciones del hombre con la naturaleza que lo
rodea.
Por cierto que mucho puede hacerse en forma individual. Podemos cocer raíces para una
persona en quien se sabe que los procesos catabólicos provenientes de la cabeza, son muy fuertes. Se
cuecen determinadas raíces de las que se sabe que contienen sustancias que, por tener que ver con las
raíces, arrastraron hacia abajo lo espiritual, lo anímico, lo etérico, hasta entrar en lo físico en la
formación de la raíz. De este modo se introduce en el organismo humano algo de las sustancias de la
formación de la raíz que, actuando en el organismo hasta la periferia más extrema de los vasos
sanguíneos, hasta la cabeza, podemos llamar a combatir el proceso catabólico excesivamente intenso
del sistema nervioso. Pero se debe tener una idea exacta de las transformaciones por las que pasa algo
que está en la raíz de la planta cuando es absorbido, digamos, por vía oral, y después procesado, para
ir hasta la más extrema periferia de la organización de la cabeza o la organización de la piel. En otro
caso se debe saber, digamos, cómo actúan sustancias extraídas de la flor de una planta, que ya están
algo flojas en su relación con lo etérico, acogiendo por tanto en sí el astral de manera intensa, pero en
cierto modo sutil, lindando con lo toxico; entonces si mezclamos estas sustancias en baños y así las
traemos al organismo por un camino completamente diferente, podemos estimular la organización
anabólica muy débil que se encuentra en las vías circulatorias, y de esta manera contrabalancear, desde
el otro lado, aquello que actúa hacia afuera por medio del catabolismo.
Igual ocurre si se quiere seguir internamente el efecto de aquello que se inyecta. Se trata aquí en
lo esencial de una intensificación de los procesos anabólicos, para que tenga lugar un equilibrio
correcto en relación a los procesos catabólicos. Siempre se ve, especialmente en el caso de las
inyecciones, como tienen que reaccionar los procesos catabólicos. La inyección no tiene un efecto
correcto si no se ve cómo los procesos catabólicos primero se resisten y sólo después entran
paulatinamente en los procesos anabólicos. Entonces, si se inyecta algo, se ve que sobrevienen
pequeñas alteraciones visuales o zumbidos en los oídos, porque al principio los procesos catabólicos se
niegan a entrar en equilibrio con los intensificados procesos anabólicos. Si realmente aparecen estos
síntomas de reacción, se tiene una garantía de que está ocurriendo una intervención en los procesos.
Ustedes ven entonces que en la Antroposofía no se trata realmente de proporcionar esquemitas
para reuniones sectarias de comadres y compadres, ni que siguiendo aquellos, ellos puedan explicar que
el hombre se compone de cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral y Yo, sino que se trata aquí de
una comprensión enteramente seria del hombre y de su relación con el mundo, de una introducción de
lo espiritual en todo lo material. Y que la Antroposofía puede seguir de cerca lo espiritual en lo
material, es algo que tiene que reconocerse si la Antroposofía desea realmente conquistar su posición

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en el mundo. Pues mientras se trabaje sólo en círculos sectarios de comadres y compadres, que
perpetúan su esquematización del ser humano, mientras esto ocurra, sólo se tratará de entrar en
conflicto con todos los otros posibles sectarismos. Pero en el momento en que realmente se muestre
cómo aquello que se comprende en la Antroposofía interviene en todos los demás conocimientos,
cómo, tal como lo dije ayer, ilumina todo el resto del conocimiento terreno, así como antiguamente la
astrología iluminaba todos los acontecimientos terrenales, entonces se tiene en la Antroposofía algo que
debe intervenir en el proceso moderno de la civilización, para que un verdadero anabolismo pueda
intervenir también contra los procesos catabólicos venidos de tiempos antiguos dentro del proceso de la
civilización humana.
Este rigor debe combinarse con aquello que se puede llamar la confesión de la Antroposofía. Por
cierto que no se puede siempre participar aisladamente de modo de descubrir solo, por ejemplo, cómo
la belladona actúa sobre el organismo o, por otra parte, cómo lo hace el cloro. Pero no se trata de que
alguien individualmente llegue a eso, sino que exista en círculos amplios una comprensión, una
comprensión universal de los sentimientos y emociones acerca de cómo el sanar para el hombre pueda
ganarse precisamente a partir del conocimiento antroposófico del mundo y del hombre.
Tampoco se exige en la pedagogía de la Escuela Waldorf que cada persona pueda educar, o por
lo menos educar a los niños a partir de la edad escolar. Se exige, no obstante, que en general exista una
comprensión acerca de cómo esta constituida una pedagogía a partir del conocimiento del mundo y
del hombre. Lo que la Antroposofía necesita es una comprensión amable. Sería muy errado creer que
cada uno debería saberlo todo. Pero la validez de la comunidad antroposófica debería consistir en
encontrar una comprensión general basada en un sano entendimiento del hombre para aquello que, en
el sentido de la salud y del futuro de la humanidad, precisamente a través de la Antroposofía, sea
impulsado y hecho realidad.

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Anotaciones en la libreta de apuntes de Rudolf Steiner el 11 de febrero de 1923

Pus = lo orgánico (etérico) permeado por


centrífuga
astralidad externa — en la vía hacia el
exterior —
Exudado coagulado = lo orgánico (etérico)
El éter llega a ser
permeado por astralidad interna centrípeta
similar al sistema neurosensorial/ A
— en la vía a la desaparición del mundo
físico — El éter llega a ser similar al sistema

metabólico B

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En la curación el organismo sólo continúa un centrífugas, como las que están activas en
proceso que ya existe en las defensas cotidianas el crecimiento de las plantas — como las
contra los procesos exteriores que penetran en que existen en el sueño —
el hombre, que son venenosos — el sistema
inferior (que ejecuta este proceso), elimina lo Sin embargo, lo venenoso es lo activo

externo después que lo ha permeado de fuerzas centrípetamente — del sistema


neurosensorial — que conduce al interior
el mundo externo — conduce el mundo
externo hacia adentro, después que lo ha
enfriado (transformándolo en simple
forma), de manera que lo espiritual penetre
directamente hacia adentro —

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El cuerpo no ha incorporado lo espiritual,
procesos nocturnos demasiado fuertes = se
afiebra —: se forman
reblandecimientos internos — purulento —
El cuerpo incorpora muy fuerte lo espiritual,
procesos diurnos demasiado fuertes = se
enfría —: se forman endurecimientos
internos como exudados internos — que se
desintegran

La inhalación, alimentación impedidas, los


procesos diurnos demasiado fuertes; la
exhalación, digestión demasiado fuertes, los
procesos nocturnos demasiado fuertes.

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