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22/8/2019 Mensajera del Señor, Página 75 -- Ellen G.

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MENSAJERA DEL SEÑOR, PÁGINA 75

hacerle a Henry una sencilla prenda de vestir.


Llegó el día cuando “sus provisiones se acabaron”. Jaime caminó cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta bajo la lluvia para
pedirle el salario a su empleador o las provisiones tan necesarias. Cuando regresó con un saco de provisiones, Elena se sintió muy
abatida: “Al verlo entrar en casa, muy fatigado, sentí desfallecer el corazón. Mi primer pensamiento fue que Dios nos había
desamparado. Le dije a mi esposo: ‘¿A esto hemos llegado? ¿Nos ha dejado el Señor?’ No pude contener las lágrimas, y lloré
amargamente largo rato hasta desmayarme”.
En otras palabras, “Señor, ¿por qué es tan dura la vida cuando nos hemos consagrado sin reservas a tu causa?”
A través del relato que ella hizo de esta experiencia, obtenemos una vislumbre de cómo ella salía de la profunda fosa del desánimo.
Ella lamentó que se había hundido tan bajo; luego se recordó a sí misma que su primer deseo era “seguir a Cristo y ser como él; pero
a veces desmayamos bajo las pruebas y nos mantenemos a la distancia de él. El sufrimiento y las pruebas nos acercan a Jesús. El
horno consume la escoria y abrillanta el oro”. 43Id., pp. 134-135.
En Rochester, Nueva York, a fines de junio de 1854, la Sra. White tenía siete meses de embarazo con su tercer hijo. Pero
enfrentaba diariamente otros problemas. Obreros claves en Rochester estaban muriendo de tuberculosis. Jaime, su esposo, parecía
también estar hundiéndose, no sólo con síntomas de tuberculosis sino por la falta de simpatía de los compañeros de trabajo, más la
tensión causada por sus compromisos habituales de viajes, predicaciones y redacción de artículos. ¡Trate de imaginarse la plena gama
de preocupaciones que enfrentaba la joven esposa y madre’
“Las pruebas se tomaban más intensas a nuestro alrededor. Teníamos muchas preocupaciones. Los ayudantes de oficina se
alojaban con nosotros, y nuestra familia ascendió a un total de quince a veinte personas. Las conferencias grandes y las reuniones de
sábado se realizaban en nuestra casa. No teníamos sábados tranquilos, porque algunas de las hermanas generalmente se quedaban
todo el día con sus niños. Por lo general nuestros hermanos no tenían en cuenta los inconvenientes, el trabajo y los gastos adicionales
que nos imponían. Cuando uno tras otro de los ayudantes de oficina llegaban a casa enfermos necesitando atención adicional, temía
que nos hundiríamos bajo la ansiedad y el trabajo. A menudo pensé que no podríamos aguantar más; sin embargo, las pruebas
aumentaban”.
¿Qué hace una joven madre de dos niños, con un embarazo de siete meses, bajo tales circunstancias? “Con sorpresa descubrí que
no estábamos abrumados. Aprendimos la lección de que podíamos sobrellevar mucho más sufrimiento y pruebas que lo que en un
tiempo pensábamos que era posible. El ojo vigilante del Señor estaba sobre nosotros para ver que no fuésemos destruidos... Si la
causa de Dios hubiera sido sólo nuestra, quizá hubiéramos temblado. Pero estaba en las manos de Aquel que podía decir: Nadie es
capaz de arrebatármela de las manos. Jesús vive y reina”. 44Id., pp. 304-306.
En las semanas que precedieron a la Asociación General de 1888, en Minneapolis, Elena de White se sentía agobiada por la
“incredulidad y resistencia a las reprensiones” que prevalecían contra su ministerio, mucho de lo cual se desarrolló mientras ella
estaba en Europa, de 1885 a 1887: “Los hermanos parecen no ver más allá del instrumento... También se me había dicho [en visión]
que el testimonio que Dios me había dado no sería recibido, porque los corazones de aquellos que habían sido reprobados no estaban
en un estado de humildad como para que pudiesen ser corregidos y recibir reprensión”.

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El desánimo parecía abrumarla, y se enfermó gravemente. Al recordar el evento, escribió: “No sentía deseos de recuperarme. No
tenía fuerzas ni aun para orar, y no deseaba vivir. Mi deseo era descansar, sólo descansar; quietud y descanso. Mientras estuve
sufriendo de postración nerviosa por dos semanas, albergué la esperanza de que nadie suplicase al trono de gracia en mi favor.
Cuando vino la crisis, tuve la impresión de que moriría Ese era mi pensamiento. Pero esa no

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