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Módulo: Fortalezco el pensamiento crítico de los estudiantes

Sesión 1. El pensamiento crítico. Naturaleza y componentes

“El pensamiento crítico es pensamiento aplicado. Por tanto, no es solo proceso, sino que trata de
desarrollar un producto. Esto implica, más que entender sobre algo, producir algo: decir, crear o
hacer algo. Implica usar el conocimiento para producir un cambio razonable” (M. Lipman, 2011).

E
l pensamiento con frecuencia se asocia con la realización de diversas actividades mentales:
recordar, percibir o imaginar, inferir, por ejemplo. También designa un orden o sucesión de ideas o
se identifica con una creencia, expresada en la afirmación sobre algún asunto. Pensar, además,
implica, un proceso sistemático y consciente orientado hacia la acción. (Gabucio, Curto, Tiviroli,
Luque, Limón, Minervino, Romo & Tubau, 2005).
En este sentido, el pensamiento se concibe como un constructo que se desarrolla como proceso y
producto a la vez. En calidad de proceso se aplica a cualquier contenido cognitivo y comprende
inferencias o diversos tipos de razonamiento- argumentación, deducción o inducción- los cuales incluyen
diversas operaciones mentales- recordar, comprender, inducir, etc- orientadas a la resolución de
problemas. (Amestoy, 2002; Saiz, 2018).
En la acepción de contenido o producto, el pensamiento se traduce en un conjunto de conocimientos que
se sustentan en la información sobre los conceptos, el dominio específico de una materia y la conciencia
de su naturaleza. (Amestoy, 2002; Saiz, 2018).
Los conocimientos, las inferencias y operaciones mentales, así como las disposiciones constituyen el
pensamiento. Las operaciones mentales son de dos tipos: cognitivas y meta cognitivas e implican
diversas estrategias y procesos para generar, aplicar, dirigir y controlar el conocimiento. (Amestoy, 2002).
Figura 1. Componentes del Pensamiento

Conocimiento

Pensamiento

Habilidades
cognitivas Disposiciones

A diferencia de las habilidades y operaciones cognitivas que se manifiestan en procesos y acciones, las
disposiciones hacia el pensar expresan actitudes que favorecen el respeto por la evidencia y la verdad,
así como la búsqueda de información y de diversas alternativas antes de tomar una decisión razonable.
(Amestoy, 2002).
El pensamiento es susceptible de diversas clasificaciones. Una de las más completas y complejas agrupa
las diversas formas o tipos de pensamiento en función del desarrollo de competencias genéricas o
habilidades cognitivas, tales como: pensamiento analítico, pensamiento sistémico, pensamiento reflexivo,
pensamiento lógico, pensamiento creativo, pensamiento analógico, pensamiento divergente, pensamiento
lateral, pensamiento convergente, pensamiento crítico, entre otros (Villa & Poblete, 2007).
Esta relación se amplía con la incorporación del pensamiento narrativo (Carretero & Asensio, 2014) el
pensamiento complejo (Morín, 1999; Morín. 2005) y el pensamiento multidimensional, que contiene el
pensamiento cuidadoso, el pensamiento creativo y el pensamiento crítico (Lipman 2016, Miranda, 2007).
El pensamiento narrativo implica un relato constituido por una sucesión de hechos, actores y nexos con
un comienzo y final, cuya comprensión se sustenta en la progresión de aquello que se explicita como lo
vivido o conocido. El relato hace inteligible y significativo la experiencia (Carretero & Asensio, 2014).
Otro tipo de pensamiento que ocupa un sitial preferente en la clasificación realizada es el pensamiento
complejo. Las principales contribuciones a su conceptualización provienen de la filosofía. Morin, (2005)
destaca su naturaleza multidimensional, conjuntiva y distintiva como una de sus principales propiedades
La realidad, desde esta perspectiva, es comprendida en sus múltiples dimensiones, interacciones y
condiciones, considerando todos y cada uno de los elementos que la originan. El pensamiento complejo,
según el pensador francés, se sustenta en los principios dialógico, hologramático y recursivo. (Briceño,
2013; Morin, 2005). El principio dialógico asume la coexistencia de elementos antagónicos y destaca la
complementariedad de las diferencias. A su vez, la recursividad nos muestra la doble faz de la causalidad
circular, como causa y efecto mientras el principio hologramático concatena el todo con las partes y
viceversa. (Briceño, 2013).
Según Morín, el desarrollo del pensamiento complejo implica afrontar la crisis cognitiva actual y reformar
el pensamiento. En este sentido, la fragmentación, compartimentación e hiperespecialización del
conocimiento aunado al reduccionismo y la disyunción conducen a la ignorancia global. Dichas
circunstancias favorecen la hegemonía de la inteligencia ciega, incapaz de integrar los elementos con la
realidad, los objetos y sus ambientes, así como enlazar al observador con “la cosa observada” (Morin,
1996; Morin, 2011; Morin, 2015).
En relación al pensamiento multidimensional, este se distingue por las dimensiones valorativa, creativa y
cognitiva que la integran. Estas dimensiones tienen igual importancia, están estrechamente vinculados
entre sí, se encuentran en equilibrio y reposan en juicios basados en criterios.
Uno de sus componentes, el pensamiento cuidadoso, expresa el interés o el valor que tienen las cosas
para nosotros. La función cognitiva que cumplen los sentimientos y emociones cuando se insertan en las
creencias de las personas se constituye en la premisa para su comprensión. (Lipman, 2016).
Las emociones anidadas en las creencias favorecen el cuidado al proporcionar un marco de referencia,
por ejemplo, el amor de los padres orienta la organización de un conjunto de actitudes y acciones. Este
tipo de pensamiento implica prestar mucha atención e interés en aquello que se piensa y se manifiesta de
diversas maneras en virtud de los criterios que lo regulan y exige apreciación, empatía, actividad, afecto y
conservación desde una perspectiva ética. (Lipman, 2016).
A diferencia del pensamiento cuidadoso, el pensamiento creativo se orienta por el contexto, conduce a
juicios y se rige por los criterios holístico, inventivo, imaginativo y mayéutico. Este último criterio es
particularmente relevante en la práctica de los docentes porque destaca la preocupación de estos por
ayudar a sus estudiantes a pensar por cuenta propia y expresarse adecuadamente. La originalidad y la
inteligibilidad son otros atributos de la creatividad. Estos criterios se complementan con el megacriterio de
significado. (Lipman, 2014).
Desde esta perspectiva pensar creativamente implica descubrir, conectar y establecer relaciones
diversas. En este sentido, el pensamiento creativo participa del pensamiento crítico. La creatividad se
ejemplifica en la producción artística que la obra tiene para aquellos que la aprecian. (Miranda, 2007;
Lipman, 2014).
La tridimensionalidad del pensamiento culmina con el pensamiento crítico. Este cuando es reflexivo
designa un examen persistente y cuidadoso de toda creencia o supuesto, atendiendo a sus fundamentos
y a las conclusiones que de ella se desprenden.
El pensamiento así descrito también se denomina pensamiento reflexivo e implica el encadenamiento de
ideas con arreglo a cierto orden, secuencia y consecuencia conducente a una conclusión. (Dewey,
1933/1998). Esta denominación alude a un atributo central del pensamiento-la reflexión-de modo que no
pocas veces pensamiento reflexivo y pensamiento se utilizan como conceptos equivalentes o
intercambiables (León, 2014; Ennis, 2005).
En general se admite que el pensamiento crítico designa un pensar bien, o un “pensamiento razonado y
reflexivo” que se puede reconocer por la presencia de los siguientes atributos: está orientado a una meta
y solución de problemas-, tiene componentes cognitivos y no cognitivos, cumple ciertos criterios y
estándares de calidad. (Paul & Elder, 2003; Facione, 2007; Lipman, 20014; Saiz, 2018). Además, el
pensamiento incluye otras características: es autocorrectivo (Paul & Elder, 2003; Lipman, 2014) implica
reflexión y es sensible al contexto (Lipman, 2014).
La reflexión es inherente al pensamiento crítico. Su identificación con el razonamiento y con la evaluación
de la información lo coloca en el mismo plano del pensamiento crítico, de modo que muchas veces el
pensamiento crítico se asume como sinónimo o una variante del pensamiento reflexivo (Difabio, 2005;
Ennis, 2005; León, 2014). Sin embargo, existen algunas notas disonantes: el pensamiento crítico no se
limita a la reflexión ni las disposiciones y actitudes se subsumen en el significado de esta.
La definición del pensamiento crítico que planteamos se diferencia del pensamiento reflexivo.
Consideramos que el pensamiento crítico constituye un proceso cognitivo complejo que se orienta a
producir un cambio en la acción a través del desarrollo de habilidades esenciales y disposiciones,
conforme a determinados estándares o criterios. Incluye componentes cognitivos y no cognitivos.

Figura 2. Componentes del pensamiento crítico

PENSAMIENTO CRÍTICO

COMPONENTES

COGNITIVOS NO COGNITIVOS

Habilidades
ESTÁNDARES O

cognitivas: Disposiciones/
Razonamiento; Toma
CRITERIOS

de decisiones: Actitudes
Resolución de
problemas
Meta cognición

CAMBIO EN LA ACCIÓN

Los componentes cognitivos del pensamiento crítico son las habilidades cognitivas, especialmente el
razonamiento, mientras que los no cognitivos corresponden a las motivaciones, disposiciones o actitudes
asociadas a la elaboración del pensamiento. La dificultad radica en determinar la ubicación de la meta
cognición o meta conocimiento. No hay consenso en vincularla a los procesos cognitivos. (Paul & Elder,
2003; Lipman, 2014; Saiz, 2018). Sin embargo, por su alta influencia en el control del conocimiento
declarativo y procedimental, hemos considerado la meta cognición como un componente cognitivo.
Los componentes no cognitivos explican el momento inicial y el impulso del proceso en los momentos
posteriores. Pensar críticamente requiere de la voluntad o motivación, la misma que surge como
consecuencia de una insatisfacción o sentimiento negativo que deseamos cambiar por otro positivo. Para
resolver la carencia y producir un cambio pensamos y decidimos actuar con este propósito. Lo esencial
es modificar o cambiar para mejorar. (Saiz, 2018)
Los componentes cognitivos implican, además de los procesos meta cognitivos o de regulación del
pensamiento, el desarrollo de habilidades cognitivas. Estas comprenden el razonamiento, la toma de
decisiones y la solución de problemas. Pensar críticamente consiste en razonar y decidir para resolver
eficazmente problemas.
El razonamiento se define como la capacidad de hacer inferencias e implica un proceso de reflexión y
evaluación de la información a través de diversas formas básicas, entre ellas la argumentación y la
explicación (Saiz, 2008, 2018; Ossa, Palma, Lagos, Quintana & Díaz, 2018). Para tal efecto, se requiere
utilizar diversos tipos o habilidades específicas del pensamiento como: observar, indagar, comparar,
contrastar, identificar, interpretar, organizar, clasificar, distinguir, combinar, formar hipótesis, inferir,
aplicar, probar, juzgar, entre otros. (Swartz, Costa, Beyer, Reagan & Kallick, 2008).
Las disposiciones o hábitos del pensamiento contienen características intelectuales y actitudes que
favorecen el razonamiento, tales como la empatía, la autonomía, humildad, integridad, imparcialidad,
confianza y entereza (Paul & Elder, 2003). Estas disposiciones que mejoran la dirección y profundidad del
pensamiento crítico con frecuencia se manifiestan cuando conseguimos:
a. Persistir en una tarea que requiere esfuerzo cognitivo,
b. Buscar la precisión y exactitud de los hechos o datos,
c. Pensar en forma interrelacionada,
d. Comunicar con claridad y precisión
e. Responder, evidenciando e interés
f. Preguntar y plantear problemas
g. Aplicar conocimientos a situaciones nuevas
h. Escuchar con comprensión y empatía
i. Reflexionar demostrando flexibilidad en el uso del pensamiento
(Swartz, Costa, Beyer, Reagan & Kallick, 2008).

Finalmente, para pensar eficazmente se requiere “pensar sobre nuestro pensamiento”. La meta cognición
adquiere especial relevancia para ser conscientes del proceso de los procesos de pensamiento que
estamos realizando, reflexionar sobre su ejecución y evaluar el resultado. Del mismo modo, cuando
afrontamos una situación confusa o compleja y advertimos aquello que sabemos y necesitamos saber
para resolverla, planificando la estrategia más adecuada, utilizamos nuestras habilidades meta cognitivas.
Para facilitar la interiorización de las disposiciones o hábitos del pensamiento se sugiere el desarrollo de
los niveles meta cognitivos: 1) Tomar conciencia del proceso de pensamiento; 2) Describir cómo nos
involucramos en el proceso de pensamiento; 3) Evaluar la acción del pensamiento; y 4) Planificar el
siguiente proceso de pensamiento. (Swartz, Costa, Beyer, Reagan & Kallick, 2008).

TEXTO 1. NATURALEZA DEL PENSAMIENTO CRÍTICO (PC) *


“1. ALGUNAS IDEAS SOBRE EL PC
Comprender lo que no es algo resulta más fácil que entender lo que es una cosa. Lo anterior ilustra lo que
no es pensar. Para saber lo que es pensar y, más aún, pensar bien o críticamente es conveniente
comenzar por su producto. No es concebible el pensamiento sin contenido, no es posible pensar sobre la
«nada». Ya Aristóteles precisaba esto al hablar de las facultades mentales y entender que pensar es
imaginar. Hoy día diríamos que imaginar es representar mentalmente algo. Es más, se diría que el
conocimiento es representación mental (qué cerca seguimos aún de ese gran genio macedonio), una
imagen mental, una interiorización de la realidad. Sin embargo, no todo conocimiento es fruto de la
reflexión. La percepción es nuestra primera forma de conocer. Observar el mar, por ejemplo, y ver el
movimiento del agua, que esta termina en la playa o en las rocas, no es pensar, sino apreciar. Pero si
repetimos esta tarea de mirar varios días y comparamos el tamaño de las olas, su fuerza al golpear las
rocas, la velocidad con la que arrastra objetos en diferentes días, entonces ya no estamos observando
solo. Hemos incorporado a la simple apreciación otras operaciones mentales, como comparar, diferenciar,
asociar…, incluso suponer qué sucedería si uno se baña en la playa en uno de esos días de fuerte
resaca. Cuando comparamos y relacionamos, por ejemplo, estamos generando conocimiento nuevo,
distinto de la simple observación. Identificar regularidades, como la capacidad de arrastre de objetos
pesados de las olas, nos permite generalizar sobre el peligro o no del baño en esa costa. Si un niño,
siempre que llora, consigue una golosina, asocia dos conductas, la suya y la de sus padres. En ambos
ejemplos, lo que aprendemos son las consecuencias que se derivan de una conducta (natural o
intencional). El conocimiento más relevante aquí no es el perceptivo, sino el inferencial. Y este
conocimiento descansa en un mecanismo sencillo, pero poderoso, que es la esencia del pensamiento
humano. Si acontece algo, entonces ocurrirá algo. Incluso los aprendizajes asociativos elementales de
estímulo-respuesta o respuesta-respuesta (condicionamiento clásico y operante) descansan en ese
poderoso patrón, a saber, la omnipresente relación condicional: «si tal cosa se da, entonces acontecerá
tal otra».
Si hay que señalar algún rasgo singular o propio del pensamiento, debe ser su naturaleza inferencial. No
podemos hablar de pensamiento si no hay inferencia. Ciertamente, esta poderosa maquinaria es nuestro
producto adaptativo más valioso. Identificar regularidades es nuestro salvoconducto de sobrevivencia
más preciado, como mamíferos y, a la vez, el origen del pensamiento humano, evolutivamente hablando.
Después, la aparición del lenguaje humano ha hecho el resto.
Literariamente, podríamos decir, llegados a este punto, que el conocimiento es el fruto que se obtiene en
el camino de la reflexión. Sin adornos, pensar es un proceso y un producto. El proceso, lo inferencial, el
producto, el conocimiento. Por tanto, el pensamiento es una forma de adquisición de conocimiento, no la
única, pero sí la más valiosa, al menos para el ser humano. Las operaciones mentales son solo tres:
percibir, adquirir y retener. Aprender es adquirir, de modo que pensar es la mejor manera de lograrlo. Son
pocos los autores que vinculan los procesos de aprendizaje asociativo con los de pensamiento, de una
forma tan amplia e integrada, como se hace en el excelente libro de Antonio Maldonado (Maldonado,
2015).
Aprender es obtener conocimientos nuevos, y estos son el producto de nuestro pensamiento. Pero lo
nuevo sale de lo viejo, y esto solo es posible por inferencia. La forma más sencilla de entenderla es decir
que consiste en extraer algo de algo, esto es, de lo que hay sacar algo que no había. No es un juego de
palabras. Ese «algo nuevo» solo lo encontramos dentro de lo que tenemos. Este principio es importante
tenerlo en cuenta, con el fin de entender bien los procesos mentales, como el pensamiento. Basta
recordar el sorprendente descubrimiento en la década de los cincuenta, del siglo pasado, cuando se
realizaron las primeras operaciones en cataratas en personas ciegas de nacimiento, sin daño cerebral,
con todo el sistema visual intacto, obviamente, menos lo citado. Después de la operación, estos pacientes
tuvieron que «aprender a ver». Veían objetos, pero no sabían qué eran. Uno de los investigadores
cognitivos más influyentes, Neisser (1967/1976), dejó claro que «solo percibimos lo que conocemos».
Extendiendo este principio, podemos afirmar que solo conocemos desde lo que sabemos.
El producto del pensamiento no es fácilmente definible. Para nuestros fines, vamos a alejarnos, de
momento, de este «lodazal» conceptual. Solo vamos a dejar clara una creencia, esto es, en última
instancia lo único que importa son las ideas sólidamente establecidas. Este es el único producto del
pensamiento que nos importa. Pero esto no es fácil de acotar, y no vamos a ocuparnos de ello más allá
de lo necesario, esto es, para hacernos entender. Una dificultad importante se encuentra en la distinción
que hemos hecho entre proceso y producto. En general, no deberíamos confundirlo, pero a veces no es
así. Como organismos vivos, parece que solo hay dos fuerzas claras, ontogenéticamente, la propia
supervivencia y, filogenéticamente, la supervivencia de nuestra especie. En realidad, los biólogos dirían
que sobra la primera. Para ello, debemos adaptarnos al medio lo mejor posible. Una estrategia muy útil es
identificar regularidades, coocurrencias o relaciones de contingencia. Comer ciertas plantas, bayas o
frutas en la selva se hace porque algún ser vivo sigue haciéndolo, y dejamos de comer otras por lo
contrario, porque alguien ya no puede seguir comiéndolas. Estas inferencias son elementales, aunque no
por ello poco importantes.
A los japoneses, al observar a los cuervos, que pasan por ser de los animales más inteligentes,
equiparables a los grandes simios o a niños de cuatro años, les ha sorprendido su curiosa conducta
(Kabadayi y Osvath, 2017). Estas aves, en la ciudad de Okinawa, por ejemplo, cogen nueces, las colocan
en los cruces concurridos cuando los semáforos están en rojo, esperan a que se ponga verde y se vuelva
a poner en rojo con el fin de poder comer ese fruto seco ya cascado por las ruedas de los coches.
Sobrevivir les obliga a alimentarse, para conseguirlo, observan e infieren bien, con el fin de resolver
problemas que se lo permitan. Si nos detenemos en la conducta de estos córvidos, nos daremos cuenta
de las variadas y complejas operaciones mentales que realizan. Deben observar y aprender qué cosas
son comestibles, recordar dónde se encuentran, aprender qué parte se come, planificar el modo de
extraer el contenido con alguna herramienta, en este caso utilizando a los automóviles para su fin. Deben
entender el significado de los colores de los semáforos y recordar el tiempo que están encendidos cada
uno, saber que no hay peligro cuando está en rojo y, cuando está en verde entender que las ruedas de
los coches aplastarán las nueces ¿nos damos cuenta de la complejidad de la mente de estas aves?
Volviendo a nuestra preocupación ¿dónde está el proceso y el producto del pensamiento en esta
conducta?
El proceso y el producto del pensamiento son inseparables, pero para nuestros propósitos, debemos
precisar que solo las inferencias establecen ideas sostenibles, que dicen algo relevante sobre la realidad
que, además, es verificable. En definitiva, el saber o conocer en profundidad nuestra realidad es lo que
aportan las inferencias. No nos referimos a palabras o a nombres, hablamos de conceptos. El
establecimiento, descubrimiento o precisión conceptual es lo que aporta el proceso de pensar. Debemos
desde ahora dejar claro que el lenguaje, el término, el símbolo, la etiqueta, el nombre… es un instrumento
al servicio del rigor, es un medio en aras de una sólida definición. Podemos decir lo mismo empleando
varias palabras, pero solo nos referimos a una idea. El lenguaje, aun siendo probablemente el mayor
invento del ser humano, está al servicio del buen juicio. Se puede escuchar o leer en diferentes lugares,
hablar del pensamiento y no acaba uno de entender qué es, qué se quiere decir. Se emplea la misma
palabra, pero no se refiere a la misma idea. De nuevo la precisión es fruto de la buena reflexión. Una
buena representación de la realidad entendemos que recoge bien la esencia de la misma. Pero el ser
humano no se ha extinguido por su habilidad para interiorizar el mundo solamente, sigue en este planeta
porque es capaz de hacer algo con lo que representa, además de por algo de suerte, claro. Ese «hacer
algo…» es la misma clase de conducta que la de los inteligentes córvidos mencionados antes
“Hemos insistido en que pensar es inferir, señalando como lo esencial de este concepto el «extraer algo
de algo». Al menos es esto, pero no solo. Extraer, deducir, concluir… es una parte de la historia, esencial,
eso sí, imprescindible, sin lugar a dudas. Sin este proceso de relacionar no podemos decir que estemos
pensando, acontecerá otra cosa mentalmente, pero pensar no. Desde el punto de vista de la
comprensión, necesitamos, eso creemos, descomponer ese proceso supuestamente de pensamiento. Sin
embargo, esta tarea analítica normalmente diluye la naturaleza del mismo. En el fondo, llevada esta hasta
sus últimas consecuencias, acabaríamos abordando una tarea metafísica, y la ontología está muy alejada
de nuestros fines. Lograr comer nueces de la forma en la que lo hacen los cuervos de algunas ciudades
japonesas es un buen ejemplo de lo que queremos describir y justificar respecto a la idea que tenemos
sobre este vital proceso de adquisición. Cuando decimos «lo hacen» queremos señalar que enfocaremos
el análisis que nos ocupa desde la conducta. Sin ella, desde nuestro punto de vista, no es posible
entender bien de qué hablamos, esto es, podemos de nuevo movernos en el mundo del lenguaje, de los
términos, de las palabras, pero no de la realidad. Estamos convencidos de que lo que ocurre
mentalmente debe tener una expresión comportamental, de lo contrario, biológicamente será poco
relevante para el ser humano como organismo biológico.
Desde esta perspectiva, los seres vivos (humanos u otros) deben perpetuarse, sobrevivir. Este es
probablemente el único propósito claro e indiscutible. Nuestra naturaleza biológica hace que
compartamos esta finalidad y otras muchas. Lo mental (percibir-aprender-retener) está al servicio de esta
meta y conviene no olvidarlo. Por ello, entendemos que la esencia del pensar no debe desvincularse del
actuar, porque inferir es por y para algo, y este algo ya se escapa a lo cognitivo, puesto que es
propositivo, intencional. La voluntad está más del lado de la ejecución, de la actuación, no de la reflexión,
aunque arranca de esta o, al menos, esto es lo que nos gusta creer. Colocar unas nueces delante de los
coches cuando están parados en un semáforo en rojo y recogerlas después, cuando vuelven a parar, es
un comportamiento reflexivo e intencional. Lo que estos animales hacen es resolver un problema: extraer
la parte comestible de ese fruto seco. Los humanos no nos comportamos de forma diferente. Actuamos
con el fin de alcanzar nuestras metas o de resolver problemas, lo que es lo mismo. Conviene entender
por problema alcanzar algo de lo que carecemos o no tenemos. Por ello, decir alcanzar una meta o
resolver un problema es lo mismo, es lograr lo que no tenemos y queremos. Por tanto, para captar la
esencia de lo que es pensar, debemos enfocarlo de modo que recoja su naturaleza cognitiva y
proposicional. A nuestro modo de ver, la mejor forma es entender el pensar como un proceso de solución
de problemas. Pero esto conviene aclara

2. COMPONENTES DEL PC
En la naturaleza del pensamiento hay dos tipos de componentes: los cognitivos y los no cognitivos. Por
claridad, decíamos que los primeros son solo los procesos de percepción, aprendizaje y memoria. El
aprendizaje es adquirir algo nuevo, esto es, conocimientos. Por tanto, el pensamiento es un proceso de
adquisición, de naturaleza inferencial, la cual engloba cualquier forma de razonamiento. Argumentación,
explicación, deducción o inducción son formas de razonamiento que trataremos a su debido tiempo. Lo
importante ahora es señalar que son todas maneras específicas de inferir, desde la más elemental pura
asociación de estímulos hasta la más profunda reflexión ontológica, por citar los dos extremos de un
continuo tan esencial para el ser humano como es el extraer conclusiones o, lo que es lo mismo, ideas
nuevas. Pero, tanto si estamos delante de una muy elemental relación de objetos, como si nos
encontramos dilucidando las propiedades fundamentales del ser, siempre buscamos sentido a esa o esas
relaciones. Que el perro «pavloviano» o el cuervo de Okinawa establezcan algún tipo de vínculo entre
acontecimientos, objetos o cosas significa que va a determinar su conducta, que la condicionará o la
desplegará para su beneficio biológico. Las personas podemos adornar nuestro comportamiento con
hermosas palabras como realización personal, servicio a la sociedad, a los demás, simple satisfacción u
ocio… pero, en el fondo, solo encontraremos la supervivencia de la especie. Trabajar, realizarse, servir…,
en definitiva, «comer para vivir». Lo demás es literatura, ocio o entretenimiento.
En algún sentido, podemos especular sobre cómo lo cognitivo y lo no cognitivo forman un círculo en torno
al principio más poderoso en biología: la ley del mínimo esfuerzo y máxima gratificación (por su
importancia, le vamos a dar unas siglas: el minimax). En el fondo, pura física, un carnívoro por ejemplo
nunca cazará si la energía que necesita para abatir a su presa es superior a la que obtendrá de
comérsela, simple conservación o supervivencia. Observa a su presa, analiza (infiere), calcula y actúa
(ataca) o no. Todo lo que sucede antes de su actuación (conducta) es de naturaleza cognitiva, con su
acción (o inacción) da paso a lo no cognitivo. Si ataca, entendemos que su valoración de la situación lo
lleva a concluir que le compensa lograr sus fines, esto es, que atiende a su necesidad básica de comer,
que se ve obligado a aplacar su hambre. El comportamiento del ser humano ¿se puede explicar de igual
modo? Habrá quien no esté de acuerdo, pero será muy difícil que pueda negar su parecido. Las personas
disponemos de una maravillosa herramienta, el lenguaje, que nos facilita la vida en su sentido más
amplio, y esto puede hacernos creer que somos especiales y nos puede confundir sobre lo esencial de
nuestra existencia, esto es, querer, sentir y pensar. Nuestras carencias hacen que experimentemos
sentimientos negativos y que deseemos lograr lo que no tenemos, con el fin de alcanzar satisfacernos. El
modo en el que tracemos nuestro curso de acción dependerá de cómo lo planifiquemos o pensemos para
tener éxito. Pero carecer, querer y lograr es lo mismo que experimentan los organismos vivos. Y lo que no
debemos olvidar, ninguno se da sin los demás. Por ello, todos siempre están presentes, no hay cognición
sin los demás componentes y viceversa. Con la tripa llena, el carnívoro descansa, dormita, no piensa
sobre su próximo plan de ataque. Lo que le mueve a la acción es la necesidad. Un ser vivo es una
maquinaria unitaria diseñada para un fin, al que se ponen al servicio todos los componentes del mismo,
cognitivos y no cognitivos.”
* Saiz, Carlos (2018). Pensamiento crítico y eficacia. Madrid: Pirámide, 10-14 pp

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