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PROBLEMAS SOCIOECONOMICOS

Existen hogares que llevan bastante bien las dificultades económicas y otras que realmente no
las soportan pues sobre esta realidad de dinero apoyan y descargan otro montón de deseos y
esperanzas. Muchas veces la responsabilidad económica recae en un solo miembro de la
familia, puede ser la madre, el padre, el hijo mayor que trabaja, etc. Y empieza una demanda
irracional contra esta persona, sin considerar sus propias necesidades personales y sin pensar
en el esfuerzo diario que hace por los demás. Los otros se colocan en una posición
demandante sin aportar en nada a la economía familiar. Otras familias se organizan
sintiéndose un equipo en el que todos están incluidos. Inclusive los hijos deben, llegada cierta
edad, aportar para el bien común, creando vínculos más solidarios. Es necesario poder
observar la existencia de situaciones donde el uso del dinero sirve como un medio para agredir
al grupo familiar o cómo este grupo descalifica a uno de sus miembros: - Hombres y mujeres
criticados por sus sueldos bajos. - Situaciones imprevistas que hacen que la familia ataque al
que no puede proveer. - Mala organización de la economía familiar. - Despidos inesperados
por los cuales el familiar además de sentirse mal en lo personal carga con la culpa y la
demanda de los demás. - Problemas personales de uno de los miembros (ludopatía,
adicciones, personalidad irresponsable, etc.) Una de las cosas más importantes que una familia
debe saber es en qué posición de afecto se encuentra cada uno, y cómo desde esa necesidad
de cariño, de posesión, de frustración, de rabia o de comportamiento solidario va a
relacionarse con la economía en casa. Si los miembros de la familia se quedan en la posición de
que es “el otro el que tiene que resolver el problema” entonces la crisis se hará inminente y la
parte económica terminará siendo el mejor vehículo para destrozar la familia.

PROBLEMA POLITICO:

Comienza marzo y con ello se inicia formalmente la carrera presidencial. Las diferentes
encuestas perfilan a los distintos candidatos, algunos con muy buenos resultados, otros muy
malos. En cualquier caso, los diversos aspirantes a La Moneda ya han empezado a esbozar los
temas más relevantes, y que sin lugar a dudas serán sus puntos centrales en los distintos
borradores de programas de gobierno.

Sin embargo, hay algo que –espero equivocarme- no será tema central de ningún candidato,
partido o movimiento, es la protección de la familia. Y es que de un modo caricaturesco, la
preocupación por la familia ha sido reducida muchas veces –y de manera injusta- a un ámbito
exclusivamente religioso, o tratado sólo a propósito de temas ideologizados.

La familia tiene un sentido mucho más profundo. Por algo se reconoce que “la familia es el
núcleo fundamental de la sociedad”. Y es que gran parte de los graves problemas que tenemos
hoy como comunidad, encuentran su raíz en el debilitamiento de la familia. Y con familia me
refiero –como afirma Francisco- “a un interpelante collage formado por tantas realidades
diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños”.

La cultura moderna del individualismo ha desplazado por completo a la institución familiar. La


familia –por su naturaleza solidaria- es algo distinto de los individuos que la componen, es una
forma especial y única de sociabilidad. Es, como dice Mansuy, el “gran dique de contención”
contra el egoísmo imperante. Es en la familia donde se adquieren los valores más relevantes
de la sociedad como el amor, el respeto por sí mismo y por el prójimo, la honestidad, la
generosidad, la comunidad, entre otros.
En la familia se aprende a aceptar al otro tal como es, a darse sin recibir nada a cambio, a
esperar y a veces incluso a soportar. Se aprende a perdonar, a acompañar en las tristezas y a
celebrar en las alegrías. En la familia se da el sentido de humanidad misma de la persona, no
encerrada en sí misma, sino en una constante apertura hacia los demás (ese sentido social que
debiese irradiar toda nuestra sociedad). Es en ella donde se encuentran diferentes
generaciones y en donde se ayudan mutuamente a crecer y a desarrollarse sus distintos
miembros, para luego proyectarse en el todo social. Ni el colegio, ni la universidad, ni menos el
Estado pueden suplir esta realidad fundamental.

Por eso que, cuando hay una familia destruida, esto no es sólo un problema individual, sino
también un problema social. Es decir, la destrucción de la familia repercute no solo en sus
miembros, sino también en todo el tejido social de una manera completamente imperceptible,
cuyos efectos son igualmente incalculables. Como recuerda Chesterton “no debería permitirse
que se fuera cayendo a pedazos porque nadie tiene el debido sentido histórico de eso que se
está desmoronando”.

Si una real preocupación existiera por ellas, muchos de nuestros más relevantes problemas
disminuirían: la delincuencia, la cosificación y degradación de la mujer, la violencia
intrafamiliar, la corrupción, el aborto, la eutanasia, la prostitución y maltrato infantil, el
abandono y la desprotección de los ancianos, etc.

Hoy, paradójicamente, se protegen las personas individualmente consideradas, pero no a esa


institución que las resguarda en su conjunto. Actualmente tenemos un Ministerio de la Mujer,
un Servicio Nacional de Menores, un Servicio Nacional del Adulto Mayor, un Servicio Nacional
de la Discapacidad, pero nada referente a las familias. Como si vivieran solas las personas sin
relación alguna con su entorno familiar, muchas veces, extremadamente dañado, lo que hace
completamente ineficaz cualquier intervención en los sujetos individualmente considerados.

Más aún, se pretende romper ese rol natural de las familias en la educación de los hijos,
interviniendo el Estado y reemplazando a los padres en su derecho y deber básico. Basta ver la
nueva institucionalidad de “protección” de los niños ideada por el actual Gobierno basada en
una cultura de la sospecha en la relación padre-hijo que convierte al Estado en el gran salvador
y reemplazante.

Pero una verdadera preocupación por las familias, debe ser de todas, sin discriminaciones
injustas. Pensemos en aquellas realidades familiares que vienen por distintas razones
emigrando de otros países y que buscan en nuestro país una oportunidad real de bienestar
material y espiritual: ¿Cuál es la respuesta hacia ellas?

Sin ir más lejos, la actual crisis del SENAME, es en realidad una crisis de las familias desde dos
puntos de vista: el primero, la imposibilidad de las propias familias de proteger
adecuadamente a los niños; la segunda, más importante aún, la absoluta incapacidad del
Estado de levantar a esas familias y fortalecerlas, o que, en caso de que ello no sea factible,
poderles encontrar a esos niños un hogar familiar definitivo.

Otro tema relevante es la tasa de natalidad. Chile se acerca cada vez más a Europa en cuanto
a los niveles de natalidad que están por debajo de la tasa de reposición. Con 1,83 hijos por
mujer, nuestro país no alcanza a tener el mínimo de hijos necesarios (2.1) para mantener en el
tiempo su población activa, lo que afectará la calidad de vida de las generaciones futuras y por
cierto, de las familias.
Así entonces, la importancia de la familia es radical cumpliendo un rol insustituible en la
sociedad, de manera tal que su fortalecimiento y protección debiera constituir un eje
fundamental para cualquier candidato que piense verdaderamente en la comunidad que
aspira a gobernar.

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