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CONTENIDO
1. INTRODUCCIÓN(1)
2. INTRODUCCIÓN(2)
3. INTRODUCCIÓN(3)
4. INTRODUCCIÓN(4)
5. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (1)
6. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO(2)
7. EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO(3)
8. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (1)
9. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (2)
10. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (3)
11. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (4)
12.LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (5)
13.LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (6)
14.LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (7)
15.UN MODELO DE UNO QUE VIVE A CRISTO POR CAUSA DE LA IGLESIA (1)
16.UN MODELO DE UNO QUE VIVE A CRISTO POR CAUSA DE LA IGLESIA (2)
17. ADHERIDOS, UNGIDOS, SELLADOS, CAPTURADOS, SOMETIDOS Y
GUIADOS PARA ESPARCIR EL INCIENSO DE CRISTO (1)
18.ADHERIDOS, UNGIDOS, SELLADOS, CAPTURADOS, SOMETIDOS Y
GUIADOS PARA ESPARCIR EL INCIENSO DE CRISTO (2)
19.SU COMPETENCIA PROVIENE DE CRISTO, QUIEN ES EL ALFABETO QUE SE
USA PARA REDACTAR CARTAS VIVAS CON EL ESPÍRITU VIVIFICANTE DEL
DIOS VIVO (1)
20. SU COMPETENCIA PROVIENE DE CRISTO, QUIEN ES EL ALFABETO
QUE SE USA PARA REDACTAR CARTAS VIVAS CON EL ESPÍRITU
VIVIFICANTE DEL DIOS VIVO (2)
21.IRRADIAR LA GLORIA DEL NUEVO PACTO (1)
22. IRRADIAR LA GLORIA DEL NUEVO PACTO (2)
23. TRANSFORMADOS DE GLORIA EN GLORIA EN LA IMAGEN DEL
SEÑOR COMO POR EL SEÑOR ESPÍRITU, AL MIRAR Y REFLEJAR SU
GLORIA A CARA DESCUBIERTA (1)
24. TRANSFORMADOS DE GLORIA EN GLORIA EN LA IMAGEN DEL
SEÑOR COMO POR EL SEÑOR ESPÍRITU, AL MIRAR Y REFLEJAR SU
GLORIA A CARA DESCUBIERTA (2)
25. LA ESENCIA DEL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (1)
26. LA ESENCIA DEL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO (2)
27. EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU COMO PROVISIÓN DE VIDA Y DE LA
JUSTICIA COMO EXPRESIÓN DE DIOS (1)
28. EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU COMO PROVISIÓN DE VIDA Y DE LA
JUSTICIA COMO EXPRESIÓN DE DIOS (2)
29. EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU COMO PROVISIÓN DE VIDA Y DE LA
JUSTICIA COMO EXPRESIÓN DE DIOS (3)
30. LOS MINISTROS Y EL MINISTERIO LLEGAN A SER UNO
31.LA MANIFESTACIÓN DE LA VIDA POR MEDIO DEL ANIQUILAMIENTO
EFECTUADO POR LA CRUZ (1)
32. LA MANIFESTACIÓN DE LA VIDA POR MEDIO DEL
ANIQUILAMIENTO EFECTUADO POR LA CRUZ (2)
33. LA MUERTE QUE OPERABA EN JESÚS, Y LA RENOVACIÓN DEL
HOMBRE INTERIOR (1)
34. LA MUERTE QUE OPERABA EN JESÚS, Y LA RENOVACIÓN DEL
HOMBRE INTERIOR (2)
35. LA MUERTE QUE OPERABA EN JESÚS, Y LA RENOVACIÓN DEL
HOMBRE INTERIOR (3)
36. LA NUEVA CREACIÓN EN CRISTO LLEGA A SER LA JUSTICIA DE
DIOS POR MEDIO DEL SEGUNDO PASO DE LA RECONCILIACIÓN (1)
37. LA NUEVA CREACIÓN EN CRISTO LLEGA A SER LA JUSTICIA DE
DIOS POR MEDIO DEL SEGUNDO PASO DELA RECONCILIACIÓN (2)
38. LA MEZCLA DE LA DIVINIDAD CON LA HUMANIDAD
39. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO(8)
40. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (9)
41.LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (10)
42. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (11)
43. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (12)
44. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (13)
45. LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO (14)
46. LA COMUNIÓN DEL APÓSTOL EN CUANTO A LA MINISTRACIÓN A
LOS SANTOS NECESITADOS (1)
47. LA COMUNIÓN DEL APÓSTOL EN CUANTO A LA MINISTRACIÓN A
LOS SANTOS NECESITADOS (2)
48. LA COMUNIÓN DEL APÓSTOL EN CUANTO A LA MINISTRACIÓN A
LOS SANTOS NECESITADOS (3)
49. LA COMUNIÓN DEL APÓSTOL EN CUANTO A LA MINISTRACIÓN A
LOS SANTOS NECESITADOS (4)
50. PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (1)
51.PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (2)
52. PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (3)
53. PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (4)
54. PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (5)
55. PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (6)
56. PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (7)
57.PABLO VINDICA SU AUTORIDAD APOSTÓLICA (8)
58. EXHORTACIONES FINALES, UN SALUDO Y UNA BENDICIÓN (1)
59. EXHORTACIONES FINALES, UN SALUDO Y UNA BENDICIÓN (2)
El versículo 1 dice: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano
Timoteo, a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda
Acaya”. Acaya estaba ubicada al sur de Macedonia. Era una provincia del imperio
romano y constituía la mayor parte de lo que hoy es Grecia. La ciudad de Corinto se
encontraba en dicha provincia. Pablo y Timoteo eran los escritores de 2 Corintios, y los
destinatarios eran la iglesia de Dios que estaba en Corinto, con todos los santos en toda
Acaya.
La primera epístola a los corintios presenta el argumento del apóstol, argumento que
derrotó y sometió a los corintios distraídos y confusos. Ahora, la segunda epístola los
trajo de nuevo a experimentar a Cristo, quien es el tema del argumento que Pablo
presenta en la primera epístola. Por tanto, la segunda epístola se centra más en la
experiencia, es más subjetiva y más profunda que la primera. En la primera epístola,
tenemos como temas principales a Cristo, el Espíritu con nuestro espíritu, la iglesia y los
dones. En la segunda, se describe más detalladamente a Cristo, al Espíritu con nuestro
espíritu, y a la iglesia, pero no se mencionan los dones. En esta epístola, en lugar de los
dones, tenemos el ministerio, cuyo elemento constitutivo es las experiencias de las
riquezas de Cristo, y que es producido y formado por las mismas, las cuales son
obtenidas por medio de los sufrimientos, las presiones abrumadoras, y la obra
aniquiladora de la cruz. La segunda epístola nos proporciona un modelo, un ejemplo, de
cómo se lleva a cabo este aniquilamiento, de cómo Cristo es forjado en nuestro ser, y de
cómo nosotros llegamos a ser la expresión de Cristo. Estos procesos forman la propia
constitución de los ministros de Cristo y producen el ministerio que lleva a cabo el
nuevo pacto de Dios. La primera epístola trata de los dones en términos negativos, y la
segunda trata del ministerio en términos positivos. La iglesia necesita mucho más el
ministerio que los dones. El ministerio consiste en ministrar al Cristo que hemos
experimentado, mientras que los dones sólo sirven para enseñar las doctrinas acerca de
Cristo. La comprobación de que los apóstoles son ministros de Cristo no consiste en los
dones que poseen, sino en el ministerio que es producido y formado al experimentar
ellos los sufrimientos, las aflicciones, de Cristo.
En el versículo 5, Pablo dice: “Porque de la manera que abundan para con nosotros los
sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación”. Estos
sufrimientos no son los que padecían los discípulos por Cristo, sino los propios
sufrimientos de Cristo, de los cuales ellos participaban (Mt. 20:22; Fil. 3:10; Col. 1:24; 1
P. 4:13). “El Cristo” designa la condición de Cristo; no es un nombre (Darby). En este
contexto se refiere al Cristo que sufrió, al Cristo que padeció aflicciones por Su Cuerpo
conforme a la voluntad de Dios. Los apóstoles participaron de los sufrimientos de tal
Cristo, y por medio de tal Cristo, ellos recibieron consolación. Según los versículos 6 y 7,
las tribulaciones y consolación que experimentaron sirvieron para consolar a los
creyentes.
Mientras los apóstoles eran perseguidos, se preguntaron en qué terminaría todo aquello.
Según lo que evaluaron, ellos iban a morir. Habiendo percibido esto, tomaron una
decisión vital: a no confiar en sí mismos. Para ellos, no había ninguna salida. Su
confianza estaba puesta en Dios, que levanta a los muertos.
En el versículo 10, Pablo añade: “El cual nos libró de tan gran muerte, y nos librará; y en
quien esperamos que aún nos librará”. La palabra “librará” al emplearse la primera vez,
se refiere al futuro inmediato, mientras que al usarse la segunda vez en la frase: “aún
nos librará”, alude al futuro en un sentido más general. Aquí Pablo no dijo que Dios los
libraría a ellos de una gran aflicción, sino de “tan gran muerte”, lo cual significa que
Dios los libró de una condición de muerte.
El versículo 11 dice: “Si cooperáis también vosotros con la petición a favor nuestro, para
que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a
nosotros por medio de muchos”. Las palabras griegas traducidas “cooperáis ... vosotros”
significa también “trabajar juntos”. En este versículo, “el don” se refiere a la gracia que
les había sido dado (v. 12), la gracia que los apóstoles disfrutaban al experimentar la
resurrección que libra de la muerte. La palabra “personas” significa literalmente
“rostros”, lo cual implica que son las personas de semblantes alegres las que dan estas
gracias.
El don del versículo 11 es muy diferente de los dones de 1 Corintios. Este don es la gracia
de Dios, y esta gracia es la vida de resurrección, el Cristo resucitado, quien, como gracia,
fue dado a los apóstoles. Esto les permitió disfrutar y experimentar la resurrección, en
medio de condiciones de muerte.
Pablo nos ha dado un testimonio de lo que es vivir en resurrección. Los apóstoles vivían
en resurrección. Dios los había puesto en una situación particular, en una situación que
en realidad era la muerte. Ningún ser humano podía escapar de ese ambiente de muerte
ni tener el poder de vencerla. Sólo el Dios de resurrección, el Dios mismo que es
resurrección, podía liberarlos. El vino a liberar a los apóstoles de esa muerte. Esta
liberación fue la experiencia que ellos tuvieron de la resurrección. Dios los resucitó de la
muerte, y así experimentaron a Dios como la resurrección. Además, fue una experiencia
en la que disfrutaron al Cristo resucitado como la gracia, como el don que recibieron de
Dios.
En estos versículos Pablo les relata a los corintios cómo los apóstoles fueron consolados
y, por ende, hechos aptos para consolar a otros. Luego les dice cómo él experimentó al
Cristo resucitado y al Dios de resurrección. Pablo y sus colaboradores, al experimentar
esta gracia, tenían la capacidad espiritual necesaria para consolar a los demás. Esta clase
de experiencia los hizo ministros del nuevo pacto, ministros de la gracia. Así que lo que
se ve en 2 Corintios no es los dones, sino el ministerio. Además, el ministerio se produce
concretamente al forjarse en nosotros la gracia por medio de los sufrimientos que
experimentamos.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE DOS
INTRODUCCIÓN
(2)
El versículo 12 empieza con la palabra “porque”, lo cual indica que este versículo explica
los versículos anteriores. Por tanto, si queremos entender el versículo 12, debemos tener
presente lo que dijo Pablo en los versículos anteriores. Pablo acababa de hacerles notar a
los creyentes corintios que él y sus colaboradores tenían en sí mismos sentencia de
muerte. En el versículo 10, él testificó que Dios los había librado de “tan gran muerte”.
Es cierto que el poder, la sabiduría y los métodos del hombre pueden solucionar toda
dificultad, problema o situación difícil, pero no pueden hacer nada frente a la muerte.
Ningún ser humano puede vencer la muerte. La gente rica soluciona problemas
emitiendo cheques con grandes sumas de dinero. Hay un proverbio que dice: “El dinero
lo compra todo”. Esto significa que el dinero puede solucionar todos los problemas. Sin
embargo, ni siquiera la persona más rica puede vencer la muerte. Cuando le llega la
muerte a un multimillonario, ninguna suma de dinero le puede ayudar a evadirla. Pablo,
antes de escribir esta epístola, tenía en sí mismo sentencia de muerte. Desde la
perspectiva humana, no había salida a la situación en la cual se encontraba Pablo; sin
embargo, para el apóstol y para los que creen en la resurrección sí lo hay. Esa salida es el
Dios de resurrección.
Una persona muerta siempre es sencilla; pero una persona viva no es sencilla. Ésta, por
el contrario, siempre tiene una alternativa con la cual enfrentar las situaciones. Nosotros
los seres humanos no somos sencillos. Todos disponemos de diversas alternativas; pero
bienaventurados los que son sencillos. ¿Qué clase de persona puede ser sencilla? Sólo
una persona muerta. Cuando Pablo y sus colaboradores sufrían aflicciones en Asia, ellos
estaban presionados de tal manera que se daban por muertos. No tenían ninguna opción
para hacerle frente a su situación. No tenían depositada su confianza en ellos mismos,
sino en el Dios que resucita a los muertos.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TRES
INTRODUCCIÓN
(3)
El versículo 15 dice: “Con esta confianza quise ir primero a vosotros, para que tuvieseis
una doble gracia”. Con la expresión “esta confianza”, Pablo se refiere a lo que acababa de
decir en los versículos del 12 al 14, que el testimonio de su conciencia era que él y sus
colaboradores se conducían con sencillez y sinceridad de Dios, y no con sabiduría
humana, sino con la gracia de Dios. Con esta confianza deseaba Pablo visitar a los
corintios. Su intención y su decisión de visitar Corinto no se debían a la diplomacia ni
era algo voluble. Pablo y sus colaboradores no vivían así; antes bien, vivían con la
sencillez y sinceridad de Dios. Su sí era sí y su no era no. Ellos no decían que sí en un
momento dado y que no, en otro.
En el versículo 15 Pablo hace mención de una segunda gracia dada a los corintios. Esta
gracia alude a la doble gracia que las dos visitas del apóstol trajo a Corinto, la visita
mencionada en este versículo y la que se menciona en el siguiente. Por la venida del
apóstol, se impartió la gracia de Dios, es decir, se impartió a Dios como suministro de
vida y disfrute espiritual en los creyentes. Las dos visitas de Pablo les brindaron a los
corintios una doble porción de esta gracia.
El versículo 16 dice: “Y por vosotros pasar a Macedonia, y desde Macedonia venir otra
vez a vosotros, y ser encaminados por vosotros a Judea”. Macedonia era una provincia
del Imperio Romano situada al norte de Acaya, en la cual se encontraban las ciudades de
Filipos y Tesalónica.
En el versículo 17, Pablo pregunta: “Así que, teniendo esta intención, ¿procedí acaso con
inconstancia? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí sí, sí
y no, no?” La palabra “inconstancia” significa volubilidad, o sea que cambia de parecer
con facilidad. Pablo indica aquí que él no procedió con inconstancia; pues no dijo que sí
y después que no, y viceversa. Además, él no pensó hacer nada según la carne. Pablo no
mostraba dos caras; él no decía que sí y que no al mismo tiempo, porque no hacía nada
según la carne.
En el versículo 18, Pablo declara: “Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no
es sí y no”. La palabra “mas” presenta un contraste. En el versículo anterior, el apóstol se
refiere a la acusación de que él era un hombre con doblez, o sea, un hombre de sí y no.
En este versículo, él se defiende diciendo que puesto que Dios es fiel, la palabra de la
predicación de ellos no era sí y no. Así que, no eran personas inconstantes, de sí y no. Lo
que ellos eran concordaba con su predicación, es decir, vivían conforme a lo que
predicaban. La palabra de la predicación de los apóstoles (1 Co. 1:18) en el versículo 18,
la palabra que dirigían a los corintios, era su mensaje acerca de Cristo (v. 19).
En el versículo 18, Pablo indica que él era uno con Dios. Pablo no era inconstante; ya
que no pronunciaba un sí y luego cambiaba a un no. Más bien, él era tan fiel como Dios.
La palabra que él dirigía a los corintios, la palabra de su ministerio, no era sí y no. El no
cambió de tono; su predicación llevaba la misma nota desde su primera visita a los
corintios hasta la presente epístola. No había ningún cambio en la palabra del
ministerio.
En el versículo 19, Pablo dice además: “Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre
vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido sí y no;
mas nuestra palabra ha sido sí en El”. La palabra “porque” presenta la razón por lo que
fue mencionado en el versículo anterior. Dios es fiel e inmutable, especialmente en
cuanto a Sus promesas acerca de Cristo. Por consiguiente, la palabra que los apóstoles
predicaban acerca de Cristo también era inmutable, porque el mismo Cristo que Dios
había prometido en Su palabra fiel y a quien ellos predicaban en su evangelio, no vino a
ser sí o no. Más bien, en Él está el sí. Puesto que el Cristo a quien predicaban conforme a
las promesas de Dios no vino a ser sí y no, la palabra que ellos predicaban acerca de Él
tampoco era sí y no. No sólo su predicación era conforme a lo que Cristo es, sino
también su vivir. Predicaban a Cristo y lo vivían. No eran hombres de sí y no, sino
hombres que eran lo mismo que Cristo.
En el versículo 20, Pablo declara: “Porque para cuantas promesas hay de Dios, en El está
el Sí, por lo cual también a través de El damos el Amén a Dios, para la gloria de Dios,
por medio de nosotros”. Una vez más, la palabra “porque” explica lo que se ha
mencionado en el versículo anterior. Cristo, a quien el Dios fiel prometió y a quien los
apóstoles sinceros predicaron, no vino a ser sí y no, o sea, no hubo variación con Él,
porque en Él está el Sí de todas las promesas de Dios, y por medio de Él, los apóstoles y
los creyentes le dan el Amén a Dios para Su gloria. Cristo es el Sí, la respuesta
encarnada, el cumplimiento de todas las promesas que Dios nos hizo. Este Amén es el
Amén que damos a Dios por medio de Cristo (véase 1 Co. 14:16). Cristo es el Sí, y
nosotros decimos Amén a este Sí delante de Dios. La frase “para la gloria” significa para
la gloria de Dios. Cuando decimos “Amén” delante de Dios al hecho de que Cristo es el
Sí, el cumplimiento, de todas las promesas de Dios, Dios es glorificado por medio de
nosotros.
En estos versículos Pablo parece decir: “Vosotros corintios estáis equivocados. Cuando
decidí ir a Corinto, no tomé la decisión por mi propia cuenta, sino que la tomé en unión
con el Cristo inmutable del Dios fiel”. Pablo, al vindicarse, habla de Dios y de Cristo, e
indica a los complicados corintios que él era totalmente uno con Dios y con Cristo. Dios
es fiel, y Pablo también era fiel. Cristo, el Hijo de Dios, es inmutable, y Pablo, quien era
uno con este Cristo, también era inmutable. No tomó esta decisión conforme a la
sabiduría humana, sino en unión con el Dios fiel y con el Cristo inmutable. Estos
versículos nos indican claramente que Pablo vivía totalmente en Cristo y en Dios; él era
uno con Dios y con Cristo.
En 1 Corintios se nos revela lo que Dios busca hoy. Dios desea obtener un pueblo que
viva a Cristo y que sea uno con Él, un pueblo de esta índole, con el tiempo, llega a ser la
iglesia. ¿Sabe usted qué es la iglesia? La iglesia es un pueblo colectivo que vive a Cristo y
es uno con Dios. El deseo del corazón de Dios es obtener dicho pueblo, y esto es lo que
Él se propuso en la eternidad. Esto se revela brevemente en 1 Corintios, donde Pablo
exhorta a los creyentes a que se olvidaran del judaísmo, de la filosofía griega y de la
sabiduría y cultura humanas, y que se dieran cuenta de que Dios desea obtener un
pueblo que viva a Cristo y que sea uno con Él. Luego, en 2 Corintios, Pablo les muestra
que él y sus colaboradores eran personas de esta índole. Todos los apóstoles eran uno
con Dios y vivían a Cristo. Por consiguiente, aun en cosas insignificantes como ir a cierta
ciudad, Pablo no tomaba la decisión en sí mismo, sino en Cristo y con Cristo. No tenía
ninguna intención que no proviniese de Dios o que no tuviera que ver con Él. No; Pablo
era uno con el Dios fiel, y vivía al Cristo inmutable. Su decisión de visitar a los corintios
él la tomó en unión con el Cristo inmutable del Dios fiel.
1. Adheridos a Cristo
En el versículo 21 Pablo añade: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo,
y el que nos ungió, es Dios”. Tanto los apóstoles, que predicaban a Cristo conforme a las
promesas de Dios y que vivían al Cristo que predicaban, como los creyentes, que
recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles, eran unidos a Cristo,
hechos uno con Él, a través de quien decían, delante de Dios “Amén” al gran Sí de las
promesas de Dios, el cual es Cristo mismo. Pero no eran ellos, sino Dios quien los
adhería a Cristo. Su unión con Cristo no provenía de ellos mismos ni era realizada por
ellos mismos, sino que provenía de Dios y era llevada a cabo también por medio de Dios.
Al principio del versículo 21, la conjunción griega traducida “y” en realidad indica un
contraste, Pablo acababa de indicar que él era uno con el Dios fiel y que vivía al Cristo
inmutable. Entonces, ¿por qué empieza el siguiente versículo con una palabra que
implica un contraste? En el griego, el uso de esta palabra a menudo comunica un
contraste no favorable. Pablo usa esta conjunción para indicar que aun el ser uno con
Dios y el vivir a Cristo no provenía ni dependía de él. Así que, Pablo parecía decir: “Sí, yo
soy uno con Dios y vivo a Cristo; pero eso no procede de mí, sino de Dios, quien nos
adhiere firmemente con vosotros a Cristo y quien nos ha ungido. El hecho de que yo sea
uno con Dios y viva a Cristo, procede de Dios y no de mí mismo. No tengo ninguna base
para gloriarme de eso. Sólo puedo gloriarme en Dios”.
En el versículo 21 Pablo habla de ser adherido firmemente con los creyentes a Cristo, el
Ungido (Dn. 9:26; Jn 1:41). La frase griega traducida “nos adhiere firmemente con
vosotros” también podría traducirse “nos conecta firmemente con vosotros”. La palabra
“adhiere” significa literalmente establece. Dios establece a los apóstoles juntamente con
los creyentes en Cristo. Esto significa que Dios adhiere los apóstoles juntamente con los
creyentes a Cristo, conectando a los apóstoles y a los creyentes con Cristo, el Ungido. Por
tanto, los apóstoles y los creyentes no sólo son uno con Cristo, el Ungido, sino también
los unos con los otros, compartiendo la unción que Cristo ha recibido de Dios. Puesto
que Dios nos ha adherido a Cristo, el Ungido, somos ungidos espontáneamente con Él
por Dios.
Los versículos 21 y 22 son muy profundos, porque a pesar de que la palabra griega
traducida “adhiere” en el versículo 21 significa establece, su verdadero significado aquí
no es establecer sino adherir. En este versículo, Pablo no se está refiriendo al hecho de
ser establecidos en Cristo, sino a que Dios nos adhiere a Cristo.
No debemos pasar por alto este versículo ni pensar que lo entendemos. ¿Qué quiere
decir Pablo cuando declara que Dios “nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo”? El
pronombre “nos” denota a los apóstoles, y “vosotros” alude a los creyentes. Además
afirma que Dios adhiere los apóstoles junto con los creyentes a Cristo, y no en Cristo. La
preposición original griega, aquí traducida “a”, implica un resultado, un fin determinado
que está por venir. La misma preposición griega se traduce “para” con el mismo sentido
en el libro de Romanos, donde aprendemos que hemos sido justificados “para vida
eterna”, lo cual significa que la justificación da por resultado la vida, o que la
justificación tiene como fin la vida. Así pues, en 1:21 Pablo declara que Dios adhiere los
apóstoles junto con los creyentes con miras a un resultado determinado, y este resultado
es que quedemos adheridos a Cristo.
El versículo 21 declara que Dios nos ha adherido firmemente a Cristo y nos ha ungido.
¿Cómo nos unge Dios? Él nos unge al adherirnos al Ungido. Una vez más, podemos usar
el ejemplo de la electricidad y los aparatos eléctricos. La planta eléctrica no necesita
transmitir electricidad directamente a la lámpara. Cuando la lámpara está
correctamente “adherida” al enchufe, la electricidad fluye a ella. Asimismo, nosotros
somos ungidos al estar adheridos a Cristo, el Ungido. Como creyentes, todos hemos
recibido al Espíritu de esta manera. Si alguien le pregunta si usted ha recibido al
Espíritu, usted puede contestar: “He sido adherido al Ungido, y a diario recibo al
Espíritu; soy ungido todos los días”.
Pablo se dio cuenta de que podía ser uno con el Dios fiel y vivir a Cristo porque él había
sido adherido a Cristo y ungido por Dios. Puesto que Dios ungió a Pablo al adherirlo a
Cristo, Pablo podía ser uno con Cristo y uno con el Dios fiel. Anunciar esta palabra
constituye la verdadera predicación del evangelio completo.
¡Alabado sea el Señor porque hemos sido adheridos al Ungido! Por habernos unido al
Ungido universal, también hemos sido ungidos. En el universo, una sola persona ha sido
ungida por Dios, y esta persona es Cristo, el Ungido. Ahora todos estamos en el Ungido.
Hemos sido ungidos al ser adheridos a Él. Ahora, por haber sido adheridos al Ungido,
podemos ser uno con el Dios de resurrección y llevar una vida de resurrección.
En 1 Corintios 6, Pablo habla de ser miembros de Cristo. ¿Qué significa ser un miembro
de Cristo? Significa que formamos parte del Ungido. ¡Aleluya que todos formamos parte
del Ungido, porque Dios nos ha adherido a Él!
En el versículo 22, que contiene otra palabra muy profunda, Pablo, refiriéndose a Dios,
dice: “El cual también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros
corazones”. El ungimiento del versículo anterior también significa sellar. Puesto que
Dios nos ungió con Cristo, también nos selló en Él.
No debemos pensar que el sellado y la unción son dos cosas distintas. En realidad, la
unción lleva implícita el sello. Al aplicarnos la unción, ésta se convierte en el sello. Así
llegamos a ser diferentes a los otros. Además, el sello nos hace portar la apariencia de
Dios. Supongamos por ejemplo que un sello de tinta estampa cierta imagen en un papel.
El papel queda inmediatamente sellado y lleva la imagen del sello. El sello es la imagen.
Siguiendo el mismo principio, cuando Dios nos unge, la unción nos sella. La unción
imparte la esencia divina en nosotros, así como el sello de goma aplica el elemento de la
tinta en el papel. Primero, por medio de la unción, Dios añade Su esencia a nosotros.
Luego, esta unción nos sella con la esencia de Dios y hace de nosotros la imagen de Dios.
En el versículo 22 Pablo dice también que Dios nos ha dado en arras el Espíritu en
nuestros corazones. Las arras del Espíritu son el Espíritu mismo como arras. El sello es
una señal que nos marca como la herencia de Dios, Su posesión, o sea, indica que
pertenecemos a Dios. Las arras garantizan que Dios es nuestra herencia, o posesión, y
que Él nos pertenece. El Espíritu, que está dentro de nosotros, es las arras, la prenda, de
que Dios es nuestra porción en Cristo.
Al adherirnos Dios a Cristo se producen tres resultados: primero, una unción que nos
imparte los elementos de Dios; segundo, un sello que forma, con los elementos divinos,
una impresión que expresa la imagen de Dios; y tercero, las arras que nos dan un
anticipo como muestra y garantía de que gozaremos de la plenitud de Dios. Es por
medio de estas tres experiencias que tenemos del Espíritu que unge, junto con la
experiencia de la cruz, que el ministerio de Cristo es producido.
Estos tres —la unción, el sello y las arras— son una sola realidad que consta de tres
aspectos. Primero somos ungidos, luego somos sellados y después recibimos la garantía
de las arras. ¡Aleluya que tenemos la esencia, la imagen y la garantía! Todo esto no es
más que el Dios procesado, quien ahora es el Espíritu. El Espíritu es el aceite con el cual
somos ungidos, la esencia con la cual somos sellados y las arras que garantizan que Dios
nos pertenece y que Él es nuestra porción. Por haber sido ungidos y sellados y por haber
recibido las arras, podemos ser uno con el Dios fiel y vivir a Cristo. Ahora somos aptos y
estamos equipados para vivir al Cristo inmutable.
Según lo que dice Pablo en el versículo 22, las arras del Espíritu se encuentran en
nuestros corazones. El Espíritu, las arras de Dios como nuestra porción, es un anticipo
para nosotros; por tanto, vemos aquí que Él está en nuestros corazones. En Romanos
5:5 y en Gálatas 4:6 se mencionan el amor, por ende, tratan del Espíritu que está en
nuestro corazón. Pero Romanos 8:16 habla acerca de la obra del Espíritu, pues declara
que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Nuestro corazón es el
órgano que ama, mientras que nuestro espíritu es el órgano que labora.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUATRO
INTRODUCCIÓN
(4)
En este mensaje vamos a considerar 1:23—2:11. En estos versículos Pablo explica las
razones de su demora en su llegada a Corinto.
En 1:23 Pablo dice: “Mas yo invoco a Dios por testigo sobre mi alma, que por
consideración a vosotros no he pasado todavía a Corinto”. El que Pablo tuviera
consideración de los corintios muestra lo comprensivo que era. El apóstol no quiso
visitar a los creyentes corintios con vara para disciplinarlos, sino que quería visitarlos
con amor y espíritu de mansedumbre para que fuesen edificados (1 Co. 4:21). Por un
lado, se abstuvo de ir para evitar cualquier sentimiento desagradable; los trató con poca
severidad y no quiso ir a verlos con tristeza (2 Co. 2:1). Por otro, a él no le gustaba
enseñorearse de la fe de ellos, sino que deseaba colaborar con ellos para su gozo (1:24).
Esto era la verdad, y Pablo invocó a Dios para que diera testimonio de esto a favor de él.
Según el versículo 23, el apóstol Pablo invocó a Dios por testigo sobre su alma; es decir,
para que diera testimonio contra su alma, o sea, contra él mismo, por si acaso hablaba
falsamente.
Invocar a Dios no es solamente orar a Dios o pedirle que haga algo por nosotros. Decir
“Oh Dios” u “Oh Padre” no es solamente orar; más bien, es invocar a Dios. Hoy muchos
cristianos carecen de un espíritu de invocación, un espíritu fuerte con el cual invocar a
Dios. Si las circunstancias o la situación lo permitieran, me gustaría invocar
continuamente: “Oh Padre mío” u “Oh Señor Jesús”. Hay una diferencia entre la
invocación y la oración. Por ejemplo, alguien puede orar así: “Padre Dios; Tú eres fiel;
Tú nunca cambias; ayúdame también a ser fiel y a no cambiar. Te pido esto en el
nombre del Señor Jesús. Amén”. Por muy buena que sea esta oración, tal vez no sea muy
viviente. Además, es posible que oremos al Señor Jesús de una manera no muy viviente.
Tal vez digamos: “Señor Jesús, yo te doy gracias por amarme. Señor, te amo también,
pero Tú sabes que soy débil. Señor, ayúdame, por favor, en mi debilidad”. Muchos
cristianos oran así, pero lo hacen con desgana y sin ejercitar el espíritu. Tal vez ni
siquiera entienden lo que significa ejercitar el espíritu en oración. En Juan 4:24, el
Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es
necesario que adoren”. Adorar a Dios también incluye orar a Él. Ya que orar es adorar, y
puesto que el Señor Jesús declara que debemos adorar a Dios en espíritu, debemos
entonces orar también en espíritu. Las palabras que pronunciamos para expresarnos en
la oración son algo secundarias; lo más importante es que ejercitemos nuestro espíritu
para contactar a Dios. Cuando oramos, debemos invocar a Dios, ejercitar nuestro
espíritu y decir: “Oh Padre, Oh mi Dios, mi Padre”. Esto es invocar a Dios.
Dios el Padre se alegra cuando nos oye invocarle. Según lo que expresó el Señor en Juan
4, el Padre busca ahora a personas que lo adoren en espíritu.
Pablo fue muy cuidadoso y tuvo mucha consideración en cuanto a qué palabras usar al
escribir sus epístolas. En 1:23 él no dijo: “Le pido a Dios” ni tampoco: “Oro a Dios”; más
bien dijo: “Yo invoco a Dios”. Esta invocación exige el ejercicio del espíritu. Pablo era
una persona que vivía en el espíritu y que adoraba a Dios en el espíritu. Si no vivimos en
el espíritu, ciertamente nos resultará difícil adorar a Dios en el espíritu.
En el versículo 23 leemos que Pablo invocó a Dios por testigo sobre su alma. Esto
significa que invocó a Dios para que diera un testimonio en contra suya. Pablo parecía
decir: “Hermanos corintios, no actué en el alma. Si lo hubiera hecho, Dios habría
testificado en contra mía. Yo no soy una persona que vive en el alma ni se conduce en el
alma. No fue en mi alma que determiné venir a vosotros. De haberlo hecho, Dios habría
testificado en contra mía”.
Es interesante que Pablo no dijo: “Invoco a Dios por testigo sobre mi espíritu, para que
testifique que yo determiné en mi espíritu venir a vosotros”. Por el contrario, él invocó a
Dios para que testificara contra su alma. Lo invocó para que testificara que realmente él
no había determinado nada en su alma, es decir, en su yo. No hay duda alguna que Dios
testificaría en contra de tal determinación. Esta clase de testimonio, un testimonio en el
cual se testifica en contra de alguien, es a veces más contundente que un testimonio de
parte de los que están a favor.
La razón por la cual Pablo no visitó Corinto fue por consideración a los corintios, y no
porque él fuera inconstante, que dijera que sí y que no al mismo tiempo. Pablo no quería
ir a Corinto con vara disciplinaria, sino que tuvo consideración de los corintios y quiso ir
a ellos en amor. Él invocó a Dios por testigo con respecto a esto.
Pablo es un buen ejemplo a seguir. Por la misericordia del Señor, todos debemos
aprender de él y seguirle. Pablo era una persona maravillosa. Él era espiritual, tenía a
Cristo forjado en él, y también tenía mucha experiencia y madurez en cuanto a las
riquezas de Cristo. Por ser una persona así, tuvo consideración de los corintios y, por
esta razón, no había ido a Corinto.
En el versículo 24 Pablo dice además: “No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que
colaboramos con vosotros para vuestro gozo; porque por la fe estáis firmes”. La fe
subjetiva es necesaria para que los creyentes se mantengan firmes en la fe objetiva (1 Co.
16:13). El que uno se enseñoree de la fe subjetiva de los creyentes debilita la fe de ellos,
pero el que uno colabore con ellos para su gozo la fortalece.
En el versículo 1 del capítulo dos Pablo dice: “Esto determiné para conmigo, no ir otra
vez a vosotros con tristeza”. Por una parte, Pablo invocó a Dios por testigo sobre su
alma; por otra, nos dice que él determinó algo para consigo mismo. ¿Acaso no está
relacionado esto con el alma? Así que, vemos en 2:1 que el yo de Pablo es un yo
espiritual, un alma espiritual, un alma bajo el control y la dirección del espíritu. En sí
mismo, Pablo determinó no ir otra vez a los corintios con tristeza. Su determinación no
fue inspirada por el Espíritu; sino que fue algo que él mismo se propuso. No obstante,
debemos recordar que esta determinación fue tomada por una persona que estaba bajo
el control y la dirección del espíritu. Esto muestra una vez más el principio de la
encarnación, el cual se halla en Gálatas 2:20. El principio de la encarnación siempre
opera de esta manera. El Señor Jesús, como hombre, realizó milagros; mas, Dios fue
aquel que los llevó a cabo. En esto consiste el principio de la encarnación.
En el versículo 2, Pablo les pregunta: “Porque si yo os contristo, ¿quién será luego el que
me alegre, sino aquel a quien yo contristé?” Esta frase es muy filosófica, lógica y
espiritual.
En el versículo 3 Pablo añade: “Y esto mismo os escribí, para que cuando llegue no tenga
tristeza de parte de aquellos de quienes me debiera gozar; confiando en vosotros todos
que mi gozo es el de todos vosotros”. La palabra “escribí” se refiere a lo que Pablo había
escrito a los corintios en la primera epístola.
En el versículo 4 Pablo declara: “Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón
os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados, sino para que
conocieseis el amor desbordante que os tengo”. Aquí Pablo se está refiriéndose a sí
mismo. Algunas personas, supuestamente espirituales, insisten en que uno nunca debe
de hablar de sí mismo. Durante los años que estuve en la Asamblea de los Hermanos se
me enseñó que los creyentes jamás deberían hablar de sí mismos, y eso es lo que hice
durante muchos años; pero más tarde, me di cuenta de que eso no siempre es correcto.
El hablar o no hablar de nosotros mismos depende de nuestros motivos. En 2 Corintios
Pablo tenía mucho que decir acerca de sí mismo. En su introducción, él no sólo habla de
sí mismo, sino que también argumenta y se vindica a sí mismo. A veces es necesario que
hablemos de nosotros mismos. Cristo necesita testigos. Cristo es la realidad, y nosotros
somos testigos de esta realidad. Como testigos, no debemos ser ni orgullosos ni
humildes. En el momento oportuno, debemos testificar del Señor con honestidad y
denuedo. Y esto es precisamente lo que Pablo hizo cuando les dijo a los corintios en la
primera epístola que por la mucha tribulación y angustia del corazón él les escribió con
muchas lágrimas. Así les escribió a los corintios, no con el afán de entristecerlos sino
con el fin de darles a conocer el amor que él sentía por ellos.
En el versículo 6 Pablo declara: “Le basta a tal persona este castigo infligido por la
mayoría”. Esto indica que después de que la mayoría de los creyentes corintios habían
leído la primera epístola de Pablo, reprendieron y castigaron al que había cometido el
incesto. Pablo señala que el castigo aplicado por la mayoría había sido suficiente. Por
tanto, en el versículo 7, añade: “Así que, al contrario, vosotros más bien debéis
perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de excesiva tristeza”. En este
contexto, perdonar significa también tratar de manera benévola. En lugar de
reprenderle, ahora los corintios debían consolarle y perdonarle, y también aliviarle y
vendarle sus heridas. Por consiguiente, en el versículo 8, Pablo declara: “Por lo cual os
exhorto a que confirméis vuestro amor para con él”.
El versículo 9 dice: “Porque también para este fin os escribí, para conocer vuestro
carácter aprobado, y ver si sois obedientes en todo”. “Conocer vuestro carácter
aprobado” significa “poneros a prueba”. Un carácter aprobado es una calidad intrínseca
de alguien que ha pasado por una prueba. La meta de Pablo al escribir la primera
epístola a los corintios era conocer el carácter aprobado de ellos. Escribió con el fin de
ponerlos a prueba y comprobar su obediencia. Ahora Pablo se daba cuenta de que los
corintios eran obedientes y aprobados. Al obedecer a la primera epístola, ellos fueron
aprobados a los ojos de Pablo.
La palabra griega traducida “persona” significa literalmente faz, como en 4:6. Es la parte
que está alrededor de los ojos, la expresión que señala los pensamientos y sentimientos
interiores, la cual exhibe y manifiesta todo lo que la persona es. Esto indica que el
apóstol vivía y se conducía en la presencia de Cristo, conforme a la expresión que
indicaba toda Su persona, según se trasmitía en Sus ojos. La primera sección de 2
Corintios, de 1:1 a 2:11, es una larga introducción a esta epístola, la cual sigue a la
primera epístola que Pablo escribió a los desordenados creyentes de Corinto. Él fue
consolado y animado después de recibir información de que ellos se habían arrepentido
(7:6-13) al aceptar las reprimendas que les había hecho en la primera epístola. Así que
Pablo escribió la segunda epístola para consolarlos y animarlos de modo personal,
tierno y afectuoso, de tal manera que la epístola de 2 Corintios, en cierto sentido, es
considerada como su autobiografía. En esta epístola vemos a una persona que vivía a
Cristo conforme a lo que había escrito con respecto a Él en su epístola anterior, en un
contacto muy íntimo y estrecho con Él, actuando conforme a la expresión de Sus ojos.
Vemos que Pablo era uno con Cristo, que estaba lleno de Cristo y saturado de Él. Pablo
había sido quebrantado y aun terminado en su vida natural, también había sido
ablandado y hecho flexible en su voluntad. Al mismo tiempo, era afectuoso, aunque
restringido en sus emociones; era considerado y sobrio en su mente, y puro y genuino en
su espíritu hacia los creyentes, para beneficio de ellos, a fin de que pudieran
experimentar y disfrutar a Cristo como él lo hacia, para el cumplimiento del propósito
eterno de Dios en la edificación del Cuerpo de Cristo.
Hemos señalado que la palabra “persona” indica la parte que está alrededor de los ojos,
la expresión de los pensamientos y sentimientos de una persona, y que representa todo
lo que ella es. Si usted desea saber lo que una persona siente por usted, si está alegre o
triste, satisfecha o insatisfecha, no le miraría a la cara de manera general, sino que
también se fijaría en la parte que se halla alrededor de sus ojos, la cual expresa sus
pensamientos y sentimientos. Cuando Pablo perdonó al hermano que había pecado, él lo
hizo mirando la expresión de los ojos del Señor Jesús. Si los ojos del Señor expresaban
insatisfacción con su decisión de perdonar a ese hermano, entonces Pablo no lo habría
perdonado. En otras palabras, Pablo se habría dado cuenta de que el Señor no aprobaba
lo que él estaba haciendo. En el momento en que perdonaba al hermano, Pablo tenía la
mirada puesta en el Señor Jesús y se daba cuenta de que el Señor lo alentaba. Así Pablo
podía afirmar que él perdonaba en la persona de Cristo. Esto indica que Pablo era uno
que vivía y actuaba en la presencia de Cristo.
En 1940 el hermano Nee dijo que Deuteronomio puede ser considerado como la
autobiografía de Moisés, y 2 Corintios, la autobiografía de Pablo. En 2 Corintios Pablo
habla mucho de sí mismo; de hecho, habla más de sí mismo que de Cristo. Sin embargo,
en esta epístola autobiográfica, Pablo da testimonio de Cristo. En este libro vemos a
alguien que vive a Cristo conforme a lo que él mismo escribió acerca de Cristo en 1
Corintios. Pablo vivía en un estrecho e íntimo contacto con Cristo, actuando según la
expresión de los ojos de Él. Pablo era verdaderamente uno con Cristo, estaba lleno de
Cristo y saturado de Él.
En el versículo 11, Pablo dice: “Para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros;
pues no ignoramos sus maquinaciones”. Este versículo revela que el maligno, Satanás,
está detrás del escenario en todas las circunstancias y opera a través de todas las cosas.
La palabra griega traducida “maquinaciones” significa planes, complots, estratagemas,
designios, engaños, intenciones y propósitos. Es posible que incluso en la vida de iglesia,
Satanás puede estar operando detrás del escenario. No piensen que perdonar a un
hermano solamente tiene que ver con la iglesia y no con las estratagemas de Satanás. Es
posible que aun detrás de este asunto, Satanás esté agazapado, buscando la manera de
ejecutar sus malvados planes y devorar a los débiles.
En estos versículos vemos que Pablo se relacionaba con los santos de una manera
personal, que él era espiritual y que estaba alerta. Él cuidaba a los santos de una manera
íntima, vivía conforme a la expresión del ser de Cristo, y estaba alerta ante los sutiles
complots del enemigo, que operaba detrás del escenario de todas las circunstancias que
se encuentran en la vida de iglesia. Todos debemos aprender de Pablo con respecto a
cuidar a los santos, a vivir a Cristo y a estar al tanto de la sutileza del enemigo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCO
(1)
En cuanto al ministerio, el hermano Nee declaró que Cristo debe ser entretejido en
nuestro ser. Esto significa que Cristo debe forjarse en nosotros de modo que llegue a ser
nuestra propia constitución. En esto consiste el ministerio, o sea, lo que Cristo es, lo que
El ha hecho y lo que ha logrado y obtenido debe forjarse en nosotros. Cristo ha obtenido
el trono, la gloria y el poder más elevado. Cristo también ha obtenido ciertos logros, los
cuales son el resultado de lo que El ha realizado y alcanzado. Ahora, lo que Cristo es, lo
que El ha realizado y obtenido, y lo que ha logrado se encuentran en el Espíritu
vivificante. Esto da a entender que el Espíritu vivificante y todo-inclusivo es la
corporificación de Cristo con relación a estos cuatro asuntos. El Espíritu todo-inclusivo
es la corporificación de lo que Cristo es, y de lo que El ha realizado, obtenido y logrado.
Este Espíritu todo-inclusivo es una bebida todo-inclusiva que contiene muchos
ingredientes.
No basta con unos cuantos años para crecer en vida y para que el Dios Triuno se forje en
nosotros hasta darnos una nueva constitución. Por haber pasado por muchas cosas en el
transcurso de los años, puedo testificar que una persona debe vivir por lo menos sesenta
años antes de que esta constitución sea forjada plenamente en ella. Además, para que
esto le suceda a dicha persona, ella debe de haber sido salva antes de los veinte años de
edad. Una persona que haya sido salva a los cuarenta años probablemente no llegue a
madurar en la vida divina al cumplir sesenta años. Durante los primeros veinte años de
nuestra vida cristiana, debemos aprender ciertas cosas; luego necesitaremos otros veinte
años más para que el Espíritu vivificante se forje en nosotros.
Los jóvenes quizás se desanimen al oír que se necesita tanto tiempo para llegar a ser
ministros del nuevo pacto. Jóvenes, les aliento a que no se desanimen por el hecho de
que necesiten veinte años para aprender ciertas cosas y otros veinte años más para que
su constitución cambie. Estamos hablando de la vida más elevada, la vida divina, la cual
se está forjando en nuestra vida humana. Ciertamente esto requiere tiempo. Aun en la
vida humana natural, un hombre no llega completamente a la madurez a los cuarenta
años de edad. Indudablemente, yo no confiaría en un presidente que solamente tenga
cuarenta años de edad. En todo lo que hagamos, necesitamos experiencia. Esto es
verdad aun con relación a conducir un automóvil. Cuanto más años llevemos
conduciendo, más experiencia y habilidad tendremos. No creo que una persona menor
de sesenta años de edad tenga la madurez suficiente como para ejercer correctamente
las funciones de un presidente o de un jefe de estado. Esto muestra que para crecer en la
vida divina se requiere tiempo.
Necesitamos más santos maduros entre nosotros, y espero que en los años venideros se
produzcan muchos padres en el recobro del Señor. Es una bendición tener padres así, o
sea, personas maduras entre nosotros. El hecho de que están presentes con nosotros es
una gran bendición.
Quisiera repetir de nuevo que el ministerio no puede formarse en poco tiempo. Estoy
contento de haber escuchado hablar del ministerio por boca del hermano Nee en 1940.
Aproximadamente veinte años más tarde, el Señor me envió a este país.
Ahora sí estamos preparados para examinar los versículos del 12 al 17 del capítulo dos,
los cuales forman parte de la introducción a la sección que trata del ministerio del nuevo
pacto. El pasaje de 1:1—2:11 es la introducción de todo el libro de 2 Corintios, mientras
que 2:12-17, es la introducción de la sección que habla del ministerio. Después de esta
sección, sigue un pasaje extenso que trata de los ministros del nuevo pacto (3:12—7:16).
SU TRIUNFO Y SU EFECTO
Pablo presenta el ministerio de una manera muy personal e íntima, o sea, de una
manera que no es nada doctrinal. En 2:12 Pablo no dice: “He terminado mi
introducción. Ahora quiero presentarles algunas doctrinas acerca de nuestro
ministerio”. Antes bien, él declara: “Además, cuando llegué a Troas para predicar el
evangelio de Cristo y se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por
no haber hallado a mi hermano Tito; mas, despidiéndome de ellos, partí para
Macedonia” (2:12-13). Además de lo que se ha mencionado en los versículos 10 y 11, el
apóstol les dijo a los creyentes corintios que él estaba preocupado por ellos. Aunque en
Troas a Pablo se le había abierto una puerta en el Señor, o sea no fue resultado del
esfuerzo humano, él no tuvo reposo en su espíritu cuando no halló a Tito. Anhelaba ver
a Tito para recibir de él noticias acerca del efecto que su primera epístola había causado
entre los corintios. Por eso, partió de Troas para ir a Macedonia (v. 13), queriendo
encontrarse con Tito para obtener esa información debido al gran afecto que él sentía
por los corintios. Por tanto, su preocupación por la iglesia era mucho más grande que su
preocupación por la predicación del evangelio.
Según indica 1 Corintios 16:18, Pablo era una persona que vivía y actuaba en su espíritu.
A él se le abrió una puerta en el Señor. La expresión “en el Señor” fue usada por Pablo
intencionalmente para indicar que él no fue quien abrió la puerta; o sea, que él no se
valió de ninguna destreza o maniobra natural para abrirla, sino que fue el Señor quien lo
hizo. Aunque a Pablo se le había abierto una puerta en el Señor, él no sentía paz en su
espíritu. ¿Cómo reconciliamos el hecho de que el Señor abrió la puerta a Pablo y que
éste no sentía paz en su espíritu para permanecer allí? Esto parece ser contradictorio,
pero antes de responder a esta pregunta, quiero recalcar que la razón por la cual Pablo
no sentía paz era que no había hallado todavía a Tito. Lo que a él le preocupaba no era la
predicación del evangelio, sino encontrar a Tito para saber la situación en que se
encontraban los corintios. Pablo esperaba a Tito para que éste le diera un informe acerca
de cómo los creyentes corintios habían respondido a su primera epístola. Por eso, Pablo
partió para Macedonia. Esta epístola fue escrita en Macedonia después de la estancia de
Pablo en Efeso, durante su tercer viaje ministerial (8:1; Hch. 20:1).
Hemos visto que el Señor le había abierto una puerta a Pablo, pero éste no se valió de
ella. Parece que él no tomó en cuenta el hecho de que el Señor le había abierto una
puerta, sino que siguió lo que le daba alivio a su espíritu. Aquí hallamos la respuesta a la
pregunta relacionada con la puerta abierta y con el reposo del espíritu. Cuando el Señor
hace algo exteriormente, pero usted no siente reposo en su espíritu, ¿qué seguirá: la
situación exterior o lo que siente en su espíritu? Pablo siguió lo que sentía en su espíritu.
A veces el Señor hace dos cosas a la vez: exteriormente El hace que la situación sea
propicia, pero al mismo tiempo, no le da a usted una sensación de paz. Esto le obligará a
usted a decidir entre la circunstancia exterior y el sentimiento interior. Si estando en esa
situación usted ejercita su espíritu y honra lo que siente su espíritu, usted es
verdaderamente un hombre espiritual. Eso significa que si obedece la sensación interior
y no sigue ciertas circunstancias propicias, usted es verdaderamente una persona
espiritual. Éste fue el caso de Pablo en estos versículos. Él siguió lo que daba paz a su
espíritu y partió para Macedonia a fin de recibir noticias de Tito acerca de los creyentes
de Corinto.
B. Una procesión triunfal
para celebrar la victoria de Cristo
En el versículo 14 Pablo dice: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en
el Cristo, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento”.
Un comentarista bíblico, Conybeare, escribió lo siguiente acerca de este versículo: “El
verbo que se usa aquí, llevar, significa ‘conducir a un hombre como cautivo en un desfile
triunfal’; la frase completa significa ‘llevar como cautivo en triunfo sobre los enemigos
de Cristo’ ... Dios celebra Su triunfo sobre Sus enemigos. Pablo (quien había sido un
gran opositor del evangelio) es ahora un cautivo que anda en el séquito del desfile
triunfal, y al mismo tiempo (por un cambio de metáfora, que es muy propio de Pablo) es
un portador de incienso, que esparce incienso (lo que siempre se hacía en tales
ocasiones) mientras el desfile sigue adelante. Algunos de los enemigos conquistados
eran ejecutados cuando el desfile llegaba al capitolio; para ellos, el olor del incienso era
‘un olor de muerte para muerte’; mientras que para otros, a quienes se les perdonaba la
vida, era ‘un olor de vida para vida’”. En Colosenses 2:15 se usa la misma metáfora. Dios
siempre conduce a los apóstoles de manera triunfal para su ministerio. Aquí el
pronombre “nos” se refiere a los cautivos subyugados que desfilan en el séquito triunfal
de Cristo, quienes celebran el triunfo de Cristo y participan del mismo. Los apóstoles
eran esta clase de cautivos; lo que ellos hacían como cautivos de Cristo en su ministerio
para Él, era la celebración que Dios hacía de la victoria que Cristo obtuvo sobre Sus
enemigos.
En el versículo 14 Pablo dice que él era un cautivo de Cristo. Aunque luchó contra Cristo,
el General celestial, Pablo fue finalmente derrotado, subyugado y capturado, y así llegó a
ser un cautivo de Cristo. Saulo de Tarso luchaba contra Cristo, contra la economía de
Dios y contra las iglesias; sin embargo, fue derrotado y subyugado por Cristo mientras
iba camino a Damasco. En aquel momento, el Señor Jesús le dijo que no diera coces
contra el aguijón, es decir, que no luchara contra Él. El Señor parecía decirle a Saulo:
“¿Qué haces? ¿Por qué das coces contra el aguijón? ¿No te das cuenta de que te puedo
someter fácilmente? Lo único que tengo que hacer es mover Mi dedo meñique y serás
derrotado, subyugado y capturado”. Después de que Saulo de Tarso fue capturado, fue
agregado al desfile triunfal de Cristo. Los tres primeros cautivos de este desfile fueron
Pedro, Juan y Jacobo. Pablo fue otro de los cautivos en el séquito de enemigos vencidos
y, como tal, fue llevado en el desfile triunfal de Cristo.
Tal vez usted haya sido cristiano por muchos años sin darse cuenta de que el ministerio
neotestamentario es un desfile que celebra la victoria de Cristo. ¿Quién nos ha
derrotado, subyugado, capturado y hechos sumisos? El Cristo victorioso lo ha hecho.
¡Aleluya, porque el ministerio neotestamentario es un desfile que celebra el triunfo de
Cristo!
En el versículo 15 Pablo dice además: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en
los que se salvan, y en los que perecen”. Los apóstoles, estando impregnados de Cristo,
llegan a ser un grato olor de Cristo. No se trata meramente de que ellos eran un grato
olor producido por Cristo, sino que Cristo mismo era ese olor, un olor para Dios que se
exhalaba en la vida y obra que ellos llevan; en los que se salvan, como olor de vida para
vida, y en los que perecen, como olor de muerte para muerte.
El versículo 16 declara: “A éstos olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida
para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” Las expresiones “para vida” y “para
muerte” significan que da por resultado la vida o la muerte. Esto se refiere a los distintos
efectos que el ministerio de los apóstoles tenía en diferentes personas. ¡El ministerio es
un asunto de vida y de muerte! Sólo los cautivos de Dios en Cristo, quienes están
completamente llenos de Cristo por el Espíritu, son competentes y están capacitados
para estas cosas (3:5-6). La palabra griega traducida “suficiente” significa competente,
calificado, apto, digno. En el versículo 5 del capítulo tres también se usa la misma
palabra griega.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE SEIS
EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO
(2)
En el mensaje anterior abarcamos el triunfo y efecto del ministerio del nuevo pacto.
Dijimos que este ministerio es un desfile triunfal, y adondequiera que vaya, pone de
manifiesto el triunfo de Cristo que se ha convertido en la victoria del ministerio.
Adondequiera que iban Pablo y sus colaboradores, el ministerio de ellos era un desfile
triunfal que celebraba la victoria de Cristo. Esta celebración siempre manifestaba la
victoria de Cristo, y es en dicha victoria donde vemos el triunfo del ministerio. El triunfo
del ministerio es la misma victoria de Cristo celebrada por los cautivos derrotados que
participan en el desfile. Todos los que participaban de ese desfile habían sido
conquistados, subyugados y capturados. Hoy nosotros también hemos sido capturados y
sometidos por Cristo. Debemos apropiarnos de esto por fe. El hecho de estar en el
desfile muestra que nosotros fuimos capturados y sometidos, ya sea que lo sintamos o
no. Si no hubiéramos sido capturados y subyugados, no estaríamos en el desfile.
¡Alabado sea el Señor porque todos estamos en el desfile triunfal de Cristo!
Pablo tenía el concepto de que el ministerio de la predicación era un desfile triunfal que
celebraba la victoria de Cristo. Ahora nosotros somos un ejemplo que representa la
victoria que Cristo obtuvo sobre nosotros. Por haber sido conquistados, sometidos y
capturados por Cristo, estamos ahora en Su desfile y le predicamos. El hecho de que
estemos en este desfile y que prediquemos a Cristo testifica que Él nos ha conquistado.
En Filipenses 3, Pablo declaró que él consideraba todas las cosas como basura por causa
de la excelencia del conocimiento de Cristo. Pero aquí en 2:14, él habla del olor del
conocimiento de Cristo. El excelente conocimiento de Cristo era una fragancia, un
aroma, lo cual significa que nosotros quienes fuimos conquistados, capturados y puestos
en el desfile triunfal para celebrar la victoria de Cristo, comunicamos a los demás el
excelente conocimiento de Cristo. Todo cuanto hablamos representa el excelente
conocimiento que tenemos de Cristo, pues le conocemos por la experiencia y el disfrute
que tenemos de Él. Mientras marchamos en el desfile triunfal, nosotros hablamos de
este Cristo a los demás, y lo que decimos de Él constituye un olor aromático agradable.
La manifestación del olor del conocimiento de Cristo tiene un doble efecto, un doble
resultado: o resulta en vida para vida, o resulta en muerte para muerte. Éste es el triunfo
y el efecto del ministerio, el cual se forma al forjarse Cristo en nosotros.
II. SU FUNCIÓN Y SU COMPETENCIA
En el versículo 1 del capítulo tres, Pablo dice: “¿Comenzamos otra vez a recomendarnos
a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación
para vosotros, o de parte vuestra?” El apóstol hizo estas preguntas debido a las palabras
francas y fieles que expresó en el versículo anterior con respecto a sí mismo y a sus
colaboradores. Por lo que escribió Pablo en su primera epístola a los corintios y también
en la presente epístola, los corintios pudieron haber pensado que Pablo y sus
colaboradores estaban de nuevo recomendándose a sí mismos. Por eso, Pablo hizo esas
dos preguntas en 3:1 y respondió a ambas preguntas con un no categórico. Ellos no
estaban recomendándose a sí mismos, ni tampoco necesitaban cartas de
recomendación.
El versículo 2 dice: “Nuestra carta sois vosotros, escrita en nuestros corazones, conocida
y leída por todos los hombres”. Los creyentes eran el fruto de la labor de los apóstoles, lo
cual recomendaba a los apóstoles y su ministerio a otros. De esta manera, los creyentes
llegaron a ser las cartas vivas de recomendación de los apóstoles, las cuales los apóstoles
escribieron, en cada parte del ser interior de los creyentes valiéndose del Cristo que
moraba en ellos como contenido de dicha carta.
Pablo dijo que los corintios eran una carta “escrita en nuestros corazones”. Los
creyentes corintios, como carta viva de recomendación de los apóstoles, estaban escritos
en los corazones de los apóstoles; por tanto, eran llevados por los apóstoles y no podían
ser separados de ellos. Estaban en los corazones de los apóstoles (7:3), y eran llevados
por ellos por todas partes como su recomendación viva.
El versículo 3, que es la continuación del versículo 2, dice: “Siendo manifiesto que sois
carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el
Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. Una
carta de Cristo tiene a Cristo como su contenido a fin de transmitir y expresar a este
Cristo. Todos los creyentes deben ser una carta viva de Cristo tal como se describe aquí,
de modo que otros puedan leer y conocer al Cristo que está en su ser. Los apóstoles
estaban llenos de Cristo, de modo que su ministerio espontáneamente ministraba a
Cristo a aquellos con quienes tenían contacto, escribiendo a Cristo en sus corazones y
haciendo que fueran cartas vivas que trasmitían a Cristo.
Debemos ver que la misma carta está escrita en los corazones de dos clases de personas:
en los corazones de los apóstoles y en los corazones de los creyentes. ¿Qué significa
esto? Aquí, indudablemente se nos presenta un problema con respecto nuestra
comprensión de 2 Corintios 3. Sin embargo, el hecho de reconocer un problema ya es
señal de que somos buenos estudiantes de la Biblia. Si no hallamos ningún problema al
leer la Palabra, eso quiere decir que no la estamos leyendo correctamente. Ahora que
hemos encontrado el problema aquí, a saber, que una sola carta ha sido inscrita en los
corazones de los apóstoles y en el de los creyentes, debemos hallar la manera de
explicarlo.
La función del ministerio del nuevo pacto no consiste en llevar a cabo una labor, sino en
escribir cartas. Por supuesto, aquí se nos presenta una figura retórica. Frecuentemente
Pablo, para explicar sus enseñanzas profundas o para exponer una verdad profunda,
recurría al uso de las metáforas. Por ejemplo, en el versículo 14 del capítulo dos vemos
dos metáforas: la primera es la de los cautivos que marchan en el desfile triunfal que
celebra la victoria de Cristo; y la segunda es la de los portadores de incienso que
esparcen la excelencia del conocimiento de Cristo como fragancia, la cual resulta en
muerte o en vida. Ahora en el capítulo tres, Pablo usa otra metáfora, la de escribir
cartas.
Según el versículo 3, la carta de Cristo está “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del
Dios vivo”. El Espíritu del Dios vivo, quien es el propio Dios viviente, no es el
instrumento, como lo es una pluma, la cual se usa para escribir, sino el elemento, como
la tinta, con el cual los apóstoles ministraban a Cristo como contenido para escribir
cartas vivas que trasmitían a Cristo. El escritor de esta carta no es el Espíritu de Dios,
sino los apóstoles. El Espíritu del Dios viviente es la “tinta”, el elemento, la esencia, de la
carta. Eso significa que el Espíritu del Dios vivo es el elemento con el cual se escribe la
carta. Este tema es muy crucial.
El ministerio de los apóstoles consiste en escribir cartas con el Espíritu vivificante como
esencia. Cuanto más le ministran a usted los apóstoles, más imparten en usted el
elemento del Espíritu vivificante. Podemos usar como ejemplo el escribir con tinta en
una hoja de papel. Cuanto más escribimos en el papel, más tinta es impartida en el
papel. Siguiendo el mismo principio, mediante el ministerio de los apóstoles el Espíritu
vivificante es impartido en los creyentes. Éste es un tema muy importante que todos
debemos ver.
En el versículo 3 Pablo dice que la carta de Cristo está escrita “no en tablas de piedra,
sino en tablas de corazones de carne”. Nuestro corazón, que se compone de nuestra
conciencia (la parte principal de nuestro espíritu), nuestra mente, nuestra parte emotiva
y nuestra voluntad, es la tabla donde las cartas vivas de Cristo están escritas con el
Espíritu vivo de Dios. Esto implica que, con el Espíritu del Dios vivo como elemento,
Cristo es inscrito en cada parte de nuestro ser interior para hacer de nosotros Sus cartas
vivas, a fin de que, en nosotros, Él sea expresado y sea leído por otros.
Una carta escrita correctamente debe estar bien centrada en la hoja de papel. Cuando
uno redacta una carta, uno no escribe en las esquinas o en el margen del papel, sino en
el centro de la hoja. De la misma manera, la carta de Cristo escrita en nuestro ser sigue
el mismo principio; dicha carta está escrita en la parte central de nuestro ser, o sea en
nuestro corazón, el cual se compone del alma y de la conciencia, la parte principal de
nuestro espíritu. Por tanto, la carta de Cristo está escrita en nuestro espíritu y en nuestra
alma. Cuando los apóstoles predicaban a Cristo o ministraban a Cristo, ellos lo
impartían al corazón de los creyentes y al espíritu de ellos. Primero, Cristo como
Espíritu vivificante es ministrado al espíritu del creyente, lo cual significa que Cristo es
inscrito en el espíritu de ese creyente. Luego, a medida que se le ministra a Cristo,
gradualmente Cristo se extiende del espíritu del creyente a su mente, parte emotiva y
voluntad. Con el tiempo Cristo llegará a inscribirse en cada parte de nuestro ser. Usando
las mismas palabras de Efesios 3, esto significa que Cristo se está estableciendo en
nuestro corazón, es decir, que está haciendo Su hogar allí. El hecho de que Cristo haga
Su hogar en nuestro corazón significa que Él está siendo inscrito en todo nuestro ser.
Esto hace que el creyente llegue a ser una carta viva de Cristo. Una persona así expresa a
Cristo en todo lo que dice y hace, pues ha llegado a ser una carta viva que otros pueden
leer. Todos los creyentes deben ser tales cartas.
La carta que los ministros del nuevo pacto escriben en nuestros corazones tiene como
elemento el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Este elemento es, en realidad, el Dios
procesado. Esto significa que el Dios Triuno es aquel que se está inscribiendo en nuestro
ser. Ésta es la carta que los ministros del nuevo pacto escriben con el Dios Triuno
procesado como Espíritu vivificante. Así pues, Dios es inscrito en nosotros y, como
resultado, nosotros nos convertimos en una carta de Cristo.
¿Cómo puede la misma carta ser inscrita también en el corazón de los ministros del
nuevo pacto? Esto no es fácil de explicar. Una pregunta como ésta sólo encuentra
respuesta en el campo de la experiencia espiritual, ya que, sin la debida experiencia, no
sabríamos como contestarla. Por experiencia sabemos que mientras Pablo ministraba a
Cristo a los creyentes corintios, inscribiendo en ellos el Cristo que es el Espíritu
vivificante, lo mismo que escribía en ellos estaba siendo inscrito en su propio corazón.
Hoy en día, mientras nosotros ministramos a Cristo a los demás, Él está siendo
redactado simultáneamente en aquel a quien ministramos así como en nosotros. Por
consiguiente, una misma redacción produce dos ejemplares; uno queda escrito en
nuestro corazón, y el otro, en el corazón de aquel a quien ministramos.
Mientras Pablo ministraba a Cristo a los creyentes que estaban en Corinto, la carta era
redactada tanto en los corazones de los creyentes como en el suyo. De esta manera, los
creyentes llegaron a ser una carta de Cristo, y esta misma carta también estaba en el
corazón del escritor, el apóstol. Por tanto, la misma carta que estaba escrita en el
corazón de Pablo también estaba escrita en los corazones de los creyentes.
Adondequiera que iba Pablo, esa carta estaba en él, porque los creyentes se habían
convertido en su carta. Por una parte, ellos eran la carta de Cristo; y por otra, ellos eran
la carta de los apóstoles, escrita en sus corazones.
En los versículos 2 y 3, Pablo hace notar que era manifiesto que los corintios eran una
carta de Cristo, y por eso eran también la carta inscrita en los corazones de los apóstoles.
Por tanto, estas dos cartas fueron redactadas mediante una sola inscripción. La misma
inscripción tuvo un doble efecto, en los corazones de los apóstoles y en los corazones de
los creyentes.
Les insto a que comparen el ministerio de los apóstoles con las obras que llevan a cabo
los cristianos hoy en día. El ministerio de los apóstoles está estrechamente ligado a la
vida divina y es de mucho peso espiritual. De hecho, el ministerio de ellos no consiste en
llevar una obra, sino en escribir cartas. Tal como hemos visto anteriormente, ésa es la
función del ministerio del nuevo pacto, y al hablar de esto, no encontramos palabras
adecuadas para expresar esta realidad. Quizás ésta sea la razón por la cual Pablo usó la
metáfora de las cartas. Si usted analiza a fondo dicha metáfora, ora y tiene comunión al
respecto, verá mucho más y la entenderá mejor. Usted verá que ésta es verdaderamente
la función del ministerio neotestamentario.
Dios no tiene la intención de usar a Sus ministros para que lleven a cabo una labor a
grande escala. El ministerio de los apóstoles no es una labor de producción en serie. La
especie humana no se reproduce de esa manera. Antes de nacer un niño, éste necesita
permanecer nueve meses en el vientre de su madre. Nadie puede acelerar ese proceso
con el fin de reproducir seres humanos en masa. Esto muestra que el principio por el
cual Dios actúa es la vida, no el de la producción en serie.
No esperen que el recobro del Señor llegará a ser una obra de producción en masa.
Algunos hermanos tienen este concepto, e incluso piensan que en poco tiempo sus
compatriotas entrarán por millones al recobro del Señor. Cuando Pablo inició su
ministerio, no vemos que su ministerio ganara a millares de personas para el Señor. Por
ejemplo, la iglesia en Éfeso se reunía en una casa, lo cual demuestra que no había
muchos creyentes en esa ciudad. ¿Creen ustedes que un creyente de aquellos tiempos
disponía de una casa que podía recibir a mil creyentes? Indudablemente nadie vivía en
una casa así.
En 1 Corintios 16:8 y 9, Pablo dice: “Pero estaré en Efeso hasta Pentecostés; porque se
me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los que se oponen”. Cuando leemos
que a Pablo se le abrió una puerta tan grande, tal vez pensemos que millares de
creyentes fueron añadidos a la iglesia por medio de su ministerio. Sin embargo, la iglesia
en Éfeso seguía reuniéndose en la casa de Aquila y Priscila. Entonces, ¿cómo podía
haber habido muchos creyentes allí? Menciono esto para demostrarles que la manera en
que Dios opera no consiste en ganar muchas personas por medio de una producción
masiva.
Podemos usar como ejemplo el cultivo de flores naturales con la fabricación de flores
artificiales para contrastar la diferencia que existe entre la producción en masa y el
principio por el cual Dios actúa, el de la vida. Para que las flores crezcan en el jardín se
requiere tiempo. Sin embargo, en una fábrica se puede producir centenas, e incluso
miles de flores artificiales en un solo día. Asimismo, para engendrar un niño se requiere
un largo y lento proceso. Ninguna madre puede olvidarse de su propio hijo, porque el
hijo nació de ella y forma parte de su ser. A esto nos referimos cuando hablamos del
principio de la vida.
Lo que Pablo dijo con respecto a escribir cartas de Cristo deja implícito que Dios actúa
basado en el principio de la vida. De hecho, los creyentes no sólo habían sido escritos en
el corazón del apóstol, sino que también habían quedado grabados en su corazón. Por
tanto, Pablo nunca podía olvidarse de ellos. Dicha inscripción se llevó a cabo por medio
de la vida, por medio del Espíritu vivificante.
B. Su competencia
¿Quién es apto para escribir cartas vivas de Cristo? Sólo Dios puede hacerlo. Debe ser
Dios quien escribe las cartas en nosotros. De ninguna manera, podemos hacer esto en
nosotros mismos, ya que no hay lugar para lo que somos en nosotros mismos o para lo
que podemos hacer por esfuerzo propio. Necesitamos que el Dios Triuno se forje en
nuestro ser, y sólo entonces podremos ser tal escritor.
No estoy aquí solamente para predicar el evangelio o para enseñar la Biblia. Mi carga
consiste en escribir cartas vivas de Cristo. Si quiero ser esta clase de escritor, debo ser
una persona que tiene al Dios Triuno forjado en su ser. De esta manera, no seré yo el
que escribe estas cartas, sino Dios, quien se ha forjado en mí como el verdadero escritor.
Como escritor, El se inscribe en los creyentes.
En los versículos 4 y 5, Pablo dice: “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con
Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para considerar algo como de
nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”. Aquí vemos que el
propio Dios vivo es la suficiencia, la competencia y la capacidad del ministerio que los
apóstoles ejercen para la economía neotestamentaria de Dios, la cual consiste en
impartir a Cristo en el pueblo escogido de Dios para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Lo que somos y lo que hagamos por nosotros mismos, nada de ello cuenta. Sólo el Dios
Triuno, forjado en nosotros, es competente para llevar a cabo la obra de escribir cartas
vivas de Cristo.
Refiriéndose a Dios, Pablo dice en el versículo 6: “El cual asimismo nos hizo ministros
competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu; porque la
letra mata, mas el Espíritu vivifica”. La palabra griega traducida “hizo” significa también
capacitar, hacer apto, hacer competente. La expresión “no de la letra” modifica a la
palabra ministros y no a la palabra pacto. Con la palabra “letra”, Pablo se refiere al
código de la ley. El Espíritu es el Espíritu del Dios vivo, con quien los apóstoles
ministraban a Cristo a los creyentes para hacer de ellos cartas vivas de Cristo. A
diferencia del ministerio mosaico en el Antiguo Testamento, el ministerio apostólico que
se lleva a cabo en el Nuevo Testamento, no es de la letra muerta, sino del Espíritu
viviente, quien da vida.
En el versículo 6, Pablo nos dice que la letra mata, pero que el Espíritu vivifica. La letra
que mata es la letra de la ley, la cual sólo hace exigencias al hombre y no puede
suministrarle vida (Gá. 3:21). La ley mata al hombre (Ro. 7:9-11) debido a la incapacidad
de éste para cumplir sus requisitos. Por el contrario, el Espíritu, quien es la máxima
expresión del Dios Triuno procesado, imparte la vida divina, o sea al propio Dios, en los
apóstoles y en los demás creyentes, y los hacen ministros de un nuevo pacto, el pacto de
vida. Así que, el ministerio de ellos es un ministerio constituido del Dios Triuno de vida
por Su Espíritu vivificante.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE SIETE
EL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO
(3)
En 2 Corintios 2:12-17, Pablo habla sobre el triunfo y el efecto del ministerio apostólico;
en 3:1-6, de su función y su competencia; y en 3:7-11, de su gloria y su superioridad.
Como veremos ahora, los versículos del 7 al 11 muestran la inferioridad de la gloria del
ministerio mosaico, el ministerio de la ley, un ministerio de condenación y de muerte.
Estos mismos versículos también muestran la superioridad del ministerio apostólico, el
ministerio de la gracia, un ministerio de la justicia y del Espíritu. El primero fue dado
por medio de la gloria de manera temporal; mientras que el segundo permanece en
gloria para siempre.
Después de que Pablo había hablado del triunfo y del efecto del ministerio del nuevo
pacto, él pasó a hablar de su función y su competencia. La función del ministerio
consiste en escribir cartas vivas de Cristo, y su competencia, su capacidad, es Dios
mismo. El escritor de estas cartas vivas, en realidad, no fue Pablo, sino Dios, quien
estaba forjado en el ser de Pablo. Por lo tanto, Dios no es solamente el escritor, sino que
también es la “tinta”, la sustancia o elemento, de lo que se escribe. Esto significa que
Dios se está inscribiendo en Su pueblo elegido, dando como resultado que el Dios
Triuno llegue a ser la misma constitución de Su pueblo. Así que, Dios es el escritor, Dios
es la sustancia con la que se escribe y Dios es también, el producto, el resultado.
Podemos usar como ejemplo la manera en que escribimos con un bolígrafo a fin de
entender cómo Dios se inscribe en nosotros. Primero hay que llenar el bolígrafo de tinta,
y luego, podemos usarlo para escribir en el papel. En realidad, lo que escribe no es el
bolígrafo, sino la tinta, la sustancia de la cual está llena el bolígrafo. En otras palabras, lo
que queda impreso en el papel no es el bolígrafo en sí, sino la tinta, o sea, la sustancia.
Finalmente, lo que escribimos en el papel se convierte en una composición, que está
constituida de la tinta. Siguiendo el mismo principio, podemos decir que el Dios Triuno
procesado, como Espíritu vivificante y todo-inclusivo, es tanto el escritor como la
sustancia con la que se escribe. Así que, el Espíritu es la sustancia que se inscribe en
nosotros, las cartas vivas de Cristo.
En este mensaje llegamos a la gloria del ministerio del nuevo pacto. La sustancia con la
cual se escribe la carta es algo interno, pero la gloria es algo externo. El elemento con el
cual se escribe la carta es algo escondido, pero la gloria es expresada. En realidad, la
gloria es el resplandor de la sustancia escondida. De nuevo, podemos usar como ejemplo
la electricidad. El elemento de la electricidad se trasmite a un bombillo. Este elemento
es la sustancia de la luz que resplandece desde el interior del bombillo. Pero el
resplandor de la luz es la gloria de la electricidad. Por esto, la electricidad posee una
esencia, un elemento, así como un resplandor, la gloria.
Lo que Pablo ha escrito sobre el ministerio del nuevo pacto sigue un buen orden.
Primero nos muestra que el ministerio del nuevo pacto es triunfante y eficaz debido a
que Cristo obtuvo el triunfo y la victoria. Es también triunfante porque Cristo cautivó y
sometió a los apóstoles. Todos los primeros apóstoles fueron conquistados, subyugados
y capturados por Cristo y llegaron a ser personas sumisas. El hecho de que predicaban el
evangelio era una señal de su sumisión. Consideremos el caso de Saulo de Tarso. ¡Cuán
rebelde era él ante el Señor Jesús, las iglesias, la administración de Dios e incluso ante la
economía neotestamentaria de Dios! Pero a pesar de haber sido tan rebelde, fue
conquistado, subyugado y capturado. De esta manera, llegó a ser una persona tan
sumisa que dejó de representar un problema para la economía de Dios. Al contrario,
adondequiera que iba, predicaba la economía neotestamentaria de Dios, lo cual era una
prueba contundente de que llegó a ser una persona que se sometió al gobierno y
administración de Dios. Por tanto, Pablo se convirtió en un sumiso cautivo de Cristo. Su
sumisión era una expresión de la victoria de Cristo.
Todo cautivo que marcha en el desfile triunfal de Cristo representa una prueba de que
Cristo ha obtenido la victoria. Mientras los apóstoles marchaban en este desfile, el cual
celebra la victoria de Cristo, ellos podían decir: “Judíos y gentiles, mírennos y vean cuán
triunfante es Cristo”. Este era el concepto de Pablo presentado en el versículo 14 del
capítulo dos. Mientras pasaba por Éfeso, Troas y Macedonia, él se hallaba en el desfile
triunfal de Cristo. Ahora Dios también nos ha llevado a participar del desfile triunfal que
celebra la victoria de Cristo, y en este desfile todos somos cautivos . Por tanto, Cristo nos
ha conquistado y subyugado, y también nos ha hecho personas muy sumisas. ¡Alabado
sea Él!
El ministerio del nuevo pacto no es solamente triunfante, sino también eficaz. Es tan
eficaz porque para algunos resulta en vida para vida, y para otros, en muerte para
muerte. Por tanto, este ministerio es una cuestión de vida o muerte.
Tal como hemos recalcado, la función del ministerio del nuevo pacto consiste en
escribir, y aun en inscribir, cartas vivas de Cristo. También dijimos que la competencia
de dicho ministerio es el Dios Triuno procesado como Espíritu vivificante. La gloria de
este ministerio es el resplandor, la expresión que éste tiene.
III. SU GLORIA Y SU SUPERIORIDAD
A. Su gloria
En 3:7 Pablo dice: “Ahora bien, si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras
vino en gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de
Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual se desvanecía...”. El ministerio de muerte
alude al ministerio del antiguo pacto, un pacto de letra muerta que mata. La gloria del
versículo 7 es la gloria que resplandeció momentáneamente en el rostro de Moisés (Ex.
34:29, 35).
La palabra griega traducida “ahora bien”, en el versículo 7, debería más bien traducirse
“además” o “más aún”, ya que esto se acercaría más al pensamiento de Pablo. Después
de hablarnos del triunfo y del efecto del ministerio, así como de su función y su
competencia, Pablo además nos habla de la gloria y de la superioridad del ministerio. El
ministerio del nuevo pacto posee gloria, y esta gloria sobrepasa a la gloria del ministerio
del antiguo pacto.
El versículo 8 dice: “¿Cómo no con mayor razón estará en gloria el ministerio del
Espíritu?” Este ministerio es el ministerio apostólico del nuevo pacto, un pacto del
Espíritu viviente, quien da vida. La gloria, en este versículo, es la gloria de Dios
manifestada en la faz de Cristo, gloria que es el propio Dios que resplandece para
siempre en los corazones de los apóstoles (4:6), la cual excede la gloria del ministerio
mosaico del antiguo pacto (v. 10).
Pablo fue muy cuidadoso en cuanto a las palabras que usó. En el versículo 7, nos dice
que el ministerio del antiguo pacto vino en gloria, y en el versículo 8, nos indica que el
ministerio del Espíritu estará en gloria. Es decir, en un versículo dijo “vino” en gloria
mientras que en el otro, “estará” en gloria. ¿Por qué cambió el verbo “venir” por el verbo
“estar”? Si hubiéramos escrito esta epístola, probablemente habríamos dicho que tanto
el ministerio de condenación como el ministerio del Espíritu vinieron en gloria. Sin
embargo, existe una diferencia entre el verbo “venir” y el verbo “estar”. “Venir” se refiere
a algo temporal e incluso superficial; mientras que “estar”, a algo permanente y
profundo. La antigua gloria vino y se desvaneció, mientras que la nueva gloria está y
sigue estando aquí. En otras palabras, la antigua gloria vino por un tiempo y luego
desapareció; pero la nueva gloria no sólo está aquí, sino que permanecerá aquí.
Mientras Pablo escribía esta epístola, él sabía perfectamente que la gloria del ministerio
del antiguo pacto era temporal, y que la gloria del ministerio del nuevo pacto
permanecería para siempre. Además, en el versículo 9 Pablo dice que “mucho más
abunda en gloria el ministerio de la justicia”. El ministerio apostólico del nuevo pacto no
sólo tiene gloria, sino que también abunda en la gloria de Dios. Esta gloria sobrepasa la
gloria del ministerio mosaico del antiguo pacto (v. 10).
En este mismo versículo vemos que el ministerio de condenación tiene gloria, mientras
que el ministerio de justicia abunda en gloria. “Abundar” es una palabra más rica que
“tener”. En este versículo, tal vez sería mejor usar el verbo venir, al igual que se ha usado
en el versículo 7, con relación a la gloria del antiguo pacto. Nos es bastante difícil
afirmar que el antiguo pacto tenía gloria, pero sí sabemos que vino en gloria. Venir en
gloria no es igual que tener gloria. Por ejemplo, tal vez una persona no tenga dinero,
pero puede ir a usted con dinero a fin de cumplir un servicio en nombre de otra persona.
Así que, una cosa es tener dinero y otra, es venir con dinero. Asimismo, que el ministerio
del antiguo pacto viniera en gloria es diferente a que dicho ministerio tuviera gloria. En
cambio, el ministerio neotestamentario abunda en gloria. Este ministerio no sólo está en
gloria sino que también abunda en gloria, lo cual significa que la gloria se extiende y
aumenta.
B. Su superioridad
En el versículo 10 Pablo añade: “Porque también lo que fue glorificado en este respecto,
no fue glorificado a causa de la gloria supereminente”. El ministerio del antiguo pacto
fue glorificado temporalmente en el resplandor del rostro de Moisés, mas no fue
glorificado debido a que la gloria del ministerio de la ley fue una gloria temporal que
resplandeció en el rostro de Moisés. En este respecto dicha gloria temporal se
desvanecía a causa de la gloria supereminente. En otras palabras, la gloria temporal del
ministerio de la ley se desvaneció y dejó de existir por causa de la gloria del ministerio
del nuevo pacto (la cual es la gloria de Dios, Dios mismo, que se manifiesta para siempre
en la faz de Cristo y que supera la gloria temporal del ministerio del antiguo pacto, la
cual resplandeció en el rostro de Moisés).
Para entender el contraste entre la gloria del ministerio del antiguo pacto y la gloria del
ministerio del nuevo pacto, comparemos la luz artificial con la luz solar. Las luces del
salón de reunión son de un resplandor muy intenso, pero si los rayos solares entraran en
el salón, la luz artificial prácticamente pasaría desapercibida. En el mismo principio,
cuando comparamos la gloria del ministerio del Nuevo Testamento con la del ministerio
del Antiguo Testamento, la gloria del antiguo pasa desapercibida.
El versículo 11 dice: “Porque si aquello que se desvanecía fue dado por medio de gloria,
cuánto más lo que permanece estará en gloria”. La expresión “se desvanecía” se refiere a
que estaba siendo abolido mediante la propagación del ministerio del nuevo pacto.
En el versículo 11 Pablo no dice que lo que se desvanecía estaba en gloria o acompañado
de gloria. Hemos señalamos anteriormente que en el versículo 7 Pablo nos declara que
el ministerio del antiguo pacto vino en gloria. Pero aquí, en el versículo 11, él dice que
fue dado por medio de gloria, y que el ministerio del nuevo pacto está en gloria. El
primero fue dado por medio de gloria temporalmente, mientras que el último sigue en
gloria permanentemente.
Además, la gloria del ministerio del antiguo pacto resplandeció en el rostro de un solo
hombre, mientras que la gloria del ministerio del nuevo pacto resplandece en millones
de creyentes. La gloria que visitó a Moisés fue fugaz, ya que resplandecía brevemente en
su rostro. Sin embargo, una vez que la gloria del ministerio del nuevo pacto llega,
permanece para siempre y jamás desaparecerá. Esta nueva gloria no resplandece sobre
los creyentes, es decir, sobre su rostro; más bien resplandece desde el interior de ellos.
En lugar de visitarnos, esta gloria nos invade, nos infunde, nos empapa, nos impregna y
nos satura. Primero nos satura y luego resplandece desde nuestro interior. La antigua
gloria resplandeció en el rostro de Moisés individualmente, pero la gloria del Nuevo
Testamento resplandece desde el interior de muchos creyentes.
Al considerar todos estos puntos relacionados con la gloria del ministerio del nuevo
pacto, nos damos cuenta de que esta gloria supera por mucho a la del ministerio del
antiguo pacto. ¡Aleluya, la gloria del ministerio neotestamentario resplandece en todos
nosotros!
Puedo testificar que cuando vine a este país por causa del ministerio del Señor, el Señor
resplandecía dentro de mí. El honró el ministerio y lo usó. Se abrieron puertas aquí y
allá, y se me invitó a distintos lugares. Indudablemente Dios me llevó a participar en el
desfile triunfal de Cristo. Yo era un cautivo en ese desfile y también un portador de
incienso, que esparcía el dulce conocimiento de Cristo. Un gran número de creyentes
recibieron ayuda espiritual. Ahora el Dios Triuno como Espíritu vivificante y todo-
inclusivo resplandece en muchos creyentes. Esto difiere mucho de la gloria del antiguo
pacto. La gloria del Nuevo Testamento no viene a visitarnos; viene con el fin de
permanecer en nosotros e irradiar desde nuestro interior.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE OCHO
(1)
A. Su esperanza y franqueza
El versículo 12 dice: “Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza”. Esta
es la franqueza con la cual los ministros hablaban pública y francamente acerca de su
ministerio, sin ocultar nada, como lo hizo Moisés cuando puso un velo sobre su rostro
(v. 13).
La gloria permanente del ministerio del nuevo pacto es la base de la esperanza de los
apóstoles. En el ministerio de los apóstoles, éstos tienen una esperanza, en contraste con
el ministerio de Moisés en el cual no existía tal esperanza. Al leer Éxodo 34, donde dice
que Moisés puso un velo sobre su rostro para esconder el resplandor, tal vez tengamos
una buena impresión de ello. Sin embargo, en 2 Corintios 3, Pablo no interpreta el
significado del velo en un sentido positivo, sino en un sentido negativo. Según su
interpretación, Moisés puso un velo sobre su rostro porque tenía miedo de que los hijos
de Israel vieran el desvanecimiento de la gloria. La palabra “desvanecer” significa que
algo está llegando a su fin. Por tanto, según lo que Pablo entendía, Moisés se dio cuenta
de que el resplandor que había sobre su rostro no iba a permanecer por mucho tiempo.
En este sentido, Moisés no tenía ninguna esperanza, sino que se sentía temeroso y
preocupado. Pero en el versículo 12, Pablo declara que los ministros del nuevo pacto sí
tienen esperanza, porque permanece para siempre la gloria resplandeciente del
ministerio del nuevo pacto.
Con esta esperanza, los apóstoles usaron de mucha franqueza. Si usted lee
detenidamente el libro de Éxodo, se dará cuenta de que Moisés no tenía tanta franqueza
al dar la ley como la tenían los apóstoles al ministrar a Cristo. Cuanto más ministraban,
más franqueza tenían; cuanto más ministraban, más osados eran. Tal franqueza
provenía de la confianza que ellos tenían en la gloria perdurable.
El mismo principio se aplica a nosotros hoy. Puedo testificar que cuanto más ministro a
Cristo, más osado me siento. A pesar de la oposición que sufre este ministerio hoy, sigo
teniendo esperanza, ya que sé que con el tiempo la oposición se desvanecerá. Tenemos
la confianza de que ministramos la verdad que conlleva la gloria, y que la gloria que hay
en esta verdad permanecerá. Quizás algunas personas no crean lo que predicamos, pero
en la era venidera, o en la Nueva Jerusalén, lo creerán.
En el versículo 13, Pablo dice además: “Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su
rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que se
desvanecía”. Mientras Moisés declaraba la palabra de Dios a los hijos de Israel,
mantenía descubierto su rostro glorificado. Pero después de terminar de hablar, ponía
un velo sobre su rostro (Éx. 34:29-33) para que no vieran el fin de su ministerio, el cual
se desvanecía. Moisés no quería que los hijos de Israel fijaran la vista en la terminación
de aquello que se desvanecía, que es la gloria de su ministerio, el de la ley.
El versículo 14 dice: “Pero las mentes de ellos se endurecieron; porque hasta el día de
hoy, les queda el mismo velo cuando leen el antiguo pacto, no siéndoles revelado que en
Cristo el velo es quitado”. La palabra griega traducida “mentes” es literalmente
“pensamientos” y denota “lo que procede de la mente (2:11; Fil. 4:7). Así por derivación,
las mentes mismas” (Vincent).
Ya que a los hijos de Israel no se les había sido revelado que en Cristo el velo es quitado,
sus pensamientos se endurecieron y sus mentes fueron cegadas. El velo es quitado en
Cristo por medio de la economía del nuevo pacto; no obstante, ese mismo velo todavía
permanece sobre el corazón de ellos cuando leen el antiguo pacto (v. 15).
El versículo 15 dice: “Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobre el corazón de ellos”. El nombre “Moisés” en este contexto alude a los
escritos de Moisés, el Pentateuco (Jn. 5:47).
El versículo 16 dice: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. Las
palabras “su corazón” se refiere al corazón de los hijos de Israel. Esto indica que cuando
el corazón de ellos está lejos del Señor, el velo está puesto sobre su corazón; sin
embargo, cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. En realidad, su
corazón alejado del Señor es el velo mismo; volver el corazón al Señor es quitar el velo.
¿Sabe usted por qué los cristianos carecen de luz y de revelación? Se debe a que están
cubiertos por un velo muy espeso. Por supuesto, hay unos pocos que sí vuelven su
corazón al Señor, y cuando lo hacen, el velo es quitado, y ellos ven luz. Pero hoy muchos
cristianos todavía se hallan cubiertos de ese velo espeso, y ésta es la razón por la cual
reciben tan poca luz.
Muchos de entre nosotros podemos testificar que cuando nos volvimos al Señor, fuimos
iluminados. Llegamos a ver claramente qué clase de personas éramos, nuestra situación
y la condición de nuestro ser interior. Al volvernos al Señor y al reunirnos con la iglesia,
todo se hizo más claro.
Los que son constituidos apóstoles son creyentes cuyo corazón se ha vuelto al Señor.
Saulo de Tarso llegó a ser esta clase de creyente. Cuando iba camino a Damasco, el
Señor Jesús le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Inmediata e
inconscientemente Saulo volvió su corazón al Señor y clamó diciendo: “¿Quién eres,
Señor? (Hch. 9:5). A pesar de que Saulo no sabía quién era Él, lo llamó Señor. Lo invocó
sin pensarlo, e incluso ciegamente. Muchos de nosotros hicimos lo mismo, pero más
tarde, comprendimos lo que sucedió y nuestro cielo espiritual quedó completamente
despejado.
Después de que el Señor se le apareciera a Saulo y de que éste le invocara, Saulo quedó
ciego. Antes de que sucediera esto, él era un líder religioso que dirigía a otros en la
persecución de la iglesia. Pero después de que invocó el nombre del Señor, necesitó que
alguien lo dirigiera a él. En Hechos 9:6, el Señor Jesús le dijo que fuese a la ciudad y que
allí se le indicaría lo que debía hacer. Poco después, Ananías fue a verle, y cayeron algo
semejante a escamas de los ojos de Saulo. Esto indica que el velo fue quitado y que Saulo
recibió luz. El velo fue quitado porque el corazón de Saulo de Tarso se volvió al Señor.
¡Cuánta luz recibió este hombre! Él escribió todas sus epístolas bajo el resplandor de esa
luz. La razón por la cual Pablo recibió tanta luz se debió a un solo factor: volvió su
corazón al Señor y el velo fue quitado.
El versículo 17 dice: “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad”. Cuando el corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Además de esto, el
Señor es el Espíritu, quien nos da libertad. Puesto que el Señor es el Espíritu, cuando el
corazón se vuelve a Él, el velo es quitado, y el corazón es librado de la esclavitud de la
letra de la ley.
Según el contexto de esta sección, que empieza en 2:12, la expresión “el Señor” aquí
debe de referirse a Cristo el Señor (2:12, 14, 15, 17; 3:3-4, 14, 16; 4:5). Este pasaje de la
Biblia nos dice clara y enfáticamente que Cristo es el Espíritu. “El Señor Cristo del
versículo 16 es el Espíritu que satura y anima el nuevo pacto, del cual somos ministros
(v. 6), y cuya administración es con gloria (v. 8). Compárense Romanos 8:9-11; Juan
14:16, 18” (Vincent). “El Señor del versículo 16 es el Espíritu ... que vivifica, del versículo
6, lo cual significa que ‘el Señor’, como se menciona aquí, ‘Cristo’, ‘es el Espíritu’, es
idéntico al Espíritu Santo: ... Cristo, aquí, es el Espíritu de Cristo” (Alford). “El Espíritu
en su totalidad, el que mora en nosotros y nos transforma, es Cristo mismo. ‘El Señor es
el Espíritu’” (Williston Walker).
Algunos niegan que el Señor del versículo 17 se refiere a Cristo el Señor; pues afirman
que denota a Dios en un sentido general. Además, basándose en Juan 4:24, afirman que
el versículo 17 sólo está diciendo que Dios es el Espíritu. No obstante, si examinamos
este versículo conforme al contexto, nos daremos cuenta de que el Señor del versículo 17
tiene que referirse a Cristo. Por consiguiente, este versículo declara enfáticamente que
Cristo el Señor es el Espíritu. Además, la expresión “el Espíritu del Señor” indica que el
Espíritu y el Señor son uno solo. De hecho, el Espíritu del Señor es uno con el Señor, y
“donde está el Espíritu del Señor”, significa “donde está el Espíritu, el Señor”.
A lo largo de los siglos ha habido numerosos maestros que han creído, según el versículo
17, que Cristo el Señor es el Espíritu. Sin embargo, hay todavía muchos cristianos que se
hallan bajo la influencia de los credos, particularmente el credo de Nicea. Para cuando
se convocó el Concilio de Nicea (año 325 D. C.), el libro de Apocalipsis aún no había sido
reconocido oficialmente, y quizás ésta sea la razón por la cual en el Credo de Nicea no se
menciona en absoluto los siete Espíritus. En el libro de Apocalipsis, el tercero de la
Trinidad es los siete Espíritus de Dios. Además, según Apocalipsis 5:6, estos siete
Espíritus también son los siete ojos del Cordero. Los que afirman que el Espíritu es una
Persona separada del Hijo, nos gustaría preguntarles cómo puede la tercera Persona, el
Espíritu, ser los ojos de la segunda Persona, el Hijo. Definitivamente no podemos negar
lo que el libro de Apocalipsis declara acerca de los siete Espíritus, a saber, que el tercero
de la Trinidad es los ojos del segundo. Por esta razón, no debemos hablar de Cristo y del
Espíritu como si fueran dos Personas separadas.
El Espíritu del versículo 17, quien es la máxima expresión del Dios Triuno, en Juan 7:39
todavía no era tal, porque en aquel entonces, Jesús todavía no había sido glorificado.
Todavía no había terminado el proceso por el cual Él, como corporificación de Dios,
tenía que pasar. Después de Su resurrección, es decir, después de haber terminado todos
los procesos por los cuales el Dios Triuno tenía que pasar en el hombre para llevar a
cabo Su economía redentora, procesos tales como la encarnación, la crucifixión y la
resurrección, Él llegó a ser un Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En el Nuevo Testamento,
al Espíritu vivificante se le llama “el Espíritu” (Ro. 8:16, 23, 26-27; Gá. 3:2, 5, 14; 6:8;
Ap. 2:7; 3:22; 14:13; 22:17), el Espíritu que nos da la vida divina (2 Co. 3:6; Jn. 6:63) y
nos libera de la esclavitud de la ley. El Espíritu del Señor es el Señor mismo, en quien
hay libertad. Gozar de esta libertad significa estar libres de la letra de la ley, de estar
bajo el velo (Gá. 2:4; 5:1).
En el versículo 18, Pablo añade: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y
reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. La palabra “mas” aquí indica que
nosotros los creyentes somos diferentes de los hijos de Israel. Primero, el corazón se
vuelve al Señor para que el velo sea quitado (v. 16); segundo, el Señor como el Espíritu
nos libra de la esclavitud de la ley (v. 17); y finalmente, nosotros, a cara descubierta,
miramos y reflejamos como un espejo la gloria del Señor y así somos transformados en
Su imagen de gloria en gloria.
En el versículo 18, “nosotros” denota a los apóstoles, quienes, como ejemplos y
representantes de todos los creyentes, son los ministros de Cristo. Aunque estos
versículos describen como se conducen los apóstoles, no debemos pensar que no tienen
nada que ver con nosotros. El hecho de que los apóstoles sean ejemplos y representantes
de los creyentes significa que lo que los apóstoles deberían ser, así también deberíamos
ser nosotros. Por tanto, estos versículos también se aplican a nosotros.
La cara descubierta está en contraste con la mente y el corazón que están cubiertos por
el velo (vs. 14-15). Si nuestra cara está descubierta, esto significa que nuestro corazón se
ha vuelto al Señor, de modo que el velo ha sido quitado, y el Señor como Espíritu nos ha
librado de la esclavitud, del velo, de la ley, así que ya no hay nada que nos separe del
Señor.
Según el versículo 18, miramos y reflejamos como un espejo la gloria del Señor. Mirar
significa que vemos al Señor y reflejar es hacer posible que otros lo vea a Él a través de
nosotros. Es decir, somos como espejos que miran y reflejan la gloria del Señor. Al ser
éste el caso, nuestra cara debe estar completamente descubierta de modo que veamos
claramente y reflejemos precisamente.
La gloria del versículo 18 es la gloria del Señor, quien es Aquel que resucitó y ascendió,
quien como Dios y también como hombre, pasó por la encarnación, el vivir humano en
la tierra y la crucifixión. Después entró en resurrección, efectuó la plena redención y se
hizo el Espíritu vivificante. Este Espíritu mora en nosotros para que Él mismo, junto con
todo lo que cumplió, obtuvo y logró, se haga real a nosotros, a fin de que seamos uno con
Él y seamos transformados en Su misma imagen, de gloria en gloria.
Cuando a cara descubierta miramos y reflejamos la gloria del Señor, Él nos infunde los
elementos de lo que Él es y de lo que Él ha hecho. De esta manera, somos transformados
metabólicamente hasta tener la forma de Su vida por medio del poder y esencia de la
misma, es decir, somos transfigurados en Su imagen, principalmente por la renovación
de nuestra mente (Ro. 12:2). La expresión “somos transformados” indica que estamos
en el proceso de transformación.
La constitución de una vida tiene que ver con la esencia de la vida, el poder de la vida y
la forma de la vida. Toda clase de vida tiene estos tres componentes: la esencia, el poder
y la forma. Por ejemplo, un clavel tiene su esencia y su poder. Por tanto, crece con
determinada forma; es decir, mientras que crece con su esencia de vida y por su poder
de vida, toma cierta forma. Lo mismo sucede con la vida divina, la cual tiene su esencia,
su poder y su forma. La forma de la vida divina es la imagen de Cristo. Por tanto, en el
versículo 18 se nos presenta la idea con respecto a ser transformados en la misma
imagen. Esto significa que seremos moldeados a la imagen de Cristo. Con base en este
hecho y al significado que Pablo le da a la palabra “transformados”, estamos hablando
de ser constituidos metabólicamente. Este término se basa en el concepto de que somos
transformados en la imagen de Cristo.
Según 2 Corintios 4, nosotros somos vasos de barro. Como tales vasos, nuestra cara
debe estar descubierta, es decir, debemos estar abiertos a la vida divina y a su poder, a
su esencia y a su forma. A medida que abrimos nuestro ser al Señor, Él como Espíritu
vivificante entra en nosotros para infundirnos Su esencia de vida, para obrar en
nosotros por Su poder de vida y para moldearnos a Su imagen. Esta es la constitución de
vida que nos hace ministros del nuevo pacto.
“El Señor Espíritu” puede considerarse un título compuesto, tal como “Padre Dios” y “el
Señor Cristo”. Esta expresión es otro indicio muy claro e incluso una confirmación de
que el Señor Cristo es el Espíritu, y que el Espíritu es el Señor Cristo. En este capítulo, el
Espíritu es revelado como el Espíritu que inscribe (v. 3), el Espíritu que da vida (v. 6), el
Espíritu que ministra vida (v. 8), el Espíritu que libera (v. 17) y el Espíritu que
transforma (v. 18). Este Espíritu todo-inclusivo es crucial tanto para los ministros de
Cristo como para su ministerio, cuya meta es la economía del nuevo pacto de Dios.
Después de que el apóstol habla del ministerio del nuevo pacto, pasa a hablar de los
ministros del nuevo pacto. Desde el versículo 12 hasta el versículo 18, él nos ha descrito
primeramente a los ministros del nuevo pacto como personas cuyo corazón se han
vuelto al Señor, cuyas caras están descubiertas, quienes disfrutan al Señor como el
Espíritu, lo cual los libera de la esclavitud de la ley, y quienes son transformados en la
imagen del Señor al mirarlo y reflejarlo. Por medio de tal proceso de transformación,
ellos son constituidos ministros de Cristo por el Espíritu con los elementos de la persona
y la obra de Cristo. Por eso, su persona está constituida de Cristo, Cristo es el elemento
constitutivo de su ser, y su ministerio consiste en ministrar a Cristo en otros,
infundiéndoles al Cristo todo-inclusivo como el Espíritu vivificante que mora en ellos.
Todos los creyentes deben imitarlos con el fin de ser las mismas clases de personas y
llevar a cabo la misma clase de ministerio.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE NUEVE
(2)
Antes de considerar cómo se conducen los ministros del nuevo pacto, primero veamos la
meta, el objetivo y el propósito de su conducta. La conducta de estos ministros está
gobernada y controlada por un propósito, el cual consiste en que resplandezca la gloria
del evangelio de Cristo. Los ministros del nuevo pacto se conducen de tal manera para
que el evangelio de Cristo resplandezca por medio de ellos y desde el interior de su ser.
Esta es la meta, el propósito, de su vivir. Por consiguiente, ellos no sólo predican el
evangelio, sino que también por su conducta logran que el evangelio de la gloria de
Cristo resplandezca.
El evangelio que Pablo predicaba era un evangelio de gloria, un evangelio lleno de luz y
de gloria. Esta gloria no se trasmite por el hecho de que uno hable o predique el
evangelio, sino que ha de expresarse mediante un resplandor. Además, este resplandor
debe ser el vivir de los ministros neotestamentarios, es decir, que el vivir de ellos es el
resplandor mismo del evangelio que predican. Para ellos, el evangelio no es una mera
doctrina, ya que una doctrina no exige ningún resplandor. El evangelio que ellos
predican, el evangelio de gloria, rebosa de resplandor. Esta gloria es Dios mismo, o sea,
Dios corporificado en el evangelio que predican. Por consiguiente, el evangelio que
predican los ministros del nuevo pacto no es una teoría, una filosofía ni una mera
doctrina, sino que es la corporificación del Dios de la gloria. No se puede dar a conocer
este evangelio simplemente mediante la predicación; más bien, debe de haber cierto
resplandor.
Los ministros que llevan a cabo este evangelio de gloria son como luminares, es decir,
son personas que resplandecen. Por ser luminares, ellos no tienen luz propia, pero sí
tienen la capacidad de reflejar la luz que proviene de otra fuente, así como la luna que
refleja la luz del sol.
El evangelio puede compararse con el Cristo que resplandece como el sol, el Dios de la
gloria corporificado en Su obra redentora. Todos debemos entender el evangelio de esta
manera. No piensen que el evangelio es una filosofía o una enseñanza. No, el evangelio
es la corporificación del Dios de la gloria, y este evangelio necesita muchas personas que
resplandezcan, muchos luminares, para que reflejen su luz. El reflejar la luz del
evangelio de gloria es el vivir mismo de todos los ministros del nuevo pacto. Este acto de
reflejar la luz del evangelio constituye la conducta misma de los apóstoles.
A. Su conducta
En 2 Corintios 4:1 Pablo dice: “Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la
misericordia que hemos recibido, no nos desanimamos”. En 3:12-18, el apóstol describe
la manera en que están constituidos los ministros del nuevo pacto. En este capítulo, del
versículo 1 al versículo 6, nos sigue describiendo la manera en que ellos, como ministros
del nuevo pacto, se conducían para llevar a cabo su ministerio y, del versículo 7 al
versículo 18, la clase de vida que ellos vivían.
En 4:1 Pablo habla de tener “este ministerio”. Este es el ministerio descrito en 2:12—
3:18. La expresión “este ministerio” indica que todos nosotros, los apóstoles de Cristo,
aunque somos muchos, tenemos un solo ministerio: el ministerio del nuevo pacto, cuyo
fin es cumplir la economía neotestamentaria de Dios. Todas las obras de los apóstoles
tienen como fin llevar a cabo este ministerio único, es decir, ministrar a Cristo en las
personas para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Hoy en día es común que los predicadores hablen de distintos ministerios. Aunque yo
no digo que sea erróneo hablar de ministerios, debemos ser muy cuidadosos al
referirnos a ello de esta manera. Lo crucial aquí es lo que queremos decir con el uso de
las palabras “ministerio” y “ministerios”. En 2 Corintios el ministerio es único; no se
habla de varios ministerios. En otras palabras, “este ministerio” es el único y solo
ministerio del Nuevo Testamento.
En el capítulo uno de Hechos, Pedro también hace referencia al ministerio, al decir que
era necesario que alguien ocupara el lugar que faltaba entre los apóstoles, alguien que se
uniera a los once para que tomara parte de este ministerio. Los doce apóstoles tenían un
solo ministerio, y este ministerio consistía en predicar a Cristo en resurrección.
Asimismo, en 2 Corintios, los apóstoles también tienen un solo ministerio, el cual es
ministrar a Cristo en las personas.
2. No se desaniman
Hoy hay algunos predicadores que adulteran la Palabra de Dios. A pesar de que usan
versículos bíblicos en sus sermones, los adulteran añadiendo otros elementos. Afirman
que lo que predican es la Palabra de Dios, pero en realidad, sólo un pequeño porcentaje
de lo que predican es la Palabra y el resto son elementos que ellos han añadido. De esta
manera, adulteran el oro divino y el vino divino contenidos en la Biblia. La manera en
que Pablo se conducía era totalmente opuesta. Con toda certeza, él no adulteró la
palabra de Dios; más bien presentó el oro puro, el oro refinado, de la Palabra.
En el versículo, 3 Pablo añade: “Y aun si nuestro evangelio está encubierto, entre los que
perecen está encubierto”. Para algunos, el evangelio está encubierto debido a los viejos
conceptos, especialmente los conceptos que uno tiene acerca de la ley (3:14-15). En
principio, un velo es todo aquello que impide que la gente aprehenda el evangelio de
Cristo, ya sea la filosofía o las tradiciones culturales. Así que, cuando predicamos a
Cristo, esto debe quitarles el velo, así como quitamos la tapa que protege la lente de una
cámara fotográfica para tomar una foto.
En el versículo 4, Pablo dice además: “En los cuales el dios de este siglo cegó las mentes
de los incrédulos, para que no les resplandezca la iluminación del evangelio de la gloria
de Cristo, el cual es la imagen de Dios”. El dios de este siglo es Satanás, el engañador, el
príncipe del siglo actual, y es él, quien domina el mundo de hoy y ciega las mentes y los
pensamientos de las personas con el fin de que le adoren. En este versículo, la palabra
“cegó” significa poner un velo sobre el entendimiento de las personas. Además, la
expresión “las mentes” aquí denota entendimiento y pensamiento.
Cristo, como imagen de Dios, es el resplandor de Su gloria (He. 1:3). Por consiguiente, el
evangelio de Cristo es el evangelio de Su gloria que ilumina y resplandece. Satanás, el
dios de este siglo, ha cegado los pensamientos y las mentes de los incrédulos, para que
no resplandezca en sus corazones la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo.
Esto es semejante a cubrir la lente de una cámara fotográfica para que la luz no penetre
en ella.
En 3:18 “a cara descubierta” alude a la mente sin velos del capítulo cuatro. Según el
concepto de Pablo, estas dos cosas son una sola. Por consiguiente, tener una cara
descubierta equivale a tener una mente sin velos. Es igual que una cámara fotográfica
que está abierta al resplandor de la luz.
Cuando la luz penetra en nosotros, la luz nos trae la imagen de Cristo. Esta iluminación
entra a nuestro espíritu a través de nuestra mente. Podemos comparar nuestro espíritu
con una película fotográfica. Cuando el resplandor entra en nosotros por medio de
nuestra mente abierta, llega a nuestro espíritu y trae consigo la figura de Cristo, la
imagen de Dios. En la iglesia tomamos fotos espirituales y celestiales de esta manera.
2. No se predican a sí mismos,
sino a Cristo como Señor
El versículo 5 dice: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús
como Señor, y a nosotros como vuestros esclavos por amor de Jesús”. La palabra
“porque” explica el motivo por el cual el evangelio de los apóstoles, que es el evangelio
de la gloria de Cristo, no debe estar encubierto. La razón se debe a que ellos no se
predicaban ni se exaltaban a sí mismos, sino a Cristo Jesús como Señor de todo, y a que
ellos se conducían como esclavos de los creyentes por amor de Jesús, como lo hizo
Jesús, quien siendo Maestro, vino a servir como esclavo (Mt. 20:26-28).
La expresión “Cristo Jesús como Señor” incluye a Cristo, quien es Dios sobre todas las
cosas, bendito para siempre (Ro. 9:5), al Verbo eterno encarnado para ser un hombre
(Jn 1:14), a Jesús crucificado como hombre para ser nuestro Salvador (Hch. 4:10-12) y
resucitado para ser el Hijo de Dios (Hch. 13:33), y a Cristo exaltado para ser el Señor
(Hch. 2:36), el Señor de todos los hombres (Hch. 10:36; Ro. 10:12; Jn. 20:28; 1 Co.
12:3), quien es la imagen de Dios, el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3). Esto es el
contenido mismo del evangelio. Por tanto, el evangelio es el evangelio de la gloria de
Cristo, la cual ilumina, irradia y resplandece en el corazón del hombre. Si el corazón del
hombre no está encubierto con ningún velo ni está cegado por Satanás, quien es el dios
de este siglo, el hombre puede ver la iluminación del evangelio.
La palabra “esclavos” del versículo 5 está en contraste con “Señor”. Los apóstoles
exaltaban a Cristo como Señor, pero se consideraban a sí mismos como simples esclavos
que servían a los creyentes. Por tanto, ellos no solamente eran esclavos de Cristo, sino
también de los creyentes.
El versículo 6 declara: “Porque el mismo Dios que dijo: De las tinieblas resplandecerá la
luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de
la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. Esto explica lo que se mencionó en el versículo
anterior. Los apóstoles predicaban a Cristo como Señor y a sí mismos como esclavos de
los creyentes porque el propio Dios que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz,
fue el que resplandeció en sus corazones. Cuando Dios resplandeció en el universo, fue
producida la antigua creación. Pero al resplandecer en los corazones de los apóstoles, los
hizo una nueva creación. Por lo tanto, en su predicación, podían exaltar a Cristo como
Señor, y en su servicio, se conducían como esclavos de los creyentes. Lo que los
apóstoles hacen por Cristo y lo que ellos son para los creyentes es el resultado del
resplandor de Dios. El resplandor de Dios produce los ministros del nuevo pacto y el
ministerio de ellos.
La expresión “en nuestros corazones” se refiere a algo mucho más profundo que la piel
del rostro de Moisés (3:7; Ex. 34:29-30). Esto presenta un contraste entre la gloria del
ministerio apostólico del evangelio y la gloria del ministerio mosaico de la ley. El hecho
de que se trata del corazón indica que tiene que ver con la vida interior, mientras que el
cutis del rostro no tiene nada que ver con ella. La gloria del antiguo pacto se manifiesta
de forma externa, mientras que la gloria del nuevo pacto tiene gran profundidad.
Solamente teniendo un contacto tan directo, personal e íntimo con el Señor, podremos
experimentar el resplandor interior. Esto sucede lo mismo con nosotros que con un
incrédulo que se acerca por primera vez al Señor. Si queremos que el Señor resplandezca
en nosotros de nuevo, nuestro contacto con el Señor deber ser íntimo. Cuando
invocamos al Señor de una manera tierna e íntima, nos hallamos delante de Su faz, y
Dios resplandece en nuestro corazón. Es así como los apóstoles recibieron el resplandor
interior. Luego, ellos irradiaron lo que habían recibido. Así se conducían ellos con miras
a que resplandeciera la gloria del evangelio de Cristo. El poder que propicia este
resplandor se menciona en el versículo 7.
En el versículo 7 Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Cuando Dios resplandece en
nuestros corazones, se introduce en nosotros un tesoro, el Cristo de gloria, quien es la
corporificación de Dios para ser nuestra vida y nuestro todo. Pero los que contenemos
este tesoro somos vasos de barro, frágiles y sin ningún valor. No obstante, en estos vasos
sin valor se halla un tesoro inestimable. Esto ha hecho que los vasos sin valor sean
ministros del nuevo pacto, con un ministerio inestimable. Esto ha sido llevado a cabo
por el poder divino en resurrección. La excelencia del poder ciertamente es de Dios, y no
de nosotros.
Los apóstoles, al hablar de su ministerio, el cual realiza el nuevo pacto de Dios, usaron
cinco metáforas significativas y expresivas para describir la manera en que ellos como
ministros del nuevo pacto, junto con su ministerio, fueron constituidos, cómo se
comportaban y vivían, y cómo su ministerio era llevado a cabo. Estas metáforas son:
cautivos en un desfile triunfal que celebra la victoria de Cristo (2:14a); portadores de
incienso que difunden el olor de Cristo (2:14b-16); cartas escritas con Cristo como
contenido (3:1-3); espejos que miran y reflejan la gloria de Cristo a fin de ser
transformados en Su imagen gloriosa (3:18); vasos de barro que contienen al Cristo de
gloria, el tesoro excelente (4:7). Estos vasos son como una cámara fotográfica moderna,
en los cuales entra la imagen de Cristo por medio del destello del resplandor de Dios
(4:4, 6).
Este tesoro, el Cristo que mora en nosotros los vasos de barro, es la fuente divina de la
provisión necesaria para la vida cristiana. Es por medio del poder excelente de este
tesoro que los apóstoles, como ministros del nuevo pacto, pueden llevar una vida
crucificada, de tal modo que se manifieste la vida de resurrección de Cristo, a quien ellos
ministran. De esta manera, ellos manifiestan la verdad para que resplandezca el
evangelio.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE DIEZ
(3)
Los capítulos tres y cuatro de 2 Corintios son los capítulos más importantes de 1 y 2
Corintios. En estas epístolas, ningún otro capítulo presenta el hecho de que Cristo se
forja en las personas para que experimenten más profundamente la vida divina. Estos
dos capítulos son muy profundos en cuanto a la experiencia de vida. Primero, revelan
cómo los apóstoles, en calidad de ministros del nuevo pacto, fueron intrínsecamente
constituidos tales. Los apóstoles, al ser hechos ministros del nuevo pacto,
experimentaron una reestructuración en su ser, un cambio total.
Pablo se consideraba a sí mismo el principal de los pecadores. ¿Cómo ese hombre que se
rebeló contra Dios pudo llegar a ser un ministro del nuevo pacto, un ministro de Cristo
cuyo objetivo era llevar a cabo la economía de Dios? Indudablemente, es algo
sumamente importante lo de convertir a una persona que se rebela contra Dios en un
ministro de Cristo cuya meta es llevar a cabo la administración de Dios en la era
neotestamentaria.
Pablo, para llegar a ser un ministro de Cristo, primero tuvo que nacer de nuevo y luego
tuvo que recibir una nueva constitución. Nacer de nuevo no es suficiente para hacer de
alguien un ministro del nuevo pacto; es necesario también que la persona experimente
una reestructuración en su ser, un cambio total, que reciba una nueva constitución. Sin
embargo, para recibir una nueva constitución se requiere un nuevo elemento. Sin el
elemento que sea la esencia de la constitución, nada puede forjarse en nosotros. La
redención de Cristo nos devuelve a Dios, pero no forja en nosotros una nueva
constitución. Para esto se requiere un elemento además de la sangre redentora de
Cristo. Este elemento no es solamente la vida o el Espíritu; es el Dios procesado.
Quisiera que consideráramos los pasos del proceso por el cual pasó Dios: la encarnación,
el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Estos cuatro pasos fundamentales del
proceso que experimentó Dios también son los ingredientes del Dios procesado, quien
es el elemento que llega a ser nuestra nueva constitución. Estos ingredientes son
tipificados por las cuatro especias que se mezclan con el aceite de oliva para formar el
ungüento de Éxodo 30. El aceite de oliva era el elemento básico, y las cuatro especias
eran los ingredientes que se mezclaban con dicho elemento. El elemento que se producía
como resultado de este proceso era el ungüento compuesto por todos sus ingredientes.
Dios es el Espíritu, el aceite de oliva, es decir, el elemento básico. Las cuatro especias
tienen que ver con la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. La
encarnación introdujo la divinidad en la humanidad y las convirtió en una sola entidad.
Sin embargo, ni la divinidad ni la humanidad cambió de naturaleza. La divinidad sigue
siendo la divinidad, y la humanidad sigue siendo la humanidad. Esto lo ejemplifica la
mezcla del aceite con la harina fina en la preparación de la ofrenda de harina. El aceite y
la harina se mezclaban y llegaban a formar una sola entidad con dos naturalezas. Sin
embargo, cada una de las naturalezas permanecía separada y completa por sí misma; ni
el aceite ni la harina cambiaban de naturaleza. Lo que sí sucedía es que el aceite y la
harina se mezclaban y producían una sola entidad. Pero esta entidad no constituía una
tercera naturaleza, algo que no era ni aceite ni harina; más bien, era una entidad
completa que poseía dos naturalezas: la naturaleza del aceite y la naturaleza de la
harina. Esto ejemplifica cómo la encarnación introdujo la divinidad en la humanidad, e
hizo de ambas una sola entidad y propició que ambas vivieran como una sola.
El Señor Jesús, una maravillosa persona que posee dos naturalezas, la divinidad y la
humanidad, vivió en casa de un carpintero de Nazaret durante treinta años. Después de
terminar Su ministerio, fue crucificado. El hecho de que llevó una vida humana implica
que Él experimentó todo lo humano relacionado con la primera creación. Cuando Él fue
crucificado, llevó toda la vieja creación a la cruz y allí le puso fin. Puesto que a la vieja
creación ya se le dio fin, ya no deben abrumarnos nuestros problemas. A los ojos de
Dios, se le puso fin a todos estos problemas. Dios, quien está sentado en Su trono, puede
decir a Satanás: “Pequeño Satanás, ¿qué intentas hacer? ¿Todavía estás causando
problemas? Te voy a dar un poco más de tiempo para que juegues, pero debes darte
cuenta de que ya te aniquilé. Ya te puse fin, a ti y a la vieja creación”. La muerte de
Cristo en la cruz le puso fin a Satanás y a la vieja creación, así como también a nosotros.
En esto consiste el verdadero significado de la crucifixión.
Cristo, mediante Su resurrección, introdujo en Dios aquellos que Dios había escogido y
redimido. La encarnación introdujo a Dios en el hombre, y la resurrección introdujo al
hombre en Dios. Ahora nosotros, el pueblo que Dios remidió, no sólo tenemos a Dios en
nosotros, sino que también estamos en Dios. Tener a Dios en nosotros es maravilloso,
pero es todavía más maravilloso estar en Dios.
Quizás usted no esté tan consciente del hecho de que usted está en Dios. Por la
misericordia del Señor, yo puedo testificar que ciertamente tengo la sensación y estoy
consciente de que soy un hombre que está en Dios. Aparentemente soy un hombre que
vive en la tierra; pero de hecho, soy un hombre que está en Dios. Dios está en mí, y yo
estoy en Él.
Algunos dirán: “Yo no siento que el Dios Triuno procesado esté forjado en mí”. Quizás
no lo sienta, pero debe creerlo. Como cristianos, debemos vivir por fe y andar por fe, no
por vista (5:7). Somos creyentes, no somos personas que andan por vista. ¿Es usted un
creyente o una persona que anda por vista? Un creyente es uno que no confía en las
cosas que se ven, sino que se apropia de ciertas cosas invisibles, las confiesa y las
experimenta por fe. Ser una persona que actúa conforme a los sentimientos es todavía
peor que ser uno que anda por vista. Tal vez usted no sienta que está viviendo en cierto
lugar, pero de hecho vive allí. Los sentimientos no son confiables. Tal vez sienta que
usted es maravilloso, pero es posible que su condición sea deplorable. No crea en sus
sentimientos; crea en los hechos. Es un hecho que todos fuimos introducidos en Dios. El
Dios Triuno procesado es el elemento mismo que se ha forjado en nosotros. Tal vez no
sienta que tiene una nueva constitución, o que ha ocurrido un cambio en su interior,
pero de nuevo le digo, sea un creyente, uno que anda por fe, no sea uno que anda
conforme a sus sentimientos. Cuando Dios declara algo, usted también debe declararlo,
simplemente porque la Biblia así lo dice. La Biblia revela que Dios se procesó pasando
por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Ahora en
resurrección, Él es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu como el elemento
constitutivo. La Biblia dice esto, y nosotros debemos creerlo.
El hermano Nee solía decir que primero tenemos el hecho, luego la fe y después la
experiencia. La secuencia no es experiencia, fe y hecho. Los hechos siempre van
primero. Pero ¿cómo nos damos cuenta de los hechos? Los hechos constan en el Nuevo
Testamento. Este testamento es algo más fuerte y mejor que un pacto. Un pacto
constituye un acuerdo parecido a un contrato. Pero un testamento alude a algo que ya se
cumplió. Supongamos que un testamento lega un millón de dólares a una persona. La
evidencia, la prueba, de ello es el testamento mismo.
En 2 Corintios 4:7 leemos las siguientes palabras: “Pero tenemos este tesoro en vasos de
barro”. La palabra “pero” indica un contraste con lo que se dijo antes. En el versículo 6,
Pablo declara: “Porque el mismo Dios que dijo: De las tinieblas resplandecerá la luz, es
el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. La expresión “este tesoro” se refiere al versículo 6.
Debido a que Dios resplandeciera en nuestros corazones, ahora tenemos este tesoro
maravilloso, precioso y admirable. No obstante, tenemos este tesoro en vasos de barro,
en algo que no tiene nada de admirable. Puesto que el tesoro se encuentra en vasos de
barro, Pablo comienza el versículo 7 con “pero”.
El versículo 7 en su totalidad lee así: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para
que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. La palabra griega traducida
“excelencia” significa también trascendencia, eminencia, grandeza que lo excede todo.
El hecho de que somos vasos de barro demuestra que la excelencia del poder es de Dios,
y no de nosotros. Aquí Pablo parece decir: “Yo no soy más que un vaso de barro,
insignificante y sin valor. En mí mismo, soy un hombre pecaminoso, caído e
insignificante. ¿Cómo una persona así podría manifestar la verdad e irradiar la gloria del
evangelio? No tengo el poder necesario para hacer esto. La excelencia del poder no
proviene de mí, sino de Dios. Aunque soy un vaso de barro sin valor, Dios, al
resplandecer en mí, ha infundido este precioso tesoro en mi interior. Ahora este tesoro
se ha convertido en la fuente de poder que me vigoriza y capacita para que irradie la
gloria de Dios y manifiesta la verdad”.
A partir del versículo 8, vemos que los apóstoles no llevaban una vida gloriosa, sino una
vida crucificada. Llevar una vida crucificada significa llevar una vida que lo muele a uno.
Es ser como los granos que pasan por la piedra de molino. Cuando el Señor Jesús estuvo
en la tierra, Él llevó una vida en la que fue molido. Su madre, Sus hermanos, Sus
discípulos y los que se oponían a Él y lo perseguían sirvieron de piedras de molino. A
diario el Señor Jesús era molido.
Para moler el grano se pueden usar dos piedras: una piedra fija abajo y la otra movible
arriba. Podemos decir que los fariseos y los saduceos fueron la piedra fija para el Señor
Jesús, y la piedra de arriba, la piedra movible, fue Su madre, Sus hermanos y Sus
discípulos. En el proceso de moler, la piedra de abajo necesita la piedra de arriba, para
que corresponda y coopere con ella. Esto significa que la madre, los hermanos y los
discípulos del Señor ayudaron a los fariseos y saduceos a moler al Señor Jesús.
En principio, nuestra experiencia actual es igual. Los que se oponen al recobro del Señor
son la piedra de abajo, la piedra fija. Pero nuestro cónyuge, los ancianos de la iglesia, los
colaboradores y los santos constituyen la piedra de arriba. Así que, los miembros de
nuestra familia y los santos de la iglesia cooperan con los que nos persiguen y se oponen
a nosotros para molernos. Hermanos, ¿acaso no es su experiencia que su esposa le
muele mucho más que los opositores? Las críticas de ella lo muelen a usted. Si no fuera
por las personas allegadas a nosotros, los opositores no podrían molernos. Lo que
realmente nos muele proviene de las personas allegadas a nosotros. Los opositores sólo
echan los cimientos para que seamos molidos. Una vez se echan los cimientos, nuestro
esposo o nuestra esposa o algún santo acabará por molernos.
Si volvemos a leer los cuatro evangelios, veremos que fueron los que estaban cerca del
Señor Jesús los que provocaron que Él fuera molido. Cuando el Señor era perseguido, Él
estaba feliz. Pero un día, mientras predicaba a la multitud, Sus amigos pensaban que Él
estaba fuera de Sí (Mr. 3:21). En cierto momento, el Señor Jesús preguntó: “¿Quién es
Mi madre, y quiénes son Mis hermanos? (Mt. 12:48) Luego dijo: “Porque todo aquel que
hace la voluntad de Mi padre que está en los cielos, ése es Mi hermano, y hermana, y
madre” (Mt. 12:50). Hoy nosotros también somos molidos por aquellos que están
allegados a nosotros, por aquellos que nos quieren y nos cuidan de una manera natural.
Literalmente “en apuros” significa aquí incapaces de encontrar una salida. La palabra
traducida “sin salida” significa literalmente sin ninguna posibilidad de encontrar una
salida; o sea, que el camino está totalmente cerrado. Aquí el apóstol dice que ellos
estaban en apuros, sin poder encontrar una salida, mas no sin salida, no sin ninguna
posibilidad de salir.
Los apóstoles experimentaron este aniquilamiento “para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestros cuerpos”. La palabra traducida “Para que” implica un resultado.
El aniquilamiento efectuado por la cruz da por resultado la manifestación de la vida de
resurrección. Esta muerte diaria tiene como fin liberar la vida divina en resurrección. La
vida que se menciona en el versículo 10 es la vida de resurrección, la cual el Señor Jesús
vivió y expresó por medio de la operación de la cruz.
La operación continua que nos muele a diario tiene un propósito específico, a saber: que
la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Esta vida es la vida de resurrección.
El Señor Jesús vivió la vida de resurrección antes de ser crucificado. La vida que Él llevó
en la tierra fue una vida de resurrección. Esta vida de resurrección es capaz de pasar por
la muerte.
En el versículo 11, Pablo añade: “Porque nosotros que vivimos, siempre estamos
entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste
en nuestra carne mortal”. El título “Jesús” en los versículos 10 y 11 implica que los
apóstoles llevaron una vida como la que el Señor Jesús llevó en la tierra, una vida bajo el
aniquilamiento efectuado por la cruz para la manifestación de la vida de resurrección. El
hecho de que las palabras “carne” y “cuerpos” se usen de modo intercambiable en los
versículos 10 y 11 indica que la carne mortal es nuestro cuerpo caído.
El versículo 12 dice: “De manera que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la
vida”. Cuando experimentamos la operación de la muerte del Señor, Su vida de
resurrección es impartida en otros a través de nosotros. Cuando sufrimos el
aniquilamiento efectuado por la cruz, el resultado de esto siempre es que la vida se
imparte a los demás. En el versículo 12 Pablo parece decir: “Nosotros morimos, pero
vosotros corintios, sois vivificados. Nuestra muerte infunde vida en vosotros y os
vivifica. Para nosotros, es un aniquilamiento; para vosotros, es una impartición de vida”.
7. Tienen el espíritu de fe
En cuanto al espíritu del versículo 13, Alford declara: “No exclusivamente el Espíritu
Santo; pero, por otro lado, no meramente una inclinación humana: el Espíritu Santo que
mora en nosotros penetra y caracteriza a todo el hombre renovado”. Vincent declara:
“Espíritu de fe: no exclusivamente el Espíritu Santo, ni tampoco, por otro lado, una
facultad o inclinación humana, sino una mezcla de los dos”. Esto significa que este
espíritu es la mezcla del Espíritu Santo con nuestro espíritu humano. Nosotros debemos
ejercitar tal espíritu para creer y hablar, como lo hizo el salmista, lo que hemos
experimentado del Señor, especialmente Su muerte y Su resurrección. La fe se halla en
nuestro espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu Santo, y no en nuestra mente. Las
dudas están en nuestra mente. Aquí la palabra “espíritu” indica que fue por medio del
espíritu mezclado que los apóstoles llevaron una vida crucificado en resurrección para
cumplir su ministerio.
El versículo 14 dice: “Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también
nos resucitará con Jesús, y nos presentará aprobados juntamente con vosotros”. Esto
indica que los apóstoles se daban por muertos (1:9), porque siempre estaban entregados
a muerte por causa del propósito del Señor. Habían puesto su única esperanza en el Dios
que resucitó al Señor Jesús y que los resucitaría a ellos también. Ellos vivían con esta
clase de fe.
En el versículo 15, Pablo declara: “Porque todo es por vuestro bien, para que abundando
la gracia por medio de la mayoría, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios”.
Conforme al contexto, la gracia es Cristo mismo, quien vivía en los apóstoles como su
vida y suministro de vida para capacitarles a llevar una vida crucificada a fin de que se
manifestara la vida de resurrección y ellos llevaran a cabo su ministerio para el nuevo
pacto de Dios. Al mismo tiempo que los apóstoles experimentaban el aniquilamiento, la
vida era impartida a otros, y la gracia abundaba por medio de la mayoría. Como
resultado de esto, abundaba también la acción de gracias. A Pablo no le importaban los
sufrimientos, porque se daba cuenta de que al ser aniquilado él, la vida se impartía a
otros y esta vida llegaría a ser la gracia para ellos. Como resultado de esto, todos darían
gracias a Dios. Esta fue la vida que llevaron los apóstoles, una vida crucificada que
manifestaba la vida de resurrección por el excelente poder del tesoro escondido en los
vasos de barro.
Tarde o temprano, todos nosotros seremos molidos. Seremos molidos entre la piedra de
arriba y la piedra de abajo. En cuanto a esto, no tenemos alternativa, pues todos
necesitamos ser molidos. Ser molidos así propicia que se manifieste la vida de
resurrección.
(4)
En este mensaje llegamos a los tres últimos versículos del capítulo cuatro, los versículos
del 16 al 18. Estos versículos también están relacionados con la experiencia de llevar una
vida crucificada para que se manifieste la vida de resurrección por medio del excelente
poder del tesoro contenido en los vasos de barro.
En los capítulos tres y cuatro vemos que primero los apóstoles recibieron al propio Dios
como su constitución. Esta constitución está totalmente relacionada con su vivir y su
conducta, en el sentido de que cada aspecto de su vivir y su comportamiento se basaba
en esta constitución. Además, esta constitución les proporcionaba el suministro de vida
así como el poder, la fuerza, las riquezas, la sabiduría e incluso el ministerio. Ellos
ministraban lo que se había forjado en ellos.
Los apóstoles no predicaron algo que simplemente había oído o que se les había
enseñado. Lo que ministraban no era algo que sólo les había sido revelado en una visión.
Al contrario, lo que predicaban, enseñaban y ministraban era lo que se había forjado en
ellos. Los apóstoles eran personas de una nueva constitución habiendo sido
reestructurados intrínsecamente. Por tanto, ellos ministraron lo que eran, lo que habían
llegado a ser. Esto significa que su ser, el cual había recibido una nueva constitución, se
convirtió en su ministerio.
Los escritos de Pablo difieren mucho de los escritos cristianos de hoy. Los escritos de
Pablo son un relato de su constitución, mientras que los escritos que se producen hoy en
día giran esencialmente en torno a la teología, las doctrinas, las enseñanzas, las
exposiciones y a las interpretaciones. De las catorce epístolas que escribió Pablo, los
capítulos tres y cuatro de 2 Corintios son los más ricos en lo que respecta a la
experiencia que él tuvo de Cristo. Estos capítulos presentan un relato exacto y precioso
de la constitución espiritual de Pablo. Si queremos conocer la clase de persona que era
Pablo como ministro del nuevo pacto, debemos dedicar mucho tiempo a estos dos
capítulos, los cuales revelan la constitución espiritual de Pablo.
El ministerio requiere constitución, y por esta razón, el hermano Nee nos dijo que se
puede recibir un don inmediatamente, pero uno no puede tener un ministerio en poco
tiempo. Se requiere años para que la nueva constitución sea forjada en uno, pues supone
que debemos crecer y madurar.
Todo lo relacionado con esta constitución es orgánico y proviene de la vida. Esta vida se
experimenta por el Espíritu, quien es la máxima consumación del Dios procesado. Pablo
era una persona en la cual Dios se había forjado. No es suficiente hablar de él como de
un Dios-hombre, pues en realidad fue una persona que tenía a Dios forjado en su ser.
Por tanto, el ministerio de Pablo fue su propio ser. Él predicaba y enseñaba lo que él era.
Él ministraba a los demás su propio ser. Mientras Pablo ministraba de esta manera,
Cristo era impartido a los demás, porque Pablo y Cristo habían llegado a ser uno. Pablo
era uno con Cristo y Cristo se había forjado en él. El ministerio de Pablo consistía en
ministrar al Cristo que se había forjado en su ser. Sin esta clase de ministerio, no se
puede edificar apropiadamente la iglesia ni preparar adecuadamente a la novia.
La Biblia indica que lo que Dios inició en el principio, se cumplirá. Además, Dios es un
Dios de resurrección. Como tal, Su propósito no puede fallar, y Él no puede ser vencido.
Por el contrario, todo estorbo y distracción demuestra Su inmutabilidad, demuestra que
Él es el Dios inmutable. Él cumplirá lo que ha determinado. Al final Él cumplirá lo que
se propuso al principio. En el Nuevo Testamento, Dios empezó con un grupo de
ministros; Pablo se encontraba entre ellos. Al final, Dios tendrá también un grupo de
ministros de esta misma clase. Aquí y allí alrededor del mundo, Él necesita ministros del
nuevo pacto. Mi carga es que muchos entre nosotros lleguen a ser ministros del nuevo
pacto.
Espero que estos mensajes que tratan del ministerio y de los ministros del nuevo pacto
tendrán un efecto perdurable en ustedes. Espero especialmente que los que toman la
delantera, los colaboradores y todos los que tienen un corazón entregado al recobro del
Señor aspiren a ser los ministros actuales del nuevo pacto. No solamente debemos ser
personas que aman al Señor de una manera general, sino que también debemos desear
ser ministros del Nuevo Testamento. Si éste es nuestro deseo, debemos entregarnos
seriamente al Señor y permanecer en estos dos capítulos de 2 Corintios, orar, tener
comunión al respecto y decirle al Señor que estamos dispuestos a abrirnos para que Él
opere en nosotros. Debemos decirle que estamos dispuestos a ser quebrantados,
molidos y a que Él forje una nueva constitución en nosotros; que estamos dispuestos a
llevar una vida crucificada; que estamos dispuestos a renunciar a nosotros mismos, a
negarnos a nosotros mismos con el fin de que los elementos del Dios Triuno procesado
se forjen en nosotros diariamente; y que estamos dispuestos a ser el Pablo de hoy, no
una persona grande o un creyente famoso, sino un hombre pequeño, un hombre
crucificado, aun un nazareno.
Jesús de Nazaret no procuró ser grande ni famoso. Por el contrario, Él era un grano de
trigo que cayó en la tierra y murió. Así Jesús llegó a ser el primer ministro del nuevo
pacto. Debemos seguir Su ejemplo y ser también ministros del nuevo pacto. En cuanto a
esto, debemos acudir al Señor y orar a Él desesperadamente.
1. No se desanimaban
En 4:16 Pablo declara: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre
exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. En este
versículo, Pablo declara, como lo hace en 4:1: “No nos desanimamos”. Sucedieron
muchas cosas que hubieran podido desilusionar y desanimar a Pablo y a sus
colaboradores. Casi no había nada que fuera motivo de aliento; no obstante, ellos
estaban en resurrección y no se desanimaron. En realidad, la resurrección requiere la
muerte, el desaliento y la desilusión para manifestarse. Sin la muerte, ¿cómo podría
manifestarse la vida de resurrección? La muerte permite que la resurrección se
manifieste. Por tanto, al pasar por la muerte, los apóstoles no se desanimaron. A pesar
de los numerosos acontecimientos desalentadores que se suscitaron, no se desanimaron.
Los perseguidores y el entorno operaban en los apóstoles. No era una operación que los
apóstoles se aplicaran a sí mismos. La acción de moler granos nunca la inicia los granos
mismos; antes bien, quien la inicia es la persona que los muele. Los apóstoles no eran
las personas que molían; más bien, ellos eran los que eran molidos. Su hombre exterior
era consumido, destruido, acabado por la muerte.
Ser renovado es similar a recibir una nueva constitución. En ambos casos, se necesita
cierto elemento. Para ser renovados, necesitamos que se nos añada cierto elemento. Este
elemento renovador es el tesoro que está escondido en nosotros (v. 7). No obstante, no
es suficiente simplemente que el tesoro esté en nuestro interior. Se necesita también que
seamos aniquilados, destruidos, consumidos, molidos. Ésta es la razón por la cual
interiormente tenemos el tesoro y exteriormente tenemos el entorno. Dios usa
soberanamente nuestras circunstancias para colocarnos en medio de las piedras que nos
muelen.
Es imposible escapar de la mano de Dios. ¿Es usted maduro? ¿Ha sido usted
quebrantado? Es posible que usted todavía recurra a su astucia para evadir el ser
quebrantado y molido. Quizás nadie puede con usted. No obstante, los que se esfuerzan
más por escapar del quebrantamiento son los que sufren más. Nuestro destino es ser
consumidos. Hermanos, el Señor usará probablemente a su esposa para molerlo a usted.
Él usa hasta la mejor esposa con este fin.
Usted se preguntará qué debe hacer, ya que será consumido si está bien y castigado si
está mal. La respuesta es que usted no debe hacer nada. Tarde o temprano, el Señor lo
colocará en la piedra que muele.
Nosotros amamos al Señor y por eso estamos dispuestos a ser molidos. Pero eso no
significa que debemos colocarnos entre las piedras que muelen. Esto no sería ser
molidos, sino cometer suicidio. Permitamos que en Su soberanía, el Señor nos muela.
No es necesario hacer nada al respecto; esto sucederá espontáneamente.
Cristo puede ser expresado en nuestro vivir y ministrado a los demás únicamente
cuando nuestro hombre exterior es consumido. Este el camino que el Señor toma. Sólo
de esta manera se ha de preparar la novia para Él.
En el versículo 17, Pablo declara: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. La tribulación aquí se
refiere a la obra aniquiladora, la operación, de la cruz. Literalmente, las palabras “cada
vez más excelente” significan excesivamente, hasta el extremo. El eterno peso de gloria
está en contraste con la leve tribulación momentánea. La gloria aquí es la expresión de
Dios como vida de resurrección y está en contraste con la tribulación.
El versículo 18 dice: “Por cuanto no miramos nosotros las cosas que se ven, sino las que
no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Las cosas que se ven pertenecen a la tribulación momentánea, pero las cosas que no se
ven pertenecen a la gloria eterna. A Pablo no le preocupaba la tribulación, el entorno, la
pobreza, la oposición, la persecución ni el ser molido. Estas cosas, cosas que se ven, son
temporales. A él le interesaban únicamente las cosas eternas. Él sabía que mientras
estaba siendo molido, la tribulación producía algo de peso, algo hermoso y eterno. Así
nosotros seremos ataviados como la novia radiante y hermosa dispuesta para Cristo a Su
venida.
(5)
Al mismo tiempo que los ministros del nuevo pacto se conducían conforme a su
constitución interna y llevaban una vida crucificada con miras a manifestar la vida de
resurrección, ellos anhelaban, deseaban, ser revestidos del cuerpo transfigurado e
incluso aspiraban a ello. Esto significa que anhelaban la redención de su cuerpo. Su
espíritu había sido regenerado, y su alma había sido renovada y transformada, pero
todavía existía un problema relacionado con su cuerpo caído y mortal. Este cuerpo
representaba una carga para ellos. Ellos suspiraban, gemían, bajo esta carga. Ellos no
tenían ningún problema en su espíritu ni en su alma. En su alma se había forjado el
elemento divino. Pero aun tenían un problema con el cuerpo mortal.
En la salvación plena y completa que Dios efectúa, hay un asunto que se encarga de
nuestro cuerpo mortal, a saber, la transfiguración. La transfiguración cambia nuestro
cuerpo mortal en un cuerpo de gloria, como el cuerpo resucitado del Señor Jesús. Este
aspecto de la salvación que Dios efectúa es muy prometedor; es la esperanza de gloria.
En 2 Corintios 5:1 leemos: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este
tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un edificio, una morada no hecha de manos,
eterna, en los cielos”. La palabra “porque” indica que lo que sigue es una explicación de
lo tratado en 4:13-18. En este capítulo, el apóstol nos describe cómo los apóstoles
aspiraban a la redención de sus cuerpos (Ro. 8:23), y habla de su ambición y su
determinación de agradar al Señor (2 Co. 5:9-15) y de la comisión que habían recibido
del Señor con relación a Su nueva creación (vs. 16-21). A ellos les interesaban las cosas
que no se ven, y no las cosas que se ven.
La palabra “terrestre” del versículo 1 no significa hecho de tierra, sino que está en la
tierra. La palabra “tabernáculo” indica que nuestro cuerpo físico, en el cual mora
nuestra persona, no sólo nos es necesario para nuestra existencia, sino también para la
adoración que rendimos a Dios (véase 1 Co. 6:19). La palabra “edificio” denota un
edificio que tiene un fundamento, en contraste con el tabernáculo, el cual no tenía
fundamento. Este edificio es de Dios, procede de Dios, es una “morada”, la cual es
nuestro cuerpo espiritual (1 Co. 15:44). En contraste con lo que está en la tierra, se trata
de una casa en los cielos.
El versículo 3 dice: “Para que, estando así vestidos, no seamos hallados desnudos”. Estar
desnudos significa carecer del cuerpo. Una persona que ha muerto, habiendo sido
separada del cuerpo, está desnuda, o sea, no tiene el cuerpo que la cubre delante de
Dios. Los apóstoles esperaban ser transfigurados en su cuerpo, esto es, ser revestidos de
un cuerpo espiritual para encontrarse con el Señor antes de morir y ser separados del
cuerpo, a fin de no ser hallados desnudos.
Muchos cristianos piensan que una vez que muere uno que ha creído en Cristo, se irá al
cielo. Si esto es cierto, entonces en el cielo hay una gran cantidad de personas desnudas,
porque los que han muerto, están separados de su cuerpo. Pero Dios no permitirá que
personas desnudas entren en Su presencia. El Antiguo Testamento dice que una persona
indebidamente vestida no puede entrar en la presencia de Dios. Los sacerdotes,
particularmente, tenían que llevar un vestido largo, lo cual era un tipo de la realidad. Si
deseamos estar en la presencia de Dios, no podemos encontrarnos desnudos, es decir,
no podemos separarnos de nuestro cuerpo.
Cuando Pablo dice que no quería ser hallado desnudo, eso significa que él no quería
morir. Morir equivale a estar desnudo. El deseo de Pablo era ser revestido y así no ser
hallado desnudo. Por supuesto, una vez transfigurados nuestros cuerpos, ninguno de
nosotros será hallado desnudo; más bien, viviremos eternamente. El punto importante
es que en el versículo 3, estar desnudo significa morir.
3. Gimen abrumados
En el versículo 4 Pablo dice: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo
gemimos abrumados; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que
lo mortal sea absorbido por la vida”. “Abrumados” aquí significa agobiados, deprimidos,
oprimidos. Los apóstoles gemían en su deseo de no ser desnudados, separados del
cuerpo, es decir, en su deseo de no morir sino de revestirse, de ponerse del cuerpo
espiritual. Esto es lo que significa el que nuestro cuerpo sea transfigurado (Fil. 3:21),
que sea redimido (Ro. 8:23).
En el versículo 4, “lo mortal” denota nuestro cuerpo mortal (2 Co. 4:11; Ro. 8:11; 1 Co.
15:53). El que nuestro cuerpo mortal sea “absorbido por la vida” significa que es
transfigurado al absorber la vida de resurrección la muerte que está en nuestro cuerpo
mortal (1 Co. 15:54).
Nuestro cuerpo caído y mortal representa una gran carga para nosotros. Bajo el peso de
esta carga, gemimos, no por encontrarnos desvestidos o hallarnos desnudos, sino por
desear ser revestidos de un cuerpo transfigurado.
Pablo no quería morir, pero sí anhelaba ser arrebatado. Él quería ser revestido del
cuerpo espiritual, es decir, quería que su cuerpo fuera transfigurado; pues entonces lo
mortal sería absorbido por la vida. Cuando seamos arrebatados, transfigurados y
revestidos del cuerpo celestial, espiritual y resucitado, lo mortal será absorbido por la
vida. Éste era el anhelo de Pablo, pero la mayoría de nosotros todavía no hemos llegado
a esta etapa en nuestra vida cristiana. Por el contrario, es posible que los jóvenes
prefieran permanecer en la tierra. Sin embargo, aquellos que son mayores desean ser
arrebatados.
El versículo 5 dice: “Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado en
arras el Espíritu”. La palabra griega traducida “hizo” también puede ser traducida
elaboró, formó, preparó, dispuso. Dios nos hizo, nos elaboró, nos formó, nos preparó,
nos dispuso con el propósito de que nuestro cuerpo mortal sea absorbido por la vida de
resurrección. De esta manera, todo nuestro ser será saturado de Cristo. Dios nos ha
dado el Espíritu para que sea las arras, la prenda, el anticipo, la garantía, de esta parte
maravillosa de Su salvación completa, la cual Él ha preparado para nosotros en Cristo.
¿De qué manera nos preparó Dios? Primero, Él mismo se sembró en nuestro ser. Esto lo
indica la parábola del sembrador presentado en Mateo 13. El Señor Jesús vino como
sembrador para sembrarse a Sí mismo en nosotros. Nuestro corazón es la tierra donde
Cristo ha de crecer. Un día, Cristo crecerá en nosotros y saturará todo nuestro ser. Esta
es la preparación necesaria para que Cristo sature nuestro cuerpo. Por una parte,
cuando seamos transfigurados, seremos revestidos de un cuerpo espiritual
exteriormente. Por otra parte, el ser transfigurados significa que el Cristo que mora en
nosotros satura nuestro cuerpo y absorbe el elemento de muerte que hay en él. Cristo se
sembró en nuestro espíritu y en nuestro corazón, y ahora Él satura nuestra alma. Un día
Él se extenderá del alma al cuerpo y saturará el cuerpo. Cuando nuestro cuerpo sea
plenamente saturado, llegará a ser un nuevo cuerpo, un nuevo edificio, con el cual
seremos revestidos.
Según el versículo 5, Dios, que nos hizo para esto mismo, nos ha dado las arras del
Espíritu. El Espíritu es la garantía de que Dios cumplirá esto. El Espíritu es Cristo, y
Cristo es la corporificación de Dios. De hecho, Dios mismo ha entrado en nuestro ser
como garantía de que Él cambiará nuestro cuerpo y que seremos totalmente
conformados a Cristo en resurrección.
B. El cuerpo es su domicilio
En el versículo 6, Pablo dice además: “Así que estando siempre llenos de buen ánimo, y
sabiendo que mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos en tierra extranjera
lejos del Señor”. Nuestro cuerpo está en la esfera material; el Señor está en la esfera
espiritual. En este sentido, estamos ausentes del Señor cuando estamos presentes en
nuestro cuerpo.
El versículo 7 dice: “(Porque por fe andamos, no por vista)”. La vista alude a las cosas
que se ven. Los apóstoles regulan sus vidas y andan por fe, como se menciona en
Hebreos 11, y no por las cosas que se ven. De esta manera se dan cuenta de que mientras
están en su cuerpo físico, están ausentes del Señor. Esto corresponde a lo dicho en 4:18.
Hoy casi toda la humanidad anda por vista. Los médicos, los científicos y los profesores
son los primeros en andar por lo que ven. Cuando hablamos de un edificio en los cielos,
un edificio eterno hecho por Dios, consideran esto una insensatez. Pero un día se
comprobará que ellos están equivocados al dudar de esta verdad y que nosotros tenemos
razón al creerla. Tendremos un cuerpo celestial. Y hasta el día en que seamos
transfigurados, andaremos por fe, no por vista, no por lo que vemos.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TRECE
(6)
En los capítulos tres y cuatro, Pablo habla de los requisitos que uno tiene que cumplir
para ser ministro del Nuevo Testamento. El primero es que el Dios Triuno se forje en
uno hasta llegar a ser su propia constitución. Este requisito es fundamental. Llegamos a
ser competentes, suficientes, equipados y aptos para ser ministros del nuevo pacto al
permitir que se forje plenamente en nosotros el Dios Triuno, quien ahora es el Espíritu
vivificante todo-inclusivo. Al forjarse en uno esta persona maravillosa, la eficacia de la
muerte todo-inclusiva de Cristo opera en él poniéndole fin a la vieja creación y
aniquilando la carne y la vida natural.
La constitución forjada en los apóstoles contiene varios factores o elementos, los cuales
son tipificados por las especias usadas para preparar el ungüento de Éxodo 30. Uno de
estos factores es la eficacia de la muerte de Cristo. A diario este elemento, este factor,
opera en los apóstoles. Por esta razón, en su diario vivir no hay nada que pertenezca a la
vieja creación: no está el yo, la carne, ni la vida natural. Este elemento aniquilador se
puede comparar a un antibiótico usado para eliminar microbios.
Además del factor que pone fin a la vieja creación, existe otro factor, un factor positivo, a
saber, el factor de la resurrección. Este ingrediente no solamente incluye la divinidad,
sino también la humanidad resucitada y elevada de Cristo. El propio Cristo resucitado es
la resurrección.
Una persona puede recibir el beneficio de la medicina sin conocer todos los ingredientes
que ella contiene. Asimismo, aunque ayuda conocer todos los elementos del Espíritu
vivificante todo-inclusivo, podemos beneficiarnos de estos ingredientes aun cuando no
los conozcamos. Sencillamente debemos tomar la “dosis” del Espíritu. Entonces los
elementos de la muerte y la resurrección operarán dentro de nosotros. A medida que la
resurrección opera en nosotros, llegamos a ser celestiales, somos fortalecidos y
recibimos autoridad. El ingrediente de la resurrección a menudo actúa en nosotros aun
cuando no estamos conscientes de ello. Esto se compara a la manera en que un
antibiótico ejerce su acción en nuestro organismo aunque no nos demos cuenta de ello.
Ahora mismo el ingrediente de la resurrección está operando en nosotros.
Hemos señalado que el requisito fundamental que un ministro del nuevo pacto tiene
que cumplir es que en él sea forjado el Dios Triuno procesado hasta que Él mismo haya
llegado a ser la propia constitución de dicho ministro. La constitución es la base, el
fundamento, de los requisitos que tiene que cumplir. Hoy nosotros también necesitamos
este fundamento. Para hacer o aprender cualquier cosa, necesitamos una base. Si
deseamos ser ministros del nuevo pacto, debe haber en nosotros la debida constitución
como requisito fundamental.
El segundo requisito que los ministros del nuevo pacto tienen que cumplir es que ellos
se conduzcan de manera que hace resplandecer el evangelio. Su conducta y
comportamiento son productos de su constitución. Debido a que poseen cierta
constitución, llevan una vida que manifiesta la verdad y que irradia la gloria del
evangelio. Los apóstoles no necesitaban hacer nada para resplandecer. No; sin estar
conscientes y sin proponérselo, sencillamente por la manera en que vivían, se producía
un resplandor que surgía de su ser. Su constitución llegó a ser su resplandor. Por
ejemplo, el carbón no puede resplandecer, pero una moneda de oro sí resplandece.
Existe una diferencia de constitución entre el carbón y el oro. Los apóstoles, debido a su
constitución, irradiaban la gloria del evangelio. No necesitaban predicar, porque su ser
resplandecía.
Aspiro a seguir el ejemplo de Pablo. Por la misericordia del Señor, no quiero llevar a
cabo ninguna actuación; deseo que mi comportamiento emane de mi constitución.
Tercero, los apóstoles llevaban una vida crucificada. Ellos eran molidos diariamente. Así
como Jesús de Nazaret llevó una vida crucificada, los apóstoles también llevaban esa
clase de vida. El Señor Jesús fue crucificado durante toda Su vida. Él llevó una vida
crucificada desde que nació en el pesebre. Luego, a lo largo de Sus años, se le crucificó
continuamente. A Él se le puso en el molino, se le aniquiló, se le dio muerte. Pero este
aniquilamiento le brindó la oportunidad de manifestar la vida de resurrección que
estaba dentro de Él. Antes de que Cristo fuera clavado en la cruz, ya había llevado una
vida crucificada. Asimismo, antes de que fuera resucitado, la vida de resurrección ya se
había manifestado en Él.
Los apóstoles, al llevar a cabo su ministerio, por una parte eran cautivos en el desfile
triunfal del Señor, y por otra, eran personas crucificadas, personas que llevaban a diario
una vida crucificada. A ellos les daban muerte, los crucificaban, no sólo los opositores,
sino también los creyentes. Al leer el libro de 1 Corintios podemos ver que los creyentes
corintios ponían en la cruz a los apóstoles. Ésta fue la razón por la cual Pablo dijo: “Cada
día muero” (1 Co. 15:31). A diario se le daba muerte. Esto es llevar una vida crucificada
con miras a manifestar la vida de resurrección y a la verdad de todo lo que ministraban
los apóstoles a los demás.
Espero que estos asuntos dejen una profunda impresión no sólo en los que llevan la
delantera en las iglesias, sino también en todos los santos, incluyendo a los jóvenes. No
piensen que son demasiado jóvenes como para experimentar estas cosas. Sí, hice notar
que se necesitan muchos años para que el Señor se forje en uno, pero también es cierto
que el Señor puede usar aun a los que son jóvenes. Puedo testificar que al poco tiempo
de ser salvo, el Señor empezó a usarme, pues yo tenía cierta medida de constitución
divina. Esta constitución es la base, el fundamento, para que el Señor nos use como
ministros del nuevo pacto. Esta constitución afecta nuestro comportamiento. Cuando fui
salvo, se produjo un cambio en mi constitución interior, y espontáneamente comencé a
comportarme según esa constitución. Aunque nunca me enseñaron a llevar una vida
crucificada, empecé automáticamente a llevar esa clase de vida. Como resultado,
temprano en mi vida cristiana llegué a ser un pequeño ministro del nuevo pacto.
Ser ministro del nuevo pacto es algo gradual. Todos podemos ser ministros del nuevo
pacto, mientras tengamos la debida constitución y nos conduzcamos conforme a ella y
llevemos una vida crucificada con los elementos de la resurrección y la ascensión.
Entonces, todos nosotros, hermanos y hermanas, podremos ser usados por el Señor
como pequeños ministros del nuevo pacto.
Al final del capítulo cuatro, vemos que Pablo ha enumerado plenamente las aptitudes de
los ministros del Nuevo Testamento. En 5:1 él expresa su aspiración, su deseo y anhelo,
de ser arrebatado. Pablo era una persona madura y, como tal, él estaba listo para ser
arrebatado. Era como el trigo maduro que está listo para la cosecha. Este trigo es
dorado, ya no es verde, y por tanto, está listo para ser cosechado.
Muchos creyentes no tienen el deseo ni el anhelo sincero de ser arrebatados. Esta falta
de deseo se debe a que ellos no están maduros. Por ejemplo, los niños sólo desean jugar
y divertirse; pero al crecer y madurar, desean graduarse de la escuela, tener un buen
trabajo, casarse y criar una familia. El deseo siempre va relacionado con la madurez. Un
niño tiene deseos sencillos porque carece de crecimiento y obviamente de madurez. Pero
cuanto más crezcamos y maduremos, más profundos y más elevados serán nuestros
deseos. Si usted afirma tener el deseo de ser arrebatado, de ser revestido de un edificio
celestial, debe pasar por 2 Corintios 4. Únicamente hasta después de experimentar este
capítulo, podremos tener ese deseo. De lo contrario, seremos como niños de kinder que
afirman tener el deseo de graduarse de la universidad.
En 5:1, Pablo habla de “nuestra morada terrestre, este tabernáculo”, una expresión muy
particular. En la Biblia, la palabra tabernáculo es una expresión especial que alude a la
morada de Dios. El hecho de que Pablo usara esta palabra en 5:1 indica que nuestra
morada es también la morada de Dios. Además, este tabernáculo no es solamente una
morada para Dios y nosotros, sino que también es un lugar donde adoramos a Dios. Hoy
nuestro cuerpo físico es un tabernáculo, un templo. Nuestro cuerpo físico, en el cual
mora nuestra persona, no sólo nos sirve para vivir, sino también para adorar a Dios.
Ésta es la razón por la cual Pablo se refiere a nuestro cuerpo como “nuestra morada
terrestre, este tabernáculo”.
A. Su empeño
En el versículo 9, Pablo parece decir: “Mi empeño es agradar al Señor. Ya estoy maduro
y listo para ser arrebatado. No me queda más por hacer; pero mientras espero, mi
corazón anhela una sola cosa: agradar a mi Señor. No tengo ningún otro empeño,
propósito o meta. Mi único empeño es complacer al Señor al vivir para Él”.
¿Por qué Pablo en el pasaje 5:9-15 habla de vivir para el Señor y no de vivir por Él,
dedicado a Él, o con Él? Para contestar esta pregunta, nos ayudaría leer Gálatas 2:19,
donde dice: “Porque yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios”. Aunque es
difícil definir la expresión “vivir para Dios”, ella tiene muchas implicaciones. En Gálatas
2:19 Pablo declara que él vive para Dios, no para la ley. Si vivimos para la ley, esto
significa que estamos bajo la ley, que somos dirigidos y gobernados por la ley, y que
tenemos la responsabilidad de cumplir la ley, pero si vivimos para Dios o para el Señor,
esto significa que estamos bajo la dirección y el control del Señor y que queremos
cumplir con Sus requisitos, satisfacer Sus deseos y llevar a su consumación lo que Él ha
propuesto.
En 5:15 Pablo declara: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí,
sino para Aquel que murió por ellos y fue resucitado”. Las personas del mundo viven
para sí, pero en cuanto a nosotros, el amor de Cristo nos constriñe a vivir para Él y no
para nosotros mismos. Vivir para nosotros significa que estamos bajo nuestro propio
control, dirección y gobierno, y que lo único que nos interesa es nuestros objetivos y
metas. Esto no sólo es vivir dedicados a nosotros mismos, sino para nosotros mismos.
Pero los apóstoles, que eran maduros y que estaban listos para ser arrebatados, se
empeñaban únicamente en agradar al Señor al vivir para Él. Ellos se sometían
absolutamente al Señor; eran dirigidos, controlados y gobernados por Él. Todo lo que
hacían tenía como fin cumplir el propósito y deseo del Señor. Por ser personas así, no
vivían para la ley, para sí mismos, ni para nada que no fuese el Señor mismo.
Los que trabajan para cierta empresa tal vez viven para ella con el fin de obtener un
ascenso. En todo lo que hacen, se preguntan qué pensará de ellos su jefe. Por lo tanto,
con relación a su conducta, a su forma de vestir y a la manera en que se cortan el pelo,
viven para la empresa. Incluso cuando escogen un nuevo par de zapatos viven para su
empresa. Al hacer esto, su objetivo es agradar al jefe con miras a recibir un ascenso. Sin
lugar a dudas, un empleado que vive para la empresa avanzará y tendrá éxito. Del
mismo modo, un pastor de cierta congregación tal vez viva para esa congregación. Todo
lo que hace, incluyendo la manera de vestirse, lo hace para esa iglesia. Se da cuenta de
que si no vive en todo sentido para los miembros de esa iglesia, lo podrían despedir de la
posición de pastor.
Pablo no vivía para sí ni para nada que no fuera su Amo, Cristo. Él siempre se ejercitaba
para hacer lo que agradaba al Señor. Él era muy diferente de los rabinos que vivían para
la ley y lo hacían todo con miras a la ley. Como una persona madura y lista para ser
arrebatada, la única meta de Pablo era agradar a su Amo, la persona cuya venida él
esperaba. Pablo procuraba agradar al Señor, no llevando a cabo una obra, sino viviendo
para Él en todos los aspectos de su vida diaria. Asimismo, nosotros hoy en día no
debemos agradarnos a nosotros mismos, sino procurar serle agradables al Señor al vivir
para Él. Todo lo que hagamos, debemos hacerlo para Él. Éste es el asunto vital en este
pasaje de 2 Corintios 5.
Como hice notar, hay empleados que viven para sus empresas. Ahora quisiera ilustrar lo
que es vivir para Cristo usando la experiencia de algunas mujeres que viven para sus
maridos con el deseo de agradarlos. En todo lo que dicen y hacen toman en cuenta a sus
maridos. Toda esposa que viva para su marido de esta manera ciertamente lo agradará.
La manera de complacer a otros es vivir para ellos.
En 1934 visité a algunos creyentes en el sur de China. El amor que sentían por mí los
llevó a preparar cierta clase de pan. Aunque de hecho, hubiera preferido un simple tazón
de arroz, porque los chinos del sur no sabían preparar adecuadamente esa clase de pan.
No obstante, fui constreñido por ellos a comer el pan que habían preparado. Ellos
hicieron algo por mí, mas no lo que a mí me agradaba. Uso esto como ejemplo del hecho
de que muchos cristianos que aman al Señor no viven para el Señor; antes bien, viven
para sí mismos. Ellos son diferentes a Pablo, cuyo empeño consistía en complacer a su
Amo, no al obrar para el Señor, sino viviendo para Él.
En el versículo 10 Pablo dice: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos
ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba por las cosas hechas por medio del
cuerpo, según lo que haya practicado, sea bueno o sea malo”. La palabra “porque”
explica el motivo del empeño mencionado en el versículo 9. El tribunal es el lugar donde
Cristo juzgará a Sus creyentes a Su regreso, no con respecto a la salvación eterna de
ellos, sino a su recompensa dispensacional (1 Co. 4:4-5; 3:13-15). La palabra “reciba” es
una palabra técnica que significa recibir salario (Alford). Mientras todavía residamos en
nuestro domicilio, el cuerpo, debemos hacer lo que agrada al Señor, para que seamos
recompensados por el Señor cuando venga.
El versículo 12 dice además: “No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros, sino os
damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que
se glorían en las apariencias y no en el corazón”. La expresión “con qué” denota tener
palabras con las cuales responder a los que se glorían. Literalmente, la palabra griega
traducida “apariencias” es rostros, una referencia a la apariencia de los judaizantes. El
corazón es donde se encuentran la sinceridad y la realidad de las virtudes.
El versículo 13 dice: “Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para
vosotros”. Estar locos para Dios significa estar enloquecidos, como necios, para la gloria
de Dios (Hch. 26:24-25). El éxtasis del apóstol no era un frenesí de locura; era un éxtasis
para Dios y con Dios para Su gloria. Aquí ser cuerdos significa tener dominio propio en
amor, para el bien de otros.
Como hicimos notar, Cristo murió por todos nosotros para que ya no vivamos para
nosotros, sino para Él. La muerte de Cristo no sólo nos salva de la muerte a fin de que ya
no muramos, sino que también hace posible, por medio de Su resurrección, que ya no
vivamos para nosotros mismos, sino para Él.
A. Su empeño
En el versículo 9, Pablo parece decir: “Mi empeño es agradar al Señor. Ya estoy maduro
y listo para ser arrebatado. No me queda más por hacer; pero mientras espero, mi
corazón anhela una sola cosa: agradar a mi Señor. No tengo ningún otro empeño,
propósito o meta. Mi único empeño es complacer al Señor al vivir para Él”.
¿Por qué Pablo en el pasaje 5:9-15 habla de vivir para el Señor y no de vivir por Él,
dedicado a Él, o con Él? Para contestar esta pregunta, nos ayudaría leer Gálatas 2:19,
donde dice: “Porque yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios”. Aunque es
difícil definir la expresión “vivir para Dios”, ella tiene muchas implicaciones. En Gálatas
2:19 Pablo declara que él vive para Dios, no para la ley. Si vivimos para la ley, esto
significa que estamos bajo la ley, que somos dirigidos y gobernados por la ley, y que
tenemos la responsabilidad de cumplir la ley, pero si vivimos para Dios o para el Señor,
esto significa que estamos bajo la dirección y el control del Señor y que queremos
cumplir con Sus requisitos, satisfacer Sus deseos y llevar a su consumación lo que Él ha
propuesto.
En 5:15 Pablo declara: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí,
sino para Aquel que murió por ellos y fue resucitado”. Las personas del mundo viven
para sí, pero en cuanto a nosotros, el amor de Cristo nos constriñe a vivir para Él y no
para nosotros mismos. Vivir para nosotros significa que estamos bajo nuestro propio
control, dirección y gobierno, y que lo único que nos interesa es nuestros objetivos y
metas. Esto no sólo es vivir dedicados a nosotros mismos, sino para nosotros mismos.
Pero los apóstoles, que eran maduros y que estaban listos para ser arrebatados, se
empeñaban únicamente en agradar al Señor al vivir para Él. Ellos se sometían
absolutamente al Señor; eran dirigidos, controlados y gobernados por Él. Todo lo que
hacían tenía como fin cumplir el propósito y deseo del Señor. Por ser personas así, no
vivían para la ley, para sí mismos, ni para nada que no fuese el Señor mismo.
Los que trabajan para cierta empresa tal vez viven para ella con el fin de obtener un
ascenso. En todo lo que hacen, se preguntan qué pensará de ellos su jefe. Por lo tanto,
con relación a su conducta, a su forma de vestir y a la manera en que se cortan el pelo,
viven para la empresa. Incluso cuando escogen un nuevo par de zapatos viven para su
empresa. Al hacer esto, su objetivo es agradar al jefe con miras a recibir un ascenso. Sin
lugar a dudas, un empleado que vive para la empresa avanzará y tendrá éxito. Del
mismo modo, un pastor de cierta congregación tal vez viva para esa congregación. Todo
lo que hace, incluyendo la manera de vestirse, lo hace para esa iglesia. Se da cuenta de
que si no vive en todo sentido para los miembros de esa iglesia, lo podrían despedir de la
posición de pastor.
Pablo no vivía para sí ni para nada que no fuera su Amo, Cristo. Él siempre se ejercitaba
para hacer lo que agradaba al Señor. Él era muy diferente de los rabinos que vivían para
la ley y lo hacían todo con miras a la ley. Como una persona madura y lista para ser
arrebatada, la única meta de Pablo era agradar a su Amo, la persona cuya venida él
esperaba. Pablo procuraba agradar al Señor, no llevando a cabo una obra, sino viviendo
para Él en todos los aspectos de su vida diaria. Asimismo, nosotros hoy en día no
debemos agradarnos a nosotros mismos, sino procurar serle agradables al Señor al vivir
para Él. Todo lo que hagamos, debemos hacerlo para Él. Éste es el asunto vital en este
pasaje de 2 Corintios 5.
Como hice notar, hay empleados que viven para sus empresas. Ahora quisiera ilustrar lo
que es vivir para Cristo usando la experiencia de algunas mujeres que viven para sus
maridos con el deseo de agradarlos. En todo lo que dicen y hacen toman en cuenta a sus
maridos. Toda esposa que viva para su marido de esta manera ciertamente lo agradará.
La manera de complacer a otros es vivir para ellos.
En 1934 visité a algunos creyentes en el sur de China. El amor que sentían por mí los
llevó a preparar cierta clase de pan. Aunque de hecho, hubiera preferido un simple tazón
de arroz, porque los chinos del sur no sabían preparar adecuadamente esa clase de pan.
No obstante, fui constreñido por ellos a comer el pan que habían preparado. Ellos
hicieron algo por mí, mas no lo que a mí me agradaba. Uso esto como ejemplo del hecho
de que muchos cristianos que aman al Señor no viven para el Señor; antes bien, viven
para sí mismos. Ellos son diferentes a Pablo, cuyo empeño consistía en complacer a su
Amo, no al obrar para el Señor, sino viviendo para Él.
El versículo 13 dice: “Porque si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para
vosotros”. Estar locos para Dios significa estar enloquecidos, como necios, para la gloria
de Dios (Hch. 26:24-25). El éxtasis del apóstol no era un frenesí de locura; era un éxtasis
para Dios y con Dios para Su gloria. Aquí ser cuerdos significa tener dominio propio en
amor, para el bien de otros.
Como hicimos notar, Cristo murió por todos nosotros para que ya no vivamos para
nosotros, sino para Él. La muerte de Cristo no sólo nos salva de la muerte a fin de que ya
no muramos, sino que también hace posible, por medio de Su resurrección, que ya no
vivamos para nosotros mismos, sino para Él.
A. Una nueva creación en Cristo
En 2 Corintios 5:16 dice: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie
conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo
conocemos así”. Puesto que los apóstoles concluyeron que la muerte de Cristo, por
medio de la resurrección, hace de todos nosotros un nuevo hombre, un hombre que no
es conforme a la carne, ellos ya no quieren conocer a nadie según la carne. Habían
conocido a Cristo de esa manera, pero ahora ya no lo conocen así.
Conocer a los demás según la carne equivale a conocerlos según la vieja creación,
mientras que conocer a otros según el espíritu equivale a conocerlos según la nueva
creación. Anteriormente, Pablo, como Saulo de Tarso, conocía a Cristo según la carne; lo
tenía como un simple nazareno. Todo el pueblo judío conocía a Cristo de esta manera,
conforme a la carne. Pero Pablo, después de la experiencia que tuvo mientras iba
camino a Damasco, experimentó un cambio en su manera de pensar, en vez de conocer
a Cristo según la carne iba a conocerlo según el espíritu. Además, él aprendió a no
conocer a los santos según la carne, sino según el espíritu.
El versículo 17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas
viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”. Esto confirma lo que se dice en el versículo
16. Los apóstoles ya no conocerían a nadie según la carne, porque el que está en Cristo
es una nueva creación; las cosas viejas de la carne pasaron por medio de la muerte de
Cristo, y todas son hechas nuevas en la resurrección de Cristo. Estar en Cristo significa
ser uno con Él en vida y naturaleza. Esto proviene de Dios a través de nuestra fe en
Cristo (1 Co. 1:30; Gá. 3:26-28).
Las palabras “he aquí son hechas nuevas” son en efecto un llamamiento a observar el
cambio maravilloso de la nueva creación. Aquí lo hecho nuevo son todas las cosas viejas.
Pablo, por una parte, consideraba a los corintios la vieja creación, porque seguían
viviendo en la carne. No obstante, por otra parte, los consideraba la nueva creación,
porque sabía que ellos estaban en Cristo. Por estar ellos en Cristo, las cosas viejas
habían pasado, y ellos eran una nueva creación.
B. Se les encomienda
el ministerio de la reconciliación
El versículo 18 dice: “Mas todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo
por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”. La palabra “todo” alude a todas
las cosas positivas mencionadas en los versículos del 14 al 21, de las cuales Dios es
Originador e Iniciador. Proviene de Dios el hecho de que Cristo haya muerto para
salvarnos de la muerte a fin de que vivamos para Él; proviene de Dios el que hayamos
llegado a ser una nueva creación en Cristo; proviene de Dios el que Cristo haya sido
hecho pecado por causa nuestra para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
Él; proviene de Dios el hecho de que Él haya reconciliado consigo al mundo; y proviene
de Dios el que los apóstoles sean embajadores de Cristo, quienes tienen la comisión de
representarlo para reconciliar a los hombres con Dios, a fin de que éstos sean hechos
justicia de Dios y nueva creación para el cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Pablo tenía la certeza de que los apóstoles habían sido plenamente reconciliados con
Dios. Ellos habían experimentado ambos pasos de la reconciliación y, por lo tanto, se
encontraban en el Lugar Santísimo. Dios los había reconciliado consigo por medio de
Cristo y les había dado el ministerio de la reconciliación. Puesto que ellos habían vuelto
a Dios, tenían el ministerio de reconciliar a otros con Dios. En esta epístola, Pablo no
procuraba reconciliar con Dios a los pecadores; más bien procuraba ayudar a los
creyentes a experimentar plenamente la reconciliación. Él no procuraba sacarlos del
atrio para introducirlos en el tabernáculo, sino sacarlos del Lugar Santo, donde se
habían quedado, e introducirlos en el Lugar Santísimo.
En el versículo 19, Pablo declara: “A saber, que en Cristo Dios estaba reconciliando
consigo al mundo, no imputándoles a los hombres sus delitos, y puso en nosotros la
palabra de la reconciliación”. “La palabra de la reconciliación” es la palabra que se da
para el ministerio (v. 18).
En el versículo 20, Pablo añade: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo,
exhortándoos Dios por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios”. El hecho de que Pablo usa la palabra “embajadores” indica que a
los apóstoles se les ha encomendado un ministerio específico, el de representar a Cristo
con miras a llevar a cabo el propósito de Dios.
En el versículo 19, el mundo es reconciliado con Dios, mientras que en el versículo 20,
los creyentes, los que ya han sido reconciliados con Dios, deben ser reconciliados con Él
de una manera más profunda. Esto indica claramente que se requieren dos pasos para
que los hombres sean completamente reconciliados con Dios. El primer paso es
reconciliar a los pecadores con Dios, separándolos del pecado. Con este propósito Cristo
murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3), para que Dios los perdonara. Éste es el aspecto
objetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto, Él llevó nuestros pecados en la cruz
para que Dios los juzgara en Él por causa de nosotros. El segundo paso consiste en
reconciliar con Dios a los creyentes que viven en la vida natural y así salvarlos de la
carne. Con este propósito murió Cristo por nosotros, las personas, para que vivamos
para Él en la vida de resurrección (2 Co. 5:14-15). Éste es el aspecto subjetivo de la
muerte de Cristo. En este aspecto, Él fue hecho pecado por nosotros para que nosotros
fuéramos juzgados y eliminados por Dios, a fin de que fuésemos hechos justicia de Dios
en Él. Por medio de los dos aspectos de Su muerte, Él reconcilió completamente con
Dios al pueblo escogido de Dios.
Hemos indicado que estos dos pasos de reconciliación son representados claramente
por los dos velos del tabernáculo. El primer velo es llamado “la rejilla” (Ex. 26:37, lit.).
Un pecador que era llevado a Dios, mediante la reconciliación de la sangre expiatoria,
entraba en el Lugar Santo pasando esa rejilla. Esto tipifica el primer paso de la
reconciliación. El segundo velo (Ex. 26:31-35; He. 9:3) todavía lo separaba de Dios,
quien está en el Lugar Santísimo. Este velo tenía que ser rasgado para que el pecador
pudiera ser llevado a Dios en el Lugar Santísimo. Este es el segundo paso de la
reconciliación. Los creyentes corintios habían sido reconciliados con Dios, habiendo
pasado el primer velo y entrado en el Lugar Santo; no obstante, todavía vivían en la
carne y necesitaban pasar el segundo velo, el cual ya había sido rasgado (Mt. 27:51; He.
10:20), para entrar en el Lugar Santísimo y vivir con Dios en su espíritu (1 Co. 6:17). La
meta de esta epístola era llevarlos allí para que fueran personas que vivían en el espíritu
(1 Co. 2:14), en el Lugar Santísimo. Esto es lo que quiere decir el apóstol cuando dice:
“Reconciliaos con Dios”. En esto consistía el presentarlos perfectos en Cristo (Col. 1:28).
Quisiera recalcar el hecho de que las palabras “reconciliaos con Dios” de 5:20 fueron
dirigidas a creyentes que ya estaban en el Lugar Santo, y no a rebeldes y pecadores que
se hallaban en el atrio. Es como si Pablo les dijera: “Corintios, queridos creyentes de
Cristo, necesitáis ser reconciliados con Dios más profundamente. Tal vez vosotros digáis
que ya fuisteis reconciliados con Dios, y efectivamente, lo fuisteis, pero a medias. Habéis
dado el primer paso de la reconciliación. Ahora debéis avanzar al segundo paso y ser
plenamente reconciliados con Dios. Ya fuisteis reconciliados con Dios en el sentido de
haber pasado del atrio al Lugar Santo, pero Dios no se encuentra en el Lugar Santo, sino
en el Lugar Santísimo. Vosotros ya fuisteis reconciliados con Dios al pasar por un velo,
pero todavía existe otro velo que os separa de Dios. Este velo es vosotros mismos,
vuestra carne, vuestra vida natural. Como ya os dije, vosotros los corintios seguís siendo
carnales. Mientras permanezcáis en la carne, no estáis en el Lugar Santísimo. Puesto
que el velo de la carne, el velo de la vida natural, permanece con vosotros, todavía no
estáis en el Lugar Santísimo. Corintios, mi carga es ayudaros a daros cuenta de que este
segundo velo ya fue rasgado y que vosotros debéis negarse a vuestra carne y crucificarla.
Por tanto, a vosotros que habéis sido parcialmente reconciliados con Dios, os dirijo estas
palabras: reconciliaos plenamente con Dios”.
C. La base de la reconciliación
El versículo 21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”. Pablo tuvo la osadía como para afirmar
que Dios hizo a Cristo pecado por nosotros. Dado que Cristo lo sabe todo, entonces
¿cómo pudo decir Pablo que Cristo no conoció pecado? Él no conoció pecado ni por
contacto directo ni por experiencia personal (véase Jn. 8:46; 1 P. 2:22; He. 4:15; 7:26).
En la Biblia, la palabra “conocer” a menudo tiene un sentido más profundo que un mero
conocimiento mental. Según Mateo 7:23, el Señor Jesús dirá un día a aquellos que hacen
iniquidad: “Nunca os conocí”. Por supuesto, esto no significa que el Señor no tenía
conocimiento de ellos. Vemos el mismo principio en 2 Corintios 5:21. Por experiencia,
por contacto directo, el Señor Jesús no tuvo nada que ver con el pecado, y no conoció
pecado.
El pecado provino de Satanás, quien se rebeló contra Dios (Is. 14:12-15), entró en el
hombre (Ro. 5:12), e hizo que el hombre no sólo fuera pecador, sino el pecado mismo
bajo el juicio de Dios. Por consiguiente, cuando Cristo se hizo un hombre en la carne
(Jn. 1:14), Él fue hecho pecado (no pecaminoso) por causa nuestra para ser juzgado por
Dios (Ro. 8:3), con la finalidad de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.
Si hemos de entender lo que significa decir que Dios hizo a Cristo pecado por nosotros,
debemos leer Juan 1:14 y Romanos 8:3. Juan 1:14 declara que el Verbo, quien es Dios
mismo, se hizo carne, la cual se refiere al hombre caído. Cuando Cristo se hizo hombre,
el hombre ya había caído, y este hombre caído es la carne. Por lo tanto, cuando Cristo se
hizo hombre, Él se hizo carne. Cuando unimos Juan 1:14 y 2 Corintios 5:21, vemos que
cuando Cristo se hizo carne, Él fue hecho pecado. A los ojos de Dios, nosotros, la carne
caída, somos efectivamente el pecado. No sólo somos pecaminosos y pecadores, sino que
somos el pecado mismo. Puesto que Cristo se hizo carne, en este sentido Él fue hecho
pecado por nosotros.
Para experimentar nosotros el primer paso de la reconciliación, Cristo tuvo que morir
por nuestros pecados, y en 1 Corintios 15:3, Pablo declara: “Cristo murió por nuestros
pecados”, pero para ser nosotros reconciliados con Dios de una manera más profunda,
de una manera completa, Cristo tuvo que morir también por nosotros, y no solamente
por nuestros pecados. El hecho de que Cristo murió a por nuestros pecados es una cosa,
pero el que Él murió por nosotros es otra. Cristo murió por nuestros pecados para que
Dios nos perdonara de ellos y nos los quitara. Cristo también murió por nosotros para
darnos fin. El hecho de que Cristo murió por nuestros pecados cumple el primer paso de
la reconciliación, mientras que Su muerte por nosotros cumple el segundo paso.
Pablo tiene presente este segundo paso cuando dice: “Uno murió por todos” (5:14).
Según este versículo, Cristo no murió por los pecados, sino por las personas. El aspecto
objetivo de la muerte de Cristo incluye el hecho de que Él murió por nuestros pecados,
mientras que el aspecto subjetivo de Su muerte incluye el hecho de que Él murió por
nosotros, lo cual hace posible que nosotros los creyentes seamos reconciliados
plenamente con Dios. El aspecto objetivo de Su muerte también incluye el hecho de que
Cristo llevó nuestros pecados, mientras que el aspecto subjetivo trata de que Él mismo
llegó a ser pecado. Hoy entre los cristianos se enseña bastante acerca de que Cristo
murió por nuestros pecados y de que Él llevó nuestros pecados, pero se habla muy poco
de que Cristo fue hecho pecado por nosotros.
Puesto que nosotros, los seres humanos caídos, somos pecado, esto significa que en
realidad Cristo, quien fue hecho pecado, llegó a ser nosotros mismos. El aspecto
subjetivo de la muerte de Cristo pone fin a nosotros. Según Romanos 8:3, Dios condenó
el pecado en la carne, lo cual significa que Él nos condenó a nosotros; Él condenó al
hombre natural. Además, el velo, el hombre natural, la vida natural, la carne, fue
rasgado por medio del aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. Cuando el pecado fue
condenado y el velo fue rasgado, fuimos aniquilados. Como resultado, se quitó el
segundo velo y fuimos plenamente reconciliados con Dios. Por consiguiente, no
debemos permanecer en el Lugar Santo; debemos avanzar al Lugar Santísimo. Además,
ya no debemos conocernos unos a otros según la carne, sino que debemos conocernos
según el espíritu.
En este capítulo, Pablo desea mostrarnos que los apóstoles, como ministros del nuevo
pacto, son aquellos que, espontánea y completamente, pueden hacer volver a otros a
Dios. Me gustaría pedirles que comparen la situación de los ministros del nuevo pacto
con lo que existe entre los cristianos de hoy. Algunos son devueltos a Dios en teoría
solamente, pues permanecen en el atrio. Otros se hallan en una mejor situación: han
sido devueltos a Dios y están ahora en el Lugar Santo. Todo verdadero cristiano que ha
sido salvo, lavado por la sangre y regenerado por el Espíritu, ha sido introducido en el
Lugar Santo. A pesar de esto, muchos siguen viviendo en la carne, en la vida natural, e
incluso algunos aún viven en pecados viles. Los que se encuentran en el atrio pueden
introducir a otros al atrio, y no más allá. Asimismo, los cristianos genuinos que están en
el Lugar Santo han sido llevados allí por algunos que ya estaban en el Lugar Santo. Han
sido reconciliados con Dios hasta ese punto, mas no completamente. ¿Hasta dónde
puede llevar usted a otra persona? ¿Cuán cerca de Dios puede llevar usted a los demás?
Esto depende de cuánto usted haya sido reconciliado con Él. Aquellos que usted ha
llevado a Dios no pueden ir más allá del lugar donde usted se encuentra. Así que, si
usted ya entró al Lugar Santo, podrá llevar a otras personas allí, y si se encuentra a la
entrada del Lugar Santo, podrá llevar a otros a la entrada, pero si está en el centro del
Lugar Santo, podrá llevar a otros allí. Lo que queremos decir en esencia es que
solamente podemos llevar a otros al lugar donde nosotros hemos llegado.
Éste es el pensamiento de Pablo en el capítulo cinco. Aquí Pablo parece decir: “Nosotros,
los apóstoles, hemos sido introducidos en el Lugar Santísimo. Dios nos ha reconciliado
plenamente consigo. Por tanto, Él nos da espontáneamente el encargo de reconciliar
consigo a los demás de una manera completa. Por haber sido reconciliados con Él a este
grado, podemos ayudar a otros a ser reconciliados al mismo grado”.
Los ministros del nuevo pacto han sido reconciliados con Dios completamente. Todos
los velos han sido eliminados, y no existe nada entre ellos y Dios. Han sido
completamente reconciliados con Dios, y el Dios Triuno se ha forjado plenamente en
ellos. Se comportan conforme a su constitución: llevan una vida crucificada que
manifiesta la verdad e irradia el evangelio, son maduros y están listos para ser
arrebatados. Su única meta, su único empeño, es agradar al Señor al vivir para Él. Ellos
son personas que pueden hacer volver a otros a Dios de una manera completa. Por estar
en el Lugar Santísimo, pueden traer allí a otras personas.
Finalmente, aquellos que han sido devueltos a Dios en el Lugar Santísimo, disfrutarán a
Cristo a lo sumo y aun llegarán a ser justicia de Dios en Él. Pablo menciona esto en 5:21,
donde dice: “Para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”. La justicia
proviene de Dios para Su administración (Sal. 89:14; 97:2; Is. 32:1). Esta justicia es
Cristo como nuestra justicia (Fil. 3:9; 1 Co. 1:30), quien nos hace justicia de Dios en Él,
no solamente justos delante de Dios. Por medio de la obra redentora de Cristo, el
hombre, quien es un pecador e incluso el pecado mismo, es hecho justicia de Dios,
siendo reconciliado con el Dios justo, y también una nueva creación que vive para Dios
con miras a Su propósito eterno. Los apóstoles tienen la comisión de ministrar a este
Cristo, junto con todos los resultados gloriosos de Su logro maravilloso, a Sus creyentes,
quienes son los miembros que forman Su Cuerpo. ¡A Él sea la gloria y la alabanza para
siempre!
La expresión “en Él” significa en unión con Cristo, no sólo en cuanto a posición, sino
también orgánicamente en resurrección. Nosotros éramos enemigos de Dios (Col. 1:21)
por haber llegado a ser pecado, el cual provino de Satanás, quien se rebeló contra Dios.
Cristo fue hecho pecado por nosotros al hacerse uno con nosotros por medio de la
encarnación. Dios lo condenó en la carne como pecado en nuestro lugar, por medio de
Su muerte, a fin de que fuésemos uno con Él en Su resurrección y fuésemos justicia de
Dios. Por esta justicia, nosotros, los enemigos de Dios, pudimos ser reconciliados con
Dios (2 Co. 5:18-20; Ro. 5:10).
En la unión orgánica con Cristo, aquellos que han sido devueltos totalmente a Dios son
hechos justicia de Dios. Ellos no sólo llegan a ser justos, sino que ellos mismos son la
justicia de Dios. Esto significa que no sólo llegan a ser personas justas, sino que llegan a
ser la justicia misma.
Dios desea tener un pueblo en la tierra que no solamente sea justo; Él desea un pueblo
que, a los ojos de Dios, del diablo, de los ángeles y de los demonios, sea la justicia misma
de Dios. Ser hecho justo ante Dios es una cosa, y ser la justicia de Dios es otra muy
distinta. Llegar a ser la justicia de Dios es el disfrute más elevado que podemos tener del
Dios Triuno en Cristo.
En Adán, caímos tan bajo que llegamos a ser pecado. No solamente éramos
pecaminosos ante Dios, sino que nos convertimos en el pecado mismo. Pero ahora en
Cristo, habiendo sido devueltos completamente a Dios, podemos disfrutar a Cristo hasta
el punto de ser, en Él, la justicia de Dios. ¡Qué salvación! ¡Qué reconciliación! Disfrutar
esto equivale a estar en la cumbre de la salvación de Dios, a estar en la cumbre de
nuestra santa Sion.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE QUINCE
(1)
Nuestro Dios siempre está progresando. Por esta razón, no debemos permanecer en el
ayer ni intentar vivir en el mañana, sino que debemos vivir en el hoy. Los que llevan una
vida cristiana normal no tienen ayer, ni tampoco mañana. Nosotros sólo tenemos hoy.
Por esta razón la Biblia dice: “Entre tanto que se dice: ‘Hoy’ ” (He. 3:13). Dios no es el
Dios de ayer ni el Dios de mañana; Él es el Dios de hoy. A diario Dios avanza, sigue
adelante. Por tanto, debemos estar abiertos a lo que Él habla hoy, pues Su palabra es Su
mover.
El título de este mensaje es: “Un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la
iglesia”. ¡Cuán maravilloso es vivir a Cristo por causa de la iglesia! No creo que ninguno
de nosotros, antes de 1980, haya conocido la expresión “vivir a Cristo por causa de la
iglesia”. Esta expresión la empezamos a usar recientemente. Sin embargo, no sólo nos
interesa el vivir a Cristo por causa de la iglesia; además, queremos ver el modelo de una
persona que vivió así. Pablo es un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la
iglesia.
UN LIBRO QUE HABLA DE VIVIR A CRISTO
POR CAUSA DE LA IGLESIA
En 1 Corintios vemos el tema de vivir a Cristo por causa de la iglesia, pero sólo en 2
Corintios encontramos el modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia.
Quisiera pedirles que consideren lo que se revela en los dieciséis capítulos de 1
Corintios. Estos capítulos revelan cómo disfrutar a Cristo, cómo tomar a Cristo como
nuestra vida, cómo vivir a Cristo de tal manera que podamos experimentar la realidad
de la iglesia y Cristo pueda obtener la realidad de Su Cuerpo, el cual ha de cumplir el
propósito eterno de Dios. Pocos de los que leen la Biblia se han dado cuenta de que 1
Corintios es un libro que habla de vivir a Cristo por causa de la iglesia.
LA SOLUCIÓN ÚNICA
Cristo es el antibiótico celestial y divino que mata los microbios negativos que hay en
nosotros. Debido a la caída, estos microbios se introdujeron en nuestra vida familiar y
también en la vida de iglesia. En 1 Corintios se revela que la iglesia en Corinto había sido
invadida por estos microbios negativos, lo cual resultó en ruina y corrupción. Cristo es el
único “antibiótico” que puede acabar eficazmente con estos microbios. Por tanto, en los
diez primeros capítulos de 1 Corintios, vemos al Cristo que es el factor, el elemento, la
“medicina”, que resuelve todos los problemas de la vida humana y que cura las
enfermedades de la vida de iglesia.
NUESTRA PORCIÓN
Repasemos los capítulos del uno al diez de 1 Corintios para ver lo que dicen acerca de
Cristo y de cómo Él es el antibiótico que sana todas las enfermedades de la iglesia.
Primero, Cristo es nuestra única porción, la persona a cuya comunión nos llamó Dios (1
Co. 1:2, 9). En 1 Corintios 1:2 se dice que Cristo es de “ellos y nuestro”. El versículo 9
dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo
nuestro Señor”. Puesto que Dios nos llamó a la comunión de Su Hijo, el Hijo es ahora
nuestra porción.
En 1 Corintios 1:30 vemos algunos aspectos de esta porción: “Mas por El estáis vosotros
en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y
santificación y redención”. Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios (1 Co. 1:24).
Puesto que Cristo es la sabiduría que se nos da a nosotros de parte de Dios, Él llega a ser
nuestra justicia, santificación y redención diarias. A diario podemos disfrutar a Cristo
como nuestra justicia. Si lo disfrutamos de esta manera, podremos declarar: “Ángeles y
demonios, y todos los seres humanos, yo estoy bien con Dios y con los hombres. Estoy
bien con mi familia y con todos mis hermanos y hermanas que están en la iglesia. Éste
es mi testimonio porque a diario Cristo es mi justicia”.
En el capítulo dos de 1 Corintios vemos que Cristo, Aquel que es misterioso, es las
profundidades de Dios. Si queremos discernirlo y conocerlo, debemos ser espirituales,
debemos ejercitar el espíritu y vivir en el espíritu. Si somos anímicos, o sea, si vivimos
en el alma, no podremos conocerle. Únicamente viviendo en el espíritu y ejercitando
nuestro espíritu, podremos conocer a Cristo y experimentarlo.
UN FUNDAMENTO VIVO
A medida que el fundamento crece en nosotros, este crecimiento produce oro, plata y
piedras preciosas, es decir, los materiales necesarios para la edificación de la iglesia.
Esto es experimentar a Cristo, disfrutar a Cristo y participar de Cristo para que seamos
transformados para la obra de edificación. De esta manera se obtienen los materiales
preciosos para la edificación del Cuerpo. Esto es vivir a Cristo por causa de la iglesia.
NUESTRO BANQUETE
MIEMBROS DE CRISTO
En el capítulo seis vemos que Cristo es el Espíritu y que somos un solo espíritu con Él (1
Co. 6:17). Un día el Espíritu nos saturará y hará que incluso nuestros cuerpos físicos
sean miembros de Cristo. Esto significa que no sólo nuestro espíritu está unido
orgánicamente con Él, sino que incluso nuestros cuerpos llegarán a ser miembros de
Cristo. Aun nuestro cuerpo es injertado a Cristo.
A menudo pensamos que nuestro cuerpo físico es la carne, llena de concupiscencia. Esto
es cierto cuando vemos el cuerpo desde el punto de vista de la caída; pero según la plena
salvación que Cristo efectúa, la cual incluye la transformación metabólica, nuestro
cuerpo está injertado en Cristo y llega a ser miembro de Cristo. Cuando vi eso, me puse
muy contento y declaré: “¡Oh Señor Jesús, aleluya! No sólo soy un miembro Tuyo en mi
espíritu, sino que aun mi cuerpo es miembro Tuyo. ¡Mi cuerpo es parte Tuya, un
miembro de Cristo!” ¿Cree usted que su cuerpo es un miembro de Cristo? Todos
debemos creer esto. Cuanto más lo creamos, más el Espíritu que mora en nosotros
saturará nuestro cuerpo y lo unirá orgánicamente a Cristo.
Además, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. A menudo declaramos que
nuestro espíritu es la morada de Dios. Generalmente decimos que el templo de Dios está
en nuestro espíritu. Pero 1 Corintios 6:19 indica claramente que nuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo.
¿Cómo puede ser nuestro cuerpo miembro de Cristo por una parte y templo del Espíritu
Santo por otra? La respuesta a esto se halla en 1 Corintios 6:17: “Pero el que se une al
Señor, es un solo espíritu con El”. Puesto que somos un solo espíritu con el Señor,
nuestro cuerpo llega a ser miembro de Cristo. Además, debido a que somos un solo
espíritu con el Señor, nuestro cuerpo aun llega a ser templo del Espíritu Santo. Esto va
más allá de la redención o de la santidad. Esto significa que todo nuestro ser se une a
Dios y es hecho Su templo. Todo nuestro ser se une a Cristo, y nuestro cuerpo llega a ser
miembro de Cristo.
En 1 Corintios 6:15-20 se ve al Dios Triuno y al hombre tripartito. En todo nuestro ser —
espíritu, alma y cuerpo— estamos unidos al Dios Triuno. Ahora el Dios Triuno está
relacionado con nuestro ser tripartito. Éste es Cristo como el factor que nos sana de
todas las enfermedades espirituales. Cuando permitimos que el Dios Triuno llegue a las
tres partes de nuestro ser, llegamos a ser santos genuinos. Llegamos a ser más santos
que incluso los ángeles.
Para poder entender los escritos de Pablo, debemos conocer el espíritu de Pablo y sentir
la carga que llevaba en su espíritu. También debemos percibir el concepto profundo de
Pablo. Las epístolas de Pablo siempre están relacionadas con su concepto, su carga y su
espíritu. En 1 Corintios, él tenía algunos conceptos acerca de la iglesia que estaba en
Corinto. Además, en su espíritu estaba la carga de mandar una carta a la iglesia de allí.
En el capítulo seis, el concepto de Pablo era que los creyentes corintios debían saber que
ellos eran un solo espíritu con el Señor y que sus cuerpos debían ser empapados y
saturados del Espíritu, de modo que llegaran a ser miembros de Cristo y templo del
Espíritu Santo. Pablo sentía la carga de que el Dios Triuno se apoderara de los corintios
hasta poseerlos por completo. En esto consiste la carga de Pablo en 1 Corintios 6.
El capítulo diez revela que el mismo Cristo que es nuestra porción, que es nuestra
justicia, santificación y redención diarias, que es uno con nosotros al grado de hacer de
nuestros cuerpos miembros Suyos y templo del Espíritu Santo, se ha dado a nosotros
para ser nuestra comida y nuestra bebida. Cristo se dio a Sí mismo a nosotros como
nuestra comida y nuestra bebida para que lo disfrutemos.
Cristo se dio a Sí mismo a nosotros por medio de Su muerte. El hecho de que la sangre
esté separada del cuerpo muestra la senda de la muerte. Cada vez que la sangre está
separada del cuerpo, eso indica muerte. Cristo murió en la cruz, derramando Su sangre
y sacrificando Su cuerpo, no sólo con el propósito de redimirnos, sino también con
miras a darse a Sí mismo a nosotros. Ahora, cuando acudimos a la mesa del Señor, lo
comemos a Él y lo bebemos. Comer y beber implica recibir. Cada vez que bebemos o
comemos algo, lo recibimos, lo ingerimos. Cristo se dio a Sí mismo a nosotros, y ahora lo
estamos recibiendo. ¡Aleluya por este disfrute de Cristo!
El rico Cristo revelado en 1 Corintios es el factor único que soluciona todos los
problemas que surgen en la vida humana. Si disfrutamos plenamente a este Cristo, no
tendremos ningún problema. Todo problema quedará resuelto, porque tendremos la
solución única a todos los problemas. La segunda epístola a los corintios indica que las
enfermedades de los corintios fueron sanadas por la “medicina” que Pablo ministró en
su primera epístola. En capítulo tras capítulo, Pablo les “inyectó” a Cristo. Como
resultado, los corintios empezaron a llevar una vida humana apropiada. Esa vida
humana es una vida que vive a Cristo.
Si no vivimos a Cristo, no podremos llevar una vida humana apropiada. Podemos llevar
una vida así únicamente al recibir a Cristo y al vivirlo. La meta de esta clase de vivir es la
iglesia. Debemos vivir a Cristo por causa de la iglesia.
La administración divina se lleva a cabo por medio de una iglesia que se somete a la
autoridad de Cristo y de Dios. Bajo esta autoridad, los miembros del Cuerpo funcionan
usando sus dones. Ésta es la operación que lleva a cabo la administración de Dios, lo
cual sólo se puede llevar a cabo en la vida de resurrección. En la esfera de la
administración divina, primero tenemos la autoridad de la Cabeza, luego el Cuerpo,
después las funciones de los miembros con sus dones y después la vida de resurrección.
La resurrección es Cristo hecho Espíritu vivificante. Este Espíritu, la realidad del Cristo
resucitado, es la resurrección. Antes de que el Señor Jesús fuera crucificado y
resucitado, Él dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). Por
consiguiente, la resurrección es una persona viva, el Cristo maravilloso. En esta
resurrección, el Cuerpo funciona sometido a la autoridad con miras a llevar a cabo la
administración de Dios.
El último tema tratado en 1 Corintios es la colecta para los santos necesitados. Como lo
declara Pablo, las ofrendas se daban en el primer día de cada semana. El primer día de
la semana, el día del Señor, era una señal, un símbolo, del Cristo resucitado. El día
sábado, el séptimo día de la semana, era una señal de Dios el Creador. Ahora el primer
día simboliza que el Dios Triuno se procesó en resurrección para llegar a ser el Espíritu
vivificante y todo-inclusivo.
Hoy nuestro Dios no es el Dios del séptimo día, quien es el Dios judío. Nuestro Dios es el
Dios del primer día de la semana, lo cual significa que Él es Dios no solamente con
relación a la creación, sino mucho más, Él es Dios con respecto a la resurrección. Ahora
tenemos a Dios no solamente con relación a la creación, sino también con respecto a la
resurrección. Al Dios de la creación se le adora, mientras que al Dios de la resurrección,
además de adorársele, se le disfruta. Los judíos saben adorar únicamente a Dios el
Creador, pero nosotros disfrutamos a nuestro Dios Triuno, quien es el Espíritu
vivificante. El Dios de la resurrección se nos da a nosotros para que lo disfrutemos.
En principio, todo lo que hagamos en la vida de iglesia se debe hacer en el primer día de
la semana. Esto significa que todo debe ser hecho en resurrección. Si en nuestra
experiencia vivimos a Cristo y lo disfrutamos, Él será resurrección para nosotros todos
los días. Entonces cada día será el primer día de la semana.
El primer día no simboliza un día, sino al Dios Triuno, quien, habiéndose procesado,
llegó a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo a quien podemos disfrutar. Ahora
podemos disfrutar este Espíritu, y al disfrutarlo, estamos en el primer día de la semana.
Esto tiene como fin que se lleve a cabo la administración de Dios.
LA NECESIDAD DE UN MODELO
El libro de 1 Corintios habla de que uno debe vivir a Cristo por causa de la iglesia, y nos
dice cómo hacerlo. A lo largo de los siglos, el pueblo del Señor no se ha dado cuenta de
que 1 Corintios nos exhorta a vivir a Cristo por causa de la iglesia. Los creyentes no han
conocido este lenguaje porque no han tenido la experiencia espiritual que lo produce. El
lenguaje con sus palabras y expresiones satisface las necesidades de la experiencia. Por
ejemplo, hace muchos años no existía la palabra computadora. Pero después de que se
inventó la computadora, fue necesario un término para describirla. ¡Aleluya por nuestra
nueva experiencia espiritual! Según esta experiencia, debemos vivir a Cristo por causa
de la iglesia. Puedo testificar que todo mi ser está ocupado en esto. No tengo espacio
para ninguna otra cosa. Cada uno de mis mensajes es el fruto de esta experiencia.
Exteriormente, tal vez me ocupe de muchas cosas, pero en lo profundo de mi ser estoy
siempre ocupado en vivir a Cristo por causa de la iglesia.
Puedo testificar que antes de dar este mensaje, no sabía con claridad lo que debía
hablar, y oré de esta manera: “Señor, estamos abiertos a Ti. No hemos tomado ninguna
decisión en cuanto a este mensaje. Señor, no sabemos lo que quieres que digamos.
Dirígenos y guíanos, Señor. Infunde en nosotros Tus pensamientos y Tu sentir”. Luego,
en lo profundo de mi ser, empecé a sentir que debía hablar acerca del modelo de uno
que vive a Cristo por causa de la vida de iglesia.
Hemos recalcado que 1 Corintios revela que debemos vivir a Cristo por causa de la
iglesia, pero sólo en 2 Corintios vemos el modelo de uno que vive a Cristo por causa de la
iglesia. La maravillosa y admirable revelación contenida en 1 Corintios necesita el
modelo presentado en 2 Corintios. Por consiguiente, Pablo, después de escribir la
primera epístola, escribió la segunda con el fin de mostrar a los creyentes de Corinto el
modelo de una persona que vive a Cristo por causa de la iglesia. En el siguiente mensaje
estudiaremos los detalles de dicho modelo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE DIECISÉIS
(2)
UN TESTIMONIO PERSONAL
Pablo inicia cada una de sus epístolas de una manera distinta. Por ejemplo, la manera en
que empieza Romanos difiere de la manera en que inicia Efesios. La epístola de 2
Corintios empieza también de una manera particular. Después de que Pablo presenta los
saludos y después de hablar de la paz en 1:1 y 2, él sigue adelante, pero no habla de algo
doctrinal ni presenta una revelación, sino que da un testimonio personal. En 1:8 él
declara: “Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que
nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras
fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de vivir”. Es como si Pablo dijera:
“Creyentes corintios, quisiera daros mi testimonio acerca de la manera en que vivo a
Cristo por causa de la iglesia. Cuando estuvimos en Asia, fuimos abrumados
sobremanera y muy presionados. Fuimos presionados más allá de nuestras fuerzas, más
allá de nuestra capacidad de resistir la opresión, de tal modo que aun perdimos la
esperanza de vivir. Nos era muy claro que íbamos a morir”. En esto no hay nada
doctrinal. Por el contrario, Pablo da un testimonio. Este testimonio forma parte del
modelo.
EL DIOS DE LA RESURRECCIÓN
En 1:9 Pablo añade: “De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para
que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos”.
Puesto que los apóstoles sabían que iban a morir, no depositaron ninguna confianza en
sí mismos; pusieron su confianza en Dios.
El Dios en quien confiaban ellos no era simplemente el Creador de los cielos y la tierra;
más bien, ellos confiaban en el Dios de la resurrección, el Dios que resucita a los
muertos. Aquí Pablo no dice: “Invoco de testigo al Dios que creó los cielos y la tierra”.
En el versículo 9, Pablo no se refiere al Dios de la creación, sino al Dios de la
resurrección.
La expresión “sencillez de Dios” implica que Dios mismo es esta sencillez. Asimismo, la
expresión “sinceridad de Dios” significa que Dios mismo es esta sinceridad. En 1:12
Pablo no habla de su sencillez y sinceridad humanas, pues Dios mismo era su sencillez y
sinceridad.
LA GRACIA DE DIOS
En 1:12 Pablo dice también que él no se conducía con sabiduría carnal, sino con la gracia
de Dios. La gracia es el Dios Triuno procesado. En 1 Corintios se revela que el Dios
Triuno se procesó para llegar a ser el Espíritu vivificante que podemos disfrutar. Este
disfrute que tenemos del Dios Triuno procesado es la gracia.
En 1 Corintios 15:10 Pablo dice: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia
para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero
no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. En este versículo y en 2 Corintios 1:12, la
expresión “la gracia de Dios” indica que la gracia es de hecho Dios mismo. La gracia de
Dios es Dios mismo. Por consiguiente, la gracia no es algo que pertenece a Dios; la
gracia es el propio Dios.
Además, esta gracia no es el Dios que no ha sido procesado, sino el propio Dios Triuno
que está en resurrección. La gracia no es el Dios que se revela en Génesis 1, sino el Dios
revelado en las epístolas de Pablo. El Dios que se revela en el ministerio de Pablo no es
meramente el Dios de la creación, sino también el Dios que está en resurrección. La
resurrección supone los procesos de encarnación, vivir humano y crucifixión. Después
de pasar por este proceso, el Dios Triuno entró en resurrección. Por tanto, cuando
decimos que Dios es el Dios de la resurrección, dejamos implícito el proceso por el cual
Él pasó.
Cristo pasó por la encarnación, por un vivir humano de treinta y tres años y medio y por
la crucifixión, la cual duró seis horas. Después de morir, fue colocado en una tumba.
Luego, fue al Hades, donde hizo un viaje por el dominio de la muerte. Después de eso,
salió en resurrección. Ahora Él no sólo es el Dios de la creación, sino también el Dios de
la resurrección. Este Dios procesado es ahora nuestra gracia. ¡Cuán contento estoy de
estar en Él! Él es mi disfrute, mi banquete, mi descanso, mi fuerza. Éste es mi Dios.
En el versículo 17 Pablo dice: “Así que, teniendo esta intención, ¿procedí acaso con
inconstancia? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí sí, sí
y no, no?” Pablo no era ni diplomático ni inconstante. Él no era la clase de persona que
decía que sí en un momento dado y que al poco tiempo cambiaba su respuesta y decía
que no. Para Pablo, el sí era sí y el no era no. Todo lo que decidía hacer, lo decidía siendo
uno con el Cristo inmutable del Dios fiel.
Pablo era completamente uno con Cristo, con el Ungido de Dios. Por eso podía decir:
“Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es sí y no. Porque el Hijo de Dios,
Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y
Timoteo, no ha sido sí y no; mas nuestra palabra ha sido sí en El” (vs. 18-19).
En los versículos 20 y 21, Pablo dice además: “Porque para cuantas promesas hay de
Dios, en El está el Sí, por lo cual también a través de El damos el Amén a Dios, para la
gloria de Dios por medio de nosotros. Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a
Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. Cristo es el Ungido de Dios, y Pablo estaba
firmemente adherido a Él. Este Cristo es el Cristo inmutable del Dios fiel. Pablo, por ser
una persona que vivía a Cristo, era uno con el Cristo inmutable del Dios fiel. Si
deseamos vivir a Cristo, nosotros también debemos mantenernos unidos a Él.
Pablo podía decir de sí mismo: “Soy una persona que siempre es uno con Cristo. Cristo
no es sí y no, sino que en Él es el Sí. Si vosotros decís que sí y que no, no estáis viviendo
a Cristo. En Cristo está el Sí. Cada vez que Él dice que sí, es sí para siempre; Él no
cambia, y soy uno con este Cristo inmutable. Cuando decidí ir a visitaros, lo hice unido a
Él. No hice esto en mí mismo ni por mí mismo. En unidad con Cristo, tomé la firme
decisión de visitaros. Él es el Ungido, y yo estoy firmemente adherido a Él”. Esto
también forma parte del modelo de lo que es vivir a Cristo por causa de la iglesia.
UN MODELO VIVO
Pablo vivía a Cristo con el fin de que, por medio de la iglesia, se llevara a cabo la
administración de Dios. Si deseamos saber cómo vivir a Cristo por causa de la iglesia,
debemos considerar la vida de Pablo y aprender de él, pues él es nuestro modelo,
nuestro ejemplo.
Entre las epístolas escritas por Pablo, 2 Corintios es única. Ésta epístola comienza con el
testimonio personal de Pablo, y este testimonio no se da de manera breve; antes bien, se
presenta de manera detallada. Pablo les dice a los corintios que no quería que ellos
ignorasen las aflicciones que él había experimentado en Asia. Él quería que los creyentes
de Corinto supieran que los apóstoles se encontraban bajo fuerte opresión; que la
presión era tan pesada, que superaba su capacidad de resistirla; que incluso perdieron la
esperanza de vivir y que tuvieron sentencia de muerte dentro de sí; que según ellos, iban
a morir. ¿Por qué los puso Dios en tal situación? Dios lo hizo porque quería que se les
diera fin. Así que Pablo podía decir: “La intención de Dios es darnos fin. Él no desea que
sigamos viviendo; antes bien, Él quiere que Cristo viva en nosotros”.
Es fácil hablar de que necesitamos llegar a nuestro fin, pero para que se nos dé fin de
verdad, necesitamos pasar por muchos sufrimientos. Por ejemplo, el Señor usará al
cónyuge y a los hijos para darnos fin. Si usted es una esposa, el Señor usará al marido
para darle fin. Si usted es un marido, el Señor usará la esposa para darle fin. Además, los
hijos serán muy útiles para que se le dé muerte, a fin de que Cristo viva en usted.
Es fácil decir de manera doctrinal que hemos sido crucificados juntamente con Cristo,
que ya no vivimos nosotros, y que Cristo vive en nosotros. Pero esto podría ser una mera
enseñanza. Además, es posible seguir repitiendo esto por años, citando Gálatas 2:20 una
y otra vez, y con todo, no vivir a Cristo por causa de la iglesia.
Para llegar a nuestro fin, debemos experimentar de manera práctica que algo se parte en
nuestro ser interior. El Señor incluso usará a los santos que están en la vida de iglesia
para lograr esto. En cierto sentido, la vida de iglesia es una vida de matadero, una vida
de aniquilación. ¡Alabado sea el Señor porque estamos dispuestos a ser llevados al
matadero a causa de nuestro deseo de vivir a Cristo!
(1)
En el mensaje anterior vimos un modelo de uno que vivía a Cristo por causa de la
iglesia. Pablo no es un modelo de uno que vivía conforme a cierta cultura; más bien, él
es un modelo de uno que vivía a Cristo por causa de la iglesia. Cuando hablamos de vivir
a Cristo por causa de la iglesia, debemos saber quién es Cristo y también qué es la
iglesia.
PREGUNTAS CRUCIALES
¿Quién es Cristo? Cristo es el Dios que se procesó para ser el Espíritu vivificante y todo-
inclusivo. Esta expresión, breve y precisa, da una explicación de Cristo conforme a la
revelación del Nuevo Testamento y a nuestra experiencia espiritual.
¿Con qué propósito deberíamos vivir a Cristo? ¿Deberíamos vivir a Cristo por causa de
la evangelización? ¿por causa de nuestra espiritualidad? La respuesta es que debemos
vivir a Cristo por causa de la iglesia.
Puesto que debemos vivir a Cristo por causa de la iglesia, debemos contestar una
pregunta importante: ¿Qué es la iglesia? Primero, la iglesia es la asamblea de los
llamados. Segundo, la iglesia es el Cuerpo orgánico de Cristo. Además, la iglesia es la
plenitud de Cristo y también de Dios, el nuevo hombre, la morada de Dios y la novia.
Ésta es la secuencia que sigue Pablo en el libro de Efesios. Además, según el libro de
Apocalipsis, la iglesia es el candelero. Al final de la Biblia, a la iglesia se le llama la novia.
Por tanto, si queremos saber qué es la iglesia, debemos ver que la iglesia es la asamblea
llamada, el Cuerpo orgánico de Cristo, la plenitud de Cristo y de Dios, el nuevo hombre,
la morada de Dios, el candelero y la novia.
CRISTO JUNTO CON LA IGLESIA
Ahora quisiera hacer otra pregunta, una pregunta que parece muy común y ordinaria:
¿Qué es lo que revela la Biblia? En particular, ¿qué se revela en el Nuevo Testamento?
Muchos maestros cristianos contestarían que el Nuevo Testamento es una revelación de
Cristo. Aquellos que poseen una comprensión más completa, tal vez dirían que la Biblia
habla de Cristo y la iglesia. Yo diría que la mejor respuesta a esta pregunta es que el
Nuevo Testamento revela a Cristo junto con la iglesia.
LA CARNE DE LA PALABRA
No debemos conocer a Cristo de una manera superficial, sino de una manera profunda y
misteriosa. Algunos creyentes afirman que Cristo es el Dios que se encarnó para ser un
hombre llamado Jesús, y que este Jesús, un hombre de Nazaret, fue crucificado y
resucitó. Por supuesto, esto es cierto, pues concuerda con lo que dice la Biblia. Nosotros
creemos todo esto acerca de Cristo, porque la Biblia nos habla de ello. Sin embargo, la
Biblia revela también asuntos más profundos relacionados con Cristo. La Biblia no
solamente nos muestra cosas comparables a “plumas” y “piel”, sino que también revela
cosas comparables a “carne”.
Muchas clases de seres vivientes tienen o piel o plumas. Incluso el ajo tiene algunas
capas finas de cáscara que lo recubren. Antes de comerse el ajo, uno primero debe pelar
la cáscara. Los pollos y otras clases de aves tienen plumas. Cuando comemos pollo, lo
que nos interesa es la carne, y no las plumas. Un proverbio chino asemeja los asuntos
insignificantes a las plumas del pollo y a la cáscara del ajo. Cuando decimos que algo se
puede asemejar a las plumas de pollo o a la cáscara de ajo, no estamos diciendo que ese
asunto no signifique nada o que no tenga importancia. Las plumas de pollo se pueden
usar para rellenar una almohada, y la cáscara del ajo se puede usar para preparar
medicinas. Al contrario, mi propósito al usar este ejemplo es afirmar que aun la
revelación divina de la Biblia contiene “cáscara” y “plumas”, es decir, asuntos que son
necesarios e importantes pero que de alguna manera son un poco superficiales.
Además, podemos usar también el ejemplo del cascarón de un huevo. El huevo sin
cascarón no podría existir. Sin embargo, cuando comemos el huevo, no comemos el
cascarón, sino lo que éste contiene. Podemos comparar la revelación bíblica con un
huevo con su cascarón y su contenido. Muchos cristianos centran su atención en el
“cascarón”. Usando el ejemplo de las plumas de pollo y de la cáscara de ajo, podemos
decir que estos cristianos se centran en las “plumas” y en la “cáscara” de la Biblia. El
cascarón, la cáscara y las plumas aluden a asuntos que son verdaderos e importantes,
pero que, como procuraremos dejar muy claro, no son la “carne” de la revelación divina.
Durante el período conocido como la Edad Media, es decir, la edad de las tinieblas, que
se extendió desde aproximadamente el sexto siglo hasta el siglo dieciséis, la Biblia
estuvo fuera del alcance de los hombres y estuvo, en efecto, cerrada, dando por
resultado que se perdieron hasta la cáscara y las plumas. Durante la Reforma, la Biblia
fue abierta hasta cierto grado, y la revelación de la Palabra divina fue recobrada en cierta
medida. Durante la Reforma, la cáscara y las plumas fueron recobradas; sin embargo,
las profundidades de la Palabra no fueron expuestas a mayor escala.
Tomemos algunos ejemplos de 1 Corintios para mostrar lo que queremos decir cuando
hablamos de las plumas, la cáscara y la carne de la Palabra. En 1 Corintios 1:12 se dice:
“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; yo de Apolos; y yo de
Cefas; y yo de Cristo”. Este versículo habla de la división. En cuanto a la división,
algunos maestros de la Asamblea de los Hermanos dijeron algo así: “En 1 Corintios 1:12,
Pablo reprende a los que decían que eran de Cefas, de Apolos, de Pablo y de Cristo.
Entonces, ¿por qué vosotros adoptáis nombres tales como luteranos, bautistas,
presbiterianos, o wesleyanos? Afirmar ser luterano significa que usted es de Lutero.
¿Acaso las palabras de Pablo no se aplican al hecho de adoptar nombres
denominacionales? Esta práctica debe ser desaprobada”. Esta enseñanza es sana y
fundamental. No obstante, ella está en la categoría de cáscara y de plumas; no es la
carne de la Palabra.
Si deseamos comer la carne de un pollo, debemos sacarle las plumas y quitarle la piel.
Asimismo, si deseamos encontrar la carne del capítulo uno de 1 Corintios, debemos ir
más allá de las plumas y la piel de este capítulo. Entonces veremos más allá de las
divisiones y del espíritu divisivo, y veremos que Cristo, el Hijo de Dios, es nuestra
porción, y que podemos disfrutarlo a Él, la sabiduría y el poder de Dios, como nuestra
justicia, santificación y redención diarias. Todos debemos ver a Cristo de esta manera y
participar de este alimento tan rico. Si permanecemos en el versículo 12, centrados en el
tema de la división, lo único que obtendremos será las plumas y la piel; no
disfrutaremos de la carne saludable, de Cristo como nuestra porción. Yo puedo testificar
que cuando leo el primer capítulo de 1 Corintios, no presto atención únicamente a la piel
de la división; antes bien, disfruto al Cristo crucificado como mi porción y como mi
justicia, santificación y redención.
Muchos cristianos no han visto la carne del primer capítulo de 1 Corintios. Algunos sólo
ven las plumas, otros profundizan un poco más y ven la piel. Pero cuando les digo a los
creyentes que deben ir más allá de la piel y de las plumas y apropiarse de la carne,
algunos se ofenden e incluso se oponen a mí. Son semejantes a mis nietos, los cuales se
quejan cuando les pido que se coman la carne del pollo y no la piel. En mi ministerio,
hago todo lo posible por mostrar al pueblo de Dios la carne que está abajo de las plumas
y de la piel.
Cuando usted cena pollo, ¿le presta atención principalmente a la piel o a la carne?
Ciertamente todos nos concentramos en la carne. Si mi esposa me sirviera un plato de
piel de pollo, yo no estaría muy contento, aunque claro está que mi esposa jamás haría
tal cosa, ella me serviría más bien la carne nutritiva del pollo. Yo disfruto esta clase de
carne, y ésta me fortalece y me nutre.
¿Qué clase de Biblia tiene usted? ¿Es su Biblia un libro que contiene solamente plumas y
piel, o es más bien un libro de carne? Debemos tener mucho cuidado al contestar esta
pregunta. La mejor respuesta es decir lo siguiente: “Mi Biblia no es solamente un libro
de plumas y piel, sino también un libro de carne exquisita”. Un pollo necesita plumas,
piel y también carne. Sin las plumas y la piel, el pollo no podría crecer. Asimismo, en la
Biblia tenemos piel, plumas y carne. Pero lo trágico entre los cristianos de hoy es que
ellos se preocupan por las plumas y la piel, y no les interesa mucho la carne. Por esta
razón, siento la carga de ministrar la carne de la Palabra al pueblo del Señor.
En el libro de 1 Corintios hay muchas plumas y bastante piel, pero al cocinar la comida
espiritual, debemos prestar más atención a la carne. La mayoría de los que leen 1
Corintios 5 prestan atención a una pluma horripilante, al caso del hermano pecaminoso
que cometió incesto. Cuando leemos este capítulo, no podemos evitar ese asunto, pero
éste no es el único tema que abarca ese capítulo. En los versículos 7 y 8, Pablo dice:
“Porque nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada. Así que celebremos la fiesta...”.
Lo que dice Pablo acerca de la Pascua y de celebrar la fiesta no es ni piel ni plumas, sino
carne. Aquí Pablo indica que celebramos la fiesta de los panes sin levadura. Cristo es
nuestra Pascua y nuestra fiesta de panes sin levadura, y podemos disfrutarlo a Él y
alimentarnos de Él a lo largo de nuestra vida cristiana.
La fiesta de los panes sin levadura duraba siete días. Esos siete días tipifican toda la
trayectoria de nuestra vida cristiana. Por tanto, durante toda nuestra vida cristiana,
Cristo es nuestra fiesta, nuestro pan sin levadura. Cuanto más comamos ricamente de
Él, más se eliminará la levadura.
En el mensaje anterior hicimos notar que Pablo es un modelo de una persona que vive a
Cristo por causa de la iglesia. Ahora debemos avanzar y preguntarnos qué clase de
persona era Pablo como tal modelo. La respuesta a esta pregunta es que Pablo era una
persona adherida a Cristo, al Ungido. En 2 Corintios 1:21, Pablo dice: “Y el que nos
adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. Toda persona
que no está adherida a Cristo, toda persona no adherida, no puede vivir a Cristo por
causa de la iglesia. Si deseamos vivir a Cristo por causa de la iglesia, debemos aprender
de Pablo, quien es nuestro modelo, a ser personas adheridas a Cristo.
Según 1:21, los que están adheridos a Cristo son ungidos por Dios. Por tanto, el que vive
a Cristo por causa de la iglesia debe ser una persona ungida. No es suficiente ser culto,
instruido o adiestrado; tenemos que ser ungidos. Si no somos ungidos, no podemos vivir
a Cristo por causa de la iglesia. Es preciso que todos seamos ungidos.
En 1:22 Pablo añade que Dios “nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en
nuestros corazones”. El que vive a Cristo por causa de la iglesia es también una persona
que ha sido sellada por Dios. Ser sellado por Dios significa que Él es nuestro dueño, que
somos posesión Suya. Si no hemos sido sellados por Dios, no podemos vivir a Cristo por
causa de la iglesia.
Pablo dice en 2:14: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en el Cristo,
y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento”. Hemos
señalado que la expresión “nos lleva en triunfo” significa llevar cautivo a un hombre en
un desfile triunfal. Así que, en este versículo Pablo se refiere a ser capturado por Cristo.
Según el concepto humano, no es bueno ser capturado, y a nadie le gusta ser capturado.
No obstante, debemos ser capturados por el Señor a fin de vivir a Cristo por causa de la
iglesia.
Además, debemos ser sometidos. No obstante, ni a los hermanos ni a las hermanas les
gusta ser sometidos. Ciertamente resulta muy difícil para una mujer joven someterse a
su marido. Por el contrario, su actitud puede ser que aunque se casó con su marido, no
tiene ninguna intención de someterse a él. En términos humanos, a nadie le gusta ser
sometido. Para nosotros, ser sometidos es humillante. No obstante, si deseamos vivir a
Cristo por causa de la iglesia, tenemos que ser sometidos. Ser sometidos por el Señor no
es nada humillante; más bien es algo glorioso.
Finalmente, si deseamos vivir a Cristo por causa de la iglesia, debemos ser guiados por
Él. Debemos ser capturados, sometidos y guiados. Sin embargo, nosotros preferimos
guiar a otros, y no que otros nos guíen a nosotros. Si deseamos vivir a Cristo por causa
de la iglesia, todos debemos ser guiados.
En cuanto a vivir a Cristo por causa de la iglesia, hemos enumerado seis asuntos: ser
adheridos, ser ungidos, ser sellados, ser capturados, ser sometidos y ser guiados. Como
veremos en el siguiente mensaje, todo esto tiene como fin que esparzamos el incienso de
Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE DIECIOCHO
(2)
Pablo es un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia. Conforme a lo que
escribe en 2 Corintios, si queremos vivir a Cristo por causa de la iglesia, debemos ser
adheridos, ungidos, sellados, capturados, sometidos y guiados para poder esparcir el
incienso de Cristo. En 2:14 Pablo declara: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre
en triunfo en el Cristo, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su
conocimiento”. En este versículo Pablo usa dos metáforas: la de ser cautivos en el desfile
triunfal y la de ser portadores de incienso que esparcen el incienso en dicho desfile. Por
ser portadores de incienso, los apóstoles esparcen el olor del conocimiento de Cristo en
el ministerio triunfal de Cristo como en un desfile triunfal. Los apóstoles son tales
portadores de incienso en el ministerio de Cristo y son también cautivos en el séquito de
Su triunfo. Pablo fue adherido, ungido, sellado, capturado, sometido y guiado para que
esparciera el incienso de Cristo. Nosotros también debemos experimentar todos estos
asuntos para que podamos esparcir el incienso de Cristo.
ESPARCEN EL INCIENSO
Los versículos 1:21 y 22, y 2:14-16 de 2 Corintios son versículos maravillosos. Estos cinco
versículos contienen varias verdades maravillosas. Según 1:21 y 22, debemos ser
adheridos firmemente a Cristo, debemos ser ungidos por Dios y debemos ser sellados
con el Espíritu. Además, según 2:14-16, debemos ser capturados, sometidos y guiados.
Todo eso tiene como fin que esparzamos el incienso de nuestro Salvador, el incienso de
Aquel a quien amamos a lo sumo. En mi ministerio, yo no soy meramente un maestro o
un predicador; soy uno que esparce el incienso de mi Señor. Casi no puedo contenerme
del amor que siento por Él, y deseo esparcir Su incienso. Todo aquel que está en el
recobro del Señor debe ser una persona que esparce el incienso de Cristo. Adondequiera
que vayamos, debemos esparcir este incienso.
Algunos se han preguntado por qué muchos cristianos de este país han recibido con
solicitud mi ministerio. La razón es que esparzo el incienso de Cristo. Ésta es mi única
ocupación, mi única profesión. Mi especialidad en la universidad celestial fue en
esparcir el incienso de Cristo. Espero que en los años venideros muchos de entre
nosotros, y particularmente los jóvenes, respondan al Señor y esparzan el incienso de
Cristo. Jóvenes, su aspiración debe ser esparcir el incienso de Cristo. Con respecto a
esto, deben decir: “Por la gracia del Señor, me convertiré en uno que esparce el incienso
de Cristo por dondequiera que vaya”.
Tengo fe de que en los próximos diez años, muchos jóvenes se convertirán en personas
que esparcen el incienso de Cristo. Tengo la convicción de que todavía habrá tiempo
para que los jóvenes crezcan y sean usados por el Señor. A causa de la inmadurez de los
cristianos, la novia todavía no está preparada para la venida del Señor. El Señor no
vendrá por la novia hasta que ésta sea madura y esté lista para Él. Mientras que la novia
no esté lista, el Señor seguirá ejecutando el gobierno de Dios y llevando a cabo Su
ministerio celestial para acelerar el proceso de nuestra madurez. No podemos alcanzar
la madurez de la noche a la mañana. Todo lo que tiene vida necesita tiempo para crecer.
Uno puede confeccionar centenas de flores artificiales en un día, pero las flores
auténticas necesitan tiempo para crecer. Soy de la creencia de que durante el tiempo
requerido para que la novia crezca y madure, muchos jóvenes esparcirán el incienso de
Cristo. En los años venideros, el Señor quizás enviará a algunos a distintos lugares.
Adondequiera que vayamos, debemos esparcir el incienso.
Puedo testificar que la oposición al recobro del Señor de hecho es una señal positiva. Es
una señal de que el recobro verdaderamente es del Señor y que es Su mover en la tierra.
¡Aleluya, estamos en el recobro del Señor! Estamos creciendo y estamos siendo
preparados para esparcir el incienso de Cristo.
En 1:21 Pablo declara: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que
nos ungió, es Dios”. Pablo no fue adherido a Cristo de una forma individual. Más bien, él
declara que los apóstoles fueron adheridos junto con todos los demás creyentes. La
palabra griega traducida “con” en el versículo 21 significa juntamente con. Los apóstoles
fueron adheridos a Cristo, el Ungido, juntamente con los demás creyentes. Esto
demuestra que Pablo no era individualista. Aunque era el apóstol más destacado, aún
necesitaba a todos los demás creyentes. Fue junto con los creyentes de Corinto que él fue
adherido a Cristo. Por consiguiente, él fue adherido a Cristo corporativamente, y no de
manera individualista.
Aquel a quien fuimos adheridos es Cristo, el Ungido de Dios. La Biblia revela que todo el
ungüento de Dios fue derramado sobre el Ungido de Dios. Sin Él, no hay ungüento, no
hay unción. Cuando la unción fue derramada sobre Cristo, el proceso de ungimiento fue
completado. No existe ningún ungüento además del que fue derramado sobre Cristo, el
Ungido. Dios ya no unge a nadie. Lo que hace ahora con relación a nosotros es
adherirnos al Ungido. Por haber sido adheridos a Él, estamos adheridos a la unción. Por
esta razón, la unción sigue a la adhesión. Dios nos ha adherido, y también nos ha
ungido. Una vez que somos adheridos, somos ungidos espontáneamente.
¿Sabe usted qué significa ser ungido por Dios? Significa que se nos ubica en todas las
riquezas del Dios Triuno. Las riquezas del Dios Triuno son ahora el ungüento, y el
ungüento ha sido derramado sobre Cristo. Cuando somos adheridos a Cristo, estamos
bajo la unción y, de esta manera, somos ungidos, o sea, somos introducidos en el
disfrute práctico de todas las riquezas del Dios Triuno.
En 1:2 Pablo añade que Dios también nos ha sellado y nos ha dado en arras el Espíritu
en nuestros corazones. La unción del versículo 21 es el sellar. Puesto que Dios nos ha
ungido en Cristo, Él también nos ha sellado en Él. Este sello es una marca que Dios pone
sobre nosotros. Podemos comparar esta marca con la firma de una persona. Cada vez
que compro un nuevo libro, escribo inmediatamente mi nombre en él. Cada libro que
me pertenece lleva mi firma. La acción de escribir mi firma en un libro es un ejemplo de
lo que significa ser sellado por Dios. Si deseamos vivir a Cristo, debemos ser adheridos a
Él y disfrutar la unción. Entonces esta unción llegará a ser un sello que indica que somos
posesión del Señor. Habiendo sido ungidos y sellados, ya no pertenecemos a Satanás ni
al mundo, ni siquiera nos pertenecemos a nosotros mismos. Pertenecemos al Señor, a
Cristo, quien es el Ungido de Dios. ¡Aleluya, somos de Él!
Si hemos de vivir a Cristo, primero debemos tener a Cristo. Esto es igual, en principio, a
gastar dinero. Para gastar dinero es necesario primero tenerlo. Si estamos endeudados y
no tenemos dinero en nuestra cuenta, no tendremos dinero que gastar. Asimismo, si no
tenemos a Cristo, no es posible vivirlo. Pero puesto que fuimos adheridos al Ungido,
ungidos con las riquezas del Dios Triuno y también sellados, tenemos las riquezas
espirituales necesarias para girar “cheques” y para retirar de las riquezas de nuestra
cuenta bancaria espiritual. Podemos vivir a Cristo porque tenemos a Cristo, y tenemos a
Cristo porque hemos sido adheridos, ungidos y sellados. Pablo, el modelo de una
persona que vive a Cristo por causa de la iglesia, fue adherido, ungido y sellado. Una
persona así tiene abundancia de riquezas que usar por el bien de la iglesia.
PLENAMENTE CAPTURADOS Y SOMETIDOS
Aunque hemos sido adheridos, ungidos y sellados, aún necesitamos ser plenamente
capturados por Cristo. ¿Acaso no es cierto que por lo menos parte de nuestro ser todavía
no ha sido capturado por el Señor? Quizás un gran porcentaje de nuestro ser interior
todavía no ha sido capturado por Él. Un hermano que ha sido parcialmente capturado
por Cristo tal vez piense así: “Mañana es día del Señor una vez más, y no quiero ir a la
reunión de la iglesia, aunque es necesario que vaya. Lamento haberme hecho cristiano,
pues ahora que soy salvo, sé que no puedo escaparme del Señor. Me gustaría alejarme
de Él, pero es imposible porque Cristo no me dejaría. Además, mi esposa ama al Señor y
está entusiasmada por la vida de iglesia. Ella lleva a nuestros hijos a la iglesia. Por mi
parte, preferiría hacer algo diferente en lugar de asistir a la reunión de mañana, pero en
esto mi familia me ha dominado. Todos quieren que yo asista a la reunión; así que, no
me queda otra alternativa. Debo ir a la reunión de mañana a sufrir y sentirme mal”. Ésta
es la actitud de una persona que ha sido capturada por Cristo en un grado muy limitado.
¿Ha sido usted sometido por el Señor? Conozco algunas esposas que finalmente fueron
sometidas por sus maridos. Después de un período de varios años, estuvieron dispuestas
a reconocer que el marido era la cabeza. No obstante, el hecho de ser sometido por el
marido no es tan agradable como ser sometido por Cristo. Cristo siempre es amable,
pero a la vez fuerte y persistente. Él puede esperar lo que sea necesario hasta que
estemos dispuestos a ser sometidos por Él. Si no estamos dispuestos a ser sometidos
hoy, Él puede esperar otro año o aun más. Si no somos sometidos en esta era, Él sabe
que seremos sometidos en la próxima era o en la Nueva Jerusalén. Un día, todos
seremos sometidos por el Señor, pero es mucho mejor ser sometidos hoy. El hecho de
que seamos sometidos ahora es tanto sabio como muy provechoso. Esperar para
someternos, aunque sea poco tiempo, podría causarnos pérdida.
Puedo testificar que no lamento el haber sido sometido por Cristo. Cuando yo era joven,
tenía un buen trabajo con un buen sueldo. Un día, Cristo lo interrumpió todo exigiendo
que dejara mi trabajo y que le sirviera a Él a tiempo completo. Sin embargo, yo tenía
muchas preguntas, a lo cual el Señor me dijo que simplemente creyera en Él. Le dije al
Señor que estaba dispuesto a padecer hambre por Él siempre y cuando Él cuidara a mi
esposa e hijos. El Señor me alentó y me pidió que le encomendara a Él todo lo
concerniente a mi esposa y a mis hijos. Con todo, me preocupaba lo que sería de mi
familia si yo dejara mi trabajo para servir al Señor. Sabía que el Señor es el
Todopoderoso, pero todavía me parecía a mí que era más seguro que mi familia
estuviera bajo mi cuidado. Luché con el Señor por mucho tiempo. Me preguntaba por
qué me había dado una esposa e hijos si Su intención era que le sirviera. Pero al poco
tiempo, cedí al Señor. Esto fue hace casi cincuenta años, y puedo testificar que el Señor
me ha recompensado al ciento por uno. Lo que quiero decir es que cada vez que el Señor
exige que hagamos algo, Él ciertamente nos suplirá lo necesario para aquello que nos
exige. El que vivamos a Cristo no es solamente una exigencia; es un requisito que
implica una promesa. Toda exigencia contenida en el Nuevo Testamento implica que el
Señor suplirá lo que necesitemos para satisfacer aquella exigencia. Cuanto más nos
exija, más nos suplirá.
Para poder vivir a Cristo, primero debemos ser capturados por el Señor, y luego,
sometidos por Él. Si yo me hubiera quedado con mi trabajo y no lo hubiera dejado para
servir al Señor a tiempo completo, eso habría sido una señal de que no había sido
capturado ni sometido por Él. Si ése hubiera sido el caso, el Señor no habría podido
usarme para establecer iglesias en Su recobro. El establecimiento de tantas iglesias
dependía de que una persona fuera capturada y sometida. Lo que el Señor pueda hacer a
través de usted depende también de cuán dispuesto esté a ser capturado y sometido por
Él. Por tanto, el hecho de ser capturado y sometido por Cristo es algo muy importante.
Pablo podía decirle al Señor: “Gracias, Señor Jesús, porque me has adherido a Ti, me
has ungido, sellado, capturado y sometido. Ahora estoy listo para ser guiado por Ti”.
Entonces el Señor pudo guiar a Pablo en Su desfile triunfal. Como apóstol, Pablo no hizo
nada conforme a su propia elección, preferencia o gusto. Por el contrario, él
verdaderamente fue guiado por el Señor. Pablo tomó la dirección del Señor, cualquiera
que ésta fuese. En cuanto a la dirección del Señor, Pablo no tenía ninguna alternativa.
Como lo indica la metáfora de 2:14, él se consideraba un cautivo que había sido colocado
en el desfile triunfal de Cristo, un desfile que celebraba la victoria de Cristo. ¿Cómo
podía un cautivo tal como él tener otra alternativa? Los cautivos no tienen ninguna
alternativa. Debido a que Pablo, un cautivo, estaba dispuesto a ser guiado, a
dondequiera que iba, ésa era la dirección del Señor. Pablo no viajó en Asia Menor para
llevar a cabo una obra de evangelización. Su viaje constituía un avance en el desfile de
Cristo. El desfile triunfal de Cristo avanzaba a Asia Menor y de allí a Macedonia y a
Acaya. Pablo se encontraba en un desfile que Dios dirigía para celebrar la victoria del
Hijo de Dios.
No creo que mi llegada a este país podría asemejarse en lo más mínimo a una especie de
obra misionera. Como Pablo mi llegada fue también un avance en el desfile de Cristo, en
la celebración que el Señor hacía de Su victoria en Su recobro. Por ser yo uno que ha
sido capturado, sometido y guiado, soy un cautivo que marcha en este desfile. ¡Alabado
sea el Señor porque el desfile que celebra la victoria de Cristo en el recobro ha llegado a
este país!
Alabamos al Señor porque es posible ser los que esparcen el incienso de Cristo. Una vez
que hayamos sido adheridos, ungidos, sellados, capturados, sometidos y guiados,
esparciremos el incienso de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE DIECINUEVE
(1)
A comienzos de mi vida cristiana, escuché repetidas veces que Cristo es nuestro ejemplo
y que debemos imitarlo. También se me enseñó que el apóstol Pablo es un ejemplo para
nosotros. En 1 Timoteo 1:15 y 16 Pablo dice que él era el más grande pecador, el primero
de los pecadores, pero que recibió misericordia para convertirse en ejemplo, en modelo,
para los creyentes. Sin embargo, yo nunca oí que en 2 Corintios Pablo se presenta a sí
mismo como un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia.
Pablo es un modelo no solamente de uno que vive a Cristo, sino de uno que vive a Cristo
por causa de la iglesia. Nuestro destino, como nueva creación de Dios, es vivir a Cristo.
Además, hemos de vivir a Cristo no solamente para ser salvos, para ser espirituales, para
tener poder o para realizar una obra evangélica, sino por causa de la iglesia. Vivir a
Cristo por causa de la iglesia es el destino que Dios ha designado a Su nueva creación.
El vivir a Cristo por causa de la iglesia es algo que se ha perdido y que debe ser
recobrado. Durante la Reforma, Martín Lutero recobró la justificación por fe. Por la
gracia de Dios, Lutero estaba dispuesto a arriesgar su vida para recobrar la verdad de la
justificación por fe. De manera objetiva, la justificación por fe se puede asemejar a la
piel de un pollo, es decir, no es la carne. Según Romanos y Gálatas, la justificación por fe
debe tener un resultado. Estos libros revelan que la justificación por fe es para vida, lo
cual significa que la justificación se efectúa con miras a la vida. No debe ser un fin en sí
misma, sino que debe dar por resultado la vida.
Caspar Schwenckfeld vio que la justificación tiene que dar por resultado la vida. Él
puede ser considerado como uno que no solamente tocó la “piel” de la revelación de la
Biblia, sino que también empezó a ver la “carne” que está debajo de la piel. Un día quedé
muy sorprendido cuando me enteré de que Schwenckfeld empleó algunas de las
expresiones que nosotros usamos hoy para hablar de la vida. Él incluso habló del
Espíritu vivificante. Me refiero a Lutero y a Schwenckfeld con el fin de mostrar que el
Señor desea recobrar no solamente la piel, es decir, ciertas enseñanzas fundamentales,
sino también la carne que se halla debajo de la “piel” de la Palabra.
En el mensaje diecisiete de este estudio-vida, hice notar que se puede asemejar las
verdades de la Biblia a las plumas, la piel y la carne de un pollo. Por ejemplo, al leer el
primer capítulo de 1 Corintios tal vez prestemos atención a las plumas y descuidemos la
piel. En 1 Corintios 1:12 Pablo dice: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy
de Pablo: y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo”. En este versículo encontramos
plumas, pero no carne. Los que leen el primer capítulo de 1 Corintios a menudo prestan
atención a las plumas de este versículo y pasan por alto la carne del versículo 9, donde
Pablo dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo,
Jesucristo nuestro Señor”. Muchos leen el primer capítulo de 1 Corintios sin prestar la
debida atención a este versículo y a la carne que contiene. Otros lo estudian sin una
comprensión adecuada de la palabra comunión. Piensan que tener comunión con el Hijo
significa simplemente tener contacto con el Hijo de Dios a manera de oración. Pocos
creyentes se dan cuenta de que la comunión del Hijo equivale al disfrute que tenemos
del Hijo de Dios. Aquí el Hijo de Dios es la rica carne dada a nosotros por porción.
El pensamiento de disfrutar al Señor como una carne rica y nutritiva se halla en Lucas
15. En la parábola del hijo pródigo, el pródigo se arrepiente y vuelve a casa. El padre lo
recibe y lo viste con el mejor vestido. Algunos maestros bíblicos usan esta parábola para
enseñar que la salvación es por gracia, no por obras. El hijo tenía pensado decir al padre
que lo hiciera como a uno de sus jornaleros; no obstante, el padre lo interrumpió y pidió
a los siervos que le pusieran el mejor vestido. Este vestido representa a Cristo como
nuestra justicia. Nosotros no recibimos este vestido por nuestras obras, sino por la
gracia, el don gratuito, de Dios el Padre.
También yo prediqué mensajes evangélicos usando Lucas 15, en los cuales recalqué este
punto. Con todo y eso, es necesario ver que esta parábola contiene más que el vestido;
también incluye el becerro gordo. El vestido se asemeja a la piel, y el becerro gordo, a la
carne. Por años prediqué el “evangelio del vestido” es decir, el mensaje de que la
salvación es por gracia. Pero un día me di cuenta de que Lucas 15 habla también del
becerro gordo. El vestido es algo externo, algo que nos cubre; mientras que ingerir el
becerro gordo es algo interno, es alimento que nutre. Después de ver eso, empecé a
predicar el evangelio de una manera distinta, haciendo hincapié en el becerro gordo así
como también en el vestido. No obstante, algunos que sólo vieron el vestido y no el
becerro gordo, sólo la piel y no la carne, no estaban contentos con esta clase de
predicación del evangelio. No estaban de acuerdo con la enseñanza de que debemos
comer el becerro gordo.
A veces, cuando predicaba basándome en Lucas 15, decía que el hijo pródigo se
arrepintió y volvió no porque su ropa estuviese sucia, sino porque tenía hambre. El hijo
volvió a casa porque tenía hambre, tenía tanta hambre que estaba dispuesto a comer
incluso las algarrobas que se daban a los cerdos. Lucas 15:17, refiriéndose al hijo
pródigo, dice: “Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!” Entonces, decidió: “Me levantaré e
iré a mi padre” (v. 18). Él no dijo que en la casa de su padre había muchos vestidos; al
contrario, él se acordó que allí había “abundancia de pan”. En lugar de permanecer
donde estaba y perecer de hambre, decidió volver a casa.
Supongamos que el padre hubiera dicho: “Pobre hijo mío, pareces limosnero. Pediré a
los jornaleros que saquen el vestido que he preparado para ti y te lo pongan para que
tengas una buena apariencia”. Si el padre únicamente le hubiera proporcionado vestido
a su hijo, éste habría dicho: “Padre, tengo hambre; para ti, el vestido es suficiente, pero
yo necesito algo para comer. Por favor dame alimento”. No obstante, el padre no se
preocupó solamente por el vestido. Después de pedir a los jornaleros que trajeran el
mejor vestido, el padre dijo: “Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y
regocijémonos” (v. 23).
Además, el hijo mayor tuvo celos, no por el vestido, sino por el banquete, y se quejó con
su padre y le dijo: “He aquí, tantos años te he servido, sin haber desatendido jamás un
mandato tuyo, y nunca me has dado ni un cabrito para regocijarme con mis amigos” (v.
29). El hijo mayor no dijo que el hijo pródigo tenía el mejor vestido; sus celos se debían
a que al hermano menor se le había preparado el becerro gordo.
En ciertos aspectos, lo que se enseña en el recobro del Señor difiere de lo que es común
entre los cristianos de hoy. Aquellos que se interesan únicamente por el vestido y no por
el becerro gordo se atreven a afirmar que nuestra enseñanza es herética, pero en el
recobro, tenemos el vestido y también el becerro gordo. Lutero recobró el vestido, pero
ahora estamos disfrutando el recobro del becerro gordo. Por la misericordia del Señor,
estamos en Su recobro disfrutando a Cristo, el becerro gordo, como nuestra porción rica
y nutritiva.
MIEMBROS DE CRISTO
Al leer el capítulo seis de 1 Corintios, ¿qué atraerá nuestra atención, las plumas o la
carne? Las palabras de Pablo que condenan la fornicación constituyen una “verdad de
pluma”. Cualquier persona ética y moral apreciará las palabras que Pablo expresó al
respecto. Al leer este capítulo, algunos cristianos prestan atención al versículo 19, donde
Pablo dice que nuestro cuerpo es templo de Dios y que debemos glorificar a Dios en
nuestro cuerpo porque hemos sido comprados a un precio. Al leer este capítulo, otros
centrarán su atención en lo que dice Pablo acerca de los litigios entre hermanos. Pocos
reconocerían que el versículo clave de este capítulo es el versículo 15.
Algunos tal vez se pregunten por qué digo que el versículo 15 es el versículo clave,
cuando he hecho tanto hincapié en el versículo 17. En el versículo 17, Pablo dice: “El que
se une al Señor, es un solo espíritu con El”. En el versículo 15, él dice: “Vuestros cuerpos
son miembros de Cristo”. El versículo 17 explica lo que hace posible que nuestros
cuerpos sean miembros de Cristo. Puesto que nuestros cuerpos son miembros de Cristo,
no debemos darles otro uso que el debido. Nuestros cuerpos han sido unidos
orgánicamente a Cristo y ahora forman parte de Cristo. ¿Cómo podríamos usar estos
cuerpos santos para cometer pecado? Pero, ¿cómo pueden ser nuestros cuerpos
miembros de Cristo? Esto es posible porque somos un solo espíritu con el Señor. Puesto
que nuestro espíritu se ha unido al Señor como un solo espíritu, nuestro espíritu debe
ser la parte predominante de nuestro ser. Entonces nuestro cuerpo debe estar bajo el
control del espíritu y debe ser saturado por el espíritu. Primero, el espíritu llega a ser el
espíritu de nuestra mente, y al final, llega a ser el espíritu de nuestro cuerpo. De esta
manera nuestros cuerpos llegan a ser miembros de Cristo. En esto consiste la carne del
capítulo seis de 1 Corintios.
CARTAS VIVAS
En los capítulos dos, tres y cuatro de 2 Corintios resulta difícil encontrar plumas o piel.
En ellos definitivamente no hay ninguna pluma, aunque es posible que en el capítulo
tres haya una capa fina de piel. En 3:1 Pablo pregunta: “¿Comenzamos otra vez a
recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de
recomendación para vosotros, o de parte vuestra?” Algunos grupos cristianos,
basándose en este versículo, han establecido un sistema que consiste en escribir cartas
de recomendación para los que se desplazan de una ciudad a otra. Los que practican
esto afirman que durante la época de Pablo se escribían cartas de recomendación para
los santos. Esto, no obstante, constituye una capa fina de piel; definitivamente no es la
carne de 2 Corintios 3. En este capítulo, Pablo no tuvo la intención de escribir algo
referente a tales cartas de recomendación; por el contrario, su intención fue dar una
palabra en cuanto a escribir cartas vivas por el Espíritu vivificante del Dios vivo.
Pablo, un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia, era competente para
escribir cartas vivas. Él había cumplido todos los requisitos y poseía la maestría, la
destreza, necesaria para ello. Su competencia provenía de Cristo, y por eso pudo escribir
estas cartas vivas con Cristo mismo como alfabeto espiritual. El libro de Apocalipsis dice
claramente que Cristo es el alfa, la primera letra del alfabeto griego, y también la omega,
la última letra del alfabeto griego. Ciertamente Cristo es también todas las demás letras
que están entre el alfa y la omega.
Por muy larga que sea una composición escrita, ésta se redacta con las palabras del
alfabeto. Si usamos una máquina de escribir para escribir la palabra “Dios”,
sencillamente debemos presionar las teclas D-i-o-s. Después podemos escribir otras
palabras, y luego frases, párrafos y capítulos. Según el mismo principio, Pablo pudo
escribir cartas vivas con Cristo como el alfabeto celestial.
Pablo también sabía cómo usar la máquina de escribir divina para inscribir a Cristo en
otros. Siempre que estaba con los santos, les inscribía a Cristo. Pablo conocía a Cristo de
manera detallada, y también sabía cómo escribir cartas vivas de Cristo. Si Pablo hablara
con usted por algún tiempo, cierta cantidad de Cristo, quizá un párrafo entero, se
escribiría en su corazón.
Pablo, un modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia, fue hecho competente,
suficiente y apto para escribir cartas vivas. Su competencia provenía de Cristo y de todo
lo que Cristo es. En los escritos espirituales de Pablo, Cristo era cada letra, cada palabra,
cada frase, cada párrafo y cada capítulo.
Este asunto de inscribir a Cristo en otros es un aspecto más profundo que el de vivir a
Cristo por causa de la iglesia.
Vivir a Cristo no es lo único que me preocupa, sino también que Él sea inscrito en los
santos. Inscribo a Cristo en otros no por causa de mi propia obra, sino por causa de la
iglesia, con miras a que se lleve a cabo la administración de Dios y se cumpla Su
propósito eterno.
El recobro del Señor tiene un futuro muy prometedor. El futuro es brillante porque
Cristo es todas las letras del alfabeto celestial. Tengo la convicción de que en los años
venideros, el Señor usará a muchos santos para inscribir a Cristo en otros. Estos santos
no predicarán el evangelio meramente de manera doctrinal, sino que escribirán a Cristo
en el ser interior de las personas. Los que oigan esta predicación del evangelio quizás no
recuerden todos los puntos doctrinales, pero no podrán borrar al Cristo que se ha
inscrito en ellos.
Además, es posible que olvidemos muchos de los mensajes que hemos oído. Con todo,
Cristo ha sido inscrito en nosotros, y permanece en nuestro ser. Aun si usted se rebela
contra el Señor, no podrá eliminar lo que tiene inscrito de Cristo. Algunos me han
escrito diciendo que no pueden olvidar al Cristo que les ministré. Aunque no están de
acuerdo conmigo en ciertos asuntos, aprecian el hecho de que les he ministrado a Cristo.
Esto demuestra que no podemos borrar al Cristo que ha sido inscrito en nuestro ser.
Llegué a este país con una carga muy positiva: la de inscribir a Cristo en otros. Los
pecadores no son los únicos que necesitan que se les inscriba a Cristo; aun los pastores,
teólogos y profesores necesitan que más Cristo se inscriba en su ser. Muchos han
dedicado un tiempo considerable para obtener cierto nivel académico, pero no tienen
mucho de Cristo inscrito en ellos. Algunos tienen un conocimiento cabal del idioma
griego, mas no experimentan a Cristo como todas las letras del alfabeto celestial.
Por una parte, debemos procurar inscribir a Cristo en los demás; por otra, nosotros
mismos somos cartas vivas de Cristo, epístolas vivas, y los demás pueden leer al Cristo
que ha sido inscrito en nosotros. Jóvenes, cuando visiten a sus padres, tengan la
seguridad de que ellos leen al Cristo que está inscrito en ustedes. Quizás los observen a
ustedes en secreto, sin decirles que los están leyendo. Algunos quizás se opongan a
ustedes y critiquen la vida de iglesia que disfrutamos en el recobro del Señor. Les aliento
a que no se molesten por esa clase de oposición o crítica. En vez de ofenderse o
desanimarse, deben darse cuenta de que sus padres están leyendo al Cristo que ha sido
inscrito en ustedes. A veces, hasta la oposición es una señal de que los demás nos están
leyendo.
Conozco muchos casos de padres que finalmente se volvieron al recobro del Señor a
causa de lo que leyeron de Cristo en sus hijos. Un padre podría llegar a arrepentirse,
llorar en presencia de su hijo y decirle: “Hijo, lamento haberte ofendido. A través de los
años me opuse a ti e incluso te reprendí, pero durante todo ese tiempo te estuve leyendo.
Tengo que reconocer que vi algo en ti, y lo que vi en ti ahora me hace llorar delante de ti
y delante del Señor. Me gustaría acompañarte a una de las reuniones de la iglesia”. Los
padres que hoy se oponen a sus hijos, podrían más tarde entrar a la vida de iglesia. Es
posible que a un joven le tome algún tiempo para exhibir delante de sus padres al Cristo
que ha sido inscrito en él. Pero después de cierto tiempo, los padres quedarán
convencidos por la autenticidad de esta experiencia de Cristo.
Jóvenes, cuando visiten a sus padres, deben exhibirles a Cristo, pero esta exhibición no
debe ser una actuación. Tampoco ustedes deben intentar defender el recobro del Señor,
argumentando con sus padres o afirmando conocer mucho. Sencillamente sean lo que
son. En 1 Corintios 15:10 Pablo declara: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”. Cuando
visiten a sus padres, simplemente sean lo que son por la gracia de Dios. Cristo ha sido
inscrito en ustedes. Los demás quedarán convencidos, no por la actuación de ustedes,
sino por lo que ustedes son. Lo que se ha forjado en un joven convence particularmente
a sus padres, porque todo padre desea lo mejor para sus hijos. Finalmente, si siguen
permitiendo que Cristo sea inscrito en ustedes y manifiestan a este Cristo a sus padres,
ellos quedarán convencidos e incluso tal vez decidan acompañarlos a la vida de iglesia.
El punto importante es que Cristo sea inscrito en nosotros. Cuanto más Cristo se escriba
en nuestro ser, más los demás lo podrán leer en nosotros.
ESTUDIO VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTE
(2)
En 3:3 Pablo dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio
nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra,
sino en tablas de corazones de carne”. Aquí Pablo habla de una carta de Cristo que es
redactada por el ministerio de los apóstoles. Esta carta es escrita, inscrita, con el
Espíritu del Dios vivo. Todos los colaboradores y los que toman la delantera en las
iglesias, deben pedirle al Señor que les conceda Su misericordia y Su gracia para llevar a
cabo la obra de escribir a Cristo en los santos. En lugar de meramente enseñar doctrinas
o de sólo enseñar la Biblia, debemos llevar a cabo la obra única de escribir cartas vivas
de Cristo.
LA TINTA CELESTIAL
Las cartas vivas de Cristo se escriben con el Espíritu vivificante del Dios vivo. El Espíritu
vivificante es la tinta celestial. Si queremos tener esta clase de tinta, debemos
experimentar a Cristo y ser llenos de Él. Esto significa que debemos ser completamente
saturados del Espíritu vivificante. Si somos personas que están llenas de Cristo y
saturadas del Espíritu vivificante, tendremos las riquezas de Cristo necesarias para
escribir a Cristo en los demás. Además, también tendremos al Espíritu vivificante del
Dios vivo como tinta celestial. La tinta es el Espíritu, la esencia de la tinta es Cristo, y
nosotros somos la pluma.
Toda tinta tiene una esencia específica. La tinta es diferente del agua. No se puede
escribir una carta con agua. Al agua se le debe añadir cierta sustancia para convertirla en
tinta. Alabamos al Señor, porque la tinta celestial es el Espíritu, y la esencia de este
Espíritu-tinta es Cristo con todas Sus riquezas. Si hemos de experimentar esta tinta,
debemos disfrutar a Cristo, poseer a Cristo, ser llenos de Cristo, saturados de Él y
revestidos de Él.
Otros siempre deben encontrarnos en Cristo. En Filipenses 3:9 Pablo habla de ser
hallado en Cristo. Él deseaba que los demás lo hallasen en Cristo, y en nada más. Pablo
no quería ser hallado en sí mismo, en su cultura, ni en su propia manera de vivir.
Nosotros también debemos aspirar a ser hallados en Cristo, a ser uno con Él, a estar
saturados de Él y a que Él incluso se forje en nosotros y reestructura nuestro ser.
Entonces, ungidos con el Espíritu y llenos del Espíritu vivificante, tendremos al Espíritu
como la tinta con la cual escribir a Cristo en otros. Entonces, mientras les hablemos,
escribiremos espontáneamente sobre ellos con el Espíritu vivificante del Dios vivo. El
elemento de las riquezas de Cristo se infundirá en ellos, o sea, se impartirá en su ser. De
esta manera se inscribirá Cristo en ellos. Escribir así a Cristo en otros equivale a vivir
verdaderamente a Cristo por causa de la iglesia.
El título de este mensaje es: “Su competencia proviene de Cristo, quien es el alfabeto que
se usa para redactar cartas vivas con el Espíritu vivificante del Dios vivo”. Este título
alude al Dios Triuno: a Cristo, al Espíritu vivificante y al Dios vivo. Primero, Cristo, el
Hijo, nos hace competentes. Puesto que Cristo nos hace competentes, podemos escribir
cartas vivas con el Espíritu vivificante. Por tanto, tenemos al Hijo y al Espíritu. Estas
cartas vivas provienen del Dios vivo, es decir, del Padre. Por consiguiente, al escribir
cartas vivas, experimentamos la Trinidad de una manera real.
Hace varios años, algunas personas hicieron pública una declaración en la que
afirmaban que el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres personas distintas y separadas. En
nuestra refutación, hicimos notar que los tres del Dios Triuno se pueden distinguir, mas
no están separados. Como resultado de eso, algunas de esas personas evitan el uso de la
palabra separados, con respecto a los tres de la Trinidad.
Enseñar que el Padre, el Hijo y el Espíritu están separados constituye una herejía. Según
la Biblia, es imposible separar al Padre del Hijo, ni al Hijo del Espíritu. En Juan 14:10, el
Señor Jesús dijo: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y que el Padre está en Mí? Las
palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que
permanece en Mí, El hace Sus obras”. Las palabras del Señor indican claramente que el
Padre y el Hijo son inseparables. En el versículo 11, el Señor añadió: “Creedme que Yo
estoy en el Padre, y el Padre está en Mí”. Aquí vemos no solamente la coexistencia del
Padre con el Hijo, sino también el hecho de que el uno mora en el otro. Los tres de la
Deidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu— coexisten y moran el uno dentro del otro.
Todos debemos conocer estas expresiones: coexistir y morar mutuamente el uno en el
otro.
Hemos señalado que algunos cristianos, sin darse cuenta, creen en tres Dioses, y no en
el Dios que es tres y a la vez uno. Otros intentan explicar la Trinidad afirmando que las
tres personas son una sola en esencia, pero que están separadas con respecto a Su
persona, o sea, que en cuanto a Su sustancia son uno, pero que son tres unidades. Esto
equivale a decir que tres mesas son una en cuanto a su sustancia, o esencia, por haber
sido hechas de la misma clase de madera, pero que son distintas con respecto a su
forma. ¿Hay tres mesas o una sola? Ciertamente hay tres mesas. Este ejemplo muestra
que cuando uno habla de la Trinidad de esta manera, de hecho, está enseñando el
triteísmo.
Muchos creyentes sostienen inconscientemente el concepto de que hay tres Dioses, pero
nosotros creemos en el único Dios, quien es triuno. Al escribir cartas vivas con el
Espíritu vivificante, experimentamos al Dios que es tres y al mismo tiempo uno. Somos
hechos competentes, lo cual proviene de Cristo, escribimos cartas con el Espíritu, y este
Espíritu es del Dios vivo. ¡Aleluya, éste es el Dios Triuno!
¿Ha observado usted alguna vez que la descripción del Padre en Efesios 4:6 hace alusión
al Dios Triuno? Este versículo dice: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y
por todos, y en todos”. Esto indica que aun el Padre mismo es tres. La expresión “sobre
todos” es una referencia al Padre, quien es la fuente; la expresión “por todos”, al Hijo,
quien es el caudal, y la expresión “en todos”, al Espíritu, quien es Aquel que mora en
nosotros. Por consiguiente, esta descripción triple del Padre como de Aquel que es sobre
todos, por todos y en todos, hace alusión al Dios Triuno.
Si uno intenta sistematizar algo vivo, aquello morirá. ¿Puede usted sistematizar su vida
humana física? ¿Puede usted ordenar sistemáticamente su mente, sus emociones, su
voluntad, su alma, su corazón, su conciencia y su espíritu? ¿Sabe usted dónde está su
alma? ¿Puede usted localizar su mente o su espíritu? ¿Puede usted decir dónde se
encuentra su corazón psicológico? Si somos sinceros, reconoceremos que no podemos
localizar estas partes de nuestro ser interior. Si no podemos sistematizar nuestro propio
ser, que es finito, ¿cómo podríamos pensar que con nuestra mente humana limitada
podríamos sistematizar al Dios que es ilimitado e infinito? ¡Esto es ridículo! Creo que
fue Agustín el que dijo que tratar de analizar al Dios Triuno es como usar un cucharón
para medir el océano.
Somos cartas vivas de Cristo, y Pablo era uno que escribió tales cartas. Ahora debemos
seguirle en inscribir a Cristo en otros y así redactar cartas vivas de Cristo. Adondequiera
que vayamos, debemos escribir a Cristo en los demás. La gente está cansada de teología
y de religión; lo que necesitan es que Cristo sea inscrito en ellos. Oremos y pidamos que
muchos de nosotros escriban cartas vivas con el Espíritu vivificante del Dios vivo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTIUNO
(1)
Lectura bíblica: 2 Co. 3:7-11, 18; Jn. 17:1; Lc. 24:26; Hch. 3:15; Ro. 6:4
En los mensajes anteriores, hice notar que si queremos tocar la “carne” de la Biblia,
debemos ir más allá de las “plumas” y de la “piel”. La Biblia, al igual que muchos otros
escritos, posee una apariencia externa y una realidad interna. Por ejemplo, el ser
humano tiene un aspecto externo y también una realidad interna. Si conocemos a una
persona únicamente según su aspecto externo, en realidad no la conocemos. Para
conocerla completamente, es necesario que la conozcamos según su ser interior, lo cual
requiere que pasemos mucho tiempo con esa persona para saber cómo es por dentro.
En 5:16 Pablo dice: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos
según la carne”. El hecho de conocer a otras personas según la carne significa que las
conocemos simplemente según su aspecto externo. Pablo, por su parte, deseaba conocer
a otros según el espíritu, es decir, según la realidad interna.
Ésta era también la manera en que Pablo conocía a Cristo: “Y aun si a Cristo conocimos
según la carne, ya no le conocemos así”. Este versículo significa que Pablo ya no conocía
a Cristo según el porte exterior, sino conforme al espíritu interior. Este principio se
aplica también a nuestro estudio de la Biblia. Si deseamos conocer la Biblia, no sólo
debemos conocer la manifestación externa de la Palabra, sino también la realidad
interna.
LA GLORIA Y EL ESPÍRITU
¿Qué es la gloria del nuevo pacto? Al responder a esta pregunta, tal vez algunos digan
que el resplandor de la gloria del nuevo pacto es el Espíritu. Otros quizás contesten que
es la resurrección o que es Cristo en resurrección. Ciertamente es verdad afirmar que la
gloria del nuevo pacto es el Espíritu. En 2 Corintios 3:18 leemos: “Mas, nosotros todos, a
cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”.
Existe una conexión entre la expresión “de gloria en gloria” y “por el Señor Espíritu”.
Esta conexión se hace evidente en el uso que Pablo da a la palabra “como”. Esto indica
que “de gloria en gloria” es algo que procede del Espíritu, lo cual nos da la base para
afirmar que la gloria está íntimamente relacionada con el Espíritu. De hecho, en este
versículo, la gloria equivale al Señor Espíritu.
En 3:18 Pablo dice que somos transformados en la misma imagen. Cuando nosotros, a
cara descubierta, miramos y reflejamos la gloria del Señor, Él nos infunde los elementos
de lo que Él es y de lo que ha efectuado, y, como resultado, somos transformados
metabólicamente de modo que obtenemos Su forma de vida mediante Su poder de vida
y con Su esencia de vida, o sea, somos transfigurados en Su imagen, principalmente por
medio de la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). La expresión “somos
transformados” indica que nos encontramos en el proceso de transformación, mientras
que la expresión “de gloria en gloria” significa de un grado de gloria a otro, lo cual alude
a un continuo proceso de vida en resurrección. Además, la expresión “por el Señor
Espíritu” indica que el proceso procede del Espíritu.
EL ESPÍRITU Y LA NOVIA
La primera vez que se usa un título divino en la Biblia se halla en Génesis 1:1: “En el
principio creó Dios los cielos y la tierra”. Este versículo habla de Dios. La palabra Dios es
Elohim en el hebreo. Pero en el último capítulo de la Biblia, en Apocalipsis 22, vemos
otro título divino. Apocalipsis 22:17 dice: “Y el Espíritu y la novia dicen: Ven”. Aquí no
se menciona a Dios, a Elohim, sino al Espíritu. Además, el Espíritu y la novia hablan
juntos. ¿Cómo puede ser esto, ya que el Espíritu es divino y la novia no lo es? En Génesis
1 no se encuentran palabras como éstas. No hay ningún versículo que diga: “En el
principio Dios y los ángeles crearon los cielos y la tierra”. Por el contrario, Génesis 1:1
habla solamente de Dios; no dice: “Dios y...”. Pero Apocalipsis 22:17 habla del Espíritu y
la novia.
Cuando se casa un hermano joven, deja de ser solo, o sea deja de ser soltero, y se le
añade a él una esposa. Ahora, en lugar de una persona soltera, existe una pareja. Antes
de casarse, todo lo que dice el hermano, lo dice por sí mismo, pero después de casarse,
es posible que él y su esposa hablen como una sola persona. Entonces se podría escribir
en cuanto a esta pareja: “El y su esposa dicen...”.
En la Biblia vemos el mismo principio con respecto al Espíritu y la novia. Toda la Biblia
nos habla de un romance universal, el romance de una pareja universal. Esta pareja se
compone de Dios, el Marido, y de Sus escogidos, quienes son la novia. Por tanto, al final
de la Biblia se revela esta pareja universal.
Cuando el Señor Jesús vino, Juan el Bautista lo llamó el Cordero de Dios. Según Juan
1:29, Juan dijo al ver a Jesús que venía a él: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo!” Según el tercer capítulo del Evangelio de Juan, Juan el Bautista se
refirió al Señor Jesús como el Novio. Algunos de los discípulos de Juan tuvieron celos
por el hecho de que muchos se iban con el Señor Jesús y lo seguían. Ellos dijeron a
Juan: “Rabí, mira Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste
testimonio, bautiza, y todos vienen a El” (Jn. 3:26). Juan, como parte de su respuesta,
declaró: “El que tiene la novia, es el novio; mas el amigo del novio, que está allí y le oye,
se goza grandemente de la voz del novio” (v. 29). Con esto vemos que el Señor Jesús no
es solamente el Cordero de Dios, sino también el Novio que merece recibir a la novia.
El hecho de que a Adán le fuera dada Eva como complemento muestra también que el
matrimonio implica que a un hombre se le añade la esposa. Según Génesis 2, Adán fue
creado primero. Según Génesis 2:18, el Señor Dios dijo: “No es bueno que el hombre
esté solo; le haré ayuda idónea para él”. Dios no quería que Adán permaneciera solo, o
sea, soltero. Por ende, hizo caer sueño profundo sobre Adán, tomó una de sus costillas y
de ella formó una mujer. Antes de que la mujer fuera hecha y presentada a él, Adán no
pudo encontrar nada que correspondiera a él. Génesis 2:20 dice: “Y puso Adán nombre
a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló
ayuda idónea para él”. Pero cuando Dios le presentó la mujer, Adán dijo: “Esto es ahora
hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón
fue tomada” (v. 23). Eva era el aumento de Adán, lo que se le añadió a él, lo cual muestra
el principio de que el matrimonio supone una adición.
Así como no era bueno que Adán estuviera solo, o sea, que fuese soltero, asimismo no es
bueno que Dios esté solo, que sea “soltero”. Si Dios no tuviese Su pueblo elegido como
novia, Dios estaría solo. Él es solamente la mitad de la pareja universal. Estoy consciente
de que este pensamiento alarma la mente doctrinal o teológica. Al oír eso, algunos dirán:
“¿Enseña usted que Dios no está completo en Sí mismo? ¿Cómo puede comparar a Dios
con un soltero o con la mitad de un melón? ¡Eso es herejía! ¡Nadie debe seguir esa falsa
enseñanza! Dios es todopoderoso, perfecto y completo. Como el gran Dios, el Rey, el
Príncipe de los cielos, Él es el objeto de nuestra adoración. Nosotros fuimos creados por
Él y debemos postrarnos ante Él en adoración”. Por supuesto, Dios en Sí mismo está
completo. Pero muchos de los que se basan en la verdad de que Dios está completo para
argumentar contra la revelación bíblica acerca de la pareja universal, ven solamente la
apariencia exterior de la Palabra. Conocen solamente las plumas y la piel. Si captamos la
realidad interior de la Palabra, nos daremos cuenta de que Dios jamás estará satisfecho
con recibir una mera adoración objetiva de parte de Sus criaturas. Sabremos que en lo
profundo de Su corazón, Él desea una esposa.
Los que consideran que es herético afirmar que Dios tiene una esposa tienen un
conocimiento muy superficial de la Biblia; en efecto, no han tocado las profundidades de
la Palabra. Pero si queremos saber algo, debemos conocer las profundidades de aquello.
Esto también es verdad, como lo hemos indicado, del hecho de conocer a una persona.
Si usted conoce únicamente mi porte exterior, y no las profundidades de mi ser, en
realidad no me conoce.
Hoy en día pocos predican las profundidades de la Biblia. Sólo hablan de lo que está en
la superficie, de las plumas, o de la piel. No sirven la carne de la Palabra a los demás.
Pero si alguien lo invita a usted a cenar pavo, ¿le sirve acaso las plumas y la piel? ¡Por
supuesto que no! A usted le sirven la carne del pavo. No obstante, a muchos cristianos
de hoy no le sirven carne a uno; lo único que le ofrecen es plumas y piel.
EL ESPÍRITU TODO-INCLUSIVO
El Dios que se revela en Génesis 1:1 es un Dios “soltero”. Podemos decir también que es
el Dios “no procesado”, el Dios “crudo”. Los sesenta y seis libros de la Biblia revelan el
proceso por el cual pasó el Dios “soltero”. Primero, Él creó los cielos y la tierra como
entorno de este proceso. Luego, un día, Dios se encarnó, o sea, nació de una virgen en
Belén. Indudablemente eso formaba parte del proceso. Si usted no considera eso como
un proceso, ¿qué nombre le dará? Mediante el proceso de encarnación, Dios se hizo un
niño. Isaías 9:6 declara que el nombre del niño que nos es nacido es Dios fuerte. Aquel
que nació en el pesebre de Belén y que creció en la casa de un carpintero era el Dios
fuerte.
El Señor Jesús vivió allí en Nazaret, una pequeña aldea, durante treinta años. Luego,
empezó a ministrar, aunque, en realidad, nadie lo entendió. Los que creían conocerlo,
dijeron: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama Su madre María, y Sus
hermanos, Jacobo, José, Simeón y Judas? Y Sus hermanas, ¿no están todas con
nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?” (Mt. 13:55-56). No pudieron
entender de dónde obtuvo Él “esta sabiduría y estas obras poderosas” (Mt. 13:54).
Un día, el Señor Jesús fue a la cruz. Cuando murió en la cruz, aparentemente Él murió
allí solo, pero a los ojos de Dios, todo el universo y toda la creación murió juntamente
con Él. La muerte de Cristo fue todo-inclusiva, porque esta muerte le puso fin a todo.
Después de que el Señor Jesús fue crucificado, le pusieron en una tumba. Luego, hizo un
recorrido por el Hades, el dominio de los muertos. Al tercer día, Cristo resucitó corporal
y espiritualmente. Ahora, en resurrección, Él es el Espíritu vivificante.
El aceite de oliva estaba solo; no era todo-inclusivo. Pero el ungüento sí era todo-
inclusivo, como lo tipifica el hecho de que se componía de varios elementos. En Génesis
1, el Espíritu de Dios también estaba solo, pero en Apocalipsis 22, el Espíritu es todo-
inclusivo.
El Espíritu es la máxima expresión del Dios Triuno. Este Espíritu incluye todo lo que
Cristo ha realizado, logrado y obtenido. Este Espíritu todo-inclusivo comprende también
todo lo que Cristo es. Además, este Espíritu tiene un complemento, un aumento, algo
que se le ha añadido a Él, lo cual significa que el Espíritu tiene algo que lo complementa.
Dios ya no está solo, ya no está soltero, pues ya tiene una novia como complemento. Por
esta razón, la revelación final de la Biblia es la del Espíritu todo-inclusivo y la novia.
La expresión “el Espíritu” es corta y sencilla, pues contiene solamente dos palabras. No
obstante, este título sencillo es todo-inclusivo. El Espíritu comprende todo lo que el Dios
Triuno es, todo lo que Él ha realizado, obtenido y logrado. Este Espíritu incluye también
el proceso por el cual pasó el Dios Triuno. Puesto que Dios pasó por ese proceso tan
largo, y puesto que el Espíritu es Su máxima expresión, Apocalipsis 22:17 no dice “Dios y
la iglesia”, sino “El Espíritu y la novia”.
Si queremos ser aptos para ser la novia del Señor, debemos crecer y pasar por muchas
cosas. Para ser la novia se necesita más que ser la iglesia. Por ejemplo, una pequeña niña
no es apta para ser una desposada. Antes de ser desposada, debe crecer y madurar. Ella
también debe asistir a la escuela y aprender muchas cosas. Luego, un hombre la elegirá
por novia.
Cada hombre tiene principios distintos según los cuales elige a una esposa. Por ejemplo,
un hombre que posee un doctorado tal vez deseará una esposa con una educación
elevada. Él considerará a cualquiera que no tenga una maestría, como indigna de ser su
esposa. Asimismo, el Espíritu tiene requisitos muy elevados para Su esposa. ¿Tomará el
Espíritu por esposa a una novia inmadura? Por supuesto, la respuesta es no. El Señor no
vendrá por Su novia hasta que ella esté madura y completamente preparada para Él.
No piensen que mientras seamos la iglesia, hemos cumplido todos los requisitos
necesarios para ser la novia. Decir esto sería como afirmar que cualquier mujer, sin
importar su edad o madurez, es apta para casarse. No; se necesita satisfacer ciertos
requisitos para ser la novia. A los cristianos les resulta fácil afirmar que todos somos la
iglesia. Pero cuando el Señor Jesús venga como el Novio, ¿seremos aptos para ser Su
novia? En aquel momento, tal vez Él nos diga que aún no somos aptos, que nos hace
falta más crecimiento y madurez. Esta manera de entender la relación del Novio y la
novia concuerda con la revelación de la Palabra santa.
Muchos cristianos han sido engañados e incluso embotados por enseñanzas que no van
más allá de las plumas y de la piel de la Palabra. ¡Oh, cuánto necesitamos ver las
profundidades de las verdades que el Señor ha revelado de Su palabra a Su recobro!
¡Cuánto le agradezco por habernos abierto Su palabra y revelado lo que se halla en las
profundidades de ella! Alabo al Señor por eso. Puedo dar testimonio de que valoro
mucho las palabras, “el Espíritu y la novia”. Cuando leo de ello en Apocalipsis 22:17,
siento deseos de brincar de gozo. Puedo testificar que deseo profundamente formar
parte de la novia del Señor. ¿No desea esto usted también?
Pero, ¿tiene usted la seguridad de que será incluido como parte de la novia? ¿Está
satisfecho con ser simplemente un dominguero y asistir a las reuniones de la iglesia? No
creo que alguien que sea un dominguero pueda formar parte de la novia del Señor. Al
llegar el momento en que el Señor tome a Su novia, ¿estará usted listo? ¿Habrá
satisfecho los requisitos necesarios y estará maduro? ¿Será necesario que el Señor le
diga: “Yo te salvé, pero todavía no has crecido?” Todos debemos crecer y madurar, para
que cuando el Señor venga, seamos aptos para formar parte de Su novia.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTIDÓS
(2)
Lectura bíblica: 2 Co. 3:7-11, 18; Jn. 17:1; Lc. 24:26; Hch. 3:15; Ro. 6:4
El resplandor de la gloria del nuevo pacto es de hecho el vivir de Cristo. Esto significa
que vivir a Cristo es hacer resplandecer la gloria del nuevo pacto.
En 3:7 y 8 Pablo dice: “Ahora bien, si el ministerio de muerte grabado con letras en
piedras vino en gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro
de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual se desvanecía, ¿cómo no con mayor
razón estará en gloria el ministerio del Espíritu?” Pablo dice que el ministerio de
muerte, es decir, el ministerio del viejo pacto, vino en gloria; no dice que el ministerio
del viejo pacto tenía gloria.
Entonces, ¿cuál es la gloria del nuevo pacto? ¿Cuál es la gloria que posee el nuevo pacto
y en la cual abunda? En la Biblia, el uso de la palabra “gloria” básicamente significa la
expresión de Dios. Cada vez que Dios es expresado, eso es gloria. La expresión de Dios
es Dios glorificado. Por consiguiente, decir que Dios es glorificado significa simplemente
que Él es expresado.
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él era el Dios encarnado. Él no vino como el
Dios expresado; vino como el Dios que se esconde. Dios estaba oculto en el cuerpo físico
del Señor Jesús; dentro de Él estaba Dios, y por fuera estaba la carne. Con relación a
esta carne, no había gloria. Según Juan 17, cuando el Señor Jesús estaba a punto de
morir, oró: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique
a Ti” (v. 1). En Juan 17:5, el Señor añade: “Ahora pues, Padre, glorifícame Tú junto
contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. En Su oración,
es como si el Señor dijera: “Padre, ahora es el momento de que glorifiques a Tu Hijo.
Padre, permite que Tu Hijo te glorifique. Los discípulos no han visto plenamente lo que
es Tu Hijo y lo que Tú eres en Mí. Padre, Tú estás encubierto y Yo también. Por esta
razón, te pido que glorifiques a Tu Hijo para que Tu Hijo te glorifique a Ti”.
Cuando el Señor Jesús oró al Padre pidiendo que lo glorificara, en realidad pidió que, al
morir y resucitar, fuera introducido en la gloria. En Lucas 24:26 el Señor Jesús preguntó
a los dos discípulos que iban camino a Emaús: “¿No era necesario que el Cristo
padeciera estas cosas, y que entrará en Su gloria?” Cuando el Señor Jesús pronunció
estas palabras, Él ya estaba en resurrección. Por tanto, para Él, entrar en Su gloria
significaba estar en resurrección. Este versículo revela claramente que la glorificación de
Cristo fue Su resurrección. La resurrección del Señor fue Su florecimiento. El
florecimiento de Cristo, Su glorificación, alude a Su resurrección en plenitud.
Con esta comprensión, ahora podemos contestar la pregunta acerca de lo que es la gloria
del nuevo pacto. En realidad, la gloria del nuevo pacto es la resurrección de Cristo en
plenitud. En otras palabras, el propio Cristo resucitado es la gloria del nuevo pacto.
Además, este Cristo en resurrección, o el Cristo resucitado, es el Espíritu vivificante. Por
consiguiente, la gloria del nuevo pacto, que es el Cristo resucitado, o la resurrección de
Cristo, es el Espíritu. Ahora entendemos correctamente qué es la gloria del nuevo pacto.
La gloria del nuevo pacto es el Cristo resucitado como Espíritu vivificante.
Afirmar que Pablo hacía resplandecer la gloria del nuevo pacto significa que él
expresaba en su vivir al Cristo resucitado. Pablo vivía a Cristo en resurrección, es decir,
él vivía al Espíritu vivificante.
La gloria del nuevo pacto es la realidad del Cristo resucitado, quien es ahora el Espíritu
vivificante y todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu. Debemos vivir al Cristo
resucitado andando y conduciéndonos en nuestro espíritu diariamente y momento a
momento. Por una parte, debemos vivir en el espíritu; y por otra, debemos permitir que
el Espíritu vivificante sature todo nuestro ser. El Espíritu no debe empapar solamente
nuestro ser interior, sino también nuestro cuerpo y así hacerlo un miembro de Cristo.
Esto es vivir a Cristo; esto es hacer resplandecer la gloria del nuevo pacto.
Recientemente di un mensaje donde hablé de llegar a ser cartas vivas de Cristo. En ese
mensaje hice notar que cuando Cristo se inscriba en nosotros, los demás podrán leer al
Cristo que está en nosotros. Específicamente, a los padres de los jóvenes les debe ser
fácil ver al Cristo que está inscrito en sus hijos. Después del mensaje, muchos santos
testificaron que sus padres sí han leído al Cristo que está en ellos. Me sentí muy
contento de oír esos testimonios en cuanto a ser cartas vivas de Cristo. Espero que entre
los santos del recobro del Señor haya más testimonios similares.
HACER RESPLANDECER
LA GLORIA DEL CRISTO RESUCITADO
Debemos tener testimonios brillantes, testimonios del resplandor de la gloria del Cristo
resucitado. Cuando vivimos a Cristo, Él, como la luz resplandeciente, se expresará desde
nuestro interior. Entonces, otras personas no solamente nos leerán, sino que estarán
también bajo nuestro resplandor. Ésta es la debida comprensión de lo que significa
hacer resplandecer la gloria del nuevo pacto.
Una persona tal vez lleve una vida ética siguiendo las enseñanzas de Confucio. No
obstante, eso es completamente diferente de lo que se revela en la Biblia acerca de vivir
a Cristo. Según la revelación contenida en el Nuevo Testamento, nosotros debemos vivir
a Cristo y no simplemente mejorar nuestro comportamiento. Además, en 2 Corintios 3
vemos que vivir a Cristo equivale a hacer resplandecer a Cristo.
Hoy en día Cristo en resurrección como Espíritu vivificante mora en nuestro espíritu.
Ésta es una realidad. Cristo como Espíritu vivificante no es una mera doctrina, teoría,
filosofía o sistema ético; más bien, Él es el Dios Triuno viviente que, como Espíritu
vivificante, desea ser nuestra vida y nuestra provisión de vida. Él quiere saturar nuestro
ser, que incluye nuestra mente con su facultad de pensar, nuestra parte emotiva con
todos los sentimientos que surgen de ella, y nuestra voluntad con la cual tomamos
determinaciones, resoluciones y decisiones. Él desea saturar incluso nuestros cuerpos
físicos, haciéndolos sanos, fuertes y vivientes y convirtiéndolos en los miembros de
Cristo (1 Co. 6:15). Ser saturados del Espíritu vivificante de esta manera equivale a vivir
a Cristo.
Vivir a Cristo al ser saturados de Él y al irradiarlo es algo muy diferente de llevar una
vida simplemente ética o moral. El vivir a Cristo de esta manera es algo mucho más
elevado que la ética o la moralidad. El vivir a Cristo consiste en que el Dios Triuno
procesado llegue a ser nuestra provisión de vida que satura todo nuestro ser para que lo
expresemos a Él en nuestro vivir diario desde nuestro interior. Este vivir es nuestro
resplandor y también es la gloria de Cristo. Este vivir es el testimonio de Jesús, la
verdadera expresión del Dios Triuno en una iglesia local. Esto es lo que el Dios Triuno,
el Señor Espíritu, desea obtener hoy.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTITRÉS
(1)
En los mensajes anteriores hicimos notar que Pablo es un modelo de uno que vive a
Cristo por causa de la iglesia. En 2 Corintios, este modelo es revelado en varios aspectos,
de los cuales hemos tratado cuatro. Primero, una persona que vive a Cristo por causa de
la iglesia no confía en sí misma, sino en el Dios que resucita a los muertos. Pablo se
refiere a este aspecto en 1:9: “De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de
muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los
muertos”. Esto incluye el asunto de no conducirnos con sabiduría carnal, sino con la
gracia de Dios y el de ser uno con el Cristo inmutable del Dios fiel. En 1:12 Pablo declara:
“Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y
sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios, nos hemos
conducido en el mundo, y mucho más con vosotros”. En 1:18 Pablo declara que Dios es
fiel; en el versículo 19, dice que [su palabra] en Cristo es sí; y en el versículo 20, afirma
que “para cuantas promesas hay de Dios, en El está el Sí”. Por consiguiente, hablamos
del Cristo inmutable del Dios fiel.
El segundo aspecto tiene que ver con ser adheridos, ungidos, sellados, capturados,
sometidos y guiados a esparcir el incienso de Cristo. Pablo habla de estos asuntos en 1:21
y 22 y en 2:14-16.
En 3:3-6 Pablo llega al tercer aspecto del modelo de vivir a Cristo por causa de la iglesia,
el cual consiste en que nuestra competencia proviene de Cristo, quien es el alfabeto
espiritual que se usa para escribir cartas vivas con el Espíritu vivificante del Dios
viviente. El cuarto aspecto de este modelo es el de hacer resplandecer la gloria del nuevo
pacto (3:7-11), y el quinto aspecto, el cual estudiaremos en este mensaje y en el
siguiente, es el de ser transformados de gloria en gloria en la imagen del Señor como por
el Señor Espíritu, al mirar y reflejar Su gloria a cara descubierta.
Valoro mucho todos estos aspectos de Pablo, quien se presenta como modelo de uno que
vive a Cristo por causa de la iglesia. Pablo y los demás apóstoles llevaban una vida en la
cual no tenían ninguna confianza en sí mismos; antes bien, ponían toda su confianza en
el Dios de la resurrección. No se conducían con sabiduría carnal, sino con la gracia de
Dios. Además, eran uno con el Cristo inmutable del Dios fiel, es decir, eran uno con el
Cristo que es el Sí. Además, estaban adheridos al Ungido de Dios, y Dios los había
ungido y sellado. Por estar adheridos al Ungido, eran personas capturadas, sometidas y
guiadas por Dios a celebrar la victoria de Cristo. Como cautivos que marchaban en el
desfile triunfal de Cristo, esparcían el incienso de Cristo adondequiera que iban. De
hecho, el viaje ministerial de los apóstoles no era un viaje ordinario, sino un desfile
triunfal que celebraba la victoria de Cristo en el universo.
Pablo y sus colaboradores también tenían una competencia que provenía de Cristo,
quien es el alfabeto celestial que se usa para escribir cartas vivas de Cristo, con Cristo y
para Cristo. La “tinta” que usaban para escribir estas cartas era el Espíritu vivificante del
Dios viviente. Los apóstoles inscribían a Cristo en los santos y de esta manera escribían
cartas vivas con el Espíritu como la tinta. Como resultado, los santos llegaron a ser
cartas vivas de Cristo que otros podían leer.
Pablo y sus colaboradores se encontraban día tras día y a toda hora en el proceso de ser
transformados en la misma imagen, la imagen del Cristo glorificado. “Mas, nosotros
todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor,
somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor
Espíritu” (3:18). Esta transformación no se produjo de una vez por todas, sino que fue
gradual. Los apóstoles fueron transformados de un grado de gloria a otro. Fueron
transformados de gloria en gloria, como por el Señor Espíritu.
Las palabras traducidas “como por” en 3:18 también se pueden traducir “es decir”. Por
tanto, los apóstoles eran transformados de gloria en gloria, es decir, del Señor Espíritu.
Ellos eran transformados en la imagen del Señor a partir del Señor Espíritu.
Según el libro de 2 Corintios, el modelo de uno que vive a Cristo por causa de la iglesia
incluye el aspecto de la transformación diaria. Todo aquel que vive a Cristo por causa de
la iglesia debe estar en el proceso de ser transformado día tras día. Si no nos
encontramos en el proceso de transformación, algo anda mal con nosotros en nuestra
vida cristiana, pues día tras día debemos ser transformados.
UN PROCESO METABÓLICO
Por muchos años he intentado entender la expresión “de gloria en gloria” empleada en
3:18. He consultado muchos libros, pero no he logrado encontrar una explicación
satisfactoria. No debemos tomar este asunto por sentado o pensar que lo entendemos.
¿Qué es esta gloria, y qué significa “de gloria en gloria?” “De gloria en gloria” significa
del Señor Espíritu al Señor Espíritu. El Señor Espíritu está sobre el Señor Espíritu. Esto
significa que el Señor Espíritu, quien es el rico suministro, se añade continuamente a
nuestro ser.
Usemos el ejemplo de lo que sucede cuando comemos, para entender cómo es que se
añade el Señor Espíritu a nosotros. Supongamos que a usted se le invita a la casa de una
familia que come mucho pollo. Día tras día le sirven comida que tiene pollo. Al comerla,
usted va de pollo en pollo. Finalmente, al comer tanto pollo, usted llegará a estar
constituido del elemento del pollo. Este elemento saturará sus tejidos y sus células y, en
cierto sentido, su cuerpo físico será transformado interiormente en pollo. Día tras día y
a cada hora, Cristo, el pollo celestial, se añade a nosotros, y somos transformados en Su
imagen. Esta transformación va de gloria en gloria, del Señor Espíritu al Señor Espíritu.
UN TESTIMONIO DE LA TRANSFORMACIÓN
En uno de los mensajes anteriores hice notar que es posible que los padres de los
jóvenes de la iglesia puedan leer al Cristo que se ha inscrito en ellos. Después de que di
ese mensaje, muchos testificaron que cada vez que visitan a sus padres, sus padres los
leen y observan el cambio que se ha generado como resultado del Cristo que ha sido
inscrito en ellos. Estoy convencido de que un día algunos padres darán un testimonio en
el que dirán algo así: “Cuando nuestra hija entró en la vida de iglesia, nos opusimos a
ella al principio. Pero cuando vino a casa a visitarnos, nos dimos cuenta de que algo era
diferente en ella. Cada vez que venía a vernos, observamos que el cambio en su vida era
cada vez mayor. Para nosotros, el cambio era maravilloso. Finalmente, después de varias
visitas, ya no pudimos resistirnos a lo que estaba sucediendo en ella. Esto puso fin a
nuestra oposición, y ahora estamos aquí en la reunión testificando que hemos leído al
Cristo que se ha inscrito en nuestra hija”. Si los padres de esta joven entendieran las
cosas tal y como son, no hablarían simplemente de un cambio, sino de una
transformación. Dirían: “Nos hemos dado cuenta de que a través de los años nuestra
hija ha ido experimentado una transformación. Ella está siendo transformada de gloria
en gloria, del Señor Espíritu al Señor Espíritu”.
En uno de los mensajes anteriores, dijimos que la gloria de 3:18 es el Cristo que florece
en resurrección. Usamos el ejemplo del florecimiento de un clavel para referirnos a esta
gloria. La resurrección de Cristo fue Su florecimiento. El Cristo que florece, el Cristo
resucitado, es la gloria. Ahora estamos en el proceso de ser transformados de esta gloria
a otra gloria. Esta gloria es nuestro suministro diario. Ésta es la razón por la cual ser
transformados de gloria en gloria sobrepasa con creces una simple mejoría externa de
comportamiento, una mejoría conforme a la enseñanza religiosa o ética.
COBRE U ORO
Confucio habló mucho acerca de la ética. Pero las enseñanzas éticas de Confucio se
pueden asemejar al cobre, mientras que lo que revela la Biblia acerca de la vida cristiana
se puede asemejar al oro. A veces, en apariencia, el cobre se parece al oro. Ésta es la
razón por la cual la gente adultera el oro usando cobre, así como adulteran el vino
añadiéndole agua.
Algunos de los misioneros que fueron a China no pudieron discernir la diferencia entre
las enseñanzas éticas de Confucio y las enseñanzas de la Biblia que hablan de la vida
cristiana. Yo oí a algunos misioneros decir que lo que enseña la Biblia es exactamente
igual a lo que está escrito en los libros de Confucio. Si eso fuese cierto, ¿para qué
necesitarían los chinos la Biblia, si ya tienen los escritos de Confucio? ¿Para qué se
necesitaría que los misioneros fueran a China a enseñar ética? En Efesios 5 Pablo habla
de que la mujer debe someterse al marido. Pero Confucio exhorta que la mujer debe
experimentar una sumisión triple: primero, a su padre, después, a su marido, y en caso
de que falleciera su marido, a su hijo. Parece que Confucio enseña más acerca de la
sumisión que la Biblia. Sin embargo, a mí no me interesa cuánto se diga acerca de la
sumisión; lo que me interesa es la naturaleza de esta sumisión. ¿Se trata de una
sumisión de “cobre” o de una sumisión de “oro”? La sumisión que enseñaba Pablo en
Efesios 5 es de oro, pero la sumisión triple que enseña Confucio es de cobre. ¿Prefiere
usted una sumisión de oro o una de cobre? Indudablemente, todos preferimos la de oro.
Hoy en día la mayoría de nosotros somos una mezcla de cobre y oro. Algunos tienen
veinticinco por ciento de oro y setenta y cinco por ciento de cobre. Pero
independientemente del porcentaje de cobre y de oro que tengamos, el porcentaje de
cobre se va reduciendo poco a poco y el porcentaje de oro se va incrementando. El oro
está siendo añadido a nosotros para reemplazar el cobre y eliminarlo.
Tomemos el ejemplo de un joven que está en la vida de iglesia y que es sumiso a sus
padres y obediente a ellos. Él se comporta bien y es un buen muchacho; no obstante,
debemos hacerle una importante pregunta: esta sumisión y obediencia, ¿es cobre u oro?
¿Proviene simplemente de tratar de comportarse debidamente como ser humano, o es el
resultado de ejercitar el espíritu regenerado para vivir al Espíritu que mora en nosotros?
Puede ser que su buen comportamiento, su sumisión y su obediencia se deriven de él
mismo. Si éste es el caso, él es un muchacho de “cobre”. Su sumisión, su obediencia e
incluso su amor son cobre. Este cobre no es glorioso, pues no es el Cristo resucitado. Su
comportamiento puede ser muy bueno, pero no es la gloria.
EXPERIMENTAR LA TRANSFORMACIÓN
¿Qué debemos hacer cuando nos demos cuenta de que nuestro comportamiento es
cobre y no oro? Debemos acudir desesperadamente al Señor y decirle: “Señor, ahora
tengo la revelación. Veo lo que eres Tú y lo que soy yo. Lo mejor que puedo ser es un
cobre brillante, resplandeciente, pero Señor, Tú eres oro. Cuando me comparo contigo,
que eres oro, empiezo a detestar mi comportamiento de cobre. Aborrezco mi propia
sumisión, obediencia y amor. Señor, necesito que Tú seas mi sumisión. Señor, quiero
experimentarte como mi obediencia y amor. Señor, si Tú no amas en mí, yo no amaré
tampoco. Señor, no quiero hacer nada sin Ti. Señor, Tú vive en mí. Ven y reemplaza mi
cobre con Tu oro. ¡Oh Señor Jesús, reemplázame!” Después de hacer esto, durante todo
el día debemos tener contacto con el Señor invocándole y permitiendo que nos
reemplace consigo mismo. De esta manera, experimentaremos poco a poco que el Señor
viva en nosotros. Nos daremos cuenta de que nuestro comportamiento no se origina en
nosotros, sino que es el Cristo resucitado. Esto es la gloria.
Si practicamos esto día tras día, seremos transformados de gloria en gloria. Además,
otros notarán algo diferente en nosotros; verán una diferencia en nuestra sumisión,
obediencia y amor. Sí, seguiremos siendo sumisos, pero esta sumisión es diferente en
naturaleza. Anteriormente, nuestro comportamiento era cobre, pero ahora es oro, y por
ser oro, brilla mucho más que antes; de hecho, es glorioso.
Espero que todos veamos la diferencia entre el cobre y el oro. Antes íbamos de cobre en
cobre, pero ahora somos transformados de oro en oro, de gloria en gloria. A través de los
años, me he dicho a mí mismo: “Todavía eres una mezcla de cobre y de oro”. No
obstante, puedo testificar que el cobre ha ido disminuyendo y que el oro ha ido
aumentando.
En todos nosotros debe quedar una impresión profunda de lo que significa ser
transformados. Ser transformados equivale a que Cristo se añade a nuestro ser y
reemplaza lo que somos a fin de que Él aumente y nuestra vida natural disminuya. A
medida que transcurre en nosotros el proceso de transformación, el viejo elemento de
nuestro ser natural es eliminado, y la gloria, el Cristo que florece, el Cristo resucitado
como Espíritu vivificante, se añade a nosotros y reemplaza el elemento natural. Hoy es
diferente de ayer, y mañana será diferente de hoy, pues cada día tenemos menos del
elemento natural y más de Cristo. Esto es lo que significa ser transformados de gloria en
gloria.
(2)
En 3:18 Pablo dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como
un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Señor Espíritu”. Hemos visto que Pablo, como modelo de uno que
vive a Cristo por causa de la iglesia, experimentaba la transformación cada día. La
transformación de la que habla 3:18, que es un cambio metabólico, va de gloria en
gloria, es decir, del Señor Espíritu al Señor Espíritu. Hemos abarcado estos asuntos en el
mensaje anterior. En este mensaje vamos a ver cómo somos transformados de gloria en
gloria.
MIRAR Y REFLEJAR
En nuestra experiencia, todos debemos ser espejos que miran al Señor y lo reflejan. No
obstante, si queremos ser espejos que miran y reflejan la gloria del Señor, no debemos
tener ningún velo sobre nosotros. Supongamos que un espejo está bien en todos los
sentidos y se encuentra en la posición correcta en cuanto al objeto que debe mirar y
reflejar, pero al espejo lo cubre un velo. Si el espejo esté cubierto con una tela, con un
velo, pierde su función. El velo impide que el espejo mire y refleje. Asimismo, si un velo
nos cubre a nosotros, no podremos mirar ni reflejar la gloria del Señor.
Si por la misericordia y la gracia del Señor se nos quitan todos los velos, seremos espejos
en el sentido de que lo miraremos a Él y lo reflejaremos a cara descubierta. Como espejo
que usted es, ¿le cubre algún velo? Si es así, aunque invoque el nombre del Señor, no
podrá mirar al Señor. Si queremos mirar y reflejar al Señor, todos los velos deben ser
quitados. Cada uno de nosotros debe estar libre de todo velo.
Muchos cristianos no pueden mirar ni reflejar al Señor porque están cubiertos con un
denso velo o tal vez con varias capas de velos. Consideren cuánta gente está en el
catolicismo actual, y cuántos han sido cubiertos por la influencia del catolicismo.
Supongamos que no existiera tal cosa como el catolicismo, y que todos los que están en
él fueran incrédulos que no supieran nada de Dios. ¡Cuánto más fácil sería predicarles el
evangelio y conducirles al Señor! Muchos recibirían y entenderían con prontitud las
cosas espirituales. Sin embargo, si usted intenta hablarles de la economía
neotestamentaria de Dios a personas que están en el catolicismo, descubrirá que la
mayoría está cubierta de velos. Por tanto, es extremadamente difícil que ellos vean las
cosas de Cristo de una manera genuina.
Cierto hermano que está en el recobro del Señor fue criado en el catolicismo. Cuando era
niño, sirvió como monaguillo. Pero cuando estaba en la secundaria, recibió al Señor
Jesús y fue genuinamente salvo. Contento y lleno de entusiasmo, les contó a los demás
la experiencia que tuvo con el Señor. Les dijo: “¡Ahora tengo al Señor Jesús!” Pero uno
de sus familiares señaló hacía una imagen de Jesús que estaba en la pared y contestó
que ellos ya tenían a Jesús. Indudablemente, esa persona estaba cubierta con un denso
velo. Uso este ejemplo para mostrar el hecho de que la religión ha causado que mucha
gente esté cubierta de velos, y estos velos les impiden ver al Señor.
A las personas que no han tenido un trasfondo religioso, a menudo les resulta más fácil
profundizar en las verdades del Nuevo Testamento que a los que han sido criados en el
catolicismo o en el protestantismo. No obstante, aun los que no tienen un trasfondo
religioso se encuentran bajo la influencia de la religión. Aun antes de ser cristianos, ya
tienen conceptos acerca de la manera en que se debe adorar a Dios. Tal vez ya tienen el
concepto de que en el servicio de adoración cristiano hay un pastor que hace ciertas
cosas y que la congregación ora o canta de cierta manera. Aun los que no son cristianos
son afectados por los conceptos religiosos. Estos conceptos pueden llegar a ser velos.
CUBIERTOS POR EL VELO
DE NUESTROS CONCEPTOS NATURALES
Además de los conceptos religiosos que son como velos que cubren a las personas, toda
persona está cubierta por ciertos conceptos o ideas que provienen del hombre natural. A
menudo estos velos están relacionados con la clase de persona que somos en nuestra
constitución natural. Si usted es una persona tranquila, preferirá adorar a Dios en una
catedral de techo alto, con vitrales y con luces de poca intensidad. Al entrar a tal edificio,
usted actuará inmediatamente con reverencia. El ambiente espontáneamente hará que
usted se sienta tranquilo y solemne, que quiera guardar silencio y que no hable ni
siquiera con la persona que está a su lado. Por ser de naturaleza una persona callada,
usted preferirá el ambiente tranquilo de una catedral. Si esta clase de persona asistiera a
una reunión de la iglesia en la que los santos alaban al Señor, se molestaría y se
preguntaría cómo alguien podría adorar a Dios de esa manera. No encontraría nada
digno de aprecio en la reunión; al contrario, sentiría que no puede adorar a Dios en un
lugar así.
Cuando Pablo escribió estas palabras acerca de mirar y reflejar la gloria del Señor a cara
descubierta, tenía en cuenta sus orígenes judaicos. Él sabía por experiencia que a los
judíos los cubría el velo de su religión. Pablo mismo había estado cubierto de esa
manera. Muchos judíos estaban cubiertos específicamente por el velo de sus conceptos
acerca de la ley, y en especial, de la circuncisión. Había muchos judíos que no querían
escuchar a Pablo, porque éste enseñaba que la ley se había terminado y que la
circuncisión ya no era necesaria. La doctrina de ellos acerca de la ley y la circuncisión,
era un velo que les impedía ver al Cristo que Pablo predicaba.
Además de los velos religiosos y de los velos de nuestros conceptos naturales, también
nos cubre el velo de nuestro carácter racial y nacional. Por ejemplo, los japoneses
preferirán una cosa, mientras que los alemanes, algo totalmente distinto. Las diferencias
relacionadas con el carácter nacional pueden impedir que creyentes de diversos países
adoren juntos. Los caracteres, formas de ser, hábitos y costumbres nacionales son velos
que nos impiden mirar y reflejar al Señor. Los que están cubiertos por el velo de sus
características raciales, nacionales o culturales no pueden recibir al Cristo que ministra
una persona de otra raza, nacionalidad o cultura. Tal vez escuchan palabras acerca del
Cristo glorioso, resucitado y que florece, pero éstas no penetran en ellos. Debido a que
están cubiertas por esos velos, no pueden ver nada de este Cristo maravilloso. La luz de
la verdad no puede resplandecer en ellos. Los que están cubiertos de esta manera son
semejantes a cámaras que tienen el lente cubierto. Cuando el lente de una cámara está
cubierto, ninguna luz puede entrar, ni ninguna imagen se puede registrar en la película.
No debemos suponer que no tenemos velos que nos cubren. En lugar de dar por sentado
que no tenemos ningún velo, debemos acudir al Señor y pedirle misericordia para que
nos sean quitados todos los velos a fin de poder mirar y reflejar al Señor.
Algunos que han estado por muchos años en la vida de iglesia en el recobro del Señor
quizás estén cubiertos por el velo de sus conceptos con respecto a la mejor manera de
reunirse. Supongamos que alguien que ha estado en la vida de iglesia en el lejano oriente
se muda a Estados Unidos, y dice: “Las iglesias en Estados Unidos se reúnen de una
manera muy distinta a la del lejano oriente. No puedo soportar esa manera de reunirse.
La manera que practicábamos allá ciertamente era la mejor”. Esto también es un velo
que nos impide ver la luz de la verdad.
Si queremos mirar y reflejar la gloria del Señor a cara descubierta, debemos orar algo
así: “Señor, no me importa si la reunión es tranquila o ruidosa; Señor, no me importa
cómo nos reunamos; no me interesa si la reunión de la iglesia en este lugar es distinta a
la que yo estaba acostumbrado en el pasado. Lo único que me importa es Cristo”. Si ésta
es nuestra actitud cuando llegamos a una reunión de la iglesia, entonces los velos han
sido realmente quitados de nosotros, y tenemos un corazón, un espíritu y una mente que
no tienen nada que los cubre.
Si todavía estamos cubiertos de algún modo, seremos como una cámara cuyo lente está
cubierto, en el sentido de que ninguna luz penetrará en nuestro ser interior. Si no
queremos estar cubiertos, debemos decirle al Señor: “Señor, quita todo lo que me cubre.
Señor, quita mis velos. Quita toda opinión que me cubre. Señor, quiero estar
completamente abierto y no tener ningún velo”. Entonces, a cara descubierta,
miraremos y reflejaremos la gloria del Señor y seremos transformados en Su imagen de
gloria en gloria.
Hoy la gloria es el Cristo resucitado, y este Cristo es el Espíritu. Esto significa que el
Señor como gloria es el Espíritu que vive en nosotros y que mora en nuestro espíritu.
Ahora que el Espíritu mora en nuestro espíritu, debemos ejercitar nuestro espíritu cada
vez más, orando, leyendo la Palabra e invocando el nombre del Señor. Cuanto más
ejercitemos nuestro espíritu a cara descubierta, más miraremos al Señor. Al mirarlo,
también lo reflejaremos, y a medida que miramos y reflejamos al Señor de esta manera,
Su elemento, Su esencia, se añadirá a nuestro ser. Este nuevo elemento reemplazará y
desechará el elemento de nuestra vida vieja y natural. Entonces experimentaremos la
transformación, ese cambio metabólico, y seremos transformados en la imagen del
Señor.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTICINCO
(1)
El título de este mensaje es: “La esencia del ministerio del nuevo pacto”. La palabra
“esencia” está relacionada con lo que Pablo dice acerca de la gloria y de la superioridad
del ministerio del nuevo pacto en 3:7-11. Estos versículos muestran la inferioridad de la
gloria del ministerio mosaico, el cual es el ministerio de la ley, un ministerio de
condenación y muerte, y la superioridad del ministerio apostólico, el cual es el
ministerio de la gracia, un ministerio de justicia y del Espíritu. El primero vino por
medio de la gloria de modo temporal; el segundo permanece en gloria para siempre. En
2:12-17 el apóstol habla del triunfo y efecto del ministerio apostólico; en 3:1-6, de su
función y competencia; y en 3:7-11, de su gloria y superioridad.
En los mensajes anteriores hemos abarcado muchos asuntos básicos relacionados con el
ministerio del nuevo pacto: la esencia, el efecto, la función, la competencia, la gloria y la
superioridad. Ahora en este mensaje debemos concentrarnos en qué es la esencia del
ministerio del nuevo pacto.
Tal vez algunos digan que la palabra “esencia” no se encuentra en 2 Corintios 3. Pero
aunque esta palabra no se use, el concepto de esencia está implícito en el versículo 3:
“Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no
con tinta, sino con el espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de
corazones de carne”. En este versículo, la palabra griega traducida “redactada por
ministerio nuestro” en realidad significa “servida”. La palabra griega significa servir algo
a alguien, como por ejemplo, lo que hace un camarero en un restaurante o una azafata
en un avión. Por tanto, Pablo declara que los creyentes corintios son una carta de Cristo
servida por los apóstoles. No obstante, al darse cuenta de que la palabra “servir” no es
adecuada, Pablo usó también la palabra “escrita”, lo cual explica el significado de la
palabra griega en este contexto. La manera que Pablo empleaba para servir en su
ministerio era escribir.
En 3:3, Pablo declara: “escrita no con tinta”; él no dice: “escrita no por tinta”. La palabra
“con” indica que la tinta espiritual, el Espíritu del Dios vivo, es una esencia, un
elemento, del que se vale el que inscribe o redacta. Es importante que prestemos
atención a cómo Pablo usa la preposición “con”. Esta preposición indica que el Espíritu
no es ni el escritor ni el instrumento que se usa para escribir, sino la esencia, el
elemento, la sustancia que se usa al escribir. El Espíritu del Dios vivo, quien es el Dios
vivo mismo, no es un instrumento, tal como una pluma, sino un elemento, la tinta
celestial que se usa para escribir, de la cual se valen los apóstoles para ministrar a Cristo
como contenido en su redacción de cartas vivas que trasmiten a Cristo.
Tomemos como ejemplo el simple hecho de escribir una carta con un bolígrafo. Usted
podrá ser el escritor, pero el bolígrafo es el instrumento. La tinta, por su parte, no es ni
el autor ni el instrumento; es el elemento, la esencia. Si se le acaba la tinta a su bolígrafo,
todo lo que usted intente escribir será en vano. Tal vez escriba palabras en una hoja de
papel, pero la hoja quedará en blanco. En ese caso, habrá un escritor y un instrumento,
mas no habrá tinta, la cual es la esencia que se necesita para escribir.
Debido a que muchos cristianos pasan por alto que el Espíritu es una esencia, en este
mensaje he optado a propósito por recalcar la palabra “esencia”. Entre los cristianos de
hoy, ¿quiénes consideran al Espíritu como una esencia? Por lo general, los cristianos
piensan que el Espíritu es un instrumento o un poder; otros, que han visto algo más,
hablan del Espíritu como una persona divina, pero no conozco ningún predicador que
hable del Espíritu como lo hace Pablo en 2 Corintios 3. En este capítulo, la perspectiva
que Pablo tiene del Espíritu es que éste es una esencia que se usa para escribir cartas de
Cristo. Aquí él no ve al Espíritu como una persona, un instrumento o un poder; más
bien, considera al Espíritu como la esencia que se usa para escribir cartas vivas de
Cristo.
Sin embargo, aún necesitamos definir qué es esta esencia. Nos damos cuenta de que
hemos sido inscritos con el Espíritu, pero ¿qué es este Espíritu?
Debemos examinar la terminología que se usa con relación al ministerio del nuevo
pacto. En 3:7 Pablo habla del ministerio de muerte, y en el versículo 8, del ministerio del
Espíritu. Por tanto, en estos versículos tenemos una comparación entre el ministerio de
muerte y el ministerio del Espíritu. El ministerio de muerte alude al ministerio del viejo
pacto, al ministerio mosaico. Pablo fue muy audaz al hablar del ministerio de muerte.
No es de sorprender que los judíos se ofendieran por lo que él dijo. Luego, Pablo
compara el ministerio de muerte con el ministerio del Espíritu.
La versión amplificada del Nuevo Testamento traduce las palabras griegas “de gloria en
gloria” como “de un grado de gloria a otro”. Es correcto afirmar que somos
transformados de un grado de gloria a otro grado de gloria, pero debemos entender qué
es la gloria. La gloria de 3:18 es en realidad el Espíritu. Esta gloria alude también al
Cristo resucitado, o a Cristo en resurrección. El Señor Jesús fue glorificado mediante la
resurrección (Lc. 24:26). Por consiguiente, la gloria, el Espíritu y la resurrección aluden
a lo mismo. Ahora el Espíritu que está en nosotros es gloria y también es la realidad de
la resurrección. Por consiguiente, una vez más vemos que en 2 Corintios 3, el Espíritu es
una esencia, y no un instrumento ni un poder.
En 3:9 Pablo añade: “Porque si el ministerio de condenación [vino en] gloria, mucho
más abunda en gloria el ministerio de la justicia”. La expresión “el ministerio de
condenación” también alude al ministerio mosaico del viejo pacto. Ese ministerio era un
ministerio de muerte y también un ministerio de condenación. Pablo demostró osadía al
declarar el hecho de que el ministerio de Moisés fue un ministerio de muerte y de
condenación. Pero como lo indica el versículo 9, aun este ministerio vino en gloria.
Así como el ministerio del viejo pacto era de muerte y de condenación, el ministerio del
nuevo pacto es del Espíritu y de la justicia. La muerte está en oposición a la vida, la cual
se halla corporificada en el Espíritu, y la condenación está en oposición a la justicia.
Tal vez esperábamos que Pablo usara la palabra justificación en lugar de justicia. Pero
aquí Pablo habla de la justicia, no de la justificación. Basándonos en el principio de que
en este capítulo el Espíritu es una esencia, la justicia aquí también debe ser considerada
una esencia. Por lo tanto, el ministerio del nuevo pacto tiene una esencia en dos
aspectos: el primer aspecto es del Espíritu, y el segundo aspecto es de la justicia.
Hemos señalado que el Espíritu en 2 Corintios 3 está relacionado con la vida. En dicho
capítulo, el Espíritu alude a la vida. Pero ¿a qué se refiere la justicia? Para contestar esta
pregunta, debemos darnos cuenta de que Pablo coloca la justicia en la misma categoría
que al Espíritu. Tanto la justicia como el Espíritu están en el mismo nivel. El ministerio
del nuevo pacto es un ministerio del Espíritu y de la justicia, y ambos son aspectos de la
esencia de este ministerio. Así como una mesa está constituida de madera y de pintura,
el ministerio del nuevo pacto también está constituido del Espíritu y de la justicia.
Supongamos que se pinta una mesa de madera. La madera es la sustancia de la mesa y
la pintura le da a la mesa un aspecto particular. Por consiguiente, en la mesa vemos la
sustancia y el aspecto. El principio es el mismo con relación al ministerio del nuevo
pacto. Este ministerio tiene una sustancia y también un aspecto, una expresión. El
Espíritu es la sustancia del ministerio del nuevo pacto, y la justicia es su expresión.
EL ESPÍRITU Y LA JUSTICIA
EN NUESTRO DIARIO VIVIR
Hoy, a través del ministerio, a todos se nos ha inscrito el Espíritu en nuestro ser.
Muchas veces, después de la reunión, sentimos algo vivo, sustancial y activo dentro de
nosotros. Esta sustancia viva es el Espíritu, el Espíritu que nos ha sido inscrito. En otras
palabras, se nos ha añadido la esencia divina. Si una persona nunca ha experimentado
esto, dudo que halla sido verdaderamente salva y regenerada. Creo que todos los que
estamos en la vida de iglesia podemos testificar que hemos experimentado al Espíritu en
nuestro interior de una manera viva, activa y sustancial. Además de la sustancia interior,
tenemos también una expresión exterior. Esta expresión es la justicia.
Todo aquel a quien se le ha inscrito el Espíritu del Dios vivo tendrá una expresión de
justicia en su diario vivir. Por ejemplo, un hermano que es casado experimentará al
Espíritu como sustancia viva dentro de él por medio de la inscripción que efectúa el
ministerio del nuevo pacto. Espontáneamente, su esposa se dará cuenta de que algo le
ha sucedido a su marido, y tal vez se diga: “Algo le ha ocurrido, pero no entiendo qué es.
Parece estar bien en todo y con todo. Antes, actuaba mal casi en todo lo que hacía,
incluso en la manera de guardar las cosas, pues nunca las ponía en su lugar. Pero ahora,
se encarga de cada detalle como se debe. Además, veo también una diferencia en la
manera en que me habla. Cuando se va a trabajar, se despide de mí de una manera muy
agradable; me dice: ‘Querida, me voy a trabajar’. Mi esposo se conduce correctamente
aun en la manera en que cuida al perro. No sé qué le pasa”. Lo que pasa es que puesto
que el hermano experimenta interiormente al Espíritu como sustancia, él expresa la
justicia en su vivir en la casa.
Cuando no vivimos a Cristo, actuamos mal en muchas cosas. Tal vez actuemos mal en la
manera en que cerramos la ventana o la puerta. En lugar de cerrar la puerta
correctamente, quizás la cerremos bruscamente. Pero cuando vivimos a Cristo y
experimentamos en nosotros algo sustancial y activo, llegamos a conducirnos
debidamente aun en la manera en que cerramos las ventanas y las puertas. De hecho,
todo lo que hagamos, lo haremos correctamente.
Algunos son muy descuidados en la manera en que mantienen sus zapatos o su ropa. Si
usted pudiera ver sus habitaciones, descubriría que muchas cosas están desordenadas.
Pero si estas personas experimentan al Espíritu como la sustancia que está en ellos,
empezarán a actuar correctamente aun en la forma de acomodar sus zapatos y su ropa.
Todo estará colocado en orden.
La obra del ministerio del nuevo pacto es totalmente diferente de la que lleva a cabo la
mayoría de los predicadores y maestros de hoy. La obra del ministerio del nuevo pacto
no consiste simplemente en enseñarnos a mejorar nuestro comportamiento; más bien,
este ministerio inscribe en nosotros el propio Espíritu. Escribir significa añadir más
esencia de Dios a nosotros. Interiormente, esta esencia es el Espíritu; exteriormente, es
la justicia. Pero como hemos visto, tanto el Espíritu que está por dentro como la justicia
que se ve por fuera son el propio Dios. Por consiguiente, el ministerio del nuevo pacto,
un ministerio del Espíritu y de la justicia, es simplemente el ministerio de Dios. Afirmar
que el ministerio del nuevo pacto es del Espíritu y de la justicia equivale a decir que el
ministerio del nuevo pacto es de Dios. No obstante, afirmar que este ministerio es de
Dios es hablar en términos generales, mientras que afirmar que este ministerio es del
Espíritu y de la justicia es hablar de una manera más específica. ¡Alabado sea el Señor
porque el Espíritu es el propio Dios que está en nosotros y que vive, se mueve y actúa en
nosotros, y que la justicia es el Dios que se expresa por medio de nosotros para ser
nuestra apariencia externa!
La visión central de la Biblia está relacionada con la imagen de Dios que es expresada
por la vida de Dios. En cuanto a esto, los primeros dos capítulos de Génesis son muy
importantes. En Génesis 1 tenemos la imagen de Dios: “Entonces dijo Dios: Hagamos al
hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza ... y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” (vs. 26-27). Dios desea que
lo expresemos a Él con Su imagen, pero si hemos de expresar a Dios de esta manera,
necesitamos Su vida. La vida de Dios es representada por el árbol de vida de Génesis
2:9. El Espíritu es la vida que está en nosotros, y la justicia es la imagen que expresamos
exteriormente. ¡Alabado sea el Señor por el ministerio del nuevo pacto con sus dos
aspectos: la vida y la expresión! Interiormente tenemos al Espíritu como vida, y
exteriormente tenemos la justicia como expresión.
VIVIR A CRISTO
Entre todos los habitantes de la tierra, las personas más justas son aquellas que viven a
Cristo. Cada vez que usted viva a Cristo, se conducirá bien en todo. No necesitará que
nadie le enseñe cómo conducirse correctamente, pues el Cristo que vive en usted lo
llevará a estar bien con todo y con todos. Si somos desordenados con nuestras cosas o
con respecto a la manera en que cerramos la puerta, eso indica que no estamos viviendo
a Cristo. Si vivimos realmente a Cristo, cerraremos la puerta correctamente, y cuando se
trate de tocar a la puerta o de usar el timbre, lo haremos como se debe. Una vez más
declaro que no es necesario que nadie nos enseñe a cerrar una puerta, a cómo tocarla o a
usar el timbre. La Biblia no contiene tales instrucciones. Si la Biblia contuviera una regla
para cada aspecto de nuestro diario vivir, sería tan grande que no la podríamos llevar
con nosotros. El Espíritu es aquel que está dentro de nosotros y nos hace justos en
nuestro vivir. Lo que necesitamos es que el Espíritu se inscriba más en nosotros. El
ministerio del nuevo pacto es el ministerio del Espíritu.
Hemos visto que ser transformados en la imagen del Señor de gloria en gloria equivale a
ser transformados del Espíritu al Espíritu. Si experimentamos esta transformación
interna, espontáneamente expresaremos la justicia en nuestro aspecto externo.
Entonces estaremos bien con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Pero muchas
personas no están bien con Dios, con los demás ni consigo mismas. A diario ofenden a
Dios y a los que los rodean. Además, por faltarles la esencia divina, no están bien con
ellos mismos. Así que, necesitan el ministerio que escribe la esencia divina en ellos.
Interiormente, esta esencia será el Espíritu que mora en ellos, y exteriormente, esta
esencia será expresada como su justicia.
(2)
Hoy en día muchos cristianos hablan de distintos ministerios y de recibir toda clase de
ministerios. El tema del ministerio o de los ministerios no es sencillo. Según 2 Corintios,
existe un solo ministerio, el ministerio único. En 4:1 Pablo dice: “Por lo cual, teniendo
nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no nos
desanimamos”. Por una parte, aquí Pablo dice “nosotros”; por otra, él habla de “este
ministerio”, y no de “estos ministerios”. Según este versículo, son muchas las personas,
pero el ministerio es uno solo. Con todo, en 1 Corintios 12:5, Pablo habla de “diversidad
de ministerios”.
La razón por la cual hay tantas denominaciones es que hay distintas clases de
ministerios. Los bautistas llevan a cabo el ministerio bautista para realizar la obra
bautista; los presbiterianos llevan a cabo otra clase de ministerio para realizar la obra
presbiteriana; y sucede lo mismo con respecto a los episcopales, los luteranos y los
metodistas. Todas estas denominaciones llevan a cabo distintas clases de ministerios
por el bien de sus propias obras. Según el Nuevo Testamento, esta práctica no es
correcta. El Nuevo Testamento revela que existe un solo ministerio. Hoy en día las
iglesias locales no llevan a cabo distintas clases de ministerios para realizar muchas
obras. Dios tiene una sola operación u obra, la cual la lleva a cabo el único ministerio.
Ahora debemos ver lo que hace este ministerio único. El ministerio único del Nuevo
Testamento sirve a Cristo a las personas; inscribe en ellas a Cristo como Espíritu que
opera en nuestro ser interior y como justicia que llega a ser nuestra expresión. Ésta es la
función del ministerio único. Cuando prediquemos el evangelio, debemos hacerlo de
esta manera. Asimismo, cuando enseñemos la Biblia, cuando edifiquemos a los santos o
a las iglesias, debemos hacerlo de esta manera. Todo lo que hagamos en la vida de
iglesia, lo debemos llevar a cabo con el fin de inscribir a Cristo en los santos. En cuanto a
esto, no tenemos muchos ministerios distintos.
El Nuevo Testamento indica claramente que el ministerio es uno solo, pero habla
también de distintos ministerios. Estos ministerios se refieren a varios servicios que
existen en la iglesia. Cuando 1 Corintios 12:5 habla de ministerios, se refiere a los
distintos servicios. En la vida de iglesia, los santos participan en distintos servicios. Por
ejemplo, algunos cuidan a los niños; ésta es una clase de servicio. Algunos pastorean a
los jóvenes o a los más débiles; ésta es otra clase de servicio. Pero todos estos distintos
servicios llevan a cabo el ministerio único, el servicio único. Como hemos visto, la
función del servicio único consiste en ministrar a Cristo al pueblo escogido de Dios. ¿De
qué manera debemos cuidar a los niños? Debemos hacerlo de una manera que les
ministre a Cristo. Asimismo, ¿cómo debemos pastorear a los jóvenes o a los más
débiles? En el pastoreo, debemos ministrar a Cristo a los demás. Aun cuando las
hermanas se reúnan para orar, todas deben ministrar a Cristo. Los numerosos servicios
tienen un solo objetivo, el cual es el servicio único, y los numerosos ministerios también
tienen un solo objetivo: el ministerio único.
Nosotros aceptamos todos los ministerios que llevan a cabo el ministerio único con
miras a cumplir la operación de Dios. Pero no podemos aceptar un ministerio que
procura establecer o cumplir algo distinto de la única operación que Dios lleva a cabo.
Por ejemplo, no podemos aceptar un ministerio cuya meta sea establecer la
denominación presbiteriana; tampoco podemos aceptar un ministerio que procure
llevar a cabo la obra bautista, luterana o episcopal. Estos ministerios causan división;
por tanto, no podemos aceptarlos. Los ministerios que aceptamos son aquellos que
tienen por meta el ministerio neotestamentario único.
Si usted vuelve a leer el Nuevo Testamento, y específicamente las epístolas, con esta
comprensión acerca del ministerio y los ministerios, se dará cuenta de que esta
comprensión es acertada. Le aliento a estudiar las epístolas con esta perspectiva,
prestando especial atención a las palabras “ministerio” y “ministerios”. Si emprenden un
estudio así, verá que todos los distintos ministerios o servicios tienen por objetivo llevar
a cabo el único ministerio del nuevo pacto.
Para que se lleve a cabo la economía neotestamentaria de Dios, el ministerio es uno solo.
Pero para realizar este ministerio único, especialmente en la vida de iglesia, se necesitan
muchos servicios, se necesitan diversos ministerios. Con todo, quisiera volver a recalcar
el hecho de que la meta de todos estos distintos ministerios y servicios es llevar a cabo el
ministerio único, el cual es el ministerio del nuevo pacto. Este ministerio inscribe en los
santos al Dios todo-inclusivo, quien es el Espíritu que está en nosotros y la justicia como
nuestra expresión exterior.
Como señalamos en el mensaje anterior, el Espíritu y la justicia son los dos aspectos de
la esencia que se inscribe en nosotros mediante el ministerio del nuevo pacto. El
Espíritu vivo es el aspecto interior, y la justicia perfecta es el aspecto exterior. La esencia
del ministerio del nuevo pacto incluye los dos aspectos del Espíritu y la justicia.
En las iglesias locales nuestro ministerio debe ser un ministerio que inscribe. No debería
simplemente enseñar. Si sólo enseñamos a los demás, no se inscribirá en ellos la esencia
divina. La enseñanza no requiere ninguna esencia; pero para inscribir sí se requiere una
esencia, así como para escribir con un bolígrafo se necesita tinta. Si uno intenta escribir
con un bolígrafo vacío, no habrá ninguna palabra en la hoja de papel. Si queremos
escribir, necesitamos tinta, la cual es la esencia con que se escribe. Entonces, cuanto
más escribamos, más palabras se escribirán en la hoja. Asimismo, necesitamos la
esencia divina si queremos inscribirla en el ser de los santos.
El ministerio que inscribe es único, y la esencia utilizada para inscribir también es única.
Pedro no inscribió de una manera y con cierta esencia, y Pablo, de otra manera y con
otra clase de esencia. No, los apóstoles no estaban divididos, ni causaban división; por el
contrario, todos inscribían de la misma manera y con la misma esencia. Pero hoy, los
predicadores tienen distintas maneras de inscribir, distintas clases de enseñanza. Como
resultado de ello, cuanto más enseñan y predican, más divisiones se producen. Por
consiguiente, la inscripción única debe realizarse con la esencia única.
¿Cuál es la esencia única que se debe inscribir en los santos? Esta esencia es el Dios
Triuno como el Espíritu. El término “el Espíritu” según se emplea en el Nuevo
Testamento es muy significativo. “El Espíritu” alude al Dios Triuno que pasó por un
proceso para ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.
En Génesis 1:2 leemos del Espíritu de Dios. En otras partes, el Antiguo Testamento
habla del Espíritu de Jehová. En el Nuevo Testamento, se usa la expresión “el Espíritu
Santo”. Luego, en Hechos 16:7, leemos del Espíritu de Jesús; en Romanos 8:9, del
Espíritu de Cristo; y en Filipenses 1:19, del Espíritu de Jesucristo. En Romanos 8 se nos
exhorta a andar en el Espíritu. En el Nuevo Testamento, no se hace énfasis en andar en
el Espíritu Santo ni en andar en el Espíritu de Dios; más bien, se hace énfasis en andar
en el Espíritu. Finalmente, al final de la Biblia, en Apocalipsis 22:17, leemos del Espíritu
y la novia. Por tanto, la Biblia no concluye hablando del Espíritu de Dios, ni del Espíritu
Santo, sino del Espíritu. El Espíritu mencionado en Apocalipsis 22:17 es el Dios Triuno
procesado.
Aunque no se hallan algunos términos en la Biblia, sí existen los hechos que justifican el
uso de ciertas palabras para describirlos. Por ejemplo, la palabra Trinidad no se
encuentra en la Biblia. Sin embargo, la Biblia revela que la existencia de la Trinidad es
un hecho. Hay un solo Dios, pero Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu. ¿No es esto la
Trinidad? Ciertamente lo es. En realidad, la Trinidad no significa tres en uno, sino tres y
uno. El adjetivo de la palabra trinidad es triuno, compuesto de dos raíces latinas: tri,
que significa tres, y unus, que significa uno. Por tanto, la palabra triuno significa tres y
uno, y no tres en uno. Puesto que la Biblia revela que Dios es triuno, ¿qué tiene de malo
que empleemos la palabra “Trinidad” para hablar de Dios como el Padre, el Hijo y el
Espíritu? Necesitamos alguna palabra para expresar el hecho. En el mismo principio, la
Biblia no usa la palabra “procesado” con respecto al Dios Triuno. No obstante, la Biblia
revela el hecho de que Dios pasó por un proceso.
Mientras luchaba con respecto al uso de la palabra “procesado”, consideraba el hecho de
la encarnación de Cristo. Cristo, el Dios eterno, fue concebido en el vientre de una virgen
y nació en un pesebre en Belén. Luego vivió en la tierra durante treinta y tres años y
medio. Posteriormente, fue crucificado y puesto en una tumba. Después de visitar el
Hades, salió de allí en resurrección. Mientras pensaba en todo esto, me dije: “Si esto no
es un proceso, entonces ¿qué es? Puesto que es un proceso, tienes que atreverte a usar
esta palabra en tus mensajes”.
¿Qué tiene de malo decir que hoy Dios es el Dios procesado, que Él ha dejado de ser el
Dios no procesado, el Dios “crudo”? Si usted pesca un pescado y lo trae a casa, ese
pescado está crudo. Pero después de cocinarlo y servirlo en la mesa, deja de ser un
pescado crudo. Ahora es un pescado procesado. Nuestro Dios ha dejado de ser un Dios
crudo. En Génesis 1, Él era el Dios crudo. De hecho, en todo el Antiguo Testamento, Él
fue un Dios crudo; todavía no había sido “cocinado”; todavía no había sido procesado
por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección.
EL ESPÍRITU Y LA NOVIA
La esencia divina que se ha inscrito en nosotros a través de los años que hemos estado
en las iglesias locales, tendrá una expresión particular, y esta expresión es la justicia.
Cuando experimentamos la justicia como expresión de la esencia que se ha inscrito en
nosotros, estamos bien con Dios, con otros y con todo lo relacionado con nuestra vida
diaria. Esto significa que el Dios que mora en nosotros llega a ser nuestra justicia, la cual
a su vez llega a ser nuestra apariencia, nuestra expresión. Esta expresión es la imagen de
Dios. Este Espíritu y esta justicia son la esencia del ministerio del nuevo pacto.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTISIETE
(1)
Lectura bíblica: 2 Co. 3:8-9, 18; 5:21; Col. 3:10; 1 Co. 1:30; 15:34; Ro. 8:2, 4; 14:17; Fil.
1:19; 3:9; Ap. 19:7-8; Ef. 4:24; Mt. 5:6, 10, 20
El ministerio del nuevo pacto es un tema muy importante, pues abarca todo el Nuevo
Testamento, el cual se compone de veintisiete libros. En los mensajes anteriores hemos
visto, del capítulo tres de 2 Corintios, que en la era del Antiguo Testamento había un
solo ministerio, un ministerio que en 2 Corintios 3 se le llama el ministerio de muerte y
de condenación. Con todo, los cristianos a menudo consideran que en el Antiguo
Testamento había tres clases de ministerios: el ministerio de los sacerdotes, el
ministerio de los reyes y el ministerio de los profetas. Los cristianos sostienen este
concepto porque el Antiguo Testamento habla de tres clases de personas: los sacerdotes,
los reyes y los profetas. Puesto que estas tres clases de personas se mencionan en el
Antiguo Testamento, muchos estudiantes y maestros de la Biblia piensan que en el
Antiguo Testamento había tres clases de ministerios.
Pablo consideraba todo el Antiguo Testamento como la ley. En 1 Corintios 14:21, él dice:
“En la ley está escrito: ‘Por medio de hombres de otras lenguas y con los labios de otros
hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor’”. En este versículo, Pablo cita
un pasaje del libro de Isaías. Aunque Isaías era un profeta, Pablo considera el libro de
Isaías la ley. Esto indica que los libros de los profetas también eran considerados parte
de la ley. De hecho, a todo el Antiguo Testamento se le consideraba la ley. Esto
comprueba que en los tiempos del Antiguo Testamento había un solo ministerio, el cual
era el ministerio del antiguo pacto, el ministerio de muerte y de condenación.
En el Nuevo Testamento también existe un solo ministerio. Los doce apóstoles tenían
este ministerio único. Después de que Judas traicionara al Señor y se suicidara, Pedro se
levantó y dijo que Judas había sido contado con ellos y que se le había asignado “una
porción de este ministerio” (Hch. 1:17). Luego, pidieron al Señor que les mostrara a
quién había escogido Él para que tomara “parte de este ministerio y apostolado” (v. 25).
Esto indica que todos los apóstoles tenían un solo ministerio. No era cuestión de que
Pedro tenía un ministerio, que Juan tenía otro, y que Jacobo, otro. Si ése hubiera sido el
caso, los doce apóstoles habrían tenido doce ministerios distintos. Pero no, ellos tenían
un solo ministerio, el ministerio único. Posteriormente, el Señor levantó más apóstoles,
el más prominente de los cuales era Pablo. Pablo y sus colaboradores también tenían el
mismo ministerio, el ministerio único del nuevo pacto. Por tanto, en el Nuevo
Testamento hay muchos apóstoles, pero un solo ministerio. Este ministerio del nuevo
pacto es un ministerio del Espíritu y de la justicia.
A lo largo de los siglos, ha habido solamente dos ministerios: el ministerio del antiguo
pacto y el ministerio del nuevo pacto. Sin embargo, entre los cristianos de hoy existen
muchos ministerios distintos. La razón por la cual los cristianos se han dividido en
grupos y en denominaciones es que han inventado muchas clases de ministerios. Cada
denominación tiene su propio ministerio. Los episcopales tienen un ministerio
episcopal, los metodistas tienen el ministerio metodista, y los bautistas, los
presbiterianos y los pentecostales tienen sus propios ministerios.
En la actualidad hay quienes dicen ser de mentalidad abierta y por eso quieren aceptar
todas las distintas clases de ministerios para demostrar que no son estrechos, sectarios
ni facciosos. Quieren ser todo-inclusivos y recibir los ministerios del catolicismo, de la
iglesia ortodoxa griega, de las denominaciones protestantes y de todos los grupos
independientes. Esto queda en contraste con el ministerio del nuevo pacto, el cual es
uno solo. El ministerio del nuevo pacto es único en naturaleza, esencia, función y
propósito.
¿En qué clase de ministerio estamos? Específicamente, ¿qué clase de ministerio tiene
usted? Ciertamente ninguno de nosotros diría que estamos en el ministerio de muerte y
condenación del antiguo pacto. Pero, ¿está usted en el ministerio del catolicismo?, ¿de la
ortodoxia griega?, ¿de alguna denominación protestante?
Los que tienen el ministerio bautista ciertamente recalcarán el bautismo por inmersión.
Los que están en el ministerio episcopal ciertamente estarán a favor de un gobierno de
obispos. Asimismo, los que tienen el ministerio presbiteriano estarán a favor de una
administración regida por los presbíteros. Los que están en estas denominaciones
practican estos ministerios. Además, estas denominaciones se han establecido para
llevar a cabo dichos ministerios. Los pentecostales también tienen su propia clase de
ministerio, el cual recalca el hablar en lenguas, la sanidad y los milagros. Pero ninguno
de estos ministerios es el ministerio único del nuevo pacto. El ministerio del nuevo
pacto, ¿es un ministerio de bautismo por inmersión?, ¿un ministerio de obispos, de
presbíteros o de hablar en lenguas? Sin lugar a dudas, la respuesta a estas preguntas es
no. El ministerio del nuevo pacto es un ministerio totalmente del Espíritu y de la
justicia. Éste es el ministerio único en el Nuevo Testamento.
Cuando decimos que el ministerio del nuevo pacto es único, no queremos decir que es el
ministerio de una sola persona. Por ejemplo, es una infamia acusarme de afirmar que el
ministerio único hoy en día es el ministerio de Witness Lee. Nosotros no decimos eso, ni
tampoco lo insinuamos. Cuando hablamos de un solo ministerio, del ministerio del
nuevo pacto, nos referimos al ministerio del Espíritu y de la justicia. Quien ministre el
Espíritu y la justicia a los demás participa en el ministerio único, sea quien sea esa
persona. Pedro, Juan, Jacobo, Pablo, Timoteo, Tito, Apolos, todos tenían el ministerio
único. Los ministros son muchos, pero el ministerio es uno solo. Si usted ministra al
Espíritu y la justicia a los demás, usted participa en este ministerio único.
En varias ocasiones se me ha preguntado algo así: “Hermano Lee, usted afirma que el
ministerio es único, lo cual significa que existe un solo ministerio. Cuando usted dice
que hay un solo ministerio, que el ministerio es único, ¿quiere usted decir que su
ministerio es ese ministerio único?” Algunas personas que me preguntan eso quizás
piensen que yo me considero un José Smith, el fundador del mormonismo. Siempre
contesto esta pregunta de esta manera: “No, definitivamente no quiero decir que mi
ministerio sea el ministerio único”.
Lo que estoy diciendo en este mensaje acerca del ministerio es algo nuevo y también
antiguo. Es antiguo porque ha existido por casi dos mil años; por otra parte, es algo
nuevo porque es un asunto que se perdió y que ha sido recobrado. Agradecemos al
Señor porque ha recobrado la verdad acerca del ministerio. Le damos gracias por
mostrarnos en 2 Corintios 3 que en la Biblia existen dos ministerios: el ministerio del
antiguo pacto, el cual es el ministerio de muerte y condenación, y el ministerio del nuevo
pacto, el cual es el ministerio del Espíritu y de la justicia.
Como cristiano, o como uno que cree tener cierta clase de ministerio, ¿qué clase de
ministerio tiene usted? Si no está en el ministerio del nuevo pacto, es decir, en el
ministerio que ministra a Cristo como el Espíritu vivificante y como la justicia a otros,
usted debe decirnos qué clase de ministerio tiene. ¿En qué ministerio está? Si no está en
el ministerio del Espíritu y de la justicia, ni en el ministerio de muerte y de condenación,
¿en qué ministerio está? Algunos dirán que tienen el ministerio de la predicación del
evangelio. Esta respuesta no es correcta. Usted debiera afirmar que su ministerio de
predicación del evangelio forma parte del único ministerio del nuevo pacto, en el cual
usted le ministra a otros a Cristo como el Espíritu y la justicia. Es mejor no decir que
tenemos el ministerio de la predicación del evangelio; más bien, debemos decir que
nuestra predicación del evangelio forma parte del único ministerio del nuevo pacto.
Algunos cristianos ven el ministerio del Espíritu principalmente como un ministerio del
Espíritu como poder. Ellos esperan que si hablan en el poder del Espíritu, mucha gente
será ganada para el Señor. Pero el ministerio del Espíritu en 2 Corintios 3 es un
ministerio del Espíritu como vida y como suministro de vida. Mi base para decir esto se
encuentra en el versículo 6, donde Pablo declara que Dios “nos hizo ministros
competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu; porque la
letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Aquí Pablo no dice que el Espíritu dé poder, realice
milagros o imparta dones, sino que el Espíritu da vida. También en otros versículos de
este capítulo, el Espíritu está relacionado con la vida, y no con el poder, los dones, ni los
milagros.
Recalco este punto porque muchos cristianos tienen un concepto erróneo acerca del
Espíritu y piensan que el Espíritu es principalmente una fuente de poder, de capacidad o
de impacto. Por ejemplo, algunos grupos recalcan lo que comúnmente llaman “caer al
suelo por poder del Espíritu Santo”. Había una mujer que era bien conocida por esta
práctica. ¿Acaso es éste el Espíritu que es el suministro de vida? Por supuesto que no.
En 1962, al poco tiempo de empezar a ministrar en este país, me invitaron a hablar a un
grupo de cristianos en San Diego. Algunos de los que estuvieron allí me alentaron a ir a
cierta ciudad de Texas donde supuestamente ocurrían muchos milagros. Algunos
aseguraban que, de forma milagrosa, a una persona se le había rellenado los dientes con
oro, y que algunas personas que asistieron a la reunión incluso olieron el oro. Sin
embargo, cuando les hice algunas preguntas al respecto, no pudieron confirmar ese
informe. Además, les dije que si tal cosa había sucedido, lo habrían publicado en los
periódicos. Les dije también que si nuestro Dios deseaba rellenar nuestros dientes, ¿por
qué no los restauraba a su condición normal en lugar de usar oro? Ciertamente nuestro
Dios jamás sanaría los dientes de una persona llenándolos de oro. No presten atención a
esos falsos informes.
EL MINISTERIO DE LA JUSTICIA
En 2 Corintios 3:8 Pablo habla del ministerio del Espíritu, y en el versículo 9, del
ministerio de la justicia. Tal vez entendamos lo que es el ministerio del Espíritu, pero,
¿qué es el ministerio de la justicia? ¿Sabe usted lo que quiere decir Pablo con eso? Hace
muchos años, no entendía lo que Pablo quería decir cuando hablaba del ministerio de la
justicia. Pensaba que al hablar del ministerio de la justicia se refería al ministerio de la
justificación, porque en este capítulo parece haber una comparación entre la
condenación y la justificación, la cual es lo opuesto a la condenación. Pero en lugar de
hablar de la justificación, Pablo habla aquí de la justicia. Si él hubiera dicho que el
ministerio del nuevo pacto era un ministerio de justificación, sería fácil entender lo que
quería decir. Inmediatamente sabríamos que el ministerio de la ley consistía en
condenar, o sea, que era un ministerio de condenación, pero que el ministerio del nuevo
pacto consiste en justificar a la gente, o sea, que es un ministerio de justificación. Puesto
que en el tercer capítulo de 2 Corintios Pablo declara que el ministerio del nuevo pacto
es el ministerio de la justicia, y no el ministerio de la justificación, debemos hacer lo
posible por entender lo que quería decir con esto. Ciertamente es muy significativo que
el ministerio del nuevo pacto sea el ministerio del Espíritu y de la justicia.
Aceptar la idea herética de que no hay resurrección equivale a dejarse drogar, a caer en
una condición de aturdimiento. Esto significa también caer en un sueño. Los que se
encuentran bajo tal estupor, hablan de manera insensata con respecto a la resurrección
y, como resultado, no están bien con Dios, con la iglesia ni con ellos mismos. Por el
contrario, ofenden a Dios, a la iglesia y aun a miembros de su propia familia. Los que
están embotados de esta manera a menudo causan problemas sin darse cuenta de ello.
Por tanto, Pablo exhorta a los corintios a que despierten y vuelvan a la sobriedad como
es justo.
¿Qué significa volver a la sobriedad como es justo? Significa volver a la sobriedad de tal
manera que estemos bien con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Un creyente
sobrio, como es justo, estará bien con su esposa, con sus hijos, con sus vecinos, con
todos los santos, con la iglesia y también consigo mismo. Los que no estén bien en todos
estos aspectos están en cierto estupor.
Antes de que usted experimentara al Espíritu de esta manera, tal vez le era muy fácil
discutir con su cónyuge. Pero si usted experimenta al Espíritu como su suministro de
vida, algo en su interior le restringirá cuando quiera discutir. Por ejemplo, es posible
que una hermana se sienta tentada a culpar a su marido, pero en lo profundo de su ser,
se da cuenta de que debe ir a su cuarto y orar. Esta experiencia proviene del Espíritu
como suministro de vida, impartido en nosotros mediante el ministerio del nuevo pacto.
Quizás en una reunión de la iglesia no se diga ni una sola palabra acerca de que el
Espíritu es el suministro de vida. Y tal vez usted no esté consciente de que le está siendo
impartido el Espíritu. Sin embargo, aun cuando no se diga nada al respecto, es un hecho
que en la reunión a usted le es impartido el Espíritu. Hay un ministerio en el recobro
que inscribe al Dios Triuno procesado, como Espíritu vivificante, en nuestro ser.
Muchos cristianos tienen el concepto de que cuando hacemos algo malo, no estamos
bien con Dios. Este concepto de lo que es la justicia es demasiado superficial, pues aun
cuando no hagamos nada malo, es posible que no estemos bien con Dios, porque
nuestro ser quizás no esté en conformidad con la mente y con la voluntad del Señor.
Aparentemente, no hemos hecho nada malo; sin embargo, es posible que todo nuestro
ser esté lejos de estar bien con Dios. Tal vez nuestro ser no concuerde con la mente del
Señor, y lo que hacemos quizás no sea Su voluntad. Mientras no hagamos la voluntad de
Dios, no estaremos bien; más bien, estaremos desperdiciando nuestras vidas y todo lo
que el Señor nos ha dado.
Supongamos que un joven que está en la escuela no hace nada malo, pero apenas
estudia como debe. Además, cuando está en clase, su mente está distraída. Aunque tal
vez no haga nada malo, él es peor que los demás estudiantes. Exteriormente, él quizás
no esté mal, pero interiormente, todo su ser está mal. En el mismo principio,
exteriormente muchos santos no actúan mal en nada, pero de hecho, no están en la
voluntad del Señor. Esta comprensión en cuanto a estar bien con Dios no es según la
doctrina; más bien, concuerda con la experiencia.
(2)
Lectura bíblica: 2 Co. 3:8-9, 18; 5:21; Col. 3:10; 1 Co. 1:30; 15:34; Ro. 8:2, 4; 14:17; Fil.
1:19; 3:9; Ap. 19:7-8; Ef. 4:24; Mt. 5:6, 10, 20
¿Cómo podemos afirmar que en la Biblia la justicia alude a la expresión de Dios? Para
contestar esta pregunta, debemos ver que en la Palabra, la justicia se refiere primero al
hecho de cumplir la ley. Si guardamos la ley y la cumplimos, somos justos, o sea,
tenemos justicia. Pero si quebrantamos la ley, o si ofendemos a otros al quebrantar la
ley, no somos justos, o sea, no tenemos justicia. Por tanto, en la Biblia el primer
significado de la palabra “justicia” es que la justicia equivale al cumplimiento de la ley.
La ley denota los Diez Mandamientos. Pero, ¿cuál es el significado de los Diez
Mandamientos? El Antiguo Testamento indica claramente que los Diez Mandamientos
son el testimonio de Dios. El arca era llamada el arca del testimonio (Ex. 25:16), y el
tabernáculo, el tabernáculo del testimonio (Ex. 38:21). Este testimonio se refiere a la ley;
la ley, por lo tanto, es el testimonio de Dios.
Como testimonio de Dios, los Diez Mandamientos eran un retrato de Dios, una
descripción de Él. Esto significa que la ley es una clara descripción, definición y
explicación de Dios en el sentido de que revela qué clase de Dios es nuestro Dios.
Si usted estudia los Diez Mandamientos, verá que nuestro Dios es santo. Él no es
común; Él está separado [de lo común] y es diferente de todo lo demás. Por
consiguiente, uno de los mandamientos declara que debemos tener un solo Dios y que
no debemos hacernos ninguna imagen ni adorar ídolos. Además, no debemos tomar el
nombre del Señor en vano, y debemos reconocer que el sábado es un día para recordar a
Dios como el Creador único.
Al estudiar detenidamente los primeros cuatro mandamientos, vemos que ellos indican
que Dios es celoso. Él es celoso porque Él es santo y único. La Biblia usa la relación
matrimonial para mostrar cuán especial es Dios. Así como una esposa tiene un solo
marido, nosotros también, como pueblo de Dios, no debemos tener ningún otro Dios.
Dios es nuestro único marido, y no debemos tener otro marido aparte de Él. Así como el
esposo de una mujer está separado de todos los demás hombres, y por ende, no es
común, también Dios está separado de todo lo demás y no es común. Esto significa que
nuestro Dios es santo.
Si leemos los últimos seis mandamientos, veremos que Dios es justo. Él es un Dios recto,
un Dios de equidad. Además, Él es un Dios de amor y de luz. Por consiguiente, según la
descripción de Dios contenida en los Diez Mandamientos, Dios es santo y justo, y Él es
un Dios de amor y de luz. Éste es nuestro Dios.
Los últimos seis mandamientos revelan claramente que Dios es justo y que Él es un Dios
de amor y de luz. Honrar a nuestros padres ciertamente es justo. Es justo no matar, no
cometer fornicación, no robar, no dar falso testimonio, ni codiciar. Si cumplimos estos
mandamientos, seremos justos para con los demás en la sociedad. Además, el
cumplimiento de estos seis mandamientos supone el amor. Sin lugar a dudas, una
persona que mata no tiene amor. Si usted amara a los demás, no cometería fornicación,
no robaría ni daría falso testimonio; tampoco codiciaría las posesiones ajenas. Por tanto,
los Diez Mandamientos presentan a un Dios que es santo y justo y que está lleno de
amor y de luz.
Supongamos que alguien afirma ser de Dios y dice que adora a Dios y le sirve, pero esta
persona roba, miente y codicia. Esto hará que los demás digan que ellos jamás creerían
en el Dios de ese hombre. Esta persona causa que otros tengan una impresión
equivocada de quién es Dios. Pero supongamos que adoramos a Dios, le servimos y
afirmamos ser de Él. Supongamos que además llevamos una vida santa, separada para
Dios, y una vida justa y llena de amor y de luz, una vida que toma en cuenta a los demás.
Honramos a nuestros padres, no robamos, no damos falso testimonio ni codiciamos. En
otras palabras, servimos a Dios y adoramos a Dios y también somos justos. Como
resultado de esto, tenemos la expresión, la imagen, de Dios. Entonces los que están a
nuestro alrededor se darán cuenta de que ciertamente nuestro Dios es el Dios
verdadero, y tendrán el deseo de aceptar a este Dios como su Dios.
Cristo, nuestro precioso Redentor, mora ahora dentro de nosotros como Espíritu
vivificante para ser nuestra vida y suministro de vida. Ahora tenemos una maravillosa
motivación y suministración en nosotros. Como Espíritu, Cristo nos suministra, nos
motiva y aun nos sostiene todo el día. Si vivimos por Él y lo expresamos, nuestro vivir
manifestará una justicia genuina. Esta justicia es la imagen viva, la expresión viva, de
Dios. Ésta es la razón por la cual decimos que el Espíritu está dentro de nosotros como
vida y que la justicia es la expresión externa.
El propósito del ministerio del nuevo pacto es ministrar a los santos el Espíritu
vivificante y la justicia. Tanto el Espíritu vivificante como la justicia son en realidad
Cristo mismo. El Cristo que vive en nosotros es el Espíritu vivificante, y el Cristo que se
expresa por medio de nosotros es la justicia, la cual es la imagen de Dios. ¡Cuán
maravilloso es esto!
En 3:18 Pablo usa una palabra que es sinónima de justicia en 3:9. Esta palabra es
imagen. En 3:18, Pablo dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y
reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. A medida que miramos y reflejamos al
Señor, somos transformados en Su imagen, y esta imagen es sinónima de la justicia que
se menciona en el versículo 9. Por tanto, el ministerio de la justicia es un ministerio que
redunda en que se exprese la imagen del Señor.
¿Cómo podemos obtener esta imagen? ¿Cómo podemos tener una justicia viva que sea
la imagen del Señor? Podemos tener esta imagen, esta justicia, solamente por medio del
Espíritu. Según el versículo 18, somos transformados en la imagen del Señor, de gloria
en gloria, como por el Espíritu. Esto significa que la fuente y la sustancia de esta imagen,
de esta justicia, es el Espíritu. El Espíritu, que mora dentro de nosotros, es el factor que
produce la imagen de Dios, la justicia de Dios como expresión Suya.
¿Sabe usted lo que es el ministerio del nuevo pacto? ¿Es éste un ministerio o servicio
que enseña a otros a hablar en lenguas o que les instruye a bautizarse de cierto modo?
No; en todo aspecto y en todo sentido el ministerio del nuevo pacto imparte en nosotros
a Cristo como Espíritu vivificante. Entonces, este Espíritu vivificante llega a ser una
abundante suministración en nosotros. Simultáneamente, el ministerio del nuevo pacto
nos presenta a Cristo como la justicia, como la viva imagen de Dios, para que seamos Su
expresión.
HALLADOS EN CRISTO
Sabemos por el libro de Filipenses que el anhelo de Pablo era ser hallado en Cristo. En
Filipenses 3:9 Pablo declara: “Y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia, que es
por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios
basada en la fe”. Según este versículo, el propio Cristo en quien Pablo deseaba ser
hallado es la justicia de Dios. Pablo deseaba ser hallado en Cristo, no teniendo nada de sí
mismo como justicia, sino teniendo al Cristo que es la justicia de Dios.
Podemos ejemplificar el asunto de ser hallados en Cristo con el hecho de llevar un traje y
ser hallados por los demás usando ese traje. Supongamos que llevo un traje gris. En la
reunión, me encuentran en ese traje, y en la casa también me encuentran usando el
mismo traje. Puesto que ése es el traje que llevo puesto, dondequiera que vaya, me
encuentran en ese traje. Asimismo, si deseamos ser hallados en Cristo, debemos llevar
puesto al Cristo vivo como nuestro vestido, como nuestra justicia. Esto es ser hallado en
Él quien es la expresión de Dios, Su imagen.
La meta del ministerio del nuevo pacto es nada menos que ministrar a Cristo como el
Espíritu vivificante que tenemos en nuestro interior y como la justicia viva que
manifestamos exteriormente. Aunque nuestra experiencia pueda ser limitada, creo que
en el recobro del Señor, el Espíritu y la justicia viva han sido impartidos a nosotros, al
menos en pequeña escala, por el ministerio del nuevo pacto.
Antes de entrar en la vida de iglesia, a menudo ministraba sobre temas tales como los
diez cuernos, los diez dedos y las setenta semanas. Estos temas me ocupaban por
completo. En cierto sentido, me encontraba en un estupor espiritual; ciertamente
necesitaba “volver a la sobriedad, como es justo”, como exhorta Pablo a los corintios en 1
Corintios 15:34. Cuando me encontraba con otros cristianos, les preguntaban si sabían
lo que la Biblia enseñaba acerca de las setenta semanas. Si no lo sabían, aprovechaba la
oportunidad para explicárselo. Además, hablaba bastante acerca del arrebatamiento.
Pero doy gracias al Señor porque un día desperté, como es justo, de mi estupor, de mi
aturdimiento. En lugar de recalcar cosas como los diez cuernos, las setenta semanas y el
método de bautismo, empecé a interesarme únicamente en Cristo y la iglesia. Ahora mi
diccionario bíblico consta de una sola palabra: Cristo. Junto con esta única palabra, hay
una nota de pie de página que dice: “y la iglesia”. Por lo tanto, mi diccionario bíblico es
el diccionario de Cristo y la iglesia. Puedo testificar que durante todos los años que he
estado en este país, no he enseñado otra cosa que no sea Cristo y la iglesia. Éste es el
ministerio del Nuevo Testamento.
El ministerio del nuevo pacto es un ministerio de Cristo. El ministerio del antiguo pacto,
por su parte, era un ministerio de la ley. Los sacerdotes, los reyes y los profetas, todos
ministraban la ley al pueblo. Puesto que la ley mata, ese ministerio era un ministerio de
muerte. Además, era también un ministerio de condenación, pues todo lo que está
muerto, también está condenado. Así que, el ministerio único del antiguo pacto era un
ministerio de muerte y de condenación. Pero ahora existe un solo ministerio, el
ministerio del nuevo pacto. Este ministerio es un ministerio del Espíritu y de la justicia.
Es vital que todos veamos esto. Nuestro ministerio no se centra en asuntos tales como el
bautismo o el hablar en lenguas. Nuestro ministerio, el ministerio del nuevo pacto,
ministra una sola cosa, un solo asunto, una sola persona, a saber, el Cristo todo-
inclusivo como Espíritu vivificante, quien se nos da como el suministro de vida que
tenemos por dentro y como nuestra justicia que manifestamos exteriormente. Cuando
Cristo vive en nosotros, Él es nuestra vida y suministro de vida. Pero cuando lo
expresamos en nuestro vivir, Él llega a ser nuestra justicia. Él fue hecho pecado por
nosotros, y ahora nosotros estamos llegando a ser la justicia de Dios en Él. Éste es el
ministerio del nuevo pacto.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE VEINTINUEVE
(3)
Lectura bíblica: 2 Co. 3:8-9, 18; 5:21; Col. 3:10; 1 Co. 1:30; Ro. 8:2, 4; 14:17; Fil. 1:19;
3:9; Ap. 19:7-8; Ef. 4:24; Mt. 5:6, 10, 20
Debemos estudiar algunos versículos claves de Romanos 8 a fin de obtener una mejor
comprensión del ministerio del Espíritu según se presenta en 2 Corintios 3.
En Romanos 8:2 Pablo dice que la ley del Espíritu de vida nos libra de la ley del pecado y
de la muerte. En este versículo, la frase clave es “el Espíritu de vida”. En Romanos 8:4
Pablo habla de andar conforme al espíritu, lo cual incluye el andar conforme al Espíritu
de vida mencionado en el versículo 2. Debemos andar conforme al Espíritu de vida a fin
de que los requisitos justos de la ley se cumplan en nosotros. Esto no significa que nos
esforzamos por guardar la ley, sino que la ley se cumple en nosotros de manera
espontánea y sin que nos demos cuenta de ello, cuando andamos conforme al Espíritu.
Lo que es cierto de los cuatro primeros mandamientos, también es cierto de los seis
últimos. Cuando vivimos y andamos conforme al Espíritu, los seis últimos
mandamientos, que tienen que ver con nuestra relación con otros, se cumplen
espontáneamente. El quinto mandamiento requiere que honremos a nuestros padres. Si
andamos conforme al Espíritu, honraremos a nuestros padres automáticamente, y no
será necesario que nos propongamos honrarlos ni que nos esforcemos por hacerlo. No
será necesario que el joven se diga a sí mismo: “En el pasado no he tenido una actitud
adecuada hacia mi madre y mi padre. Ahora que soy cristiano, tendré la actitud correcta,
me comportaré como conviene y llegaré a ser un buen ejemplo para mis hermanos
menores”. Todo aquel que se proponga honrar a sus padres de esta manera, no tendrá
éxito. Esto se puede comparar con un gato que intenta volar como pájaro. El gato es gato
y no puede volar, pues simplemente no tiene la capacidad, la habilidad, de volar. Pasa lo
mismo con todo aquel que intenta, por su vida natural, cumplir el quinto mandamiento.
Pero si vivimos a Cristo, si vivimos y andamos en el Espíritu de vida, honraremos
espontánea y automáticamente a nuestros padres. Cuando nuestros padres vean esto, se
quedarán muy sorprendidos y se preguntarán qué nos ha pasado.
En 2 Corintios 3:3 Pablo dice que los corintios eran cartas de Cristo redactadas por el
ministerio de los apóstoles. Al permitir que Cristo se inscriba en nosotros, también
nosotros llegamos a ser cartas vivas de Cristo que otros pueden leer. Conozco muchos
casos de jóvenes que han sido leídos por sus padres. Al principio, sus padres se oponían
a ellos porque se habían vuelto al Señor o porque habían entrado a la vida de iglesia.
Pero mientras se les oponían, sus padres leían al Cristo que se había inscrito en ellos.
Como resultado, después de cierto tiempo, muchos de los padres que se oponían a sus
hijos, se convirtieron al camino del Señor. He oído muchos testimonios maravillosos con
respecto a esto.
Aun si sus padres se les oponen a ustedes, jóvenes, al mismo tiempo ellos están
observándolos, están leyendo las cartas de Cristo, que ustedes son. Un día, si ustedes
viven y andan en el Espíritu de vida al relacionarse con sus padres, ellos quedarán
convencidos. Aunque ustedes no intenten honrarlos, espontáneamente les brindarán un
respeto maravilloso y excelente, porque ustedes andan conforme al Espíritu. Sus padres
notarán esto, lo valorarán, y un día, eso los convencerá y los vencerá.
Durante los más de cincuenta años que llevo en la vida de iglesia, he visto muchos casos
parecidos. Al principio, algunos santos sufrieron oposición por parte de sus padres. En
algunos casos, los padres eran budistas; en otros casos, eran cristianos. Debido a que el
camino del recobro del Señor era nuevo para ellos y les parecía extraño, se opusieron a
sus hijos. Algunos dijeron: “Otros cristianos asisten a la iglesia una sola vez por semana.
¿Por qué tienes que asistir a las reuniones varias veces por semana? ¿Qué te atrae a ir a
la iglesia con tanta frecuencia? Anteriormente te gustaban muchas cosas, pero ahora
parecen no importarte. ¿Qué te ha pasado? ¿Has perdido la razón? ¿Qué clase de
influencia tiene sobre ti esa iglesia?” Cuando los hijos amaban las cosas mundanas, los
padres estaban contentos con ellos, pero tan pronto las abandonaron, los padres se
turbaron. Perplejos por lo que les pasaba a sus hijos, decidieron oponerse a la iglesia y
hacer todo lo posible por alejarlos de la vida de iglesia. Estos casos sucedieron centenas
de veces en China y también en Estados Unidos. Pero delante del Señor puedo testificar
que en la gran mayoría de los casos, al final, los padres se volvieron al Señor y a Su
camino. Algunos se volvieron al Señor después de unos cuantos años; otros tardaron
más de treinta años. En algunos casos, los padres llegaron a la reunión de la iglesia, y
con lágrimas, se levantaron para dar testimonio de cómo se habían opuesto a la iglesia al
oponerse a sus hijos. Luego, declararon que el vivir de sus hijos los había convencido y
que se habían arrepentido.
¿Por qué ganó la victoria el Señor en tantos casos? Él ha sido victorioso simplemente
porque los santos han vivido en el Espíritu de vida y han andado conforme al Espíritu.
Respetaron y honraron automáticamente a sus padres de tal manera que sus padres
quedaron convencidos de que el camino que habían tomado sus hijos era el camino del
Señor.
LA EXPRESIÓN DE DIOS
Cuando los justos requisitos de la ley se cumplen en nosotros debido a que andamos
conforme al Espíritu, entonces tendremos la justicia. La justicia, como señalamos en el
mensaje anterior, alude a la expresión de Dios, a Su imagen. Cuando tenemos la justicia,
tenemos la expresión del Dios a quien servimos y adoramos. Puesto que tenemos esta
expresión, que es la justicia que espontáneamente expresamos en nuestro vivir al andar
por el Espíritu de vida, otros quedarán convencidos y sometidos. Por esta razón, con el
tiempo, los que se oponen a nosotros serán convencidos al ver la expresión de Dios en
nuestro vivir.
En Romanos 8:4 Pablo habla del justo requisito de la ley, y en el versículo 29, de la
imagen del Hijo de Dios: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para
que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito
entre muchos hermanos”. Si tomamos en cuenta este versículo junto con los versículos 2
y 4, veremos al Espíritu, la justicia y la imagen. Día tras día debemos andar conforme al
Espíritu de vida a fin de cumplir la justicia de la ley. Esto equivale a ser conformados a la
imagen del Hijo de Dios.
Tal vez nos preguntemos cómo podemos ser conformados a la imagen del Hijo de Dios.
La manera de ser conformados a Su imagen es andar conforme al Espíritu de vida para
que los justos requisitos de la ley se cumplan en nosotros. Entonces tendremos la
justicia, y esta justicia es la imagen misma del Hijo de Dios. Por tanto, el Espíritu
produce la justicia, y la justicia es la imagen.
LA JUSTICIA Y EL REINO
Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo”. En este versículo, Pablo nos presenta otro aspecto de la
justicia. En Romanos 8 vemos que la justicia está relacionada con el Espíritu de vida y
que da por resultado la imagen del Hijo de Dios, mientras que en Romanos 14:17 la
justicia está relacionada con el reino de Dios. En este capítulo, el reino de Dios denota la
vida de iglesia. Las reuniones de la iglesia son una exhibición del reino de Dios. En la
vida de iglesia tenemos una condición y una situación que muestran a los demás lo que
es el reino de Dios. La vida de iglesia es el reino de Dios, y el reino de Dios es justicia.
Las palabras de Pablo en Romanos 14:17 corresponden con lo que está escrito en el
Antiguo Testamento. Según Salmos 89:14, la justicia es el cimiento del trono de Dios.
Este versículo puede ser traducido también en el sentido de que la justicia es el
establecimiento del trono de Dios. El trono de Dios se establece con la justicia como
fundamento. El libro de Isaías también tiene mucho que decir acerca de la justicia. Por
ejemplo, Isaías 32:1 declara: “He aquí que para justicia reinará un rey”. Aquí la justicia
se relaciona nuevamente con el reino. Donde está la justicia de Dios, allí también está Su
reino. Además, Hebreos 1:8 y 9 declara: “Tu trono, oh Dios; por el siglo del siglo; cetro
de rectitud es el cetro de Tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la iniquidad”.
Estos versículos son una cita del salmo 45.
Apliquemos ahora este aspecto de la justicia a nuestra vida familiar y a nuestra vida de
iglesia. Cuando marido y mujer no están contentos el uno con el otro y cuando la
situación en el hogar no es agradable, en esa vida familiar no hay justicia, no se
manifiesta la imagen del Hijo. Tampoco está presente el reino de Dios, porque el reino
de Dios es justicia. Los que observan esa situación nunca verán allí la imagen de Cristo,
la expresión de Dios. Pero supongamos que el hermano y su mujer viven en el Espíritu y
andan conforme al Espíritu. Ellos estarán felices, y sus hijos también. ¡Qué vida familiar
tan gloriosa será esa! Los demás podrán ver la imagen de Dios y se darán cuenta de que
el reino de Dios está presente en esa familia. Ésta es la justicia manifestada en la vida
familiar.
La meta del ministerio del nuevo pacto es impartir en otros al Espíritu todo-inclusivo
del Dios Triuno procesado como suministro. Simultáneamente, este ministerio imparte
a Cristo en los creyentes como justicia. Entonces, los creyentes, al vivir y andar
conforme al Espíritu, estarán en una condición que expresa a Dios y que manifiesta la
imagen del Hijo de Dios. Además, serán en realidad el reino de Dios, establecido en
justicia, en orden y bajo la debida autoridad. También tendrán paz y gozo en el Espíritu
Santo. Éste es el producto del ministerio del nuevo pacto. En contraste, los distintos
ministerios de hoy generan diferencias de opinión, divisiones y desorden.
ADORNADA DE JUSTICIA
Debemos adornarnos de justicia si deseamos formar parte de esta novia, la cual está
adornada de justicia brillante, resplandeciente y pura. Día tras día debemos preparar el
vestido de lino brillante para vestirnos con él. Esto se refiere a nuestra justicia diaria.
En 2 Pedro 3:13 dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. Según se emplea en este versículo, la
palabra “justicia” es rica en significado. Afirmar que la justicia morará en los cielos
nuevos y en la tierra nueva significa que todo estará en orden, bajo autoridad y regulado.
Todo estará gobernado, controlado y bajo el régimen adecuado, pues el trono de Dios, el
reino, la administración divina, estarán presentes allí. Como resultado de todo esto,
habrá paz y gozo.
Cuando la justicia more en el cielo nuevo y en la tierra nueva, la situación será muy
distinta a la de hoy. En la actualidad hay poca justicia en la tierra. En lugar de justicia,
imperan la injusticia, el desorden y la confusión. Pero ¡alabado sea el Señor porque en la
iglesia, donde tenemos un anticipo del cielo nuevo y de la tierra nueva, mora la justicia!
Además, debiéramos decir que, por la misericordia del Señor, la justicia mora también
en nuestra vida familiar.
Hoy muchos cristianos pasan por alto el ministerio del nuevo pacto. En lugar de
ministrar el Espíritu y la justicia a los demás, discuten acerca de los distintos métodos
de bautismo. Debaten sobre si las personas deben bautizarse boca arriba o boca abajo,
una sola vez o tres veces, en el nombre de Jesús o en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Los distintos llamados ministerios han dividido a los hijos de Dios. Estos
facciosos ministerios no son el ministerio del nuevo pacto. El ministerio del nuevo pacto
simplemente imparte en las personas a Cristo en dos aspectos: como Espíritu para que
sea la suministración de vida que ellos disfrutan interiormente, y como la justicia que es
la expresión de Dios que manifiestan exteriormente. Esta expresión de Dios como
justicia, la propia imagen de Dios, trae el reino, donde todo está reglamentado, en orden
y bajo la debida autoridad. Esto nos proporciona un anticipo del reino venidero y de la
Nueva Jerusalén, los cuales existirán en el cielo nuevo y en la tierra nueva. En esto
consiste la función del ministerio del nuevo pacto.
Todos los santos, incluyendo a los jóvenes, deben ser los actuales ministros del nuevo
pacto, no solamente los colaboradores y los ancianos de las iglesias. Esto significa que
todos debemos llevar a cabo el ministerio a fin de ministrar a Cristo como el Espíritu
vivificante y como la justicia.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA
Antes de considerar el tema de este mensaje, un tema que trata de que los ministros y el
ministerio llegan a ser uno, debemos considerar lo que dijo el Señor Jesús en cuanto a la
justicia. Cuando Él dio la promulgación acerca de la constitución del reino de los cielos
(Mt. 5:1-7:29), dijo algunas cosas importantes en cuanto a la justicia. Una y otra vez hizo
énfasis en la justicia. Él declaró: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados” (Mt. 5:6). Luego, añadió: “Bienaventurados los que
padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”
(Mt. 5:10). También enseñó a Sus discípulos: “Porque os digo que si vuestra justicia no
supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). El
Señor Jesús también hizo hincapié en la justicia cuando dijo: “Mas buscad
primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
Así que, nosotros, en lugar de preocuparnos por la comida o por la vestimenta, debemos
buscar el reino de Dios y Su justicia. Pero, ¿cuál es esta justicia que recalca el Señor
Jesús? Esta justicia es el Cristo que vivimos y que llega a ser la expresión de Dios y el
reino de Dios. Cuando tenemos esta justicia, ciertamente tenemos el reino de Dios;
tenemos el mando, la administración y el gobierno de Dios. Esto significa que tenemos
el reino, y además, paz y gozo, en nuestra vida diaria, en nuestra vida familiar y en
nuestra vida de iglesia.
Quisiera recalcar una y otra vez el hecho de que el ministerio del nuevo pacto es un
ministerio del Espíritu y de la justicia. Nunca me canso de repetir esto. Es este
ministerio el que se lleva a cabo en el recobro del Señor. En el recobro, sólo ministramos
a Cristo como el Espíritu vivificante y como nuestra justicia viva.
Si leemos 3:8, 9 y del 16 al 18, podemos ver claramente que todos los ministros del
nuevo pacto llegan finalmente a ser uno con su ministerio. Esto significa que los
ministros son el ministerio. Su ministerio es lo que ellos mismos son, no meramente lo
que hacen o la obra que realizan. El ser mismo de los ministros del nuevo pacto es su
ministerio. Por tanto, podemos hablar del hecho de que los ministros y el ministerio
llegan a ser uno.
LAS DOS ETAPAS DEL MINISTERIO DEL NUEVO PACTO
En 2 Corintios 3:8 y 9 se dice: “¿Cómo no con mayor razón estará en gloria el ministerio
del Espíritu? Porque si el ministerio de condenación tiene gloria, mucho más abunda en
gloria el ministerio de la justicia”. Observe que el versículo 8 declara que el ministerio
del nuevo pacto está en gloria, y el versículo 9 declara que este ministerio abunda en
gloria. Aquí vemos dos etapas del ministerio del nuevo pacto. La primera etapa es el
ministerio del Espíritu; la segunda etapa es el ministerio de la justicia. Cuando el
ministerio es del Espíritu, está en la primera etapa; éste es el ministerio que está en
gloria. Cuando el ministerio es de la justicia, se encuentra en la segunda etapa. En esta
etapa, el ministerio del nuevo pacto no sólo está en gloria, sino que abunda en gloria. El
ministerio del nuevo pacto abunda en gloria porque de él emana la justicia.
Estas dos etapas del ministerio del nuevo pacto se pueden aplicar a nuestra vida de
familia. Supongamos que un hermano, su esposa y su hijo reciben el ministerio del
Espíritu. En este ministerio del Espíritu hay gloria, pero dicho ministerio no abunda en
gloria, porque todavía no se manifiesta la justicia. Pero quizás después de cierto tiempo,
el marido, la esposa y el hijo expresan la justicia conforme al Espíritu de vida que está en
ellos, y con esto se ve el ministerio de la justicia abundando en gloria. Todo aquel que
visite a esta familia notará la gloria que está con ellos.
En la etapa inicial, la etapa del ministerio del Espíritu, el ministerio del nuevo pacto está
en gloria. Pero cuando este ministerio llega a ser el ministerio de la justicia, el ministerio
abunda en gloria. Cada vez que el ministerio del Espíritu es expresado en nuestro vivir,
lo cual produce una expresión de justicia, el ministerio abunda en gloria.
En 3:8 y 9, las palabras “en gloria” y “abunda en gloria” están relacionadas con el
ministerio. Pero en los versículos del 16 al 18, la gloria no está relacionada con el
ministerio, sino con los ministros. En el versículo 18 Pablo declara: “Mas, nosotros
todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor,
somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor
Espíritu”. En este versículo, la palabra “nosotros” se refiere a los apóstoles, quienes,
como ejemplos y representantes de todos los creyentes, son los ministros de Cristo. Por
tanto, en los versículos 8 y 9, la gloria está relacionada con el ministerio, mientras que
en el versículo 18, está relacionada con los ministros.
LA GLORIA INVISIBLE
La gloria de los ministros del nuevo pacto no es visible ni externa. Esta gloria es tanto
interna como invisible y tiene que ver con que lo que otros aprehenden de la realidad de
Cristo manifestada en el propio vivir de tales ministros. Por ejemplo, si usted visita la
casa de cierto hermano, tal vez observe en su vida familiar una condición, un estado, de
gloria. Esta gloria no es Cristo mismo visto por otros, sino que más bien es el Cristo
hecho real para otros tal y como se observa en el diario vivir de esa familia. Las personas
tienen la sensación de que en la vida de esa familia hay algo glorioso. Ésta es la gloria de
los ministros del nuevo pacto y su ministerio.
En el caso de Pablo, no había un resplandor exterior, sino algo glorioso que irradiaba de
su interior. Agradezco al Señor de que hoy en día también hay ministros que irradian,
no una luz externa, sino una luz interna, una luz que proviene de su interior.
He aprendido por experiencia que los ministros del nuevo pacto resplandecen
interiormente con una gloria invisible. Pero, no queriendo poner mi confianza sólo en
mi propia experiencia, estudié este asunto conforme a la Biblia. Cuando lo hice, descubrí
que en 4:6 Pablo dice: “Porque el mismo Dios que dijo: De las tinieblas resplandecerá la
luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de
la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. El mismo Dios que mandó que de las tinieblas
resplandeciera la luz, ha resplandecido en los corazones de los ministros del nuevo
pacto. Cuando Él resplandeció en el universo, se produjo la vieja creación. Ahora,
cuando Él resplandece en los corazones de los ministros del nuevo pacto, hace de ellos
una nueva creación. De esta manera, ellos pueden exaltar a Cristo como Señor en su
predicación, y conducirse como esclavos de los creyentes en su servicio (v. 5). Tanto lo
que hacen por Cristo como lo que son para los creyentes es el resultado del resplandor
de Dios que irradia en ellos. El resplandor de Dios produce los ministros del nuevo pacto
y su ministerio.
El ministerio del nuevo pacto se halla exclusivamente en la esfera del Espíritu. No tiene
nada que ver con las cosas visibles o físicas. El ministerio del nuevo pacto es invisible;
no obstante, es algo que podemos asir. Es algo real que podemos sentir, percibir,
experimentar y disfrutar. Ésta es la gloria, el resplandor, la realidad, el poder y la fuerza
del ministerio del nuevo pacto.
En 4:7 Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia
del poder sea de Dios, y no de nosotros”. El resplandor de Dios en nuestros corazones
introduce en nosotros un tesoro, el Cristo de gloria, quien, como corporificación de Dios,
es nuestra vida y nuestro todo. Sin embargo, nosotros, los que llevamos este tesoro,
somos vasos de barro sin valor y frágiles. ¡Qué tesoro más precioso está en vasos que no
valen nada! Esto hace que los vasos sean hechos ministros del nuevo pacto, los cuales
tienen un ministerio inestimable. La excelencia del poder proviene ciertamente de Dios
y no de nosotros. Este tesoro, el Cristo que mora en nosotros, los vasos de barro, es la
fuente divina de la cual proviene el suministro necesario para que podamos vivir la vida
cristiana. Por el poder excelente de este tesoro, los apóstoles, como ministros del nuevo
pacto, pueden llevar una vida crucificada de modo que manifiestan la vida de
resurrección de Cristo.
Los ministros del nuevo pacto con su ministerio son vasos de barro que contienen un
tesoro admirable. Su ministerio se halla totalmente en la esfera del Espíritu, es algo real
y vivo; es algo que podemos sentir, disfrutar, percibir y experimentar. Esto es lo que el
Señor desea en Su recobro hoy. Éste es el testimonio del Nuevo Testamento, y es lo que
Dios desea que haya entre nosotros. Debemos estar en el recobro de este ministerio.
Debemos llevar esta clase de vida y estar en una iglesia que tenga este ministerio.
Además, debemos ministrar esto a otros, no principalmente por medio de lo que
hagamos, sino especialmente por medio de lo que somos y por la manera en que
vivimos. Éste es un cuadro que nos muestra los ministros y su ministerio del nuevo
pacto. No cabe duda que los ministros y el ministerio son una sola entidad.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y UNO
(1)
LA DOCTRINA Y LA EXPERIENCIA
Permítanme darles las razones por las cuales afirmo que el tercer capítulo de 2 Corintios
habla de doctrina. Los versículos 8 y 9 hablan del ministerio del Espíritu y del ministerio
de la justicia. Por tanto, el ministerio del nuevo pacto primero es el ministerio del
Espíritu, y luego, el ministerio de la justicia. ¿Acaso no es esto un asunto de doctrina? Si
somos imparciales, y si no dejamos que el concepto negativo en cuanto a la doctrina
influya en nosotros, reconoceremos que de hecho se trata de la doctrina. Puesto que la
Biblia es un libro de doctrina, no podemos evitar la doctrina o pasarla por alto. El
capítulo tres, en especial, presenta la doctrina de que el ministerio del nuevo pacto es el
ministerio del Espíritu y de la justicia.
No obstante, el capítulo tres contiene también cierta cantidad de experiencia. Por
ejemplo, en el versículo 18, Pablo declara: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta
mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria
en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Este versículo contiene tanto
la doctrina como la experiencia. Aunque Pablo habla aquí desde la perspectiva de la
experiencia, al mismo tiempo sus palabras incluyen la doctrina.
Es posible que los cristianos lean el cuarto capítulo de 2 Corintios sin darse cuenta de
que este capítulo trata de la manifestación de la vida. Los versículos 10 y 11 dicen:
“Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la
vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre
estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestra carne mortal”. En estos versículos Pablo no usa el adjetivo
“manifiesto”, sino el verbo “se manifieste”. Existe una diferencia entre algo manifiesto y
algo que se manifiesta. La palabra manifiesto no supone una experiencia o un proceso,
pero usar la forma verbal y decir que algo se manifiesta sí supone un proceso, un
procedimiento. En estos versículos Pablo no dice que la vida de Jesús puede ser
manifiesta. Si hubiera dicho eso, no quedaría supuesto ningún proceso o procedimiento,
y no sería necesario que pasemos por ninguna experiencia. Pero cuando Pablo habla de
que la vida de Jesús se manifieste en nosotros, eso implica un proceso. El hecho de que
la vida de Jesús se manifieste requiere un proceso, un procedimiento. En 4:10-12
podemos ver claramente la manifestación de la vida, lo cual indica que este capítulo gira
en torno a la experiencia de permitir que la vida se manifieste.
Después de que Pablo, en el capítulo tres, presentó el ministerio del nuevo pacto de una
manera un tanto doctrinal, él presenta en el capítulo cuatro la experiencia de un
ministro del nuevo pacto. Al hacerlo, ¿por qué habla de llevar la muerte de Jesús para
que también la vida de Jesús se manifieste? Indudablemente, Pablo y los demás
apóstoles tenían distintas clases de experiencia. ¿Por qué entonces presenta él esta
experiencia en el capítulo cuatro? El enfoque principal de este capítulo no es otro que la
manifestación de la vida por medio del aniquilamiento efectuado por la cruz. En el
capítulo tres, Pablo nos hace saber en qué consiste el ministerio del nuevo pacto. Luego,
en el capítulo cuatro, testifica de este ministerio basándose en su experiencia. Para
poder testificar del ministerio del nuevo pacto, el ministerio del Espíritu y de la justicia,
es necesario que Pablo presente la experiencia de manifestar la vida por medio del
aniquilamiento efectuado por la cruz.
EL MINISTERIO ES CONFIRMADO
En 4:1 Pablo dice: “Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia
que hemos recibido, no nos desanimamos”. Supongamos que Pablo hubiera redactado
este versículo de manera diferente y hubiera dicho: “Por lo cual, teniendo este servicio
según la gracia abundante que hemos recibido, somos consolados”. ¿Acaso confirmaría
este modo de escribir lo que declara Pablo en el capítulo tres? Por supuesto que no. No
habría ninguna belleza ni riquezas que correspondieran a los asuntos mencionados en el
capítulo tres. En el tercer capítulo de 2 Corintios, Pablo abarca algunos puntos
maravillosos: el ministerio del Espíritu, el ministerio de la justicia, la transformación de
gloria en gloria. En el capítulo cuatro vemos algo que corresponde con cada uno de estos
puntos, los cuales describen el maravilloso ministerio del nuevo pacto, un ministerio
que es del Espíritu, de la justicia y para la transformación que va de gloria en gloria. Es
necesario que este ministerio, descrito de manera doctrinal en el capítulo tres, sea
confirmado. Y en el capítulo cuatro Pablo nos da la experiencia que confirma los puntos
que acaba de presentar acerca del ministerio del nuevo pacto.
Una persona que lee el capítulo tres podría decir: “Pablo, acabas de describirnos tu
ministerio. Tu ministerio es del Espíritu y de la justicia, y su objetivo es nuestra
transformación de gloria en gloria. Esto es maravilloso. Pero ¿podrías confirmarnos este
tan excelente ministerio con tu propia experiencia? ¿Podrías contarnos algunas
experiencias como confirmación de tu ministerio?” Pablo, como si hubiera sabido que le
harían esas preguntas, parece decir en esta epístola: “En el siguiente capítulo, el capítulo
cuatro, os hablaré de mi experiencia”. Por consiguiente, lo que Pablo dice en el capítulo
cuatro acerca de su experiencia, debe recalcar los asuntos cruciales abarcados en el
capítulo tres. Esto significa que él debe recalcar algo relacionado con el Espíritu, la
justicia, la transformación y la gloria. Al leer el capítulo cuatro, debemos descubrir
cuáles asuntos corresponden a todos los asuntos presentados en el capítulo tres.
De lo que se menciona en el capítulo cuatro, ¿qué corresponde con el Espíritu
mencionado en el capítulo tres? No sería correcto decir que el “espíritu de fe”,
mencionado en el versículo 13, porque esto se refiere a algo distinto. El asunto del
capítulo cuatro que corresponde con el Espíritu, es la vida. La vida del capítulo cuatro es
sinónima del Espíritu. En un capítulo que habla de la doctrina, Pablo habla del Espíritu,
pero en un capítulo que trata de la experiencia, él habla de la vida. En cuanto a la
doctrina, la vida es el Espíritu, y con respecto a nuestra experiencia, el Espíritu es la
vida.
Podemos ejemplificar la diferencia que existe entre el Espíritu y la vida con la que existe
entre los comestibles que llevamos a la casa del supermercado y la comida ya cocinada.
Antes de preparar la comida, lo que tenemos es varias clases de ingredientes. Sin
embargo, no nos comemos los ingredientes, sino la comida cocinada con dichos
ingredientes. La doctrina se puede comparar con los ingredientes, y nuestra experiencia
espiritual, con la comida cocinada que nos comemos. El Espíritu mencionado en el
tercer capítulo de 2 Corintios es los “ingredientes”, mientras que la vida de la cual habla
el capítulo cuatro es la “comida ya cocida”. Así que, podemos decir que la vida es el
Espíritu “cocinado” o procesado para que lo experimentemos. Además, todos somos
cocineros. Cada vez que cocinamos al Espíritu, el Espíritu llega a ser vida para nosotros.
Por consiguiente, ahora disfrutamos comida cocinada. Esto significa que la vida del
capítulo cuatro es el Espíritu procesado. Después de que el Espíritu es procesado, es
decir, cocinado, Él llega a ser vida para nosotros en nuestra experiencia.
Por ahora no intentaremos encontrar qué elementos del capítulo cuatro corresponden a
la justicia del capítulo tres; más bien, preguntémonos qué corresponde a la
transformación. Así como la vida es sinónima del Espíritu, el ser renovado es sinónimo
de ser transformado. En el versículo 16, Pablo habla de la renovación, cuando dice que el
hombre interior “se renueva de día en día”. Aunque la transformación y la renovación
son sinónimas, existe una diferencia entre ambas. La transformación supone un
proceso, y cuando este proceso está en marcha llega a ser la renovación.
EL ESPÍRITU Y LA VIDA
Cuando Pablo estaba con los corintios, él era viviente y poderoso, pero también era
amable, humilde y comprensivo. Todas estas virtudes formaban parte de la
manifestación del Espíritu que él experimentaba. Su ministerio era el ministerio del
Espíritu manifestado en él como vida. Así que, Pablo estaba lleno de vida. La vida no
sólo se manifestó sobre él, sino que también operaba en los creyentes que estaba en
Corinto en aquel entonces.
Segundo, Pablo dice que estaban en apuros, mas no sin salida. Los apóstoles fueron
encerrados; no tenían salida. Pero no es que no tuvieran ninguna salida. Esta parte del
versículo 8 contiene, en el griego, un juego de palabras. Primero, Pablo dice que no
podían encontrar salida, y luego, que no era el caso que no podían encontrar alguna
salida. Una vez más, ésta es la vida. Aparentemente no podían encontrar salida; pero
gracias al Espíritu que estaba en ellos como vida, no estaban completamente sin salida.
Tercero, Pablo dice que eran perseguidos, más no abandonados. Esto significa que eran
perseguidos por enemigos, pero que no estaban abandonados; es decir, no habían sido
abandonados en un maligno dilema.
Pablo fue afligido, estaba perplejo, fue perseguido y derribado. Todo esto permitió que
la vida se manifestara. La vida vence todas estas cosas. Aunque Pablo fue afligido, estuvo
perplejo, fue perseguido y derribado, él seguía manifestando la vida. Él no estaba
ahogado, ni desesperado; tampoco estaba abandonado ni destruido. Ciertamente la vida
se manifestó en él.
En 2 Corintios 4 Pablo parece decir a los corintios: “Nuestro vivir y nuestro ser son la
confirmación de nuestro ministerio. Nosotros y el ministerio somos uno. Esto significa
que nosotros somos el ministerio. El ministerio es nuestro ser, nuestra persona, nuestro
vivir. Lo que vivimos es la confirmación del ministerio. Os he dicho que el ministerio es
el ministerio del Espíritu. Ahora confirmo esta afirmación al daros testimonio de mi
experiencia de manifestar la vida en medio de circunstancias difíciles”.
A veces el Señor permite que nos encontremos en situaciones donde somos oprimidos
en todo aspecto. ¿Se siente usted feliz cuando se halla en esas circunstancias? A veces
nos parece que el Señor nos deja caer en medio de semejante entorno, en el cual nos
atacan de frente, de atrás, de la izquierda y de la derecha. Somos oprimidos en todo
aspecto, es decir, conforme al significado del griego, somos oprimidos por todos lados.
El fin de todo esto es que la vida sea manifestada.
Quizás usted se pregunte quiénes son los que atacan, quiénes son los que oprimen por
todos lados. Los que más lo atacan quizás sean los de su propia familia. Es posible que
su cónyuge, sus hijos, o su familia política, le causen dificultades. Si clama al Señor para
que tenga misericordia de usted, quizás Él le indique que la mayor misericordia que le
puede conceder es que usted se encuentre en esa situación para que experimente la
manifestación de la vida.
La vida, el Espíritu cocinado, es la expresión del Espíritu. Por tanto, debido a que Pablo
manifestaba la vida, su vivir y su ser eran la confirmación de su ministerio. Él y el
ministerio del Espíritu eran uno.
En el capítulo tres, Pablo indica que los apóstoles eran uno con su ministerio. Luego, en
el capítulo cuatro, él presenta una vida que confirma la afirmación de que los ministros
del nuevo pacto y el ministerio del nuevo pacto son uno. Lo que ellos son y lo que viven
constituye su ministerio. Ellos ministran vida a los demás, no solamente con sus
palabras, sino más bien, con su modo de vivir. Lo que viven confirma lo que hablan y
fortalece su ministerio. Por tanto, los ministros y el Espíritu son uno solo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y DOS
(2)
La justicia se refiere a una condición, un estado, donde todo está en buen orden. Donde
está la justicia, allí no hay perturbación, confusión ni desorden. Por ejemplo, en la
reunión de la iglesia a menudo se puede ver manifestada la justicia, porque en la
reunión todo está correcto y en buen orden. Como resultado, la reunión se encuentra en
una condición, en un estado, de justicia. Pero supongamos que los hermanos
argumentan, las hermanas están enojadas y los niños corren por todo el local. ¡Qué
desorden habría! En esa clase de situación, una condición de desorden, no habría
ninguna justicia. La justicia alude a un estado donde todo está en buen orden.
En 2 Pedro 3:13 se dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. El hecho de que la justicia more en los cielos
nuevos y en la tierra nueva, indica que todo estará en buen orden, que nada estará mal,
que no habrá desorden ni confusión. En lugar de desorden y confusión, habrá paz y
orden. A los ojos de Dios, ese estado es la justicia. Todo lo que se halle en los cielos
nuevos y en la tierra nueva, será justicia. Nada estará en desorden; por el contrario, todo
allí estará ordenado. Esta condición de orden es una condición de justicia.
En 4:8 Pablo habla de ser oprimido en todo aspecto, o de ser atacado por todos lados.
Por mucho que él era oprimido o atacado, en él no había ninguna perturbación; antes
bien, en él vemos la manifestación de la vida. Esta manifestación produjo un estado de
paz y de tranquilidad.
Supongamos que su cónyuge, sus hijos y su familia política le causan a usted problemas
por todos lados. Sin embargo, en lugar de sentirse molesto y atormentado, usted
manifiesta la vida. Esto significa que la vida emana de usted en esa situación, y como
resultado, usted estará en condiciones de paz y de orden. A pesar de los problemas que
le sobrevienen por todos lados, usted permanece en esa condición ordenada y apacible.
El Espíritu procesado, el Espíritu “cocinado”, que está dentro de usted y que usted
experimenta como vida, pacifica toda la situación. Ésta es la justicia.
Cada vez que el Espíritu se expresa como vida, habrá justicia. Donde haya justicia, allí
todo estará tranquilo, pacífico y ordenado. Si usted experimenta esto en su vida familiar,
sus hijos se tranquilizarán, y su cónyuge será sometido. Una vida así siempre tranquiliza
el desorden. Cuando otros reciban esta vida de parte de usted, ellos también disfrutarán
de un estado pacifico.
La vida de iglesia es una vida de justicia. En la vida de iglesia, todo debe estar tranquilo,
pacífico y ordenado. Ciertamente, el milenio, el reino de mil años, estará lleno de
justicia. Puesto que en el reino habrá justicia, allí habrá también paz. El reino es
simplemente una esfera de justicia y de paz. Esta justicia es el resultado de la vida.
Según la Biblia, en el milenio, la muerte será limitada y restringida en gran manera (Is.
65:20). Allí habrá abundancia de vida. Como resultado, en el milenio el medio ambiente
será tranquilo. La Biblia usa la palabra justicia para denotar dicho estado y dicha
condición de paz.
Después del milenio, vendrán los cielos nuevos y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén.
En la Nueva Jerusalén, no habrá muerte, y la vida fluirá para mantener una condición
pacífica (Ap. 21:4; 22:1). Ésta será una justicia eterna. Entonces todos viviremos y
expresaremos la vida divina en una condición de justicia. La vida de iglesia de hoy debe
ser una miniatura de esa clase de condición. Lo mismo debe ser verdad con respecto a
nuestra vida de familia. Por la misericordia y la gracia del Señor, nuestra vida de iglesia
y de familia debe estar llena de vida y de justicia.
Un vivir que rebosa de vida y de justicia es una confirmación del ministerio del nuevo
pacto. Según lo que Pablo nos dice en el tercer capítulo de 2 Corintios, el ministerio del
nuevo pacto es el ministerio del Espíritu y de la justicia. Este ministerio suministra a
Cristo como el Espíritu y como la justicia a los demás. En el cuarto capítulo de 2
Corintios, Pablo presenta la experiencia del Espíritu y de la justicia. Cuando
experimentamos al Espíritu, la vida se manifiesta. Cuando la vida se manifiesta, somos
llevados a una condición de paz, donde nada está mal o desordenado. Ésta es la justicia,
un estado donde todo está vivo, recto y ordenado. A los ojos de Dios, ésta es la justicia.
Los apóstoles experimentaron al Espíritu, manifestaron la vida y vivieron en una
condición de justicia. Vemos una vez más que su vivir y su ministerio eran uno.
CONSUMIDO
Hemos visto que la renovación del capítulo cuatro corresponde con la transformación
del capítulo tres. En 4:16 Pablo declara: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque
nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en
día”. La traducción, “nuestro hombre exterior se va desgastando”, es correcta. No
obstante, muchos de nosotros preferiríamos decir que nuestro hombre interior está
siendo consumido, desmoronado, acabado. La diferencia radica en que “se va
desgastando” es activo, mientras que “ser consumido” es pasivo.
Podemos ejemplificar esto con la caída de las hojas de un árbol. En el otoño, muchos
árboles pierden sus hojas, y durante el invierno, estos árboles están como adormecidos.
Por una parte, la caída de las hojas de un árbol es activa, y por otro, es pasiva. Es activa
en el sentido de que los árboles sueltan sus hojas. Ninguna fuerza exterior provoca la
caída de las hojas. El árbol mismo es el que suelta sus hojas. Podemos decir que cuando
un árbol suelta sus hojas, se va desgastando. Esto es algo activo. Pero en otro sentido,
los árboles son forzados a soltar sus hojas. Si un árbol pudiera hablar, diría:
“¡Ayúdenme! No quiero perder mis hojas. Me gustaría que la temporada pasara
directamente del otoño a la primavera; así no perdería mis hojas”. La pérdida de las
hojas por parte del árbol también se puede considerar como algo pasivo. Las palabras de
Pablo “nuestro hombre exterior se va desgastando” son activas, pero también se pueden
entender como si estuvieran en la voz pasiva. Por tanto, podemos decir que nuestro
hombre exterior está siendo consumido, o desmoronado.
Apliquemos ahora este entendimiento a nuestra experiencia cotidiana. Supongamos que
un hermano es oprimido por todos lados. Ciertamente una persona oprimida o atacada
de esta forma se desgastaría, sería consumida. Si usted fuera el que sufriera esa
opresión, acaso no exclamaría: “Rescátenme por favor, estoy siendo consumido. Todos
ustedes me están desmoronando y desgastando. Estoy siendo consumido por todos
ustedes”. No obstante, este hermano, junto con todos nosotros, debe darse cuenta de
que así como un árbol está destinado a perder sus hojas, nuestro destino es que nuestro
hombre exterior sea consumido.
Aquel que creó los árboles decidió que muchas clases de árboles soltaran sus hojas.
Como “árboles” cristianos, nosotros también estamos destinados a “soltar nuestras
hojas”. Puesto que nuestro destino es soltar nuestras hojas, con el tiempo, algo o alguien
nos obligará a soltarlas. Dios nunca quiso que nuestro hombre exterior sobreviviera
tanto tiempo. Por el contrario, Él determinó que nuestro viejo hombre, el hombre
exterior, se desgastara, que fuera consumido. Por tanto, el destino del hombre exterior
es morir. Tal vez usted tiene una larga vida, pero finalmente su hombre exterior morirá.
La intención de Dios no es prolongar la vida de nuestro hombre exterior. Así que, no
pida que Él le ayude a preservar su hombre exterior, ni pida que le rescate de aquellas
cosas o personas que le consumen. Antes bien, usted debe decir: “Señor, te doy gracias.
Todas estas personas y cosas me ayudan a soltar mis hojas más pronto y más rápido.
Señor, quiero cooperar. Quiero soltar mis hojas más rápido, porque entonces maduraré
más pronto. ¡Señor, te alabo por esta ayuda!”
El Señor usa nuestra vida matrimonial para consumir nuestro hombre exterior. Antes de
casarse, un hermano joven tal vez sueñe con la clase de hermana con la cual se casará.
Luego, buscará la hermana de sus sueños. Asimismo, las hermanas jóvenes buscan un
“héroe” por esposo. Todos los jóvenes sueñan acerca de su futura vida matrimonial.
Algunos tal vez viajan de una iglesia local a otra esperando encontrar al hermano o a la
hermana de su predilección. Pero, jóvenes, por más astutos que sean, no podrán vencer
a Dios. El ya ha determinado el destino de ustedes en cuanto a la vida matrimonial. No
necesitan gastar tanta energía buscando la esposa o el marido de sus sueños. Antes bien,
sencillamente deben orar: “Señor, Tú ya determinaste mi destino. No necesito viajar de
un lugar a otro, buscando un cónyuge; más bien, quiero ser el Isaac de hoy, que espera
que le mandes al cónyuge que Tú ya determinaste”. Con todo, dudo que muchos jóvenes
sigan este camino o tomen este consejo. Sin embargo, estoy seguro de que después de
algunos años de vida matrimonial, ellos adorarán al Señor y le dirán: “Señor, Tú eres
soberano. No he sido yo el que ha elegido, sino que Tú así lo destinaste”.
Hermanos, les aseguro que el Señor les dará la esposa más conveniente para que les
aflija e incluso les ataque, a fin de que su hombre exterior sea consumido. Toda esposa
conoce el mejor momento de atacar a su marido. Ciertamente, esto es soberano del
Señor. A veces, cuando usted comete un error, su esposa se mostrará muy amable y le
dirá que no se preocupe por ello. Pero cuando usted no ha cometido ningún error, le
atacará fuertemente sin haber motivo. De hecho, sí hay motivo: Dios en Su soberanía le
permite eso a ella para que usted, como árbol, suelte sus hojas.
Por una parte, el árbol suelta sus hojas por sí mismo; por otra, la estación y el entorno
obligan al árbol a hacer eso. Cuando llega el otoño, el árbol debe soltar sus hojas, por
muy verde y floreciente que haya estado durante el verano. Asimismo, cuando llegan las
estaciones del otoño y el invierno en la vida cristiana, es posible que seamos oprimidos
por los miembros de nuestra familia. Durante la época de frío severo, nos vemos
obligados a soltar nuestras hojas. Esto significa que, por una parte, nuestro hombre
exterior se va desgastando, y que por otra, está siendo consumido.
(1)
Hemos visto que, como continuación del tercer capítulo de 2 Corintios, el capítulo
cuatro presenta el cuadro de la vida que capacita a los ministros del nuevo pacto para
ser uno con su ministerio. ¿Cómo podían los apóstoles demostrar que eran ministros del
nuevo pacto? Ellos podían comprobarlo llevando la clase de vida que se describe en el
capítulo cuatro. Es por medio de esta vida que ellos son uno con su ministerio.
EL NOMBRE DE JESÚS
Al presentar la vida que llevaba como ministro del nuevo pacto, Pablo usa el nombre de
Jesús de una manera muy particular. En ningún otro lugar de entre todo lo que escribió,
usa Pablo el nombre de Jesús como lo hace en el cuarto capítulo de 2 Corintios. En el
versículo 10, Pablo declara: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte
de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. Aquí
Pablo se refiere a la muerte de Jesús y a la vida de Jesús. En el versículo 11 añade:
“Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”. Pablo
usa también el nombre de Jesús en el versículo 14: “Sabiendo que el que resucitó al
Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará aprobados
juntamente con vosotros”. En estos versículos, Pablo usa repetidas veces el nombre de
Jesús.
Es importante descubrir por qué en este capítulo, Pablo usa el nombre de Jesús de un
modo tan particular. No es fácil explicar la razón. De hecho, tal vez haya más de una
razón. En este mensaje empezaremos a considerar por qué Pablo usa el nombre de Jesús
como lo hace en el cuarto capítulo de 2 Corintios.
Hemos señalado que en el capítulo cuatro, Pablo describe la vida que él y sus
colaboradores llevaban. Ésta es la vida que los hizo uno con su ministerio. Esta vida está
en contraste con las obras que se recalcan entre los cristianos de hoy.
Con esta comprensión acerca de la religión, miremos una vez más la historia de Jesús.
Cuando consideramos la crónica de la vida terrenal del Señor, no vemos un énfasis en
las obras. Los cuatro evangelios no recalcan lo que hizo el Señor, las obras que realizó.
El relato que habla del Señor Jesús, el cual vemos en los evangelios, gira principalmente
en torno a la vida. En los evangelios se hace énfasis en la vida, y no en las obras ni en las
actividades. Los evangelios son biografías que presentan a una persona que vive de
cierto modo. Por tanto, los evangelios no son principalmente una crónica de las
maravillosas obras del Señor, sino una descripción de la vida que el Señor Jesús llevó en
la tierra. Ésta es una razón por la cual, en el cuarto capítulo de 2 Corintios, Pablo con
tanta frecuencia usa el nombre de Jesús. El uso de este nombre en el capítulo cuatro nos
lleva de nuevo al Señor como hombre, cuya vida fue uno con Su ministerio. El Señor
vivió de tal modo que Su persona fue uno con Su ministerio. Hablando con propiedad,
podemos decir que el Señor no llevó a cabo una obra; antes bien, Él simplemente vivió
cierta clase de vida.
Al oír algunos que los evangelios recalcan la vida del Señor y no Sus obras, tal vez
querrán argumentar: “Hermano Lee, ¿acaso los evangelios no nos presentan una crónica
de las obras del Señor Jesús?” Sí, ciertamente lo hacen. No niego que los evangelios
describen la obra del Señor. Sin embargo, si leemos los evangelios detenidamente,
veremos que el cuadro que allí encontramos, no describe una crónica de las obras del
Señor. Antes bien, el cuadro que presentan los evangelios nos muestra la vida del Señor.
Por lo menos podemos decir que en este cuadro, la vida del Señor Jesús es presentada
de una manera más enfática que Sus obras. Los evangelios nos muestran más de la vida
del Señor que de Su obra. Sí, los evangelios describen las obras del Señor, pero más que
eso, presentan la vida que Jesús llevó y nos muestran de qué manera vivió.
Los evangelios contienen varios indicios de que el Señor Jesús no se ocupó en llevar a
cabo una gran obra. Sabemos que durante Su ministerio, el Señor realizó muchos
milagros, uno de los cuales fue el de alimentar, con cinco panes y dos pescados, a una
multitud de más de cinco mil personas. ¿Acaso no fue un maravilloso milagro el que el
Señor Jesús alimentara, con cinco panes y dos pescados, a tan grande multitud?
Ciertamente eso fue un gran milagro. Juan 6:14 describe la respuesta de la gente a ese
milagro: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron:
Éste verdaderamente es el Profeta que habría de venir al mundo”. El versículo siguiente
describe la respuesta del Señor Jesús: “Entonces Jesús, sabiendo que iban a venir para
apoderarse de Él, y hacerle rey, volvió a retirarse al monte El solo”. Esto indica que al
Señor Jesús no le interesó tener muchos seguidores. En lugar de preocuparse por la
muchedumbre, se alejó. Pero si nosotros hubiéramos estado allí con el Señor,
probablemente habríamos estado muy entusiasmados al ver que la multitud lo seguía.
Quizás habríamos dado alabanzas a Dios por las bendiciones que Él había brindado en
tal obra, y le habríamos dado gracias por tantos seguidores. No obstante, el Señor Jesús
no se mostró entusiasmado. Él no permitió que la gente lo erigiese rey; más bien, dejó la
muchedumbre y se fue al monte a orar.
No fue un gran obrero Aquel que fue a la cruz para efectuar la redención con el
propósito de que se cumpliera el propósito eterno de Dios. Lo que hizo apto al Señor
Jesús para ser el Redentor no fue realizar una gran obra, sino la vida que Él llevó. Los
evangelios nos muestran que Jesús no era una persona famosa que vivía en una
mansión en una gran ciudad. Al contrario, Él fue un hombre criado en la casa de un
carpintero de Nazaret, una menospreciada población del menos preciado distrito de
Galilea. Pero la vida que llevó le hizo apto para ser el Redentor que cumpliría el
propósito eterno de Dios.
Es crucial ver que la vida es lo que hizo apto al Señor Jesús, y no las obras. El hecho de
que la vida tiene mayor prioridad que las obras es un aspecto muy importante del
recobro actual del Señor. El Señor desea recobrar una vida; Él no procura realizar una
obra de avivamiento.
Desde la Reforma, los cristianos han orado mucho por un avivamiento. Algunos han
orado para que se dé un gran avivamiento que despierte a todos los creyentes. Pero,
según la historia, nunca ha ocurrido tal avivamiento. Por supuesto, hace
aproximadamente ochenta años, se produjo un avivamiento en Gales. Algunos líderes
cristianos estaban emocionados y esperaban que ese avivamiento se extendiera a todos
los continentes. Pero no se extendió a todo el mundo. De hecho, después de unos años,
se extinguió, aun en Gales.
Tengo que decirles a los santos que están en el recobro del Señor, que a muchos de
nosotros, tanto los jóvenes como los viejos, todavía nos interesa llevar a cabo una obra.
Subconsciente o inconscientemente nos interesa realizar una obra para el Señor. Por
ejemplo, algunos aspiran a ser grandes evangelistas. Puede ser que el pensamiento de
llevar a cabo una gran obra todavía esté en nuestro corazón, en nuestra subconciencia.
Les aliento a desechar ese pensamiento. Dios no valora ninguna obra. Mucho del daño
que han sufrido los cristianos ha sido el resultado de las obras humanas. Cuanto más
intentemos trabajar para el Señor, más problemas crearemos y más daño causaremos.
Creemos que ésta es la razón por la cual Pablo, cuando presenta la confirmación de su
ministerio, usa el nombre de Jesús. Él no dice: “El Señor Jesucristo, Rey de reyes y
Señor de señores”. Más bien, él habla simplemente de Jesús: la muerte de Jesús, la vida
de Jesús y la causa de Jesús. La vida que se manifestaba en el cuerpo de Pablo no era la
vida de un gran hombre, sino la vida de Jesús, un hombre poco conocido de una región
menospreciada.
Pablo dijo a los corintios que él y sus colaboradores estaban oprimidos en todo aspecto.
La gente del mundo consideraría eso una señal de maldición, no de bendición. Ellos tal
vez preguntarían: “¿Cómo puede decir que alguien disfruta la bendición de Dios si se
halla oprimido? ¿Por qué está oprimido en todo aspecto?” Con todo, Pablo habló
también de estar en apuros, de ser perseguidos y de estar derribados. Algunos quizás le
darían a Pablo cierto reconocimiento por ser perseguido, porque esto podría significar
que él estaba haciendo una buena obra; pero no le darían ningún crédito por la
opresión, los apuros y por ser derribado.
En el versículo 11, Pablo dice además: “Porque nosotros que vivimos, siempre estamos
entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste
en nuestra carne mortal”. Quizás hubiéramos esperado que Pablo dijera: “Siempre
somos rescatados de la muerte”, en lugar de decir que estaban entregados a muerte. Sin
embargo, Pablo siempre estaba entregado a muerte para que la vida de Jesús se
manifestara en su carne mortal.
Observen que Pablo no habla del cuerpo mortal, sino de la carne mortal. La palabra
cuerpo es positiva, pero la palabra carne es negativa. La palabra mortal implica que la
carne está muriendo. No creo que nos agradaría que alguien se refiriera a nuestro
cuerpo como carne mortal. Con todo, Pablo adoptó tal expresión al hablar de sí mismo.
En el versículo 12, Pablo dice: “De manera que la muerte actúa en nosotros; mas en
vosotros la vida”. En este versículo, Pablo se refiere a su obra. Su obra era una obra de
muerte, la cual actuaba en él. ¿Cuál es la obra de los apóstoles? La obra de los apóstoles
es la obra de muerte, que actúa en ellos para que la vida opere en los creyentes.
Quizás no nos agrade oír que la muerte operaba en los apóstoles. Sin embargo, el
producto, el resultado, de la operación de la muerte es maravilloso: la vida opera en los
demás. Ésta es la verdadera obra del ministerio del nuevo pacto. No se trata de laborar,
sino de morir. En el recobro del Señor, necesitamos morir para que la vida actúe en los
demás. Por tanto, nuestra muerte es nuestra labor. El Señor no necesita que usted lleve
a cabo una obra para Él; lo que Él necesita es que usted muera. Si usted muere, la vida
operará en los demás. Al morir usted, ministrará la vida a los demás. Por tanto, laborar
es morir.
Los versículos que hemos examinado en este mensaje son una ventana a través de la
cual podemos ver la experiencia de Pablo. Ahora podemos entender que los apóstoles no
seguían una gran persona, sino un pequeño hombre: Jesús de Nazaret. Además, en lugar
de ser exaltados, ellos siempre estaban entregados a muerte para que la vida de Jesús se
manifestara en su carne mortal. La muerte operaba en ellos para que la vida actuara en
los creyentes.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
(2)
En 4:10 Pablo dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús,
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. En este versículo
Pablo habla de llevar “la muerte de Jesús” [la muerte continua que el Señor Jesús
padeció]. ¿Por qué usa esta expresión aquí? Para contestar esta pregunta, debemos
considerar una vez más quién es Jesús.
El origen, la fuente, del hombre Jesús es Dios. Jesús es el Dios encarnado, el Dios que
fue concebido en el vientre de una virgen. Exteriormente, Jesús es un hombre, pero
interiormente, Él es Dios. Por tanto, la persona de Jesús no es nada sencilla. Este
nazareno es una persona maravillosa. Cuando estaba en la tierra, exteriormente Él era
una persona humilde en todos los aspectos. Nació en un pesebre, y se crió en la casa de
un carpintero pobre en la menospreciada ciudad de Nazaret. Sin embargo,
interiormente, Jesús era glorioso, porque Dios el Altísimo estaba en Él. Exteriormente,
Jesús era un hombre humilde; interiormente, Él era Dios el Altísimo. Verdaderamente
Jesús es maravilloso.
LA MUERTE DE JESÚS
Ahora debemos ver algo acerca de la muerte de Jesús. Cuando muchos cristianos
mencionan la muerte de Cristo, ellos se limitan al aspecto de la redención. Según su
concepto, la muerte de Jesús sirvió únicamente para la redención. A menudo, citan el
versículo que declara: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”
(Jn. 1:29). Indudablemente, es cierto que la muerte de Cristo sirvió para realizar la
redención. Lo creemos tanto como lo creen los demás cristianos, tal vez aún más. No
obstante, la redención no es más que un solo aspecto de la muerte de Cristo. Su muerte
tiene también muchos otros aspectos.
En el cuarto capítulo de 2 Corintios no vemos el aspecto de la obra redentora, ni el de la
impartición de vida, sino el de una obra destructora y consumidora. Según este capítulo,
la muerte de Jesús tiene por objetivo consumir, desmoronar, nuestro hombre exterior.
Por esta razón Pablo declara en 4:16 que “nuestro hombre exterior se va desgastando”.
A pesar de que el hombre Jesús era Dios encarnado, es decir, Dios hecho hombre, fue
necesario que Su hombre exterior fuera consumido. Según Su condición exterior, el
Señor Jesús era un hombre humilde, pero en el sentido espiritual, el Señor Jesús no era
un hombre insignificante. Por el contrario, Jesús representaba toda la vieja creación.
Cuando Él fue crucificado, no fue solamente un hombre de Nazaret quien murió en la
cruz, sino que toda la vieja creación fue crucificada también, incluyéndonos a todos
nosotros. El Señor Jesús murió para cumplir el propósito eterno de Dios, no solamente
para efectuar la redención.
La primera meta del propósito eterno de Dios es darle fin a la vieja creación. El Señor
Jesús es Dios hecho carne y, como tal, formaba parte de la vieja creación. En el proceso
de la encarnación, Él no vino a ser un hombre de la nueva creación, sino un hombre de
la vieja creación, un hombre que necesitaba ser consumido.
A la edad de treinta años, el Señor Jesús empezó a ministrar. Durante los tres años y
medio de Su ministerio, a Él se le daba muerte continuamente. Como hombre maduro
de treinta años, continuamente experimentaba el proceso de muerte. No debemos
pensar que Jesús fue crucificado solamente durante las seis horas en que estuvo sobre
aquella cruz material. No, Él fue crucificado a diario durante por lo menos tres años y
medio. Cada día llevaba una vida crucificada.
El Señor Jesús era clavado en la cruz a diario. A veces era crucificado por Su madre.
Otras veces, lo crucificaba Pedro o algún otro discípulo. A Jesús lo clavaba en la cruz
incluso el amor de Sus discípulos. Por ejemplo, cuanto más amaba Pedro al Señor Jesús,
más lo crucificaba. Por tanto, antes de ser literalmente crucificado por los romanos,
Jesús había sido crucificado repetidas veces por Su madre, Sus hermanos y Sus
discípulos. En Juan 7, encontramos un ejemplo de cómo el Señor fue crucificado por Sus
hermanos.
De hecho, durante los tres años y medio del ministerio del Señor Jesús, por la mayor
parte Él no sólo vivía, sino que moría. Él llevó una vida crucificada. Esto es lo que quiere
decir Pablo cuando hace referencia a la muerte de Jesús. Se trata de una crucifixión
lenta, gradual y continua.
Ahora podemos entender que el Señor Jesús fue crucificado no solamente durante las
seis horas que Él estuvo en aquella cruz material. Por lo menos durante tres años y
medio, Él era crucificado continua, gradual y lentamente. A esta clase de muerte hace
referencia Pablo en 4:10.
MORIR A DIARIO
Los apóstoles fueron designados por el Señor para que fuesen Sus seguidores. Ellos no
fueron designados por Él para que realizaran una gran obra al seguir a un Cristo de gran
porte exterior, sino que fueron designados para que llevaran cierta clase de vida. Habían
de seguir al hombre Jesús y así llevar la vida que este hombre pequeño vivió. Ésta no es
una vida que la gente recibe con gusto; es una vida que es rechazada, una vida que
siempre es crucificada, a la cual siempre se le da muerte. Jesús llevó esta clase de vida, y
Sus seguidores, los apóstoles, también la llevaron. Ésta es la razón por la que Pablo dice
que siempre llevaban en el cuerpo la muerte de Jesús.
Seguir a Jesús de Nazaret implica ser aniquilado; no supone realizar una gran obra.
Además, el ser hecho mártir en un instante es algo bastante fácil, pero morir gradual,
lenta y constantemente es algo sumamente difícil. La muerte gradual acarrea más
sufrimientos que la casi instantánea muerte de un mártir. Al Señor Jesús, durante por lo
menos tres años y medio, se le aplicó una muerte gradual. Ésta fue también la
experiencia de Pablo durante un largo período. Adondequiera que él iba, experimentaba
en su cuerpo la muerte de Jesús. Refiriéndose a esto, él dice en 1 Corintios 15:31: “Cada
día muero”. Aquí Pablo parece decir: “En lugar de vivir, en realidad muero día tras día.
Estoy pasando por una muerte lenta, gradual y continua”. A esta muerte continua se
refiere Pablo cuando menciona la muerte que operaba en Jesús.
Llevar la muerte de Jesús tiene como fin consumir la vieja creación que forma parte de
nosotros. Cuando Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre, Él tenía una parte exterior, que
representaba la vieja creación, y una parte interior, que representaba al Dios eterno. La
parte exterior era consumida, se le daba muerte, pero la parte interior era levantada,
resucitada. Esto fue así en el caso del Señor Jesús, fue así en el caso de los apóstoles y es
así en el caso de todos los creyentes.
Mediante nuestro nacimiento natural, llegamos a ser personas de la vieja creación, y por
medio de la regeneración, hemos llegado a ser personas de la nueva creación. Como
personas regeneradas, todavía poseemos una parte externa que representa la vieja
creación. Esta parte debe de ser consumida, desmoronada, acabada. Pero al mismo
tiempo, tenemos una parte interior que representa al Dios eterno, y esta parte debe ser
desarrollada, resucitada y renovada.
Esta obra de crucifixión a menudo la lleva a cabo el Señor por medio de los que nos
rodean, especialmente los que integran nuestra vida familiar. Por ejemplo, antes de que
una hermana joven llegara a la vida de iglesia, es posible que su marido rara vez le
hiciera pasar malos ratos. Pero ahora que ella está en el recobro, pareciere que su
marido se ha vuelto muy difícil. Esta hermana no debe culpar a su marido. El Señor
todopoderoso, que está en el trono, usa al marido de esta hermana para consumir en ella
la vieja creación, el hombre exterior. Es como si el Señor le haya encargado al marido la
tarea de llevar a cabo la obra de clavar en la cruz a su esposa. La hermana quizás llore y
clame al Señor, diciéndole que ya no puede soportar eso. No obstante, todavía le hace
falta experimentar mucho más de esta obra de crucifixión, y la hermana debe prepararse
para ello. El Señor tal vez use al marido para clavarle un clavo, y a los hermanos y
hermanas, e incluso a los ancianos de la iglesia, para clavarle muchos otros clavos.
Entonces la hermana quizás diga: “No puedo soportar esta situación con mi marido ni
con la iglesia. ¿Por qué los ancianos me causan tantas dificultades?” La razón es que el
Señor usa diferentes personas para clavar a esta hermana en la cruz, es decir, para
consumir su hombre exterior.
Si usted no puede sobrepasar la situación que vive con la iglesia de su localidad, eso
indica que tampoco logrará estar bien en ninguna otra iglesia local. En lugar de mudarse
de un lugar a otro, quédese simplemente donde está y permita que los santos le den
muerte.
Además, el hecho de que usted llora a causa de su situación indica que todavía no ha
sido crucificado. Una persona muerta no derrama ninguna lágrima. Si todavía llora a
causa de la experiencia de ser consumido, eso indica que usted necesita experimentar
más de la muerte de Jesús. Permanezca donde está hasta que haya sido plenamente
crucificado.
Al oír estas palabras acerca de llevar la muerte de Jesús, algunos dirán: “¡Oh, qué
terrible destino nos espera en el recobro del Señor! Estamos siendo crucificados,
consumidos, muertos”. Es nuestro destino llevar la muerte de Jesús, pero no es nuestro
destino final. Nuestro destino final es la resurrección. A los que no estén dispuestos a ser
crucificados, les tocará sufrir. Pero los que estén dispuestos a ser crucificados,
experimentarán gozo; se regocijarán en la resurrección.
En 4:14 Pablo dice claramente que nuestro destino final es la resurrección: “Sabiendo
que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos
presentará aprobados juntamente con vosotros”. Aquí Pablo no habla de ser sepultados
juntamente con Jesús o de ser crucificados con Él, sino de ser levantados, resucitados,
con Jesús. Ésta es una declaración de victoria, e indica que la resurrección es nuestro
destino final.
Pareciera que la vida de iglesia en el recobro del Señor es un altar, un matadero. Pero de
hecho, la vida de iglesia es un disfrute que se experimenta en resurrección. Desde el
momento mismo en que nos disponemos a ser crucificados, podemos experimentar este
gozo en resurrección. Luego, tal vez nos lamentemos por habernos rehusado a ser
clavados en la cruz en el pasado. Tal vez pensemos: “Si yo hubiera estado dispuesto a
recibir más clavos, ¡cuánto más gozo tendría ahora!” Puesto que nuestro destino final es
la resurrección, no debemos llorar porque se nos aplique la muerte de Cristo. Antes
bien, con espíritu fuerte, debemos regocijarnos en la resurrección.
EL ESPÍRITU DE FE
Tanto Alford como Vincent, en sus comentarios sobre este versículo, hablan del espíritu
mezclado, pero de una manera un tanto vaga. Alford dijo: “No exclusivamente el
Espíritu Santo; pero, por otro lado, no meramente una inclinación humana: el Espíritu
Santo que mora en nosotros penetra y caracteriza a todo el hombre renovado”. Por una
parte, Alford habla del Espíritu Santo, pero por otra, él indica que algo humano,
representado por la palabra inclinación, queda también implícito. De hecho, a lo que se
refería Alford era al espíritu humano. Vincent declara: “Espíritu de fe: no
exclusivamente el Espíritu Santo, ni tampoco, por otro lado, una facultad o inclinación
humana, sino una mezcla de los dos”. Los comentarios de Vincent representan una
ampliación de lo que dijo Alford. La palabra “facultad” ciertamente es mejor que la
palabra “inclinación”. Además, Vincent habla de la mezcla del Espíritu con una facultad
humana específica. En realidad, esta mezcla es la mezcla del Espíritu Santo con nuestro
espíritu humano.
Actualmente contamos con una expresión más clara y concreta. No necesitamos usar la
palabra inclinación o facultad para describir al espíritu de fe de 4:13, pues sabemos que
este espíritu es nuestro espíritu mezclado con el Espíritu Santo. Debemos ejercitar este
espíritu para creer y hablar, como lo hizo el salmista (Sal. 116:10), las cosas que hemos
experimentado del Señor, especialmente Su muerte y resurrección. La fe está en nuestro
espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu Santo, y no en nuestra mente. Las dudas se
encuentran en nuestra mente. El espíritu en este contexto indica que es por el espíritu
mezclado que los apóstoles llevaban una vida crucificada en resurrección a fin de llevar a
cabo su ministerio.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y CINCO
(3)
En 4:10 Pablo dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús,
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. En el versículo 16,
Pablo añade: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se
va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. La experiencia que
implica llevar la muerte de Jesús da por resultado la renovación del hombre interior.
¿Qué es el hombre interior? Es difícil explicar lo que es el hombre interior. Por más de
cuarenta años, he considerado y estudiado el significado de las expresiones halladas en
4:16: “el hombre exterior” y “el hombre interior”. Algunos autores han afirmado que el
hombre exterior denota nuestro hombre natural y que el hombre interior denota
nuestro hombre espiritual. Yo no diría que este entendimiento es erróneo, pero sí que es
ambiguo.
Asimismo, el hombre interior, aquí en este versículo, debe de referirse a nuestro espíritu
regenerado, como lo indica el versículo 13, donde Pablo usa la expresión “el mismo
espíritu de fe”. Como hemos señalado, este espíritu es el espíritu mezclado, el espíritu
humano regenerado que ha sido mezclado con el Espíritu Santo. El cuerpo ha de ser
consumido, pero el espíritu regenerado ha de ser renovado de día en día. Según este
contexto, el hombre exterior se refiere al cuerpo, y el hombre interior es principalmente
el espíritu regenerado.
Nuestro hombre exterior incluye nuestro cuerpo, que es su órgano físico, y nuestra alma,
que es su vida y persona. El hombre interior consta del espíritu regenerado, que es su
vida y persona, y del alma renovada, que es su órgano. La vida del alma debe ser negada
(Mt. 16:24-25), pero las funciones del alma —la mente, la voluntad y la parte emotiva—
deben ser renovadas y llevadas a un nivel más alto al ser subyugadas (2 Co. 10:4-5), a fin
de que el espíritu, la persona del hombre interior, pueda usarlas.
Apliquemos ahora este asunto a nuestro diario vivir, en especial a nuestra vida familiar y
a nuestra vida de iglesia. Supongamos que un hermano joven y una hermana joven que
están en la vida de iglesia se casan. El hermano es fuerte, sano, inteligente y enérgico.
No tomará mucho tiempo para que la hermana descubra que su marido es una persona
fuerte y que posee una vida natural muy prominente. El hombre exterior del hermano se
compone de su energético cuerpo y de su predominante alma. Su hombre exterior debe
experimentar la muerte de Jesús. El Señor usará a la esposa de este hermano para
consumir el hombre exterior de dicho hermano. Al mismo tiempo, usará al hermano
para consumir el hombre exterior de la hermana.
En la vida de iglesia he descubierto que el hombre exterior de las hermanas es aun más
preponderante que el de los hermanos. Por esta razón, generalmente le es mucho más
difícil ser crucificada a una hermana que a un hermano. Parece que se necesitan más
clavos en el caso de las hermanas. Se puede comparar al hombre exterior de los
hermanos con el cristal, y el hombre exterior de las hermanas, con el hule. Es mucho
más fácil romper un cristal que romper el hule. Pero ya sea nuestro hombre exterior
como el cristal o sea como el hule, ninguno de nosotros es quebrantado con facilidad.
Parece que ciertos santos necesitan una crucifixión perdurable, porque su hombre
exterior tiene demasiada resistencia. Algunos hermanos y hermanas han estado en la
vida de iglesia por veinte años y todavía su hombre exterior no ha sido quebrantado. No
tienen ninguna intención de ser quebrantados. Parece que siempre pueden evadir el ser
puestos en la cruz.
Cuanto más es consumido nuestro hombre exterior, cuanto más experimenta la muerte,
más se renueva nuestro hombre interior. Nuestro espíritu regenerado, junto con nuestra
mente, parte emotiva y voluntad renovada, debe ser resucitado, desarrollado, agrandado
y refrescado. Por tanto, a medida que el hombre exterior es consumido, el hombre
interior es resucitado, renovado y desarrollado.
La primera clase de sufrimientos es la que es común a todos los seres humanos. Por
supuesto, los cristianos no son los únicos que sufren. Todo el mundo sufre. El
sufrimiento es universal debido a la caída del hombre. A causa de la caída, la creación
envejeció. Ésta es una condición muy negativa, ya que la vejez de la creación indica que
la creación está en una condición caída, corrupta y que se va desgastando. Debido a la
vieja creación y al hombre caído, hay muchas calamidades y enfermedades. Por vivir
nosotros en la vieja y caída creación, estamos propensos a enfermarnos. Alguien puede
contraer tuberculosis; a otros se les puede desarrollar un cáncer. No debemos pensar
que una persona se vuelve víctima de una enfermedad como éstas porque es mala. Éste
no es el caso; la enfermedad es una de las calamidades comunes que se hallan en este
universo caído. Los creyentes y los incrédulos son seres humanos y, como tales, no
podemos evitar las calamidades.
Al oír estas palabras acerca de las enfermedades y de las calamidades, algunos tal vez
digan: “¿Acaso no nos protege Dios?” Sí, Dios nos protege, pero cuando surge una
calamidad, es posible que todos, creyentes e incrédulos, sufran.
Ciertamente Pablo no se refiere a esta primera clase de sufrimientos cuando habla de la
muerte de Jesús. No apliquemos el sufrimiento causado por las calamidades
relacionadas con la vieja creación a lo que significa llevar la muerte de Jesús en 2
Corintios 4. Si se aplicara lo que significa llevar la muerte de Jesús de esta manera,
entonces sería el caso que todos los incrédulos experimentaran la muerte de Jesús, pues
ellos también padecen de enfermedades y calamidades. Es un error muy grave pensar
que llevar la muerte de Jesús se refiere a experimentar los sufrimientos provocados por
las calamidades de la vieja creación, los cuales son comunes a todos los hombres.
Para aclarar aun más este asunto, usemos otro ejemplo. Supongamos que usted no
cierra con seguro la puerta de su casa cuando se va a la reunión de la iglesia. De hecho,
incluso olvida cerrar la puerta. Mientras está en la reunión, alguien entra en su casa,
roba muchas cosas y hace muchos daños. Cuando usted repase el daño y las pérdidas, no
debe decir: “Alabado sea el Señor, ésta es una experiencia de llevar la muerte de Jesús”.
Una vez más, esta clase de sufrimiento y de pérdida no equivale a experimentar la
muerte de Jesús. No se debe atribuir esa clase de pérdida a Jesús, ni pensar que está
experimentando la muerte de Jesús. Cuando sufrimos puramente por causa de Jesús y
por causa de la iglesia, el Cuerpo, eso sí equivale a experimentar la muerte de Jesús.
Cuando cantemos un himno como el que dice: “Con cada golpe”, debemos tener cuidado
de no introducir inconscientemente el ascetismo. El ascetismo supone un suicidio
gradual, un aniquilamiento lento y continuo, como el que se describe en el libro La
imitaciónde Cristo. Ese libro contiene un marcado elemento de ascetismo. Cuando los
que practican el ascetismo hablan de llevar la cruz, en realidad se refieren a un
aniquilamiento que uno se aplica a sí mismo. Nosotros no debemos tener un concepto
ascético cuando cantemos el himno que dice: “Con cada golpe”. De hecho, cantar este
himno en relación con llevar la muerte de Jesús podría indicar que nuestra comprensión
de lo que es llevar la muerte de Jesús no es acertada. La experiencia de llevar la muerte
de Jesús no consiste en padecer sufrimientos comunes. De hecho, el propósito de llevar
la muerte de Jesús no es causarnos sufrimiento, sino consumir nuestro hombre exterior.
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él no cometió ningún error, ni actuó mal en
nada. Sin embargo, Él tenía un hombre exterior que necesitaba ser consumido. Por
tanto, llevar la muerte de Jesús no es un castigo, una corrección ni una disciplina. Esto
está relacionado con la segunda categoría de sufrimiento cristiano. Corregirnos,
castigarnos o disciplinarnos no constituye la meta por la cual experimentamos la muerte
de Jesús. Tampoco se trata de que pasemos por calamidades naturales. Antes bien, es
una especie de persecución, de operación o de disciplina, que nos sobreviene para
consumir nuestro hombre natural, nuestro hombre exterior, nuestra carne, a fin de que
nuestro hombre interior tenga la oportunidad de desarrollarse y ser renovado.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y SEIS
(1)
En este capítulo, Pablo primero habla del anhelo de ser revestido de un cuerpo
transfigurado (5:1-8), lo cual está relacionado con la redención del cuerpo. Pablo
deseaba ser revestido de un cuerpo transfigurado, de un cuerpo que estuviera en
resurrección. En los versículos 1 y 2, él dice: “Porque sabemos que si nuestra morada
terrestre, este tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un edificio, una morada no
hecha de manos, eterna, en los cielos. Y en este tabernáculo también gemimos,
deseando ser revestidos de nuestra habitación celestial”.
El segundo asunto que abarca Pablo en este capítulo es el empeño de serle de agrado al
Señor: “Por tanto nos empeñamos también, sea en este domicilio o fuera de él, en
conseguir el honor de serle agradables” (v. 9). Aquí empeñarse significa tener celo con
una meta firme, esforzarse con diligencia para agradar al Señor. Todos debemos
empeñarnos en complacer al Señor. No debemos ambicionar ninguna clase de posición
en la vida de iglesia; más bien, debemos empeñarnos en serle de agrado al Señor.
Hallamos el quinto asunto en los versículos del 18 al 20, donde Pablo habla del
ministerio de la reconciliación. En el versículo 18 él declara: “Mas todo proviene de
Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación”. En el versículo 19, él habla de “la palabra de la reconciliación”, y en el
versículo 20, ruega a los santos, en nombre de Cristo, que se reconcilien con Dios.
Finalmente, en el versículo 21, tenemos el crucial asunto de la justicia de Dios: “Al que
no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser
justicia de Dios en El”.
No sólo los asuntos importantes del capítulo cinco siguen una secuencia, sino que el
capítulo cinco en sí es una continuación del capítulo cuatro, lo cual indica el hecho de
que 5:1 empieza con la palabra “porque”. “Porque” indica que lo que se abarcará en este
capítulo es una explicación de lo que se dijo en 4:13-18.
ANHELAR LA TRANSFIGURACIÓN
En 5:1 Pablo habla de que nuestra morada terrestre, nuestro tabernáculo, se deshará. El
hecho de que nuestro cuerpo como nuestra morada terrestre, nuestro tabernáculo, se
deshaga significa que nuestro hombre exterior será consumido, será desmoronado.
Hacia el final del cuarto capítulo de 2 Corintios, Pablo declara que nuestro hombre
exterior se va desgastando, que nuestro hombre interior se va renovando y que nosotros
no miramos las cosas que se ven, sino las que no se ven. Esto significa que vivimos y
andamos por fe. Luego, en 5:1, él se explica, diciendo que sabemos que si nuestro
hombre exterior, nuestra morada terrestre, nuestro tabernáculo, se deshace, tenemos
una mejor morada en los cielos. Por tanto, en el capítulo cinco se ve una clara secuencia
de lo que Pablo dice en el capítulo cuatro.
Esta continuidad indica que al final del capítulo cuatro, Pablo se había convertido en
una persona verdaderamente madura. Él había sido regenerado en su espíritu y
transformado en su alma; todo su ser había sido renovado. Lo único que quedaba por
completarse era la plena redención de su cuerpo físico. El cuerpo de Pablo aun
permanecía en la vieja creación, es decir, aún no había sido cambiado, transfigurado.
Por tanto, en 5:1-8, Pablo expresa su anhelo, su aspiración, de que su cuerpo fuera
transfigurado.
Pablo no deseaba estar desnudo, es decir, que su cuerpo le fuese quitado. Deseaba ser
revestido, es decir, deseaba vestirse de un cuerpo transfigurado. La muerte hace que la
persona se separe de su cuerpo. A veces, durante los servicios fúnebres, los ministros
dicen que el fallecido se ha ido, que se ha marchado y que ya no está con nosotros. A
menudo los cristianos usan la expresión “se fue para estar con el Señor”. El anhelo de
Pablo no era quedarse sin cuerpo. Él no deseaba ser desnudado, o sea, que le fuera
quitado su cuerpo; antes bien, anhelaba ser revestido de un cuerpo resucitado. Esto
significa que anhelaba que su cuerpo fuese redimido. Él sabía que su espíritu había sido
regenerado y que su alma había sido transformada, pero también se daba cuenta de que
su cuerpo todavía no había sido transfigurado. Por tanto, él anhelaba y esperaba la
redención de su cuerpo. En los primeros ocho versículos del capítulo cinco, se habla de
este anhelo.
En el versículo 5 Pablo declara: “Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos
ha dado en arras el Espíritu”. La palabra griega traducida “hizo” significa también
elaboró, formó, preparó, dispuso. Dios nos hizo, nos elaboró, nos formó, nos preparó y
nos dispuso con el propósito de que nuestro cuerpo mortal sea sorbido por Su vida de
resurrección. De esta manera todo nuestro ser será saturado de Cristo. Dios nos ha dado
el Espíritu para que sea las arras, la prenda, el anticipo, la garantía, de esta maravillosa y
admirable parte de la salvación completa que Dios en Cristo ha preparado para
nosotros.
¿Ha sido usted moldeado por Dios? La mejor respuesta es decir que hemos sido
moldeados hasta cierto grado. Aunque he sido moldeado por Dios hasta cierto punto, sé
que no he sido completamente moldeado por Él. Por tanto, necesito ser moldeado más.
En cuanto al hecho de que Dios nos moldea, Pablo dice que Dios nos ha dado las arras
del Espíritu. Esto indica que Dios mismo, el propio Espíritu vivificante, se imparte en
nosotros como garantía, como estas arras, y que este hecho constituye el factor principal
en Su obra de moldearnos. Esto significa que Dios se ha dado a Sí mismo en arras a
nosotros a fin de realizar esto por nosotros. Él, como Espíritu vivificante, se ha puesto
en nuestro espíritu para garantizar que un día nos revestirá de un cuerpo de
resurrección. Tenemos las arras que aseguran que fuimos creados y hechos aptos para
este propósito. Esto también va incluido en el ministerio del nuevo pacto. Mediante el
ministerio del nuevo pacto, somos moldeados, hechos aptos y preparados para ser
revestidos de un cuerpo de resurrección. Todos estamos esperando que esto suceda.
En el versículo 14 Pablo añade: “Porque el amor de Cristo nos constriñe”. Una vez más,
la palabra “porque” indica una conexión, una continuación. Nos empeñamos en agradar
al Señor porque Su amor nos constriñe. El amor de Cristo del versículo 14 es el amor que
fue manifestado en la cruz a través de Su muerte por nosotros.
La palabra griega traducida constriñe significa literalmente “presionar por todos lados,
mantener para un solo fin, limitar por fuerza, confinar dentro de ciertos límites con
miras a un solo objetivo, encerrar en una sola línea y con un solo fin, como en un
sendero estrecho y amurallado”. La misma palabra griega se usa en Lucas 4:38, 12:50;
Hechos 18:5; y en Filipenses 1:23. De esta manera los apóstoles eran constreñidos por el
amor de Cristo y así obligados a vivir para Él y serle agradables.
Hemos visto que ser constreñidos significa ser presionados por todos lados y
mantenidos para un solo fin. Cuando somos constreñidos, somos limitados, como si
camináramos en una senda estrecha y amurallada, y somos obligados a ir en cierta
dirección. Aunque amamos al Señor, no siempre estamos dispuestos a tomar Su camino.
Si Él no nos amurallara, probablemente ya nos habríamos escapado de Él y de la iglesia.
Pero el amor de Cristo nos constriñe; nos presiona por todos lados y nos mantiene en
una sola meta. No nos queda otra alternativa; no nos queda otro camino que seguir. De
hecho, no nos toca escoger a nosotros. Si nos tocara escoger a nosotros, posiblemente
todos estaríamos en otra parte hoy en día. No; no nos corresponde a nosotros escoger;
es el amor de Cristo el que nos constriñe.
Según 5:14 y 15, el amor de Cristo nos constriñe a vivir para Él. El versículo 15 dice: “Y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió
por ellos y fue resucitado”. Es fácil entender lo que significa vivir dedicado a Cristo, pero
no es fácil explicar lo que significa vivir para Él. Hoy en día, tanto en el catolicismo
como en las denominaciones, las personas le dedican muchas actividades a Cristo. Sin
embargo, es posible dedicarle alguna actividad al Señor sin vivir para el Señor.
Si consideramos esto según el contexto, veremos que vivir para el Señor significa vivir la
clase de vida que el Señor Jesús vivió. En el capítulo cuatro vemos que los apóstoles
experimentaban el llevar la muerte de Jesús. Cuando llevamos la muerte de Jesús,
podemos llevar la clase de vida que llevaba Jesús. Esto es vivir para el Señor.
Vivir para el Señor es llevar una vida crucificada; es vivir de tal modo que a nuestro
hombre exterior siempre se le dé muerte. El Señor Jesús llevaba esta clase de vida, y los
que llevan tal vida hoy, viven para el Señor. Esta comprensión de lo que es vivir para el
Señor concuerda con el concepto expresado en el capítulo cuatro.
Los cristianos a menudo intentan vivir dedicados al Señor según sus propios conceptos.
En un mensaje anterior, ejemplifiqué esto contándoles cómo unos chinos del sur me
obligaron a comerme un pan que habían preparado, aunque éste no estaba
completamente cocinado y era muy difícil de digerir. Aunque yo prefería comer arroz,
insistieron en que me comiera ese pan. Ellos me prepararon ese pan con mucha
dedicación, pero no lo hicieron para mí según mis propios gustos. Asimismo, es posible
que nos dediquemos a hacer muchas cosas para el Señor, pero que no las hagamos
viviendo para el Señor.
Lo que el Señor desea no es que nos afanemos por causa de Él. Él quiere que
experimentemos Su muerte para que se le dé fin a nuestro hombre natural y a nuestro
activo ser. Muchos somos activos o muy emprendedores con respecto a las cosas del
Señor, pero lo hacemos en nuestra vida natural. Hacemos cosas para Él con nuestro
dinamismo natural. Esto ofende al Señor y nos aparta de Él e impide que lo disfrutemos.
Por tanto, lo que necesitamos es ser constreñidos por el amor del Señor a simplemente
vivir para Él.
En el versículo 16, el cual es la continuación de los versículos 14 y 15, Pablo declara: “De
manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a
Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”. El no conocer a otros según la
carne significa que no los conocemos según el hombre exterior. En la vida de iglesia
apropiada, tanto los que toman la delantera como los que llevan a cabo un servicio no
conocen a los demás según el hombre exterior. Sin embargo, entre los cristianos de hoy
es común conocer a los creyentes según el hombre exterior. Por ejemplo, a la gente se le
conoce según su profesión, posición, talentos y aptitudes. No obstante, en la iglesia
debemos conocer a los demás según el hombre interior, es decir, según el espíritu.
Como continuación del versículo 16, el versículo 17 dice: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”. ¿Qué es
la nueva creación? La nueva creación es una persona regenerada con la vida de Dios y
que vive en el hombre interior, y no en el hombre exterior. Una persona que vive en el
hombre exterior está en la carne, en la vieja creación, y por ende, está vieja. Pero aquel
que vive para el Señor en el hombre interior está en la nueva creación.
Ahora podemos ver la conexión que existe entre cuatro asuntos importantes. El empeño
de complacer al Señor está conectado con la aspiración a tener un cuerpo resucitado.
Vivir para el Señor está relacionado con el empeño de agradar al Señor. Si no vivimos
para el Señor, no podremos complacerle. Si deseamos agradar al Señor, debemos vivir
para Él, y si hemos de vivir para el Señor, debemos darle muerte a nuestro ser natural.
Entonces podremos serle agradables al Señor. Si llevamos una vida así, ciertamente
seremos una nueva creación, una persona que vive en el espíritu, en el hombre interior.
Por tanto, aspirar a tener un cuerpo transfigurado está conectado con el empeño de
agradar al Señor; el empeño de serle agradable está conectado con vivir para el Señor; y
vivir para el Señor está conectado con el hecho de ser la nueva creación.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y SIETE
(2)
EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN
En los versículos del 18 al 20, Pablo habla del ministerio de la reconciliación: “Mas todo
proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio
de la reconciliación; a saber, que en Cristo Dios estaba reconciliando consigo al mundo,
no imputándoles a los hombres sus delitos, y puso en nosotros la palabra de la
reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, exhortándoos Dios por
medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Debemos
leer estos versículos detenidamente. Las palabras “así que” del versículo 20 unen el
versículo 20 a los versículos anteriores. Según el versículo 20, los embajadores de Cristo
son uno con Dios; son semejantes a Dios, y exhortan como Dios. Su palabra es la palabra
de Dios, y lo que hacen es la acción de Dios. Además, las palabras “en nombre de Cristo”
significan en representación de Cristo. Como personas que representan a Cristo, los
apóstoles eran embajadores de Él. Hoy en día un embajador es una persona autorizada
para representar su gobierno. Asimismo, los apóstoles eran autorizados por Cristo para
representarle y realizar la obra de la reconciliación.
La forma en que Pablo redacta 5:20 no es común. Después de decir que son
“embajadores”, declara que Dios exhorta por medio de ellos. Es como si Pablo dijera:
“Somos embajadores de Cristo y estamos realizando una obra de reconciliación. Es
como si Dios os exhortara a vosotros por medio de nosotros. Nosotros somos uno con
Cristo y uno con Dios. Cristo es uno con nosotros, y Dios también es uno con nosotros.
Por tanto, Dios, Cristo y nosotros, los apóstoles, todos somos uno”. El ministerio del
nuevo pacto es un ministerio en el que Dios, Cristo y los ministros son uno.
Lo que escribe Pablo en el versículo 20 acerca de ser reconciliados con Dios no está
dirigido a los pecadores, sino a los creyentes que estaban en Corinto. Estos creyentes ya
habían sido reconciliados con Dios, pero sólo en parte; no habían sido reconciliados
plenamente. No sería cierto afirmar que los creyentes corintios no habían sido
reconciliados con Dios en absoluto. En el primer capítulo de 1 Corintios Pablo se refiere
a ellos como santos, como personas que habían sido llamadas por Dios a la comunión de
Su Hijo. Así que, ciertamente ellos habían sido reconciliados con Dios hasta cierto
grado; probablemente habían sido reconciliados con Él a medias.
Los libros de 1 y 2 Corintios demuestran que los creyentes de Corinto, después de ser
reconciliados parcialmente con Dios, seguían viviendo en la carne, en el hombre
exterior. Entre ellos y Dios quedaba el velo separador de la carne, del hombre natural.
Este velo corresponde al velo que estaba en el tabernáculo, el velo que separaba el Lugar
Santo del Lugar Santísimo; no se refiere al velo que se hallaba a la entrada del Lugar
Santo. Los creyentes de Corinto quizás se hallaban en el Lugar Santo, mas no estaban en
el Lugar Santísimo. Esto significa que todavía estaban separados del lugar donde se
encontraba a Dios. Por tanto, no habían sido reconciliados con Dios de manera
completa.
En el versículo 19, es el mundo el que debe reconciliarse con Dios, mientras que en el
versículo 20, son los creyentes, aquellos que ya habían sido reconciliados con Dios, los
que debían ser aún más reconciliados con Él. Esto indica claramente que se requieren
dos pasos para que los hombres sean completamente reconciliados con Dios. El primer
paso consiste en que los pecadores sean reconciliados con Dios de tal modo que sean
separados del pecado. Con este propósito Cristo murió por nuestros pecados (1 Co.
15:3), dando por resultado que Dios nos perdonara los pecados. Éste es el aspecto
objetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto Él llevó nuestros pecados en la cruz para
que Dios los juzgara en Cristo por causa de nosotros. El segundo paso consiste en que
los creyentes que viven en la vida natural, sean reconciliados con Dios de tal modo que
ya no vivan en la carne. Con este propósito Cristo murió por nosotros, dando por
resultado que vivamos para Él en la vida de resurrección (2 Co. 5:14-15). Éste es el
aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto, Él fue hecho pecado por
nosotros para ser juzgado y eliminado por Dios a fin de que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en Él. Por medio de los dos aspectos de la muerte de Cristo, Él ha
reconciliado completamente con Dios al pueblo escogido de Dios.
Estos dos pasos de reconciliación son representados claramente por los dos velos del
tabernáculo. El primer velo es llamado “la rejilla” (Ex. 26:36, heb.). Un pecador era
llevado a Dios mediante la reconciliación de la sangre propiciatoria para que entrara en
el Lugar Santo a través de esta rejilla. Esto tipifica el primer paso de la reconciliación. El
segundo velo (Ex. 26:31-35; He. 9:3) todavía lo separaba de Dios, quien estaba en el
Lugar Santísimo. Este velo tenía que ser rasgado para que el pecador pudiera ser traído
a Dios, quien estaba en el Lugar Santísimo. Éste es el segundo paso de la reconciliación.
Los creyentes corintios habían sido reconciliados con Dios, habiendo pasado el primer
velo y entrado en el Lugar Santo. No obstante, todavía vivían en la carne. Tenían que
pasar el segundo velo, el cual ya había sido rasgado (Mt. 27:51; He. 10:20), para poder
entrar en el Lugar Santísimo y vivir con Dios en su espíritu (1 Co. 6:17). La meta de esta
epístola es conducir a los corintios hasta este punto para que sean personas que vivan en
el espíritu (1 Co. 2:14), en el Lugar Santísimo. Esto es lo que el apóstol quería decir con
la expresión: “Reconciliaos con Dios”.
Aunque los corintios habían sido salvos y reconciliados con Dios a medias, todavía
vivían en la carne; es decir, vivían en el alma, en el hombre exterior, que es el ser
natural. El velo de la carne, del hombre natural, seguía separándolo de Dios. Esto
significa que su ser natural era un velo de separación. Por tanto, ellos necesitaban el
segundo paso de la reconciliación. En 2 Corintios 5 Pablo laboraba para llevar a cabo
este segundo paso. Él laboraba en los corintios para eliminar el velo de la carne,
crucificar la vida natural y consumir el hombre exterior. Lo que el apóstol Pablo hacía en
1 y 2 Corintios era rasgar el velo de la carne, un velo de separación, para que los
creyentes corintios pudieran entrar al Lugar Santísimo.
Las bendiciones de Dios se encuentran en el Lugar Santo, pero Dios mismo está en el
Lugar Santísimo. En el Lugar Santo se hallan las bendiciones de Dios: el Espíritu, el
candelero y el altar del incienso, pero no se encuentra la presencia directa de Dios. Si
queremos poseer a Dios mismo, tenemos que ser reconciliados más con Él y entrar en el
Lugar Santísimo. Si hemos de ser introducidos en la presencia de Dios, debemos dar el
segundo paso de la reconciliación. Ésta es la reconciliación completa. Esta reconciliación
no sólo nos separa del pecado, sino también de la carne, del hombre natural, del ser
natural. Entonces somos introducidos en Dios y llegamos a ser uno con Él.
El versículo 21, el último versículo del capítulo cinco, dice: “Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”.
Aquí tenemos la máxima consumación de la salvación de Dios: la justicia de Dios.
Debemos recordar que el ministerio del nuevo pacto es el ministerio del Espíritu y de la
justicia. Este ministerio imparte el Espíritu de vida en los creyentes. Esto resulta en un
estado, una condición, que se llama justicia. Antes de que fuésemos salvos, nos
encontrábamos en una condición totalmente condenada por Dios. Nada estaba bien, y
Dios de ninguna manera podía justificar la condición en la que estábamos. Pero después
de ser salvos, fuimos introducidos en un estado donde pudimos ser justificados por
Dios. Esto es la justicia. No obstante, si somos sinceros, reconoceremos que, por una
parte, estamos en una condición justa, pero por otra, ciertos aspectos de nuestro vivir
todavía no están bien. Quizás estos aspectos no se comparen con el grave pecado en el
que tal vez vivíamos antes de ser salvos. Sin embargo, hay asuntos que no están bien.
Específicamente, por causa de nuestro hombre natural, nuestro yo, sigue existiendo una
separación entre nosotros y Dios. Esto es el pecado.
Supongamos que un hombre y su esposa no son salvos. A ellos se les dificulta llevarse
bien, seguido discuten, y a veces de una manera muy ofensiva. Pero supongamos que un
día el marido es salvo y entra en la vida de iglesia. Él empieza a cambiar, y este cambio
afecta a su esposa. Un día, ella también es salva y entra en la vida de iglesia. Al igual que
su marido, ella también empieza a cambiar. Ahora este hombre y esta mujer están en un
estado que la Biblia llama la justicia. No obstante, el hombre, ahora un hermano en el
Señor, tiene una forma de ser muy patente. (La forma natural de ser difiere del carácter,
pues es una parte innata de nuestro ser, de nuestra propia constitución.) Además, la
mujer es muy peculiar y rara vez está de acuerdo con los demás; a menudo los
contradice. ¿Cómo podrían ella y su marido vivir en paz, cuando la forma de ser de él es
tan predominante y ella es tan peculiar? Quizás ya no pelean como antes, pero tampoco
se ponen de acuerdo. Como resultado, hay muy poca comunicación entre ellos. Puesto
que sus conversaciones conducen siempre al desacuerdo, el marido quizás le diga a su
esposa que es mejor que no hablen. Lo que tienen este hombre y esta mujer es una
reconciliación a medias y una justicia a medias.
Sin embargo, supongamos que este hermano y esta hermana escuchan un mensaje sobre
la necesidad de una reconciliación adicional. El marido empieza a condenar su propia
forma de ser, y la esposa condena su peculiaridad, y ambos condenan su vida natural.
Como resultado, existe la posibilidad de que sean llevados al Lugar Santísimo para que
allí disfruten al Señor. Entonces el marido tal vez diga: “¡Alabado sea el Señor!”, y la
esposa conteste: “¡Amén!” Si ésta es la situación de esta pareja, entrarán en una
condición que puede ser llamada la justicia de Dios.
¿Ha sido usted salvo e introducido a Cristo? ¿Está usted ahora en Cristo? Si usted
satisface estas condiciones, usted es una nueva creación. Pero aunque tenga la seguridad
de decir que usted es una nueva creación en Cristo, quizás no se atreva a declarar que
usted es la justicia de Dios. La razón por la cual no se atreve a declararlo es que usted se
parece a una mariposa que no ha emergido completamente de su capullo. Sólo hasta que
hayamos salido completamente de nuestros “capullos” podremos afirmar que somos la
justicia de Dios. Hasta entonces, lo único que podemos afirmar es que somos la justicia
de Dios sólo en parte. Debemos permitir que la cruz opere más en nosotros para que se
consuma lo que queda de nuestro capullo. Finalmente, a más tardar en la Nueva
Jerusalén, seremos plenamente la justicia de Dios. Entonces Dios podrá gloriarse ante
Su enemigo Satanás, de que todo en la Nueva Jerusalén es justicia, de que nada está mal
o con defecto, de que todo satisface a Dios. De esta manera, Dios podrá justificarlo todo
en la Nueva Jerusalén. Ésta es la justicia que es la consumación del ministerio del nuevo
pacto.
El ministerio del nuevo pacto, el ministerio del Espíritu y de la justicia, producirá una
condición de justicia, primero, en personas individualmente, segundo, en la iglesia, y
tercero, en el reino milenario. Cuando venga el reino, habrá justicia en la tierra.
Entonces todo satisfará a Dios, y Dios lo justificará todo. Aunque aún no ha llegado la
era del reino, podemos tener un anticipo de la justicia del reino hoy en día en la vida de
iglesia y en nuestra vida familiar. A veces, la condición de cierta iglesia local puede ser
tal, que todas las cosas, todas las personas y todos los asuntos son justificados por Dios.
Una iglesia así es la justicia de Dios. Esta clase de condición también puede estar
presente en nuestra vida de familia. En algunos casos, he visto que en familias cuyos
miembros han sido totalmente salvos, existe una condición en que nada está mal, y todo
satisface a Dios y es justificado por Él. Éstas son familias de justicia. El fruto del
ministerio del nuevo pacto consiste en producir esta clase de justicia.
Los capítulos tres, cuatro y cinco tratan del ministerio del nuevo pacto y sus ministros.
Sin embargo, esta sección concluye con lo que Pablo añade acerca de la justicia de Dios.
Hoy muchos cristianos únicamente saben que Cristo murió por sus pecados; no se dan
cuenta de que Cristo murió por ellos, por personas que son la carne y la vieja creación.
Pero en 2 Corintios Pablo no habla de que Cristo murió por nuestros pecados; más bien,
en 5:14 él dice: “Uno murió por todos”. Esto significa que Cristo murió por nosotros. En
1 Corintios 15:3 Pablo nos dice que Cristo murió por nuestros pecados a fin de que éstos
nos fuesen perdonados por Dios. Esto, sin embargo, representa simplemente la etapa
inicial de la reconciliación. Cristo murió en la cruz no solamente por nuestros pecados,
sino también por nosotros, por nuestra carne, por nuestro ser natural, nuestro hombre
exterior. Cristo murió en la cruz a fin de que se le diera fin a nuestro hombre exterior,
nuestro ser natural, y llegásemos a ser la justicia de Dios. Por tanto, Cristo murió por
nuestros pecados para que seamos perdonados y justificados por Dios; pero Cristo
murió por nosotros a fin de que lleguemos a ser la justicia de Dios.
Llegar a ser la justicia de Dios es algo más profundo que ser justificados por Dios. El
ministerio del nuevo pacto nos lleva de nuevo a Dios a tal grado que de hecho llegamos a
ser la justicia de Dios. No sólo somos justificados por Dios, sino que incluso llegamos a
ser la justicia de Dios.
En el versículo 21 Pablo declara que Cristo fue hecho pecado por nosotros para que
viniésemos a ser justicia de Dios en Él. Aquí el pecado es sinónimo de la carne. Juan 1:14
dice que Cristo como Verbo se hizo carne. En 2 Corintios 5:21 se declara que Él fue
hecho pecado. Según Romanos 8:3, Dios mandó a Su Hijo en semejanza de carne de
pecado. Por tanto, el pecado y la carne son sinónimos. Además, puesto que la carne es el
hombre exterior, éste es totalmente pecado. Nosotros mismos, nuestro ser natural, no
somos más que pecado. El hecho de que Cristo fue hecho carne equivale a que Él fue
hecho pecado. Cuando Cristo fue a la cruz, llevó consigo esta carne, lo cual significa que
nos llevó a nosotros, nuestro ser natural, nuestro hombre exterior, a la cruz.
En el capítulo cuatro Pablo habla del hombre exterior, y en el capítulo cinco, del pecado.
El hombre exterior es la carne, y la carne es el pecado. Por tanto, el hombre exterior, la
carne y el pecado son sinónimos.
Cristo, en Su encarnación, fue hecho carne; es decir, fue hecho pecado, lo cual significa
también que Él fue hecho nosotros. Cuando fue crucificado, Él llevó nuestro hombre
natural, el hombre exterior, la carne, el pecado, a la cruz y lo clavó allí. Fue en ese
momento que Dios condenó el pecado, la carne, el hombre exterior. Cuando Cristo
murió en la cruz, Dios condenó nuestro hombre natural; Él lo condenó a usted y a mí. La
meta de Dios al hacer esto era que nosotros, en Cristo, llegásemos a ser la justicia de
Dios. El Cristo resucitado es la justicia, la resurrección y el Espíritu vivificante. En tal
persona llegamos a ser la justicia de Dios. Éste es el producto, el resultado, la máxima
consumación, de la salvación de Dios, y esto es lo que producirá el ministerio del nuevo
pacto.
La conclusión de estos capítulos que tratan del ministerio del nuevo pacto y sus
ministros es simplemente la justicia de Dios. ¿Es su vida familiar la justicia de Dios? ¿Es
usted la justicia de Dios? ¿Es la iglesia de su localidad la justicia de Dios? Creemos que
el ministerio del nuevo pacto opera con la meta de hacer de nosotros, de nuestra vida
familiar y de nuestra vida de iglesia, la justicia de Dios. Entonces, cuando llegue la era
del reino, la justicia de Dios estará en la tierra. El reino traerá el cielo nuevo y la tierra
nueva, y la Nueva Jerusalén. En ese cielo nuevo y esa tierra nueva morará la justicia.
Éste es el resultado y la consumación del ministerio del nuevo pacto.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE TREINTA Y OCHO
En la plena salvación que Dios efectúa hay varios pasos principales, los cuales incluyen
la redención, la regeneración, la transformación y la glorificación. Nosotros, como
criaturas de Dios, fuimos creados por Él para cumplir Su propósito. Sin embargo,
llegamos a ser personas caídas. Ser una persona caída equivale a estar perdido. Nos
perdimos a causa de haber caído en el pecado. Sin embargo, Dios se hizo hombre en la
persona del Hijo con el fin de ser nuestro Redentor. Como tal, Cristo murió en la cruz
por nuestros pecados. Aunque estábamos caídos y perdidos, Dios vino como hombre
para efectuar la redención y traernos de nuevo a Él.
Nosotros nos parecemos a un vaso de agua. Sea que el vaso esté limpio o sucio, no
contiene más que pura agua. No tiene otros contenidos, otros elementos. Por lo tanto, lo
que está en el vaso no tiene el sabor ni el color de nada que no sea el agua. Sin embargo,
si se añade té al vaso de agua, se agrega otro elemento al agua. Entonces, dos sustancias,
el agua y el té, el té y el agua, se mezclan. A esta mezcla nos referimos cuando usamos el
término “constitución”. El agua penetra en el té, y el té, en el agua.
Usando el ejemplo del agua y del té, queremos hacer notar que es imposible que el agua
se convierta en té si el elemento del té no se añade al agua. Hay una sola forma en que el
agua se convierte en té, la cual es poner el té en el agua. Cuando el elemento del té se
añade al agua, este elemento efectuará un cambio en el agua, y el resultado será el té.
Una vez que el agua se convierte en té, tiene dos elementos: el té y el agua. Cualquiera
que beba de ese té, recibirá estos dos elementos. Ingiere una clase de bebida, pero recibe
dos clases de elementos. Disfruta del agua para satisfacer su sed, y del té para que le dé
cierto sabor.
Debemos entender claramente, sin embargo, que la mezcla del té con el agua no produce
una tercera sustancia, una sustancia que no es ni té ni agua. Decir que el elemento del té
se mezcla con el agua no significa que las dos sustancias originales, el té y el agua,
quedan anuladas y dejan de existir. Por el contrario, el agua sigue siendo agua, y el té
sigue siendo té. La diferencia es que una vez que el té y el agua se mezclan, dejan de
estar separados. Se pueden distinguir, mas no están separados, porque se han mezclado
y han llegado a ser una sola entidad, una sola bebida. En el mismo principio, cuando lo
divino se mezcla con lo humano, tanto la divinidad como la humanidad siguen
existiendo. No sería verdad afirmar que esta mezcla produce una tercera sustancia, algo
que no es ni divino ni humano.
EL COMIENZO DE LA MEZCLA
Cuando fuimos regenerados, el té divino fue añadido a nosotros. Antes de que esto
sucediera, sea que nuestra conducta fuera buena o mala, teníamos únicamente el
elemento humano. Tanto un asaltante de bancos como una persona altamente ética son
iguales en que ninguno de los dos posee el elemento divino, mientras no sean
regenerados. Alabamos al Señor porque en el momento en que fuimos regenerados,
Dios entró en nuestro ser. En ese momento, la Persona divina, juntamente con la vida
divina, la naturaleza divina y el Ser divino, se añadieron a nosotros. ¡Qué diferencia tan
tremenda hace esto! Ahora, como personas salvas y regeneradas, poseemos dos
elementos: el elemento humano y el elemento divino. Además, tenemos la vida divina
así como la vida humana, y la naturaleza divina así como la naturaleza humana. El
elemento de la divinidad se ha añadido al elemento de nuestra humanidad.
LA TIPOLOGÍA DE LA MEZCLA
La ofrenda de harina, compuesta de flor de harina mezclada con aceite, tipifica la mezcla
de la divinidad y la humanidad. En algunos casos, se derramaba el aceite sobre la flor de
harina; en otros casos, se mezclaba con ella. En el caso en que el aceite se mezclaba con
la harina para hacer una torta que se usaba en la ofrenda de harina, se mezclaban dos
sustancias, la harina y el aceite. El aceite no se añadía simplemente a la harina; se
mezclaba con él. Pero en esta mezcla, ninguno de sus elementos cesaba de existir. El
aceite seguía siendo aceite, y la flor de harina seguía siendo harina. No obstante,
mediante el proceso de mezclar la harina y el aceite, los dos elementos llegaban a ser
una sola entidad. Pero ni el aceite ni la harina perdían su naturaleza particular a causa
de la mezcla. Además, la mezcla del aceite con la harina no produjo una tercera
naturaleza, una sustancia que no era ni harina ni aceite. El producto de la mezcla era
una torta con dos naturalezas, dos elementos, dos sustancias.
LA CABEZA Y EL CUERPO
Cristo hoy es la Cabeza del Cuerpo, y nosotros, Sus seguidores, somos Sus miembros. Él,
como Cabeza, tiene dos naturalezas, y nosotros, como Sus miembros, también tenemos
estas dos naturalezas. Cristo, la Cabeza, tiene divinidad y humanidad, y nosotros, Sus
miembros, tenemos también humanidad y divinidad. Consideren su cuerpo físico: la
cabeza y los miembros del cuerpo son de la misma sustancia. No es posible que la cabeza
sea de una sustancia, y los miembros del cuerpo sean de una sustancia diferente. No,
todo el cuerpo es de la misma sustancia, del mismo elemento. Todo nuestro cuerpo tiene
la misma sangre, la misma vida y la misma naturaleza. Esto también es cierto con
respecto a la relación que existe entre Cristo y la iglesia. Lo que Cristo es y lo que Cristo
tiene, también lo somos y lo tenemos nosotros, como miembros Suyos. Cristo tiene
humanidad y divinidad, y nosotros también tenemos divinidad y humanidad. Esto
significa que Cristo y nosotros, los que creemos en Él y que somos miembros Suyos,
tenemos dos naturalezas. No obstante, queremos recalcar una vez más que la mezcla de
la divinidad con la humanidad en nosotros no produce una tercera naturaleza. Nuestra
humanidad no deja de existir. Ni la divinidad ni la humanidad queda anulada en la
mezcla.
LA DIVINIDAD Y LA HUMANIDAD
SE ENTRETEJEN ENTRE SÍ
En el estudio-vida de Éxodo hicimos notar que el efod, una prenda de vestir que llevaba
el sumo sacerdote, era hecho al entretejer hilo de lino e hilo dorado. Estos hilos no eran
superpuestos ni encimados; más bien, eran entretejidos de manera que formaban un
solo tejido. En esta tela, se podía distinguir el hilo de oro y el hilo de lino. Esto también
tipifica la mezcla de la divinidad con la humanidad en Cristo. El hilo de oro representa la
divinidad de Cristo, y el hilo de lino, Su humanidad. Este entretejido de hilo de oro y de
hilo de lino en el efod indica que en Cristo, las dos naturalezas, la humana y la divina, no
sólo se añaden la una a la otra, sino que se entretejen, se mezclan, entre sí. Además, así
como al entretejerse los hilos de oro y de lino no se produjo una tercera sustancia, la
mezcla de la humanidad con la divinidad en Cristo no anula la divinidad ni la
humanidad, lo cual produciría una tercera naturaleza.
EL PROCESO DE LA MEZCLA
Es muy importante que nos demos cuenta de que todo cristiano genuino, toda persona
que verdaderamente cree en Cristo, es una persona que experimenta la mezcla de la vida
y la naturaleza divinas con la vida y la naturaleza humanas. La vida divina no sólo se
mezcló con nuestra vida humana, sino que se sigue mezclando. Como resultado, somos
seres humanos divinos. Además, también podemos decir que somos seres divinos
humanos. Por eso decimos que los cristianos son Dios-hombres. Nuestra vida es la vida
de un Dios-hombre, y nuestro vivir, como lo indica el efod, compuesto de hilo dorado y
de hilo de lino, es un vivir que proviene de la mezcla de lo divino con lo humano.
Nuestra vestimenta espiritual no es solamente lino, sino que también es oro. Tenemos
tanto oro como lino entretejidos en un solo vestido, lo cual caracteriza nuestra conducta,
nuestro comportamiento, nuestro carácter, nuestro vivir.
Alabamos al Señor de que el proceso de mezcla se sigue dando en nosotros. Este proceso
continuo es la transformación. También nos podemos referir a ello como una
constitución y reorganización.
(8)
En 2:12—3:11 Pablo habla del ministerio del nuevo pacto, y en 3:12—7:16, de los
ministros del nuevo pacto. La sección de esta epístola que trata de los ministros del
nuevo pacto es mucho más extensa que la sección que habla del ministerio del nuevo
pacto. Esto se debe a que a Dios le interesan mucho más los ministros que el ministerio.
En otras palabras, Dios se interesa más por lo que somos que por lo que hacemos, lo
cual significa que lo que somos es mucho más importante para Él que lo que hacemos.
El hecho de que a Dios le interesa más lo que somos que lo que hacemos debe quedar
grabado profundamente en nosotros. Lo que hacemos debe ser medido por lo que
somos. Además, nuestro ser debe corresponder con nuestra obra, es decir, lo que somos
debe corresponder con lo que hacemos. Nuestro ser debe corresponder con nuestras
acciones. Por tanto, nuestro ser y nuestro hacer van juntos. Si nos interesamos
únicamente por lo que hacemos y no por ser la clase de persona adecuada, lo que
hagamos no tendrá mucho peso. Nuestro hacer tendrá peso únicamente cuando vaya
complementado con lo que somos en nuestro ser.
LABORAR POR MEDIO
DE UNA VIDA QUE SE ACOMODA A TODO
En 6:1 Pablo dice: “Nosotros, pues, como colaboradores Suyos, os rogamos también que
no recibáis en vano la gracia de Dios”. La palabra “pues” indica una continuación. En la
última parte del capítulo cinco (vs. 16-21) el apóstol nos dijo que a ellos, los ministros
del nuevo pacto, se les había encomendado el ministerio de la reconciliación para la
nueva creación del Señor. A partir de este versículo y hasta el final del capítulo siete, él
nos dice cómo ellos laboraban. Ellos laboraban con Dios por medio de una vida (no por
medio de algún don), la cual es todo suficiente y madura, capaz de adaptarse a todas las
situaciones, es decir, capaz de resistir cualquier tipo de trato, de aceptar cualquier clase
de entorno, de obrar bajo cualquier clase de condiciones y de aprovechar cualquier
oportunidad, con el fin de llevar a cabo su ministerio.
Al leer esto, algunos dirían: “Éstas son excelentes palabras para los colaboradores y los
ministros, pero no se aplican a mí. Yo soy laico, no ministro”. Pero en el recobro del
Señor no hay laicos. Todos somos ministros, colaboradores e incluso tenemos el
potencial y la capacidad de ser apóstoles. En otra parte, hicimos notar que los apóstoles
son ejemplos y modelos de lo que deben ser todos los creyentes. En Efesios 3, Pablo
declara que él es menos que el más pequeño de todos los santos. Además, el nombre
Pablo significa “pequeño”. Si Pablo, que se consideraba menos que el más pequeño de
todos los santos, pudo ser ministro y apóstol, ¿qué de usted? Todos tenemos la
capacidad de ser ministros del nuevo pacto. En cuanto a esto, no debemos poner énfasis
en lo que podemos hacer, sino en lo que somos. Nuestra capacidad no está ligada
principalmente con lo que hacemos, sino con lo que somos.
Yo diría que en 6:1—7:16 podemos ver que los apóstoles laboran juntamente con Dios
por medio de una vida que se adapta a todo. Este pasaje de 2 Corintios no indica que
ellos laboran junto con Dios por medio de un poder todo suficiente o por un don
maravilloso. Los cristianos de hoy, sin embargo, prestan su atención principalmente en
el poder y en los dones. Algunos tal vez pregunten: “¿Tienen ustedes poder? ¿Acaso no
sabe que el doctor fulano de tal es un predicador poderoso? ¿Qué dones tienen ustedes?
Oh, el doctor fulano de tal tiene muchos dones”. Con todo, entre los cristianos de hoy se
habla muy poco de la vida o del vivir. Hay algunos que no tienen un poder genuino, pero
aún así dan la impresión de ser poderosos. Por ejemplo, es posible que de una manera
presuntuosa oren: “¡En el poderoso nombre de Jesús, ato a todos los demonios!” Pero es
muy interesante que en 2 Corintios Pablo no habla de esa manera. De hecho, él habla
muy poco de los dones o del poder. Según se emplea en 2 Corintios, el don no se refiere
a los dones milagrosos, y el poder no tiene la connotación que le atribuyen los cristianos
de hoy. Si uno lee detenidamente todo el libro de 2 Corintios, se dará cuenta de que
Pablo se centra en la vida. Por tanto, en 6:1—7:16, vemos que él laboraba junto con Dios
por medio de una vida que se adapta a todo.
El hecho de que uno sea ministro del Nuevo Testamento no depende de los dones ni del
poder; antes bien, depende de que lleve una vida que es capaz de acomodarse a toda
clase de situaciones. Obviamente en 6:1-13 no se usa la expresión “que se acomoda a
todo”. Pero si examinamos el contenido de estos versículos, veremos que ellos describen
una vida que ciertamente se adapta a todo. Como veremos en otro mensaje, aquí Pablo
menciona dieciocho requisitos que ellos llenan, tres grupos de cosas y siete clases de
personas. Pablo, por ende, había cumplido con los requisitos necesarios para ser
ministro del nuevo pacto en todas estas maneras.
En 6:1-13, Pablo no enumera entre estos requisitos, tales cosas como la filosofía y la
psicología. Si queremos ser ministros idóneos del nuevo pacto, debemos tener las
dieciocho cualidades mencionadas por Pablo, y los tres grupos de cosas, y debemos
poseer las cualidades de las siete clases de personas. Sólo así podremos llenar todos los
requisitos para ser colaboradores de Dios con miras a Su ministerio neotestamentario.
En 6:1 Pablo no dice que los apóstoles son colaboradores unos de otros. Al contrario, él
declara que son colaboradores de Dios. Los apóstoles no sólo habían sido comisionados
por Dios en su ministerio, sino que también laboraban junto con Él. Ellos eran
colaboradores de Dios (1 Co. 3:9). Pablo y sus colaboradores trabajaban junto con Dios.
El último versículo del capítulo cinco, el versículo 21, declara: “Al que no conoció
pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios
en El”. Según este versículo, llegamos a ser la justicia de Dios no solamente por medio
de Cristo, con Cristo o por Cristo, sino también en Cristo. En este versículo también
vemos que no solamente llegamos a ser justos delante de Dios, sino que nos convertimos
en la justicia misma de Dios. Ser justos es una cosa, pero llegar a ser la justicia es algo
muy distinto. Por ejemplo, tal vez un objeto sea dorado, pero es posible que no sea oro
puro. ¡Qué maravilloso es que en Cristo podamos llegar a ser la justicia misma de Dios!
¿Tiene usted la confianza de declarar que está en Cristo? Como creyentes genuinos,
podemos testificar que estamos en Él. Pero ¿estamos en Cristo de una manera práctica
en nuestro diario vivir? Por ejemplo, ¿está usted en Cristo cuando bromea? Cuando
usted bromea, ¿tiene la seguridad de que está en Él? Debe reconocer que en esos
momentos está fuera de Cristo. No existe un terreno neutral: o estamos en Cristo o
estamos fuera de Él. Por no estar siempre en Cristo de una manera práctica,
necesitamos más reconciliación. Necesitamos una reconciliación que nos introduzca de
nuevo en Cristo.
Supongamos que usted se encuentra en una situación donde tiene que hacer fila por
mucho tiempo. Mientras espera, quizás no se sienta muy contento. De hecho, se siente
extremadamente molesto. ¿Está usted en Cristo en ese momento? No, usted está fuera
de Cristo. Entonces, ¿dónde está usted? Usted está en usted mismo. A veces su situación
tal vez sea aun peor, pues es posible que usted esté en la carne, quizás en su enojo. Por
consiguiente, necesita que el ministerio de la reconciliación lo introduzca de nuevo en
Dios.
No creo que muchos de los que leen 2 Corintios 5 entiendan que la reconciliación
consiste en ser traídos de nuevo a Dios e introducidos en Él. ¿Es ésta la comprensión
que usted tenía de la reconciliación según este capítulo? Si no, ciertamente esto es lo que
en efecto Pablo quiere decir cuando habla de la reconciliación.
Por años leí los capítulos cinco y seis de 2 Corintios sin darme cuenta de que el capítulo
seis es la continuación del capítulo cinco. En 2 Corintios 5 Pablo nos dice que a él se le
encomendó el ministerio de reconciliar a otros con Dios. En el capítulo seis, Pablo lleva
a cabo dicho ministerio en relación con los corintios.
Según la Biblia, la reconciliación incluye mucho más que simplemente ser traído de
nuevo a Dios; consiste en ser introducido de nuevo en Él. Por tanto, conforme a la
Biblia, llevar a otros a Dios implica introducirles en Dios y hacerlos absolutamente uno
con Él. Sin embargo, se encuentra en muchas de las enseñanzas cristianas que el asunto
de ser uno con Dios ha sido malentendido. Según el concepto que tienen muchos
cristianos, el ser uno con Dios puede ser comparado con una esposa que es uno con su
marido. En el caso de un marido y una esposa, existe una clase de unidad corporativa.
Pero en la Biblia, el ser uno con Dios significa ser mezclado con Él; significa estar en
Dios y permitir que Dios entre en nuestro ser. Según la Biblia, el ser uno con Dios
implica una unión en la cual entramos en Dios y Dios entra en nosotros. Por eso el Señor
Jesús dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). No dijo: “Permaneced
conmigo y Yo con vosotros”. Es una lástima que algunos cristianos se opongan al
maravilloso concepto bíblico de ser uno con Dios al ser mezclado con Él.
En Corinto había muchos problemas entre los creyentes, y todos estos problemas eran
indicios de que los creyentes no estaban completamente en Dios. En muchos asuntos
específicos no estaban en Dios. Aunque habían sido salvos y habían nacido de Dios, no
vivían en Él. Por esta razón, en cuanto a muchos asuntos de su diario vivir, se hallaban
fuera de Dios. Por consiguiente, Pablo tenía la carga de introducirlos en Dios. Esto es
reconciliarlos con Dios.
El hecho de que laboremos juntamente con Dios significa que estamos en Él. Cuando
estamos en Él, podemos introducir a los demás en Él. Sólo una persona que está en Dios
puede introducir a otros en Dios. Si usted no está en Él, ciertamente no podrá introducir
a nadie más en Él. El resultado de nuestra obra manifiesta cuán íntimos nosotros somos
con Dios. Si estamos lejos de Dios, no podremos acercar a otros a Él. El grado al que
podemos traer a otros a Dios e introducirlos en Dios depende siempre de dónde estamos
nosotros con respecto a Dios. Si somos personas que son uno con Dios, entonces
podremos llevar a los demás al mismo lugar donde estamos. Por tanto, si queremos
introducir a los demás en el Señor, primero debemos estar en Él nosotros mismos.
Cuanto más estemos en Él, más podremos reconciliar a otros de manera que entren en
Él. ¡Que este asunto quede grabado en nosotros!
NO RECIBIR LA GRACIA DE DIOS EN VANO
En la última parte de 6:1, Pablo dice a los corintios: “Os rogamos también que no
recibáis en vano la gracia de Dios”. Este ruego es la obra de la reconciliación, como se
menciona en 5:20.
Pablo rogaba a los creyentes de Corinto que no recibieran en vano la gracia de Dios. La
gracia es el Cristo resucitado hecho el Espíritu vivificante para introducir en
resurrección al Dios procesado en nuestro ser, a fin de que sea nuestra vida y suministro
de vida, para que vivamos en resurrección. Esto significa que la gracia es el Dios Triuno
hecho nuestra vida y el todo para nosotros. Por esta gracia, Saulo de Tarso, el primero
de entre los pecadores (1 Ti. 1:15-16), llegó a ser el apóstol más destacado, quien
laboraba más abundantemente que todos los apóstoles (1 Co. 15:10). La gracia de Dios
siempre nos hace volver a Él. Según el contexto de 6:1, no recibir la gracia de Dios en
vano significa ser conducido de nuevo a Dios y no permanecer en nada que nos distraiga
de Él.
LA PLENA SALVACIÓN
En 6:2 Pablo añade: “Porque dice: ‘En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación
te he socorrido’. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”.
Las palabras “tiempo aceptable” se refieren al momento en que somos reconciliados con
Dios, cuando Él nos acepta. La salvación en este versículo, según el contexto, se refiere a
la reconciliación. De hecho, la reconciliación alude a la plena salvación.
En 6:1-13 vemos el cuadro de una persona que ha sido plenamente salva. Nosotros
comprobamos nuestra plena salvación llevando una vida que se adapta a todo. En estos
versículos, Pablo es un modelo de un creyente que ha sido plenamente salvo, un modelo
de alguien que lleva una vida que se acomoda a todo. En el siguiente mensaje vamos a
considerar los detalles de esta vida.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA
LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO
(9)
En mucha perseverancia
En el versículo 4 Pablo dice: “Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de
Dios, en mucha perseverancia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias”. En los
versículos del 4 al 7, Pablo nos presenta la primera categoría de requisitos que uno debe
llenar para ser ministro de Dios, un ministro del nuevo pacto (3:6). Cuando leí estos
versículos hace muchos años, me inquietó mucho el hecho de que el primer requisito
que menciona Pablo es la perseverancia. Yo pensaba que al hablar de los requisitos que
deben cumplir los ministros del Nuevo Testamento, Pablo debía haber empezado con
algo más importante. Sin embargo, él comienza con las palabras “en mucha
perseverancia”. Si un creyente de hoy en día solicitara servir como misionero médico, él
ciertamente mencionaría su educación. ¿Creen ustedes que él afirmaría poseer
perseverancia? No obstante, la primera cualidad que Pablo menciona es la
perseverancia.
El hermano Nee mostró mucha perseverancia durante los veinte años que estuvo
encarcelado. Una cosa es morir como mártir en un instante y otra muy distinta es ser
encarcelado por muchos años. Una persona que muere como mártir puede ser
arrestada, juzgada y ejecutada en muy poco tiempo. Para esto, no se necesita
perseverancia. Pero si lo echan a uno en la cárcel y luego lo someten a juicio por muchos
años, sin lugar a dudas, se necesita la perseverancia.
Todo ministro del Nuevo Testamento debe aprender a ser perseverante. Los apóstoles,
los ancianos y los diáconos necesitan la perseverancia. Ciertos santos son muy buenos
para agotar a los ancianos. En esta coyuntura, me gustaría dirigir unas palabras a los
hermanos que aspiran a ser ancianos: ustedes deben estar dispuestos a ser molidos
continuamente. Si llegan a integrar el cuerpo de ancianos, serán colocados entre las
piedras del molino. Algunos hermanos y hermanas los molerán constantemente. Parece
que ellos tienen la “comisión” de poner a prueba la espiritualidad de los ancianos. Por
medio de ellos, ustedes serán puestos a prueba para ver cuánto pueden perseverar. Pero
cuando perseveramos, ministramos vida a los demás. Los que tienen perseverancia son
los que ministran vida a los demás.
En tribulación
En necesidades
Los cristianos de hoy evalúan al siervo de Dios, no por las necesidades que haya
experimentado, sino por las riquezas que haya adquirido. Si alguien posee cuantiosas
riquezas, se le considera bendecido por el Señor. Pero si un creyente empobrece y carece
de alimentos, de albergue, de ropa o de cualquier otra necesidad de la vida diaria,
muchos dirán de él: “Este hermano no es aprobado por Dios. Dios no lo bendice porque
no está contento o complacido con él”. Entonces, ¿qué diríamos de Pablo, quien se
hallaba en necesidades? Ciertamente él era aprobado por Dios. No debemos creer que
las riquezas son símbolo de que somos bendecidos por el Señor o aprobados por Él. Al
contrario, es muy posible que la escasez, las necesidades y la pobreza sean lo que
verdaderamente caracteriza a un ministro del nuevo pacto.
En angustias
Por las varias palabras que usa Pablo en el versículo 4, sabemos que él enfrentaba
diversas clases de problemas. Este versículo indica claramente que la vida de Pablo era
una vida de tribulaciones, calamidades, estrechez, necesidades y angustias. ¿Le agrada a
usted oír de estas cosas? ¿Todavía desea ser ministro del nuevo pacto cuando oye de las
dificultades y problemas que afrontaba Pablo? Hoy se alienta mucho a los jóvenes a
estudiar para el ministerio. Se les dice que después de graduarse del seminario, podrán
encontrar un buen trabajo como pastor o ministro, y que, además, se les proveerá
alojamiento y un buen salario. Pablo, sin embargo, no era un ministro de esta índole, ni
llevaba esa clase de vida. En lugar de ello, la vida de Pablo, la que lo hizo apto para ser
ministro del nuevo pacto, fue una vida de perseverancia, de tribulación, de necesidades
y de angustias.
En azotes
En cárceles
En 11:23 Pablo declara que había estado “en cárceles más”. Varias veces Pablo fue
echado a la cárcel. Nos hemos referido a esa ocasión en Filipos. En Efesios 3:1 Pablo se
refiere a sí mismo como “prisionero de Cristo Jesús” y en Efesios 4:1, como “prisionero
en el Señor”. Y luego, en 2 Timoteo 1:8 y Filemón 9 y 23, Pablo una vez más se refiere al
encarcelamiento.
En tumultos
En trabajos
En 2 Corintios 11:23 Pablo declara que él estaba “en trabajos más abundante”, y en el
versículo 27, él habla de “trabajos y penas”. Pablo menciona esto en 1 Tesalonicenses
2:9: “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; como trabajando de
noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio
de Dios”. Él se refiere a esto nuevamente en 2 Tesalonicenses 3:8, donde dice: “Ni
comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche,
para no ser gravosos a ninguno de vosotros”.
En vigilias
Las vigilias aluden a desvelos, como los que experimentaron los apóstoles en Hechos
16:25; 20:7-11 y 31 y también en 2 Tesalonicenses 3:8. Pablo hace referencia a lo mismo
en 2 Corintios 11:27, donde habla de “muchas vigilias”, lo cual se refiere a una situación
en la que uno no puede dormir, ni hay tiempo de dormir. Éste fue un aspecto del vivir de
Pablo.
En ayunos
Los ayunos mencionados en el versículo 5 no son los ayunos relacionados con la oración.
Los ayunos mencionados aquí son los ocurren por causa de una falta de comida. En
11:27 se mencionan los ayunos junto con trabajos y penas, vigilias, hambre y sed. Puesto
que se enumera los ayunos junto con las penas, deben referirse a ayunos involuntarios
por falta de comida. Un ayuno de esta índole es diferente del hambre. El hambre puede
darse en una situación donde no hay manera de obtener alimento; el ayuno involuntario
puede estar vinculado a una situación de pobreza.
En pureza
En conocimiento
El conocimiento, por supuesto, esta relacionado con la mente. La inclusión que Pablo
hace de “en conocimiento” indica que ningún ministro del Nuevo Testamento debe ser
una persona no inteligente. Como los ministros del nuevo pacto que somos, debemos
estar bien instruidos. Por esta razón, aliento a los jóvenes a que reciban una educación
adecuada y a que aprendan idiomas extranjeros. Específicamente, si desean ser usados
por el Señor, deben adquirir el conocimiento del griego o del hebreo. También es útil
estudiar historia. Por supuesto, debemos estudiar la Biblia y aprender la revelación
bíblica adecuada. Si queremos ser ministros del nuevo pacto, debemos ser personas bien
instruidas.
En longanimidad
Toda la gente, rica o pobre, tiene problemas. Si nosotros, los ministros del nuevo pacto,
hemos de ayudar a los demás cuando sufren, ¿cómo podríamos evitar los sufrimientos?
No podemos ser una excepción. Antes bien, debemos sufrir y llegar a experimentar la
longanimidad. Nunca pensemos que como ministros, podemos evitar el sufrimiento.
Experimentarán algo de gozo en su vida matrimonial o en su vida familiar, pero también
pasarán por sufrimientos, probablemente más sufrimientos que gozo. De hecho, un
ministro del nuevo pacto sufre más que los demás. Como ministro, él es uno que debe
llevar una vida humana apropiada como lo hizo el Señor Jesús. El Señor sufrió más que
cualquier otra persona. Llevar una vida humana genuina equivale a sufrir. La vida
humana no es una vida principalmente de disfrute sino de sufrimiento. Cuanto más
llevemos esta vida humana en la cual ministramos a Cristo a los demás, más sufriremos.
Por tanto, necesitamos la cualidad de ser longánimos.
En bondad
En un espíritu santo
La mayoría de las versiones considera que el espíritu del versículo 6 se refiere al Espíritu
Santo. Por lo tanto, escriben las palabras espíritu y santo con mayúscula. Pero aquí,
según el contexto, Pablo no se refiere al Espíritu de Dios, sino a nuestro espíritu. Esto
significa que nuestro espíritu debe ser santo. Las palabras “un espíritu santo” aluden al
espíritu regenerado de los apóstoles.
En un amor no fingido
En la palabra de verdad
En el poder de Dios
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y UNO
(10)
En 6:4-7a Pablo, con las expresiones que siguen, enumera dieciocho requisitos que uno
debe cumplir para ser ministros del nuevo pacto: en mucha perseverancia, en
tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en
trabajos, en vigilias, en ayunos, en pureza, en conocimiento, en longanimidad, en
bondad, en un espíritu santo, en un amor no fingido, en la palabra de verdad, en el
poder de Dios. De la mitad del versículo 7 al versículo 10, Pablo habla de tres grupos de
cosas y de siete clases de personas. Consideremos ahora estos grupos y estas personas.
TRES GRUPOS
La mala fama proviene de los opositores y los perseguidores (Mt. 5:11); la buena fama
proviene de los creyentes y de quienes reciben la verdad predicada y enseñada por los
apóstoles. Ésta ha sido nuestra situación a lo largo de los años. Hemos recibido mala
fama y buena fama. Si usted siempre recibe buena fama, es probable que no sea sincero
ni fiel al Señor. Si es fiel al Señor y sincero con la iglesia y los santos, recibirá mala fama
y buena fama.
Hacia el final del versículo 8 Pablo declara: “Como engañadores, pero veraces”. Es como
si a los ojos de los judaizantes y de las personas de otras religiones o filosofías, los
apóstoles fueran engañadores, pero a los ojos de quienes amaban la verdad de Dios,
fueran veraces.
En Mateo 10:16 el Señor Jesús dice: “Sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos
como palomas”. Algunos nos pueden acusar de ser serpientes, engañadores, pero
nosotros debemos ser sencillos, sinceros, como palomas. Todos debemos aprender a ser
prudentes como serpientes; de lo contrario, no seremos “como engañadores”. Esto es lo
que significa tener la forma de serpiente, sin la naturaleza venenosa de la misma.
Debemos aprender a ser prudentes como serpientes, es decir, como serpientes en
apariencia, mas no en realidad. Dejemos que otros digan que somos engañadores, que
somos serpientes. Sin embargo, de hecho somos veraces, porque en nosotros no hay
ningún veneno serpentino.
En el versículo 9 Pablo dice: “Como desconocidos, pero bien conocidos”. Los apóstoles
eran como desconocidos en el sentido de que no se exhibían a sí mismos, pero también
eran bien conocidos en el sentido de que daban testimonio de la verdad de Dios.
Nosotros también debemos ser desconocidos en el sentido de no anunciarnos ni
exhibirnos. Como resultado de esto, los demás no nos conocen. No obstante, al mismo
tiempo, podremos ser bien conocidos porque testificamos de la verdad de Dios. Primero
debemos ser desconocidos, y luego, bien conocidos. En lugar de anunciarnos, como para
obtener fama, seamos siempre fieles y testifiquemos de la verdad de Dios a otros.
Los apóstoles eran moribundos al sufrir persecuciones (1:8-10; 4:11; 1 Co. 15:31), pero
estaban vivos en la resurrección del Señor (2 Co. 4:10-11). Nosotros asimismo debemos
ser personas a quienes se les da muerte, aquellos que son como moribundos, y también
debemos vivir en resurrección.
Los apóstoles estaban como entristecidos debido a las condiciones negativas de las
iglesias (11:28), mas siempre se regocijaban en la gracia suficiente y la vida de
resurrección de Cristo (12:9-10).
En el versículo 10 Pablo, una vez más haciendo referencia a los apóstoles, dice: “Como
pobres, mas enriqueciendo a muchos”. Ellos eran como pobres en cosas materiales, mas
enriquecían a muchos en riquezas espirituales (Ef. 3:8).
En el versículo 12 Pablo dice además: “No estáis estrechos en nosotros, pero sí sois
estrechos en vuestro interior”. Los creyentes corintios, por ser niños (v. 13), eran
presionados y restringidos en su interior para con los apóstoles. Todos los niños son
muy estrechos en sus sentimientos y fácilmente se ofenden con quienes los corrigen.
Literalmente, la palabra griega traducida “interior” es entrañas. Es la misma palabra que
se traduce cariño en 7:15. Se usa la misma palabra en Filipenses 1:8: “Porque Dios me es
testigo de cómo os añoro a todos vosotros con el entrañable amor de Cristo Jesús”. Esta
palabra griega significa afecto interior, y por ende, misericordia y comprensión tiernas.
En 2 Corintios 6:13 Pablo apela a los corintios: “Pues, recíprocamente en pago (como a
hijos hablo), ensanchaos también vosotros”. El apóstol quería que los creyentes
corintios le dieran cierto pago, esto es, un corazón igualmente ensanchado, de modo que
lo recibieran a él con afecto entrañable.
El hecho de que Pablo use la palabra “hijos” en el versículo 13 indica que el apóstol
consideraba infantiles a los creyentes corintios, y que al tratar con ellos les hablaba
como un padre habla a sus hijos.
En este versículo Pablo exhorta a los corintios a que se ensancharan. Para ensancharse
se requiere crecimiento y madurez en vida, de lo cual los creyentes corintios carecían (1
Co. 3:1, 6; 14:20). El apóstol laboraba en ellos para suplir lo que les faltaba. Según el
contexto, el cual comienza al final del capítulo cinco, ser ensanchados al crecer y
madurar en vida equivale a ser completamente reconciliados con Dios. Al escribir eso, el
apóstol llevaba a cabo su ministerio, el cual consistía en reconciliar a los creyentes,
quienes estaban reconciliados a Dios sólo a medias.
En 2 Corintios 6:3-13 se nos muestra lo que significa ser plenamente salvo. En estos
versículos vemos el modelo de una persona que ha experimentado una salvación
completa. Comprobamos que hemos sido plenamente salvos al llevar una vida que se
adapta a todo. Por tanto, el modelo de uno que ha experimentado la plena salvación es el
modelo de uno que lleva una vida que se adapta a todo.
No debemos pensar que la vida que se adapta a todo, descrita en 6:3-13, es sólo para
personas como Pablo. No, cada creyente tiene la posibilidad de ser un ministro del
Nuevo Testamento. Todo aquel que ha sido plenamente salvo ciertamente es un
ministro del nuevo pacto y lleva una vida que se adapta a todo. Esto significa que si
usted, como creyente neotestamentario, no es un buen ministro del nuevo pacto, todavía
no ha sido plenamente salvo. Si hemos sido plenamente salvos y llevamos una vida que
se adapta a todo, cualquier situación y cualquier circunstancia será propicia para que
ministremos vida a los demás. Ser plenamente salvos es lo que nos hace aptos para ser
ministros del Nuevo Testamento.
No debemos pensar que todos los requisitos mencionados en estos versículos aplican
únicamente a Pablo o a ciertos ministros del nuevo pacto, mas no a nosotros. Pablo es
un modelo de lo que deberían ser todos los creyentes. Lo que Pablo tenía es también lo
que nosotros necesitamos hoy. Todos debemos llevar una vida que se adapte a todo.
Si hemos de llevar una vida que se adapte a todo, necesitamos un corazón ensanchado,
un corazón que incluya a todo el pueblo de Dios. No sólo los apóstoles y los ancianos
deben tener un corazón ensanchado; todo creyente de Cristo debe poseer un corazón
igualmente grande. Si no podemos ensancharnos debidamente en esta era, el Señor hará
que nos ensanchemos en la próxima era. Ciertamente, para cuando entremos en la
Nueva Jerusalén, nuestro corazón habrá sido ensanchado. Por lo menos para entonces,
podremos decir: “Hermano Pablo, ahora soy igual a usted. Usted tiene un corazón
ensanchado, y yo también”. Sin embargo, confío en que no esperaremos hasta la
próxima era para ser de corazón ensanchado. Es mucho mejor serlo ahora.
Si hemos satisfecho los primeros dieciocho requisitos necesarios, si los tres grupos de
cosas figuran en nuestra experiencia, y si somos personas tales como las que están
descritas en este capítulo, entonces verdaderamente hemos sido ensanchados. Los
dieciocho requisitos expresados en las frases que empiezan con “en” pueden ser
organizadas en nueve pares: en mucha perseverancia y en tribulaciones, en necesidades
y en angustias, en azotes y en cárceles, en tumultos y en trabajos, en vigilias y en ayunos,
en pureza y en conocimiento, en longanimidad y en bondad, en un espíritu santo y en un
amor no fingido, en la palabra de verdad y en el poder de Dios. Hemos señalado que la
longanimidad y la bondad van juntas. Mientras sufrimos, debemos ser bondadosos con
los demás. Asimismo, los tumultos y los trabajos van juntos. Aparentemente no
conforman un par; pero de hecho sí lo conforman. Por experiencia sabemos que los
trabajos que realizamos en la obra del Señor provocarán oposición, y que esta oposición
resultará en tumultos. Un espíritu santo y un amor no fingido también forman un par.
Cuando tenemos un espíritu santo, también tenemos un amor no fingido. Finalmente, la
palabra de verdad y el poder de Dios van juntos.
Pablo, como ministro del nuevo pacto, llevaba una vida que ayudaba a otros, en lugar de
hacerles tropezar. Era una vida que podía adaptarse a cualquier situación. Para ser esta
clase de personas, debemos tener un corazón grandemente ensanchado, al grado de que
satisfagamos los dieciocho requisitos presentados en nueve pares, así como los que
están implícitos en los tres grupos de cosas y las siete clases de personas.
Los grupos y las personas también están organizados en pares. En el primer juego de
tres pares se hallan: a través de gloria y deshonra, [a través de] de mala fama y de buena
fama, y mediante armas de justicia a diestra y a siniestra. Además hay siete pares que
empiezan con la palabra “como”: como engañadores, pero veraces; como desconocidos,
pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no
muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a
muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. Los que han satisfecho todos
estos requisitos, han sido ensanchados y llevan una vida que se adapta a todo, lo cual los
hace aptos para ser idóneos ministros del nuevo pacto.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y DOS
(11)
Puesto que la justicia es un atributo de Dios, llegar a ser la justicia de Dios en Cristo
equivale a llegar a ser este atributo divino. En este sentido, llegamos a ser lo que Dios es.
Dios es justicia, y, en Cristo, llegamos a ser la justicia de Dios, un atributo de lo que Dios
mismo es. ¡Cuán maravilloso es esto! Éste es el propósito de la salvación de Dios y la
meta de Su economía. La economía de Dios al salvarnos consiste en hacer de nosotros la
expresión de Dios, incluso uno de Sus atributos. Esto se revela en el capítulo cinco de 2
Corintios.
Todos podemos declarar con confianza que hemos sido salvos. No obstante, es posible
que no seamos plenamente salvos. Por tanto, debemos humillarnos delante del Señor y
orar: “Oh Señor, te doy gracias de que por Tu misericordia y gracia me has salvado. Pero
Señor, todavía no he sido plenamente salvo. Necesito más de Tu salvación”.
Algunos creyentes han sido salvos en un grado bastante amplio. Otros, sin embargo, han
sido salvos únicamente en pequeña escala. En estos mensajes, siento la carga de que
todos experimentemos la salvación en un grado más completo. Me preocupa el
porcentaje de su salvación. ¿Hasta qué grado, en qué medida, ha sido usted salvo? La
salvación que han experimentado algunas personas que han recibido este ministerio por
muchos años todavía es una salvación muy limitada. Además, el porcentaje de su
salvación aumenta muy lentamente. Lo que quiero decir es que la reconciliación y la
salvación se miden en grados. Esto es cierto especialmente de la reconciliación. Espero
que el grado en que somos reconciliados con Dios aumente con mayor rapidez.
Mientras que ciertas partes de nuestro ser no sean salvas, existe en ellas una
discrepancia entre nosotros y Dios. Una palabra más exacta para describir esta
condición sería “enemistad”. En Romanos 8, Pablo declara que la mente puesta en la
carne es enemistad contra Dios, pero que la mente puesta en el espíritu, es vida y paz
(Ro. 8:6). Cuando estamos en el espíritu, tenemos vida y también paz. El hecho de tener
paz es un indicio de que hemos sido reconciliados con Dios. Mientras subsista algo en
nosotros que carezca de paz, cierta parte de nosotros está en enemistad con Dios. Esto
indica que, por lo menos en ciertos asuntos, no hemos sido reconciliados con Dios, ya
que con relación a ellos, no hay paz entre nosotros y Dios. Sin lugar a dudas, siempre
que no hay paz, hay enemistad. Pero cuando viene la paz, desaparece la enemistad.
También podemos decir que cuando desaparece la enemistad, viene la paz. Si hemos de
estar en paz o no, depende de que seamos reconciliados con Dios.
En 6:1 Pablo les dice a los corintios: “Nosotros, pues, como colaboradores Suyos, os
rogamos también que no recibáis en vano la gracia de Dios”. Pablo parece decir:
“Creyentes de Corinto, no recibáis en vano la gracia de Dios. Dios os ha concedido
mucha gracia. Os ha concedido gracia sobre gracia. Puesto que vosotros habéis recibido
tanto de la gracia de Dios, os ruego que no la recibáis en vano”. Recibir la gracia de Dios
en vano significa recibir la gracia sin experimentar ningún progreso en el asunto de ser
salvos.
Si queremos ser aquellos que no reciben la gracia de Dios en vano, necesitamos más
salvación. Ésta es la razón por la cual Pablo añade en el versículo 2: “Porque dice: ‘En
tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido’. He aquí ahora el
tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. Los predicadores a menudo usan
este versículo para predicar el evangelio. En su predicación, dicen algo así: “Ahora es el
momento, el día, de la salvación. No pierda la oportunidad de recibir la gracia de Dios”.
Sin embargo, en el versículo 1, Pablo no habla de recibir la gracia de Dios; él nos
advierte que no debemos recibir la gracia de Dios en vano. Los corintios ya habían
recibido la gracia de Dios. Lo que necesitaban era permitir que esta gracia operara en
ellos. Si permitían que la gracia de Dios operara en ellos, no recibirían la gracia de Dios
en vano. Esto equivale a ser reconciliados con Dios plenamente y en todo aspecto.
Además, esto equivale a experimentar una salvación actual. Hoy debe ser un día de más
salvación, un día de progreso en ser reconciliados con Dios por medio de Su gracia.
Debemos ser rectos y estrictos. Sin embargo, debemos ser estrictos con nosotros
mismos, no con los demás. Si queremos ser estrictos con nosotros mismos y no con los
demás, debemos ensancharnos. Los que son muy rectos generalmente son también muy
estrechos. Ellos necesitan ensanchar sus corazones.
Me gustaría pedirles que consideren una vez más todos los asuntos que abarca Pablo en
6:3-10. Si tenemos todas estas características y cualidades, tendremos un gran corazón.
Exteriormente, tal vez seamos muy pequeños, pero nuestro corazón será tan grande
como el océano. Pero si no hemos satisfecho estos requisitos, tendremos un corazón
muy minúsculo. Tal vez seremos grandes a nuestros propios ojos, pero tendremos un
corazón sumamente estrecho. Por ejemplo, nuestra actitud tal vez será que si alguien
comete un error, no debemos tener nada que ver con él, a menos que se arrepienta. Ésta
es una señal de estrechez. También es una indicación de que no podemos reconciliar a
otros con Dios, porque nosotros mismos no hemos sido plenamente reconciliados con
Él. Nuestra estrechez es una clara indicación de que hemos sido reconciliados con Dios
sólo parcialmente y de que el porcentaje en que hemos sido salvos es bastante bajo. Lo
ancho de nuestro corazón depende del grado en que hemos sido reconciliados con Dios.
PERDONAR Y OLVIDAR
A menudo, cuando asisto a una reunión de bodas, me piden decir algunas palabras. Pero
yo soy reacio a hablar en las bodas. El problema no es que no tenga nada que decir, sino
que lo que verdaderamente quisiera decir tal vez sea demasiado franco y sincero para la
ocasión. Siento un rotundo rechazo por las palabras bonitas y agradables que son
comunes en las bodas, porque casi siempre están muy lejos de la verdad. Si me tocara
hablar en una boda, me gustaría decir la verdad, en especial, acerca de la dificultad que
enfrentan los maridos y las esposas al perdonarse mutuamente.
Una vez que un hermano ha sido ofendido por su esposa, quizás no olvide jamás la
ofensa, ni perdone jamás a su esposa. Por supuesto, muchas esposas son idénticas. Lo
que me gustaría decir a un hermano recién casado y a su esposa es esto: “Hermana, haga
todo lo posible por no ofender a su marido, porque si lo ofende, quizás le tomará
muchos años para que la perdone. Hermano, no se imagine que su esposa es un ángel.
Ella ciertamente no es un ángel. Además, usted debe amarla siempre. Si deja de
expresarle el amor que siente por ella, ella tal vez se ofenderá y recordará su falta por
mucho tiempo”. Uso esto como otro ejemplo de lo que es tener un corazón estrecho.
Todos los hermanos y hermanas casados deben ensanchar su corazón. Hermanos, ¿les
ha ofendido su esposa? Les exhorto a que lo olviden. Si usted es capaz de perdonar una
ofensa y olvidarla, eso muestra que usted ha llegado a ser una persona ensanchada, una
persona de corazón amplio.
Cuando alguien le ofende, ¿está usted dispuesto a perdonar a esa persona? En realidad,
perdonar es olvidar. Quizás, en lugar de hablar de perdonar, deberíamos hablar de
olvidar. Entonces el marido diría a su esposa: “Querida, olvidémonos de esa ofensa”.
Olvidar es perdonar de verdad.
Tanto en nuestra vida familiar como en la vida de iglesia, tal vez nos hemos sentido
ofendidos muchas veces. ¿Conserva usted una lista de todas las ofensas? ¿Se acuerda de
cómo su cónyuge lo ofendió, o cómo fue ofendido por cierto anciano? ¿Se acuerda usted
de todas las ofensas causadas por los santos? Debemos perdonar y olvidar todas las
ofensas. Tal vez perdonemos, pero es posible que nos resulte más difícil olvidar. Esta
dificultad para perdonar y olvidar se debe a un corazón que no ha sido debidamente
ensanchado. Por tanto, vemos una vez más que nuestro corazón debe ser ensanchado.
Ser plenamente reconciliados y salvos hará que nuestros corazones sean
verdaderamente ensanchados.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y TRES
(12)
Hemos visto que ser plenamente reconciliados con Dios equivale a experimentar
plenamente la salvación de Dios. También hemos visto que ser plenamente
reconciliados y salvos equivale a que nuestros corazones sean ensanchados. Ahora, en
6:14—7:1, examinemos una franca exhortación emitida por el ministerio de la
reconciliación.
El versículo 14 dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué
compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las
tinieblas?” El apóstol profirió estas palabras basándose en el hecho de que su boca se
había abierto para con los creyentes y en que su corazón se había ensanchado para con
ellos, como dijo en el versículo 11. Habiendo establecido Pablo el hecho de que la plena
reconciliación es la plena salvación, lo cual resulta en el ensanchamiento del corazón, él
exhorta a los creyentes corintios a que no se unan en yugo desigual con los incrédulos.
La palabra “desigual” del versículo 14 implica una diferencia de género. Esto se refiere a
Deuteronomio 22:10, donde se prohibe unir en un mismo yugo dos animales de especie
diferente. Los creyentes y los incrédulos son personas diferentes. Debido a la naturaleza
divina y a la posición santa de los creyentes, ellos no deben unirse en un mismo yugo
con los incrédulos. Esto debe aplicarse a todas las relaciones íntimas que puedan existir
entre creyentes e incrédulos, y no sólo al matrimonio y a los negocios.
Estas palabras indican que los creyentes corintios se habían unido en yugo desigual con
los incrédulos, y ellos no se habían apartado para Dios separándose de la gente
mundana, lo cual significa que no estaban completamente, reconciliados con Dios. Por
eso, el apóstol les exhortó a que no se unieran en yugo desigual con los incrédulos, y a
que se apartaran de ellos para poder ser completamente reconciliados con Dios, es decir,
conducidos de nuevo a Él.
Según el Antiguo Testamento, el ganado pertenecía a dos categorías: los limpios y los
inmundos. Los limpios rumiaban y tenían la pezuña hendida. Las ovejas y los bueyes
eran animales limpios, mientras que los asnos, los caballos, las mulas y los cerdos, no lo
eran. Por tanto, Deuteronomio 22:10 declara: “No ararás con buey y con asno
juntamente”. Aquí vemos que la ley exigía que los hijos de Israel no debían unir bajo el
mismo yugo a un animal limpio y a un animal inmundo, que no los debían unir con el
mismo yugo. Un animal limpio, como por ejemplo el buey, se podía ofrecer a Dios, mas
no un animal inmundo. Por consiguiente, el animal limpio y el inmundo eran
desiguales.
Unirnos en yugo desigual con los incrédulos equivale a ser distraídos de tal modo que
nos apartamos de Dios. Liberarnos de ese yugo desigual equivale a volver a Dios y ser
reconciliados con Él. Por ejemplo, un hermano no debe casarse con una persona
incrédula. Casarse con un incrédulo es unirse en yugo desigual, lo cual alejaría de Dios
al hermano. Asimismo, asociarse en un negocio con un incrédulo es también unirse en
yugo desigual. Supongamos que un creyente y un incrédulo son socios en un negocio, y
comparten los mismos intereses y metas. De hecho, ellos son un par unido en yugo
desigual. Esta clase de asociación, de unión, debe terminar. Todo aquel que se involucre
en una asociación de negocio de esta manera, se alejará de Dios a causa del negocio. El
negocio lo alejará de Dios cada vez más. Todo hermano que se encuentre en una
situación así, debe deshacerse de ese yugo desigual relacionado con el negocio y ser
reconciliado con Dios, volver a Dios.
Además, la amistad con los incrédulos puede ponernos bajo un yugo desigual. A los
jóvenes en especial, les gusta hacer amigos. Hermanos y hermanas jóvenes, si ustedes
desarrollan amistades íntimas con incrédulos, eso les pondrá bajo un yugo desigual.
Esta clase de relación los alejará de Dios. Sus amigos incrédulos no les ayudarán a
acercarse más a Dios; por el contrario, los alejarán de Él. Mientras mantengan esa
amistad desigual, serán distraídos y se alejarán más y más de Dios. Por tanto, Pablo nos
exhorta a que no nos unamos en yugo desigual con los incrédulos, a fin de que seamos
preservados en Dios y devueltos plenamente a Él.
LA DIFERENCIA QUE EXISTE
ENTRE LOS CREYENTES Y LOS INCRÉDULOS
En 6:14-16 el apóstol usa cinco ejemplos para describir la diferencia que existe entre los
creyentes y los incrédulos diciendo que no puede haber: ningún compañerismo, ningún
intercambio, entre la justicia y la injusticia; ninguna comunión entre la luz y las
tinieblas; ninguna concordia, armonía, entre Cristo y Belial; ninguna parte, ninguna
porción, compartida por un creyente y un incrédulo; ningún acuerdo, ningún
consentimiento, entre el templo de Dios y los ídolos. Estos ejemplos también revelan el
hecho de que los creyentes son justicia, luz, Cristo y el templo de Dios; y que los
incrédulos son injusticia, tinieblas, Belial (Satanás, el diablo) e ídolos.
En el versículo 15 Pablo añade: “¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el
creyente con el incrédulo?” Belial es otro nombre de Satanás, el diablo. No puede haber
concordia entre Cristo y el diablo. Nosotros, los creyentes, somos de Cristo, y los
incrédulos son de Satanás. Si amistamos con los incrédulos, esto significa que
establecemos concordia entre Cristo y Satanás. El creyente no tiene parte alguna con el
incrédulo.
En el versículo 16 Pablo dice además: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los
ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios viviente, como Dios dijo: ‘Habitaré
entre ellos y entre ellos andaré, y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo’ ”. Aquí vemos
que no debe existir ningún acuerdo entre el templo de Dios y los ídolos. Los incrédulos
tienen ídolos, pero nosotros somos el templo de Dios. ¿Cómo podría haber una relación
estrecha entre los creyentes y los incrédulos?
En el versículo 16 Pablo dice que somos el templo del Dios viviente. Nuestro Dios es el
Dios viviente y, como tal, Él mora en nosotros y anda entre nosotros a fin de ser nuestro
Dios de manera subjetiva para que nosotros participemos de Él y seamos Su pueblo y así
experimentarlo de una manera viviente.
En 1 Timoteo 3:15 Pablo declara que somos la iglesia del Dios viviente. El Dios viviente,
quien vive en la iglesia, debe ser subjetivo para la iglesia y no objetivo. Un ídolo de un
templo pagano no tiene vida. El Dios que no sólo vive en Su templo vivo, la iglesia, sino
que también actúa y obra en él, es viviente. Debido a que Él es viviente, la iglesia
también es viviente en Él, por Él y con Él. Por definición, el Dios viviente y la iglesia
viviente, viven, actúan y obran juntos. La iglesia viviente es la casa y familia del Dios
vivo. Por lo tanto, llega a ser la manifestación de Dios en la carne.
Dios dijo: “Habitaré entre ellos y entre ellos andaré, y seré su Dios, y ellos serán Mi
pueblo” (2 Co. 6:16). Ésta es nuestra situación hoy en día. Dios vive en nosotros, mora
en nosotros y anda entre nosotros. Él es nuestro Dios y nosotros somos Su pueblo.
SEPARADOS Y RECONCILIADOS
HIJOS E HIJAS
El versículo 18 dice: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas,
dice el Señor Todopoderoso”. Tener a Dios por Padre y ser hijos e hijas de Él es un
asunto de vida, y es más profundo que tener a Dios por Dios y ser Su pueblo, como se
menciona en el versículo 16. Dios es el que crea, y el Padre es el que engendra. Él nos
regeneró y nos hizo hijos e hijas para Él.
El versículo 18 constituye la única ocasión en que el Nuevo Testamento indica que Dios
tiene hijas. Generalmente dice que los creyentes son hijos de Dios. La razón por la que
este versículo habla de hijos e hijas alude a una relación muy personal. Para muchos
padres, los hijos son preciosos. Tengo entendido que en el oriente y en el occidente, los
padres que tienen solamente hijas anhelan tener por lo menos un hijo. Sin embargo,
aunque los hijos son preciosos, las hijas son queridas. Supongamos que un padre tuviera
tres hijos y ninguna hija. Ciertamente él querría tener una hija; ella le sería muy
querida. Muchos padres que tienen hijos e hijas les dirán que las hijas les son queridas y
que los hijos les son preciosos.
Creo que en el versículo 18, Pablo desea que veamos que no sólo somos preciosos para
Dios como hijos, sino que también le somos queridos para Él como hijas. ¿Quiere usted
ser un hijo de Dios o una hija de Dios? Yo soy un hijo de Dios, pero también estoy
contento de ser una hija de Dios. Me agrada ser precioso y querido para Él. Pablo,
consciente de que podemos ser preciosos y queridos para el Padre, indica que somos
hijos y también hijas de Él.
PERFECCIONAR LA SANTIDAD
En 7:1 Pablo dice: “Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos
de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios”. El hecho de que Pablo use las palabras “así que” al principio de este versículo
indica que el versículo 1 es la conclusión de la última parte del capítulo seis, y
específicamente, de los versículos del 14 al 18. Las promesas aluden a las que se
mencionan en 6:16-18. La contaminación de la carne es una referencia a las cosas
materiales, mientras que la contaminación del espíritu es una referencia a las cosas del
mundo espiritual, tales como los ídolos. Limpiarnos de toda contaminación de carne y
de espíritu significa apartarnos de todas las distracciones para ser plenamente
reconciliados con Dios.
En 7:1 Pablo habla de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. La santidad consiste
en estar apartado para Dios de todo lo que no sea Él. Perfeccionar la santidad es hacer
que esta separación sea completa y perfecta, que todo nuestro ser —espíritu, alma y
cuerpo— sea completo y perfectamente apartado y santificado para Dios (1 Ts. 5:23), lo
cual equivale a ser plenamente reconciliados con Dios.
La palabra “santos” no sólo significa santificados, apartados, para Dios, sino también
diferentes, distintos, de todo lo común. Sólo Dios es diferente, distinto, de todas las
cosas. Por lo tanto, Él es santo; la santidad es Su naturaleza. Según Efesios 1:4, Él nos
escogió para que fuésemos santos, y nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el
Santo, en nuestro ser, a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su
naturaleza santa. Nosotros los escogidos de Dios somos hechos santos al participar de la
naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4) y al permitir que todo nuestro sea empapado de
Dios. Esto es diferente de llegar a una perfección o pureza inmaculada. La verdadera
santidad hace que nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como
lo es Dios mismo.
En 7:1 Pablo menciona el temor de Dios. Este temor está relacionado con el hecho de no
atreverse a tocar lo que no pertenezca a Dios o no esté relacionado con Él (6:17).
Hemos señalado que los creyentes son justicia, luz, Cristo y el templo. Cuando nos
unimos en yugo desigual con los incrédulos, esto significa que en cierto sentido
introducimos la justicia de Dios en la injusticia, la luz de Dios en las tinieblas, y a Cristo
en el diablo, y que asociamos el templo de Dios con los ídolos. Los ídolos contaminan
nuestro espíritu. Por consiguiente, tanto en el mundo espiritual como en el mundo
físico, hay contaminación. Separarnos de la contaminación, de las cosas impuras, es de
hecho reconciliarnos con Dios.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
LOS MINISTROS DEL NUEVO PACTO
(13)
El capítulo siete también forma parte de la sección de 2 Corintios que trata de los
ministros del nuevo pacto. En esta sección, Pablo describe la clase de vida que llevan los
ministros del nuevo pacto. En este mensaje procuraremos percibir el sentir que había en
el espíritu de Pablo, según se expresa en 7:2-7. Al leer 7:2-16, lo crucial es percibir el
sentir de Pablo y también su espíritu; aunque hacer esto no es cosa fácil.
LA PREOCUPACIÓN ÍNTIMA
DE LA VIDA QUE MINISTRA A OTROS
Lo que vemos en 7:2-16 es la preocupación íntima que muestra la vida que ministra a
otros. Todo creyente que ama al Señor y desea ceñirse a lo establecido por Dios, debe
convertirse en un ministro del nuevo pacto. Si somos creyentes de Cristo, debemos ser
ministros del Nuevo Testamento, ya sea que seamos apóstoles, evangelistas, ancianos o
diáconos. Dicho ministro es una persona que suministra Cristo a los demás para que se
edifique la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Cuando yo era joven, oí que todo creyente debe
ser un predicador del evangelio. Ahora vemos que no debemos ser simplemente
predicadores del evangelio, sino también ministros del nuevo pacto, personas que
ministran a Cristo como vida para que la iglesia sea edificada como Cuerpo de Cristo.
Este ministerio lo deben llevar a cabo no solamente los apóstoles y los ancianos, sino
todos los miembros de la iglesia.
La meta actual del recobro del Señor es precisamente recobrar el que todos los creyentes
impartan a Cristo a fin de que la iglesia sea edificada. Llegamos a este entendimiento
basándonos en lo que expresó Pablo en Efesios 4, donde declara que los apóstoles, los
profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros perfeccionan a los santos para la
obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Si queremos ser aquellos
que edifican la iglesia, aquellos que ministran a Cristo para la edificación de la iglesia,
debemos llevar una vida que ministre a Cristo a los demás. Si hemos de ser ministros del
nuevo pacto, necesitamos llevar tal vida. Debemos llevar una vida que ministre a Cristo
a los demás por causa de la iglesia.
Hace muchos años, leí varios libros en los que se alentaba a los creyentes a ser
espirituales, santos y victoriosos. Pero jamás he leído un solo libro que nos exhortara a
llevar una vida que ministre a Cristo a los demás. Muchos de nosotros hemos leído
libros que tratan de cómo ser espirituales, de cómo llevar una vida santa, o de cómo ser
victoriosos. Pero ¿ha leído usted alguna vez un libro que le explique cómo llevar una
vida que ministre a Cristo a otros? No creo que ninguno de nosotros haya leído tal libro.
La vida que ministra a Cristo a otros, la cual vemos en 2 Corintios, es una vida fructífera.
Es posible ser “espirituales”, “santos” y “victoriosos”, y con todo, no llevar fruto. Esta
clase de espiritualidad, santidad y victoria presenta problemas, pues es cuestionable si
tales características son auténticas y genuinas. ¿Acaso no es extraño que alguien que es
“espiritual” no lleve fruto? Según la Biblia, el objetivo de ser espiritual es llevar fruto. En
el Evangelio de Juan, el Señor no pide que seamos espirituales, santos ni victoriosos;
más bien, en Juan 15 Él nos dice que llevemos fruto, incluso que llevemos fruto
abundante, el fruto que permanezca. Esto es llevar una vida que ministra a los demás.
Alrededor de mi casa hay varios árboles frutales: un durazno, un limón y un naranjo. Sin
embargo, algunos de los árboles no daban fruto, aun después de mucho tiempo. Puesto
que no daban fruto, pensábamos tal vez arrancarlos. Aunque estos árboles no daban
fruto, seguían creciendo bastante. De hecho, estaban verdes y florecientes, llenos de
hojas. No obstante, cuanto más crecían, más molesto me sentía a causa de ellos. A veces,
cuando miraba aquellos árboles, decía: “Y ustedes árboles ¿qué están haciendo aquí?
Están llenos de hojas verdes, y sus ramas siguen creciendo, pero no producen ningún
fruto”. Podemos usar esto como ejemplo de los creyentes que, aunque sean
“espirituales”, “santos” y “victoriosos”, no llevan fruto. No producen fruto porque no
llevan una vida que ministra a otros. Es muy importante ver que todos debemos llevar
una vida que ministra a Cristo a los demás.
Hay madres que al parecer les falta sabiduría. No obstante, a pesar de no ser muy
instruidas, crían a sus hijos bien porque los aman y se preocupan por ellos. Algunas
madrastras, por el contrario, tal vez sean muy letradas, talentosas e inteligentes, pero no
tengan la debida preocupación por sus hijos. En el cuidado de los hijos, lo más
importante no es el conocimiento ni la capacidad, sino el tener una verdadera
preocupación por ellos. Esto mismo se aplica al cuidar de las iglesias y al pastorear a los
santos. Lo que más se necesita es la preocupación íntima de una vida que ministra a
otros. Los hermanos que dan conferencias a las iglesias deben sentir una preocupación
genuina por ellas. No les debe interesar meramente dar excelentes mensajes que
exhiban su conocimiento, talento o capacidad.
Este capítulo revela que necesitamos tener una preocupación íntima. Si tenemos la
capacidad de llevar a cabo una obra, mas no tenemos una preocupación íntima, nuestra
obra será infructuosa. Lo que se necesita para establecer una vida de familia y de iglesia
adecuadas, es una preocupación íntima. Lo fructíferos que seremos, es decir, el fruto
que daremos, no depende de lo que podamos hacer, sino de que tengamos una
preocupación íntima.
El hermano Nee nos dijo que en la predicación del evangelio, debemos preocuparnos
genuinamente por los demás. Mientras tengamos una preocupación legítima por las
personas, habrá muchas posibilidades de que seamos aptos para que Dios nos use a fin
de que ellas sean salvas. Vemos un buen testimonio de esto en el libro Seen And Heard
[Visto y oído]. En ese libro, el autor, James McKendrick, relata que una vez estuvo
frente a un grupo de incrédulos y que se puso a llorar, sin decir una palabra. A pesar de
no decir nada, muchos fueron salvos porque podían ver que él tenía una profunda
preocupación por ellos. La elocuencia, el don y el poder nunca conmueven a las
personas tan profundamente como la verdadera preocupación que mostramos para con
ellas.
En 1 Corintios Pablo era como un padre que disciplinaba a sus propios hijos. Con todo,
lo que lo motivaba a disciplinarlos era la preocupación profunda e íntima que él sentía
por ellos. Por ejemplo, es posible que mientras una madre le esté dando una paliza a uno
de sus hijos, el niño perciba que ella lo disciplina con un espíritu o actitud de amor. Por
tanto, ella puede manifestar amor por su hijo aun mientras lo disciplina. Los niños
saben cuando sus padres los disciplinan con un espíritu de amor y cuando no. Pablo
escribió el libro de 1 Corintios con un espíritu de amor y de preocupación. Ciertamente,
en toda la epístola de 2 Corintios, y particularmente en el capítulo siete, podemos ver la
íntima preocupación que Pablo tenía por los creyentes.
CONSOLAR A OTROS
Muchos han leído 2 Corintios 7 sin percibir la preocupación íntima que Pablo sentía por
los demás. Sin esta clase de preocupación, no podremos llevar fruto. Si deseo ministrar
vida a los santos, necesito mostrar una verdadera preocupación por ellos, una
preocupación emotiva, profunda e íntima. Incluso debo preocuparme por ellos al grado
en que, en ocasiones, ellos tengan la impresión de que me comporto neciamente o que
estoy loco.
LA SÚPLICA DE PABLO
En 7:2 Pablo declara: “Dadnos cabida en vuestro corazón; a nadie hemos agraviado, a
nadie hemos corrompido, de nadie hemos tomado ventaja”. La exhortación franca que
se encuentra en 6:14—7:1 se da de modo parentético para hacer que los corintios
distraídos vuelvan a su Dios santo y dejen de tocar cosas que contaminan, a fin de que
sean completamente reconciliados con Él. Así que, 7:2 es en realidad una continuación
de 6:11-13, donde Pablo exhorta a los creyentes a que tengan un corazón ensanchado
para con los apóstoles, a que les dieran cabida en sus corazones. Desde este versículo
hasta el final del capítulo, el apóstol, en su ruego, expresó su preocupación íntima por
los creyentes, para que ellos fuesen consolados y alentados a seguir adelante de manera
positiva con el Señor después de ser plenamente reconciliados con Él.
Cuando Pablo declara: “Dadnos cabida”, de hecho decía a los corintios: “Hermanos,
quisiera entrar en vosotros y morar en vosotros, pero estáis estrechos y os habéis
cerrado. No tenéis un corazón ensanchado que nos reciba. Yo os amo, y vosotros me
preocupáis. Por esto os exhorto a que os abráis y que nos deis cabida para que podamos
entrar en vosotros y morar en vosotros”.
Si usted visita la iglesia de otra localidad sin tener la clase de espíritu que posee Pablo
según el versículo 2, tal vez sentirá, sin darse cuenta, que usted es más conocedor de las
cosas espirituales que los demás, y que tiene algo que ministrarles. Ésta no es la clase de
actitud que necesitamos. En cambio, suponga que usted apela a los santos de la misma
manera que lo hace Pablo en el versículo 2, pidiéndoles que le den cabida en sus
corazones para que usted more en ellos. Ciertamente esto conmoverá muy
profundamente a los demás.
En el versículo 2, Pablo dice que a nadie han agraviado, que a nadie han corrompido,
que de nadie han tomado ventaja. Parece que Pablo se está justificando a sí mismo, pero
con todo profiere esta justificación de una manera íntima y amorosa.
En el versículo 3, Pablo añade: “No lo digo para condenaros; pues ya he dicho antes que
estáis en nuestro corazón, para morir juntos y para vivir juntos”. Aquí vemos la
expresión de una relación muy íntima, no de palabras diplomáticas ni corteses. Pablo es
franco en su manera de hablar, pero al mismo tiempo sus palabras son muy íntimas y
conmovedoras. El hecho de que Pablo hablara a los corintios de esta manera muestra
que entre él y ellos existía una relación íntima. Sólo a personas con quienes tenemos una
íntima relación podemos hablarles de esta manera.
En el versículo 3 Pablo incluso declara que los corintios estaban en el corazón de los
apóstoles, para morir juntos y para vivir juntos. Aquí Pablo parece decir: “No digo esto
para condenaros, pues ya he dicho que vosotros estáis en nuestros corazones. Puesto
que os tenemos en nuestros corazones y puesto que nuestros corazones están
ensanchados, apelamos a vosotros que ensanchéis vuestros corazones y nos deis cabida.
Corintios, vosotros estáis en nuestros corazones, para vivir juntos y para morir juntos”.
¡Qué palabras más profundas, tiernas e íntimas! ¡Cuán profundamente conmueven!
El versículo 4 añade: “Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me glorío con
respecto de vosotros; lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en toda
tribulación nuestra”. En el griego esta frase significa literalmente que Pablo está lleno
del consuelo, del gozo, lo cual se refiere a un consuelo específico y a un gozo específico.
Aquí vemos también que las palabras de Pablo son íntimas y conmovedoras.
En el versículo 7 Pablo añade: “Y no sólo con su venida, sino también con la consolación
con que él había sido consolado a causa de vosotros, haciéndonos saber vuestro gran
afecto, vuestro llanto, vuestro celo por mí, de manera que me regocijé aun más”. Aquí se
ve una vez más que Pablo se muestra muy emotivo debido a su preocupación.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
(14)
En 7:2 y 3 Pablo dice: “Dadnos cabida en vuestro corazón: a nadie hemos agraviado, a
nadie hemos corrompido, de nadie hemos tomado ventaja. No lo digo para condenaros;
pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir juntos y para vivir
juntos”. Lo que dice Pablo aquí revela cuál profunda e íntima era su preocupación por
los corintios. Sus palabras no meramente expresaban algo ético, religioso, espiritual o
amoroso, pues uno puede pronunciar palabras de amor y sentir amor por otros, y aun
así no preocuparse mucho por ellos. El amor que sentimos por los demás debe
convertirse en una preocupación por ellos. Pablo tenía una preocupación así por los
creyentes de Corinto.
Una madre no sólo siente amor por su hijo; también siente una profunda preocupación
por él. Sólo una mujer con una preocupación así es apta para ser una madre idónea. Tal
vez una mujer carezca de educación, pero si siente una profunda preocupación por sus
hijos, ella está calificada para ser una buena madre. Por supuesto, el conocimiento y la
habilidad ayudan, pero no son requisitos indispensables. Lo único que se requiere para
ser una buena madre es sentir preocupación por sus propios hijos. El mismo principio
rige con respecto al cuidado de la iglesia. No es suficiente que los ancianos sientan amor
por la iglesia. Su amor debe convertirse en una profunda preocupación por cada uno de
los jóvenes y hermanos débiles. Esta preocupación es lo que hace que nuestra labor sea
fructífera. Todos necesitamos tener esta clase de preocupación por los demás.
Hace poco, mientras laboraba en este capítulo, me preguntaba qué palabra podía usar
para describir el sentir de Pablo. Me di cuenta de que lo que Pablo dice en este capítulo
no es algo meramente ético, moral, religioso o espiritual. Lo que dice aquí manifiesta
una preocupación íntima, una profunda, tierna y afectuosa preocupación por los
creyentes. En el versículo 2, Pablo dice: “Dadnos cabida”, y en el versículo 3, dice:
“Estáis en nuestro corazón, para morir juntos y para vivir juntos”. Estas palabras no son
ordinarias; más bien, son palabras que proceden del cielo, palabras que provienen del
corazón de Dios. El anhelo de Pablo era que así como él tenía a los corintios en su
corazón, él también pudiera estar en el corazón de ellos. Los creyentes corintios estaban
en el corazón de Pablo, para vivir juntos y para morir juntos. Esto ciertamente expresa
una íntima preocupación por ellos.
Además, con la palabra “aunque”, Pablo le da a sus palabras un matiz agradable. El uso
de la palabra “aunque” en el versículo 8 puede compararse a añadir miel a una taza de
té. Así como el sabor del té puede ser demasiado fuerte sin la miel, las palabras de Pablo
habrían sido demasiado fuertes sin el repetido uso de la palabra “aunque”. Al usar esta
palabra tres veces, Pablo suaviza sus palabras y las endulza.
Mientras Pablo escribía a los corintios, todos los hechos y los argumentos estaban a su
favor. Los corintios no tenían caso alguno con qué refutarle. Puesto que Pablo había
ganado el caso, fácilmente habría podido escribir algo que a los corintios les habría sido
demasiado difícil de aceptar. Así que, al escribirles, Pablo fue sabio y tierno.
Si tenemos una preocupación íntima por los demás, seremos tiernos para con ellos. Una
persona tosca e insensible no puede mostrar una profunda preocupación por otros. Si
un marido no siente la debida preocupación por su esposa, posiblemente será estricto y
exigente con ella. Pero si siente una preocupación íntima por ella, esto hará que él se
vuelva tierno con ella. Una vez que nos convertimos en personas tiernas, nuestra
manera de hablar será suave y dulce.
Debe dejar una profunda impresión en nosotros el hecho de que la manera de hablar de
Pablo en este versículo sea suave y dulce. Puesto que él habla de esta manera, sin
importar lo que dice, no causa ninguna ofensa. La clase de expresión que Pablo usa en el
versículo 8 no ofende a los demás. En lugar de ser duro y amargo, es dócil y dulce.
Debido a que las palabras de Pablo expresaban lo tierno que él era y el hecho de que
sentía una íntima preocupación por los creyentes, éstas tuvieron poder e impacto. Con
ellas él los pudo conmover profundamente. Proverbios 25:15 dice: “La lengua blanda
quebranta los huesos”. Aun un hueso duro puede ser quebrantado con suaves palabras
de mansedumbre. Al hablar Pablo la verdad a los corintios y al presentarles los hechos
con franqueza, él sabía que era difícil no condenar a los corintios. Sin embargo, la
preocupación y ternura que sentía por ellos lo llevó a pronunciar palabras suaves y
frases llenas de dulzura. Espero que todos podamos aprender de él.
En el versículo 9 Pablo dice: “Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino
porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados
según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte”. El
arrepentimiento mencionado aquí era el resultado que el apóstol deseaba obtener al
escribir su primera epístola. La primera epístola del apóstol contristó a los corintios
según Dios, y no debido a ninguna otra cosa. Esto indica que habían sido conducidos de
nuevo a Dios, o sea, reconciliados con Él.
En el versículo 9 pareciera que Pablo sólo trae a colación un punto pequeño, pero a
propósito alarga su expresión. Esto también demuestra su ternura, su íntima
preocupación.
En este versículo vemos que Pablo tenía un espíritu tierno y que todo su ser estaba lleno
de dulzura. Tal vez se pregunten cómo sabemos esto. Sabemos que Pablo era una
persona tierna con un espíritu y un ser interior dulces, debido a como él se expresa en
este versículo. No obstante, no actuaba con diplomacia ni cortesía. El ser tierno, dócil y
dulce es diferente de ser cortés. Una persona puede ser muy cortés, y no ser dócil o dulce
en lo absoluto. Esa clase de cortesía carece de hermosura. Por una parte, alguien puede
ser cortés; y por otra, al mismo tiempo puede ser tosco, altivo y orgulloso. Pablo, por el
contrario, no era ni cortés ni diplomático, lo cual es aun peor que ser cortés. Él era
tierno, dócil y dulce.
El versículo 10 dice: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para
salvación, que es sin remordimiento; pero la tristeza del mundo produce muerte”. Esta
salvación se refiere a ser reconciliados con Dios (5:20), lo cual da por resultado más
vida, que está en contraste con la muerte. Por esta reconciliación, el apóstol ve el fruto
de su primera epístola a los creyentes corintios.
En el versículo 11 Pablo añade: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido
contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, y qué defensa, qué
indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué castigo! En todo os habéis
mostrado puros en el asunto”. El hecho de ser contristados según Dios, forjó y produjo
solicitud en los corintios. La palabra griega traducida solicitud también puede ser
traducida diligencia. Esto se refiere a la solicitud que los creyentes corintios
arrepentidos tenían por el apóstol, solicitud que brotaba de la tierna preocupación que
él tenía por ellos con respecto a la relación que ellos tenían con Dios y a su condición
delante de Dios. Anteriormente, no les importaba la preocupación del apóstol; ahora,
con su arrepentimiento, mostraban atención y solicitud al respecto. Los siete resultados
producidos por la tristeza y el arrepentimiento de los creyentes corintios, según se
enumeran en este versículo, constituían una rica cosecha de la primera epístola que el
apóstol les escribió.
La palabra “solicitud” del versículo 11 significa cuidado esmerado. Aquí Pablo parece
decir: “Corintios, vosotros no tuvisteis ningún cuidado por nosotros los apóstoles, y
particularmente por mí. Pero en la primera epístola que os escribí, os reprendí, y eso os
causó una tristeza según Dios. Esa tristeza produce arrepentimiento para salvación y,
por ende, produjo en vosotros un cuidado esmerado por nosotros. Ahora vuestra
solicitud para con nosotros ha sido recobrada. Cuando vine a veros la primera vez,
vosotros tuvisteis un cuidado esmerado para conmigo, mas algunos falsos maestros os
distrajeron a vosotros y os descarriaron, haciendo así que abandonarais la solicitud que
teníais para con nosotros. Ahora, gracias a la tristeza que produce arrepentimiento para
salvación, vosotros volvéis a sentir una auténtica solicitud por nosotros”.
De hecho, Pablo hacía notar a los corintios lo que les faltaba, pero lo hizo de una manera
tierna, suave y dulce. Su forma de presentar los hechos era muy tierna. Si yo hubiese
sido uno de los creyentes corintios que leía esas palabras, me habría llenado de
vergüenza por haber sido distraído y descarriado, y por haber perdido la sincera
solicitud por el apóstol, quien era la persona misma por medio de la cual había sido
salvo.
Con respecto a Pablo, los corintios sentían temor y entrañable afecto. Tenían temor del
apóstol, no fuera que viniera con vara (1 Co. 4:21); pero también le tenían un entrañable
afecto. Los creyentes arrepentidos temían al apóstol, pero también le tenían gran afecto.
Ciertamente querían verlo de nuevo.
En el versículo 11 Pablo habla también de celo y de castigo. El celo era el deseo de darle
al ofensor el debido castigo exigido por la justicia, y el castigo era la imposición de
aquella justicia sobre todos los involucrados, como castigo disciplinario (2:6).
Una vez más, quiero recalcar que las expresiones que Pablo usa al describir la situación
de Corinto están llenas de ternura, de suavidad y de dulzura. Indudablemente, los
corintios quedaron al descubierto. Pablo, no obstante, no les escribió de manera áspera.
El versículo 8 está lleno de un elemento tierno, y el versículo 11, lleno de sabiduría. El
versículo 11 exhibe el mejor escrito de Pablo. Es difícil traducir a cualquier idioma las
expresiones griegas que usa Pablo. Esto es cierto particularmente con relación a la
palabra traducida “y” en el versículo 11. Como hemos visto, esta palabra griega significa
“no solamente eso, sino también”.
En el versículo 12 Pablo dice además: “Así que, aunque os escribí, no fue por causa del
que cometió el agravio, ni por causa del que lo padeció, sino para que se os hiciese
manifiesta la solicitud que tenéis por nosotros delante de Dios”. Aquí Pablo declara que
él no escribió a los corintios por causa del que cometió el agravio, es decir, el hermano
que cometió el incesto (1 Co. 5:1), el que hizo el mal, ni por causa del padre del hermano,
de aquel contra quien se cometió el agravio. Entonces, ¿por qué escribió Pablo? Él
escribió con el propósito de que se hiciese manifiesta la solicitud que ellos tenían por los
apóstoles. Los creyentes corintios verdaderamente amaban a los apóstoles y eran
solícitos hacia ellos, pero habían sido descarriados por falsos maestros. Por tanto, el
apóstol escribió la primera epístola con la intención de hacerlos volver, para que se les
hiciese manifiesto el amor y la solicitud que ellos tenían por los apóstoles (2 Co. 7:7).
¿Quién hubiera imaginado que ésta fuera la razón por la cual Pablo escribió a los
corintios? Él escribió con el propósito de hacerles manifiesta la solicitud que ellos tenían
para con los apóstoles. ¡Cuánta sabiduría manifiesta Pablo en lo que escribe! Aquí Pablo
parece decir: “Creyentes corintios, en vosotros había solicitud para con nosotros. Pero
estaba sepultada y, por ende, encubierta. Os escribí la primera epístola con el objetivo de
haceros manifiesta la solicitud que tenéis para con nosotros.
RECIBIR CONSUELO
Y GOZARSE MÁS ABUNDANTEMENTE
El versículo 13 añade: “Por esto hemos recibido consuelo. Y sobre este consuelo nuestro,
nos gozamos más abundantemente por el gozo de Tito, por cuanto su espíritu recibió
refrigerio de todos vosotros”. Darby declara que es imposible traducir con exactitud las
frases idiomáticas griegas empleadas en este versículo. El hecho de que Pablo declara
que él se gozaba más abundantemente por el gozo de Tito indica que él era muy humano
y emotivo mientras ministraba la vida divina a los demás. Esta sección principal de 2:12
a 7:16, que trata del ministerio del nuevo pacto llevado a cabo por los apóstoles, y de
ellos mismos como ministros del nuevo pacto, empieza con la ansiedad del apóstol por
ver a Tito a causa de su preocupación amorosa por los creyentes corintios (2:13), y
termina con el consuelo y animo que recibió cuando llegó Tito, quien trajo buenas
noticias con respecto a ellos.
En el versículo 13 Pablo declara que el espíritu de Tito recibió refrigerio de todos los
corintios, lo cual demuestra que aunque los apóstoles eran humanos y emotivos,
permanecían en su espíritu cuando ministraban la vida divina a los demás.
El versículo 15 dice: “Y su cariño para con vosotros es aún más abundante, cuando se
acuerda de la obediencia de todos vosotros, de cómo lo recibisteis con temor y temblor”.
La palabra griega traducida “cariño” significa literalmente entrañas y es la misma
palabra griega traducida “interior” en 6:12.
En el versículo 16 Pablo concluye, diciendo: “Me regocijo de que en todo tengo denuedo
por causa de vosotros”. Las palabras griegas traducidas “denuedo por causa de vosotros”
se pueden traducir también “confianza en vosotros”. El apóstol fue animado por los
creyentes corintios y ahora podía tener confianza en ellos. ¡Qué preocupación más
profunda e íntima sentía Pablo por ellos!
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y SEIS
(1)
La primera epístola de Pablo había causado tristeza a los corintios, pero aquella tristeza
produjo arrepentimiento para salvación, y esa salvación fue una plena reconciliación.
Cuando Pablo oyó estas buenas nuevas, él estaba fuera de sí por el gozo que sentía.
Como dice en 7:13: “Nos gozamos más abundantemente por el gozo de Tito”. Cuando
Pablo escribió su segunda epístola, se encontraba en un ambiente de aliento y gozo. Así
que, al leer nosotros el capítulo siete, podemos percibir el sentir que había en el espíritu
de Pablo, un sentir de profunda preocupación por la iglesia que estaba en Corinto.
Todos los que desean cuidar de las iglesias o servir al Señor deben admirar el espíritu
que Pablo manifiesta en el capítulo siete. Aquí vemos la apropiada actitud que es
necesaria para servir al Señor. También podemos ver que en tiempos antiguos la
comunión que existía entre los creyentes y los apóstoles no era tan superficial como
sucede entre los creyentes de hoy. En tiempos de antaño, los creyentes estaban en los
corazones de los apóstoles, y los apóstoles, en los corazones de los creyentes. La
comunión que disfrutaban entre ellos era muy profunda. Vivían juntos en una comunión
tan profunda, que incluso estaban dispuestos a morir juntos.
La situación que existe entre muchos cristianos de hoy es muy diferente. Hay cristianos
que viajan de grupo en grupo sin tener una comunión profunda con nadie. Para ellos, un
grupo cristiano es como un hotel donde llega la gente, se queda por un rato y luego se
va. La comunión que disfrutamos en el recobro del Señor no debe ser así. Las iglesias
locales no deben ser moteles para los que viajan de lugar en lugar. Como miembros de la
familia de nuestro Padre, nuestra comunión debe ser profunda; debemos llevarnos los
unos a los otros en nuestros corazones, y no debe haber ninguna separación entre
nosotros. Aun cuando algunos miembros nos disciplinen, debemos seguir amando a la
familia de la iglesia y no abandonarla nunca.
UN MINISTERIO EXTRAORDINARIO
Los capítulos ocho y nueve de 2 Corintios tratan de la comunión del apóstol en cuanto a
la ministración a los santos necesitados. Aparentemente esto no tiene nada que ver con
lo que Pablo ha abarcado en los capítulos seis y siete. En 2 Corintios 6 y 7 vemos la obra
de la reconciliación que Pablo lleva a cabo, y en los capítulos ocho y nueve, la
ministración a los santos necesitados. Sin la reconciliación descrita en los capítulos seis
y siete, no se podría llevar a cabo la ministración a los santos necesitados presentada en
los capítulos ocho y nueve. Por tanto, la ministración descrita en estos capítulos surge de
la obra de reconciliación mencionada en los capítulos anteriores. Esto significa que si
deseamos llevar a cabo un ministerio adecuado para los santos necesitados, debemos ser
reconciliados con Dios, esto es, traídos de nuevo a Él por completo. Debemos vivir en
Dios, y no permitir que nada nos separe de Él. La ministración para los santos
necesitados narrada en los capítulos ocho y nueve es extraordinaria. Si queremos
experimentar esta extraordinaria ministración, la cual se lleva a cabo para los santos
necesitados de otras partes del mundo, necesitamos llevar una vida reconciliada, es
decir, una vida plenamente reconciliada con Dios.
En su segunda epístola, Pablo primero les mostró a los creyentes corintios que los
apóstoles, como ministros del nuevo pacto, habían recibido el ministerio que consistía
en plenamente reconciliar con Dios al pueblo de Dios. Luego, en el capítulo seis, Pablo
llevó a cabo dicho ministerio haciendo una obra extraordinaria que consistía en
reconciliar con Dios de forma completa a los creyentes corintios, quienes se hallaban
distraídos. Después de concluir dicha obra, él tuvo comunión con ellos diciéndoles que
debían llevar a cabo un ministerio dirigido a ayudar a los santos necesitados.
Hoy en día es común que los cristianos recauden fondos para satisfacer necesidades
materiales. A menudo se envían cartas para alentar a los cristianos a ofrendar. Si
compara dichas cartas con lo que escribió Pablo en 2 Corintios 8 y 9, se pone de
manifiesto que ellas no tienen ningún valor. Comparadas con lo que Pablo escribió,
carecen totalmente de valor, de vida y de espíritu. Cuando mucho, no hacen más que
exhortar a los demás a que den dinero. En cierto sentido, en estos capítulos Pablo sí está
recaudando fondos, pero su proceder al manejar las necesidades materiales es
totalmente en el Espíritu y está lleno de vida, algo muy distinto de lo que hacen las
organizaciones cristianas de hoy. Pablo no habla de dinero meramente; él habla de la
gracia de Dios, y lo hace de una manera llena de vida y del Espíritu. Lo que escribe Pablo
en estos capítulos tiene un considerable peso espiritual.
LA GRACIA DE DIOS
En 8:1 Pablo menciona la gracia de Dios que se había dado en las iglesias de Macedonia.
Esta gracia es el Cristo resucitado hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) para
introducir en nosotros al Dios procesado en resurrección a fin de que sea nuestra vida y
suministro de vida. La gracia es en realidad el Dios Triuno hecho nuestra vida y el todo
para nosotros. Por medio de esta gracia, los creyentes macedonios vencieron la
usurpación de las riquezas temporales e inciertas, y se hicieron generosos en la
ministración a los santos necesitados.
En el día de Pentecostés, los creyentes juntaron todas sus posesiones y tuvieron todas
las cosas en común. Hechos 2:44 y 45 dice: “Todos los que habían creído estaban juntos,
y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían
a todos según la necesidad de cada uno”. Ellos practicaban lo que podríamos llamar una
vida comunitaria. Esta práctica seguía en vigencia en Hechos 4: “Y la multitud de los que
habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo
que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (v. 32). A lo largo de los siglos,
muchos creyentes han valorado mucho la vida comunitaria de Hechos 2 y 4, y también
han intentado tener todas las cosas en común. Un grupo del norte de China practicó esta
clase de vida comunitaria. Todo aquel que se unía a ese grupo debía consentir renunciar
a sus posesiones materiales y tener todas las cosas en común. Con todo, la vida
comunitaria de Hechos no duró mucho. Vemos que ya para el capítulo seis empezaron a
surgir problemas, y no mucho tiempo después, la vida comunitaria había llegado a su
fin. En los escritos de Pablo se ve claramente que ya no se practicaba la vida comunitaria
descrita en Hechos 2 y 4. Las epístolas de Pablo nos permiten ver que el vivir cristiano
apropiado no es un vivir comunitario, un vivir en el que se tiene todas las cosas en
común, sino uno que consiste en vivir por la gracia. Esta gracia procede de cuatro
direcciones: de Dios, de Cristo, de los apóstoles y de los santos.
Pablo, refiriéndose todavía a la gracia de Dios que se había dado en las iglesias de
Macedonia, declara en el versículo 2: “Que en grande prueba de tribulación, la
abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su liberalidad”.
Los macedonios se encontraban atribulados, sufriendo. Esta tribulación fue una prueba
que les mostraba en qué medida Dios los aprobaba. A eso se refiere Pablo cuando habla
de prueba de tribulación [o aprobación por la tribulación, gr.]. Siempre que nos
encontremos atribulados o sufriendo, debemos darnos cuenta de que Dios nos ha puesto
a prueba para ver dónde estamos y qué somos. El resultado de esta prueba de
tribulación, de sufrimiento, es la aprobación. Si podemos soportar la prueba y somos
aprobados por Dios, el resultado será una aprobación por tribulación. Los macedonios
se encontraban en esa clase de situación.
EL GOZO, LA POBREZA
Y LAS RIQUEZAS DE LIBERALIDAD
En el versículo 2 Pablo relaciona “la abundancia de su gozo” con “su profunda pobreza”.
Esto parece ser una combinación poco usual. ¿Cómo podían los macedonios estar en
profunda pobreza y al mismo tiempo tener abundancia de gozo? No obstante, los
macedonios tenían pobreza y gozo.
Si hemos de ser generosos, debemos ser sencillos y simples. Una persona complicada no
puede ser generosa. Las personas sencillas y simples siempre poseerán las riquezas de la
liberalidad. Al enterarse ellos de que hay necesidad entre los santos, inmediatamente
decidirán dar algo. Pero las personas complicadas lo piensan mucho y luego deciden dar
mucho menos de lo que habían planeado originalmente. Esto no es sencillez,
simplicidad, generosidad, ni liberalidad. Todos debemos ser generosos y liberales en
nuestro modo de abastecer a otros. Para esto, debemos ser sencillos y simples.
Cuando yo era joven, me preguntaba por qué el Señor Jesús le dio a Judas la
responsabilidad del dinero. Él sabía que Judas era un ladrón, y aún así lo puso ala cargo
del dinero. Me parecía que el Señor debió haberle confiado esto a Juan o a Pedro. Pero
el Señor Jesús, quien no amaba al dinero, sino que era generoso y liberal, permitió que
Judas guardara el dinero. Ciertamente el Señor era simple, sencillo, generoso y liberal.
Pablo dice a continuación en 8:3 y 4: “Pues doy testimonio de que, conforme a sus
fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, por su propia voluntad, con muchos ruegos nos
pidieron la gracia y la participación en la ministración a los santos”. Aunque los
macedonios eran pobres y se hallaban en tribulación, dieron generosamente y por su
propia cuenta, es decir, voluntariamente. Ellos pudieron hacer esto mediante la gracia
de Dios, o sea, por medio del Cristo resucitado, quien, como Espíritu vivificante moraba
en ellos. Este Cristo es la gracia de Dios que opera en los creyentes y los motiva a vencer
el control que las posesiones materiales ejercen sobre ellos, en particular, a vencer el
apego a las riquezas. Los macedonios se encontraban en profunda pobreza, pero la
gracia que operaba en ellos les capacitó para vencer el apego a las riquezas y las
posesiones materiales, y para usarlas con el fin de cumplir el propósito de Dios.
Los macedonios querían dar bienes materiales a los creyentes judíos, pero no podían
hacerlo por sí mismos. Necesitaban a los apóstoles tanto en el aspecto material como en
el espiritual. Por tanto, rogaron a los apóstoles que les permitiesen participar en esta
gracia, que les diesen esta gracia, a fin de participar en tal ministerio espiritual. Aunque
este ministerio tenía que ver con bienes materiales, Pablo lo convirtió en un ministerio
espiritual.
De hecho, Pablo no era un recaudador de fondos. Él era uno que tomó un ministerio que
tenía que ver con cosas materiales y lo convirtió en un asunto espiritual lleno de vida,
del Espíritu y de edificación. Los macedonios, por su parte, necesitaban la gracia del
apóstol para poder participar en la ministración de bienes materiales de una manera
llena de vida. Sin esto, la ministración a los santos necesitados de parte de los
macedonios habría consistido sólo de lo material; no habría sido una ministración
espiritual llena de vida, que redundara en la edificación del Cuerpo de Cristo.
LA GRACIA DE DAR
En el versículo 6 Pablo añade: “De manera que rogamos a Tito que tal como comenzó
antes, asimismo acabase entre vosotros también esta gracia”. Esta gracia denota la
acción de dar. La palabra “también” indica que además de esta gracia, la gracia de dar,
Tito también completó otras gracias entre los creyentes macedonios.
En el versículo 7 Pablo declara: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en
conocimiento, en toda solicitud, y en el amor que está en vosotros el cual recibisteis de
nosotros, abundad también en esta gracia”. Aquí Pablo habla “del amor que está en
vosotros el cual recibisteis de nosotros”. Esto indica que el amor que estaba en los
creyentes les había sido infundido por los apóstoles.
En el versículo 7, la gracia alude al amor que ellos mostraron al dar bienes materiales a
los santos necesitados. La gracia de los creyentes fue resultado de que la gracia de Dios
los motivara. En la comunión acerca de la ministración a los santos, el apóstol se refiere
a la gracia de Dios, la cual fue dada a los creyentes macedonios con la intención de
motivarlos y capacitarlos a dar con liberalidad; también se refiere a la gracia de los
apóstoles, la cual permitió que los creyentes participaran en la ministración a los santos
necesitados, y a la gracia de los creyentes, la cual era su ministración de cosas materiales
a los necesitados. Esto indica que cuando los creyentes ofrezcan al Señor las posesiones
materiales con cualquier propósito, dicha acción debe estar absolutamente relacionada
con la gracia, y no con maniobras humanas.
LA GRACIA DE CRISTO
En los versículos 8 y 9, Pablo dice además: “No digo esto como mandato, sino para
poner a prueba, por medio de la solicitud de otros, también la autenticidad del amor
vuestro. Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros
se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros por Su pobreza fueseis enriquecidos”. El
hecho de que el Señor Jesús, siendo rico, se hiciera pobre por causa nuestra, es una
gracia para nosotros. Según el mismo principio, es gracia para otros que por amor a
ellos sacrifiquemos nuestras riquezas materiales.
Aparentemente, el que el Señor Jesús se hiciera pobre no tiene nada que ver con la
ministración de bienes materiales a los santos necesitados. Pero de hecho, si el Señor
Jesús no se hubiese hecho pobre, Él no podría ser nuestra gracia. Supongamos que el
Señor Jesús jamás se hubiese hecho hombre. ¿Cómo, entonces, podría Él ser nuestra
vida? ¿Cómo podría ser la gracia que opera en nosotros, que nos motiva, fortalece y
abastece para que llevemos a cabo la ministración a los santos necesitados? Sería
imposible. Es crucial que entendamos que Cristo puede operar en nosotros hoy gracias a
que Él se hizo pobre. El hecho de que se hiciera pobre por nosotros debe sernos un
ejemplo. Por una parte, Él es la vida que está en nosotros; por otra parte, Él es el
modelo, el ejemplo, que seguimos de manera externa. La vida del Señor, quien, siendo
rico, se hizo pobre, es la vida que está en nosotros. Cristo por ser tal persona, quien es
tanto nuestra vida como nuestro modelo, es gracia para nosotros. Todos debemos
recibir gracia de parte del Señor Jesús. Entonces, esta gracia nos capacitará para hacer
lo que el Señor Jesús hizo, lo cual fue hacerse pobre por los demás. Aunque nos
encontremos en profunda pobreza, tendremos algo que compartir con los santos
necesitados. Tenemos una vida interna que nos capacita para hacernos pobres por amor
a los demás, y un modelo externo que podemos seguir. Recibamos esta gracia.
UNA SUMINISTRACIÓN DE VIDA
Si dicha gracia es lo que nos motiva a dar a otros, lo que les demos se convertirá en
gracia para ellos. Por nuestra parte, nosotros damos cosas materiales para ayudarlos,
pero estas cosas materiales van acompañadas de una gracia espiritual. Cuando
proveemos cosas materiales a los santos necesitados de manera correcta, o sea, en
espíritu y con vida, la vida y el espíritu acompañan este suministro. Como resultado, los
santos necesitados no solamente reciben cosas materiales, sino también las riquezas de
la vida.
En este mensaje hemos hecho notar que la ministración a los santos necesitados exige
que recibamos la gracia de Dios, de los apóstoles y del Señor Jesucristo. Al recibir esta
triple gracia, podremos suministrar a otros dándoles una dádiva material en gracia.
Todo lo que hagamos al ayudar a los santos, además de ser una ministración de bienes
materiales que satisfaga sus necesidades, será también para ellos una suministración de
vida. De esta manera les hacemos llegar las riquezas espirituales a los santos
necesitados. Esta forma de dar se necesita hoy entre nosotros.
Nuestras dádivas materiales deben ser espirituales, estar llenas de vida y edificar a los
santos y al Cuerpo de Cristo. Para esto se necesita que tengamos la seguridad de que lo
hagamos todo en espíritu, con vida y para la edificación de la iglesia cuando demos algo
material al Señor. Dar de esta manera es el fruto, el resultado, de haber sido plenamente
reconciliados con Dios. Sólo aquellos que han sido reconciliados con Dios en plenitud
pueden participar en una ministración de bienes materiales que proporcione a los
santos necesitados el suministro de vida que les trae fortalecimiento espiritual y que
edifique el Cuerpo de Cristo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y SIETE
(2)
En esta epístola el pasaje que comprende los versículos del 16 al 24 del capítulo ocho,
nos muestra qué clase de personas eran los apóstoles. En la primera mitad de este
capítulo, Pablo tuvo comunión con los santos de Corinto acerca de la ministración a los
santos necesitados de Judea. Al leer este capítulo, tal vez nos parezca que esta comunión
se termine en el versículo 15 y que sea perfecta y completa. Sin embargo, Pablo no sólo
tuvo comunión con los santos corintios acerca de este asunto, sino que también les
describió una situación, la cual les aseguró que lo que él hacía se llevaba a cabo de una
manera correcta.
ASUNTOS RELACIONADOS
CON EL MANEJO DEL DINERO
El pasaje de 2 Corintios 8:16-24 nos puede ayudar mucho en cuanto a cómo conducirnos
con respecto al dinero. Los problemas de la sociedad, en su mayor parte, están
relacionados con el dinero. Por consiguiente, todos debemos aprender a tener cuidado
con el manejo del dinero.
En estos versículos vemos que Pablo recomendó a los creyentes corintios ciertos
hermanos con respecto a la ministración a los santos necesitados. Primero, él
recomendó a Tito. Los versículos 16 y 17 dicen: “Pero gracias a Dios que pone en el
corazón de Tito la misma solicitud que yo tengo por vosotros. Pues no sólo aceptó el
ruego, sino que también, estando muy solícito, por su propia voluntad partió para ir a
vosotros”. La palabra griega traducida “solicitud” en el versículo 16 significa también
diligencia. Se refiere a la diligencia, la solicitud, que Pablo mostraba para con los
creyentes. El ruego mencionado en el versículo 17 se refiere al ruego que el apóstol le
hizo a Tito.
No hay duda de que a Pablo se le encomendó la porción más elevada de este ministerio.
Por tanto, en este libro, él espontáneamente nos presenta un cuadro que muestra cómo
se comportó al llevar a cabo su ministerio. Esto no significa que en 2 Corintios Pablo nos
relata la manera o el medio por el cual él lleva a cabo su ministerio; más bien, él revela
cómo él se condujo. Él no hace hincapié en la manera en que ministró, sino en cómo se
condujo.
Según el versículo 20, a Pablo se le había confiado una abundancia de cosas materiales.
Él había recibido una gran suma de dinero de parte de los santos de varias localidades,
dirigida a los santos necesitados de Judea. Consciente de que la responsabilidad de una
suma cuantiosa de dinero podía causar problemas, se condujo con mucho cuidado.
Primero, escogió a Tito para que lo acompañara. Al leer este libro, podemos ver que Tito
era un hermano de buena reputación entre los colaboradores y también entre las
iglesias. Por tanto, Pablo lo escogió a él para que tomara la delantera en llevar el
suministro material a los santos necesitados. Sin embargo, según el versículo 18, se
envió a otro hermano con Tito, un hermano cuya alabanza en el evangelio se había
propagado por todas las iglesias y que había sido designado por las iglesias como
compañero de viaje en esta gracia (v. 19). Este hermano fue enviado por las iglesias, no
solamente por Pablo. Con esto vemos que Pablo a propósito debe de haber pedido a las
iglesias que escogieran a ese hermano. En cuanto a dicho hermano, los versículos 19 y
20 declaran: “Y no sólo esto, sino que también fue elegido por las iglesias como nuestro
compañero de viaje en esta gracia, que nosotros ministramos para gloria del Señor
mismo, y para demostrar nuestra prontitud de ánimo; evitando que nadie halle falta en
nosotros en cuanto a la abundancia que ministramos”. Pablo actuó a propósito con
cuidado para evitar cualquier reproche en cuanto a la abundancia de los dones
materiales.
Aquí vemos un principio: pensar de antemano. Cada vez que estemos a punto de hacer
algo o de comportarnos de cierta manera, debemos pensar de antemano en lo que los
demás pensarán de ello. Sí, los hermanos son santos; pero dentro de ellos hay alguien
que no es santo, o sea, el diablo. ¿Qué pensamientos malignos no podrán venir del
diablo acerca de determinado asunto? Debemos considerar esto. Debemos considerarlo
aun en relación con nuestro marido o esposa. A nuestro marido o a nuestra esposa
quizás no le sea un problema cierto asunto, pero ¿qué podríamos decir del diablo? ¿Qué
clase de pensamientos él desencadenará con respecto a ello? Debemos entender que el
diablo está asechando, esperando la oportunidad de destruirnos. Si estamos conscientes
de ello, tendremos cuidado y pensaremos de antemano en cuanto a cualquier cosa.
Tal vez lo que nos motiva con relación a cierto asunto sea puro, pero de todos modos
debemos tener cuidado de cómo nos conducimos. Aunque lo que nos motiva sea puro,
es posible que nuestro comportamiento suscite sospechas. Por ejemplo, Pablo era
responsable de una gran suma de dinero; así que, él actuó con cuidado y tomó algunos
testigos para no dar lugar a sospechas. Según la ley, se necesitaban dos o tres testigos.
Pablo pensó de antemano cómo proveerse de un testimonio apropiado.
Tengo aprecio por la expresión “pensar de antemano”; significa considerar una cosa
antes de que suceda. Así que, si pensamos de antemano, no actuaremos de una manera
que dé lugar a que el enemigo actúe.
Por experiencia hemos aprendido que, con relación a los asuntos monetarios, es
necesario pensar de antemano. Cuando se trate de dinero, debemos pensar de antemano
para evitar cualquier culpabilidad. Jamás deberíamos manejar el dinero con ligereza. Si
somos descuidados en el manejo del dinero, podría recaer cierta culpabilidad sobre
nosotros.
En el versículo 20 Pablo dice: “Evitando que nadie halle falta en nosotros en cuanto a la
abundancia que ministramos”. También debemos pensar de antemano cada vez que
seamos responsables de una gran suma de dinero, a fin de evitar los reproches. Por
tanto, con respecto a las finanzas de la iglesia o de la obra, o de las ofrendas que se dan a
la iglesia o a la obra, necesitamos dos o tres testigos. Si nos ocupamos de los asuntos
monetarios sin testigos, tendremos problemas, porque el dinero es una tentación.
En la vida de iglesia nos relacionamos con mucha gente y con muchas cosas. El principio
que debe regir todas nuestras relaciones es éste: debemos pensar de antemano en lo que
los demás pensarán de nosotros. Es sabio siempre pensar de antemano, porque esto nos
salvaguardará y nos protegerá. En particular, debemos pensar de antemano en lo que es
honroso delante de Dios y delante de los hombres. Si un hermano sostiene una larga
conversación con una hermana a solas y en privado, eso no es honroso a los ojos del
hombre. Ese comportamiento tal vez no sea pecaminoso, pero tampoco es honroso. Lo
que hagamos debe ser honroso delante del Señor y delante de los hombres. Puesto que
el Señor lo sabe todo, es más importante pensar de antemano en lo que es honroso
delante de los hombres que en lo que es honroso delante del Señor. Los demás, por
supuesto, no saben todo lo que el Señor conoce. No es suficiente que los demás piensen
que no tenemos ningún problema; debemos hacer lo que es honroso delante de ellos. Si
nos comportamos de una manera deshonrosa, los demás no nos honrarán. Los ancianos,
los diáconos y las diaconisas deben particularmente pensar de antemano en lo que es
honroso. En el manejo del dinero, en nuestras relaciones con el sexo opuesto y en todas
las cosas, el principio es el mismo: pensar de antemano en lo que es honroso delante de
Dios y delante de los hombres.
Tal vez sepamos que en determinado asunto tenemos la razón, que somos inocentes y
puros. Sin embargo, quizá no seamos honrosos a los ojos de los demás. Debemos
comportarnos de una manera que los demás consideren honrosa. Entonces no habrá
lugar para reproches. Ésta es una lección que todos debemos aprender.
El caso de 8:16-24 quizás no parezca importante, pero el principio que nos presenta es
de suma importancia. De otro modo, Pablo no hubiera escrito nada al respecto. El hecho
mismo de que él escribiera acerca de pensar de antemano en lo que es honroso, indica
su importancia. Todos debemos prestar atención a este asunto. En cuanto al dinero, al
sexo y todas las demás cosas, debemos comportarnos de una manera que muestre que
pensamos de antemano en lo que es honroso delante de Dios y delante de los hombres.
Les ruego que reciban estas palabras y las pongan por obra. Si lo hacen, serán
preservados y protegidos. De lo contrario, tendrán problemas.
El apóstol Pablo no solamente era dotado, erudito y poderoso; él también era cauto,
cuidadoso y considerado. Jamás actuaba a la ligera. Al leer 2 Corintios, vemos varias
virtudes y excelentes características en la persona y vida de Pablo. No es de sorprender,
entonces, que Pablo fuera grandemente usado por el Señor. Pablo fue usado por Él
principalmente por el vivir que llevaba. Él vivía de una manera no solamente santa,
espiritual y victoriosa, sino también cuidadosa, cauta y considerada. Cuando veamos las
virtudes de Pablo, las cuales están descritas en los varios capítulos de 2 Corintios en
conjunto, entenderemos que Pablo fue útil gracias a sus virtudes.
En este mensaje mi carga principal es dejar una impresión en ustedes relacionada con la
necesidad de ser cautos, cuidadosos y considerados, de siempre comportarse de una
manera que piensen de antemano en lo que es honroso. Aunque tal vez uno sea inocente
y puro, necesita pensar de antemano en lo que es honroso. En lugar de confiar en sí
mismo, uno debe actuar de manera cuidadosa y considerada.
En los capítulos seis, siete y ocho de 2 Corintios, hemos tratado cuatro puntos
principales: primero, la obra de la reconciliación, que consiste en hacer que las personas
vuelvan plenamente a Dios; segundo, la vida que se adapta a todo; tercero, el ser de
corazón ensanchado; y cuarto, el sentir una preocupación íntima y tierna por los demás.
Ahora, en la segunda mitad del capítulo ocho, vemos un quinto asunto importante: el
pensar de antemano en lo que es honroso delante de Dios y delante de los hombres.
Todos debemos ser reconciliados plenamente con Dios, llevar una vida que se adapte a
todo, permitir que nuestros corazones sean ensanchados, sentir una preocupación
íntima por los demás y pensar de antemano en lo que es honroso. Estos principios se
aplican no solamente a la vida de iglesia, sino también a nuestra vida familiar y a la vida
que llevamos en la escuela, en el trabajo y dondequiera que estemos.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
RECOGER Y SEMBRAR
El pensamiento que Pablo presenta al escribir los capítulos ocho y nueve es profundo.
La clave para entender el profundo pensamiento de Pablo se encuentra en dos asuntos.
Primero, en 8:15, Pablo concluye, diciendo: “Como está escrito: Al que recogió mucho,
no le sobró, y al que poco, no le faltó”. Ésta es una cita de Éxodo 16:18, que habla de
recoger el maná para el abastecimiento diario. ¿Por qué relaciona el apóstol Pablo lo de
proveer bienes materiales a los santos con la recolección del maná? Si consideramos
detenidamente este asunto, nos daremos cuenta de que el ministrar bienes materiales a
los santos necesitados ciertamente sirve para el suministro diario. El maná era recogido
para el suministro diario de los hijos de Israel, y los bienes materiales se ministraban a
los santos necesitados para su suministro diario. La cita que Pablo hace de Éxodo 16:18
es un factor crucial que nos ayuda a captar el profundo pensamiento de Pablo.
El segundo asunto relacionado con el profundo pensamiento que Pablo presenta en los
capítulos ocho y nueve, tiene que ver con lo que él dijo en 9:6 acerca de la siembra:
“Pero considerad esto: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el
que siembra con bendiciones, con bendiciones también segará”. Aquí Pablo compara la
ministración de bienes materiales a los santos necesitados con la siembra. La siembra,
tal como la recolección del maná, sirve para la suministración diaria. Por ende, tanto la
recolección del maná como la siembra sirven el mismo propósito, pues ambas sirven
para nuestra subsistencia.
DOS MANERAS EN QUE EL PUEBLO
DE DIOS PUEDE VIVIR
En la Biblia, vemos dos maneras en que el pueblo de Dios puede vivir. La primera
concuerda con la ley natural ordenada por Dios y consiste en sembrar semilla y recoger
la cosecha. En Génesis 3, Dios estableció que el hombre labrara el suelo para que tuviera
algo de qué vivir. La siembra de semilla produce el sustento del hombre. Esto concuerda
con la ley natural establecida por Dios. Ninguna raza o nacionalidad puede sobrevivir
sin la siembra, sin el cultivo. El cultivo consiste en sembrar la semilla y segar la cosecha.
La segunda manera en que el pueblo de Dios puede vivir es por los milagros efectuados a
manos de Dios. Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, ellos vivían según lo
natural. Pero cuando salieron de Egipto y vagaban en el desierto, vivieron de otro modo;
por los milagros de Dios. El pueblo no sembró ninguna semilla, sino que recogió el
maná. Podríamos decir que cosecharon sin sembrar, porque el hecho de que recogieran
el maná equivale a una cosecha. En el desierto, los hijos de Israel segaban
continuamente sin sembrar. La lluvia de maná del cielo sustituía la siembra. Los seres
humanos pueden sembrar semilla, pero sólo Dios puede hacer que llueva maná. En el
desierto, los hijos de Israel recogieron el maná que Dios les envió.
Según Éxodo 16, los hijos de Israel recogían el maná cada mañana, excepto el día de
sábado. En el sexto día, juntaban una doble porción para tener provisión suficiente para
el día de sábado. Éxodo 16:17 y 18 dicen: “Y los hijos de Israel lo hicieron así: y
recogieron unos más, otros menos; y lo medían por gomer, y no sobró al que había
recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que
había de comer”.
A los que eran un tanto débiles y que no podían recoger mucho maná, no les faltó nada.
La manera divina consiste en que a los que recogieron poco, no les faltó nada, y a los que
juntaron mucho, no les sobró nada. Ésta es la manera celestial en que Dios equilibra el
suministro entre Su pueblo. Dios ejerció Su habilidad milagrosa para equilibrar el
suministro de maná entre el pueblo. Dios equilibra el suministro diario entre Sus hijos
con Su mano soberana y milagrosa.
Pablo, al escribir 2 Corintios, combina el hecho de recoger el maná con el hecho de que
los creyentes dieron bienes materiales a los santos necesitados. En Éxodo 16 se trataba
de recoger, mientras que en 2 Corintios 8 se trata de dar. En cuanto a recoger el maná, el
resultado fue el mismo independientemente de que los hijos de Israel recogieran más o
menos. Esto indica que no debían haber sido avaros cuando recogían el maná. Su deber
era recoger el maná, y ellos habían de cumplir con su deber sin ser avaros.
Supongamos que algunos de los hijos de Israel hubiesen dicho: “Dios es misericordioso,
soberano y milagroso. Él lo controla todo. Puesto que no me sobrará nada si recojo
mucho, ni me faltará nada si recojo poco, en realidad no necesito salir a recoger nada”.
Si alguien de entre el pueblo de Dios hubiera hecho esto, esa persona no habría tenido
nada que comer ese día. Dios no haría el deber de esa persona. Dios tampoco trabajaría
por él ni lo alimentaría. Los hijos de Israel tenían que cumplir con su deber. Mientras
que ellos cumplieran con su responsabilidad conforme a lo que Dios había ordenado,
ellos tendrían suficiente suministro por mucho o por poco maná que recogieran.
Supongamos que un hermano gana $40,000 dólares al año y que lo que realmente
necesita para vivir es una cantidad mucho menor que ésa. Como es bastante avaro, él
desea reservar una gran cantidad para sí. Da su diezmo, o sea, $4.000 dólares, con la
intención de conservar los otros $36,000 dólares. Diezmar es una buena práctica, pero
este hermano podría seguir un camino aún mejor, según el cual él podría conservar lo
que necesita para su vivir, digamos $20,000 dólares, y dar el resto. Indudablemente, en
términos humanos, casi todos seguirían la primera opción, la de diezmar, en lugar de la
segunda, la de dar todo lo que uno pueda. Si el hermano decide diezmar y retener para sí
los $16,000 dólares extras, un día aprenderá que Dios, en Su soberanía, tiene muchas
formas de hacer desaparecer ese dinero extra. Tal vez se dé alguna enfermedad, algún
accidente o alguna calamidad. Si el dinero no desaparece en esta generación,
desaparecerá en la siguiente, o definitivamente en la tercera. Dios ejercerá Su mano
poderosa y soberana para efectuar un equilibrio celestial sobre las riquezas que hay
entre Su pueblo.
Durante aproximadamente setenta años, he observado la situación que impera entre los
cristianos. Puedo dar testimonio de que no conozco una sola familia cristiana que haya
podido retener sus riquezas continuamente por tres generaciones. Quizás la primera
generación de una familia cristiana llegue a ser muy rica y ahorre grandes riquezas para
la segunda generación. Pero en la segunda o en la tercera generación, el dinero
desaparece misteriosamente; parece crecerle alas, y vuela. Conozco algunos casos en los
que la próspera tercera generación perdió todas sus riquezas a manos de otras personas.
Aunque los miembros de esa generación heredaron grandes riquezas, todas les fueron
quitadas. Por tanto, al final se comprueba que es verdad que el que recoge mucho, no le
sobra. He visto que los que recogen poco, no les hace falta nada, y que los que recogen
mucho, no les sobra nada. Verdaderamente he presenciado cómo la mano milagrosa y
soberana de Dios equilibra las riquezas que hay entre Su pueblo.
Quizás usted se considere muy sabio en asuntos monetarios. Sabe cómo ganar dinero,
cómo ahorrarlo y cómo preservarlo para sus hijos y nietos. Pero por muy sabio que
usted sea en el manejo del dinero, Dios es más sabio. Como piloto celestial Él sabe cómo
hacer volar el dinero de usted. Él hizo esto con el maná en el Antiguo Testamento, y lo
hace con el dinero hoy en día. La cuestión con la que nos enfrentamos es ésta:
¿Queremos equilibrar el suministro material voluntariamente u obligará a Dios a
hacerlo de una manera milagrosa y soberana? Puedo asegurarles que tarde o temprano
usted será equilibrado con respecto a los asuntos financieros. En cuanto a esto, debemos
entender el corazón de Dios. En lo profundo de Su corazón, Dios desea que Su pueblo
sea equilibrado en el suministro diario. Por tanto, debemos decirle: “Señor, gracias por
permitirme recoger el maná. Pero Señor, en lugar de ahorrar esto para mí, deseo
compartirlo con los demás”. Debemos recordar que estemos o no dispuestos a compartir
con los demás, el resultado final será el mismo. El resultado será que al que recoja poco,
no le faltará nada, y al que recoja mucho, no le sobrará nada. Es una insensatez no
compartir con los demás lo que tenemos.
¿Y qué de sembrar las semillas? Según el capítulo nueve, dar equivale no solamente a
recoger, como en el capítulo ocho, sino también a sembrar. La acción de dar equivale a
recoger y a sembrar. La recolección del maná es algo milagroso. Hemos recalcado que
milagrosamente había cierto equilibrio en esta recolección, en el sentido de que a nadie
le faltaba nada ni a nadie le sobraba nada. Ahora de lo que leemos en el capítulo nueve,
debemos ver que el dar también se asemeja a sembrar.
Según 9:6, el que siembra escasamente, también segará escasamente, y el que siembra
con bendiciones, con bendiciones también segará. En el versículo 6, encontramos el
pensamiento de sembrar para el beneficio de los demás. ¿Pero qué cultivador, cuando
siembra semilla en su campo, tiene el pensamiento de sembrar para beneficio de los
demás? Ciertamente, la mayoría de los sembradores tiene el concepto de sembrar para
sí mismo. Esta clase de siembra, sin embargo, no acarrea bendiciones. Sembrar con
bendiciones equivale a dar a los demás. Esto es sembrar con bendiciones para los
demás. Cuando damos nuestro dinero, sembramos, y esta siembra no es para nosotros
mismos, sino para otros. Si sembramos con bendiciones para los demás, segaremos con
bendiciones de parte de Dios.
APRENDER A DAR
Como hijos de Dios, todos debemos aprender a dar. Dar es recoger. La cantidad de maná
que podemos recoger depende de la cantidad que damos. En Lucas 6:38, el Señor Jesús
dice: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en
vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, se os volverá a medir”. Este
versículo indica que si queremos recibir, es decir, recoger, primero debemos dar. Lo que
damos es lo que recogemos, lo que recibimos. Todos debemos recoger el maná cada día.
Puesto que lo que recogemos es lo que damos, todos debemos dar para recoger.
Recogemos poco porque damos poco. Que quede grabado en nuestro ser el hecho de que
lo que damos es lo que recogemos.
Con respecto a dar y recoger, se suponen los milagros divinos. No debemos creer de
forma superficial que cuanto más demos, más recibiremos. Si ésta es la manera en que
entendemos este asunto, daremos con la intención de ganar riquezas para nosotros
mismos. Lo que debemos ver en todo esto es la mano equilibrante de Dios. Él distribuye
el suministro con el fin de que no seamos ni pobres ni ricos. Ciertamente Él ejerce un
equilibrio divino y celestial. Él sabe cómo equilibrar las riquezas que hay entre Su
pueblo.
Por más de cincuenta años he vivido por fe en el Señor. En ocasiones me he visto muy
pobre, pero puedo testificar que aun cuando he estado en extrema pobreza, nunca me ha
faltado nada. Recogía poco, pero no me hacía falta nada. En otras ocasiones, tenía un
suministro abundante, incluso grandes sumas de dinero. No obstante, tengo que dar
testimonio de que nada me sobraba. Por tanto, por mi experiencia puedo proclamar que
cuando he recogido mucho, no me ha sobrado nada, y cuando he recogido poco, no me
ha faltado nada. ¿Quién equilibra el suministro de esta manera? Dios lo hace con Su
equilibrio celestial.
Si intentamos recoger más de lo necesario, al final veremos volar ante nuestros ojos el
excedente. Si conservamos demasiado excedente, nos parecerá que nuestro dinero haya
crecido alas y volará lejos de nosotros. Esto sucede porque el Dios que está en los cielos
equilibra el bien social de Sus hijos.
Hemos visto que dar está relacionado con recoger y con sembrar. La siembra produce la
cosecha. La ley natural dicta que primero se siembra y después se cosecha. Cuando
sembramos, debemos sembrar generosamente, y no escasamente. Si sembramos
escasamente, segaremos escasamente, pero si sembramos generosamente, segaremos
también generosamente. Cuando se trata de sembrar, nosotros somos los generosos y
liberales; pero cuando segamos, nos damos cuenta de que el generoso es Dios.
¿Por qué añadió Pablo el capítulo nueve? Él añadió este capítulo para proveernos un
ejemplo adicional de lo que es dar. Hemos hecho notar que en 2 Corintios 9, Pablo usa la
siembra para ejemplificar lo que es dar. Por tanto, en los capítulos ocho y nueve vemos
que dar es recoger y también es sembrar. Estos dos conceptos que moraban
profundamente en el ser de Pablo, gobernaron lo que él escribió en estos dos capítulos.
DAR Y RECOGER
Pablo no escribía de manera superficial; por el contrario, él era un escritor profundo, así
como también sus pensamientos fueron profundos. Pablo se dio cuenta, al leer el
Antiguo Testamento, que Éxodo 16 habla de que el pueblo de Dios recogía lo que
necesitaba para su suministro diario. Según el concepto de Pablo, hoy nosotros nos
encontramos en el desierto. A diario trabajamos; pero de hecho, lo que hacemos es
recoger maná. Sin embargo, lo que recogemos debe convertirse en lo que damos. Si no
damos, no seguiremos recogiendo. Trabajamos para ganar dinero, pero debemos dar de
lo que ganamos. Entonces, lo que demos, se convertirá en lo que recogemos, como lo
ejemplifica el hecho de que los hijos de Israel recogían el maná en el desierto. Ahora
podemos ver que Pablo hace una comparación entre lo que damos y lo que recogemos
del maná. Este pensamiento es muy profundo.
DAR Y SEMBRAR
En el capítulo nueve Pablo continúa su discurso diciendo que cuando damos es como si
estuviéramos sembrando. Puesto que en el capítulo ocho él no expresó de manera
completa su profundo pensamiento, escribió otro capítulo relacionado con el acto de
dar. Este capítulo revela otro aspecto de la dádiva, el aspecto de la siembra. El
pensamiento que Pablo expresa aquí es que debemos sembrar, y luego, segar. Además,
cuando sembremos, no sólo debemos sembrar para nosotros mismos, sino de manera
que traiga bendiciones a los demás.
Otros pasajes de las Escrituras nos ayudan a entender la palabra bendiciones de 9:6. En
el Antiguo Testamento podemos ver que el acto de dar era una bendición. Cuando Jacob
se encontró con su hermano Esaú, le dio algo. Esa dádiva fue una bendición. Con
respecto a esto, Génesis 33:11 declara: “Acepta, te ruego, mi bendición que te he traído,
porque Dios me ha hecho merced, y todo lo que hay aquí es mío” (heb.). Otros versículos
que indican que la acción de dar es una bendición son 2 Reyes 5:15, Jueces 1:15 y
Ezequiel 34:16. Cuando damos a los demás le impartimos una bendición.
Cuando sembremos de manera que traiga bendiciones a los demás, segaremos con
bendiciones de parte de Dios. Además, la cosecha siempre superará la cantidad de
semilla sembrada. Tal vez se multiplicará treinta o incluso cien veces. Esto no sucede de
manera milagrosa; se produce conforme a la ley natural. Dios controla con milagros el
suministro de vida que hay entre Sus hijos. Es por eso que ninguna familia cristiana
puede retener sus riquezas por muchas generaciones. Pero la siembra opera conforme a
la ley natural, y no conforme a milagros. En cuanto a esto, no es necesario que Dios
efectúe nada milagroso. Todos debemos sembrar, o sea, dar. Cuanto más demos, más
segaremos. Sin embargo, no debemos hacerlo de manera supersticiosa, con el propósito
de obtener riquezas para nosotros mismos.
Los dos ejemplos relacionados con recoger y sembrar, tienen que ver con los profundos
pensamientos que Pablo presenta en estos capítulos. En el capítulo nueve, el
pensamiento profundo consiste en que nosotros los cristianos damos en el sentido de
sembrar. Si no damos, no estamos cultivando nada, no estamos sembrando. Además, no
debemos sembrar escasamente. Si sembramos escasamente, entonces, según la ley
natural, segaremos escasamente. Debemos sembrar de manera que impartamos
bendiciones a otros. Si sembramos de forma que otros reciban bendiciones, entonces,
según la ley natural, segaremos con bendiciones de parte de Dios para nosotros. Esta
bendición será mucho más de lo que hemos sembrado. Puedo testificar que en mi vida
cristiana, jamás he visto a un creyente que ha dado a Dios, que no sea grandemente
bendecido por Él. El Señor siempre honrará la ley natural que Él ha establecido.
CONVERTIRSE EN FACTORES
DE ACCIONES DE GRACIA PARA DIOS
Debemos reconocer la mano milagrosa del Señor y honrar Su ley natural. Según ambos
aspectos, debemos dar. Quizás ahora usted no ve la mano equilibrante de Dios, pero a la
larga, tal vez en un período de muchos años, la verá. Entonces usted podrá testificar de
cómo Dios equilibra el suministro diario que reciben Sus hijos. También debemos
comprender que lo que damos constituye lo que sembramos. Por tanto, si queremos
segar, debemos sembrar de manera que impartamos bendiciones a otros. Entonces
segaremos con bendiciones de parte de Dios.
En 9:5 Pablo dice: “Por tanto, tuve por necesario rogar a los hermanos que fuesen
primero a vosotros y preparasen primero vuestra bendición antes prometida, para que
así esté lista como bendición, y no como por codicia”. Esta bendición es una abundancia,
una dádiva hecha de buena voluntad y con generosidad como una bendición a otros. Dar
de buena voluntad y generosamente hace que la dádiva sea una bendición al que la
recibe; dar de mala gana guardando rencor, con un corazón codicioso que retiene algo,
hace que la dádiva sea un asunto de codicia para el dador.
En el versículo 7 Pablo dice: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza,
ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. Estas palabras provienen de
Proverbios 22:9, donde la Septuaginta dice: “Dios bendice al hombre alegre y liberal”.
La palabra griega traducida “alegre” significa también hilarante, jubiloso.
En los versículos 8 y 9 Pablo añade: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde para
con vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo
suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: ‘Esparció, dio a los pobres;
su justicia permanece para siempre’”. Las palabras “toda gracia” del versículo 8 se
refieren a toda clase de gracia. La acción de esparcir, mencionada en el versículo 9,
alude al esparcimiento que se hace al sembrar. La palabra “pobres” en este versículo se
refiere a alguien que está obligado a hacer trabajos humildes para ganarse la vida a
duras penas. No es la palabra que se usa comúnmente con el significado de pobre.
En el versículo 9 Pablo habla de la justicia que permanece para siempre. Por una parte,
dar generosamente es una bendición para los que reciben, y por otra, es justicia delante
de Dios y delante del hombre.
En los versículos 14 y 15, Pablo concluye, diciendo: “Al mismo tiempo, en la oración de
ellos por vosotros, os anhelan a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros.
¡Gracias a Dios por Su don inefable!” Este don inefable alude a la gracia que Dios da a
los creyentes.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CUARENTA Y NUEVE
(4)
En 9:6 Pablo dice: “Pero considerad esto: El que siembra escasamente, también segará
escasamente; y el que siembra con bendiciones, con bendiciones también segará”. La
palabra griega traducida “con” significa literalmente sobre. Estas bendiciones son
primeramente donativos abundantes dados como bendiciones para los demás, y luego,
cosechas abundantes recibidas como bendiciones de parte de Dios. La ley natural
ordenada por Dios dicta que si sembramos escasamente, también segaremos
escasamente, pero que si sembramos con bendiciones, con bendiciones también
segaremos.
En el versículo 7 Pablo dice además: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con
tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. No debemos dar con
tristeza; antes bien, debemos dar con alegría. Si damos con tristeza, es mejor no dar
nada. Además, no debemos dar por necesidad. La palabra griega traducida “necesidad”
aquí es la misma que encontramos en el capítulo seis, y significa que somos obligados, o
forzados a hacer algo. Dar por necesidad indica que nos es una calamidad. No debemos
dar porque somos obligados a hacerlo; ni debemos dar si sentimos que nos trae
calamidad. Para algunas personas, el hecho de dar posesiones materiales es como sufrir
una calamidad. Ciertamente no debe ser así para nosotros. Como dijo Pablo en este
versículo, Dios ama al dador alegre. La palabra griega traducida “alegre” también puede
ser traducida hilarante o jubiloso. Cuando demos, debemos ser personas alegres,
gozosas, hilarantes.
Los versículos 8 y 9 dicen: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde para con vosotros
toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente,
abundéis para toda buena obra; como está escrito: ‘Esparció, dio a los pobres; su justicia
permanece para siempre’”. Existen varias clases de gracia. Tito se encontraba entre los
corintios para traerles las distintas gracias. Hoy en día nosotros también necesitamos las
varias clases de gracia, una de las cuales es la gracia de dar.
Los versículos 8 y 9 contienen varios pensamientos tiernos e inestimables. Uno de estos
pensamientos es que el hecho de dar generosamente es justicia a los ojos de Dios y de
los hombres. Este pensamiento lo confirman las palabras que el Señor profirió en el
monte y que constan en Mateo 6. El Señor considera el hecho de dar generosamente no
solamente como una gracia, sino también como justicia.
Quisiera añadir algo acerca de los dos ejemplos que usa Pablo en los capítulos ocho y
nueve: el ejemplo de recoger el maná y el ejemplo de sembrar la semilla y recoger la
cosecha. Pablo no era una persona superficial. Él sabía que era un asunto muy
importante tener comunión con las iglesias acerca del ministerio que ayudaba a los
santos necesitados de Judea, que se encontraban lejos de allí. Se daba cuenta de que los
santos de Macedonia y de Acaya eran muy pobres; lo indica con lo que dice en 8:1 y 2:
“Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado en las iglesias
de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su
profunda pobreza abundaron en riquezas de su liberalidad”. Aquí Pablo habla de una
profunda pobreza. Esta expresión indica que la situación económica en Macedonia, y sin
duda también en Acaya, no era buena. Los santos de Macedonia y de Acaya eran pobres.
Siendo ésta su situación económica, ¿cómo pudo Pablo alentarlos, aun rogarles, que
suministraran bienes materiales a otros? Ciertamente su dádiva en medio de esta
situación les habría empobrecido más. Además, ¿cuál sería el futuro de los santos?
Pablo sabía que algunos santos pobres podrían decir: “¿Y qué de mi futuro? Tengo muy
poco; si doy parte de lo que tengo, ¿cómo voy a vivir en el futuro?” Debido a que Pablo
entendía la situación y debido a que él era una persona considerada, él manejó el asunto
con mucha delicadeza. Cuando tuvo comunión con los creyentes acerca del suministro
material para los santos necesitados, Pablo fue muy considerado.
Para Pablo era un riesgo tener comunión con los santos acerca de dar y aun más,
rogarles que dieran. No obstante, Pablo tenía una seguridad y una confianza que le
permitieron tomar ese riesgo. En nuestra opinión, es bastante fácil pedir a la gente rica
que dé a los necesitados. Pero rogarles a los pobres, a los que no tienen lo suficiente para
su propio vivir, que den de sus posesiones, es algo totalmente diferente. Como hemos
señalado, ellos tal vez se preocuparían por su futuro, particularmente de cómo vivirían si
daban de lo que tenían. No obstante, puesto que Pablo conocía la economía de Dios y
entendía cómo Dios opera, él tenía la confianza necesaria para correr el riesgo de alentar
a los santos pobres de Acaya a que dieran para los santos necesitados de Judea.
Pablo se daba cuenta de que, como resultado de haber estudiado el Antiguo Testamento,
Dios siempre suple las necesidades de Su pueblo. Dios puede alimentar a Su pueblo de
una manera milagrosa. Los hijos de Israel, que eran más de dos millones, se
encontraban en un desierto estéril, en una tierra que nada producía. El desierto no era
un lugar adecuado para el cultivo, para la siembra. Pero durante un período de cuarenta
años, Dios alimentó a Su pueblo haciendo llover milagrosamente maná del cielo. No
creo que alguien pudiera explicar qué era el maná y de dónde procedía. No obstante, es
un hecho histórico que Dios alimentó a Su pueblo con maná en el desierto durante
cuarenta años. Ciertamente fue un milagro el que más de dos millones de personas
pudieran sobrevivir en el desierto por un período tan largo.
Tanto la lluvia del maná como la manera en que el maná se repartía fueron actos
milagrosos. Pablo hace referencia a esto en 2 Corintios 8:15, donde cita Éxodo 16:18: “Al
que recogió mucho, no le sobró, y al que poco, no le faltó”. Según Éxodo 16:18, el maná
se medía por gomeres. Los que recogieron mucho, así como los que recogieron poco,
tenían un gomer al final. Éste es el equilibrio celestial que Dios ejerce con el maná que
recoge Su pueblo. Por muchos gomeres que hubieran recogido algunas personas,
después de que era medido el maná, el resultado era que milagrosamente había un
gomer para cada persona (Éx. 16:16).
En el sexto día de la semana, los hijos de Israel podían juntar una doble porción de
maná para la provisión del día de sábado. Pero en los demás días de la semana, no se les
permitía juntar más de lo que necesitaban para un día. Los que intentaban ahorrar
maná para el día siguiente, lo encontraban lleno de gusanos, lo cual indica que no
concuerda con los principios establecidos por Dios el que Su pueblo ahorre algo para sí.
Esta clase de ahorro es motivada por la avaricia.
Indudablemente, mientras Pablo estudiaba las Escrituras, se infundían en él los
pensamientos y los conceptos de éstas, los cuales, a su vez, sirvieron para inspirarlo y
gobernarlo. Finalmente, estos pensamientos lo motivaron a escribir los capítulos ocho y
nueve de 2 Corintios. En el capítulo ocho, él alienta aun a los santos pobres a dar a los
necesitados que moraban en Judea. Puesto que Pablo tenía un profundo conocimiento
de la economía de Dios, tuvo la confianza de pedir a los santos que lo hicieran. En este
capítulo, Pablo parece decir: “Vosotros no necesitáis pensar en vuestra pobreza;
simplemente dad para ayudar a los necesitados. De hecho, vosotros no sois quienes
proveíais para vuestras propias necesidades; es vuestro Padre celestial quien suple
vuestras necesidades. Él provee el maná, y de esta manera toma cuidado de vosotros. Os
puedo asegurar que no necesitáis preocuparos por el futuro. Puesto que vuestro futuro
está bajo el cuidado del Padre, os aliento a dar a los necesitados. De una manera
milagrosa, el Padre enviará el maná”.
La experiencia que tuvieron los hijos de Israel con respecto a la recolección del maná en
el desierto, nos enseña que nuestro salario es en realidad una especie de maná. El
suministro de maná no dependía de que los hijos de Israel lo recogieran, sino de que
Dios lo enviara. Si Dios no hubiera mandado el maná, ¿cómo habrían recogido algo los
hijos de Israel? El que ellos pudieran recoger el maná dependía totalmente de que Dios
lo hiciera llover. El principio es el mismo con respecto al ingreso. Tal vez piense que
usted recibe un ingreso porque trabaja, o sea, que su ingreso proviene de su trabajo.
Pero, ¿quién le dio a usted ese trabajo? El trabajo se lo dio Dios. Pero si usted piensa que
obtuvo ese trabajo por medio de su capacidad o educación, es posible que Dios provoque
un incidente en su empresa que cause que usted pierda su trabajo. Entonces se dará
cuenta de que su ingreso no depende de la capacidad que usted tiene, sino de la
soberanía de Dios. Es muy importante que todos nosotros entendamos esto. Si
pensamos que nuestro ingreso depende de nuestra educación, capacidad, o destreza,
somos personas superficiales y miopes.
SEMBRAR Y SEGAR
No debemos imaginarnos que por el mero hecho de sembrar semilla, se nos garantiza
una abundante cosecha; más bien, debemos orar: “Señor, he sembrado la semilla, pero
si he de recoger una buena cosecha o no, depende totalmente de Tu misericordia”. El
crecimiento de la semilla sembrada depende de Dios. Si Él cambia el clima, lo que
hemos sembrado quizás no produzca nada, y como resultado, no tendremos alimento.
Por consiguiente, debemos adorar al Señor y decirle: “Señor, aunque mi suministro
parece provenir de mi cosecha, Tú eres realmente el que da el alimento”.
Nosotros los hijos de Dios estamos bajo Su cuidado. Dios nos cuida y nos alimenta de
dos maneras: por medio de milagros y por medio de la ley natural. Debemos agradecer
al Señor por cuidar de nosotros de una manera milagrosa. ¿Acaso no se da cuenta usted
de que Dios lo ha cuidado milagrosamente y que usted vive por Sus milagros? El hecho
de que usted tenga un buen trabajo es un milagro. Además, el tener una casa apropiada
y ser protegidos y preservados hasta ahora constituyen milagros. Todas estas cosas
proceden del milagroso envío del maná por parte de Dios. Lo que hacemos cada día es
simplemente cumplir con nuestro deber de recoger el maná. Cuando va a trabajar cada
día, usted recoge el maná, pero el maná en sí es fruto de los milagros de Dios. Si no
puede creer esto ahora, algún día lo creerá. Usted verá que aun su vida física depende de
los milagros de Dios. La primera forma en que Dios alimenta a Su pueblo es por
milagros. ¡Qué esto deje en todos nosotros una profunda impresión y que nos provoque
a adorar a Dios al respecto! Debemos darnos cuenta de que no vivimos por nuestra
educación ni por nuestra capacidad, sino por el hecho de que Dios hace llover el maná.
La segunda manera que Dios emplea para cuidarnos es la ley natural de la siembra y la
cosecha. Sí, necesitamos sembrar, pero es Dios quien nos da la semilla que sembramos.
Además, Dios permite que la semilla crezca a fin de que recojamos una cosecha.
Nosotros podemos sembrar la semilla, pero no podemos hacer que ésta crezca. Dios
provee la semilla, Él la hace crecer y Él también nos da el pan que comemos.
LA SEGURIDAD DE PABLO
Ahora podemos entender los pensamientos que motivaban a Pablo a escribir los
capítulos ocho y nueve. En el capítulo ocho Pablo usó la recolección del maná como base
para tener comunión con los santos en cuanto a dar bienes materiales a los necesitados.
En el capítulo nueve Pablo usó la siembra y la cosecha como base para dicha comunión.
Por tanto, Pablo tenía una doble base sobre la cual tener comunión con los santos acerca
de la ministración de bienes materiales. Esto le dio la seguridad y la confianza de decir a
los santos que si daban lo más que pudieran, no tenían por qué preocuparse por el
futuro. Aquí Pablo parecía decir: “Santos, dad todo lo que podáis. No necesitáis
preocuparos por el día de mañana. Vuestro futuro está totalmente en las manos de Dios.
Yo tengo plena confianza en eso y por eso mismo os aliento a que deis. No corro ningún
riesgo al pediros que deis a los necesitados. Si tomáis mi palabra y lo hacéis, os
multiplicaréis las acciones de gracias a Dios. Además, si estáis dispuestos a sembrar con
dádivas, Dios enviará un incremento en vuestras cosechas. Él aumentará los frutos de
vuestra justicia”.
¿Por qué tuvo Pablo la confianza de alentar a los santos empobrecidos a dar de esta
manera? Él tuvo esa confianza porque conocía la palabra de Dios. Además, él conocía la
economía de Dios y Sus principios divinos. Se daba cuenta de que era algo muy serio
pedir a iglesias que se hallaban en una situación de pobreza económica, que dieran para
ayudar a otros que estaban necesitados. Él no pedía a un individuo que ayudara a otro;
él alentaba a las iglesias de Europa que ayudaran a las iglesias de Judea. Pareciera que
Pablo corría un riesgo, porque los santos podrían haber sufrido en el futuro. Pero Pablo
sabía que no estaba tomando ningún riesgo, porque tenía la seguridad de que Dios
intervendría y haría llover el maná, es decir, proveería la semilla para la siembra, el pan
para el sustento. Ésta es la manera correcta de entender lo que dice Pablo en 2 Corintios
8 y 9.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA
(1)
Lectura bíblica: 2 Co. 10:1-6
Al leer nosotros el libro de 2 Corintios, tal vez nos parezca que para el final del capítulo
nueve Pablo había tratado todos los puntos necesarios y que no era necesario que
siguiera escribiendo. Sin embargo, en los últimos cuatro capítulos de esta epístola, Pablo
se dirige a otro asunto crucial que estaba en su corazón, a saber, la cuestión de su
autoridad apostólica. Él comentó algo al respecto en 1 Corintios, pero debido a que el
tiempo no era propicio, no habló de ello en detalle. Cuando se escribió 1 Corintios, los
corintios no habían sido lo suficiente preparados como para que Pablo tratara el tema de
su autoridad apostólica. Pero para el tiempo en que escribía 2 Corintios 10, las
tormentas habían cesado, y todo estaba en calma. Por tanto, estando todos sosegados y
en paz, reinaba un ambiente tranquilo. En ese ambiente, en esa condición, Pablo aborda
el tema de su autoridad apostólica. En los capítulos diez, once, doce, y parte del trece,
Pablo presenta este asunto ante los corintios, y lo enfoca de distintos ángulos.
Pablo, un excelente escritor, siempre trata los temas, cualquiera que sea, de manera
exhaustiva, sin dejar lugar para cuestionamientos. Como veremos, este principio se
aplica también a la vindicación que él hace de su autoridad apostólica. Los creyentes
corintios necesitaban entender claramente esto, y nosotros también debemos entenderlo
claramente.
UN CONTRASTE
En 10:1 Pablo dice: “Mas yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo
que (según vosotros) estando presente soy tan poca cosa entre vosotros, mas ausente
soy osado para con vosotros”. Observemos que este versículo empieza con la palabra
“mas”, la cual indica un contraste. En los capítulos ocho y nueve, el apóstol habló de un
modo agradable a los queridos santos de Corinto, animándoles a tener comunión en la
ministración para los santos necesitados de Judea. Inmediatamente después de eso, él
deseaba explicarse con claridad, por medio de una palabra severa y no agradable,
vindicando su apostolado, y más específicamente, su autoridad apostólica. Eso fue
necesario debido a la situación vaga y confusa causada por los falsos apóstoles judaicos
(11:11-15), cuya enseñanza y énfasis en su posición había distraído a los creyentes
corintios, apartándolos de las enseñanzas fundamentales de los apóstoles auténticos y
especialmente del entendimiento correcto con respecto a la posición que Pablo tenía
como apóstol.
Debe quedar grabado en nosotros el hecho de que esta sección de 2 Corintios se halle en
total contraste con la sección anterior. En los capítulos del seis al nueve, las palabras de
Pablo son agradables, pero lo que él dice en los capítulos del diez al trece a veces es
severo e incluso no agradable. Al leer los últimos cuatro capítulos de este libro, tal vez
nos preguntemos si Pablo había perdido su preocupación tierna e íntima. Algunos
quizás lo critiquen por su severidad. Pero la realidad es ésta: Pablo pudo escribir estos
capítulos tal como lo hizo debido a que era tan espiritual.
En 10:1 Pablo nos dice que él rogó a los corintios por la mansedumbre y ternura de
Cristo. Sin embargo, no nos dice el propósito de su ruego. Él nos dice cómo rogó, mas no
nos especifica por qué rogó. Si usted lee todo este capítulo, tratando de descubrir el
propósito del ruego de Pablo, no lo encontrará. Pablo simplemente no dice cuál es el
propósito de su ruego. ¿Cometió entonces algún error? No; lo que a Pablo le interesa es
cómo ruega a los santos, más que el propósito por el cual les ruega. Esto indica que la
manera en que Pablo ruega es más importante que el propósito de su ruego. Por esta
razón, Pablo hace notar que él rogó a los creyentes por la mansedumbre y ternura de
Cristo.
Los cristianos tal vez piensen que mientras su intención sea realizar una obra para el
Señor, no necesitan preocuparse por los medios que usan para llevarlo a cabo. Por
ejemplo, en la predicación del evangelio, usan métodos o entretenimientos mundanos.
Por ello, deseo recalcar que en la Biblia Dios muestra que para Él lo más importante es
cómo laboramos y no nuestro propósito al hacerlo. Pablo era un embajador celestial y,
como tal, él también se preocupaba más por la manera de hacer las cosas, que por el
propósito. Ésa es la razón por la cual él describe la manera en que rogó a los corintios,
mas no menciona el propósito. Que todos aprendamos de él al respeto.
LA MANSEDUMBRE Y LA TERNURA DE CRISTO
En 10:1 Pablo declara que él hace su ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo. Esto
indica que el apóstol, quien estaba firmemente adherido a Cristo (1:21) y quien era uno
con Él, vivía por Cristo y se conducía según las virtudes de Cristo. Todas las virtudes de
Cristo llegaron a ser las virtudes de Pablo. La mansedumbre es una virtud de la
humanidad de Cristo que fue expresada por la vida divina. La mansedumbre de Cristo
no es algo sencillo, pues ésta se halla en Su humanidad y se manifiesta mediante la vida
divina. Cuando Cristo estuvo en la tierra, llevó una vida humana por la vida divina.
Mediante esta mezcla de la divinidad con la humanidad, se manifestó la virtud de
mansedumbre.
Puesto que Pablo vivió a Cristo, las virtudes de Cristo llegaron a ser las suyas. La
expresión “por la mansedumbre y ternura de Cristo” indica que Pablo era uno con Cristo
y que tomó a Cristo como su vida. Por tanto, él rogó a los creyentes, no por sí mismo,
sino por las virtudes de Cristo, y particularmente por la mansedumbre y ternura de
Cristo. Pablo rogó a los demás por Cristo, en Cristo y con Cristo.
LA PERSONA DE PABLO
Después de que Pablo nos dice la manera en que ruega, él habla de la clase de persona
que era. Declara en el versículo 1: “Mas yo Pablo ... que ... estando presente soy tan poca
cosa entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros”. Esta descripción de la
persona de Pablo corresponde con el tema de 2 Corintios. El tema de esta epístola tiene
que ver con la clase de persona que era Pablo y la clase de vida que llevaba. A Pablo no le
interesaba mucho la clase de obra que hacía; a él le preocupaba mucho más su persona y
su vivir. Como hemos hecho notar, en el capítulo diez, él ni siquiera menciona el
propósito de su ruego. Él tenía tanto interés en la manera en que hacía su ruego, que ni
siquiera mencionó por qué rogaba.
En cuanto a su persona, Pablo declara que él era poca cosa entre los corintios, y que era
osado para con ellos cuando no estaba presente. El apóstol era valiente, y en esta
epístola tuvo la osadía de describir la verdadera situación que existía entre los corintios.
Podemos aprender de Pablo a ser mansos en presencia de los demás, y osados cuando
estemos lejos de ellos. Cuando usted esté en presencia de determinada persona, no debe
ser demasiado osado; pero al escribirle una carta, puede ser osado. Algunos tal vez
digan: “Yo suelo ser osado en presencia de las personas, pero cuando no estoy con ellas,
mi osadía parece esfumarse”. Esto indica que la osadía que usted ejerce en presencia de
esa persona no es apropiada. Si su osadía no se esfuma después de haberse despedido de
esa persona, entonces tal vez se trate de una osadía apropiada. Pablo fue muy osado al
escribir a los corintios. Pero si pudiéramos estar en presencia de Pablo, lo
encontraríamos manso y muy poca cosa.
Hay mucho que podemos aprender de la manera en que Pablo se conducía. Cada vez que
deseemos tratar a una persona con osadía, debemos esperar hasta que no estemos en
presencia de ella y ver si nuestra osadía permanece. Así se condujo Pablo con los
corintios. Les rogó por la mansedumbre y ternura de Cristo, y era poca cosa entre ellos,
pero cuando les escribió, él fue osado. En estos versículos vemos la mansedumbre de
Pablo, su ternura, su humildad y su osadía, la cual era apropiada.
LA GUERRA ESPIRITUAL
En el versículo 3 Pablo parece decir: “Debido a que todavía estamos en la vieja creación,
aún estamos en la carne. Pero no andamos según la carne. En particular, no militamos
conforme a la carne. No niego que aún estoy en la carne, pero no soy una persona que
vive, habla y actúa según la carne. Por el contrario, ando conforme al espíritu. Por
consiguiente, en cuanto a la guerra espiritual, lucho conforme al espíritu. Corintios,
vosotros erráis completamente al pensar que nosotros los apóstoles luchamos según la
carne. Eso no es cierto, pues nuestra guerra es conforme al espíritu”.
En los versículos 4 y 5, Pablo sigue con el mismo tema: “Porque las armas de nuestra
milicia no son carnales, sino poderosas ante Dios para derribar fortalezas, al derribar
argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y al llevar
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Puesto que en la guerra espiritual no
se pelea contra carne, sino contra fuerzas espirituales (Ef. 6:12), las armas no deben ser
carnales sino espirituales. Tales armas son poderosas para derribar las fortalezas del
enemigo.
La meta de esta batalla espiritual es derribar las fortalezas de Satanás, las cuales se
hallan en la mente humana reprobada. Estas fortalezas son los pensamientos orgullosos,
los pensamientos altivos y la imaginación de la mente humana. La mentalidad altiva y
los pensamientos orgullosos son fortalezas que construye Satanás en la mente del
hombre. Éstas se oponen al conocimiento de Dios. La meta de nuestra lucha es derribar
tales fortalezas. La gente se rebela contra Dios por causa de estas fortalezas, de estos
argumentos y pensamientos altivos. Por tanto, debemos combatir estas cosas para que
todo pensamiento sea llevado cautivo a la obediencia a Cristo.
Lo que dice Pablo en 10:5 acerca de los argumentos y de la altivez que se elevan en
contra del conocimiento de Dios, hace referencia a las enseñanzas de los judaizantes.
Esto era el trasfondo de lo que Pablo escribió en este versículo. Conforme a lo que Pablo
declara, la guerra espiritual que libraban los apóstoles consistía en derribar las
fortalezas, los argumentos y la altivez que se levantaban contra el conocimiento
neotestamentario genuino y adecuado de Dios. Además, Pablo agrega que la meta de la
guerra espiritual que él libraba consistía en llevar cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo. En particular, Pablo tenía en mente los pensamientos que se
originaban en las enseñanzas judaicas.
Por una parte, los maestros judaizantes profesaban ser de Cristo; por otra, enseñaban
muchas cosas acerca de la ley que de hecho iban en contra de Cristo. Creían en Cristo,
pero enseñaban cosas que se oponían a Él . No se habían entregado completamente a
Cristo, ni lo obedecían de forma total. Había algo en su mentalidad que debía ser
sometido. Por tanto, lo que Pablo enseña en 2 Corintios constituye una lucha contra los
pensamientos, argumentos e imaginaciones judaicas, una lucha cuyo fin era llevar
cautivo a la obediencia de Cristo aquellos pensamientos que estaban llenos de la
influencia del judaísmo.
El versículo 6 indica que entre los santos de Corinto, había algunos que, bajo la
influencia de los argumentos y pensamientos judaicos, eran rebeldes. Por esta razón,
Pablo dijo que él estaba dispuesto a castigar toda desobediencia cuando la obediencia de
los corintios fuera perfecta. La desobediencia mencionada en este versículo se refiere a
la que tiene que ver con las enseñanzas judaicas. La prontitud de Pablo para castigar esa
desobediencia tenía una condición, y esa condición era la obediencia de los corintios.
Era necesario que ellos fueran totalmente obedientes al evangelio de Cristo. No podían
estar parcialmente en pro del evangelio del Nuevo Testamento y parcialmente en pro de
la ley del Antiguo Testamento. Estar en pro de la ley, aunque fuera parcialmente, era
rebelión y desobediencia. Cuando los corintios llegasen a obedecer completamente al
evangelio neotestamentario, la situación sería propicia para que Pablo castigara toda
desobediencia. La situación de Corinto le permitiría tener una base para castigar la
desobediencia de los judaizantes. Ésta es la interpretación correcta de este pasaje de la
Palabra.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
(2)
El versículo 7 dice: “Miráis las cosas según la apariencia. Si alguno está persuadido en sí
mismo que es de Cristo, esto también piense por sí mismo, que como él es de Cristo, así
también nosotros somos de Cristo”. Éstas son palabras francas, y difieren de las
palabras que encontramos en los capítulos seis y siete. Indudablemente, los judaizantes
eran los que estaban persuadidos en sí mismos de que eran de Cristo. Aunque estos
judaizantes eran cristianos, no estaban dispuestos a ser uno con Pablo en cuanto a su
ministerio. Ellos profesaban ser de Cristo; por tanto, Pablo procuraba aclarar que los
apóstoles ciertamente eran de Cristo también. Esto indica que ser de Cristo es un asunto
importante; es vital para la vida y el ministerio cristianos.
En los versículos 8 y 9 Pablo declara: “Porque aunque me gloríe en cierto modo más
abundantemente de nuestra autoridad, la cual el Señor nos dio para edificaros y no para
derribaros, no me avergonzaré. Digo esto para que no parezca que os amedrento por mis
cartas”. El versículo 8 indica que en el pasado Pablo dijo algo a los corintios acerca de su
autoridad apostólica. La autoridad apostólica no se otorga para gobernar a los creyentes,
lo cual concuerda con el concepto natural, sino para edificarlos.
En el versículo 9 Pablo habla de que no era su intención amedrentar a los creyentes con
sus cartas. Eso quizás se refiera a la primera epístola de Pablo a los corintios. En esa
epístola Pablo se refirió a su autoridad apostólica, y es posible que algunos corintios
pudieron haber considerado que sus palabras los amedrentaban. Pero aquí Pablo indica
que no debían amedrentarlos.
En el versículo 10 Pablo dice: “Porque, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la
presencia corporal débil, y la palabra menospreciable”. Esto confirma lo que dijimos en
el mensaje anterior acerca de que Pablo era poca cosa cuando estaba presente entre los
corintios. Él era manso y no era nada fuerte físicamente. Además, sus palabras, su
expresión, eran menospreciables, sin importancia. La palabra griega traducida
“menospreciable” significa literalmente tenida en nada.
En el versículo 11 Pablo dice a continuación: “Esto tenga en cuenta tal persona, que así
como somos en la palabra por cartas, estando ausentes, lo seremos también en hechos,
estando presentes”. Aunque Pablo parecía ser diferente cuando estaba presente en
comparación con su modo de ser manifiesto en sus cartas, él en efecto era el mismo.
Debemos aprender de él a no ser políticos ni corteses de manera natural; no obstante,
debemos ser flexibles. En presencia de los demás, no debemos ser tan osados ni fuertes.
Sin embargo, esto no significa que realmente seamos débiles o que no sepamos nada.
Más bien, quizás queramos evitar ofender a los demás innecesariamente. No obstante, a
veces es posible que sea necesario expresar algo que aparentemente sea osado o fuerte.
A veces es necesario expresar algo muy fuerte en lo que escribimos, pero no estamos
dispuestos a hacerlo. En otras ocasiones, no debemos ser tan osados en presencia de las
personas, y lo somos. Esto indica que no somos sabios, flexibles, ni comprensivos. Que
todos aprendamos a ser genuinos, y no diplomáticos. Al mismo tiempo, aprendamos a
ser flexibles. Por una parte, debemos hacer lo posible por no herir los sentimientos de
los demás; y por otra, a veces debemos hablar francamente con la verdad y con cierta
osadía.
NO GLORIARSE DESMEDIDAMENTE
En los versículos 15 y 16, Pablo dice: “No nos gloriamos desmedidamente en trabajos
ajenos, sino que esperamos que conforme crezca vuestra fe seremos engrandecidos
entre vosotros en abundancia, conforme a nuestra regla, para anunciar el evangelio en
los lugares más allá de vosotros, no para gloriarnos en la medida de la regla de otro
hombre en lo que ya estaba preparado”. En estos versículos podemos ver que los
apóstoles tenían la esperanza de que por medio del crecimiento de la fe de los creyentes
corintios, su ministerio fuese magnificado (en el sentido de ser alabado) al ser
agrandado y aumentado abundantemente, pero conforme a la regla, la medida, que Dios
les había asignado. Pablo esperaba ser magnificado entre los corintios conforme al
límite de la medida de Dios.
RESTRINGIDOS POR DIOS
En los versículos 13, 14 y 15 vemos que aunque esperamos que la obra del Señor se
extienda, debemos aprender a ser restringidos por Dios. No debemos esperar una
propagación sin medida. Esa clase de propagación ciertamente no estaría dentro del
límite de un andar conforme al Espíritu. Por experiencia, podemos testificar que si
propagamos la obra conforme al Espíritu, siempre habrá cierto límite. Interiormente
tendremos la sensación de que el Señor desea extender la obra solamente hasta cierto
punto. Además, exteriormente, en las circunstancias, el Señor tal vez se valga de algunas
cosas para restringir la propagación de la obra. Por tanto, interiormente no sentimos la
paz como para propagar la obra más allá de cierto punto, y exteriormente, las
circunstancias no nos permiten ir más allá de ciertos límites.
Muchos jóvenes no pueden tolerar el hecho de que Dios los esté levantando y bajando.
Después de experimentarlo varias veces, quieren renunciar. Su actitud tal vez sea ésta:
“Si Dios me quiere levantar, que me deje ir hasta los cielos y permanecer allí hasta que el
Señor Jesús regrese; pero si Dios me quiere bajar, que me deje abajo. Lo que no me
gusta es subir y bajar, y luego bajar y volver a subir”. Esta falta de conformidad con los
altibajos que Dios nos hace pasar, es una expresión del carácter natural de muchos
jóvenes.
Dios no desea que estemos siempre arriba o siempre abajo. Aun testifica de esto la
forma en que en la naturaleza alternan el día y la noche. No existe un día sin fin o una
noche sin fin. Antes bien, después del día sigue la noche, y después de la noche sigue el
día. Dios no nos creó para que tuviéramos un día o una noche que durara muchos años.
Quizás esto corresponda a la manera en que nosotros operamos, mas no a la manera en
que opera Dios.
Dios tiene muchas formas de hacernos bajar. A algunos jóvenes su vida matrimonial les
ha hecho bajar. Antes de casarse, cierto hermano quizás haya sido semejante a un águila
que vuela en el aire. A él le era fácil hablar de la maravillosa y gloriosa vida de iglesia.
Pero poco tiempo después de casarse, pareciera que la vida de iglesia dejó de ser
gloriosa. Dios usa el matrimonio para calmar al entusiasta hermano. En algunos casos,
es posible que este hermano quede desanimado por un largo período después de su
casamiento, pero finalmente, se vuelve a levantar, aunque no de una manera tan
entusiasta como antes. Con esto da muestras de mejoramiento.
A veces Dios usa a uno de los ancianos para hacernos descender. Si le sucede esto a
usted, debe darse cuenta de que es Dios quien lo hace descender, y no el anciano; Él lo
hace por medio del anciano. Sin tener la mínima intención, es posible que ese anciano le
dirija ciertas palabras, y esas palabras lo hacen descender. Dios nos trata de esta manera
porque Él es el Dios que mide, que nos asigna cierta medida.
Me doy cuenta de que estar desanimado es algo muy serio. Hay hermanos que
permanecen desanimados por tanto tiempo que pareciere que jamás se volverán a
levantar. Pero quizás después de cierto tiempo, se vuelven a levantar. Ninguno de
nosotros debería atreverse a decir cuál será la situación de otro hermano. Estos altibajos
están más allá de nuestro control o dirección. Efectivamente, nosotros no controlamos
esto ni lo dirigimos. Por consiguiente, todos debemos darnos cuenta de que Dios está en
control y que ésta es la manera en que nos mantiene dentro de nuestra medida.
En este país, el recobro del Señor se ha extendido en cierta medida. Sin embargo,
pareciere que esta propagación ha experimentado un límite. No obstante, esto no
significa que el Señor detendrá la propagación del recobro de manera permanente. Lo
que quiero decir es que, según nuestro concepto, una vez que el recobro del Señor
empieza a extenderse, debe progresar continuamente sin restricción alguna. Pero éste
no concuerda con el concepto de Dios.
No debemos pensar que Pablo era tan espiritual que era totalmente diferente de
nosotros. Aun él tuvo que aprender a aceptar la restricción que provino de parte del
Señor. Por ejemplo, Pablo quería ir a Roma, pero no esperaba ir allí en cadenas.
Además, él dijo a los creyentes de Roma que esperaba ir a España y ser encaminado por
ellos (Ro. 15:24). Pablo jamás fue a España, y llegó a Roma en cadenas. Esas cadenas
fueron la medida, los límites, que el Señor le asignó. Dios no asignó libremente Roma a
Pablo; antes bien, Dios lo condujo allí como prisionero. Sí, Pablo estuvo en Roma, pero
estuvo allí encarcelado. Ese encarcelamiento era una restricción. Roma no fue territorio
de Pablo de una manera sin restricción. Dios es soberano, y todo lo que le sucedió a
Pablo estaba bajo Su soberanía. Esto significa que las cadenas y el encarcelamiento de
Pablo representaban la restricción soberana que Dios le había impuesto. Pablo estuvo
dispuesto a someterse a la medida que Dios le había asignado. Él ni transgredió esa
restricción, ni se rebeló contra ella. En este asunto, él no dio coces contra los aguijones.
Pablo, basándose en el principio de la medida de Dios, dijo a los corintios que todo lo
que él hizo y habló, no iba más allá de la medida que se le había asignado. Pablo siempre
actuaba y se conducía dentro de su medida. Usando la terminología de hoy, diríamos
que él actuaba dentro de su jurisdicción. En contraste con los judaizantes, él jamás fue
más allá de su jurisdicción.
En los versículos del 13 al 15, Pablo parece decir: “Corintios, como iglesia, habéis sufrido
bastante a causa de la venida de los predicadores judaicos. Estos predicadores, aunque
son cristianos, no están dispuestos a abandonar el judaísmo. Por una parte, predican a
Cristo; por otra parte, siguen enseñando la ley mosaica. Al hacer esto, causan problemas
y hacen daño a la vida de iglesia. Ellos han influido mucho en vosotros corintios. Por
tanto, debéis daros cuenta de que estos judaizantes jamás debieron haber venido a
Corinto. Dios no les asignó la ciudad de Corinto; Corinto no está en su jurisdicción.
Hablando sinceramente, Corinto es mi jurisdicción, mi territorio”. Éste es el concepto
que Pablo presenta en estos versículos. No obstante, le resultaba difícil hablar de ello de
forma directa y franca. Pero en esto se percibe la implicación de que Pablo condenó a los
judaizantes por haber ido a Corinto. Por tanto, Pablo parece decir: “Nosotros no nos
extralimitamos, como lo hacen los judaizantes. Nosotros fuimos los primeros en llegar a
vosotros con el evangelio de Cristo. Esto fue una señal de que Corinto nos había sido
asignada. Vinimos conforme a la regla de Dios. Dios nos asignó Corinto a nosotros, no a
los judaizantes. De hecho, Dios no ha repartido nada a los judaizantes. No deberían ir a
ninguna parte. Sus movimientos son totalmente ilegales a los ojos de Dios y están fuera
de la debida jurisdicción”. Éste es el pensamiento fundamental de estos versículos, y
éste era el sentir que imperaba en el espíritu de Pablo mientras escribía.
Los apóstoles siempre actuaban conforme a la regla de Dios. Todo lo que Dios les medía
y les asignaba, llegaba a ser su jurisdicción, y los demás no debían interferir con ello. Si
Dios hubiera asignado cierto territorio a los judaizantes, los apóstoles no habrían ido a
ese territorio, porque al hacerlo, se habrían extralimitado. Esto es lo que Pablo dice aquí.
En el servicio de la iglesia, debemos darnos cuenta de que Dios nos ha asignado cierta
medida y no debemos extralimitarnos. Debemos conocer nuestros límites, nuestra
jurisdicción, y no extendernos al territorio de los demás. Al igual que Pablo, debemos
movernos y actuar conforme a nuestra regla, es decir, conforme a la medida que Dios
nos ha asignado.
Pablo sabía, por el llamado macedonio que recibió, que Corinto estaba bajo su regla, su
medida. En Hechos 16 nos enseña que Pablo entendió claramente que Dios lo había
llamado a Europa. Él fue a Acaya con el evangelio de Cristo conforme a la regla de Dios.
Tanto Macedonia como Acaya se encontraban bajo la regla de Pablo. Por tanto, los
judaizantes no debieron haber entrado en ese territorio y causado problemas. Éste era el
profundo sentir que había en Pablo mientras escribía estos versículos.
Aliento especialmente a los jóvenes a que estudien este pasaje de la Palabra y aprendan
de él cómo deben conducirse en el servicio de la iglesia y cómo deben comportarse en el
recobro del Señor. Jóvenes, ustedes deben conocer su regla, sus límites. Esto significa
que deben saber cuánto Dios les ha medido, cuanto les ha repartido. Esta restricción,
esta limitación, quebranta de manera práctica nuestra carne. Nuestro hombre natural
quiere ser libre de limitaciones; pero Dios conoce nuestro problema. Por tanto, Él pone
límites y restricciones para que permanezcamos dentro de la medida que Él nos ha
asignado.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y DOS
(3)
Como lo indica el libro de 1 Corintios, los corintios tenían muchos problemas que los
alejaron del Señor. Pero gracias a la primera epístola que Pablo les escribió, muchos de
los creyentes volvieron al Señor, experimentando así una reconciliación adicional con
Dios. Es posible que algunos incluso volvieran a Dios de manera completa. Muchos de
sus problemas fueron solucionados, pero aún así permanecía uno más: la cuestión del
apostolado de Pablo. Lo más sutil que ocurre en una iglesia local es el surgimiento de
dudas acerca de los apóstoles, acerca de los que ministran a Cristo a las iglesias.
Pablo dejó este tema para el final porque era necesario resolver primero los otros
asuntos para poder tratar éste. Si los santos seguían con problemas y si la situación
entre ellos no estaba sosegada, no habría sido apropiado que Pablo hablara de su
apostolado; no habría sido el momento propicio para que él vindicara su autoridad
apostólica. Sin embargo, puesto que por lo menos la mayoría de los corintios se había
tranquilizado y los problemas entre ellos habían sido solucionados, Pablo se dio cuenta
de que el tiempo había llegado para solucionar el último problema, a saber, el problema
que tenían los creyentes con respecto a su apostolado. El último problema de una iglesia
local siempre es el que tiene que ver con los que ministran, con los apóstoles.
Así como a cualquiera le resulta difícil vindicarse, a Pablo también le fue difícil vindicar
su autoridad apostólica. Si él hubiera vindicado la autoridad apostólica de Pedro, el
asunto habría sido mucho más fácil. Siempre es más fácil hablar por otra persona que
hablar directamente de nosotros mismos.
En los capítulos del diez al trece, Pablo emprende la difícil tarea de vindicar su
apostolado y solucionar así el último problema que existía en la iglesia que estaba en
Corinto. De no solucionar este problema, la iglesia en Corinto habría seguido enferma.
Cualquier iglesia que tenga problemas relacionados con los apóstoles, está enferma.
Debido a que la iglesia en Corinto tenía problemas con Pablo, el que ministraba a Cristo
a ellos, esa iglesia estaba enferma. Por tanto, los últimos cuatro capítulos de 2 Corintios
se escribieron con el propósito de solucionar este problema. Habría sido mucho mejor si
otra persona, como por ejemplo Timoteo o Pedro, hubiese hecho esto por Pablo. No
obstante, nadie podría escribir estos capítulos como lo hizo Pablo.
En los capítulos del diez al trece, Pablo de hecho afronta el problema causado por los
judaizantes. Esto significa que él les hace frente a los judaizantes mismos, los cuales
representaban un grave problema. Al confrontarlos, Pablo dice primeramente en el
capítulo diez que las armas de la milicia de los apóstoles no son carnales, sino poderosas
ante Dios para derribar fortalezas. En otra parte del capítulo diez, Pablo dice que él
permaneció dentro de sus límites, pero que los judaizantes se extralimitaron.
En el capítulo diez Pablo primero indica a los corintios que ellos habían sido
indoctrinados, que por lo menos habían sido afectados por las enseñanzas judaicas.
Según lo que dice Pablo en 10:5, aquellas enseñanzas eran argumentos y altiveces que se
levantaban contra el conocimiento de Dios. Esos pensamientos rebeldes habían sido
inyectados en los corintios y habían hecho que ellos se rebelaran. Por tanto, se
necesitaba librar una guerra espiritual para derribar las fortalezas de esos argumentos
de altivez y llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.
La fuente de esa rebelión era los judaizantes. Los judaizantes se habían extralimitado.
Dios, según Su soberanía, no había asignado el territorio de Acaya a los judaizantes. De
hecho, Dios no les había asignado nada. A pesar de esto, ellos se extralimitaron y
salieron por su cuenta, y como resultado, interfirieron con la jurisdicción del apóstol.
Mientras Pablo se vindicaba a sí mismo ante los judaizantes, se dio cuenta de que no
convenía mencionarlos abiertamente por escrito. Ésta es la razón por la cual a muchos
cristianos se les dificulta entender el capítulo diez. Cuando yo era joven, leí varias veces
este capítulo sin entender de qué hablaba Pablo. En aquel entonces, no tenía idea de los
antecedentes de este capítulo. Un día descubrí su historia y su trasfondo, y eso me
permitió conocer el sentir y el espíritu que Pablo proyecta en este capítulo. Entonces
empecé a entender 2 Corintios 10 de la manera explicada anteriormente. Ahora
podemos ver que Pablo escribió este capítulo para confrontar a los judaizantes, quienes
habían suscitado rebelión entre los creyentes que estaban en Corinto. Los versículos del
4 al 6 de 2 Corintios 10 no se refieren a los incrédulos, sino a los creyentes corintios.
El versículo 14 indica que Satanás es la fuente de los falsos apóstoles. Ellos lo seguían en
su engaño para frustrar la economía de Dios. Dios es luz y Sus ángeles pertenecen a la
luz. En contraste, Satanás es tinieblas, y todos sus seguidores están en tinieblas. No hay
comunión entre la luz y las tinieblas (6:14).
En 11:5 Pablo se refiere a los judaizantes como a superapóstoles: “Pero pienso que en
nada he sido inferior a aquellos superapóstoles”. Al usar el término superapóstoles, es
decir, apóstoles de un grado superlativo, Pablo alude irónicamente a los falsos apóstoles,
mencionados en el versículo 13 y en 12:11, quienes sobrepasaron el grado de
autenticidad de los apóstoles. Los falsos apóstoles eran los judaizantes que habían
venido a Corinto para predicar a otro Jesús con un espíritu diferente y con un evangelio
diferente (v. 4).
Los corintios pensaban que los judaizantes eran personas maravillosas y que hacían una
obra excelente al ayudarlos. Pero de hecho, los judaizantes hacían exactamente la misma
obra que hacía Satanás. Se transfiguraban en ministros de justicia, en apóstoles de
Cristo. Así que, Pablo usa cuatro expresiones para describirlos: falsos apóstoles, obreros
fraudulentos, superapóstoles y ministros de Satanás.
Los judaizantes usaban los mismos términos que los apóstoles: Jesús, espíritu y
evangelio. Profesando ser apóstoles de Cristo, predicaban a Jesús y ministraban cierta
clase de espíritu. Además, afirmaban que lo que enseñaban era el evangelio. No
obstante, ellos tenían a otro Jesús, un espíritu diferente y un evangelio diferente.
En el versículo 4 Pablo les dice a los corintios que ellos toleraban bien a los judaizantes.
La palabra griega traducida “bien” significa también “de manera estupenda o ideal”. Se
usa en un sentido irónico. En el versículo 1 el apóstol expresa su deseo de que los
creyentes corintios, quienes lo toleraban a él, lo toleraran más. En este versículo les
recuerda el hecho de que ellos toleraban formidablemente a los falsos apóstoles. La idea
de Pablo es ésta: “Puesto que a los falsos apóstoles vosotros los toleráis de una manera
tan buena, tan estupenda y tan ideal, os ruego que a mí me toleréis más”. Por esto él usa
la palabra “porque” al principio de este versículo.
¿Cree usted que la situación que enfrentamos hoy es distinta de la que afrontó Pablo?
Nuestra situación es bastante parecida. En principio, siguen existiendo judaizantes hoy
en día, así como existieron en la época de los apóstoles.
Cuando yo era joven, pensaba que la era apostólica debe de haber sido excelente,
admirable y maravillosa. Con el tiempo aprendí que la situación de aquel tiempo era
idéntica, en principio, a la situación que vivimos hoy en día. Si entendemos esto, no nos
desilusionaremos cuando encaremos oposición. Algunos alaban al Señor por el recobro;
no obstante, cuando piensan en la oposición, tal vez se inquietan profundamente. Les
aliento a que no se inquieten, porque la situación que enfrentamos hoy es idéntica, en
principio, a la que encaró Pablo en la era apostólica.
En el capítulo once de 2 Corintios, Pablo tuvo que afrontar la situación de una iglesia
que él había levantado directamente. Ciertos falsos apóstoles, obreros fraudulentos,
ministros de Satanás, visitaron la iglesia en Corinto y suscitaron rebelión contra Pablo y
sus enseñanzas. A pesar de que Pablo había llegado a Corinto primero y había llevado a
muchos corintios al Señor por medio de su predicación, los creyentes corintios
aceptaron a los falsos apóstoles.
Hechos 16 relata cómo Pablo llegó a Macedonia. Él predicaba en Asia Menor, en una
región que Dios le había asignado. En cierto momento, Pablo sintió en lo profundo de su
ser que debía continuar su predicación en otra parte. No obstante, no sabía qué hacer ni
adónde ir. Quizás pensara que no debía ir a Europa, y que debía permanecer en Asia.
Luego, tuvo un sueño en que un varón macedonio decía: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”
(Hch. 16:9). Después de reflexionar sobre aquel sueño, Pablo concluyó que Dios lo
llamaba a ministrar a Europa. Por tanto, él predicó el evangelio en Filipos, Tesalónica,
Atenas y Corinto. Como resultado de su predicación, se levantó una iglesia en Corinto.
Luego, después de algún tiempo, los judaizantes llegaron a Corinto y causaron
problemas.
Es difícil de creer que los santos de Corinto aceptaran las enseñanzas de los judaizantes;
con todo, es un hecho que por lo menos algunos de ellos las aceptaron y fueron
motivados por ellas o por lo menos afectados por ellas. Esas enseñanzas hicieron que
algunos dudaran del apostolado de Pablo y se opusieran a él y a su ministerio.
Hemos visto que Pablo había ayudado a los corintios a solucionar varios problemas,
pero el problema tocante a la relación entre los creyentes corintios y el apóstol Pablo
quedaba sin solución. Por supuesto, no todos los corintios tenían problemas con Pablo;
sólo algunos de ellos tenían sus dudas. Aún así era necesario que Pablo dedicara cuatro
capítulos para solucionar ese problema.
Hemos visto que Pablo se muestra fuerte en el capítulo diez, y aún más fuerte en el
capítulo once, donde habla de falsos apóstoles, de obreros fraudulentos, de ministros de
Satanás y de superapóstoles. Si usted fuese un creyente de Corinto que había aceptado
las enseñanzas de los judaizantes, ¿habría recibido lo que dijo Pablo en cuanto a los
falsos apóstoles? Es probable que no. Ésta es la razón por la cual Pablo lucha para
someter los pensamientos rebeldes que existían entre los corintios.
Veamos ahora la manera en que Pablo libra la batalla contra las enseñanzas judaicas. En
11:1 él dice: “¡Ojalá me toleraseis un poco de necedad! Pero en verdad me toleráis”. El
uso de la palabra “necedad” alude irónicamente a la vindicación y la jactancia del
apóstol, a las cuales se vio obligado. Aquí Pablo parece decir a los corintios: “Os ruego
que me toleréis un poco de necedad. Hasta ahora he sido sabio. Ahora quisiera hablar de
manera necia. Pero antes de hacerlo, os pido que me toleréis un poco de necedad. No me
gloriaré ni hablaré neciamente sin medida. Habrá un límite a lo que procuro decir”.
En el versículo 2, Pablo dice además: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo”. Este
celo se puede comparar al celo que siente un esposo por su esposa. La palabra “virgen”
en este versículo significa que los creyentes han de ser la novia para el Novio (Jn. 3:23),
es decir, la esposa del Cordero (Ap. 19:7).
Los judaizantes que llegaron a Corinto quizás dijeran: “Sí, debemos creer en Jesucristo,
pero ¿cómo podríamos abandonar la ley que Dios dio por medio de Moisés? Este
hombre Pablo es un hereje. Él ha destruido la ley, y está en contra de la circuncisión.
Esto significa el fin de nuestra religión. ¿Acaso se equivocó Dios al dar la ley? ¿Acaso se
equivocaron Moisés, Josué, Samuel, David, Elías y todos los demás profetas? ¿Acaso
Pablo es el único que tiene razón? Pablo, quien vino a vosotros como apóstol, debe ser
condenado”. Así hablaron los judaizantes en la época de Pablo y así hablan hoy en día.
Los que se oponen al recobro del Señor, a menudo dicen algo así: “¿Creen ustedes que
todos y todo están mal, y sólo ustedes tienen la razón? ¿Acaso sus enseñanzas son las
únicas que son correctas? Nos levantaremos contra la iglesia local y la venceremos. Esto
debe llegar a su fin”.
MOTIVADOS A AMAR AL SEÑOR JESÚS
Debido a que Pablo era sabio, no disputó contra los judaizantes en cuanto a la doctrina.
Más bien, él les dijo a los corintios que los celaba con celo de Dios. También les dijo que
los había desposado con un solo esposo, para presentarlos como una virgen pura a
Cristo. ¡Qué manera tan maravillosa de hablar! Las palabras de Pablo en el versículo 2
son muy conmovedoras; tocan profundamente nuestro corazón y fomentan nuestro
amor por el Señor Jesús. A menudo los mensajes de estudio-vida tocan nuestro corazón
de la misma manera. Después de que leemos unas cuantas páginas de un mensaje, se
despierta en nosotros una tierna sensación hacia el Señor Jesús, y nos damos cuenta
nuevamente de lo querido y precioso que Él es para nosotros. En cambio, a veces
nuestra mente teológica y doctrinal se turba y empieza a hacer preguntas acerca de la
Trinidad o acerca del hecho de que Cristo es el Espíritu. Tal vez nos pongamos a pensar
acerca del modalismo. Quizás nos preguntamos si el ministerio en el recobro del Señor
es fidedigno. No obstante, después de leer un pasaje de un mensaje del estudio-vida,
empezamos a sentir nuevamente que el Señor Jesús, el Novio, es atractivo y precioso, y
espontáneamente decimos: “Oh Señor Jesús, querido Novio, te amo. Señor, gracias por
Tu palabra, por Tu ministerio y por Tu recobro”. Pero después de cierto tiempo, tal vez
empecemos de nuevo a preguntarnos acerca de las denominaciones: “¿Acaso todas las
denominaciones están mal? ¿Será realmente cierto que debe haber una sola iglesia en
cada ciudad? Si así es, ¿qué será de los demás cristianos?” Es característica de los
judaizantes suscitar muchas preguntas, pero el verdadero ministerio despierta nuestro
amor por el Señor Jesús, nuestro Novio.
Los judaizantes de hoy buscan hacer vacilar a los creyentes y apartarlos del simple amor
que éstos sienten por el Señor Jesús. Pero nosotros debemos dejar la ley mosaica y los
profetas y fijar toda nuestra atención en el Señor. Debemos ver en 11:2 que hemos sido
desposados con un solo esposo para ser presentados como una virgen pura a Cristo. Por
tanto, debemos decir: “Nuestro querido Señor Jesús es nuestro único Marido, y yo
formo parte de Su virgen. No me interesa la doctrina ni la teología. Lo único que me
interesa es el ministerio que me ministra a Cristo. Cristo es la persona agradable y
querido a quien yo amo”.
Mi carga en este mensaje consiste en plantar profundamente en los santos lo dicho por
Pablo en el versículo 2: “Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como
una virgen pura a Cristo”. Hemos visto que en el capítulo once, Pablo escribe algunas
cosas fuertes acerca de los judaizantes, los falsos profetas. Pero antes de expresar tales
palabras, les recuerda a los creyentes corintios que él los ha desposado con un solo
Esposo, no para presentarlos como estudiantes de teología, sino para presentarlos como
una virgen pura a Cristo.
SENCILLEZ Y PUREZA PARA CON CRISTO
En el versículo 3 Pablo dice: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a
Eva, se corrompan vuestros pensamientos, apartándose de alguna manera de la sencillez
y pureza para con Cristo”. La palabra griega traducida “sencillez” puede ser traducida
simplicidad. Esto se refiere a la absoluta lealtad, la firme fidelidad, que los creyentes
tenían hacia Cristo. A Pablo le preocupaba que los pensamientos de los creyentes
corintios fueran corrompidos. Ellos eran una virgen pura para Cristo, pero así como la
serpiente engañó a Eva, los pensamientos de ellos corrían el riesgo de corromperse y
desviarse de la sencillez y pureza para con Cristo. De hecho, algunos corintios ya se
habían corrompido de esta manera. Por tanto, aquí Pablo parece decir: “Queridos
corintios, mi interés es que vosotros mantengáis vuestra sencillez y pureza para con
Cristo. Olvidad las enseñanzas y la religión judaicas y sed sencillos para con Cristo.
Cristo es vuestro querido Esposo, y simplemente necesitáis amarlo a Él”.
No es la meta del recobro del Señor recobrar la doctrina o la teología, sino recobrar a
Cristo mismo como el único Esposo a quien debemos amar. Debemos pertenecerle
solamente a Él. En tanto que hayamos sido desposados con este Esposo como una
virgen pura, y en tanto que lo amemos, apreciemos y pertenezcamos sólo a Él, seremos
preservados. Esto nos guardará, nos santificará, nos saturará y nos transformará. Como
veremos, en los últimos cuatro capítulos de esta epístola no hay nada doctrinal ni
teológico. Lo que vemos es una Persona querida, el Esposo único y universal. Todos
nosotros hemos sido presentados como virgen pura a Cristo. Somos para Él, y sólo Él
nos debe atraer; debemos amarlo, apreciarlo y valorarlo. Esto nos preservará y nos
ayudará a ser santificados y transformados.
(4)
En 11:3 Pablo dice: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, se
corrompan vuestros pensamientos, apartándose de alguna manera de la sencillez y
pureza para con Cristo”. Aquí el apóstol Pablo indica que se puede comparar las
enseñanzas de los judaizantes con las palabras engañosas que la serpiente dirigió a Eva
en Génesis 3. En otras palabras, Pablo compara las actividades de los judaizantes con lo
que hizo la serpiente a Eva. Al leer Génesis 3, vemos que la serpiente distrajo a Eva y la
apartó del disfrute del árbol de la vida. La manera en que la alejó del disfrute del árbol
de la vida fue mostrarle otro árbol, el árbol del conocimiento del bien y del mal, el cual
produce muerte.
Hemos dicho muchas veces que el árbol de la vida es sencillo. Este árbol contiene un
solo elemento, el cual es la vida divina. El árbol de la vida resulta en vida; mientras que
el árbol del conocimiento del bien y del mal, por el contrario, es complicado y también
complica. En ese árbol tenemos el bien, el mal, el conocimiento y la muerte.
En 2 Corintios 11 Pablo relaciona lo que los judaizantes hacían a la iglesia que estaba en
Corinto con lo que la serpiente hizo a Eva. Yo creo que Pablo, en lo profundo de su
espíritu, se daba cuenta de que estos dos asuntos eran en realidad uno solo, y que lo que
sucedía en Corinto era una repetición de lo que había sucedido en el huerto de Edén.
Eva era una esposa, y la iglesia de Corinto era una virgen pura, desposada con un solo
marido, Cristo. Por esta razón, en 11:2 Pablo declara: “Porque os celo con celo de Dios;
pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a
Cristo”. Además, la esposa que vemos en el huerto de Edén fue distraída por la astuta
serpiente. En Corinto, la virgen estaba siendo distraída por Satanás por medio de los
judaizantes. En otra parte de este capítulo, Pablo asocia a los judaizantes con Satanás.
“Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se transfiguran para
hacerse pasar por apóstoles de Cristo. Y no es de maravillarse, porque el mismo Satanás
se transfigura en ángel de luz” (vs. 13-14). Aquí Pablo indica que los judaizantes, los
falsos apóstoles, son ministros de Satanás. El versículo 15 dice: “Así que, no es gran cosa
si también sus ministros se transfiguran para hacerse pasar por ministros de justicia;
cuyo fin será conforme a sus obras”. El hecho de que los judaizantes son ministros de
Satanás significa que no ministran a Cristo a los demás; lo que realmente ministran es a
Satanás.
Pablo pudo discernir que los judaizantes tenían a otro Jesús, otro espíritu y otro
evangelio. En el versículo 4 Pablo dice a los corintios: “Porque si viene alguno
predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, y si recibís otro espíritu que el
que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis”. Los
judaizantes profesaban predicar a Jesús, pero Pablo discernía que ellos predicaban a
otro Jesús, y no al Señor Jesús que Pablo predicaba. Además, afirmaban que tenían un
espíritu. Quizás afirmaban que este espíritu era el Espíritu Santo. Pablo también
discernía que el espíritu de ellos no era el Espíritu Santo; los judaizantes tenían otro
espíritu. Además, los judaizantes afirmaban que lo que predicaban era el evangelio. Pero
Pablo declaró que el evangelio de ellos era otro evangelio.
Cuando la serpiente se presentó ante Eva, no negó abiertamente la palabra de Dios. Más
bien, la serpiente dijo a la mujer: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol
del huerto?” (Gn. 3:1). Aquí vemos que la serpiente preguntó: “¿Conque Dios os ha
dicho?” Por una parte, esta clase de pregunta parece reconocer lo que Dios ha dicho; por
otra, socava la palabra de Dios. Al hacer esta pregunta, la serpiente inyectó veneno a Eva
para socavar lo que Dios había dicho.
A los creyentes corintios les resultaba difícil discernir la diferencia entre el Jesús que
predicaba Pablo y el que predicaban los judaizantes. El nombre era el mismo, pero se
necesitaba discernimiento. Lo mismo era verdad con respecto al evangelio. Pablo fue a
los corintios con el evangelio, y los judaizantes también profesaban predicar el
evangelio. Pero Pablo podía discernir que el evangelio predicado por los judaizantes era
distinto del que predicaban los apóstoles. No era el mismo evangelio que predicaba
Pablo.
Quisiera hacer notar algo importante relacionado con el evangelio verdadero, el espíritu
sincero y el Jesús auténtico. Dondequiera que se predique el evangelio verdadero y al
Jesús verdadero, con un espíritu sincero, el Señor Jesús será ministrado a los demás de
manera que lo valoren más, lo amen, lo sigan y lo tomen como el todo. A lo largo de los
siglos, muchos han predicado de la Biblia y han enseñado la Biblia; no obstante, su
predicación y enseñanza alejó a los creyentes de la preciosa Persona del Señor
Jesucristo. En principio, esas personas alejan a los creyentes de la misma manera en que
lo hizo la serpiente en Génesis 3.
La meta de Dios es la vida. Esta vida, representada por el árbol de la vida, es Dios mismo
en Cristo como el Espíritu. La manera en que obra el enemigo, Satanás, la serpiente, es
alejar a las personas de esta vida. Su objetivo es llevarlos al conocimiento, al bien y al
mal, cuyo resultado es muerte. La muerte consiste en estar separado del disfrute de
Dios.
El entendimiento correcto en cuanto a la muerte es que ésta denota que uno ha sido
separado del disfrute de Dios. Esto significa que si no disfrutamos a Dios, estamos
muertos. Asimismo, si somos separados de este disfrute, moriremos. Esto se revela
plenamente en Romanos 8. Romanos 8:6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es
muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. En este versículo, la muerte
equivale a la separación, a quedar separado del disfrute que se tiene de Dios. La vida es
lo opuesto de la muerte, porque equivale a disfrutar a Dios. Cuando disfrutamos a Dios,
no existe separación alguna entre nosotros y Dios, estamos en vida, y la vida opera en
nosotros.
Al distraer y alejar a los creyentes del árbol de la vida, Satanás procura separarnos del
disfrute de Dios, nuestra vida. Por siglos, la astuta serpiente ha usado las enseñanzas
para evitar que los escogidos de Dios disfruten a Dios como su vida. En general, estas
enseñanzas están relacionadas con el conocimiento, con el bien y el mal. El resultado de
dichas enseñanzas es que ellas nos separan de Dios.
Desde la época de los apóstoles hasta hoy, ha habido muchas enseñanzas relacionadas
con la doctrina, la teología, la religión, las prácticas, los rituales y la adoración a Dios.
Enseñanzas de esta índole están en la línea del árbol del conocimiento. Estas
enseñanzas no nos conducen a disfrutar a Dios. Por el contrario, nos separan de dicho
disfrute.
Cuando los judaizantes de antaño llegaron a las iglesias, ellos fingieron ser veraces. Tal
vez decían que eran hebreos, israelitas, del linaje de Abraham. Ellos también profesaban
predicar a Cristo y ser ministros de Cristo. Además, tenían un espíritu y decían que lo
que predicaban era el evangelio. Si usted hubiera estado en Corinto cuando llegaron los
judaizantes, ¿habría diferenciado el auténtico Jesús, el espíritu puro y el verdadero
evangelio, de los falsos? Si usted hubiera estado allí, como uno de los creyentes
corintios, posiblemente lo habrían engañado. Usted no debe sentirse confiado de poder
discernir lo que Pablo pudo discernir.
En el capítulo once de 2 Corintios, Pablo se mostró fuerte y osado, diciendo que los
judaizantes eran falsos profetas, obreros fraudulentos, ministros de Satanás. Puesto que
ellos no eran apóstoles auténticos, Pablo los llamó superapóstoles, aquellos que
excedían su medida y se atribuían un nivel superior.
Hoy en día, por la misericordia del Señor, podemos entender que Pablo ciertamente era
el apóstol más sobresaliente y que estaba en el nivel más elevado del ministerio. No
obstante, los judaizantes afirmaban que ellos eran superiores a Pablo. Su actitud era que
Pablo no era nada comparado con ellos, que él sabía mucho menos que ellos. En 2
Corintios se percibe, se insinúa, que los judaizantes creían saber más que Pablo. No es
de sorprender que Pablo los llamara superapóstoles. Por supuesto, esta expresión es
irónica; Pablo no la usa positivamente. De hecho, los judaizantes no eran
superapóstoles, pues no eran apóstoles auténticos en absoluto.
Supongamos que los judaizantes de hoy se presentan ante usted y les predican a otro
Jesús. ¿Tiene usted la certeza de poder discernir entre el Jesús de ellos y el verdadero
Jesús, el Jesús que predicaba Pablo? Yo no tengo la seguridad de que usted tendría el
discernimiento necesario. Pero gracias al Señor tenemos la llave para discernir lo
verdadero de lo falso. Este secreto consiste en discernir una predicación o una
enseñanza preguntándonos si ella nos ayuda a disfrutar al Señor y a recibir más
suministro de vida. Si la predicación de una persona detiene el disfrute que tenemos del
Señor, esa predicación debe de provenir de la serpiente, de Satanás. Pero si la
predicación de alguien nos ayuda a disfrutar al Señor, esa predicación es de Dios. Por
tanto, según la manera revelada en Romanos 8, debemos discernir conforme a la vida o
a la muerte. Muchos de los que se han ido del recobro del Señor no tienen ni el
suministro de vida ni el disfrute. Esto es un indicio de que ellos han recibido algo que no
es del Señor.
En 2 Corintios 11 Pablo habla de otro Jesús, de otro espíritu, de otro evangelio, de falsos
apóstoles, de obreros fraudulentos, de que Satanás se transfigura en ángel de luz y de
que los ministros de Satanás se transfiguran en ministros de justicia. Si oramos-leemos
todos estos versículos y los llevamos a comunión, recibiremos más luz y obtendremos
más suministro de vida.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO
(5)
Hasta ahora hemos abarcado tres aspectos de la vindicación que Pablo hace de su
autoridad apostólica: su lucha según el Espíritu, la medida de la regla de Dios y el hecho
de que celaba a los creyentes por causa de Cristo con miras a protegerlos de los falsos
apóstoles. En este mensaje vamos a considerar un cuarto aspecto, el de la jactancia
forzada de Pablo. En una sección bastante extensa de 2 Corintios (11:16—12:18), Pablo
vindica su autoridad con una jactancia forzada. Él no quería gloriarse, pero fue
necesario que lo hiciera.
PARECE SER NECIO
Debemos aprender de Pablo que hay ocasiones en que no debemos ser tan sabios ni
diplomáticos. Nuestra cortesía natural podría ser una especie de sabiduría sutil.
Nosotros necesitamos más bien ser fieles, honestos y francos. Pero al hacerlo, tal vez
pareceremos necios a los ojos de los demás.
En estos versículos Pablo ruega a los corintios a que toleren su necedad. Les pide
permiso para ejercer necedad al gloriarse. En el versículo 16 él declara: “Otra vez digo:
Que nadie me tenga por necio; o de otra manera, recibidme como a necio, para que yo
también me gloríe un poquito”. Aquí Pablo parece decir: “Tolerad mi necedad. Hasta
ahora he sido sabio, pero ahora debo hablar duramente. Antes de hacer eso, os pido que
toleréis mi necedad. Estoy a punto de deciros algo de manera muy franca”. Luego, Pablo
usa ciertas expresiones francas y severas.
Una persona que ejerce sabiduría jamás hablaría de esta manera. Por el contrario, sería
cortes y trataría de ganar el aprecio de los demás. En los capítulos anteriores, Pablo fue
sabio, pero aquí él parece ser necio, gloriándose y usando expresiones irónicas.
En ocasiones, para poder pronunciar la verdad, tal vez tengamos que parecer necios a
los demás. Martín Lutero hizo esto cuando le declaró al cristianismo degradado que la
justificación se obtiene totalmente por fe. Cuando hizo eso, él ejerció necedad. Todo
aquel que desee mantener una posición elevada en la jerarquía religiosa, jamás haría
eso.
En los versículos 17 y 18, Pablo dice: “Lo que hablo, no lo hablo según el Señor, sino
como en necedad, con esta confianza de gloriarme. Puesto que muchos se glorían según
la carne, también yo me gloriaré”. ¿No diría usted que Pablo parece estar fuera de sí
cuando declara que él hablará algo que no es según el Señor? Tal vez pensemos que si
Pablo no habla conforme al Señor, él debe callarse. ¿Cómo podría un apóstol hablar algo
que no es según el Señor? No obstante, Pablo pronunció esas palabras. Si hubiéramos
estado presentes en ese momento, quizás le habríamos aconsejado que no escribiera de
esa manera.
¿Qué quiere decir Pablo cuando usa la expresión “con esta confianza” en el versículo 17?
Esta confianza parece estar relacionada con el hecho de que Pablo es necio, con el hecho
de que él está fuera de sí. Si él no tuviera esa confianza, ciertamente no podría gloriarse.
De otro modo, se habría conducido como una persona muy culta y no se habría gloriado
en lo absoluto. Una persona que tiene la confianza de que no está fuera de sí, jamás se
gloriaría de la manera en que Pablo lo hizo en 2 Corintios 11.
Después de expresar palabras irónicas a los corintios acerca de que ellos toleraban de
buena gana a los necios (v. 19), Pablo declara en el versículo 20: “Pues toleráis si alguno
os esclaviza, si alguno os devora, si alguno os toma como presa, si alguno se enaltece, si
alguno os da de bofetadas”. Aquí Pablo parece decir: “Si vosotros toleráis de buena gana
todo esto, ¿no podráis tolerarme a mí, uno que es necio y que está fuera de sí?”
Los versículos del 23 al 28 abarcan casi treinta asuntos. En sólo dos de ellos se hace una
comparación entre Pablo y los judaizantes: trabajos y cárceles. Los judaizantes
trabajaban y a veces eran encarcelados. Pero Pablo estaba en trabajos más abundantes y
en cárceles más. Además, los judaizantes no habían sufrido ninguna de las demás cosas.
De seguro no sentían ninguna preocupación por las iglesias. Pero los apóstoles,
particularmente Pablo, a diario se preocupaban por todas las iglesias.
En el versículo 29 Pablo dice además: “¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién
se le hace tropezar, y yo no ardo?” La palabra “ardo” significa arder con tristeza e
indignación por lo que causó el tropiezo.
Los sufrimientos de Pablo lo hicieron parecer débil a los ojos de los demás. Un hombre
fuerte puede hacer muchas cosas para eliminar el sufrimiento o reducirlo. Pero Pablo no
pudo hacer nada acerca de sus sufrimientos. El hecho de que no pudiera reducir sus
sufrimientos indica que él era débil. Por lo tanto, a los ojos de los opositores, él era una
persona débil y digna de lástima.
En tiempos de antaño, al igual que hoy, existía el concepto de que una persona
bendecida por Dios no debe sufrir. Los adversarios de Pablo pensaban que si Pablo era
verdaderamente de Dios, Dios lo bendeciría y él no sufriría. Para ellos, los sufrimientos
de Pablo indicaban que él no era de Dios o que no gozaba de la bendición de Dios. El
concepto de Pablo era diferente. En este versículo Pablo parece decir a los judaizantes:
“Si vosotros verdaderamente fuerais de Dios, Dios permitiría que sufrierais mucho. Un
verdadero ministro de Cristo es uno que sufre”. Hoy muchos cristianos tienen el
concepto de que si alguien es rico, próspero y floreciente, entonces él es un fiel siervo de
Dios y goza de la bendición de Dios. Ellos también sostienen el concepto de que las
personas que tienen que pasar por sufrimientos y penurias no gozan de la bendición de
Dios.
En los versículos del 31 al 33 Pablo concluye, diciendo: “El Dios y Padre del Señor Jesús,
quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador de la
provincia del rey Aretas guardaba la cuidad de los damascenos para prenderme; y fui
descolgado del muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos”. Si usted
hubiera sido Pablo, ¿no se habría sentido avergonzado de escapar de esta manera?
Algunos tal vez pregunten: “¿Por qué un embajador de Cristo tuvo que escapar en un
canasto? ¿Por qué no reclamó la victoria de Jesús y la autoridad del Rey de reyes sobre
ese gobernador? No era necesario escapar en un canasto a través de una ventana. Este
hombre no puede ser el escogido de Dios, porque Dios no lo bendice”.
LA MANERA EN QUE DIOS TRABAJA
Debemos entender por qué Pablo escribió estos versículos como lo hizo. En términos
humanos, Pablo no tenía ninguna gloria ni honor. Además, su manera de hablar en este
capítulo parece necia. Pablo se encontraba en una situación muy difícil; sufría mucho, e
incluso carecía de alimentos. Parece que Dios no estaba con él y no lo honraba. ¿Dónde
están los milagros prometidos en Marcos 16? Parece que el Señor no le suministraba
nada a Pablo. Él aun permitió que naufragara y pasara un día y una noche en el mar.
¿Por qué Pablo hizo hincapié en cosas que no son ni honrosas ni gloriosas? La manera
en que Pablo actúa es la manera divina. En contraste, el concepto de muchos cristianos
va en contra de la manera en que Dios trabaja. Lo que Pablo escribe en este capítulo
corresponde ciertamente a la vida del Señor Jesús. Cuando el Señor estaba en la tierra,
Él sufrió tribulaciones. Aunque era el Hijo de Dios, no llevaba una vida de prosperidad
ni de bendiciones visibles. En apariencia, el Señor Jesús no era bendecido por Dios.
Cuando fue crucificado, los judíos se mofaron de Él y dijeron que si Él fuera de Dios,
Dios lo libraría de la cruz. Pero Dios, en lugar de enviar ángeles para que rescataran al
Señor Jesús, permitió que muriera en la cruz. En principio, la experiencia de Pablo fue
igual.
Pablo, con su modo de escribir este capítulo, expuso claramente la manera en que Dios
trabaja, y lo hizo para el beneficio de todos los creyentes de Cristo que han vivido a lo
largo de los siglos, y no sólo para el beneficio de los creyentes corintios. La manera en
que Dios opera se ve en los apóstoles auténticos, en los ministros genuinos del nuevo
pacto, y no en los llamados super apóstoles. Los falsos apóstoles tal vez sean prósperos y
florecientes, y quizás no tengan que escapar en un canasto, pero los verdaderos
apóstoles experimentan adversidad y sufrimientos, porque la tierra entera se opone a la
economía de Dios. Además, la presente era no es tiempo para que nosotros prosperemos
y florezcamos. Por el contrario, nos toca sufrir por el bien del Cuerpo de Cristo. Dicho en
las palabras de Colosenses 1:24, completamos lo que falta de las aflicciones de Cristo por
Su Cuerpo, que es la iglesia.
En la cruz, el Señor Jesús sufrió por causa de nuestra redención, pero durante Su vida
terrenal, sufrió por la edificación del Cuerpo. Nosotros no podemos participar de los
sufrimientos que Cristo padeció para obtener la redención. Sería una blasfemia decir
que podemos participar en esos sufrimientos. No obstante, debemos participar de los
sufrimientos de Cristo por causa de Su Cuerpo. Esto significa que debemos seguir Su
camino, el camino estrecho. Debemos andar en Sus pisadas y llevar la cruz. El Señor
Jesús llevó una vida de sufrimiento, y nosotros debemos hacer lo mismo. Esto es
completar lo que falta de los sufrimientos de Cristo por causa de la edificación de la
iglesia, que es Su Cuerpo.
Los judaizantes no sufrían por el Cuerpo de Cristo. Por tanto, Pablo escribió este
capítulo de tal forma que aclarara quiénes son los verdaderos ministros del Nuevo
Testamento y quiénes no lo son. Este asunto no lo determina la prosperidad de un
ministro, sino el sufrimiento.
DOS LLAVES
En el capítulo once vemos dos llaves que nos ayudan a discernir lo verdadero de lo falso:
el disfrute que tenemos del Señor como nuestro suministro de vida y el sufrimiento que
padecemos por seguir al Señor. Por un lado, disfrutamos al Señor Jesús; por otro, lo
seguimos al llevar una vida de sufrimiento. Este disfrute y este sufrimiento son factores
determinantes por los cuales podemos discernir qué es verdadero y qué es falso. Todo lo
que nos ayude a disfrutar al Señor y nos fortalezca para seguirle en Su sufrimiento, es
genuino. Lo que no nos aliente en estos dos asuntos, es falso.
Al principio del capítulo once Pablo dice que el Señor es nuestro querido Esposo. Hacia
el final de ese capítulo, él menciona las iglesias. La primera llave que nos ayuda a
discernir tiene que ver con el disfrute que tenemos de Cristo como nuestro Esposo; y la
segunda llave, con tener la debida preocupación e interés por todas las iglesias, una
preocupación que nos lleve a completar lo que falta de los sufrimientos de Cristo por el
Cuerpo. Estos asuntos están bastante encubiertos en este capítulo tan extenso. Por
tanto, es necesario que lo leamos detenidamente. De otro modo, no podremos captar
estos puntos cruciales. Agradecemos al Señor por mostrarnos que debemos disfrutarlo a
Él como nuestro Esposo, amarlo con un corazón puro y sencillo, y tener una mente que
no sea corrompida por el engañador. También le agradecemos por mostrarnos que
debemos seguir Sus pisadas y estar dispuestos a sufrir lo que Él sufrió por causa de la
edificación de la iglesia, Su Cuerpo.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y CINCO
(6)
EL PROPÓSITO DE PABLO
Creo que al escribir estos diez versículos, el propósito de Pablo es mostrar a los
creyentes de Corinto que él era mucho más conocedor que los judaizantes. Él tenía el
conocimiento no solamente de la vida humana que se vive en la tierra, sino también de
las cosas que hay en el paraíso y aun en el tercer cielo. Pablo no sólo conocía estas cosas,
sino que también tuvo una visión de ellas. Pablo hizo mención de esto para poner de
manifiesto las necedades de los judaizantes.
Si los corintios compararan lo que Pablo sabía y lo que había visto, con el conocimiento
que poseían los judaizantes, habrían dicho: “Los judaizantes son superficiales. Lo único
que tienen es un limitado conocimiento del Antiguo Testamento en cuanto a la ley
mosaica y a los rituales tradicionales. Pero aquí está un hombre lleno del conocimiento
del nuevo pacto. Él posee el conocimiento de la vida humana y de las cosas que están en
el paraíso y en el tercer cielo”.
LA JACTANCIA DE PABLO
Yo diría que en 12:1-10 encontramos la principal jactancia de Pablo. Además del Señor
Jesús, ¿ha existido alguna persona aparte de Pablo que haya visto las cosas que hay en el
tercer cielo y en el paraíso? El Señor Jesús es Dios mismo y, como tal, Él estaba en los
cielos. Luego, se hizo hombre, vivió en la tierra, murió en la cruz y fue al Hades. Por
tanto, Él viajó a través de los cielos, de la tierra y de la región debajo de la tierra. Pablo,
un hombre que nació en la tierra, fue al tercer cielo y vio lo que había allí. Él también fue
al paraíso y contempló las cosas que había debajo de la tierra. Indudablemente, en la
historia humana no hay nadie que se compare con el Señor Jesús y con el apóstol Pablo.
¿Qué podían decir acerca de esto los judaizantes?
UN HOMBRE EN CRISTO
El hombre en Cristo mencionado en el versículo 2 no era Saulo, sino Pablo. Saulo era el
hombre natural, y Pablo es el nuevo hombre en Cristo. Sería muy bueno si todos
tuviéramos dos nombres: un nombre que denote la persona que éramos antes de ser
salvos, lo que éramos en Adán, y un nombre que denote la persona que ahora está en
Cristo. Antes éramos un Saulo; ahora somos un Pablo.
Hace algún tiempo oí que un escritor dijo que había dos personas de nombre William
Law. El primer William Law era un hombre de doctrina, de conocimiento, de teología,
de letra y de tradición. El segundo William Law era una persona del Espíritu y en el
Espíritu. El primer William Law no sabía nada del Espíritu, aunque tenía mucho
conocimiento de la teología y de la tradición. Pero un día tuvo un nuevo comienzo, y se
convirtió en una persona del Espíritu. Éste fue aquel que, con base en las enseñanzas de
ciertos autores místicos, escribió algo más claro y más práctico. Podríamos decir que, al
final, William Law llegó a ser un hombre en Cristo. Más tarde, Andrew Murray recibió
ayuda de los escritos de William Law.
Si nos examinamos a nosotros mismos como creyentes que somos, nos daremos cuenta
de que también nosotros somos dos personas. Por una parte, somos personas que
poseen un viejo yo. Por otra parte, somos personas que tienen un nuevo yo; estamos en
Cristo y somos una nueva creación. Ya no nos debe importar ser la primera persona;
antes bien, debemos ocuparnos de ser la segunda.
Según los versículos 2 y 4, a Pablo le sucedieron dos cosas. Primero, fue arrebatado al
tercer cielo; segundo, fue arrebatado al paraíso. En el versículo 2 Pablo dice: “Conozco a
un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; o fuera del cuerpo,
no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”. La palabra griega traducida
“arrebatado” es la misma que se usa en Hechos 8:39 y en 1 Tesalonicenses 4:17.
Literalmente, la palabra griega traducida “hasta” significa hacia adentro. Las nubes
visibles pueden considerarse como el primer cielo, y el firmamento, como el segundo
cielo. El tercer cielo debe ser el cielo que está por encima de los cielos, el cielo más alto
(Dt. 10:14; Sal. 148:4), donde el Señor Jesús y Dios están ahora (Ef. 4:10; He. 4:14; 1:3).
Observe que el versículo 2 no dice que Pablo fue arrebatado y llevado arriba, sino que
fue arrebatado hasta el tercer cielo. Existe una importante diferencia entre los dos. En
Hechos 8:39, Felipe fue arrebatado por el Espíritu; él sabía que estaba en el cuerpo
cuando fue arrebatado. Pero Pablo no sabía si estaba en el cuerpo o fuera de él cuando
fue arrebatado hasta el tercer cielo.
El tercer cielo es una expresión hebrea que denota el cielo más alto. Como hemos
señalado, podríamos decir que las nubes son el primer cielo, y el firmamento es el
segundo cielo. Por tanto, el tercer cielo debe de ser el cielo que se halla sobre el
firmamento, es decir en términos bíblicos, el cielo que está arriba de los cielos. Hoy el
Padre y el Hijo, el Señor Jesucristo, están en el cielo más alto. Pablo fue arrebatado
hasta el cielo más alto.
En los versículos 3 y 4, Pablo dice además: “Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o
fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al Paraíso, donde oyó
palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”. La conjunción “y” tiene una
función importante en este contexto, pues indica que lo mencionado en los versículos 3
y 4, y lo mencionado en el versículo anterior, son dos asuntos diferentes. El versículo 2
nos dice que el apóstol fue arrebatado hasta el tercer cielo. Ahora, los versículos 3 y 4
nos dicen algo más, que el apóstol también fue arrebatado a otro lugar, al Paraíso. Esto
indica claramente que el Paraíso no es sinónimo del tercer cielo del versículo 2; se
refiere a un lugar que no es el tercer cielo.
Muchos intérpretes y expositores de la Biblia creen que el tercer cielo y el Paraíso son el
mismo lugar. Según su comprensión, cuando Pablo fue arrebatado hasta el tercer cielo,
también fue arrebatado al Paraíso. Sin embargo, el Paraíso no es sinónimo del tercer
cielo. La conjunción al principio del versículo 3 indica que aquí Pablo describe dos
experiencias distintas. Primero, él fue arrebatado al tercer cielo; y después fue
arrebatado al Paraíso.
El Paraíso es la sección agradable del Hades, donde están los espíritus de Abraham y
todos los justos, mientras esperan la resurrección (Lc. 16:22-23, 25-26), y a donde el
Señor Jesús fue después de Su muerte y donde estuvo hasta que resucitó (Lc. 23:43;
Hch. 2:24, 27, 31; Ef. 4:9; Mt. 12:40). Este paraíso difiere del paraíso mencionado en
Apocalipsis 2:7, el
cual será la Nueva Jerusalén en el milenio. En esta sección, el apóstol habla de la suma
grandeza de las revelaciones que había recibido. En el universo hay tres secciones
principales: los cielos, la tierra y el Hades, el cual está debajo de la tierra (Ef. 4:9). El
apóstol, por ser un hombre que vivía en la tierra, conocía las cosas de la tierra. Pero los
hombres no conocen las cosas que están en los cielos ni las que están en el Hades. No
obstante, el apóstol fue arrebatado a esas dos regiones desconocidas. Así que, recibió
visiones y revelaciones de esas regiones escondidas. Por esta razón, él menciona estas
dos partes remotas del universo. Cuando el Señor Jesús murió, Él no fue
inmediatamente al tercer cielo; más bien, fue a un lugar llamado Paraíso. Uno de los
ladrones le dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en Tu reino” (Lc. 23:42). El
Señor Jesús contestó: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). Además, según el
capítulo dos de Hechos, el Señor Jesús fue al Hades después de morir (v. 31). Si
juntamos estos dos pasajes de la Palabra, vemos que el Paraíso tiene que estar situado
en el Hades.
En Lucas 16 vemos un cuadro de las dos secciones del Hades, la sección agradable y la
sección de tormento. Cuando Lázaro murió, él fue a la sección agradable, donde se
encontraba con Abraham. Cuando el hombre rico murió, él fue a la sección de tormento.
Por lo tanto, el Paraíso es la sección agradable y apacible del Hades.
Pablo, el nuevo hombre en Cristo, por una parte fue arrebatado hasta el tercer cielo, y
por otra, fue arrebatado al Paraíso, la sección agradable del Hades. Puesto que Pablo
había llegado a conocer las cosas del cielo y las cosas que están debajo de la tierra, así
como también las que están sobre la tierra, él tenía un panorama completo del universo.
Todo aquel que desee tener un panorama completo del universo debe conocer estas tres
secciones: el tercer cielo, la tierra y la región que se halla debajo de la tierra.
Pablo era una persona instruida en las cosas de la tierra. Un día, el Señor lo arrebató
hasta el tercer cielo y le permitió ver lo que había allí. Él también lo llevó al Paraíso para
mostrarle lo que había allí. En cuanto al Paraíso, Pablo dice que él oyó cosas “que no le
es dado al hombre expresar” (2 Co. 12:4). Por tanto, él no era libre de hablar de ello a los
corintios. Pablo, un nuevo hombre en Cristo, ciertamente tenía un conocimiento pleno y
una visión completa de todo el universo.
Aquí vemos que no es cosa sencilla estar en la mano del Señor. A veces, la mano del
Señor nos enaltecerá; pero después que nos haya enaltecido, nos humillará. Puesto que
los judaizantes no estaban en la mano del Señor, con relación a ellos no había ni
elevación ni humillación. Antes bien, eran como un llano. Pero la experiencia de Pablo
estaba llena de montes y valles, lo cual significa que el Señor lo elevó, y luego, lo
humilló.
Los versículos 8 y 9 dicen: “Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que este
aguijón me sea quitado. Y me ha dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi poder se
perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí”. Muchas veces
el Señor nos asigna sufrimientos y dificultades a fin de que experimentemos a Cristo
como gracia y poder. Por ello, a pesar del ruego del apóstol, el Señor no quiso quitarle el
aguijón.
Quizás Pablo hubiera orado así: “Oh Señor, quítame el aguijón. Elimina este mensajero
de Satanás. Estoy sufriendo, y no puedo soportar más este aguijón”. El Señor contestó la
oración de Pablo, mas no a la manera de Pablo. Asimismo, el Señor contestará nuestra
oración, pero quizás no la conteste a nuestra manera. Es como si el Señor dijera a Pablo:
“No, no quitaré el aguijón. Estoy usando este aguijón para mantenerte humilde. Yo sé
que sufres y te daré la gracia que necesitas. Pablo, bástate Mi gracia. No me pidas que te
quite el aguijón. Si lo quitara, tendría que llevarme las revelaciones y las visiones, y la
única manera de hacer eso sería llevarte conmigo. Pablo, sin este aguijón, tal vez te
enorgullecerías y te enaltecerías demasiado. No puedo permitir que eso suceda. La
mejor manera de mantenerte humillado es dejarte este aguijón; pero te daré Mi gracia y
Mi apoyo para que puedas soportar este sufrimiento. Además, en tu experiencia, Mi
gracia se convertirá en un poder que se perfecciona en la debilidad. El aguijón pone de
manifiesto tus debilidades. Sin él, no te darías cuenta cuán débil eres. Ahora, necesitas
que Yo sea tu gracia. En tu experiencia, mientras me disfrutas a Mí, Mi gracia se
convertirá en el poder que extiende tabernáculo sobre ti”.
La gracia que experimentó Pablo era realmente el propio Señor Jesucristo. Creo que
Pablo, en su experiencia, se dio cuenta de que la gracia del Señor llegó a ser un poder
que se extendía sobre él como una tienda. Por tanto, este poder de gracia llegó a ser una
morada para Pablo en sus sufrimientos. Mientras Pablo sufría, él podía morar en el
tabernáculo que se había extendido sobre él. Este tabernáculo, esta tienda, lo sostenía,
lo apoyaba, lo mantenía y lo guardaba.
Debemos pasar por sufrimientos para que la suficiencia de la gracia del Señor sea
magnificada. Asimismo es necesario que padezcamos debilidad para que se exhiba la
perfección del poder del Señor. Por tanto, el apóstol de buena gana se gloriaría de sus
debilidades, para que el poder de Cristo extendiera tabernáculo sobre él. La gracia es el
suministro, y el poder es la fuerza, la capacidad, de la gracia. Los dos son el Cristo
resucitado, quien ahora es el Espíritu vivificante que mora en nosotros (1 Co. 15:45; Gá.
2:20), para que le disfrutemos.
En el versículo 10, Pablo concluye, diciendo: “Por lo cual, por amor a Cristo me
complazco en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en
angustias; porque cuando soy débil, entonces soy poderoso”. La palabra griega traducida
“complazco” significa también estar muy contento, como en Mateo 3:17. Las “afrentas”
son maltratos, y las “necesidades” son limitaciones, necesidades urgentes que presionan
mucho. La palabra griega traducida “angustias” literalmente significa estrechez de
espacio; por lo tanto, apuros, dificultades, angustias. Al final de este versículo, Pablo
habla de ser débil y también poderoso. Él era débil en su viejo ser, pero poderoso en el
Cristo que lo cubría con Su sombra.
Los judaizantes ciertamente no podían compararse con Pablo. ¡Cuán necios habían sido
los corintios al hacerles caso! Los judaizantes no tenían ninguna revelación ni ninguna
visión. Tampoco tenían el aguijón, la gracia ni el poder que extiende tabernáculo.
Estaban totalmente desprovistos de la experiencia de Cristo. Pablo, por el contrario,
había recibido visiones y revelaciones. Además, el Señor había hecho algo con Pablo a
través del aguijón para que éste experimentara al Señor como gracia y como poder de
una manera muy práctica. Por tanto, Pablo era un hombre lleno de visión, de
sufrimiento, de experiencia y del disfrute del Señor. El Señor se hizo gracia para él y
también el poder que se extendía sobre él como una tienda.
(7)
Muchos obreros cristianos de hoy pasan por alto lo que Pablo abarca en 12:11-18. Todos
los santos que están en el recobro del Señor deben entender lo que revelan estos
versículos, porque se aplican a todos nosotros, no solamente a los que son ancianos o
colaboradores. No debemos pensar que lo que Pablo trata aquí no tiene nada que ver
con nosotros. Lo que Pablo era, lo que hizo y la manera en que se condujo constituyen
un modelo para todos los creyentes, no solamente para los que toman la delantera. El
Nuevo Testamento revela que todos los creyentes de Cristo deben llevar una vida que
edifique el Cuerpo de Cristo, como lo hizo Pablo. Esto se revela enfática, contundente y
definitivamente en el libro de Efesios. Según Efesios, cada miembro del Cuerpo debe
llevar una vida que edifique el Cuerpo.
Este versículo nos debe enseñar que hay ocasiones en las que debemos decir algo a favor
de los ancianos o de los que están en el ministerio. Si cierto hermano es el blanco de
ataque o de oposición, quizás él no pueda decir nada para defenderse a sí mismo. En tal
situación, debemos hablar por él y recomendarlo. Por ejemplo, hace muchos años el
hermano Nee fue el blanco de ataque, y yo hice algo para vindicarlo. Los jóvenes, en
especial, deben aprender a recomendar a alguien que se encuentre en semejante
situación. Deben ser osados para decir algo. No deben quedarse callados, y otros no
deben restringirlos.
En el versículo 11 Pablo se vio obligado a decir a los corintios que él en nada era inferior
a los superapóstoles. Ciertamente no fue nada agradable para Pablo el hecho de que
tenía que hablar de sí mismo. No debería haber sido necesario que él expresara esas
palabras, pues él era el blanco de la oposición. Algunos de los que estaban en Corinto
debieron haber dicho esas palabras por parte de Pablo. Debieron haber declarado:
“Vosotros judaizantes debéis daros cuenta de que Pablo no es inferior a vosotros en
nada”. Como hemos señalado, Pablo había recibido visiones y revelaciones
extraordinarias. Ciertamente él no era inferior a aquellos judaizantes arrogantes,
jactanciosos, que se recomendaban a sí mismos. Pero el silencio de los corintios obligó a
Pablo a hablar por sí mismo. Él dijo francamente que en nada era inferior a los
jactanciosos judaizantes.
En el versículo 12 Pablo añade: “Ciertamente, las señales de apóstol han sido hechas
entre vosotros en toda perseverancia, por señales, prodigios y obras poderosas”. Las
“señales” son milagros que confirman el apostolado y que proveen credenciales del
mismo; los “prodigios” son milagros asombrosos y sorprendentes; y las “obras
poderosas” son milagros que demuestran el poder de Dios.
Yo creo que la expresión “las señales de apóstol” la usaron primero los corintios, no
Pablo. Es posible que los creyentes corintios hubieran estado discutiendo el asunto de
las señales de un apóstol. Quizás se hubieran preguntado cuáles eran las señales que
mostraban que Pablo era un apóstol. Si ellos no hubieran hecho esta pregunta,
posiblemente Pablo no lo habría mencionado aquí.
La expresión “las señales de apóstol”, tal vez nos parece extraña, pero no les pareció
extraña a los corintios. Al contrario, esta expresión les era muy conocida, pues ellos
fueron probablemente quienes la inventaron. Es posible que algunos de ellos pensaran
que los judaizantes poseían más señales que Pablo. Ésta fue la razón por la cual, en el
versículo 12, Pablo habla de las señales de su apostolado.
En cuanto a las señales del apóstol, lo primero que menciona Pablo es “en toda
perseverancia”. Esto indica que la perseverancia es la principal señal de un apóstol. Con
respecto a los corintios, Pablo sufrió difamación. Algunos de ellos se atrevieron a decir
que Pablo era astuto y que con engaño se aprovechó de ellos. Pablo usa la palabra
“engaño” en el versículo 16. Darby, en una nota sobre este versículo, la cual aparece en
su traducción New Translation [Nueva Traducción], dice {traducida al castellano}: “El
apóstol no dice que hizo esto, sino que contesta a una acusación de que él había
guardado la apariencia en el sentido de que no tomó nada de ellos para sí mismo, pero
que, sabiendo cómo recompensarse de manera indirecta, usó a Tito para recibir algo de
ellos. La acusación era falsa, como él mismo lo demuestra más adelante”. Los corintios
alegaban que Pablo no vendría personalmente a Corinto para recaudar dinero. Que por
eso les enviaba a Tito, para que él lo hiciera, y que de esta manera usaba a Tito para
cubrirse a sí mismo. Es difícil de creer que algunos corintios difamaran a Pablo a tal
grado. Ahora podemos entender por qué Pablo recalca el asunto de la perseverancia.
En 12:12 Pablo parece decir a los corintios: “Vosotros me preguntáis cuáles son las
señales de mi apostolado. La primera señal es mi perseverancia. Vosotros me habéis
criticado y me habéis difamado, y yo he podido soportarlo”. Luego, Pablo hace mención
de señales, prodigios y obras poderosas. Éstas son cosas milagrosas. Pero según el
contexto, aunque Pablo habla de ellas, no las recalca. Más bien, parece decir: “Vosotros
habláis de milagros como señales del apostolado. Cuando estuve con vosotros, se
efectuaron muchas señales, prodigios y obras poderosas. Pero en lugar de recalcar esas
cosas, quisiera hablar primeramente de mi perseverancia”.
En el versículo 13 Pablo dice: “Porque ¿en qué fuisteis tratados como inferiores a las
demás iglesias, sino en que yo mismo no os he sido carga? ¡Perdonadme esta injusticia!”
La iglesia que estaba en Corinto no fue tratada como inferior a las demás iglesias ni
como más débil. Después de que Pablo hace notar esto, dice irónicamente:
“¡Perdonadme esta injusticia!”, refiriéndose al hecho de que él no fue una carga para los
creyentes.
NO BUSCA LO DE ELLOS
El versículo 14 dice: “He aquí, por tercera vez estoy preparado para ir a vosotros; y no os
seré gravoso, porque no busco lo vuestro, sino a vosotros, pues no deben atesorar los
hijos para los padres, sino los padres para los hijos”. Este versículo contiene unas
palabras muy importantes: “No busco lo vuestro, sino a vosotros”. Estas palabras deben
dejar una profunda impresión en nosotros y debemos recordarlas. Siempre que
laboremos para el Señor, no debemos buscar lo que pertenece a los demás; debemos
buscarlos a ellos mismos. Esto significa que no debemos buscar el dinero de los demás,
ni querer su dinero. Pablo pudo decir con denuedo a los corintios: “Yo os busco a
vosotros y os quiero a vosotros, no busco lo que es de vosotros: vuestros bienes, vuestras
posesiones y vuestras cosas materiales; os busco a vosotros”.
Por lo menos algunas veces, el hermano Nee nos dijo que si alguien que trabaja para el
Señor no puede ser fiel en todo lo relacionado con el dinero, tampoco podrá ser fiel ni
fuerte en la obra del Señor. Muchos obreros cristianos, cuando se trata de la cuestión de
dinero, inmediatamente se debilitan. Por temor a que su soporte financiero sea cortado,
no se atreven a predicar ciertas cosas, a enseñar ciertas verdades, o a reprender ciertos
pecados. Además, tampoco están dispuestos a confrontar ciertos asuntos, también por
temor a que si lo hacen, les sea cortado el suministro de dinero. Los que tienen este
problema son subyugados por el dinero.
No piensen que somos los únicos en conocer la verdad acerca de la iglesia tal como se
revela en la Palabra. Al menos algunos otros conocen esta verdad; pero no se atreven a
practicarla. Saben que en cada localidad debe haber una sola iglesia; pero, por temor a
que se les acabe el suministro de fondos, no están dispuestos a enseñar esto ni a
practicarlo.
En el versículo 15 Pablo dice además: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo
mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas. Amándoos más, ¿seré yo amado
menos?” En este versículo “gastaré” significa gastar lo que él tiene, refiriéndose a sus
posesiones. La expresión “me gastaré del todo” significa gastar lo que él es, refiriéndose
a su ser. Pablo estaba dispuesto a sacrificarse a sí mismo —su alma, su vida, todo su
ser— por los creyentes. También estaba dispuesto a dar todo su dinero y sus posesiones
materiales. El Señor Jesús dio Su alma por nosotros; Él se gastó del todo por nosotros.
Asimismo, el deseo de Pablo era gastarse del todo por los corintios. Todos los santos que
están en el recobro del Señor deben aprender esta crucial lección: recibir la gracia de
gastar lo que tenemos y de gastarnos del todo por los santos y por las iglesias.
En el versículo 15 Pablo declara que él estaba dispuesto a gastarse, aunque amando a los
creyentes más abundantemente, él fuera amado menos. Pablo todavía estaba dispuesto
a gastarse por los corintios aun cuando él los amara más y ellos lo amaran menos. A
Pablo no le interesaba la condición de ellos. Esta condición no podía cambiar la actitud
que él tenía para con ellos. Aquí Pablo parece decir: “No importa cuál sea vuestra actitud
para conmigo, os sigo amando, y me complace gastar lo que tengo y lo que soy por
vosotros”.
El versículo 16 dice: “Pero admitiendo esto, que yo no he sido carga, sino que, según
algunos de vosotros dicen, como soy astuto, os prendí por engaño”. Como hemos
señalado, ésta era la acusación que algunos corintios tenían contra el apóstol. Decían
que él era astuto para obtener ganancias, asegurando su provecho al enviar a Tito para
que éste recibiera la colecta destinada a los santos pobres. Las palabras “admitiendo
esto” significan hacer a un lado el primer asunto. Esto es olvidar el pasado, dejarlo atrás.
Aunque Pablo no fue ninguna carga para los corintios, algunos de ellos decían que él era
astuto y que los prendió por engaño. Ellos afirmaban que Pablo no vendría
personalmente, sino que usaría a Tito para asegurar su provecho, mientras él mismo
permanecía encubierto. Acusaban a Pablo de ser aquel que en realidad recogía el dinero
por medio de Tito. Según ellos, ésta era la astucia de Pablo. Y Pablo, habiendo percibido
una advertencia interna al respecto, envió más de una persona con Tito para que
recaudaran el dinero. Él hizo esto para callar las lenguas difamadoras. Sin embargo,
aunque Pablo actuó con cuidado, pensando de antemano, algunos corintios lo
difamaron de todos modos.
De la experiencia de Pablo aprendemos que aunque los santos sean honestos, Satanás se
esconde entre ellos. Satanás usa el dinero para perjudicar la situación entre los que
ministran y los santos. Entre los distraídos corintios, algunos criticaban a Pablo de ser
astuto en los asuntos monetarios.
PROCEDE CON EL MISMO ESPÍRITU
Lo que dice Pablo en los versículos 16, 17 y 18, nos ayuda a entender lo que algunos
corintios decían acerca de Pablo y Tito. Ellos acusaban a Pablo de haberlos engañado, de
haberles tendido una trampa, y de haberse aprovechado de ellos al mandar a Tito para
que recogiera el dinero. Ciertamente el hecho de que Pablo tenía que escribir respecto a
esas cosas no fue nada agradable para él. Tal vez nos parezca que palabras como éstas
no deberían encontrarse en los escritos de un santo apóstol, de alguien a quien el Señor
había encomendado un ministerio tan elevado.
En este pasaje de 2 Corintios, Pablo le practica una cirugía a la iglesia que estaba en
Corinto. Él los abrió y les quitó las partes que estaban corruptas. La iglesia en Corinto
estaba tan gravemente enferma que la medicina no la habría podido curar. Lo único que
podía ayudarles era una intervención quirúrgica. Por tanto, Pablo, un cirujano
espiritual, practicó una cirugía para sanar a la iglesia y restaurarla, recobrarla. Mientras
que la relación entre los creyentes y el apóstol no se corrigiera, la iglesia seguiría
enferma. Por tanto, se necesitaba una operación.
En este capítulo vemos cuán honesto era Pablo como siervo de Dios. Conforme al título
de este mensaje, aquí vemos la vindicación que Pablo presenta acerca de su autoridad
apostólica. De hecho, no me gusta usar la palabra vindicación. Probablemente Pablo no
tenía el sentir de que se estaba vindicando. Por el contrario, él buscaba sanar a los
corintios practicándoles una operación, es decir, extirpando del Cuerpo todo lo
corrupto.
Creo que este mensaje puede ayudar a todos aquellos, particularmente a los jóvenes,
quienes tienen un buen corazón para con el recobro del Señor. A su tiempo, los jóvenes
estarán en las manos del Señor, y ciertamente les será necesario entender correctamente
lo referente al dinero. Todos debemos aprender a no ser avaros, y a gastar lo que
tenemos en los demás, aun a gastarnos nosotros mismos, nuestro propio ser. Debemos
estar dispuestos a derramar todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— por el Cuerpo
de Cristo. Entonces, lo que hagamos y lo que seamos será un beneficio para el Cuerpo.
Cuando toquemos la obra del Señor en pro de Su Cuerpo, debemos tener una
motivación pura y una actitud correcta. En lugar de buscar las posesiones de los demás,
debemos buscarlos únicamente a ellos y desear ganarlos para el Cuerpo del Señor, y
gastar del todo lo que somos y lo que tenemos por causa del Cuerpo. Entonces el Cuerpo
será sanado, y nosotros seremos preservados.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y SIETE
(8)
En 12:19 Pablo dice: “Todo este tiempo habéis estado pensando que nos defendíamos
ante vosotros. Delante de Dios en Cristo hablamos; y todo, muy amados, para vuestra
edificación”. Al igual que los corintios, nos es posible creer que en estos capítulos, Pablo
se defiende. El título de este grupo de mensajes habla incluso de la vindicación de Pablo
de su autoridad apostólica. En estos capítulos, Pablo aparentemente se vindica; pero de
hecho, él ni se vindica ni se defiende.
En este versículo, Pablo dice que él habla delante de Dios en Cristo. La expresión “en
Cristo” indica la vida por la cual los apóstoles hablaban, y se refiere al medio y a la
sustancia de sus palabras. La frase “delante de Dios” indica el ambiente en el cual
hablaban los apóstoles, y se refiere a la esfera en la que hablaban.
Tal vez parezca que Pablo no es consistente. En 11:17 él declara que no habla según el
Señor, sino con necedad. Ahora él afirma que habla delante de Dios en Cristo. No creo
que Pablo se defendería contra la acusación de ser inconsistente; o lo entendemos, o no.
Pablo sabía lo que hacía y lo que decía. Hoy a nosotros también se nos acusa de ser
inconsistentes y de que nos contradecimos.
El versículo 20 dice: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y
yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, celos,
iras, ambiciones egoístas, maledicencias, murmuraciones, engreimientos, tumultos”.
Pablo deseaba que los corintios estuvieran en Cristo, vivieran a Cristo y fuesen
edificados como el Cuerpo. Pero a Pablo le preocupaba que al llegar a ellos, los
encontrara de otro modo. Además, él estaba consciente de que los corintios tal vez lo
encontraran a él no como desearían, porque quizás Pablo tendría que mostrarse firme
para con ellos y disciplinarlos, y por ende, parecería que él no era ni tierno ni amoroso.
En este versículo Pablo dice a los corintios: “Si sois personas así, seré puesto en
vergüenza cuando llegue de nuevo a vosotros. Os he estado sirviendo y ministrando. Ya
os he escrito una epístola. Si os hallo llenos de contiendas, celos, iras, ambiciones
egoístas, maledicencias, murmuraciones, engreimientos y tumultos, quedaré
avergonzado. Dios me humillará y yo tendré que pedirle misericordia por el lamentable
resultado de mi ministerio. Ciertamente sería una vergüenza para mí si estas cosas
todavía existen entre vosotros cuando yo llegue”.
En los versículos 20 y 21 Pablo menciona once cosas negativas: contiendas, celos, iras,
ambiciones egoístas, maledicencias, murmuraciones, engreimientos, tumultos,
inmundicia, fornicación y lascivia. Algunos quizás se pregunten cómo es posible que
estas cosas se encuentren en la vida de iglesia. Oh, debemos despertar y no soñar acerca
de estas cosas. Además, debemos considerar nuestra propia situación. ¿Tiene usted
ambiciones egoístas o críticas? Quizás cuando cierta persona se pone de pie en una
reunión, usted diga para sí: “Aquí está de nuevo”. ¿No es eso una especie de
murmuración? ¿Hay entre ustedes contiendas, celos, iras, o ambición egoísta? ¿Podría
usted afirmar que en la vida de iglesia no ha tenido ninguna ambición egoísta? Los
puntos mencionados en el versículo 20 tal vez parezcan pecados refinados, y no pecados
graves. Las personas más cultas critican a los demás a sus espaldas. Las personas cultas
y refinadas no critican a otros de una manera cruda. Antes bien, murmuran y los critican
a espaldas de ellos. Además, debemos examinarnos para ver si no somos engreídos. Es
posible que interiormente tengamos un espíritu de engreimiento, y lo exhibamos
exteriormente con nuestra actitud. Aunque usted sea una persona instruida, refinada y
culta, no puede esconder su actitud arrogante. Junto con los pecados más refinados del
versículo 20, Pablo nombra tres pecados graves en el versículo 21. Todas estas cosas
pecaminosas pueden infiltrarse en la vida de iglesia. Ésta es la razón por la cual Pablo
dijo que temía llegar a Corinto y ver que tales cosas todavía existían entre los creyentes.
Eso habría sido una vergüenza para él y para su ministerio.
El capítulo doce de 2 Corintios no tiene conclusión. Con las palabras prácticas que
encontramos en él, resulta difícil concluir. El tema se deja abierto para más
consideración. Por tanto, en el capítulo doce Pablo no presenta una conclusión.
SIN MIRAMIENTOS
En 13:1 Pablo añade: “Ésta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o de tres
testigos constará toda palabra”. Según mi conocimiento, Pablo jamás fue a Corinto por
tercera vez. Él estuvo en Corinto en Hechos 18, y volvió en Hechos 20. Poco tiempo
después, él fue a Jerusalén, donde lo arrestaron, y luego, a Roma. Por tanto, él no tuvo la
oportunidad de ir a Corinto por tercera vez.
En el versículo 2 Pablo declara: “He dicho antes, cuando estaba presente, y lo digo de
antemano, estando ahora ausente, a los que antes pecaron, y a todos los demás, que si
voy otra vez, no tendré miramientos”. Esto indica que hasta ahora Pablo había tolerado
la situación, pero que si volvía por tercera vez, ya no la toleraría; no tendría
miramientos.
En el versículo 3 Pablo añade: “Puesto que buscáis una prueba del Cristo que habla en
mí, el cual no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros”. Cristo es
poderoso en los creyentes mientras habla en el apóstol. Para los creyentes ésta es
verdaderamente una prueba sólida y subjetiva de que Cristo habla en el apóstol.
En el versículo 4 Pablo dice: “Porque ciertamente fue crucificado en debilidad, pero vive
por el poder de Dios. Pues en verdad nosotros somos débiles en El, pero viviremos con
El por el poder de Dios para con vosotros”. La debilidad de la que habla este versículo
alude a la debilidad del cuerpo, igual que en 10:10. Cristo no necesita ser débil con
relación a Sí mismo en ningún aspecto, pero para realizar nuestra redención, Él estuvo
dispuesto a ser débil en Su cuerpo, a fin de ser crucificado. Sin embargo, ahora, después
de ser resucitado, Él vive por el poder de Dios. En el versículo 4 Pablo dice que los
apóstoles son débiles en Cristo, pero que viven con Él por el poder de Dios para con
ellos. Los apóstoles siguieron el ejemplo de Cristo y estaban dispuestos a ser débiles en
la unión orgánica con Él, para poder llevar una vida crucificada con Él. De esta manera
vivirían juntamente con Él por el poder de Dios, para con los creyentes. Aparentemente,
eran débiles para con los creyentes; pero de hecho, eran poderosos.
Si Cristo no hubiera sido débil, Él no habría sido arrestado, y mucho menos clavado en
la cruz. Sólo una persona débil puede ser crucificada. Con el fin de efectuar la redención,
Cristo a propósito se hizo débil, incluso al grado de ser arrestado y crucificado. Pero
ahora que la redención ha sido efectuada y que Cristo ha resucitado, Él ya no es débil.
En el versículo 4 Pablo hace notar a los corintios que los apóstoles son débiles en Cristo.
Mediante la unión orgánica, ellos son uno con Cristo siendo débiles. Ellos se hacen
débiles de esta manera por causa de la edificación de la iglesia. Cuando los apóstoles
vinieron a Corinto, no vinieron con fuerza, sino con debilidad, con el propósito de
impartir a Cristo en los corintios y de fortalecerlos, perfeccionarlos, para que fueran
edificados como el Cuerpo de Cristo. De hecho, los apóstoles no eran débiles; pero
voluntariamente se hicieron débiles, y, según el versículo 4, seguían siendo débiles en
Cristo.
La frase “en El” del versículo 4 es muy importante. Probablemente, jamás habían
escuchado que se puede ser débil en Cristo. Según nuestro concepto, el estar en Cristo
significa ser fuerte, no débil. No obstante, en este versículo, Pablo declara que somos
débiles en Él. ¿Con qué propósito somos débiles en Cristo? Para llevar una vida
crucificada.
En estos versículos Pablo parece decir: “Queridos creyentes de Corinto, ¿no sabéis
cuánto habéis ayudado que yo sea crucificado? Incluso muchos de vosotros me seguís
crucificando. Me ponéis en la cruz cuando me acusáis de engañaros o de actuar con
engaño. Yo jamás he hecho nada para engañaros. He sido débil en Cristo y sigo siendo
débil en Él a fin de llevar una vida crucificada”.
En el versículo 4 Pablo no sólo declara que los apóstoles son débiles en Cristo, sino
también que ellos vivirán con Cristo por el poder de Dios para con los creyentes. No
podemos entender a cabalidad lo que Pablo quiere decir con esto. Según lo que
entiendo, Pablo les dice a los corintios que al llegar por tercera vez a Corinto, él ya no
seguirá siendo débil para con ellos; por el contrario, él será poderoso y les castigará.
EXAMINARSE A SÍ MISMOS
Pablo, con base en los hechos implícitos en el versículo 5, pudo demostrar a los corintios
cuánto ellos se habían extraviado. Por un lado, ellos se daban cuenta de que Cristo
estaba en ellos; por otro, dudaban o cuestionaban el ministerio de Pablo. En realidad,
ellos eran los que se contradecían.
En el versículo 6 Pablo dice además: “Más espero que reconoceréis que nosotros no
estamos reprobados”. Con esto el apóstol dirigió la atención a sí mismo y a los demás
apóstoles, indicando que ellos, en quienes Cristo vivía y hablaba, estaban plenamente
calificados y no reprobados, especialmente entre los corintios conflictivos. El apóstol
anhelaba ardientemente que ellos reconocieran esto y que no tuvieran más dudas acerca
de él.
En los versículos 5 y 6 Pablo parece decir a los corintios: “Debéis saber que nosotros no
estamos reprobados. Algunos de vosotros tal vez lo estéis, pero estoy seguro de que
nosotros no estamos reprobados. Cristo está en nosotros y habla en nosotros. Ahora os
pido que os examinéis y veáis si Cristo está en vosotros. Esto determinará si estáis
calificados o no. Yo me he examinado a mí mismo y tengo la certeza de que Cristo está
en mí y que Él habla en mí. Por tanto, puedo pasar la prueba y tener la aprobación de
que verdaderamente Cristo habla en mí”.
El versículo 7 dice: “Y oramos a Dios que ninguna cosa mala hagáis; no para que
nosotros aparezcamos aprobados, sino para que vosotros hagáis lo bueno, aunque
nosotros seamos como reprobados”. Esto indica que las buenas obras de los creyentes
comprueban la aptitud y las enseñanzas de los apóstoles. Sin embargo, el apóstol no
quiere usar esto como base sobre la cual ejercer su autoridad apostólica para
disciplinarlos; él se preocupa de que ellos hagan lo bueno a fin de que sean establecidos
y edificados.
Las palabras “cosa mala” del versículo 7, se refieren a los asuntos mencionados en 12:20
y 21. El que los corintios no hagan ninguna cosa mala significa que ellos no se
involucren con las once cosas pecaminosas enumeradas en dichos versículos. Pablo ora
pidiendo que los corintios no hagan cosa mala, pero no lo hace con el fin de que los
apóstoles queden aprobados. Por el contrario, él quiere que los creyentes hagan lo que
es bueno aun si los apóstoles aparecen como reprobados.
POR LA VERDAD
En el versículo 8 Pablo añade: “Porque nada podemos contra la verdad, sino por la
verdad”. La palabra “porque” al principio de este versículo indica que el versículo 8 es
una explicación de lo mencionado en el versículo anterior. El apóstol espera que los
creyentes corintios hagan lo bueno, pero no con la intención de que los apóstoles
mismos aparezcan aprobados. Edificar a los creyentes para que hagan lo bueno redunda
en beneficio de la verdad, pero si los apóstoles hacen algo para aparecer aprobados y
defenderse ante los creyentes (12:19), de hecho hacen algo en contra de la verdad. El
Señor jamás daría a los apóstoles la capacidad de hacer eso, así que no pueden hacerlo.
Al decir que los apóstoles no podían hacer nada contra la verdad, sino por la verdad,
Pablo decía a los corintios que estar a favor de la verdad significa edificar a los creyentes
para que hagan el bien, y estar en contra de la verdad es hacer algo con el fin de ser
aprobados. Defenderse a uno mismo va en contra de la verdad. La verdad de la que
habla el versículo 8 se refiere a la realidad del contenido de la fe. Vindicarse a uno
mismo está en contra de la verdad, no en pro de la verdad. Por esta razón, debemos
olvidarnos de defendernos a nosotros mismos y de vindicarnos, y debemos interesarnos
por la edificación de los creyentes. Esto es actuar por la verdad.
El versículo 9 dice: “Por lo cual nos gozamos cuando somos nosotros débiles, y vosotros
poderosos; también oramos por vuestro perfeccionamiento”. En este versículo el ser
débiles es lo mismo que aparecer reprobados. Cuando los apóstoles aparecen
reprobados, son débiles en administrar disciplina a los creyentes. Cuando los creyentes
hacen lo bueno, son poderosos y hacen que los apóstoles sean impotentes para
disciplinarlos. Los apóstoles se regocijan de esto y oran por ello, es decir, por el
perfeccionamiento de los creyentes.
NO ASUMIR AUTORIDAD
En el versículo 10 Pablo concluye esta sección diciendo: “Por esto os escribo estando
ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el
Señor me ha dado para edificar, y no para derribar”. Este versículo indica que Pablo no
asumió ninguna autoridad. Él ni siquiera diría que se defendía o que se vindicaba a sí
mismo. Por supuesto, en estos capítulos se da a entender que Pablo era un apóstol. No
obstante, él no asumía su apostolado con respecto a los corintios. Entonces, ¿cuál ha
sido su objetivo en los capítulos del diez al trece? Él se ha procurado perfeccionar a los
creyentes y edificarlos. En estos capítulos, Pablo no se defiende a sí mismo; él
perfecciona a los santos. Él no vindica su condición de apóstol ni su autoridad
apostólica; él perfecciona a los santos. En otras palabras, según el ministerio de Pablo,
aquí él labora para reconciliar a los distraídos creyentes corintios, trayéndolos de nuevo
y plenamente a Dios. Mientras que la relación que ellos tenían con los que les
ministraban a Cristo no se rectificara ni se corrigiera, los corintios seguirían apartados
de Dios. Permanecerían en una condición de separación, aislados del pleno disfrute de
Dios. Lo que Pablo hace aquí es tratar de eliminar la última separación entre los
creyentes y Dios, y traerlos de nuevo y completamente a Dios para que lo disfruten de
manera plena.
Hemos visto que el apóstol Pablo es un modelo para todos los creyentes. En el capítulo
doce, él nos habla de cómo disfruta a Cristo al máximo como su gracia suficiente, como
su poder y como el tabernáculo que lo cubre con su sombra. Cuando Pablo escribió esta
epístola a los corintios, la mayoría de ellos no había llegado a disfrutar a Cristo de esta
manera. Por tanto, en la última parte del capítulo doce y en la primera parte del capítulo
trece, el objetivo de Pablo es introducir a los creyentes en tal disfrute de Cristo, para que
lo disfruten como su gracia suficiente, como su fuerza cotidiana, y como la morada que
los cubre con su sombra. Pablo no tenía ninguna intención de asumir su apostolado, de
ejercer su autoridad apostólica, ni de vindicar su posición apostólica.
LO QUE ES UN APÓSTOL
Cuando Pablo usa la palabra apóstol, tiene en mente algo en particular, y cuando los
cristianos de hoy usan esta palabra, se refieren a algo diferente. El vocabulario es el
mismo, pero los diccionarios o léxicos son distintos. Cuando Pablo se refiere a sí mismo
como apóstol, lo que intenta decir es que él es un enviado de Dios para ministrarles a
Cristo a los pecadores a fin de que éstos lleguen a ser hijos de Dios y miembros de
Cristo, y que sean edificados para que crezcan y lleguen a ser el Cuerpo de Cristo. Ésta es
la comprensión de Pablo de lo que significa ser un apóstol. Pablo no usa esta palabra con
la connotación de que un apóstol es una persona poderosa autorizada por Cristo para
controlar y gobernar. Al contrario; en Pablo no existe semejante concepto acerca del
apostolado. Dicho concepto es completamente despreciable. No obstante, hoy en día,
cuando muchos usan la palabra apóstol, tienen en mente a alguien como un papa o por
lo menos un arzobispo. Algunos tienen este concepto incluso acerca de la palabra
anciano. De esta manera, ellos les atribuyen a los términos apóstol y anciano una
connotación muy desagradable. Debemos entender estas palabras de una manera
bíblica, es decir, conforme a la Palabra pura de Dios, y no según la tradición religiosa.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y OCHO
EXHORTACIONES FINALES,
UN SALUDO Y UNA BENDICIÓN
(1)
En 13:11 Pablo declara: “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos,
tened el mismo pensamiento, y vivid en paz; y el Dios de amor y de paz estará con
vosotros”. Puesto que los apóstoles se regocijaban (v. 9), podían exhortar a los creyentes
a regocijarse también, pero no lo debían hacer en su vida natural, sino en el Señor (Fil.
3:1; 4:4; 1 Ts. 5:16).
Según el Nuevo Testamento, la vida cristiana debe ser una vida de regocijo. Si su vida no
es una vida de regocijo, su vida cristiana no es normal. El regocijo incluye mucho más
que el hecho singular de tener gozo. Es posible tener gozo sin regocijarse. El gozo es algo
interno, mientras que regocijarse significa que nuestro gozo interior se expresa
exteriormente. Creo que Pablo diría que para regocijarse, debemos usar nuestra voz, es
decir, debemos proclamar nuestro gozo, hacerle audible. Por tanto, proclamar nuestro
gozo equivale a regocijarnos. Debemos regocijarnos ya sea cantando, alabando, gritando
o invocando al Señor. Así que, regocijarse equivale a dar voz a nuestro gozo interior, a
proclamarlo. Este regocijo es una característica importante de nuestra vida cristiana. Si
nuestra vida cristiana es normal, será una vida de regocijo.
PERFECCIONARSE
CONSOLARSE
En el versículo 11 Pablo dice también a los corintios que se consuelen. Los apóstoles
eran consolados por el Dios de toda consolación (1:3-6). Los corintios se desanimaron
mucho con la primera epístola que el apóstol les había escrito. Ahora, en la segunda
epístola, él los consuela con la consolación de Dios (7:8-13).
El libro de 2 Corintios es un libro de consolación. Los capítulos uno y siete están llenos
de consolación. Como libro de consolación, esta epístola trae aliento, satisfacción,
fuerza, habilitación y gozo. Nos trae todo lo que necesitamos. Si estamos satisfechos,
fortalecidos y, por ende, consolados, tendremos la energía de seguir adelante en la vida
cristiana y en la vida de iglesia sin desanimarnos.
Podemos tomar como ejemplo el teclado de un piano. Cada tecla necesita una perfecta
afinación para estar en armonía con las demás teclas. Asimismo, Pablo exhortó a los
corintios a estar perfectamente unidos en el mismo sentir, es decir, a pensar lo mismo y
no tener pensamientos peculiares. Todos debemos, por la gracia, aprender a tener el
mismo sentir.
VIVIR EN PAZ
En 13:11 Pablo exhorta a los corintios a vivir en paz. Esto significa vivir en paz unos con
otros, y probablemente también con Dios. Pablo sabía que existían contiendas y
ambiciones egoístas entre los corintios. En 1 Corintios 1:11 dice: “Porque he sido
informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de la casa de Cloé, que hay entre
vosotros contiendas”. Esto indica claramente que entre los creyentes corintios no había
paz. En 13:11, Pablo les exhorta a vivir en paz.
La vida cristiana es una vida de regocijo y también una vida de paz. Por tanto, contender
con otros o tener ambiciones egoístas va en contra del principio fundamental que rige la
vida cristiana. Las contiendas y las ambiciones egoístas caracterizan la vida de la
humanidad caída. Hoy en día, el mundo está lleno de contiendas y de ambiciones
egoístas. En todo aspecto de la sociedad humana, son comunes las ambiciones egoístas y
las contiendas. La vida cristiana es totalmente distinta de eso. Como pueblo celestial que
somos, siempre debemos vivir en paz unos con otros.
Según lo que dice Pablo en el versículo 11, si nos regocijamos, si somos perfeccionados,
consolados, si pensamos la misma cosa y si vivimos en paz, el Dios de amor y de paz
estará con nosotros. Los corintios carecían de amor (1 Co. 8:1; 13:1-3, 13; 14:1) y no
tenían paz porque eran perturbados por las enseñanzas que los distraían y por los
conceptos que los confundían. Por eso, el apóstol desea que el Dios de amor y de paz
esté con ellos para que sean corregidos y perfeccionados. Ellos necesitan ser llenos de la
paz y del amor de Dios para poder andar según el amor (Ro. 14:15; Ef. 5:2) y tener paz
unos con otros (Ro. 14:19; He. 12:14).
Cuando muchos cristianos piensan en Dios, piensan de Él como el Dios fuerte, el Dios
poderoso, el Dios que hace milagros. Pero Pablo hace énfasis en el Dios de amor y de
paz. Él les da a entender a los corintios que necesitan al Dios de amor y de paz. Ellos
hacían hincapié en los dones, y en particular, en el don de lenguas. Por esta razón,
podemos decir que ellos eran los pentecostéses de antaño. Sé por experiencia que los
pentecostéses necesitan particularmente al Dios de amor y de paz. Ellos tal vez se
abrazan un día y se dividen al día siguiente. Les cuesta mucho trabajo saber lo que es
genuino, porque les falta el Dios de amor y de paz.
Debemos regocijarnos, ser perfeccionados, ser consolados y vivir en paz. También
debemos tener el mismo pensamiento. Si todo esto constituye nuestra propia
experiencia, disfrutaremos al Dios de amor y de paz.
Ciertamente sería muy provechoso enmarcar lo que dice 2 Corintios 13:11 y colocarlo en
alguna pared de nuestra casa; pero más importante que eso, debemos guardar estas
palabras en nuestro ser.
ÓSCULO SANTO
En el versículo 12 Pablo dice: “Saludaos unos a otros con ósculo santo”. Este beso es un
beso de amor puro, sin ninguna contaminación. Lo que dice Pablo en el versículo 12
implica que nuestra vida cristiana debe tener un equilibrio. No es suficiente tener amor
y paz. Nuestro amor debe ser equilibrado con santidad. Pablo, consciente de la
necesidad de este equilibrio, exhortó a los corintios a saludarse unos a otros con ósculo
santo. Luego en el versículo 13, él dice: “Todos los santos os saludan”.
Entre los sesenta y seis libros de la Biblia, 2 Corintios es único en que concluye con una
bendición: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu
Santo sean con todos vosotros”. Esta bendición se compone de los atributos del Dios
Triuno: la gracia, el amor y la comunión. El amor de Dios el Padre es la fuente, el origen,
y la gracia es el caudal, la expresión, del amor. Teniendo el amor como fuente, podemos
actuar en beneficio de los demás o darles algo. Ésta es la gracia que es el rebosamiento y
la expresión del amor. Por ejemplo, quizá yo tenga el deseo de darle un reloj a un
hermano. El hecho de darle el reloj es una expresión de mi amor por el hermano. El
amor que se halla dentro de mí, se expresa en el hecho de darle el reloj. Podemos usar
esto como ejemplo del amor de Dios y de la gracia de Cristo. El amor está relacionado
con el Padre, quien es la fuente, y la gracia está ligada al Hijo, quien es el caudal, el fluir,
la expresión.
En 2 Corintios 13:14 se dice claramente que la gracia es de Cristo, que el amor es de Dios
y que la comunión es del Espíritu Santo. Puesto que el libro de 2 Corintios hace hincapié
en la gracia, en 13:14 la gracia se menciona primero. En otras partes de este libro, Pablo
hace mucho hincapié en la gracia. Por ejemplo, en 1:12 él declara: “Porque nuestra gloria
es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no
con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y
mucho más con vosotros”. Luego, en 8:1-15, se presenta la gracia que proviene de cuatro
entidades, y en particular, la gracia de Cristo. En 8:9 Pablo declara: “Porque conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico,
para que vosotros por Su pobreza fueseis enriquecidos”. Luego, en 12:9, tenemos lo que
probablemente es el versículo más famoso de toda la Biblia en cuanto a la gracia: “Y me
ha dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad”.
ESTUDIO-VIDA DE 2 CORINTIOS
MENSAJE CINCUENTA Y NUEVE
EXHORTACIONES FINALES,
UN SALUDO Y UNA BENDICIÓN
(2)
En 13:14 tenemos una bendición triple: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios,
y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. En esta triple bendición se ve
al Dios Triuno, porque en ella tenemos la gracia de Cristo el Hijo, el amor de Dios el
Padre y la comunión del Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento tenemos también una bendición triple, la bendición
pronunciada por el sacerdocio levítico al final de Números capítulo seis. En esta triple
bendición queda implícito el Dios Triuno. Números 6:24-26 dice: “Jehová te bendiga y
te guarde; Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y te otorgue Su gracia; Jehová
alce sobre ti Su rostro, y te conceda la paz”. Primero, vemos la bendición relacionada
con el Padre: “Jehová te bendiga y te guarde”. Segundo, vemos la bendición relacionada
con el Hijo: “Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y te otorgue Su gracia”.
Tercero, tenemos la bendición relacionada con el Espíritu: “Jehová alce sobre ti Su
rostro, y te conceda la paz”. Indudablemente, los sacerdotes levíticos valoraban mucho
esta bendición. No obstante, no se puede comparar con la bendición mencionada en 2
Corintios 13:14. Lo que se nos da en Números 6:24-26 es una simple bendición, es decir,
una bendición sin el mismo disfrute. Pero en 13:14 no sólo encontramos una bendición;
encontramos a Dios en Su Deidad Triuna: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Hablar del amor de Dios, de la gracia de Cristo y de la comunión del Espíritu Santo
equivale a decir que el amor es Dios, que la gracia es Cristo, y que la comunión es el
Espíritu Santo. Así, tenemos a Dios el Padre como amor, a Dios el Hijo como gracia y a
Dios el Espíritu como comunión. Esto significa que tenemos al Dios Triuno como
nuestro disfrute de manera directa; no simplemente una bendición de parte de Él o por
Él.
La gracia del Señor es el Señor mismo dado a nosotros como vida para que lo
disfrutemos (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10); el amor de Dios es Dios mismo (1 Jn. 4:8, 16) como
fuente de la gracia del Señor; y la comunión del Espíritu es el Espíritu mismo como
trasmisión de la gracia del Señor y del amor de Dios para que participemos de ellos.
Éstos no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una sola cosa, tal como el
Señor, Dios y el Espíritu Santo no son tres Dioses separados, sino tres “hipóstases ... del
mismo y único Dios indiviso e indivisible” (Philip Schaff). El amor de Dios es la fuente,
puesto que Dios es el origen; la gracia del Señor es el caudal del amor de Dios, ya que el
Señor es la expresión de Dios; y la comunión del Espíritu es la impartición de la gracia
del Señor con el amor de Dios, puesto que el Espíritu es la trasmisión del Señor con
Dios, para que nosotros experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo, con Sus virtudes divinas. Aquí se menciona primero la gracia del
Señor, ya que este libro trata de la gracia de Cristo (2 Co. 1:12; 4:15; 6:1; 8:1, 9; 9:8, 14;
12:9). Este atributo divino compuesto de tres virtudes —el amor, la gracia y la
comunión—, y este Dios Triuno compuesto de tres hipóstases divinas —el Padre, el Hijo
y el Espíritu—, lo necesitaban los creyentes corintios, quienes, a pesar de estar distraídos
y confusos, habían sido consolados y restaurados. Por lo tanto, el apóstol usó todas estas
cosas divinas y preciosas en una sola frase para concluir su afable y querida epístola.
TRES HIPÓSTASES
Algunos diccionarios asocian la palabra hipóstasis con las tres personas de la Trinidad.
Este significado de la palabra, dado en algunos diccionarios, es una interpretación. La
palabra hipóstasis no significa persona; no obstante, los teólogos la han usado para
referirse a las tres personas de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu. De hecho, el
Padre, el Hijo y el Espíritu son tres hipóstases, es decir, sustancias de apoyo de la
Deidad. En otras palabras, la Deidad se compone de las substancias fundamentales del
Padre, del Hijo y del Espíritu. Esto significa que si se eliminan estas tres hipóstases, la
Deidad perdería su sustancia.
Dios, a fin de redimir al hombre caído y para asegurar que sería uno con él, se encarnó
(Jn. 1:1, 14) en el Hijo y mediante el Espíritu (Lc. 1:31-35) como hombre, y vivió una vida
humana en la tierra también en el Hijo (Lc. 2:49) y por medio del Espíritu (Lc. 4:1;
Mt.12:28). Al comienzo de Su ministerio en la tierra, el Padre ungió al Hijo con el
Espíritu (Mt. 3:16-17; Lc. 4:18) a fin de llegar al hombre y hacerlo volver a Él. Poco antes
de que Él fuese crucificado en la carne y resucitara para hacerse el Espíritu vivificante (1
Co. 15:45), Él reveló Su misteriosa trinidad a Sus discípulos en palabras claras (Jn.14—
17), afirmando que el Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo (14:9-11), que el
Espíritu es la transfiguración del Hijo (14:16-20), que los Tres, quienes
simultáneamente coexisten y moran el uno en el otro, permanecen en los creyentes para
que éstos le disfruten (14:23; 16:7-10; 17:21-23), y que todo lo que el Padre tiene,
pertenece también al Hijo, y que todo lo que el Hijo posee es recibido por el Espíritu
para darse a conocer a los creyentes (16:13-15). Esta maravillosa Trinidad está
estrechamente relacionada con la impartición del Dios procesado en los creyentes
(14:17, 20; 15:4-5), para que ellos sean uno en el Dios Triuno y con Él (17:21-23).
Después de que Cristo resucitó, Él exhortó a Sus discípulos a hacer discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt.
28:19), lo cual consiste en introducir a los creyentes en el Dios Triuno, en una unión
orgánica con el Dios procesado, quien había pasado por la encarnación, el vivir humano
y la crucifixión, y que había entrado en la resurrección. Basándose en esta unión
orgánica, el apóstol, al concluir su segunda epístola a los corintios, los bendijo con la
bendita Trinidad en la participación de la gracia del Hijo, con el amor del Padre y por
medio de la comunión del Espíritu. En la Trinidad, Dios el Padre realiza todas las cosas
en todos los miembros de la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, mediante los
ministerios del Señor, Dios el Hijo, y por los dones de Dios el Espíritu (1 Co. 12:4-6).
Toda la revelación divina del libro de Efesios con respecto a la producción, existencia,
crecimiento, edificación y lucha de la iglesia como Cuerpo de Cristo, está compuesta de
la economía divina, que consiste en que el Dios Triuno se imparte en los miembros del
Cuerpo de Cristo. El capítulo uno de Efesios revela que el Padre escogió y predestinó a
estos miembros en la eternidad (vs. 4-5), que Dios el Hijo los redimió (vs. 6-12), y que
Dios el Espíritu, como arras, los selló (vs. 13-14), impartiéndose así en Sus creyentes
para la formación de la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo
lo llena en todo (vs. 18-23). El capítulo dos nos muestra que en la Trinidad Divina, todos
los creyentes, tantos judíos como gentiles, tienen acceso a Dios el Padre, por medio de
Dios el Hijo, en Dios el Espíritu (v. 18). Esto indica también que los tres coexisten y
moran el uno en el otro simultáneamente, aun después de pasar por todos los procesos
de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección. En el capítulo tres el apóstol
ora pidiendo que Dios el Padre conceda a los creyentes el ser fortalecidos, mediante Dios
el Espíritu, en el hombre interior, para que Cristo, Dios el Hijo, haga Su hogar en el
corazón de ellos, es decir, para que ocupe todo su ser, a fin de que sean llenos hasta la
medida de la plenitud de Dios (vs. 14-19). Éste es el clímax de la experiencia y
participación que los creyentes tienen de Dios en Su Trinidad. El capítulo cuatro
muestra cómo el Dios procesado como el Espíritu, el Señor y el Padre, se mezcla con el
Cuerpo de Cristo (vs. 4-6) para que todos los miembros experimenten a la Trinidad
Divina. El capítulo cinco exhorta a los creyentes a alabar al Señor, Dios el Hijo, con los
cánticos de Dios el Espíritu, y a dar gracias a Dios el Padre en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, Dios el Hijo (vs. 19-20). Esto es alabar y dar gracias al Dios procesado
en Su trinidad divina por el disfrute que tenemos de Él como el Dios Triuno. El capítulo
seis nos instruye a que peleemos la batalla espiritual siendo fortalecidos en el Señor,
Dios el Hijo, vistiéndonos de toda la armadura de Dios el Padre, y blandiendo la espada
de Dios el Espíritu (vs. 10, 11, 17). Ésta es la experiencia y el disfrute que los creyentes
tienen del Dios Triuno, incluso en la guerra espiritual.
El apóstol Pedro confirma en sus escritos que Dios se revela en Su trinidad para que los
creyentes le disfruten, remitiendo a los creyentes a la elección de Dios el Padre, la
santificación de Dios el Espíritu, y la redención de Jesucristo, Dios el Hijo, lograda por
medio de Su sangre (1 P. 1:2). Y el apóstol Juan refuerza el hecho de que la Trinidad
Divina se revela para que los creyentes participen del Dios Triuno procesado. En el libro
de Apocalipsis, él bendijo a las iglesias en las diferentes localidades con la gracia y la paz
de Dios el Padre, Aquel que es y que era y que ha de venir, y de Dios el Espíritu, los siete
Espíritus que están delante de Su trono, y de Dios el Hijo, Jesucristo, el Testigo fiel, el
Primogénito de entre los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra (1:4-5). La
bendición que Juan dio a las iglesias también indica que el Dios Triuno procesado, en
todo lo que Él es como Padre eterno, en todo lo que Él puede hacer como el Espíritu
siete veces intensificado, y en todo lo que Él ha logrado y obtenido como el Hijo ungido,
se revela para que los creyentes le puedan disfrutar y así ser Su testimonio corporativo
como los candeleros de oro (1:9, 11, 20).