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Doctrinas éticas

Intelectual moral:
Según, Aristóteles, El hombre es capaz de moralidad, porque y en cuanto está dotado de
libertad y de razón. A diferencia de los animales, los cuales obran de una manera
instintiva e inconsciente, el hombre conoce, delibera y obra propter finem, de una manera
consciente y refleja. El fin o bien que el hombre se propone alcanzar por medio de su
acción, es el primer movente y la primera causa de esta acción, aunque su consecución
real y efectiva es posterior a las otras causas: primum in intentione, est ultimum in
executione.
No siendo posible proceder in infinitum en el número y orden de los bienes que sirven de
fin a nuestras acciones deliberadas, es preciso que haya alguna cosa que se considere
como fin último y bien supremo asequible por medio de dichas acciones, y, por
consiguiente, como la última perfección del individuo.

Hedonismo:
Según Epicuro, su filosofía sostiene una tendencia hedonista mitigada, en donde el placer
espiritual es el bien supremo del hombre sobre el placer sensible. Considera utilizar la
razón para evaluar detenidamente el beneficio o el daño que pueda causarnos cada una de
nuestras acciones. Es decir, ser prudente con nuestras acciones para evitar el dolor futuro
y así satisfacer la tranquilidad del espíritu.

Eudemonismo:
Según Aristóteles, todo ser natural tiende a la actualización de lo que le es más propio, de
lo que es de modo esencial y, al mismo tiempo, le distingue del resto de los seres naturales.
El fin hacia el que tiende cada ser particular es, por relación a él mismo, un bien. Así,
pues, si hablamos del hombre, el bien consistirá en la actualización de aquello en lo que,
de modo más propio y esencial, consiste "ser hombre".

Utilitarismo:
Según John Stuart Mill, el utilitarista se percatará de que, puesto que el bien conjunto es
la suma de intereses individuales, el mejor modo de fomentar el propio interés es
promover el interés global. Por eso el utilitarismo propugna no sólo no limitarse al propio
bien, sino cuidar escrupulosamente la imparcialidad en las decisiones y evitar cualquier
acepción de personas. Únicamente esta regla hará que el saldo de bien sea el mayor.

Estoicismo:
Según Zenón, hay un lazo estrecho entre el bien y la felicidad con el vivir de acuerdo
con la naturaleza, y esto a la vez está ligado con la sabiduría y la virtud. Esto puede
retratarse en algunos de los fragmentos conservados sobre Zenón:
“Oigamos, por tanto, a Zenón, pues éste a veces sueña con la virtud. El bien supremo,
dice, es vivir de modo acorde con la naturaleza”.

Iusnaturalismo:
Según Thomas Hobbes, todos tienen el mismo derecho, la misma libertad de hacer u
omitir, todo aquello que les permita utilizar su poder para conservar el bien más preciado,
la vida. Algunos hombres pueden ser más fuertes o más sagaces que otros, ninguna de
estas diferencias es lo suficientemente significativa como para poner en duda el supuesto
de que los hombres son iguales por naturaleza; estas diferencias se compensan de una u
otra forma, porque si el más débil no es más sagaz que el más fuerte, puede al menos
aliarse con otros que se encuentren en la misma situación de desventaja que él, para
enfrentar al más fuerte en una situación más equilibrada.
“Si dos hombres aspiran a un mismo bien que no pueden disfrutar de manera conjunta,
ambos procurarán someterse mutuamente, incluso atentando contra la vida del otro. Por
eso Hobbes sostiene que la igualdad genera desconfianza, y la desconfianza, la guerra “.

Kantiana:
Según Kant, la razón práctica o conciencia moral, informada y vivificada por el
imperativo categórico y por la idea de la libertad, nos dice por un lado que el hombre debe
obrar el bien aun cuando esto no le proporcione la felicidad; por otra parte, nos dice
igualmente que existe una relación necesaria entre la virtud y la felicidad, o, lo que es lo
mismo, que el hombre virtuoso debe ser dichoso. Durante la vida presente, no solamente
no se verifica esta unión de la virtud con la felicidad, sino que generalmente ésta suele
ser patrimonio de los malos. Luego es necesario que exista otra vida y un ser supremo
para establecer y afirmar el equilibrio de la justicia, frecuentemente violada en la vida
presente; es necesaria la existencia de Dios, como juez supremo, y la inmortalidad del
alma, para resolver la antinomia presente entre la virtud y la felicidad.

Discursiva:
Según Karl-Otto Apel, La fundamentación se hace en el marco de una reflexión
pragmático-trascendental, que consiste en mostrar el «principio del discurso», expresable
como exigencia de que todos los conflictos de intereses sean resueltos por medio de
«discursos prácticos» (es decir, diálogos en los que se busque el consenso de todos los
posibles afectados acerca de una línea de acción). Lo característico –y a la vez el aporte
original de Apel– es el reconocimiento de que un principio bien fundamentado puede no
ser aplicable en determinadas situaciones, siempre que sea complementado por un
peculiar compromiso de contribuir a la institucionalización de los discursos prácticos.

Axiología:
Según Platón, hace sinónimos valor y ser. En La República, este pensador de la
Antigüedad afirma que el Bien es el máximo valor, es decir, aquello a lo que aspira
todo. Lo define un tanto oscuramente como el supremo garante del orden en la realidad,
siendo el modelo que hombre y sociedad han de perseguir para su perfección. Los
valores, según esto, serían los modelos reales que copia nuestro mundo sensible.

Comunicación:
Según Jürgen Habermas, intenta ofrecer una fundamentación racional de la ética. La suya
es una ética formal, aún más procedimental que la kantiana. Lo que da validez a una
norma es el procedimiento por el que se llega a ella. Se trata de una ética mínima, pues
no establece normas, sino que comprueba su validez. Nos da un procedimiento de
evaluación de normas y, en este sentido, se trata también de una ética negativa. La
propuesta de Habermas sería una “criba” Es también una ética universalista.
Su punto de partida no es la conciencia moral sino el hecho de la comunicación. En el
proceso de la comunicación, hablante y oyente comparten implícitamente nociones
morales. En toda comunicación se presuponen las bases de un comportamiento justo y
correcto.

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