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ESTUDIO BIOLÓGICO SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA

Traducción y adaptación pedagógica del siguiente texto:


A. FUMAGALLI, L’amore sessuale, fondamenti e criteri teologico-morali,
Queriniana, Brescia, 2017, 31-47.

A nivel biológico la experiencia sexual se presenta como un fenómeno atractivo,


caracterizado en sentido masculino y femenino, cuya reciprocidad encuentra una
emblemática confirmación en la unión sexual y en la procreación. El estudio biológico de
la experiencia sexual remite a su nivel psicológico.

1. La atracción sexual
La experiencia sexual se anuncia como atracción sexual, o bien como excitación de
los sentidos provocada por la percepción sensible de otro cuerpo. ¿Cómo se explica este
fenómeno? ¿Tiene bases biológicas?

1.1. Las bases biológicas


La respuesta positiva de la biología a estos interrogantes se fundamenta,
tradicionalmente, en la así llamada “etología humana”, disciplina que estudia los
componentes humanos comparándolos con aquellos de las especies animales, basándose
sobre el hecho que la evolución de las diferentes especies no ha modificado algunas
estructuras anatómicas y moleculares, sustancialmente idénticas entre especies. Más
recientemente, las neurociencias documentan la incidencia neurobiológica y
neuroendocrinológica sobre la pasión amorosa. La ciencia neurobiológica explica la
atracción sexual sobre la base de un cambio, debido a variaciones hormonales y eventos
vitales, del equilibrio químico y funcional del cerebro, que lo disponen a ser impactado
de manera masiva por estímulos externos vehiculizados por los sentidos. También a nivel
endocrinológico la atracción sexual encuentra confirmación como una tormenta
bioquímica que ella desencadena. Esto provoca un cambio hormonal, con elevación del
cortisol, que, en los estudios animales, se asocia con la creación de vínculos sociales.
A nivel biológico, la atracción sexual es un mecanismo perceptivo de
reconocimiento de la mejor pareja, que, en la especie humana, se asocia a recursos
generativos, garantía de la mejor prole, etc.

1.2. La belleza atractiva


La atracción sexual encuentra provocación y alimento en la percepción de la belleza
del otro. Existe un sistema corticoidal específico para su reconocimiento. La belleza
atractiva tiene su sede en el cuerpo y, especialmente, en el rostro. La biología
evolucionista, para la cual cuenta sobre todo lo que más favorece a la continuidad de la
especie, refiere la belleza del cuerpo a la salud, señal de un padre o de una madre sanos,
a la juventud, índice de una mayor fecundidad, a la moda, que conduciría a elegir

1
individuos preferidos por la masa, de modo que, la prole, heredando las mismas
características, goce de mayor favor.

2. La diferencia biológica
2.1. El dimorfismo sexual
El dimorfismo sexual que distingue la especie humana en individuos masculinos y
femeninos es el resultado de un proceso de diferenciación que se origina desde la
fecundación e interesa, aunque con intensidad variable, al entero arco de la vida. El
proceso de diferenciación inicia ya en la concepción, cuando la presencia en el cigoto de
dos cromosomas sexuales iguales (XX) o diversos (XY) determina el «sexo genético»,
respectivamente como femenino o masculino. Tal diferencia, siendo inscrita en el
patrimonio cromosómico, caracteriza cada futura célula del organismo, así que no existe
ninguna célula del organismo humano que no implique una caracterización femenina o
masculina.
El sexo genético, y más precisamente algunos genes residentes en los cromosomas
sexuales, a partir de la sexta semana de gestación, determinan el desarrollo diferenciado
del bosquejo gonádico (cresta genital), formado en torno a la quinta semana, dando origen
al «sexo gonádico», o bien, a las gónadas masculinas (testículos) o femeninas (ovarios).
A partir de la novena semana de gestación, la actividad endócrina provoca la
diferenciación de las comunes estructuras embrionarias, en los masculinos los conductos
de Wolff o en las femeninas los conductos de Müller, desde dónde se dan origen los
órganos sexuales internos; «sexo ductal». El influjo de tales hormonas producidas en los
testículos (hormona antimülleriana) mientras inhibe el desarrollo de los conductos de
Müller, hace evolucionar los conductos de Wolff en el epidídimo, los diferentes vasos y
la vesícula seminal; al contrario, la ausencia de tales hormonas inhibe los conductos de
Wolff y desarrolla los conductos de Müller, que van a construir las trompas de Falopio,
el útero y el tercio-superior de la vagina.

2
Desde la decimocuarta semana de gestación, a partir de estructuras embrionarias
bipotenciales, la presencia o no de las hormonas masculinas diferencian el «sexo
fenotípico» originando órganos sexuales externos masculinos o femeninos.

La actividad endócrina, que provee a la diferencia sexual en época prenatal, produce


efectos permanentes también sobre el sistema nervioso central, comprobable en el
volumen diferente —generalmente mayor en los masculinos— y en la morfología diversa
de numerosas áreas cerebrales. La diferenciación sexual del cerebro comporta, en edad
adulta, respuestas funcionales —de carácter emotivo y cognoscitivos— dimorfas, incluso
frente a un mismo estímulo.
La actividad endócrina, modesta en edad infantil y consistente con el advenimiento
de la pubertad, son también para adscribir a los caracteres sexuales secundarios que
completan el dimorfismo del sexo fenotípico1.

Los datos biológicos relativos a la diferenciación sexual muestran cómo en la


especia humana no exista un estado asexuado, ni, por norma, estado indiferenciado: la

1
Sobre esta base biológica está llamado a desarrollarse lo que se denomina el sexo psíquico.

3
organización sexual se verifica siempre. Sin embargo, el proceso de diferenciación sexual
evidencia cómo la diferencia masculino-femenina no sea una absoluta alteridad: no existe
el “puro masculino”, del todo extraño a la femenina y viceversa. Sea tanto a nivel
cromosómico que hormonal, en los dos sistemas de control de la diferenciación sexual se
pueden encontrar semejanzas.
A nivel cromosómico se constata la presencia, tanto en el gonosoma femenino como
en el masculino, del mismo cromosoma X37. Por tanto, si bien el segundo cromosoma es
diferente, el primer cromosoma X es común. La presencia diferencial del segundo
cromosoma, X o Y, interviene sobre la base común y permanente del mismo primer
cromosoma. Esto permite decir que “en la especie humana, el sexo de base es el sexo
femenino, que siempre se impone en ausencia de factores masculinizantes”2.
A nivel endocrino, las hormonas masculinas (testosterona) y las femeninas
(estrógeno, progesterona), que presiden y determinan la diferenciación sexual en todos
los niveles, no son prerrogativa exclusiva de uno u otro sexo. Las hormonas masculinas
son producidas no solo en los testículos, sino también en las glándulas suprarrenales sean
masculinas o femeninas y, además, en los ovarios. Las hormonas femeninas, más allá que
sean producidas en los ovarios, son producto también de las glándulas suprarrenales de
los dos sexos, y además se elaboran en los testículos. La presencia de hormonas
masculinas y femeninas en los dos sexos, si bien en dosis diferentes, ha conducido a
hablar de la «teoría del equilibrio» de las potencias sexuales. Según dicha teoría, todo
individuo, sea de uno u otro sexo, posee genes determinantes. El desarrollo sexual
individual depende del prevaler de los realizadores masculinos o femeninos. En base a
esta teoría, la diferencia sexual no es comprendida como ausencia absoluta en un sexo de
los elementos del otro sexo. La diferencia sexual no es alteridad absoluta, sino que
mantiene trazos de semejanza.

2.2. Los estados intersexuales


La diferenciación sexual, como se ha visto, es un proceso biológico regulado por el
control genético y hormonal. La eventual alteración de este doble control puede inducir a
los así dichos «estados intersexuales», en los cuales hay discordancia entre uno o más
niveles del sexo biológico (genético, gonádico, ductal, fenotípico). Los estados
intersexuales, que según algunas investigaciones atañen al 1,7% de los nacidos, son
agrupables en tres tipologías: las disgenesias gonádicas, los seudohermafroditismos, el
hermafroditismo verdadero.
- Disgenesia gonádica: está dada por la falta de diferenciación del tejido
primordial (disgenesia pura), o bien por la solo parcial diferenciación del tejido
testicular (disgenesia mixta). Las más frecuentes disgenesias gonádicas son los
síndromes de Turner y de Klinefelter.
El primero (un caso en 5000), está caracterizado por la falta de un cromosoma
sexual (45,X0). Los sujetos afectados son de fenotipo femenino, generalmente

2
G. ZWANG, Sessuologia, Masson, Milano, 1993, 120. La expresión “sexo de base” parece más correcta
que “sexo neutro”, a veces usada para indicar el estado embrionario antes de la diferenciación gonádica,
que aviene a partir de la 4a y 5a semana desde la concepción.

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de baja estatura, con un desarrollo no armónico y la presencia frecuente de dos
pliegues cutáneos al lado del cuello (pterigium colli), hipoplasia (desarrollo
incompleto o detenido) de los genitales, ausencia de menarquía (primera
menstruación) y esterilidad.

El síndrome de Klinefelter (un caso en 800), está caracterizado por la presencia


de tres cromosomas sexuales (47,XXY); los sujetos son de fenotipo masculino,
con la presencia de ginecomastia (agrandamiento del tejido de los pechos), bajo
desarrollo de los testículos y esterilidad en el 93% de los casos.

- El pseudohermafroditismo: está dado por la presencia de genitales internos y


externos más o menos en contraste con el sexo genético y gonádico. Se distingue
entre pseudohermafroditismo masculino, caracterizado por el fenotipo
femenino, pero con gonosomas (tipo de cromosoma sexual) y gónadas
masculinas, y el pseudohermafroditismo femenino, caracterizado por el
fenotipo masculino, pero con gonosomas y gónadas femeninas.

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Síndrome de Morris: tipo de pseudohermafroditismo masculino

- El hermafroditismo verdadero: muy raro (el 10% dentro de los estados


intersexuales), comporta la presencia simultánea en el mismo individuo tanto
del tejido testicular y del ovárico, con las siguientes posibles combinaciones:
ovario de un lado y testículo del otro (30-40% de los casos); ovotestis (presencia
de tejido ovárico y testicular) de un lado y ovario del otro (30-40% de los casos);
ovotestis bilateral (20% de los casos).

La eventualidad de los estados intersexuales, si, por un lado, plantea la cuestión


acerca de la oportunidad y la licitud de su tratamiento farmacológico, quirúrgico o
psicológico, no niega, por otro lado, la irreductibilidad de la diferencia sexual, ya que no
faltan teorías que haciendo bandera de los estados intersexuales, sostienen la insuficiencia
de la distinción en solo dos sexos. Más allá del hecho de que los estados intersexuales
sean raros, se debe reconocer que ni siquiera el estado indiferenciado de las gónadas
embrionarias es indicativo de la más mínima “bipotencialidad”, porque los gonosomas de
todas sus células son ya masculinas o femeninas de manera unívoca3. Las intervenciones
externas y los procesos patológicos pueden desorientar la evolución normal, sin embargo,
nunca al punto de comportar la constitución de masculino o femenino capaces de
reproducirse según las modalidades de un sexo convertido en antítesis con el propio sexo
genético.

3. Coito y fecundación
Permaneciendo en los datos de la biología, el dimorfismo sexual no es absoluto,
sino relativo, porque masculino y femenino, si bien diferentes, presentan semejanzas. La
biología sexual invita a referir un sexo al otro, sacando a la luz la reciprocidad. La
reciprocidad biológica entre masculino y femenino se manifiesta especialmente en el
coito y en la fecundación.
El coito —del latín co-ire, andar juntos— consiste en el acoplamiento del macho y
la hembra, lo que implica la penetración vaginal, es decir, la introducción del pene

3
Las anomalías de los cromosomas sexuales, debidas a la ausencia de un cromosoma o a la multiplicación
de los mismos son, de todos modos, una variación numérica de los cromosomas femeninos (X) o masculinos
(XY).

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masculino en la vagina femenina. La fisiología coital distingue clásicamente cuatro fases
comunes en la pareja: excitación, plateau (meseta)4, orgasmo, resolución, con rasgos
diferenciados de acuerdo si se es masculino o femenino.
El coito, inducido y consentido por la diferencia sexual, es un acto biológicamente
fértil, en grado de generar un nuevo ser humano. La fecundación es también ella un
proceso que comporta una serie de eventos, caracterizados por la complementariedad de
los gametos masculinos y femeninos, una suerte de prolongación de la
complementariedad masculina y femenina típica del coito. Los eventos de la fecundación
humana —que es, precisamente, “diacrónica”, en cuanto que se desarrolla en el tiempo
de algunas horas— documentan una armónica coparticipación y estrecha colaboración en
cada fase de los dos gametos, entre ellos compenetrados, para alcanzar el resultado final,
que formalmente cierra el proceso llamado de fecundación —es decir, la formación a
partir de la única célula del óvulo fecundado, de dos células, llamado blastómeros.

El cigoto inicia un proceso de división, el cual genera un aumento en el


número de células, estas células son las que se conocen como blastómeros.

En el momento de la eyaculación masculina, el esperma es depositado en el fondo


vaginal, desde dónde inicia la migración de los espermatozoides. En su recorrido de
remontada, los espermatozoides se topan con un ambiente vaginal desfavorable, puesto
que es ácido. Alcanzando, sin embargo, el canal cervical, donde hay mucosidad alcalina,
los espermatozoides pueden sobrevivir desde las 24 horas a los 4 días. La particular
permeabilidad de la mucosidad en el período ovulatorio, junto a las contracciones del
miometrio (capa de músculo especial del útero), favorecen la remontada de los
espermatozoides empujados por la movilidad de sus colas. En el cuello uterino (cérvix
uterino), en el útero, en las trompas de Falopio y en la proximidad del ovocito, adviene la
capacitación de los espermatozoides, consistente en un pasaje del estado inerte a una
activación que los vuelve capaces de fecundación.

4
Período que va desde la excitación inicial hasta el orgasmo.

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En vistas a tal resultado, adviene la capacitación del óvulo y su maduración
(meiosis), como así también la transformación del ambiente bioquímico tubárico en modo
que sea idóneo para la fecundación del ovocito de parte del espermatozoide.

De modo que esto resulte posible, es decir, que se forme la primera célula del
embrión (cigoto), constituida por 23 cromosomas residentes en el óvulo y 23 cromosomas
aportados por el espermatozoide fecundante, es necesario la fusión de los gametos,
precedida por una interacción tal, por la cual el óvulo activa el metabolismo del
espermatozoide y el espermatozoide, recíprocamente, activa el metabolismo del óvulo.
La interacción masculina y femenina en la sucesión de los eventos que caracterizan
el coito y la fecundación representa una suerte de “coloquio biológico”, en el cual la
pareja actúa recíprocamente en vistas de su unión.

4. La remisión metabiológica
La investigación biológica de la atracción sexual atestigua evidentes bases
orgánicas, que la relacionan al instinto arcaico de la transmisión de la vida. Sin embargo,
ya las consideraciones de la biología sexual humana implican la inevitable remisión a
ulteriores niveles de la experiencia sexual, los cuales intervienen en la determinación del
nivel biológico mismo. La remisión metabiológica está motivada tanto por los límites de
la investigación científica, como por los resultados de la misma.
Los actuales límites científicos son dados por el hecho de que las investigaciones
experimentales acerca de la incidencia genética, cerebral y endocrina sobre la
diferenciación y el dimorfismo sexual son todavía incipientes y controvertidas; de todos
modos, se excluye el hecho de que la experiencia sexual humana sea explicable sobre la
sola base biológica.

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El reduccionismo biológico es contestable sobre todo por cuanto la biología pone
en clara evidencia: la excedencia de la experiencia sexual humana respecto a la finalidad
propiamente biológica de la reproducción. No solo la actividad sexual humana está
desenganchada de los períodos fértiles, sino que también se da en los períodos a-genésicos
del ciclo femenino, y después en la menopausia de la mujer. El mismo instinto sexual
surge y funciona con notable autonomía respecto de la base biológica. Ascendiendo desde
el mundo animal al humano, en efecto, se nota una progresiva reducción del influjo
hormonal respecto al neuronal, así que, justamente por vía de la estructura biológica se
encuentra en la sexualidad humana una mayor plasticidad que en los Primates afines.
Las investigaciones de psicofisiología, neuropsicología y psicoquímica, ponen en
evidencia la interacción del sistema nervioso con los procesos mentales, reconociendo la
génesis no solo neurobiológica, sino también psíquica de la atracción sexual. La
incidencia psíquica sobre el surgir del impulso sexual explica su excedencia respecto a la
necesidad estrictamente funcional de la reproducción biológica. Esto permite a los seres
humanos excitar la instintividad biológica a partir de la psique, pero también de contener
el instinto sexual haciendo posible la abstinencia sexual.
Las sintéticas observaciones sobre la biología sexual deberían, por lo menos,
consentir de mostrar la peculiar cualidad de la sexualidad humana, por lo cual la biología
sexual es irreducible a su dimensión biológica. Una visión adecuada de la sexualidad
humana deberá integrar la dimensión biológica dentro de la globalidad constitutiva del
organismo humano. El sistema nervioso, desde el principio de su desarrollo, abre al
individuo a la comunicación y a la interacción con el mundo externo, de modo que, ya en
el nivel biológico, la sexualidad reenvía no solo al nivel psíquico, sino también al socio-
cultural.

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