Es importante comprender el concepto de participación en un sentido amplio, así
como lo plantean Ariel, Naranjo, Rincón y Peña, (2003: 68) “como un proceso social que resulta de la acción intencionada de individuos y grupos en busca de metas específicas, en función de intereses diversos y en el contexto de tramas concretas de relaciones sociales y de poder. Participar es “estar presente en, ser parte de, ser tomado en cuenta por y para, involucrarse, intervenir en, incidir, influir, responsabilizarse. La participación es un proceso, un derecho, una necesidad que entrelaza a los sujetos y a los grupos; la participación de alguien en algo, relaciona a ese uno con los otros también involucrados” (GIMÉNEZ, 2000). El ejercicio de la participación por ello, es dinámica, pues lo que la dota de contenido y sentido son las acciones relacionales de los sujetos y los grupos que se implican, deciden y actúan comprometidamente. Otro concepto sobre prácticas comunicativas es el desarrollado por Paulo Freire: La primera observación que hay que hacer es que la participación, en cuanto ejercicio de tener voz, de intervenir, de decidir en ciertos niveles de poder, en cuanto derecho de ciudadanía se encuentra en relación directa, necesaria, con la práctica educativa progresista. Si los educadores y las educadoras que lo realizan son coherentes con su discurso. Otro concepto sobre prácticas comunicativas es el desarrollado por Paulo Freire: La primera observación que hay que hacer es que la participación, en cuanto ejercicio de tener voz, de intervenir, de decidir en ciertos niveles de poder, en cuanto derecho de ciudadanía se encuentra en relación directa, necesaria, con la práctica educativa progresista. Si los educadores y las educadoras que lo realizan son coherentes con su discurso. En cuanto a la participación como un derecho, (Barrera y Alvarado 2012: 53-55), frente al tema subrayan que “Pese a la ampliación del marco jurídico que regula las condiciones y limitaciones de la participación ciudadana en Colombia, es claro que ni siquiera el derecho a participar de forma libre y en condiciones de igualdad en la escogencia de los gobernantes locales, territoriales, nacionales; considerado como el máximo nivel de participación en una democracia representativa, se garantiza plenamente en este país”. En busca del reconocimiento de las prácticas comunicativas, se evidencia que la comunicación y la participación son dos conceptos complementarios y causales en el escenario de la democracia, el grado de proporcionalidad entre ellos, nos concluye que, a menor oportunidad de comunicar y participar, menor es el ejercicio democrático. Participar del poder político directa o indirectamente, por medio de sus representantes, es y debe ser la principal característica de una democracia. Sin embargo, la palabra democracia no es meramente una forma de gobierno, también es un modo de vida, una forma de organización humana, en donde la comunicación y la participación se debaten como derechos de los ciudadanos. El Informe MacBride (1980) expresa que el derecho a comunicar es un pre- requisito para la realización de otros derechos humanos. En particular, debemos reconocer la relación que existe entre el derecho a comunicar y aquellos que garantizan la participación pública. Así, el derecho a comunicar va de la mano de la libertad de expresión, el derecho a la información y el acceso universal a las tecnologías y al conocimiento. La comunicación también se encuentra ligada a los derechos culturales, como lo expresa el Artículo 5º de la Declaración de la UNESCO sobre Diversidad Cultural: “Todas las personas tienen el derecho a expresarse por sí mismas y a crear y diseminar su trabajo en la lengua de su elección, particularmente en su lengua materna; todas las personas tienen el derecho a una educación de calidad que respete plenamente su identidad cultural”. El vínculo de estos conceptos parte del interés de los comunicadores de mediar esas prácticas de participación. Acogiendo la idea de Viché González (2015), en esta contemporaneidad se configuran espacios propicios para las prácticas culturales de participación, que empoderan a los sujetos a través de Internet, y utilizan medios sociales para afianzar la fuerza de los movimientos sociales, desde los cuales emerge la ciberanimación en el entorno digital, definida como: […] una praxis sociocultural que tiene como objetivo la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos a través de la creación de redes y comunidades sociales de carácter solidario, con la finalidad de asegurar la sostenibilidad de esas colectividades humanas (Viché González,2015, p. 87). En este texto se presenta una reflexión sobre las prácticas comunicativas. A lo largo de este trabajo se muestra cómo las prácticas corresponden a apuestas epistemológicas y no solo al mundo de lo cotidiano, del que también hacen parte. Es decir, ejercer una práctica comunicativa es asumir una postura académica y política frente a la sociedad. Las prácticas son entendidas aquí como dinámicas y procesos que reproducen una cierta perspectiva comunicacional o la producen, todo depende de cómo se asuman.