Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
DESCIFRANDO EL POEMA
MUERTE SIN FIN
DE JOSÉ GOROSTIZA.
Por Fernando Andrade Cancino.
un auténtico jeroglífico que algunos estudiosos, en su intento por descifrarlo, han recurrido al
“árbol sefirotal” de la Cábala o han creído encontrar afinidades con ciertas oraciones
budistas que se recitan ‘al revés’, de atrás hacia adelante, además de que no han faltado
quienes -agrega el autor- lo vinculan con el anuncio nihilista de la “muerte de Dios”, puesto
en circulación por Federico Nietzsche. [….]..
Por otra parte los tres epígrafes que Gorostiza pone antes de iniciar el largo poema son
tomados de los Proverbios de la Biblia e indican que una correcta interpretación
presupondría raíces judeo cristianas de nuestra cultura, considerando por supuesto las
aportaciones a ésta de la filosofía griega”.(E.E., p.13)
a la inteligencia finita que intenta desbordar la prisión en que ha sido confinada; Gorostiza
define a la perfección este carácter limitado del entendimiento al exclamar: ¡Oh inteligencia,
soledad en llamas, / que todo lo concibe sin crearlo! / ¿Oh inteligencia, páramo de espejos!
Con ello se asoma a los abismos de la autoconciencia: el suyo es un pensamiento que piensa
la nada. (E.E., p. 15)
La mente de Gorostiza se convierte así en un molino cósmico que lo calcina y lo tritura todo
en los dientes de la imaginación. No es sólo que el universo se aniquila en llamas. Se desata
con ese auténtico holocausto un movimiento regresivo que “deshace”, en una progresión
indetenible, los animales, las plantas, los minerales, los mares y las estrellas, hasta formar
con esa masa heteróclita un río de enamorado semen que regresa irreconocible a su punto de
partida, al origen fatal de sus orígenes. El universo se funde de nuevo con su creador. Los
aleluyas con los que concluye el segundo gran movimiento del poema confirman este
acontecimiento que sólo ha sido posible en la fantasía del autor. (E.E., p.16)
En versos como el anterior, señala Escalante, “el giro impersonal, que anula al
sujeto, entrega en su lugar un trozo de realidad -el mar- frente al que todo ser
enmudece”, entroncando así con las novedosas teorías de Eliot acerca de la
impersonalidad del poeta y del correlato objetivo (unidad entre la conciencia y los
objetos del pensamiento); “La conciencia, como puede verse, es reductible a
relaciones entre objetos y los objetos a su vez son reductibles a relaciones entre
diferentes estados de conciencia” (E.E., p. 70-71. Cita de Sanford Schwartz, The
matrix of modernism, Pound, Eliot & Early 20th-century Tought).
Eliot estableció en su ensayo La tradición y el talento individual -dice Escalante-
que “el progreso de un artista es un continuo auto sacrificio, una continua extinción
de la personalidad”:
En lugar de las “ganas de lloras” del sujeto, lo que debe hacer el poeta es encontrar y poner
en su lugar el correlato objetivo. En lugar de las expresadas “ganas de llorar” del
involucrado, hay que sustituirlas por el mar, que sería el correlato objetivo de las
mismas.(E.E., p. 73)
La aparición del mar en la poesía de Gorostiza es una evidencia que va más allá
de las palabras, es un ansia de conocer, de saber; en la estratégica metalépsis de la que
surge -es siempre Escalante el que analiza- podría sugerirse el drama entero de
Muerte sin fin. Y el autor se refiere a esos versos en los que el “yo” es abandonado y
arrojado de lleno en el mundo exterior, como aquel en el que se descubre en la imagen
atónita del agua; el agua, el más simple de todos los entes, el más humilde,
insignificante, carente de valor, al menos en apariencia. Hay ahí un brusco traslado
que sustituye -dice Escalante- sin previo aviso un registro por otro.
Muy largo es el poema impersonal de Gorostiza que descifra Escalante y que -
como él señala- como una sinfonía o disertación teofántica se desarrolla durante 775
versos, mismos que nuestro crítico y también poeta analiza con la lupa de un
escrupuloso relojero. (El señala que los epígrafes con que inicia el poema, tomados
todos de la Biblia, además de una referencia muy directa al génesis, y alguna
resonancia de la Epístola a los Romanos de San Pablo, ubicada de modo estratégico
en el climax del texto, podrían reforzar la contextura teofántica del poema).
Más adelante advierte, a propósito del largo poema, “el sabio arte de la
reiteración, de la traslación, de la disminución y del aumento, así como el esquema
tripartito de la enunciación”: Para tornar mañana por sorpresa/ en un estéril repetirse
inédito, dicen dos versos del poema analizado, es decir, y así interpreta estos versos
Escalante; “que no pase nada nunca, o que siempre pase lo mismo”. “El texto vuelve
una y otra vez sobre sus pasos, retomando expresiones y modificándolas sobre la
marcha, capitulando y recapitulando, corrigiendo su dicho, agregando notas o
disminuyéndolas, lo que no es sino una forma de volver sin volver, de esquivar la
repetición en el momento mismo en que se incurre en ella”. (E.E., p. 112)
“Ovidio, el pensador griego nos enseña en Las Metamorfosis que no hay nada
estable en el universo”, agrega Evodio, quien dice;
toda forma de existencia se trueca en otra, y esa a su vez en otra y en otra al grado que podría
decirse que la vida no es sino un tránsito permanente, un continuo proceso de renovación en
el que sólo hay algo que perdura: las almas, esas sí inmarcesibles. (E.E., p.110)
El poema oscila entre la cumbre y el abismo, entre lo eterno y lo efímero, entre el deleite y el
horror, entre la comedia y la tragedia, entre la valoración positiva y la negativa. (E.E., p.111)
El oximorón que trasmite el título del poema, Muerte sin fin, queda flotando como una
antítesis imposible de resolver, y que no puede resolverse porque en sentido estricto no es
una antítesis, sino un oximorón; no un enunciado antitético, como tal, sino un enunciado
figurativo con bases antitéticas. El oximorón se revela así como una figura de la oscilación.
Como la figura por excelencia de lo indecible, pues plantea dos posibilidades antagónicas de
lectura sin resolverse por ninguna. (E. E., p.114)
Los oximora se diseminan en el texto -a todo lo largo de Muerte sin fin- y provocan a cada
paso problemas de interpretación. ¿Cómo entender, en efecto, esa muerte viva, el repetirse
inédito, lo eterno mínimo, la risa agónica, el tumbo inmarcesible, el cielo impío, el tiempo
paralítico, el dios estéril, los brazos glaciares de la fiebre, el angélico egoísmo, la flor
mineral que se abre para adentro (dos oximora en un mismo verso), la senil recién nacida,
el mohíno crepitar de gozo, el fulgor de soles emboscados, y otras figuras de la antítesis
presentes en el texto?” (E.E., p. 115)
“La búsqueda de rigor que es también una búsqueda de pureza, se convierte en un antídoto
contra la poesía, ….[…] la cual se convierte en un puro acto de inteligencia cercano a la
prestidigitación.” (E. E., p.147)
El personaje esbozado por Gorostiza en los primeros siete versos del poema “se
descubre atrapado en la viscosidad terrestre de la existencia, enredado en la angustia
e incapaz de darle siquiera unidad y coherencia a sus pensamientos” (E. E., p.154)
Destaca el ensayista sin embargo el “disgusto de sí” -con él mismo-, como estado de
ánimo y punto de partida. Tal disgusto, ¿tiene que ver, tal vez, con el hecho de que es
un ángel caído, que ha sido expulsado de sus dominios y que se encuentra de pronto
sometido a la ley de la gravedad, como cualquier objeto? Pregunta a la que el autor
responde en cierto modo afirmativamente.
La ignorancia inicial manifiesta en el poema se ira así convirtiendo en un saber
(anagnórisis) que parte del conocimiento del agua, a la que Evodio considera
paradójicamente el más insignificante de los elementos, siendo que es también el más
significante, pues en él, desde principio, estaba el espíritu de Dios.
Matábola, metalepsis, hipálague anagnórisis, meiosis, son recursos retóricos que
Escalante nos explica cómo emplea Gorostiza a fin de descifrar en un sólo poema el
significado de enigmas que han requerido de enormes tratados filosóficos, teosóficos
o alquímicos para ser mínimamente develados. El poema es así una especie de piedra
filosofal, de palabras mágicas que Gorostiza conjura y que Escalante asimismo
descifra, verso a verso, como una larga cadena de ADN.
“Es el asombro o la admiración lo que mueve a los hombres a emprender sus
indagaciones en los campos de la ciencia y la filosofía” ha dicho Aristóteles quien es
citado puntualmente ( E.E., p.170):
La alegoría del vaso de agua es una especie de columna vertebral del poema, y
un símil del cuerpo y el alma, al que Escalante agrega un contrapunto mayestático:
“el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. De lo anterior deduce que las
aguas no fueron creadas, se encontraban ahí desde una época inmemorial, acaso tan
lejana en el tiempo como la presencia de Dios. El vaso de agua que “rinde así,
puntual,/ una rotunda flor/ de transparencia al agua”, es interpretado por el autor
como “un espejo de belleza”, sin embargo podemos interpretarlo también como un
caleidoscopio floral de luces y colores que es un reflejo, el de uno mismo sobre el agua
y sobre el cristal del vaso, lo que sería no solo la imagen propia o la memoria de esa
imagen, sino también la memoria de “una brumosidad muy antigua” (E.E., p. 216), la
imagen del hombre a semejanza de Dios mismo y aún, la de Dios cuando aún no
creaba nada a su imagen y semejanza; Dios el informe, “el escenario de la nada”
(E.E., p. 216).
En el “saber absoluto”, o en la “reconciliación de todos los entes del universo
que acabarían fundiéndose con su principio creador” se alienta un impulso de
reconciliación -sugiere Evodio- que quiere fundir los entes con la primera causa (E.E.,
p.227) tal y como sucede en la segunda parte del poema. No obstante el romance con
que concluye, los octosílabos “socarrones en que aparece el Diablo, toman distancia
de esta pretensión metafísica, y hasta se burlan de ella”
El párrafo anterior es para nosotros una alegoría del hombre arrojado del
paraíso sobre la tierra a la que fuera condenado para volverse mortal y tener imagen
propia –el verbo se hizo carne, la palabra creó la muerte-, tierra que es en su centro
un infierno alucinante que evoca la “gran bola de fuego que viene desde Heráclito”,
como lo interpreta Escalante, pero que también es el infierno nuestro de cada día.
La “destrucción creadora” ocupa la segunda parte del poema. Según Gorostiza,
en su ensayo De la pintura nueva, citado por Escalante, ( E.E., p. 272) el arte moderno
debe entenderse como un proceso de destrucción -deconstrucción- tal y como sucede
con el poema Muerte sin fin, en el que tal destrucción-deconstrucción es efectuada
bajo el imperio del fuego: “Cuando todo esto haya sucedido, enseñan, el fuego que
está oculto en el mundo prorrumpirá y arderá” (doctrina de la ekpyrosis, E.E., p.
244). Pero también la destrucción llegará de forma contraria al soplo inicial que le
infundió vida al hombre, por medio de una inhalación o aspiración divina, como se
enuncia o anuncia en la parte final del poema que dice:
“Se diría -dice Evodio- que el logos creador es de modo simultáneo un logos
asesino, y que a efectos de esta palabra termina sucumbiendo, aunque parezca
imposible, el ser que lo emitió. ‘No hay documento de cultura que no sea también un
documento de barbarie’” (Walter Benjamín, citado por Escalante, p.283)
El romance octasilábico con que concluye irónicamente el poema menciona
nuevamente al Diablo -el ángel caído- y festeja la muerte en la carne que se gasta/
como una hoguera encendida […] , es decir, en el fuego eterno.
La muerte sin fin, la muerte de las estrellas que sólo dejan un recuerdo de luz
sin estrella, vacía,/ que llega al mundo escondiendo/ su catástrofe infinita o la
nietzchiana muerte de Dios, son mediante el recurso del humor popular en el que
Gorostiza se apoya en el romance final, mandadas al Diablo como preocupaciones
filosóficas. Por eso el poema concluye así: