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"Se empieza a salvar el mundo salvando a un hombre por vez; todo lo demás es
romanticismo grandioso o política." — Charles Bukowski.
Algunos miles de años trazan la historia del hombre moderno, explorador por excelencia,
aventurero por curiosidad, valiente por necesidad, salvaje por evolución (o falta de esta), dominante por
instinto, pero sobre todo problemático, por todas las razones anteriores y algunas modernas. En todo
caso nuestra fortaleza evolutiva, el cerebro, rige nuestras emociones y nos ha hecho a su vez vulnerables
al conflicto, un concepto el cual muchos autores califican como “sano” y aunque así lo fuera igualmente
nos afecta desde el primer momento de lo que serán nuestras vidas.
Sin embargo, este arquetipo no pretende generar reacciones de pesimismo sobre nuestra vida,
muy al contrario, hablamos sobre la cotidianidad, y para poder verlo desde el punto de vista positivo en
primer lugar se debe entender.
Es decir, para poder llegar a concepciones tan importantes como el liderazgo transformacional y
el neuroliderazgo, debemos primero manejar una fase introspectiva relacionada al manejo propio,
condicionada principalmente por la intuición, la perspectiva, los conocimientos y la prospectiva, ya que sin
estas estipulaciones simplemente el papel del líder sería empírico, obviamente importante, pero no tan
completo.
Sin embargo, siempre tenemos y tendremos, la capacidad para evolucionar para seguir
desarrollándonos. Mencionaba anteriormente al cerebro como fortaleza evolutiva, lo realmente
interesante al respecto es que ahora somos conscientes de ello, hemos aprendido durante los últimos
cinco años más sobre nuestro cerebro, de lo que habíamos hecho en el resto de nuestra historia y esto se
debe al vertiginoso avance de la tecnología y la investigación principalmente, pero esta cantidad de
información, de cambios, de desarrollo y de avances también poseen su yang, su contraparte y se trata
de la dificultad que tenemos para seguirle el ritmo.
Es por ello, y como dice Braidot, que los verdaderos líderes son quienes tienen el cerebro
preparado para decidir sobre la marcha, en el momento. Ya no hay tiempo para imaginar escenarios
porque la velocidad con las cuales cambian las circunstancias no lo permite. La neurociencia aplicada al
estudio del comportamiento de los líderes aporta valiosos conocimientos acerca de cómo funcionan sus
cerebros y cómo aprenden.
Quizás algunos de los descubrimientos más valiosos se relacionan con características como la
neuroplasticidad, la cual es la capacidad del cerebro de reformarse, remodelarse y reorganizarse, el
neuroaprendizaje (por asociación o por experiencia) donde podemos darnos cuenta que nuestro cerebro
altera o define la percepción de la “realidad” y por último la capacidad atencional, la cual asegura que el
éxito depende de la capacidad de un líder para enfocar e inducir a otros a enfocar la atención con
intensidad y frecuencia en ideas específicas y metas claras.