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CLASIFICACIONES DE LOS CONTRATOS

POR

ANTONIO BOHÓRQUEZ ORDUZ

REGRESAR A:
CLASIFICACIONES DE LOS CONTRATOS[1]
ANTONIO BOHÓRQUEZ
ORDUZ

A continuación hallaremos las principales clasificaciones que se han


formulado para los contratos, tanto por la ley como por la doctrina y la
jurisprudencia, y que suelen ser relevantes debido al distinto tratamiento
legal que los contratos reciben según la categoría en la cual se hallen, razón
que justifica el estudio pormenorizado y discriminado de tales
clasificaciones. Pero, además, no debe dejarse de mencionar la enorme
utilidad que tales clasificaciones prestan, desde el punto de vista pedagógico,
en la comprensión y aprehensión de los problemas que estas figuras
plantean.

Cada clasificación muestra dos categorías de contratos, por lo menos,


y en cada una de ellas señalaremos los ejemplos más conocidos, a veces sin
explicación, en razón de que resulta obvia, o que está dada ya en otro aparte
de la obra. No obstante, no sobra advertir que no vamos a encontrar en este
capítulo todas las clasificaciones posibles, pues lo más probable es que
algunas de las que ha propuesto la doctrina se nos pase por alto. Además,
también es preciso decirlo, algunas figuras escapan a ciertas clasificaciones.
Así mismo, no debe olvidarse que un contrato puede clasificarse en varias

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categorías, de diferentes clasificaciones, las cuales corresponden a las


llamadas características del contrato que los autores suelen enlistar al
comenzar el estudio de una figura en particular y por lo cual indican que es
bilateral, solemne, etc.

Las principales clasificaciones a las cuales hemos juzgado necesario


aludir son las siguientes:

PRIMERA CLASIFICACIÓN:

Según si tienen o no, descripción o reglamentación en los textos


legales los contratos pueden ser típicos o atípicos.

1. Típicos: si se hallan disciplinados por la ley (Código Civil, Código


de Comercio o leyes especiales) pues, en tal caso, el legislador los ha
enmarcado en un tipo legal, de tal suerte que sus elementos siempre
corresponden con los que tiene señalados el legislador. Tales
reglamentaciones suelen ser extensas y comprenden aspectos tales como
exigencias especiales a los sujetos, en algunos casos o, también, reglas paran
la formación del contrato (formalidades, a veces), elementos esenciales de su
contenido, obligaciones de las partes (elementos naturales) y, cuando el
legislador lo juzga conveniente, normas atinentes a elementos accidentales.
Desde luego, hay muchos casos en los cuales tal reglamento no es
completo y, sin embargo, el contrato se tiene como típico, pues la normativa
que lo rige se complementa con las normas generales sobre obligaciones y
contratos, o con las normas que disciplinan algún otro contrato que le es afín
o, que históricamente, le ha servido de antecedente. Así, por ejemplo, el
suministro de servicios es un contrato típico, sin embargo, la reglamentación
que ofrece el legislador, en especial en el campo de las nuevas tecnologías y
en el de las comunicaciones, es absolutamente insuficiente, pues no
soluciona todos los problemas que suscita. En cambio, si la ley escasamente
se refiere al contrato, como por ejemplo para dar una descripción del
contrato pero sin señalar las obligaciones que de él surgen, o sin dedicarle

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más espacio a otras disposiciones acerca de sus elementos, su formación o


su extinción, el contrato sigue siendo atípico, como, a nuestro juicio, podría
decirse del contrato de descuento, operación financiera a la cual el legislador
le dedicó tan solo un artículo, el 1407 del Código de Comercio que se limita,
en la misma línea del artículo 882 del mismo código, a dejar en claro que el
acreedor puede usar la acción causal o la cambiaria, según prefiera.

2. Atípicos: si no aparecen en el catálogo legal, vale decir, si la


conducta humana desplegada en la celebración del contrato no aparece
hipotetizada en una norma como uno de los contratos tipo o, aun cuando
aparezca, la norma no pasa de la descripción de la figura, sin disciplinarla.
Desde luego que el derecho le reconoce su condición de contrato. Pero al
carecer de régimen específico para la figura, no queda alternativa distinta a
la de gobernarlo bajo las reglas generales en cuanto a validez y efectos se
refiere, con marcada relevancia de las estipulaciones de los contratantes,
pues si no es posible un cotejo con disposiciones legales específicas, casi
todo pacto resulta lícito y eficaz, salvo, como vimos en el volumen 1, se
vulneren normas generales relativas al orden público o a las buenas
costumbres. Algunos contratos tienen normas pero son tan escasas que se
suelen tener como atípicos por la doctrina, como el factoring

En los albores de las civilizaciones primitivas, cuando apenas


comenzaba la aparición del derecho y del estado, todos los contratos eran
atípicos. No había normas que disciplinasen alguna de las especies de
contratos que entonces se practicaban, de los cuales, sin duda, algunas aún
persisten. Pero una vez que quienes detentaban el poder político, que a
menudo se hacía uno solo con el poder de decir el derecho, y se establecían
normas que gobernasen las figuras negociales conocidas, éstas se hicieron
típicas. Tal fenómeno no ha dejado de suceder; el derecho evoluciona, torna
típico lo que era atípico y desarrolla nuevas figuras derivadas de otras ya
tipificadas, v. g., de la compraventa se derivó el arrendamiento, del
arrendamiento surgió el transporte, de éste el suministro de transporte y la
comisión de transporte. El itinerario evolutivo de estas figuras es bastante

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claro y hoy cada una de ellas se presenta con su propia identidad,


características y normativa.

En el antiguo derecho romano algunas figuras contractuales que hoy


conocemos no existían; figuras hoy tan viejas como el arrendamiento o el
transporte, no se conocían y, por entonces, las relaciones de ese tipo se
manejaban a través del contrato de venta, en una manera de ver el problema
que al abogado de hoy le parece inaudita, de plano, porque el arrendamiento
y la compraventa se conciben como dos figuras antagónicas, excluyentes.
Sólo hacia la época de Justiniano apareció el arrendamiento, aunque con
unos contornos muy amplios, si se les compara con los que hoy conocemos.
El goce de una cosa corporal a cambio de un precio, es hoy la noción social
y jurídicamente reconocida del arrendamiento, mientras en el derecho
justinianeo se hablaba de arrendamiento de obra, de arrendamiento de
servicios, de arrendamiento de transporte etc. Aún el Código Civil nuestro
utiliza esas expresiones, pues todavía están en ese cuerpo legal las normas
de corte romano, incluso aquéllas que hablan del arrendamiento de criados.
Pero el derecho ha evolucionado y hoy en día encontramos que las normas
hablan, de una manera específica, de contratos en particular como el
transporte, la facción de obra, el contrato de trabajo (que dio origen en el
derecho de la modernidad a toda una rama del mismo, que se ocupa de las
relaciones entre empleados y empleadores tanto en el nivel individual como
en el colectivo) y el de prestación de servicios, figuras todas hoy autónomas,
desprendidas del arrendamiento. El suministro de transporte es una figura
derivada del transporte mismo y ello es una muestra apenas de la manera
como ha evolucionado el derecho. Pero el fenómeno no se detiene, pues
muchas figuras hoy reguladas, antaño no lo estaban y respecto de muchas
otras, que la práctica social ha consagrado, nos hallamos a la espera de que
el legislador se pronuncie y éste no parece darse por enterado de la
necesidad de los asociados de que el contrato sea sometido por el estado a
ciertas reglas que impidan abusos y protejan intereses que merecen tal
amparo, para bien de la comunidad, como ocurre con contratos como el de
concesión privada.

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En muchos casos vemos como los negocios jurídicos reciben primero


aceptación y, en cierto modo, tipificación en las costumbres sociales y,
finalmente, el legislador les da cabida en el ordenamiento. Este acogimiento
se da de acuerdo con las políticas legislativas del momento. En ocasiones, la
norma fortalece la figura, en otras significa su decaimiento, bien porque la
reglamentación es desafortunada, o demasiado rigurosa con alguno de los
extremos de la relación negocial, o demasiado laxa, y ello provoca que la
gente ya no esté interesada en celebrar esa especie de negocio. Según
algunos juristas, tal problemática se dio en relación con la agencia
comercial, pues se dice que las cargas para el empresario cobraron tal
similitud con las prestaciones del contrato de trabajo a término indefinido,
que en muchas ocasiones se desecha como opción negocial cuando, antes de
su consagración en el código, era relación jurídica entre particulares de uso
permanente.

El legislador frente a las conductas humanas, el contrato lo es, suele


adoptar una de estas tres actitudes:

- Acogimiento: la regula.
- Rechazo: la prohíbe.
- Indiferencia: no se pronuncia.

En la primera de tales hipótesis, sin que sea una constante, suele


suceder que el legislador se interesa por cierta figura negocial en tanto
considera que ella es útil a la comunidad, o que por las consecuencias de
orden social o económico que la operación tiene, merece ser reglada y
entonces construye una normativa a su alrededor. Tal regulación puede
abarcar los más variados aspectos relacionados con los elementos
estructurales (sujeto, forma y contenido) a los cuales formula exigencias;
también es posible que determine efectos jurídicos, formas especiales de
ineficacia de la figura, reglas acerca de ciertas cláusulas accidentales, en fin,
el legislador se pronuncia expresamente en torno de los más variados
asuntos relativos a la figura.

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El segundo caso, la prohibición, puede darse cuando el legislador


considera que la figura negocial que ha observado practicar por algunos
miembros de la comunidad es nociva para los intereses generales, o para
ciertos intereses que desea proteger. Arriba a tal solución porque en la
hipótesis de que se trate no encontró más salida para la protección de la
comunidad que la erradicación de la conducta. Este tipo de prohibiciones no
conlleva una presunción de mala fe, como equivocadamente lo dedujo la
Corte Constitucional en la famosa sentencia que declaró la inexequibilidad
del artículo 1852 del Código Civil. No. Como el legislador estima que la
conducta puede ser nociva para la comunidad, sea que se realice de buena o
de mala fe, para protegerla decide cerrar la puerta y crear el mecanismo
jurídico que busca evitar que ocurra.

La indiferencia, como tercera opción, se da por dos razones: bien


porque el legislador resta importancia al comportamiento negocial no
tipificado, o bien porque considera que aún la figura no ha madurado lo
suficiente en la praxis social como para regularla; talvez juzga prudente
esperar a que ella se decante por sí sola, muestre sus fortalezas y
debilidades, para luego sí realizar una reglamentación con mejores
probabilidades de acierto.

La autonomía privada y la tipicidad negocial

La autonomía privada tiene en la formación del negocio jurídico dos


funciones fundamentales, observada desde dos ángulos diversos: en primer
lugar, sirve de fuente material de normas que con el tiempo se integran al
orden jurídico que las acoge, en el sentido de que las inspira o las hace
necesarias, en la medida en que como el contrato es una conducta humana,
el legislador opta frente a ella en muchos casos por proveerla de reglas
dentro de las cuales deben moverse los particulares. Es esta una función
vista desde un ángulo científico e histórico y se explica así: los intereses
privados que el derecho suele gobernar, existen sin él, ya existían intereses
privados en las comunidades primitivas antes de la aparición del estado y del

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derecho. Sin la injerencia de un orden jurídico los individuos satisfacían sus


necesidades económicas sociales y en esa vida de relación, surgieron los
negocios[2]. No ha sido entonces el legislador quien los ha inventado, pues
éste los ha tutelado sólo después de que han alcanzado cierto desarrollo y
utilidad social. Por ese camino, recorrido en decenas, cientos y aún miles de
años, puede afirmarse, se han afianzado infinidad de institutos jurídicos
previstos por la ley como negocios jurídicos.

La segunda función es más concreta y es la que más llama el interés


de los asociados y que se identifica propiamente como autonomía privada:
es presupuesto y fuente de relaciones jurídicas, ya regladas en abstracto por
el ordenamiento jurídico, pero que adquieren en cada caso sus contornos
particulares. El Estado, mediante su sistema jurídico, reconoce a los
particulares la posibilidad de autorregular sus intereses y sus relaciones. Allí
se enmarca el negocio jurídico como la manifestación por excelencia de esa
autonomía. De ese modo nace y se desarrolla cada negocio jurídico
concreto, el cual viene a ser, objetivamente, un acto que va, en adelante, a
regular los intereses particulares del sujeto negocial y, por consiguiente, se
convierte en una fuente formal de derecho, aunque delegada y de alcance
particular.

De manera que el papel preponderante del negocio jurídico y, en


particular de los contratos, en las relaciones económicosociales es el de
cumplir una función esencial y doblemente dinámica, en relación con los
intereses sociales y en relación con el derecho. Los particulares escogen el
negocio jurídico a realizar, según sus necesidades, según mejor convenga a
sus intereses; el orden jurídico surge entonces para tutelar el negocio, bajo el
crisol de los intereses sociales. Si su función es socialmente relevante,
recibirá el espaldarazo del derecho, de lo contrario no. Como quiera que
buena parte de los negocios jurídicos (los contratos) se enfila a la circulación
de bienes y a la utilización de servicios, bajo el tamiz del derecho, ellos
posibilitan una continua renovación de tales relaciones. Al tiempo, el orden
jurídico, para garantizar la vitalidad del organismo social en permanente
evolución, se verá precisado a acoger las novedades que le brinde la

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autonomía privada mediante su instrumento, el negocio jurídico. En el


derecho comercial este papel es más patente, pues muchos de los negocios
jurídicos tipificados hoy en abstracto por la ley, surgieron antes en la vida de
relaciones entre los particulares.
Todos los negocios jurídicos que hoy aparecen en el catálogo legal,
de por sí bastante abundante, en el pasado fueron atípicos. Sin embargo, la
normativa sigue siendo insuficiente, pues el derecho está necesariamente
condenado a ir a la zaga de la historia, en cuanto a contenido de la ley se
refiere. Aún hoy, o tal vez ahora con mayor razón, siguen apareciendo
negocios atípicos. De hecho en nuestro medio hay algunos que, no obstante
llevar décadas de ejecución y desarrollo, la perezosa intervención del
legislador no se otea, como en el ejemplo ya mencionado de la concesión,
regulada en el derecho público pero no en el derecho privado.

En todo este mundo de negocios inventados por las partes (no


necesariamente por la costumbre, pues muchas veces son insulares y no
reiterados) hay un riesgo latente de manejo sobre el que queremos dar una
voz de advertencia: no por cambiarle de nombre a una figura se convierte en
negocio atípico; tampoco si se le da una ligera transformación o se le añaden
ciertas cláusulas accidentales. Bien podría ocurrir que alguien, tratando de
burlar normas de orden público, pretenda que su negocio es atípico y que,
por consiguiente, sólo está disciplinado por normas genéricas y el famoso
artículo 1602 del Código Civil. El jurista, y en especial el juez, ha de estar
ojo avizor frente a ese tipo de actitudes que, obviamente, entrañan
numerosos peligros, en especial para ciertos intereses que el legislador
pretende proteger, los cuales podrían aparecer, por ése camino, fácil e
injustamente vulnerados. Un ejemplo de tal problema lo encontramos en la
solución que se ha pretendido aplicar al problema de los llamados
arrendamientos mixtos: como la ley no indica qué normativa los regula, se
ha dado en decir que son atípicos[3], con lo cual no se les aplicaría ni el
Código de Comercio, ni la Ley 820 de 2003, no obstante que ambos cuerpos
de normas tienen preceptos de orden público. Resulta inaudito, por decirlo
de alguna manera, que se señale que un contrato de arrendamiento es atípico,
cuando nuestro ordenamiento tiene centenares de normas positivas

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dedicadas a tal figura.

No dejamos de reconocer, como ya lo hicimos, que las figuras


negociales evolucionan con la historia humana, de tal suerte que de una
figura negocial existente puede surgir, hacia el futuro, una nueva. Y,
entonces, es probable que al agregar elementos a cierta figura, son éstos de
tal entidad y novedad, que en realidad se ha dado paso a una nueva que
resulta atípica, como sucedió con el contrato de agencia de seguros, según
concluyó la Corte Suprema en sentencia reciente[4]. Claramente posible;
pero, insistimos en la advertencia, siempre que no se conculquen intereses
generales que el legislador ha protegido de manera especial.

Otra advertencia, muy en el mismo sentido de la anterior, es la


siguiente: los negocios complejos no son necesariamente atípicos. En
muchas ocasiones los negocios complejos son mezclas de varios contratos
que las partes anudan para una mejor satisfacción de sus propósitos e
intereses. En tal caso, la disciplina de tales negociaciones ha de buscarse en
la armonización de las normas que gobiernan las diferentes figuras incluidas.

Por último debe hacerse esta precisión: algunos expositores estiman


que los negocios atípicos son aquéllos que la gente usa por costumbre y que
no aparecen regulados en la ley. "En estricto rigor no existirían los negocios
atípicos, porque la costumbre tiene la misma fuerza de la ley", se ha llegado
a decir, como una crítica de corte positivista a la teoría de los contratos
atípicos. Pero ocurre que también son atípicos los contratos que las personas
se inventan y que no están previstos en las normas, ni los ha afianzado la
costumbre. La crítica, por consiguiente, no es afortunada pues, de un lado, la
costumbre, si bien puede traducirse en normas, son ellas variables y
localistas que difícilmente pueden asumirse como un tipo y, de otro, ¿qué
diríamos de los negocios que no son reiterados en las conductas sociales
sino apenas el invento de dos partes que, de esa manera, encontraron
respuesta a su necesidad particular de negociación? ¿No sería éste un
negocio atípico, al no estar regulado en la ley? Desde luego que sí; en
consecuencia, pertenecen a esta especie y, por tanto, son susceptibles de las

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mismas consideraciones tanto los contratos atípicos que se han afianzado en


las costumbres de una comunidad, como aquellos contratos no reglados que
se celebran de manera insular y esporádica.

SEGUNDA CLASIFICACIÓN:

Según si la ley les ha dado o no una denominación, decimos que los


contratos son:

1. Nominados: si la ley les ha dado nombre.

2. Innominados: si la ley no les ha dado nombre.

Estas expresiones no son sinónimas con las que se usan para designar
las categorías de la clasificación anterior, pues hay contratos nominados y,
sin embargo, atípicos, como pasa con el “leasing” (arrendamiento
financiero) o el “factoring” (compraventa de cartera), contratos a los cuales
la ley dio nombre, pero no les ha dado una reglamentación cabal. En el caso
del arrendamiento financiero, las normas se refieren a él bien para poner
bajo vigilancia a las sociedades que se dedican a esa actividad (Decreto 663
de 1993, artículo 2º, numeral 5, modificado por el artículo 16 de la Ley 510
de 1999), bien para establecer competencia en los jueces civiles de circuito
especializados para conocer de los conflictos que se originen en los citados
contratos (Decreto 2273 de 1989, artículo 3º, numeral 7) o bien para dar una
definición (Decreto 913 de 1993, artículo 2º), más con fines de vigilancia
que de reglamentar las relaciones entre los contratantes. El caso del
factoring o compraventa de cartera, por su parte, apenas si aparece
mencionado en el estatuto financiero (Decreto 663 de 1993) como en el
decreto que creó los juzgados civiles de circuito especializados[5]. Y puede
darse un contrato tipificado pero sin nombre, aunque es muy raro. A nuestro
modo de ver, tal cosa ocurre en el artículo 2369, del Código Civil, inciso
final, que determina que si el garante se obliga a entregar una cosa que no
sea dinero, el contrato no será fianza. Como no indica otro efecto, quiere

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decir la norma que el contrato no será fianza, pero sí otro negocio, válido, no
denominado, pero en el que la obligación de entregar la cosa a la cual se
comprometió, no tiene duda, a nuestro modo de ver, pues la norma no es
propiamente prohibitiva.

TERCERA CLASIFICACIÓN:

Según si se obligan o no todos los sujetos negociales. Esta


clasificación aparece consagrada en el artículo 1496 del Código Civil y
admite dos categorías:

1. Unilaterales: todos los contratos son pluripersonales, pues la


pluralidad de sujetos es característica esencial de los contratos. Pero en los
unilaterales sólo uno de los contratantes se obliga; el otro participa en la
celebración del contrato, es verdadero sujeto negocial, pero no asume
obligaciones. Por ejemplo, en el mutuo es el mutuario el único obligado, ya
que la entrega de la cosa mutuada que hace el mutuante no tiene la
connotación de una obligación, sino la de celebración del contrato pues al
tenor de lo dispuesto por el artículo 2222 del Código Civil, el contrato se
perfecciona con la entrega. En la donación, para poner otro ejemplo, el único
obligado es el donante. Ya habíamos advertido[6] que la expresión unilateral
tiene un significado diferente al de “unipersonal”, y es la ocasión para
reiterarlo.

2. Bilaterales o plurilaterales: en esta especie de contratos, las


obligaciones se hallan a cargo de todos los sujetos negociales, generalmente,
con un cierto sentido de reciprocidad, v.g., la compraventa, la permuta, etc.
Cada parte, entonces, tiene a su cargo, al menos, una obligación.

En la legislación vamos a encontrar que ciertos fenómenos jurídicos


sólo se predican de los contratos bilaterales como la resolución por
incumplimiento (artículos 1546 del Código Civil y 870 del Código de
Comercio) y que la mora de uno de los contratantes justifica que el otro

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incumpla su obligación, artículo 1609 del Código Civil, salvo que la ley
haya regulado el punto de otra manera.

CUARTA CLASIFICACIÓN:

Según si genera utilidades o gravámenes recíprocos o no, los


contratos pueden ser (artículo 1497 del Código Civil):

1. Gratuitos: cuando sólo una de las partes soporta el gravamen y la


utilidad beneficia a la otra, como en la donación. También se les suele llamar
contratos lucrativos, pues al paso que sólo uno de los contratantes se lucra,
tal lucro lo consigue sin contraprestación alguna. Suelen ser negocios
revocables, entendida la expresión revocación tanto la que se refiere a la
figura de ineficacia por disposición particular, en la cual el sujeto negocial
que dispuso de su interés lo recoge, como a la declaratoria de revocación
judicial, como en el caso del fraude pauliano y de las pretensiones
revocatorias paralelas a los procesos concursales para restablecer la masa de
bienes del concursado.

2. Onerosos: en éstos, ambas partes resultan gravadas y a la vez


beneficiadas por el contrato, v.g., la compraventa, el arrendamiento.

Según que el contrato sea lo uno o lo otro, la ley va a darle un


tratamiento diverso, como ocurrirá en caso de error en la persona, o en las
consecuencias de la culpa en sus distintos grados, o en las pretensiones
revocatorias (la pauliana, del artículo 2491 del Código Civil) y las que se
ejercen dentro del proceso de liquidación (artículo 183 de la Ley 222 de
1995). Parecido critero aparece en el artículo 2020 del Código Civil, en
materia de arrendamiento. El legislador, de manera constante, se muestra
más riguroso con el contratante que se lucra sin contraprestación alguna.

QUINTA CLASIFICACIÓN:

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Según la armonía existente entre las prestaciones recíprocas (artículo


1498) los contratos pueden ser:

1. Conmutativos: si las prestaciones a cargo de las partes se


presumen equivalentes, sin que dependan del azar, vr.gr., la compraventa, la
permuta. La gran mayoría de los contratos se puede colocar en esta
categoría, pues aún en el caso de que las obligaciones a cargo de las partes
se presenten como disímiles, el equilibrio se halla si se les aprecia en dinero,
de tal manera que la prestación a cargo del uno parece proporcionada a la
que se puso a cargo del otro.

Observa con razón el maestro Miguel Moreno Jaramillo[7] que el


Código, artículo 1498, al referirse a esta categoría de contratos se olvidó de
mencionar la obligación de “no hacer”, que también puede mirarse como
equivalente de otra de dar, o de hacer, a cargo de la parte contraria.

Se puede decir que la conmutatividad de los contratos se presume en


los bilaterales, por principio. Y puede decirse que es un principio arraigado
en el de igualdad de las partes ante la ley, tan caro al pensamiento
demoliberal. No obstante, lejos de ser un principio desusado, cobra inusitada
importancia en el derecho de la posmodernidad en tanto las relaciones entre
los contratantes deben interpretarse y aplicarse con criterio de equilibrio,
vale decir, de armonía. Y ese justo equilibrio es determinante en la
determinación de las prestaciones que se hallan a cargo de cada una de las
partes.

2. Aleatorios: si la prestación en contra de una de las partes depende


del azar, v.gr., el juego, las compraventas aleatorias. La circunstancia del
albur o aleas es lo que le da nombre a la categoría, pero en estos casos,
generalmente, la prestación a cargo de una de las partes es
considerablemente de poca monta enfrente de la que tendría que soportar la
otra parte si el evento fortuito se da.

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Si el contrato es conmutativo, las prestaciones recíprocas son


inmediatas; si una de ellas depende de un alea, estará condicionada a que el
alea suceda. En el primer caso, las prestaciones son mensurables; en el
segundo no lo son y, por ello, aún tratándose de compraventa de inmuebles,
si ésta es aleatoria no puede hablarse de lesión enorme, puesto que como la
prestación a cargo de una de las partes no puede valorarse de una manera
cierta y precisa, mal podría cotejarse con la que se halla en contra de la otra
parte para verificar si hubo o no la lesión de ultra mitad.

El artículo en el que el legislador consagró esta clasificación se


refiere a los contratos onerosos. Pero puede darse el contrato gratuito y a la
vez aleatorio. Es atinada observación del tratadista Guillermo Ospina
Fernández[8], pues como este escritor lo explica, podría celebrarse la
donación del producto de una cierta actividad (la pesca, un cultivo, etc.),
sujeta al albur que en efecto haya producto.

SEXTA CLASIFICACIÓN:

Según la calidad de la obligación que el contrato genere (artículo


1499, Código Civil), tanto los bilaterales como los unilaterales pueden ser:

1. Generadores de obligaciones principales: si las obligaciones que


el contrato irradia no precisan de otras para su plena operancia, v. g., la
compraventa, la promesa, el transporte, etc. Las prestaciones, en esta especie
de contratos, existen por sí solas, son ejecutables mediante acción judicial
sin necesidad de hacer valer otro contrato u otro tipo de relación jurídica.

2. Generadores de obligaciones accesorias: si las obligaciones que


del contrato emanan necesitan de la existencia de otra obligación principal
para alcanzar su plena efectividad, como en la hipoteca, en la prenda o en la
fianza. Ninguna de estas figuras podría ejecutarse aislada de la obligación a
la cual presta su servicio de garantía. Así, por ejemplo, la hipoteca no puede
hacerse valer si junto con ella no se exhibe el título que contiene la

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obligación principal garantizada con ella, la cual es, desde luego, el objeto
principal del cobro.

A la terminología que usa el código se le observa con razón por


Valencia Zea[9] que lo accesorio no debe predicarse del contrato sino de la
obligación. El contrato de garantía puede celebrarse aún si no existe la
obligación principal que se va a garantizar, pues ésta puede ser futura; pero
la obligación accesoria no es ejecutable si la principal no lo es. Así, por
ejemplo, de mucha usanza, en especial en el sector financiero, es el contrato
de “hipoteca abierta”, por medio del cual se suele garantizar un sinnúmero
de obligaciones que una persona eventualmente tendrá frente a otra, aunque
tales relaciones jurídicas aún no se hayan dado ni se tenga la certeza de que
se darán. En este punto vale la pena recordar, de paso, que el Código de
Comercio prohíbe la hipoteca abierta sin indicación de la cuantía mínima
garantizada, en materia de naves (artículo 1571). Hay quienes han
pretendido derivar de esta norma del Código de Comercio una supuesta
prohibición genérica de otorgar hipotecas abiertas en todos los negocios
mercantiles. Tal tesis es equivocada, pues las normas que establecen
prohibiciones o sanciones han de interpretarse de modo restrictivo. Así, en el
caso del otorgamiento de hipoteca abierta sobre un inmueble no puede
decirse, bajo el argumento que se trata de una hipoteca mercantil, que el
contrato es nulo. Ello equivaldría a aplicar una sanción como la nulidad
(artículo 6 del Código Civil) por analogía, lo cual riñe con elementales
principios de derecho.

SÉPTIMA CLASIFICACIÓN:

Según la forma utilizada por los contratantes[10]:

1. Celebrados por declaración: si la forma adoptada es una


declaración, es decir, la expresión de los acuerdos por medios perceptibles,
en frases, palabras, o cláusulas. Tales declaraciones pueden ser verbales o
escritas y éstas pueden ser públicas, si interviene un notario u otro

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funcionario que pueda dar fe de lo estipulado (como en la conciliación), o


privadas, si las partes se limitan a construir su declaración por sí y ante sí
mismas, en un documento que pueden o no, para mayor cautela, agregarle la
autenticación de las firmas.

2. Celebrados por simple comportamiento: si en su formación no


se emite declaración alguna, pues apenas una conducta humana es lo que
constituye su forma. No deben confundirse con los contratos verbales, en los
cuales la declaración se hace de viva voz, mientras en los contratos
celebrados por comportamiento, los contratantes no expresan palabra alguna
y, sin embargo, celebran un contrato que el derecho (la ley o la costumbre)
reconoce como perfeccionado de esta manera.

La mayoría de los contratos son de la primera categoría. Los de la


segunda, abundantes en la vida moderna, se suelen colocar a veces como
verbales cuando en realidad no se ha pronunciado una sola palabra. Ya
tuvimos ocasión de decirlo, al hablar de la forma, muchas veces la
celebración de un negocio consiste apenas en un comportamiento
inequívoco, como introducir una moneda o una tarjeta en una máquina, o
hacer algo, o dejar de hacerlo[11].

OCTAVA CLASIFICACIÓN:

Según si el legislador les impone o no una forma, los contratos


pueden ser (artículo 1500 del Código Civil):

1. De forma libre: si el legislador deja en libertad a los contratantes


para escoger la forma que deseen para celebrar su contrato, como ocurre en
la inmensa mayoría de éllos, por ser ésta la regla general. En efecto, cuando
el legislador no precise la forma, los particulares pueden celebrar el contrato
bajo la que escojan. Pero es necesario tener cuidado en aquellos casos en los
que el legislador aparentemente no ha señalado forma y, sin embargo, sí lo
ha hecho, mediante normas especiales en determinada materia. El tema debe

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observarse con detenimiento en asuntos mercantiles para no sucumbir ante la


idea tentadora de la forma libre, que parece tener mucho atractivo, pues con
frecuencia los intérpretes del artículo 824 del Código de Comercio no hacen
una lectura cabal de la disposición; llevados por el entusiasmo sólo leen que
los comerciantes tienen plena libertad para obligarse bajo la forma que
quieran y no caen en la cuenta de que, a renglón seguido, la misma norma
indica que si la ley (obviamente cualquier ley y no sólo la mercantil) exige
alguna formalidad sustancial, ella debe ser observada. Así, por ejemplo,
aunque la ley mercantil no consagra formalidades para la compraventa de
inmuebles, debe hacerse por escritura pública; el contrato de promesa debe
ser escrito y el contrato de mutuo sigue siendo un contrato real, no obstante
que en estos casos tampoco dice el Código de Comercio cuál es la forma de
celebrarlos. La aplicación completa del artículo 824, aunado al texto del 822
que remite a la legislación civil en materia de formación de los contratos,
entre otras cosas, permite concluir que el silencio del Código no conduce
indefectiblemente a la consensualidad.

2. De forma impuesta: cuando se trata de aquéllos a los cuales la ley


les ha impuesto una determinada forma, v.gr., los negocios sobre inmuebles,
que requieren escritura pública (artículo 12 del Decreto 960 de 1970) o los
contratos reales, en los cuales la forma impuesta por el legislador es un
comportamiento, sin el cual el negocio no se perfecciona[12].

La regla general corresponde con la primera categoría de esta


clasificación, de tal suerte que en todos aquellos casos en los cuales la ley,
de modo directo o indirecto no señala una forma, la libertad es la regla y, por
ende, los contratantes pueden ajustar su negocio en la forma que mejor
satisfaga sus anhelos o sus intereses. La mayoría de los contratos son de
forma libre; sin embargo, las excepciones son numerosas y en ellas la forma
impuesta, también llamada solemne, se comporta unas veces como exigencia
para que el negocio nazca para el derecho y en otras, para que tenga validez.
En el volumen primero de esta obra hemos hablado del punto y diferenciado
entre formas constitutivas y formas para la validez.

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NOVENA CLASIFICACIÓN:

Dependiendo de si sus prestaciones se agotan o no en un solo acto,


tendremos tres categorías de contratos[13]:

1. De ejecución instantánea: si las prestaciones se agotan en un sólo


acto; cumplido o ejecutado, expira la obligación, v. gr., la compraventa; en
este contrato el vendedor que entrega el bien extingue la obligación a su
cargo, mientras que el comprador que cubre el precio, también en acto
único, queda liberado.

2. De ejecución sucesiva: si las prestaciones derivadas del contrato,


o al menos la de una de las partes, requiere para su ejecución de cierta
continuidad en el tiempo ya que no se agotan en un solo instante, vr. gr., el
arrendamiento, el seguro, etc. En la medida en que transcurre el tiempo, el
obligado cumple su prestación y, sin embargo, ésta no se extingue; continúa
gravando al obligado hacia el futuro, hasta cuando la ley lo haya dispuesto o
se haya pactado.

Es la naturaleza de la prestación lo que determina a cuál de estas dos


categorías pertenece un contrato. De modo que el hecho de diferir en el
tiempo el cumplimiento de las prestaciones (pago por cuotas; entrega por
partes) no torna el contrato de ejecución instantánea en uno de ejecución
sucesiva; apenas le otorga a las partes un plazo para el cumplimiento de sus
respectivas obligaciones. Por ello en tal caso se habla de contratos de
ejecución diferida, es decir, que se deja para el futuro.

3. De ejecución periódica: si las prestaciones son varias y


continuadas, pero han de ejecutarse cada cierto período, como cada semana,
cada mes o cada año. En tales casos, como en los contratos de ejecución
sucesiva, aun cuando el contratante cumpla, su obligación subsiste durante
el tiempo pactado o hasta cuando lo determine la ley.

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Debe advertirse que el suministro es un contrato que escapa a esta


clasificación pues aun cuando las prestaciones sean de ejecución instantánea
(como la entrega de mercancías), la obligación no se agota en cada
cumplimiento: el contratante cumple y, sin embargo, su obligación se
mantiene. Puede decirse que este contrato es unas veces de ejecución
sucesiva (como el de servicio de energía eléctrica) y otras de ejecución
periódica, dependiendo de la naturaleza de las prestaciones involucradas en
el contrato. Por ello la ley se refiere a él como uno de ejecución periódica o
de ejecución continuada (artículo 971, Código de Comercio).

DÉCIMA CLASIFICACIÓN:

Según si los contratantes buscan o no un objetivo común:

1. De colaboración: cuando el interés de las partes se orienta hacia


un fin común, convergen en la búsqueda de un mismo objetivo, en
colaboración, así sus prestaciones sean disímiles y se realicen
independientemente, como ocurre en el contrato de sociedad, en el acuerdo
cooperativo, en las cuentas en participación, etc. En todos los contratos
vamos a encontrar que las partes deben aportar su esfuerzo para que, tanto
una como otra, vean satisfechos sus anhelos. Ello no los hace contratos de
colaboración, pues con semejante criterio todos lo serían. En verdad, en esta
especie de contratos deben agruparse sólo aquéllos en los cuales, por la
naturaleza del contrato mismo, las partes deben aportar su prestación en
beneficio de un interés común, como en los ejemplos citados.

2. De contraprestaciones: esta categoría se coloca en cierto modo


como antagónica de la anterior y en ella se alude a aquellos casos en los
cuales la posición de las partes es dispar e incompatible en sus intereses; hay
cierto dejo de antagonismo entre las prestaciones a cargo de cada una de las
partes (v. g., la compraventa, el suministro) pues mientras una de ellas debe
cumplir determinada obligación, como entregar una cosa o prestar un
servicio, la otra, a cambio, se suele decir, debe satisfacer otra prestación,

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como, por ejemplo, pagar un dinero. Estos contratos son siempre bilaterales,
sujetos a resolución por incumplimiento y en esta contraposición de
intereses se justifica que el legislador haya considerado que si uno de ellos
incurre en mora, el otro encontrará en ello justificación para su propia mora,
de acuerdo con lo previsto en el artículo 1609 del Código Civil.

UNDÉCIMA CLASIFICACIÓN:

Según cómo han intervenido las partes en la determinación del


contenido.

En esta clasificación no se dan ejemplos porque ningún contrato per


se puede colocarse en una categoría o en otra, ya que la calificación depende
de las circunstancias fácticas en las que se celebró el contrato. Así, una
compraventa, por lo general, es contrato de libre discusión, pero con mayor
frecuencia cada vez, en el mundo contemporáneo, se celebra por adhesión,
como ocurre en los almacenes de autoservicio al adquirir un producto. El
ejercicio puede hacerse con todas las figuras contractuales.

1. De libre discusión: si los contratantes han tenido oportunidad de


discutir y establecer el clausulado del contrato, en pie de igualdad. No
importa si ha estado precedido el contrato de oferta o de acercamientos
preliminares, para entrar en esta categoría; lo relevante es que las partes
hayan participado de consuno en la construcción del contenido. El
clausulado, en estos casos, es verdaderamente el producto de unos acuerdos
entre las partes.

2. Celebrados por adhesión: si el contenido del contrato ha sido


definido por uno sólo de los contratantes y el otro, simplemente, se plegó a
esas estipulaciones. En estos casos, no hay regateo ni conversaciones
previas. Uno de los contratantes no tiene más opción que celebrar o dejar de
celebrar el contrato, pues el otro contratante, por las más diversas razones,
no se muestra dispuesto a discutir, en lo más mínimo, el clausulado por él

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diseñado.

Las necesidades propias de la vida veloz de finales del siglo XX y el


advenimiento del XXI impusieron la masificación de las ventas y la
prestación de múltiples servicios a un número infinito de consumidores. En
tales circunstancias los contratos de adhesión son indispensables pues no de
otra manera podría celebrarse tan alto volumen de contratos diarios como los
que la actividad mercantil de ahora comporta. Sería absolutamente absurdo
exigir que el representante de una aerolínea o de una compañía de seguros,
por señalar dos casos descollantes, discuta el clausulado de cada negocio con
cada cliente en particular. En la celebración de contratos vía electrónica[14]
es usual que así ocurra.

De modo que no se les puede negar la utilidad que tienen. Pero, así
mismo, tampoco es posible pasar por alto la indiscutible realidad de que con
ellos se abusa a menudo, pues la parte económicamente fuerte impone sus
condiciones, en todos los aspectos, sin caer en el extremo contrario de
quienes creen que en todos los contratos de adhesión se abusa.

Debe quedar claro, además, que no sólo los contratos masivos son los
que se celebran por adhesión. Muchos otros contratos, de celebración
singular, por decirlo de alguna manera, también son de adhesión pues una de
las partes determina las condiciones y la otra simplemente las acepta.

En la expedición del Código de Comercio de 1971 el derecho


colombiano perdió una excelente oportunidad para disciplinar el tema de los
contratos de adhesión, pues el Código Civil italiano, del cual se tomaron
muchas de nuestras disposiciones mercantiles tiene interesantes reglas
acerca de esta especie de contratos[15].

Hoy, a pesar de lo dispuesto por el artículo 333, inciso 4º, de la


Constitución Política, continuamos con el padecimiento de la carencia de
una reglamentación general para los contratos de adhesión, los cuales, por su
dinámica misma y por las necesidades de los usuarios de ciertos bienes y

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servicios, se prestan para la comisión de abusos por parte de comerciantes


poco escrupulosos, aunque, dicho sea también con claridad, no todos los
contratos celebrados por adhesión son, per se, abusivos.

El derecho colombiano cuenta con muy pobres herramientas para


controlar los contratos de adhesión. Tales son: a) la determinación y el
control policivo del contenido de los contratos; b) la invalidez de las
cláusulas de irresponsabilidad; y c) La regla de interpretación de las
cláusulas ambiguas (artículo 1624, Código Civil). Los tres son puntos que
tocamos en otros apartes de la obra[16].

DUODÉCIMA CLASIFICACIÓN:

Según las condiciones de los sujetos negociales:

1. De sujeto universal: aquellos contratos que pueden ser celebrados


por cualesquiera personas, como son la mayoría de ellos, puesto que el
derecho no exige determinadas condiciones especiales a los sujetos
negociales, salvo las generales de capacidad y consentimiento.

2. De sujeto calificado: son contratos en los cuales el legislador


exige que el o los sujetos reúnan determinadas condiciones de idoneidad, en
cuanto a calidades o en cuanto a su número, como pasa en el contrato de
seguro, en los contratos bancarios, etc. Ninguna otra persona, distinta de
aquellas que la ley indica, puede ocupar el lugar de estos sujetos. Al carecer
de las calidades que la ley impone, implícita o explícitamente, el contrato no
producirá efecto alguno o en alguna forma carecerá de eficacia. La especie
de ineficacia que generalmente se presenta en estos casos de inidoneidad del
sujeto es la de inexistencia, ya que el legislador suele decir que el contrato
carecerá de efectos[17].

DECIMOTERCIA CLASIFICACIÓN:

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Según el carácter que imprimen a la relación jurídica:

1. Normativos: cuando las estipulaciones hacen alusión a las reglas


que van a enmarcar otros contratos a celebrar en el futuro. La promesa es el
más cotidiano de esta categoría de contratos, pues en ella los contratantes se
obligan a celebrar un contrato futuro y determinan de él, todos sus
elementos, de tal suerte que llegado el día de cumplir, sólo faltará celebrar el
contrato prometido. En las relaciones comerciales de la actualidad se usan
mucho los contratos normativos, para definir reglas acerca de negociaciones
futuras, de las cuales ni siquiera se sabe si se van o no a celebrar. Tales
acuerdos para el futuro tienen que ver con aspectos como reglas para fijar
los precios, o las condiciones de entrega, etc.

Los contratos de esta categoría son eminentemente provisionales,


temporales, llamados a cumplir una función y, una vez lograda, se agotan.
De ahí que en temas reglados, como la promesa, el legislador exija, como
elemento esencial, que las partes limiten su vínculo a un tiempo
determinado.

También puede colocarse como ejemplos de contratos normativos


aquéllos que suelen ser negocios básicos de la representación, como el
mandato, pues en él el mandante crea las reglas que deberá observar su
representante en los negocios que en su nombre celebre, o como los
estatutos de una sociedad, cuando contienen reglas que ha de cumplir el
administrador en los negocios que celebre como representante de ella, o las
determinaciones de una junta directiva o de una asamblea, que al autorizar al
administrador social la celebración de cierto negocio en nombre de la
sociedad, le impone reglas que el negocio debe contener.

2. Definitivos: los contratos pertenecen a esta clase si plantean una


relación jurídica acabada ya o crean títulos que van a persistir en el tiempo
como situaciones jurídicas definidas, como por ejemplo, en la compraventa,
en el arrendamiento, etc.

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En este caso, las partes no tienen que esperar que otro negocio
determine, en definitiva, su relación jurídica con el cocontratante e incluso,
su situación jurídica respecto de los bienes involucrados en la negociación,
pues el propio contrato le define una y otra cosa.

DECIMOCUARTA CLASIFICACIÓN:

Según si el contrato aglutina o no varias figuras de las de su especie:

1. Simples: si se trata de un negocio insular; es decir, si basta acudir a


uno sólo, cualquiera, de los contratos tipificados por la ley o por el uso
social, para suplir la necesidad de los sujetos. Frente a este tipo de negocios
el intérprete, sin ambages, puede calificarlo y señalar la normativa aplicable.

En algunos casos suele suceder que las personas incluyen en el


mismo instrumento o documento, varios contratos perfectamente
diferenciables y escindibles entre sí, de tal manera que cada uno de ellos, en
realidad, es un contrato simple, a pesar de que se hallen todos en un mismo
documento.

2. Complejo: si el contrato recoge en uno sólo, para satisfacer


particulares necesidades de los contratantes, los presupuestos y los
elementos estructurales de varios contratos tipo, aglomerados en uno. Se
suele creer que se trata de contratos atípicos, como habíamos advertido a
propósito de tal categoría, cuando en realidad no es más que una mezcla de
figuras contractuales, de las cuales cada una tiene su propia normativa, pero
no es posible considerarlas de manera aislada, puesto que el contrato es uno
solo. En consecuencia, si se precisa la intervención del sistema de
administración de justicia en la relación, el funcionario deberá mirar en
conjunto y, de manera armónica, todas esas normas que regulan las
diferentes relaciones involucradas en el supuesto.

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Los contratos complejos no han recibido, desafortunadamente, la


atención del legislador y, en consecuencia, pocas veces encontraremos los
puentes que permitan comunicar unos grupos de normas con otros y, sin
embargo, son aplicables unos y otros, ya que si se diera preeminencia a unas
normas sobre otras, fácilmente se desnaturalizaría la relación jurídica que los
contratantes quisieron crear para satisfacer sus particulares necesidades de
contratación. En tales casos debe propenderse por la armonía en la
interpretación de los distintos grupos de normas, en especial si son de orden
público, precisamente bajo un criterio protector de intereses generales.

DECIMOQUINTA CLASIFICACIÓN:

Para determinar las categorías de esta clasificación tendremos en


cuenta la cantidad de sujetos negociales que se hallan vinculados al contrato,
sea porque intervinieron en la celebración, sea porque están vinculados a él,
por ministerio de la ley, en fenómeno que hemos denominado de sujeto
negocial no celebrante[18].

Los contratos, mucho lo ha dicho la doctrina y lo hemos repetido en


esta obra, son siempre pluripersonales, pues en todos los casos, sin
excepción, aparecen en ellos como celebrantes por lo menos dos sujetos. El
artículo 1495 del Código Civil, en su frase final, da a entender que en los
contratos hay sólo dos partes, cuando advierte que una de ellas puede estar
conformada por muchas personas. Sin embargo, en muchas ocasiones los
contratos tienen más de dos partes, puesto que las muchas personas que
concurren a su celebración tienen posiciones dispares entre ellas, a tal punto
que no resulta lógico tomarlas como una sola parte. Puede decirse, por
consiguiente, que al tener en cuenta la cantidad de sujetos intervinientes en
el contrato o afectados por él, los contratos pueden clasificarse en las
siguientes categorías:

1. Bipersonales: como cuando la previsión del artículo citado del


Código Civil se cumple y, conforme es tradicional en el derecho, sólo

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existen dos partes en el contrato, sea que las obligaciones se hayan


estipulado a cargo de ambas partes, como en los contratos bilaterales, sea
que lo fueron a cargo de una de las dos partes, como en los contratos
unilaterales. De manera que un contrato puede ser gratuito y, sin embargo,
bipersonal.

2. Multipersonales: cuando en el contrato intervienen como sujetos


negociales más de dos personas. Algunos contratos exigen tres sujetos
negociales, como ocurre con el de transporte de cosas en el cual tenemos,
generalmente, un remitente, un trasportador y un destinatario, aun cuando
debe aclararse que es perfectamente posible que el remitente sea al mismo
tiempo destinatario, caso en el cual habrá sólo dos sujetos negociales. Lo
mismo ocurre cuando el destinatario no pasa de ser designado en el contrato,
pero nunca llega a ser parte en el mismo, pues no se vincula a él ni expresa
ni tácitamente. En tal caso, todos los derechos contractuales radican en
cabeza del remitente. En el mismo contrato de transporte nos podemos
encontrar con el fenómeno supuesto en la ley de que personas distintas[19] a
los celebrantes se hallen vinculadas al contrato por haber participado en la
ejecución del contrato, artículo 991 del Código de Comercio, evento en el
cual ha de predicarse que los efectos, por activa y por pasiva, alcanzan
también a estos sujetos.

Entre los negocios multipersonales ocupa importante lugar el contrato


de seguro, pues aunque éste negocio se celebra entre dos sujetos negociales,
tomador y aseguradora, con frecuencia ocurre que deja de comportarse como
negocio bipersonal para ser multipersonal, pues a él quedan vinculados, por
ministerio de la ley dos personajes más, asegurado y beneficiario, cuando
son personas distintas al tomador, para quienes es posible señalar no sólo
derechos sino también obligaciones como se puede comprobar al leer el
artículo 1041 del Código de Comercio.

3. Contratos colectivos: En sitial destacado debe colocarse esta


categoría de contratos, que colocamos aparte por necesidad pedagógica, pero
que bien puede decirse que son una subespecie de los contratos

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multipersonales, pues vinculan a muchas personas. Se trata de contratos en


los cuales los efectos de los mismos se extienden a un conglomerado de
personas definidas por su pertenencia a una comunidad, o a un grupo
colectivo organizado por su voluntad de asociarse, como los sindicatos, o
por imposición legal, como los acreedores en los procesos concursales, sin
necesidad de que cada una de las personas que conforman el grupo tengan
que expresar su voluntad. Incluso, en casi todos los casos, también los
disidentes y los ausentes quedan obligados por el acuerdo.

En el derecho civil los casos más destacados son los que se


mencionan en la Ley 222 de 1995, a propósito de los procesos concursales,
artículos 129, numeral 4, 135, 200 y 201, normas que aluden a la formación
y requisitos del acuerdo concordatario, tanto dentro del por ahora
suspendido trámite del concordato, como dentro del proceso de quiebra.
Nótese que en un caso se requiere apenas la aprobación de los acreedores
que representen el 75% de los créditos o más, y en el otro tan sólo el 50%.
Otro contrato muy importante a mencionar es el acuerdo de reestructuración
de que tratan los artículos 27 y siguientes de la Ley 550 de 1999, para el cual
se necesita sólo la mayoría absoluta de los votos admisibles, de acuerdo con
las reglas establecidas por el artículo 29, ib. Los efectos de este contrato
están definidos en el artículo 34.

En esta categoría no se deben colocar los contratos celebrados por los


administradores, pues éstos representan, por lo general a una persona
jurídica distinta con sus propias obligaciones y derechos. Pero sí han de
mentarse negocios tales como los que celebran los sindicatos que estipulan
en beneficio de sus afiliados, o los negocios que celebra el administrador de
una sociedad de hecho en relación con los socios de hecho (artículo 501 del
Código de Comercio) o los celebrados por el administrador de una
comunidad (artículo 2324 del Código Civil). También deben incluirse en
esta clase de contratos, como lo hace el profesor Lafont Pianetta[20] los
acuerdos colegiados de juntas directivas y asambleas, tanto de sociedades
mercantiles como de todo tipo de sociedades civiles, condominios y
asociaciones, siempre que el acuerdo, por su contenido patrimonial, pueda

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calificarse de contrato.

Como con facilidad se comprende, es muy importante esta categoría


de contratos y, en especial, la característica que les es fundamental atinente a
la extensión de sus efectos hacia miembros del grupo que no hayan
participado en las deliberaciones para construir el clausulado del contrato o,
incluso, a quienes se hubieren mostrado en desacuerdo en tales ocasiones.
Sólo así podía el legislador garantizar que este tipo de contratos podría
cumplir los fines sociales para los cuales estaba predispuesto.

DECIMOSEXTA CLASIFICACIÓN:

Si tomamos en consideración la función que el contrato cumple en


relación con la transferencia del dominio de los bienes, nos hallaremos con
una clasificación bien importante que separa los contratos en tres
categorías[21]:

1. Contratos traslaticios de dominio: en esta categoría se


hallan los contratos que, mediante la tradición, sirven para transferir el
dominio de los bienes, como es el caso de la compraventa. No sobra
recordar aquí que en nuestro derecho se hace diferencia entre el título y el
modo, donde el contrato es lo primero y la tradición es lo segundo. Todos los
contratos en los cuales una de las partes se obliga a transferir un bien caben
en esta categoría. Nótese que el contrato se perfecciona para el derecho en
un momento anterior a la tradición y sin ella. La tradición o transferencia del
dominio no es más que una obligación que surge del contrato, ya perfecto.

2. Contratos traslativos de dominio: en esta segunda categoría,


que corresponde a los contratos en los cuales, por sí solos o con su mera
celebración transfieren el dominio, únicamente hemos encontrado el
contrato de mutuo. La decisión de nuestro codificador, don Andrés Bello, de
apartarse del sistema francés y distinguir entre título y modo hace que esta
categoría nos parezca extraña, no obstante que en el sistema galo es la regla

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general. Nótese que en este caso la tradición o transferencia del dominio es


indispensable para que el contrato se tenga por celebrado, de tal suerte que
para el derecho el mutuo sólo se entiende perfeccionado en el momento en
que se efectúa la tradición de la cosa mutuada. No es otra cosa lo que reza el
artículo 2222 del Código Civil (aplicable en materia mercantil por la vía del
artículo 822 del Código de Comercio) y hubiese bastado que el legislador
precisase que con la tradición se perfecciona el contrato para que el mutuo
se entendiese como contrato real y traslativo. Pero como el legislador usó
dos significados para la palabra tradición[22], tuvo necesidad de aclarar que
en este caso la tradición sí transfiere el dominio. La inmensa mayoría de los
contratos en el derecho colombiano no transfieren el dominio con sólo
celebrarse; el mutuo es la excepción.

3. Contratos no traslaticios de dominio: En esta categoría es


necesario colocar a todos aquellos contratos en los cuales ninguna de las
partes se obliga a transferir la propiedad de un bien, como ocurre con el
contrato de promesa, en que los contratantes se obligan a celebrar un
contrato futuro, obligación de hacer, o como en el comodato, en que si bien
una de las partes se obliga a entregar una cosa material no fungible, no se
obliga a transferir la propiedad. La categoría es relevante y de mucha
trascendencia en el ejercicio cotidiano de la profesión de abogado, pues con
frecuencia hemos encontrado que en pleitos de pertenencia se intenta tomar
como nexo jurídico entre dos posesiones cuyo tiempo se pretende sumar, un
contrato de promesa. Tal propuesta es equivocada, lo ha dicho muchas veces
la jurisprudencia[23], pues el contrato de promesa no es un contrato
traslaticio de dominio (cfr. artículos 765 y 778 del Código Civil).

[1] Este fragmento corresponde al Capítulo III del volumen 2, de nuestra obra “De los Negocios
Jurídicos en el Derecho Privado Colombiano”, Editorial Doctrina y Ley, Bogotá, 2004.
[2] HINESTROSA habla de tipicidad legal y social, op. cit., p 169. Derecho Civil Obligaciones.
Reimpresión. Bogotá : Externado, 1969.

[3] Montoya Medina, Luis Eduardo, El Arrendamiento, Bogotá , Jurídicas Radar, 1991.
[4] Sentencia de octubre 22 de 2001. En relación con esta sentencia debemos decir que no
compartimos del todo las conclusiones de la Corte, pues si bien puede aceptarse que el contrato

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es atípico, no por ello cualquiera de los contratantes puede darlo por terminado sin asumir
responsabilidad alguna.
[5] Este decreto no tiene hoy aplicación, pues el Consejo Superior de la Judicatura transformó
todos estos juzgados en civiles de circuito.
[6] Ver volumen uno, capítulo III, Clasificación de los negocios en razón del sujeto negocial.
[7] Moreno Jaramillo, Miguel, Algo sobre la Clasificación de los Contratos y otros escritos,
Medellín, Bedout, 1980.
[8] Ospina Fernández, Guillermo, Teoría General de los Actos o Negocios Jurídicos, 2a. ed.,
Bogotá, Temis, 1983, p 65.

[9] Valencia Zea, Arturo, Derecho Civil. De los Contratos, t. IV, 5a. ed., Bogotá, Temis, 1980, p
469, ss.

[10]Ver volumen 1, 2ª. ed., p. 44 y 45.


[11] Idem pp. 46 a 50.

[12] Idem.
[13] El reconocido maestro Miguel Moreno Jaramillo (op. cit., p 59) propone aquí que los
contratos se dividan en dos categorías bien interesantes: contratos desinentes y contratos
permanentes. Para denominarlas tomó las enseñanzas de Andrés Bello en materia gramatical,
quien señala que hay verbos desinentes y verbos permanentes. De manera que contratos
permanentes “serían aquellos que por el hecho de haber llegado a su perfección, expiran”. En
tanto que los contratos permanentes “serían aquellos que llegados a su perfección, subsisten
durando”. Mientras en los primeros las partes, una vez celebrado el contrato, pasan a la etapa de
ejecución del mismo y cuando se cumple se acaba la relación, en los segundos la relación
continúa pues las partes “siguen frente a frente haciéndose prestaciones recíprocas”. Es una
clasificación con un hermoso lenguaje, pero preferimos la tradicional que nos permitió clarificar
una tercera categoría.
[14] Ley 527 de 1999.
[15] Cfr. artículos 1332 a 1342 del Código Civil Italiano.
[16] Del primero se habló en el volumen I, al hacer referencia a la determinación policiva del
contenido; del segundo se habla en el capítulo sobre cláusulas accidentales; y del tercero, en el
capítulo sobre interpretación de los contratos.
[17] Ver volumen 1, 2ª. Ed., p 94.
[18] Ver volumen 1, Vinculación negocial de sujetos no celebrantes del negocio.
[19] Se trata de los llamados sujetos negociales no celebrantes, de los cuales hablamos en el
volumen 1, aparte 3.1.2.
[20] Lafont Pianetta, Pedro, Manual de Contratos, Tomo I, Bogotá, Librería del Profesional,
2001, p 220.
[21] Moreno Jaramillo propone dos, traslaticios y traslativos. La tercera la añadimos nosotros,
como obvia y deducida de la ley.
[22] En otras normas significa sólo entrega material sin transferencia de la propiedad, como en
el 2200, sobre el comodato.
[23] Por todas, citamos la sentencia de mayo 10 de 1988.

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