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elordenmundial.com/un-sistema-mundo-dividido-en-centro-y-periferia/
Así llegamos a otro de los pilares básicos del capitalismo: la necesidad de contar con una
“superestructura” política que vele por la protección y correcto funcionamiento de la
“estructura” económica (el mercado). Dicha superestructura no es otra que los Estados-
nación. Así pues, y en base a la aproximación por analogía hecha previamente entre
capitalismo y economía-mundo, podemos afirmar que las unidades políticas básicas que
interactúan en el sistema mundo actual son Estados, que velan por la supervivencia de
las empresas (unidades económicas básicas de la economía) radicadas en su territorio, y
de esta forma entran en el juego de la acumulación incesante de capital.
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Expongamos teóricamente esta afirmación. Siguiendo los planteamientos de Taylor y
Flint, los Estados-nación están insertos en una estructura geográfica dividida en tres
escalas: escala local (asociada a la experiencia), escala nacional (asociada a la ideología) y
escala global (asociada a la realidad). La escala local se identifica con nuestra vida
cotidiana, en la cual surge la necesidad de acumular capital para que los ciudadanos
puedan cubrir sus “necesidades fundamentales” (alimento, vestimenta, trabajo…). ¿Y
dónde se realiza en última instancia esta acumulación? En la escala global; es decir, en el
mercado mundial de esta economía mundo en la que vivimos, y en la que se determinan
los valores que terminarán por imponerse en la vida cotidiana. Pero esta influencia del
mercado global en las vidas de los ciudadanos, antes de llegar a ellos, atraviesa un filtro
constituido por los Estados-nación, que, al pretender velar por el bienestar de sus
ciudadanos, llevan a cabo una labor de reinterpretación de estas decisiones globales,
presentándolas en términos de beneficio para los habitantes de su territorio. De esta
forma, el Estado-nación actúa como una escala intermedia que impide el choque entre
dos polos opuestos: las comunidades locales, que se rigen por el deseo de cubrir
necesidades básicas; y la economía-mundo, basada ante todo en la acumulación de
capital, un deseo de acumulación que desdeña lo que se refiere a cubrir las necesidades
de amplios sectores de la población. Así, podemos ver que la interacción entre las tres
escalas se produce en un único proceso asociado a la existencia de un único sistema: el
sistema-mundo capitalista.
Los países del centro son aquellos que dominan el sistema-mundo a nivel político y
económico, y en ellos los niveles de eficiencia en la producción agroindustrial y de
acumulación de capital son los más altos. De esta forma, los Estados del “centro” están
especializados en la producción de bienes fabricados mediante altos niveles de
tecnología y mecanización, y que, debido precisamente a esto, tienen un mayor precio en
los mercados internacionales. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón son las zonas
económicas consideradas “centrales”.
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En el otro extremo del sistema mundo se sitúan los países “periféricos”. Están
caracterizados por tener un sistema de producción menos sofisticado y mecanizado que
los países del “centro” y por lo tanto, su producción, basada fundamentalmente en la
exportación de materias primas y productos agrícolas, está menos valorada en los
mercados internacionales. Buena parte de los Estados de Asia, África y América Latina
estarían incluidos en este grupo.
Para los teóricos del sistema-mundo, la relación que se establece entre ambos grupos es
fundamentalmente de explotación del “centro” sobre la “periferia”, y basan esta
explotación en lo que ellos denominan intercambio desigual. Este concepto gira en torno
a la idea de que al tener un menor precio los productos “periféricos” en los mercados
mundiales con respecto a los producidos por el “centro”, cuando éstos son
intercambiados, la mayor parte de la plusvalía generada por los trabajadores de los
Estados periféricos termina en manos de los grandes productores de los Estados del
“centro”. Esto, unido al hecho de que los Estados periféricos están gobernados en su
mayoría por gobiernos títeres al servicio de las grandes multinacionales de los países
ricos (o del “centro”) que dan trabajo a buena parte de sus poblaciones, hace que la
relación de explotación antes mencionada se estabilice y perpetúe.
La pregunta lógica que todos nos haríamos en este punto sería: ¿y cómo es posible que
estos pueblos explotados no reclamen sus derechos y derriben a sus explotadores?.
Según Wallerstein, hay tres mecanismos fundamentales que permiten al sistema-mundo
gozar de una relativa estabilidad política: la concentración de la fuerza militar en las
áreas céntricas, la difusión entre la población de los Estados del centro de la convicción
de que su propio bienestar depende de la supervivencia del sistema como tal y,
finalmente, la división de los explotados en un gran estrato inferior y un estrato
intermedio más pequeño. Este estrato intermedio es lo que se conoce como
semiperiferia, cuya función principal es, pues, dividir a los explotados para que no hagan
frente común contra los privilegiados del centro del sistema mundo. Para ello se le da un
papel en la división del trabajo que hace que las economías de estos Estados estén
basadas en sistemas de producción que mezclan componentes de las otras dos zonas
económicas y que les permiten desempeñar, al mismo tiempo, un papel de explotado
(por el centro) y explotador (de la periferia). Ejemplos de Estados semiperiféricos serían
Brasil o Argentina. Dentro del esquema de intercambio comercial que se da entre centro
y periferia (bienes de capital intensivo por materias primas y productos agrícolas) los
países semiperiféricos intervienen en el mercado mundial exportando al centro bienes
procedentes de sectores deslocalizados (por ejemplo, la industria del automóvil) y, al
mismo tiempo, vendiendo a las áreas periféricas productos semejantes a los del centro
(pero con un menor nivel de capital intensivo).
Una vez divididos los Estados miembros del sistema interestatal en zonas económicas y
señaladas las interacciones económicas que se dan entre ellos, ahora se impone la
necesidad de averiguar cómo se relacionan estos Estados a nivel político en el sistema-
mundo. Estas relaciones políticas se desarrollan en un marco de competencia
permanente por aumentar el poder propio en un juego de suma cero, en un intento por
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conseguir las mejores condiciones para el desarrollo de las industrias y empresas
nacionales. En este contexto la guerra juega un papel fundamental, puesto que permite
a los Estados ascender posiciones en el sistema-mundo (pasando, por ejemplo, de país
semiperiférico a país central), para reestructurar las relaciones de poder entre “centro” y
“periferia” (mediante la creación, por ejemplo de clientelas) y, finalmente, reestructurar
las relaciones de poder entre los países del “centro”, de tal forma que ninguno de ellos
pueda dominar en solitario el conjunto del sistema mundo.
Sin embargo, esto no siempre se ha conseguido y ha habido épocas en las que un Estado
(evidentemente de los considerados “céntricos”) ha logrado asumir un papel de potencia
hegemónica dentro del sistema-mundo. Un Estado se convierte en hegemón cuando
adquiere una ventaja competitiva frente a sus rivales en las tres áreas económicas
principales: producción agro-industrial, comercio y finanzas. Esta superioridad
económica permite al Estado hegemónico imponer en gran medida sus reglas y deseos
en los terrenos político, económico, militar, diplomático y, en ciertos casos, cultural. Esto
ha ocurrido en los últimos siglos tres veces y en todas ellas se han cumplido unos
patrones que permiten establecer un ciclo hegemónico: primeramente un Estado
adquiere ventaja competitiva en producción agro-industrial, luego en comercio y
finalmente en el ámbito financiero; a continuación se vive un periodo relativamente
corto de tiempo en el que el hegemón mantiene su posición de forma incontestable
(entre 30-50 años) para después ir perdiendo su ventaja competitiva en el mismo orden
en que la consiguió, lo que hace que paulatinamente su poder se resquebraje y termine
siendo sustituido como potencia hegemónica por otro Estado. Los tres casos históricos
mencionados anteriormente son los de las Provincias Unidas entre 1625-1672, Reino
Unido entre 1815-1873 y Estados Unidos entre 1945-1967.
En resumen
Nuestro mundo actual funciona como una economía-mundo globalizada en la que los
Estados ya no tienen el control absoluto de lo que ocurre dentro de sus territorios, y que
se ha estructurado en el terreno económico conforme a las reglas del capitalismo y en el
terreno político-diplomático en un sistema interestatal en el que el principal mecanismo
de cambio es la guerra y en el que se han dado sucesivamente hegemonías de vida
finita. Además, dentro de este sistema-mundo los Estados se ven divididos en unas
zonas económicas que se relacionan entre ellas conforme a un modelo de explotación.
Este es, en última instancia, el diagnóstico pertinente de esas barrigas hinchadas y esas
caras atravesadas por mil sufrimientos.
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