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Soy un cristiano y vivo

bajo un gobierno
corrupto
6 MAYO, 2015 | Steven Morales

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ACTUALIDAD

En las últimas semanas, mi amado país de Guatemala ha estado clamando por justicia. Miles se han
reunido protestando contra la corrupción del gobierno y demandando la renuncia del presidente y
aún más la de la vicepresidenta.

En términos generales, la situación electoral en Guatemala y en muchos otros países puede


sentirse como lo resume José Ruben Zamora —fundador del diario elPeriódico—:

Cada cuatro años elegimos un cléptodictador,


un presidente ladrón, que gobierna con los carteles en
lo que se ha vuelto la cléptocracia… son políticos que
viven no para ser intermediadores de la sociedad, sino
para enriquecerse.
La lucha contra la corrupción no es nada nuevo, y los guatemaltecos no somos los únicos que
enfrentan este problema. Cada día hay más personas que se encuentran en la posición incómoda
de estar más en contra de su gobierno que a favor. Los cristianos sabemos que la Biblia enseña que
debemos respetar las autoridades que Dios ha establecido (Ro. 13), pero tal vez has
experimentado lo mismo que yo y te has topado con un cristiano que sinceramente lucha con
someterse a un gobierno corrupto. ¿Qué le dices?

Cuando cuesta rendirnos a César


En Mateo 22:15-22, los fariseos desafiaron a Jesús con una simple pregunta,
“¿Está permitido pagar impuesto al César, o no?”. Esta pregunta no fue inocente ni honesta.
Después de todo, el versículo 18 indica que Jesús conocía la malicia de los fariseos y les llamó
hipócritas.

El pueblo judío vivía bajo el gobierno romano. Este gobierno había conquistado la mayor parte del
mundo conocido en ese tiempo, y aunque la mayoría de las personas vivían en paz, también eran
sujetos de la corrupción. Los romanos cobraban impuestos. Los romanos permitían a los
cobradores de impuestos cobrar más de lo obligado para poder enriquecerse del trabajo de otros.
Los gobernantes romanos eran los que gastaban grandes cantidades de dinero en fiestas y
banquetes organizadas para recompensar a los ciudadanos que votaban por ellos. ¿Te suena
parecido?

Entonces, la malicia detrás de la pregunta de los fariseos era que si Jesús respondía que sí deben
pagar el impuesto a César, entonces estaría aliándose con los romanos y contra la causa judía. Pero
si su respuesta era que no deben pagar el impuesto, de inmediato estaría en problemas con las
autoridades romanas. Pero Jesús —con toda la sabiduría de la eternidad— respondió de manera
simple, ”¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Ellos le dijeron: “Del César.” Entonces El les
dijo: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:20-21).

Al igual que los fariseos, sean o no nuestras intenciones maliciosas, muchos de nosotros luchamos
con rendirnos a César y queremos que Jesús nos dé una respuesta clara a la cuestión de someterse
a una autoridad corrupta. Pero la respuesta de Jesús nos da algo más que un sí o no. Nos da un
vistazo a la sabiduría gloriosa de Dios.

En su respuesta, Cristo muestra que existen dos esferas de autoridad: la de César y la de Dios. Pero
como nota John Piper en un comentario sobre este pasaje, la esfera de cosas que debemos rendir a
César es derivada, limitada, y formada por la esfera de cosas que debemos rendir a Dios.
Es derivada porque todo lo que le pertenece a César le pertenece a Dios. El reino de César existe
solo entre los parámetros del reino de Dios (Jn. 19:11). Es limitada porque César no tiene la
autoridad para exigir todo de ti (Hch. 5:29). Dios sí tiene esa autoridad y el momento en el que
César demande que hagas algo contra la voluntad de Dios, está fuera de su esfera limitada.
Es formada por la esfera de Dios porque la única razón por la que nos sometemos a César es por
nuestra sumisión a Dios. Lo hacemos no por amor a César, sino por amor a Dios.

La vida cristiana es sumisión

La vida del cristiano se puede resumir en la palabra sumisión. Aunque tal vez has escuchado esta
palabra con connotaciones negativas, la sumisión esencialmente significa entregarse a sí mismo
para el bien de otros. Pero Pablo dice algo más. No solamente debemos someternos el uno al otro
para el bien del otro, sino hacerlo “como al Señor” (Ef. 5:22, 6:7). Esto significa que nos sometemos
el uno al otro, no porque el uno ni el otro es merecedor, sino porque Dios lo es. Él ha establecido
relaciones en las que debemos someternos los unos a los otros. Ciudadanos a sus gobiernos (Ro.
13:1-7). Esposas a sus esposos (Ef. 5:22). Hijos a sus padres (Ef. 6:1). Los siervos a sus amos (Ef.
6:7). Nos amamos los unos a los otros porque al hacerlo estamos amando a Dios (Ma. 12:30-31).

Cristo nos llama a someternos a autoridades gobernantes no porque ellas son justas, perfectas, e
incorruptibles, sino porque Dios lo es. El gobierno romano de ese día no era para nada recto. Ni
tampoco lo son muchos de los gobiernos de hoy. Pero Dios muestra Su poder y soberanía en que
usa aun a los gobiernos corruptos para cumplir Su voluntad. Después de todo, como recién me lo
señaló un amigo, la crucifixión de Cristo se llevó a cabo por un gobierno corrupto, pero en ella se
cumplió nuestra salvación.

Tres puntos que recordar

Habiendo dicho esto, hay tres cosas que el cristiano que lucha con someterse a su gobierno
corrupto debe recordar.

1. Debemos reconocer que el problema principal es nuestra corrupción personal e interna,


y la solución final es el evangelio. Es cierto. Si alguien necesita aprender cómo someterse para el
bien de los demás, son los políticos y gobernantes de nuestros países. Pero no olvidemos que
nosotros también tenemos el mismo corazón corrupto que nuestros líderes. No importa cuántas
leyes establezcamos, el racismo, la avaricia, la lujuria, y la codicia siempre continuarán existiendo
y manifestándose en las vidas de los gobernantes y sus ciudadanos. Luchemos por cambiar esto,
pero reconozcamos también que lo que más necesitamos en nuestro país son las buenas nuevas de
un intermediario que nunca se aprovechará de nosotros para enriquecerse a si mismo, sino que
siendo rico, Él se hizo pobre, para poder salvar a su pueblo (2 Co. 8:9). Necesitamos el evangelio.

2. Lo peor que puedes hacer es nada. La sumisión no es pasiva. De hecho, es totalmente posible
luchar por la justicia y contra la corrupción, y a la vez estar actuando en sumisión a Dios, quien es
totalmente justo (2 Te. 1:6). En algunos casos, someternos a Dios requerirá más esfuerzo de
nuestra parte para buscar la justicia en lugares donde la corrupción abunda, particularmente en
nuestros gobiernos. Aunque a final de cuentas nuestra ciudadanía es en el Cielo, todavía tenemos
una responsabilidad en esta tierra. No olvidemos que los israelitas también por un tiempo eran
exiliados en una tierra ajena. No obstante, el profeta Jeremías les exhorta a buscar “el bienestar de
la ciudad adonde los [ha] desterrado, y rueguen al Señor por ella; porque en su bienestar tendrán
bienestar” (Je. 29:7). De la misma manera, si realmente queremos llamarnos cristianos entonces
deberían de importarnos las cosas que le importan a Jesús, y a Jesús le importa la justicia.
La verdad es que en esos momentos que experimentamos la injusticia, estamos experimentando
los efectos del pecado. Todos los casos de injusticia social también son casos de pecado personal.
Entonces, si quieres luchar por la justicia, realmente debes hacer una sola cosa: seguir a Jesús, en
cada área en frente nuestra. Somos cristianos, y eso significa que debemos crecer en semejanza a
Cristo. Debemos escuchar las palabras del profeta Miqueas, “¿Y qué es lo que demanda el Señor de
ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” y
entender que el Dios justo del Antiguo Testamento sigue siendo tan justo hoy como lo era antes
(Mi. 6:8).

Es mi esperanza que más y más cristianos trabajen para reformar nuestros sistemas y así traer
justicia a los corruptos y ayudar a los menospreciados. (Vale la pena mencionar que aprecio y
oro por los no creyentes que luchan por hacer lo mismo también). Si tienes la oportunidad de
hacer algo para mejorar el bienestar de tu país, ¡hazlo! Pero recuerda que de la misma manera en
que el pecado es la razón por la que nos sentimos ofendidos por la injusticia, el evangelio es el
motivo más puro para pelear por la justicia.

3. La verdadera marca de un cristiano no es la justicia, sino la gracia. Los cristianos debemos


luchar por la justicia, pero no olvidemos que en el evangelio, Cristo nos muestra que los cristianos
seremos conocidos no por nuestra justicia, sino por nuestro amor por el uno al otro, y por la gracia
(Jn. 13:35). En las palabras de John Piper,

El evangelio desata en el mundo un compromiso no


para vivir por la justicia, sino para vivir por algo más
que la justicia. La justicia es minimalista. Una vida
dedicada a tratar a la gente como se lo merecen no es
una vida cristiana. Dios en el evangelio nos trató mejor
de lo que merecíamos. No recibimos justicia en el
evangelio. Dios recibió justicia en el evangelio. Nosotros
recibimos gracia y Dios desata en el mundo un pueblo
de iglesias que tratan a los demás con algo más que la
justicia. No deberías caminar a lo largo de tu día
pensando “¿Cómo puedo ser justo?” Deberías estar
preguntándote “¿Cómo puedo mostrar gracia? . . .
¿Cómo puedo amar a mi enemigo? ¿Cómo puedo hacer
más de lo necesario?”… El evangelio desata algo más
que la justicia. Los cristianos no deben ser reconocidos
principalmente como personas de justicia. Eso es
minimalista . . . Cristo será conocido en la cultura
cuando tratamos a otros mejor de lo que merecen, no
como se lo merecen.

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