Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
MAESTRO Y ALUMNO
ÍNDICE
Pág.
PRESENTACIÓN 02
I. VIDA Y OBRA DE SAN AGUSTÍN 03
II. EL EDUCADOR AGUSTINIANO 07
III. EL ESTUDIANTE AGUSTINIANO 18
IV. LA EDUCACIÓN, PROCESO CLAVE EN EL DESARROLLO DE LA PERSONA 28
V. DIÁLOGO, LIBERTAD INTERIOR Y VERDAD EN LA EDUCACIÓN 33
VI. PRESENTE Y FUTURO DE LA PROPUESTA PEDAGÓGICA AGUSTINIANA 41
1
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
PRESENTACIÓN
“San Agustín de Hipona: Maestro y Alumno” es una reflexión idónea para los docentes y
alumnos de nuestros colegios. Brota el deseo de seguir la tradición educativa de la Orden de San
Agustín en Venezuela, inspirada en la pedagogía de Agustín de Hipona. Ha sido escrito pensando
en los miembros de nuestra familia agustiniana, religiosos y laicos, que trabajan en nuestras
instituciones educativas. Nace de la esperanza de fortalecer nuestro servicio de educadores
comprometidos e identificados con el ideario de San Agustín.
Nuestra época se caracteriza por la cultura del engaño, la falta de compromiso a los grandes
ideales, la actitud acomodaticia a lo que la sociedad nos presenta. Pareciera imperar el
pensamiento único y la voluntad líquida, que adormecen la libertad de las personas.
En nuestros Centros Educativos queremos impartir una formación desde los valores del
Evangelio y al estilo de Agustín. Jesús de Nazaret, hombre de mirada de misericordia, recorrió
los caminos y observó la realidad que cada persona vivía: sus enfermedades, alegrías, tristezas,
su desolación, opresión y esperanza. Jesús se preocupó y se ocupó de la justicia, la verdad y el
amor. Siguiendo el modelo de Jesús, la educación agustiniana busca la formación integral de la
persona para que sea capaz de sumergirse en la realidad y no ser indiferente a las angustias,
clamores y necesidades de la sociedad; queremos formar estudiantes con capacidad profética
de anunciar y denunciar; jóvenes con una actitud crítica, responsable y comprometida.
1 PEREZ ESCLARÍN, Antonio: Jesús Maestro y pedagogo. San Pablo Ediciones. Caracas, 1998.
2
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
El presente trabajo, compilado por Miguel del Valle, desvela con claridad las claves educativas
agustinianas y su aplicación a la tarea educativa desde el diálogo, la libertad interior y la
búsqueda común.
Estoy seguro de que “San Agustín: Maestro y Alumno” será una herramienta valiosa para hacer
realidad nuestro Proyecto Educativo, en línea de respuesta a las exigencias y retos que plantea
la sociedad actual.
P. Nicanor Vivas, OSA, Vicario Regional
Caracas, 24 de Abril de 2019
Fiesta de la Conversión de San Agustín
3
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
I
VIDA Y OBRA DE SAN AGUSTÍN
Una de las autobiografías más famosas del mundo, las Confesiones de San Agustín, comienza
de esta manera:
“Grande eres Tú, Oh Señor, digno de alabanza … Tu nos has creado
para Ti, Oh Señor, y nuestros corazones estarán errantes hasta que
descansen en Ti”2.
A lo largo de dieciseis siglos, muchos han aprendido a través de su autobiografía a acercar sus
corazones al corazón de Dios, el único lugar en donde el ser humano encuentra la verdadera
felicidad…
Aurelio Agustín nació en Tagaste, población situada en la provincia romana de Numidia -actual
Argelia- (África del Norte) el 13 de Noviembre del 354, hijo de Patricio y Mónica. Tuvo un
hermano y una hermana, y todos ellos recibieron una educación cristiana. Su hermana llegó a
ser superiora de un convento y, poco después de su muerte, Agustín escribió una carta dirigida
a su sucesora incluyendo consejos acerca de la futura dirección de la congregación. Esta carta
llegó a ser posteriormente la base para la “Regla de San Agustín”, que convierte a nuestro
inspirador en uno de los grandes fundadores de la vida religiosa.
La experiencia de contraste vivida por Agustín como hijo de familia estará más tarde presente
en su acción educativa y en su estilo peculiar de formación. De Patricio, su padre, heredó el
interés por la excelencia y la preocupación por la intelectualidad. De Mónica, su madre, se le
2
SAN AGUSTÍN, Confesiones, Cap. I.
4
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Patricio, el padre de San Agustín fue pagano hasta poco antes de su muerte; su conversión fue
sin duda una respuesta a las fervientes oraciones de su esposa, Mónica. Ella también oró mucho
por la conversión a la fe cristiana de su entonces caprichoso hijo, Agustín.
Aprendió los rudimentos del latín y de la aritmética con un maestro de Tagaste y, aunque no
es del todo exacto afirmar que no supiese nada de griego, lo cierto es que dicha lengua le
resultó odiosa y nunca llegó a leerla con facilidad.
Alrededor del 365 se trasladó a Madaura, ciudad cercana a Tagaste, donde estudió gramática
y literatura latinas, alejándose de la fe de su madre (Mónica), lo que su año sabático en Tagaste
(369-370) no hizo sino acuciar.
En el 370, año en que murió su padre (Patricio), tras convertirse al catolicismo, inició estudios
de retórica en Cartago, capital de Numidia, resultando un brillante estudiante a pesar de la
ruptura que el ambiente licencioso de la ciudad portuaria le indujo con los valores del
cristianismo.
Cuando tenía diecisiete años inició una relación con una joven con quien convivió durante
aproximadamente catorce años. Aunque no estaban casados, se guardaban mutua fidelidad. Un
niño llamado Adeodato nació de su unión, quien falleció cuando estaba próximo a los veinte
años. Agustín enseñaba gramática y retórica en ese entonces, y como profesor era muy
admirado y exitoso. Desde los 19 hasta los 28 años, para el profundo pesar de su madre, Agustín
se alejó del cristianismo e ingresó a la secta de los Maniqueos. Entre otras cosas, ellos creían en
3 RUBIO, Pedro, “Educación estilo agustiniano. El alumno - El educador - El padre de familia”, en POLLAK ELTZ Angélica
y JAÑEZ, Tarcisio (dir.), Jornadas de filosofía agustiniana XVI Centenario da la conversión de san Agustín, 1986, UCAB,
Caracas 1987, pp. 215-216.
5
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
un Dios del bien y en un Dios del mal, y que solo el espíritu del hombre era bueno, no el cuerpo,
ni nada proveniente del mundo material.
En Roma abrió una escuela de retórica, donde esperaba encontrar estudiantes menos
díscolos que en Cartago y lograr un relanzamiento a su carrera, pero contó con el
inconveniente de que, efectivamente los estudiantes eran menos díscolos, pero tenían la fea
costumbre de cambiar de escuela antes de pagar los honorarios.
La conversión
La conversión intelectual de San Agustín, fruto de la lectura de las obras neoplatónicas, fue
paralela a su conversión moral. A través de la poderosa intercesión de su madre Santa Mónica,
la gracia triunfó en la vida de San Agustín. Asimismo, leyó la historia de la conversión de un
gran orador pagano, además de leer las epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un gran efecto en
6
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
él para orientar su corazón hacia la verdad de la fe Católica. Durante un largo tiempo, San
Agustín deseó ser puro, pero él mismo le manifestó a Dios: “Hazme puro … pero aún no”
(Confesiones, 8). Comenzó a asistir a la iglesia y fue profundamente impactado por los
sermones de San Ambrosio y las palabras de Simpliciano -un anciano sacerdote que le dio
noticia de la conversión al cristianismo del neoplatónico Victorino y de Ponticiano, y le habló
de la vida de San Antonio de Egipto-, teniendo lugar su conversión al cristianismo durante el
verano del año 386.
Agustín oyó desde el jardín de su casa a un niño que cantaba desde lo alto de un muro ¡Tolle
lege! (Toma y lee) y que provocó, al abrir al azar el Nuevo Testamento, la lectura de las palabras
de San Pablo en la Carta a los Romanos:
Este texto marcó su vida. Al año siguiente (387) Agustín fue bautizado en la iglesia Católica.
Poco después de su bautismo, su madre Mónica muere repentinamente mientras esperaban
embarcar en el puerto Ostia Tiberina (Roma). Mónica contaba con 56 años; Agustín tenía 33.
Ella le manifestó a su hijo que “no se preocupara acerca del lugar en donde sería enterrada, sino
que solo la recordara siempre en sus oraciones cuando acudiera a la Iglesia”. Estas fueron unas
palabras preciosas evocadas desde el corazón de una madre que tenía una profunda fe y
convicción en el futuro de su hijo.
Al frente de la Iglesia
7
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
mejor comprensión del cristianismo. Allí escribió Contra Academicos, De Beata Vita y De
Ordine; de vuelta a Milán escribió De Immortalitate Animae, probablemente los Soliloquios y
comenzó De Música. El 25 de abril de 387, sábado santo, fue bautizado por San Ambrosio. En
el otoño del 388 regresó a África y, ya en Tagaste, estableció una pequeña comunidad
monástica y escribió, entre otros, el De vera religione y el final de De Musica.
El amor de San Agustín hacia la verdad a menudo lo llevó a controversias con diversas herejías,
contra las cuales predicó con preclara inteligencia (los Maniqueos, a cuya secta había
pertenecido anteriormente; los Donatistas que se habían apartado de la iglesia; y los Pelagianos,
8
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
que exageraban la función del libre albedrío para hacer caso omiso a la función de la gracia en
la salvación de la humanidad). San Agustín escribió profusamente sobre éste y otros temas de
gran interés para la reflexión teológica de la época (el pecado original, el bautismo de niños, la
predestinación, etc).
Tras la promulgación de diversos edictos imperiales contra los donatistas, San Agustín tuvo
que dirigir su mirada esta vez contra otra herejía, la pelagiana, que utilizando textos de De
libero arbitrio había llegado a negar el pecado original, minimizando el papel de la gracia
divina y exagerando el de la voluntad humana.
En el 413 inició los veintidós libros de De Civitate Dei, que completó en el año 426, sobre el
trasfondo de la invasión bárbara. En el 418 es condenado el pelagianismo por un concilio de
obispos africanos, por el emperador Honorio y el Papa Zósimo, prosiguiendo su obra polémica
antipelagiana en diversos escritos. En el año 426 nombró sucesor de su diócesis al obispo
Heraclio y publicó en el 426-427 De Gratia et libero arbitrio, ad Valentinum, De correctione
et gratia y los dos libros de las Retractationes, revisión crítica de sus escritos de gran valor para
conocer su cronología.
San Agustín continuó escribiendo también durante los últimos años de su vida, tomando
contacto incluso con el arrianismo y dedicándoles en el 428 su Contra Maximinum haereticum
y Collatio cum Maximino Arianorum episcopo. En la primavera-verano del 430 los vándalos
sitiaron Hipona.
San Agustín murió el 28 de agosto de 430, mientras recitaba los salmos penitenciales. Pese a
que los vándalos incendiaron la ciudad, la Catedral y la biblioteca de San Agustín quedaron a
salvo. Su cuerpo fue enterrado en Hipona, y posteriormente fue trasladado a la Basílica San
Pietro en el Ciel d'Oro (Pavía, Italia). San Agustín ha sido uno de los más grandes colaboradores
de las nuevas ideas en la historia de la Iglesia Católica. Él es un ejemplo para todos nosotros.
La Iglesia celebra la fiesta de su conversión (24 de Abril) y conmemora la fecha de su muerte
(28 de Agosto).
9
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
II
EL EDUCADOR AGUSTINIANO
El trípode sobre el cual se afianza la propuesta pedagógica agustiniana está conformado por el
maestro, el estudiante y el padre de familia. Una mirada profunda sobre este trípode permite
descubrir que se trata de un círculo social pleno que conecta escuela, familia y sociedad, con
todas las consecuencias que ello implica; por eso San Agustín habla de una “comunidad
educativa”5, donde cada uno de sus integrantes desempeña o tiene una misión, un compromiso
para que el colegio funcione como si fuera una orquesta.
¿Quién es el educador agustiniano capaz de responder a las exigencias y retos que plantea la
sociedad actual? ¿Cuál su entusiasmo profesional, capacidad pedagógica e inteligencia
emocional?
Dado que la educación es un proceso interior personal, que hunde sus raíces en el mundo de
los valores, el educador es un guía que orienta para que esa transformación se de en cada ser
humano, porque aprender es un compromiso personal donde maestro y discípulo, en estrecha
relación, se intercambian signos y palabras; su trabajo es animar y provocar el retorno del
discípulo a su propio centro interior, porque la educación tiene como finalidad la búsqueda y
conquista de la Verdad y la Felicidad absolutas, y por ello la educación no es un pasar la ciencia
del maestro al estudiante, como si vertiera un líquido de un vaso a otro.
El educador agustiniano se proyecta como una persona con una vida transparente, llena de
experiencias que le han permitido irse descubriendo como un ser digno, importante, que se va
conociendo con sus limitaciones y oscuridades; pero también con sus grandezas y luces.
El maestro agustiniano no se concibe como una persona conforme con lo que es; debe poseer
un corazón inquieto que le anime a seguir buscando a medida que va encontrando. No puede
ser conformista ni mediocre. El maestro debe ir de la experiencia directa de las cosas a la
formación abstracta de esas cosas en palabras, signos o definiciones porque “el arte de la
enseñanza comienza por el arte del aprendizaje; así como el profesor no enseña una sola vez sino
que su enseñanza es continua, de la misma manera no se aprende de una sola vez sino que, a
ejemplo de Agustín, se aprende para enseñar y se enseña para seguir aprendiendo”6. En mi
apreciación, creo que algo parecido quiso decir San Agustín cuando afirmó: “Al querer enseñar
te ves obligado a aprender porque la confusión en que pone quien no encontró en ti lo que
6CARDONA, Carlos “El método didáctico de San Agustín”, en: Boletín de la Provincia Nuestra Señora de la Candelaria,
n. 606 (Enero – Junio 1999) Bogotá, p. 47.
11
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
buscaba, te fuerza a buscar para merecer encontrar” 7. En palabras más asequibles para nuestro
discurso moderno y posmoderno no es otra cosa que la hermenéutica, tanto la del texto como
la del autor, ajustando lo que haya que ajustar y cambiando lo que haya que cambiar, con todo
el problema del horizonte donde se implica el autor, el texto, el tema, el lenguaje, el lector, que,
con bastante probabilidad, la mayoría de nosotros manejamos con lujo de detalles, unos más,
otros menos. En sintonía con esto, San Agustín afirmaba: “El que enseña no debe preocuparse
de la elocuencia en exponer, sino de la claridad en explicar”8 .
El educador agustiniano debe esforzarse por convertirse en una persona que posea una vida
espiritual sólida que le ayude a plantearse retos personales con la seguridad que da el Maestro
Interior. Como educador, como maestro, no debe considerarse el sabelotodo, el que tiene la
última palabra; al contrario, debe estar abierto a otros puntos de vista, debe estar atento a los
cambios y a los signos de los tiempos; debe tener actitudes de escucha y tolerancia, de
fraternidad y comunión.
Con respecto a sus estudiantes, el educador no debe verlos como vasijas vacías que hay que
llenar sino como interlocutores válidos que aprenden y enseñan que, si bien están con él para
aprender, también están en la capacidad de aportar. El maestro debe animar, impulsar, dirigir,
orientar, conducir, señalar el camino por el cual el estudiante puede continuar su tránsito en
busca de la verdad.
El maestro agustiniano no puede engañar a sus interlocutores; si desconoce algo no debe darlo
por entendido, no debe albergar dudas ni buscar que sus estudiantes se conviertan en entes que
no piensan por sí mismos, que simplemente repiten conocimientos preestablecidos y sin
ninguna visión crítica. Además, debe tratar de indagar la motivación que impulsa al estudiante
a recibir determinados conocimientos.
del interior de cada uno, la vida misma del sujeto; cuando se parte de la realidad y no se queda
en meras especulaciones.
Dentro del carácter de seriedad que conlleva toda actividad educativa, cada educador está
llamado a incluir la alegría como elemento importante para impartir conocimientos, fortalecer
la paz interior y así bajar la tensión que genera habitualmente el ambiente gris del aula.
Asimismo, es importante, para el desarrollo de la docencia, la humildad, puesto que el discurso
arrogante resulta invariablemente insoportable:
La relación entre el Creador y el hombre es una relación entre personas; es la respuesta de una
libertad a otra libertad, es un diálogo entre dos libertades, donde el hombre se realiza y puede
poseer a Dios abriéndose a él en acto de total obediencia y de amor incondicional.
El educador agustiniano sabe que está llamado a enseñar no por necesidad, sino por un
llamado fuerte que hace Dios, el cual imprime en el educador un deseo de dar a conocer la
verdad y, al hacerlo, responde positivamente a la caridad, que impulsa en el educador el deseo
de la verdad.
Para que el educador pueda enseñar con veracidad, es necesario que esté al margen de las
9 INSUNZA, Santiago M., O.S.A. Una lectura pedagógica de la interioridad agustiniana. En: AA.VV. Valores agustinianos
pensando en la educación. Madrid: F.A.E. 1994. p. 68.
13
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
tensiones y conquiste la tranquilidad, ya que sólo la tranquilidad ayuda a descubrir lo que puede
presentarse como oscuro al que aprende, la cual se traduce en paciencia para el maestro:
La autoridad moral del profesor, su porte y trato sereno, harán no solo que la clase sea
respetada y amable, sino provechosa. Lo mejor que tuviese la pedagogía de nuestro tiempo
coincidirá con los valores del magisterio agustiniano. En la memoria de cada alumno resonará el
recuerdo agradecido de algunos maestros que lo fueron, no solo porque trasmitieron claros los
conocimientos, sino porque “formaron corazones y mentes” (De doctr. christ. 4, 24, 53)- para el
honesto vivir. Ese es su más digno homenaje. “Desiste, pues, -dice Agustín- de preguntar por no
sé qué mal maestro - porque, si es malo, no es maestro; y si es maestro, no es malo”.
Agustín quiere que el alumno aprenda su propia mayéutica y, por el conocimiento del profesor,
la confianza captada por el alumno y el arte de enseñar del maestro, sea el alumno quien
mayéuticamente vaya alumbrando la verdad.
Es necesario saber que en San Agustín toda su doctrina tanto filosófica, teológica como
pedagógica está ordenada por el amor; por eso en agustiniano el cimiento y sentido de toda
acción educativa gira en torno al amor y nace del amor:
10 AA.VV. I Jornada Agustiniana de educación. El lugar de la educación, una aproximación desde San Agustín. Ediciones
14
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Esta actitud del amor gira en torno a la gratuidad, pues así como el amor de Dios es gracia
derramado para con los hombres, así el educador en cada contacto con sus estudiantes lo que
hace es brindar amor para suscitar el amor y así dispone psicológicamente al estudiante para
una mejor recepción de los conocimientos:
La fuente de inspiración para el pedagogo creyente es Cristo, que enseña desde el interior de
cada hombre. Desde Cristo, el amor pedagógico asume un carácter materno, es decir, que hay
que enseñar con dulzura, constancia y paciencia.
Las imágenes que utiliza San Agustín para dar a entender cómo enseñar desde y con amor son,
entre otras, la de la madre y la de la gallina:
“Como la madre que vela por sus hijos… y la madre se complace más
en dar a sus pequeños trocitos diminutos que en comer ella misma
manjares sólidos… No se aparte de tu mente la imagen de la gallina
que cubre con sus delicadas plumas a los tiernos polluelos y llama con
su voz quebrada a sus crías que pían”13.
El grito de San Agustín “Ama y haz lo que quieras” (comentario a la I Carta de Juan 7,8) adquiere
pleno sentido hoy en clave pedagógica ya que solamente lo que nace de la caridad es lo que da
valor a las acciones del educador y solamente lo que está sustentado por esta raíz es apto para
instruir; también es importante decir que el amor sea el móvil de todas las palabras del
educador, sobre todo cuando hay que corregir; corrección que nace del amor y no del disgusto
personal, San Agustín dirá: “Ama y di lo que quieras” (Exposición de la Carta a los Gálatas 57).
Enseñar implica que el alumno y el maestro se embarquen en una misma aventura, dejando a
un lado lo tradicional de la educación, donde el educador transmite unos conocimientos y el
estudiante los recibe, pero tanto el educador como el educando no se conocen y no se sabe qué
tanta aceptación hay, no existe un compromiso de toda la persona en todas sus facetas,
mientras que en agustiniano la enseñanza nace de una relación interpersonal lo que implica un
conocimiento y diálogo profundo entre educador y educando.
La clave de la educación agustiniana es el otro, imagen del totalmente Otro. A este individuo
se trata de educar y para hacerlo en el amor y en la verdad es necesario tomar en cuenta a la
persona en su ser concreto, en su profunda individualidad; esta línea pedagógica agustiniana
tiene más en cuenta al alumno que a la institución.
Desde esta perspectiva, año tras año, se presenta la oportunidad para brindar algo nuevo a los
estudiantes. El enseñar se hace novedoso porque son nuevos los destinatarios, los que marcan
las líneas a seguir y los matices a concretar.
San Agustín proyecta un modelo de educación novedoso para su tiempo y actual para el
nuestro, y es el de la enseñanza individualizada, la cual buscará ponerse en el lugar del otro y
captar su propia situación, para generar una actitud comprensiva, acogedora y tolerante hacia
el educando:
14 Ibíd.., p. 65.
16
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Por consiguiente, el profesor que es capaz de adaptarse a las personas que tiene delante, está
dando un paso que le permitirá conocer mejor al estudiante y descubrir qué clase de persona
es. Sólo cuando el profesor conoce a sus estudiantes puede ofrecer a cada uno lo que necesita;
es decir, este conocimiento permite al docente ayudarle a crecer a partir de sus necesidades
reales, delineando una educación personalizada y eficaz. El estudiante quiéralo o no influye en
el educador, le condiciona y previamente le dispone para la expresión de las ideas, por eso al
conocerlo ajusta la enseñanza impartiéndola con más confianza y eficacia.
Así pues, el educador agustiniano, a la vez que es una persona versada en el arte de enseñar,
es un observador agudo que se da cuenta de las situaciones que viven sus estudiantes. Para
percibir mejor estas situaciones el educador debe dar confianza en la vivencia cotidiana y, si el
estado del estudiante es cambiable, está llamado a exhortarle y animarle en su progreso
personal y académico. Si después de todos los intentos se constata que el gran problema es la
insensibilidad, Agustín dice al educador que debe aguantarlo con misericordia:
Toda tarea educativa busca que el hombre sea cada vez más humano. Esta es la misión que
recibe el educador agustiniano que está llamado a forjar no solamente hombres hábiles y
competitivos con unos conocimientos, sino también que sea persona integral al combinar
conocimiento con experiencia de vida y competencia con un adecuado desarrollo de la
personalidad.
15 Ibíd.., p. 66.
16 Ibíd.., p. 67.
17
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
No hay que dejar a un lado las facultades del oyente, es decir del estudiante; se debe tener en
cuenta su capacidad de adaptación para con el lenguaje a utilizar. La exigencia del educador
agustiniano es la de ser lúcido, mostrando con claridad la exposición de tal manera que se haga
entender, porque de otra manera el hablar se convierte en algo absurdo, dice San Agustín:
“Pero como existe no pequeña semejanza entre los que comen y los
que aprenden, de ahí que para evitar la desgana de los más no hay otro
remedio que condimentar los alimentos sin los cuales no se puede
vivir”18.
“La misma caridad a unos da luz y con otros sufre, a unos trata de
Los tres grandes objetivos que se persiguen en la educación al estilo agustiniana son:
Enseñar
Deleitar
Mover
Para llegar a ellos es necesario que el educador haga uso de todos los recursos que tiene a su
disposición. La unidad de estos tres objetivos es vital para brindar una óptima educación, porque
el enseñar está en relación a los contenidos lo que se ha de explicar, el deleitar y el mover hacen
relación a la manera como se dicen, pues no basta con que sean agradables, sino que deben
llevar al estudiante a una actuación en lo cotidiano de la vida:
Entre las virtudes básicas que adornan al educador, al estilo agustiniano, son en primer grado
el de la humildad, seguida por la sencillez, evitando a toda costa el vicio de la soberbia. Así pues:
“La humildad que pide Agustín a los educadores implica ser aprendiz
con los discípulos, es decir, compartir la búsqueda de la verdad con
ellos, saber que el proceso de aprendizaje no termina nunca y que no
sabe todo”21.
A San Agustín le gustaba más aprender que enseñar y el enseñar lo hacía porque le movía la
caridad de anunciar el evangelio.
San Agustín hace gran hincapié en la importancia del educador en el momento de transmitir
unos conocimientos. Ante todo, debe reconocer sus propias limitaciones, descubrir sus
cualidades como ser humano y como educador. Por eso debe darse la oportunidad de
escucharse él mismo cuando habla, buscando así encontrar eco a lo que dice.
No siempre cuando un profesor cree que su clase ha sido brillante, queda la misma sensación
en el auditorio. Otras veces que no se ha sentido tan a gusto, puede suceder que los estudiantes
reciban de otra manera los conocimientos. Siempre hay que pensar en el auditorio. No se puede
enseñar sin contar con los oyentes.
21 Ibíd.., p. 73.
22 Ibíd.., p. 74.
20
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
El maestro debe indagar en sí mismo para descubrirse en algunos momentos limitado y hasta
un tanto impotente en el momento de transmitir ciertos contenidos. Por lo tanto, es oportuno
que el docente se dé cuenta de que no siempre se puede transmitir la riqueza de unos
conocimientos únicamente a través de las palabras.
Cuando Agustín habla en las Confesiones de su transformante encuentro con Cristo expresa la
razón por la cual no había encontrado a Dios; Dios estaba en él pero él no estaba consigo mismo
y, por tanto, él no estaba con Dios. Estaba inmerso en el hombre exterior (Cf. X, XXVII, 38). Para
llegar a Dios, Agustín tuvo que llegar primero a sí mismo. Es a través del conocimiento personal
que Agustín llega a Dios. Interioridad y trascendencia están íntimamente relacionas 23.
Para Agustín la Verdad no es un algo sino un Alguien. Es Cristo, el cual es: “más íntimo que
nuestra propia intimidad y más alto que los más alto de nuestro ser” (Las Confesiones, III, VI, 11).
Por tanto, la invitación agustiniana es hacer el paso del hombre exterior al hombre interior, no
sólo para ser en autenticidad, sino para llegar a Cristo y dejarnos guiar por El (El Maestro, XI, 33).
Los demás hombres solamente somos cooperadores, o en términos pedagógicos, somos
mediadores en este encuentro. Sólo existe un único Maestro del cual todos somos condiscípulos.
Tanto formador como formando deben tener docilidad interior para escuchar la voz del Señor y
23 TOTUMO, C. La pedagogía agustiniana en la formación, en Estudio Agustiniano, 48 (2013), pp. 47-67. Valladolid.
24 SAN AGUSTÍN, La verdadera religión, XXXIX, 72.
21
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
“El hombre no puede unirse con firmeza a los otros, si no es por medio
del lenguaje, y así es como si fundiesen sus mentes y sus pensamientos
entre sí”28.
La palabra “Incita al hombre a que descubra por sí mismo” (El Maestro, XIV, 46). Por tanto, el
formador es sólo un mediador o colaborador en el proceso que cada formando debe realizar.
Camino interior que luego debe exteriorizarse en fraternidad. En consecuencia, el formador
tiene tres funciones interrelacionadas: enseñar, deleitar y mover. El enseñar se refiere a los
contenidos que expresan nuestra historia e identidad; y el deleitar y mover se refieren al
estímulo que deben potenciar en los formandos para que inicien con gozo y esperanza su camino
(La doctrina cristiana, IV, XII, 27). La finalidad de la formación es despertar el hombre interior,
“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre sino el espíritu del hombre, que está
dentro de él?” (La Ciudad de Dios, XIV, VI, 2). El formador no es el Maestro, sino un condiscípulo
portador de estímulos y un suministrador de herramientas para facilitar el encuentro consigo
mismo, con Dios y con el otro. Su función prioritaria es crear en el formando la actitud de
buscador enamorado de la Verdad. Para ello, el formador debe crear un ambiente favorable que
facilite el alcance de estos objetivos. En definitiva, la función mediadora del formador consiste
en establecer un puente que una la realidad personal de los formandos y lo propio de nuestra
propuesta educativa agustiniana. Si el formador desconoce algunos de estas “dos orillas” no
podrá establecer este puente. Por el contrario, será un obstáculo que imposibilite el “paso” del
27 TOTUMO, C. o.c.
28 SAN AGUSTÍN, El orden, II, XII, 35.
23
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
formando de una a la otra, incumpliendo así su función mediadora. Para ello es necesaria la
formación continua del formador: aprender para seguir enseñando.
“No arrojo sobre ustedes cargas pesadas ni abrumo sus hombros con
pesos que con ni un dedo quiera tocar yo. Pregunten e infórmense de
la fatiga de mis ocupaciones, de los achaques de mi salud para ciertos
trabajos, de las costumbres de las Iglesias a cuyo servicio vivo”30.
Desde los elementos pedagógicos desarrollados hay que afirmar que la formación, desde la
perspectiva agustiniana, ha de ser un proceso personalizado, porque debe considerar la realidad
existencial de los formandos; y personalizador, porque se ha de formar para la libertad y la
autonomía invitando a vivir de manera consciente lo que profundamente ya se es: ser humano.
San Agustín afirma al respecto que: “Hay que dar a todos el mismo amor, pero no se puede dar
a todos la misma medicina” (La catequesis a los principiantes, XV, 23).
29 TOTUMO, C. o.c.
30 SAN AGUSTÍN, De opere monachorum, XXIX, 37.
24
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
25
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
III
EL ESTUDIANTE AGUSTINIANO
El estudiante, el discípulo, es un ser activo que oye, que escucha31, y por ello puede
encontrarse en estas situaciones: ignora si lo dicho es verdad, no ignora que es falso, sabe que
es verdadero; en el primer caso, cree, opina o duda; en el segundo, contradice y niega; en el
tercero, confirma. Es alguien inquieto, interiorizado y reflexivo, humilde y receptivo, libre y
responsable, ordenado en sus amores, humano y comprensivo, equilibrado y moderado, sincero
y transparente, esforzado y estudioso, amigable, comunitario y abierto a la trascendencia 32.
3.1. Autoconsciente
31 En el fondo, el estudiante en el pensamiento agustiniano es alguien con capacidad de desplegar su propio original,
y nunca alguien que se convierta en mera copia del maestro. Por eso, más que uno mismo no se puede ser, pero con
menos no basta.
32 RUBIO, Pedro, “Educación estilo agustiniano. El alumno - El educador - El padre de familia”, en POLLAK ELTZ Angélica
y JAÑEZ, Tarcisio (dir.), Jornadas de filosofía agustiniana. XVI Centenario da la conversión de San Agustín, 1986, UCAB,
Caracas 1987, pp. 219-236.
33 DEL VALLE, Miguel, “Agustín, el educador”, en JAÑEZ, VIII, p. 107.
26
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
la autoconciencia para que el educando descubra por sí mismo la verdad y despliegue todo
lo que contiene en su interior.
Para que el hombre sea él mismo es necesario que viva conscientemente, y vivir
conscientemente, entre otras cosas, será vivir conociéndose:
“En gran estima suele tener el humano linaje la ciencia de las cosas
terrenas y celestes; pero sin duda son más avisados los que a dicha
ciencia prefieren el propio conocimiento. Más digna de alabanza es el
alma conocedora de su debilidad que la de aquel que, desconociendo
su condición enfermiza, avizora el curso de los astros en afanes de
nuevos conocimientos con el fin de contrastar nuevas teorías, pero
ignora la senda de su salvación y de su estabilidad”34.
El propio conocimiento es prioritario, “¿cómo puede el alma conocer
otra alma si se ignora a sí misma?” (La Trinidad 9,3,3).
“Volved -escribe Agustín- al corazón, ¿qué es eso de
ir lejos de vosotros y desaparecer de vuestra vista? ¿Qué es eso de ir
por los caminos de la soledad y vida errante y vagabunda? Volved. ¿A
dónde? Al Señor. Es pronto todavía. Vuelve primero a tu corazón; como
en un destierro andas errante fuera de ti. ¿Te ignoras a ti mismo y vas
en busca de quien te creó? Vuelve, vuelve al corazón y deja tu cuerpo,
tu cuerpo es tu casa. Tu corazón siente también por tu cuerpo; pero tu
cuerpo no siente lo que tu corazón. Deja también tu cuerpo y vuelve a
tu corazón» (Comentario al Evangelio de Juan 18,10). Parece que
Agustín nos quiere decir que sólo podemos conocer de forma vivencial
a Dios si entramos en el propio corazón: “Prevaricadores, volved al
corazón y adheriros a Aquel que os ha creado. Manteneos en su
compañía y alcanzaréis estabilidad. Descansad en Él y hallaréis
sosiego. ¿Adónde vais por caminos impracticables? ¿Adónde vais? El
bien que amáis procede de Él” 35.
Por otra parte, según Agustín, sólo vive de verdad el que es fiel al propio mundo interior,
es decir, el que es fiel a la verdad que habita dentro. Agustín invita a que eduquemos al
hombre para la propia armonía interna, para la paz: “Si quieres ser artífice de la paz entre
dos amigos tuyos en discordia, comienza a obrar la paz en ti mismo; debes purificarte
interiormente, donde quizás combates contigo mismo una lucha cotidiana” (Sermón 53,
12), que eduquemos para la libertad propia, es decir, para que sea él mismo, que es la meta
principal del hombre. Dios mismo da la gracia para que el hombre consiga la plena libertad:
“Mirad, pues, cómo la libertad de la voluntad se armoniza muy bien con la gracia, no va en
contra de ella. Pues la voluntad humana no obtiene la gracia con su libertad, sino más bien
con la gracia de libertad, y para perseverar en ella, una gustosa permanencia e insuperable
fortaleza” (De la corrección y de la gracia 8,17). “El libre albedrío no es aniquilado, sino
antes bien fortalecido por la gracia, pues la gracia sana la voluntad para conseguir que la
justicia sea amada libremente” (Del espíritu y de la letra 30,52).
Las palabras del maestro exterior, nos mueven a consultar nuestro interior, y esta verdad
interior, que es el mismo Cristo, se da a conocer a cada uno según la propia capacidad:
“Comprendemos la multitud de cosas que penetran en nuestra
inteligencia no consultando la voz exterior que nos habla, sino
Ahora bien, para exigir del estudiante la veracidad de lo que hace y aprende, se debe, en primer
lugar, exigir al educador la transparencia, la honestidad, el trabajo, la amabilidad, la vocación
docente, el amor a la verdad y a su profesión. No se puede exigir a un estudiante que asuma
estos valores, cuando quien los pide no los asume en sí mismo. No es desconocido en los
ambientes educativos, la realidad de la trampa en los exámenes parciales o finales, no sólo a
nivel inicial, sino incluso, y esto cuestiona, a nivel universitario.
El engaño, el fraude y la mentira, se van abriendo paso cada día en la sociedad; vemos políticos
y grandes dirigentes de la nación, envueltos en escandalosas investigaciones de este tipo. Por
esta razón, se debe exigir en el ambiente educativo la verdad. Se debe educar para la verdad,
para la paz, para la convivencia y para el amor.
En las escuelas agustinianas debe educarse a los jóvenes para que sean capaces de convivir
29
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
juntos. El ideal de San Agustín cuando se reunió con sus amigos y familiares para formar
comunidad, respondía a una necesidad de fraternidad:
3.4. Interioridad
Esta dimensión es netamente antropológica. Para Agustín, el camino para que el hombre se
conozca a sí mismo y pueda crear su existencia en autonomía y libertad es la interioridad. El
hombre debe entrar en sí para poder dar el paso del hombre exterior al hombre interior. Por
ende, es un dinamismo de introspección para sondear el profundo mar interior y poder
encontrar nuestro tesoro para dinamizarlo y permitir que los demás contemplen nuestra
hermosura. Al respecto, San Agustín expresa: “¡Cuántas riquezas no oculta el hombre dentro de
sí! Pero, ¿de qué le sirven si no sondea e investiga?” (Comentario al Salmo, 76,9). El hombre debe
dejar de ser vivido por las cosas exteriores a él, y tomar la valentía de agarrar el timón de su vida
a través del autoconocimiento y aceptación personal. Sin embargo, hay que afirmar que este
dinamismo interior no lo realiza el hombre con sus propias fuerzas, sino auxiliado por el Espíritu
Santo, el cual nos ayuda a alcanzar nuestro orden (Cf. Las confesiones, XIII, IX, 9). Sólo el que
“Anda por dentro desea las cosas de dentro. Andar por fuera es desechar las cosas de dentro y
llenarse de las de fuera” (Tratado sobre el Evangelio de San Juan, XXV, 15). La experiencia
agustiniana de interioridad queda magistralmente expuesta en las Confesiones, en la cual
Agustín realizada una mirada retrospectiva de su vida a la luz de la fe para evaluar su vida desde
la cercanía o alejamiento de Dios. Es por ello, que en el libro IX, 1,1, expresa en qué consistía
todo el problema existencial de conversión: “En dejar de querer lo que yo quería y empezar a
querer lo que querías Tú”.
No se puede negar el cambio de religiosidad que se vive en la actualidad. Hay una cierta
indiferencia religiosa que circunda el ambiente. Aquella frase agustiniana que tantas veces se ha
repetido: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”
(Conf I,1,1), da la sensación de que ha ido perdiendo su vigencia en ciertos sectores.
y que le ayudó en su largo camino de conversión, es algo que en la escuela agustiniana debe
imperar.
La interioridad trascendida que muestra San Agustín, tiene algunos pasos indispensables:
No salgas fuera
Vuélvete a ti mismo
Trasciéndete a ti mismo
Encuéntrate con Dios que habita en cada uno.
Ante esta realidad el ser humano necesita recuperar su propia identidad, reconocerse a sí
mismo, encontrarse con su verdadero yo. El hombre debe tratar de tomar las riendas de su vida
y no dejarse alienar por otras propuestas que le hacen perder su propia identidad.
39 WEISMANN, Francisco. La oración en San Agustín. Buenos Aires. Lumen., 1995. p. 11.
40 SAN AGUSTÍN, Soliloquios. II,1,1.
32
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
El hombre sin interioridad, anónimo, sin mismidad, apoya su existencia y ocupa las horas en la
acción. Acepta ser una pieza en el engranaje del trabajo, en la cadena de producción. Para él,
vivir es solo hacer. Tiene miedo de sí mismo, se siente deshabitado. Por eso huye al exterior.
Rodeado de medios de comunicación, se siente solo. Vivimos una terrible paradoja:
comunicados, pero sintiendo una inmensa soledad 41.
Unido a lo anterior sentimos el deseo afanoso de estar ocupados. Tener todo el día colmado
de actividades es un ideal para muchas personas, y en las instituciones educativas se ve con
grave riesgo el hecho de no llenar todo el día académico de actividades escolares o
extracurriculares. Frente a esto, Agustín nos recuerda:
Desde la interioridad, el joven y el maestro descubren que la vida vale la pena vivirla, asumirla,
luchar por ella, cuidarla y llevarla a plenitud:
“Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los
montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso curso de los
ríos, las revoluciones y los giros de los astros. Y, sin embargo, pasan de
largo delante de sí mismos”43.
Podemos afirmar que quien se conoce a sí mismo lo suficiente, puede llegar a tener algunas
características importantes para sí mismo y en relación con los demás, como las siguientes:
Valoración de uno mismo como persona. Reconocer que, sin importar la
condición social o económica, todo ser humano por el hecho de ser persona es valioso.
Aceptación tolerante y esperanzada de las propias limitaciones. Nadie es
perfecto, aunque estamos invitados a alcanzar la perfección; se deben reconocer los
propios fallos, lo turbio que pueda haber en cada personalidad. Sí, es necesario asumir la
41 INSUNZA, Santiago M. Una lectura pedagógica de la interioridad agustiniana. En: AA.VV. Valores agustinianos
pensando en la educación. Madrid: F.A.E. 1994. p. 117.
42 Ibid., p. 117.
43 SAN AGUSTÍN, Confesiones, X,8.
33
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Finalmente hemos de resaltar la importancia de saber pararse frente a sí mismo y frente a los
demás. Debe haber un sano equilibrio entre el interior y el exterior. Esta dimensión de la
interioridad que presenta la espiritualidad agustiniana, de ninguna manera se constituye en un
escape a la exterioridad; se necesita lo uno y lo otro.
Incluso, como Dios es más íntimo que nuestra propia intimidad (Las Confesiones, III, VI, 11) y
nos enseña desde nuestro interior (Sermón, 134, 1,1), el hombre debe volver a sí mismo para
poder llegar a Dios. Agustín, convencido de esto, afirma que él no había encontrado a Dios
porque no se había encontrado a sí mismo. Porque estaba inmerso en el hombre exterior,
extasiado por las cosas externas:
Estas dos primeras dimensiones de la espiritualidad agustiniana permiten afirmar que ella
posibilita un proceso humanizador integral. Me posibilita hacerme cargo de mi existencia y
abrirme al Ser que me ha creado orientado hacia El (Las Confesiones, 1,1,1).
Por tanto, el acercamiento a Dios no implica una enajenación del ser humano y la religión no
es el “opio del pueblo”. Al encontrar a Cristo, Agustín encuentra en superlativo todo lo que
andaba buscando (Las Confesiones, IX, 1 ,1). Dios no sólo toca su alma, orientándola hacia Él. Es
todo el ser humano quien está orientado hacia Dios. Esto lo expresa Agustín a través de los cinco
sentidos:
(a) auditivo: llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera;
(b) visual: brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
(c) olfato: exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti;
(d) gusto: gusté de ti, y siento hambre y sed; y tacto: me tocaste, y ardo en deseos
de tu paz (Las Confesiones, X, XXVII, 38).
“¿Cómo te busco, pues, Señor? Porque al buscarte, Dios mío, busco la felicidad. Te
buscaré, Señor, para que viva mi alma. Mi cuerpo vive de mi alma, y mi alma vive de Ti” (Las
Confesiones, X, XX, 29), palabras que revelan la relación intrínseca de la interioridad con la
trascendencia
45
SAN AGUSTÍN, Confesiones, X, XXVII, 38.
35
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
3.6. Inquietud
El estudiante agustiniano no puede ser una persona pasiva, que espere que todo el
conocimiento le llegue fácil. Debe ser una persona inquieta, inconformista con lo que plantea el
46
maestro, en el buen sentido, buscando cuestionar y tomar posiciones crítico-constructivas
para el mejoramiento personal y comunitario.
Debe ser una persona dinámica, alegre, entusiasta, con un deseo ardiente de conocerse a sí
mismo y de acercarse a Dios. Debe tener los deseos de aprender cosas nuevas, pero en un
trabajo conjunto con su maestro, sin esperar todo de él; sino aportando también desde su propia
realidad y experiencia de vida.
El estudiante agustiniano debe crear fraternidad con los demás compañeros y con sus
maestros; debe fomentar un ambiente familiar dentro de la Institución y fuera de ella. La
inquietud debe hacerle ver el futuro con apertura y esperanza, manteniendo claro su ideal y
proponiéndose constantemente el crecimiento intelectual, humano y religioso.
La inquietud de la que San Agustín fue un gran representante, debe impulsar al individuo a
estar en constante búsqueda, pero con la paciencia necesaria para no querer aprender todo de
una vez:
“No estés impaciente por oír lo que aún no puedes comprender. Sigue
creciendo para que puedas comprenderlo”47.
El estudiante agustiniano: corazón que ama, inteligencia que busca afanosamente la verdad,
manos que trabajan cada día para el crecimiento personal y comunitario. El Maestro Interior
ilumina ese proyecto con su manera de enseñar y vivir.
46 Ibid., p. 119-120.
47 SAN AGUSTÍN, In. Ps. 38,3.
36
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Las siguientes palabras agustinianas son iluminadoras en el tema en cuestión: “Todo hombre
es prójimo del hombre, y no debe pensarse en diferencias marginales donde la naturaleza es
común” (Comentario al Salmo, 118,8,2). La comunidad agustiniana no es ni una residencia
estudiantil, ni un grupo de amigos que se reúnen para pasarlo bien. Es una escuela discipular
unida por el Espíritu de Cristo, quien posibilita superar las diferencias personales. Al respecto,
Agustín afirma que:
“No hay verdadera amistad sino cuando tú, Señor, la estableces como
un vínculo entre las almas que se unen mutuamente por medio del
amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se
nos ha dado” (Las confesiones, IV, IV, 7). Incluso, el santo de Hipona
llega a afirmar que “El amor fraterno no es sólo don de Dios, sino Dios
mismo”48.
“Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los
montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso curso de los
ríos, las revoluciones y los giros de los astros. Y, sin embargo, se pasan
de largo a sí mismos” 49.
En consecuencia, para Agustín no es lo mismo ser racional que ser sabio. El “racional” es aquel
que conoce y almacena un vasto conocimiento en su memoria, pero sin ninguna repercusión
de éste en la vida del sujeto que los posee. Por el contrario, el hombre “sabio” es aquel que se
conoce a sí mismo, y desde su interioridad conoce y aprende todo lo demás. Al respecto,
Agustín expresa que: “Llamamos sabios a quienes... mediante el gobierno de su espíritu, han
conquistado la paz” (El libre albedrío, 1,69). El estudio es un medio para llegar a la sabiduría.
En este sentido, la finalidad de la educación es, para San Agustín, un medio para “despertar” y
estimular al sujeto a que se “levante” e inicie un proceso de exploración y conocimiento
interior. Se ha de educar para la libertad y la autonomía invitando al educando a vivir de
manera consciente lo que profundamente ya es: ser humano. Por tanto, en el proceso
epistémico educativo mente y corazón están estrechamente unidos.
Hemos considerado hasta ahora al maestro y al alumno. ¿Qué decir de los padres de familia?
Con relación a la familia, se puede decir que la educación y la familia constituyen un “auténtico
reto para una sociedad más equilibrada, justa, solidaria y humana... para una cultura que
prepare una auténtica civilización del hombre y para el hombre; del amor y por el amor”50.
Esto se debe a que la educación atiende y repite la naturaleza de la vida social que se hace y
rehace de manera cotidiana, en un número infinito de relaciones entre personas, que
Para que este trípode educativo funcione se necesita ser como San Agustín, un hombre con
lealtad interior y capacidad para hacer coincidir el pensamiento con la vida, porque aprender
es una acción de la persona completa. Sin lugar a dudas, el tema de la interioridad es vital en
la propuesta pedagógica de San Agustín, y “hablar de interioridad lógicamente es hablar del
alma, de una parte incorporal, invisible a la vista, y superior en sus poderes con relación al
cuerpo. En fin, se trata de una realidad sin la cual, sea lo que sea el término empleado, el
humano no es humano”51.
51 OLFIELD, John, “La pedagogía del Maestro interior en el pensamiento de San Agustín”, en JAÑEZ, VIII, p. 73.
39
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
IV
LA EDUCACIÓN, PROCESO CLAVE EN EL DESARROLLO DE LA
PERSONA
Nos interesa recalar en este diálogo porque en él se pone de manifiesto algo que nos parece
fundamental: el proceso educativo no es monológico, solipsista o individualista, sino que se
articula y desarrolla fundamentalmente en la relación, en el vínculo entre educador y
educando. La atención de la teoría de la educación agustiniana no reside tanto en el educador,
ni en el educando, sino más bien en el vínculo que se establece entre ambos.
camino que recorre el hombre interior para desplegar todas sus potencialidades, hasta llegar
a la máxima libertad52. Este itinerario radica en ir haciéndose más persona. Es un proceso que
no termina nunca, un camino de formación en humanidad. Y acaece en el ámbito de la relación
con el maestro, que es, a la vez, guía del espíritu y ejemplo de humanidad.
En el pensamiento de San Agustín existen dos maestros: el maestro exterior que educa desde
fuera con su palabra, su gesto, sus silencios, su acción, sus omisiones y, el “maestro interior”,
esa voz interior que todo ser humano puede auscultar y que San Agustín identifica con Cristo.
El maestro exterior tiene, según su mentalidad, que despertar y motivar al educando para que
se ensimisme, descubra su ser interior y sea capaz de auscultar al Maestro interior, el Maestro
de verdad.
El objetivo central de la educación para San Agustín radica en ofrecer a la persona el máximo
grado de libertad. La finalidad de la educación es, pues, la perfección o, en otros términos, la
elevación de todas las capacidades humanas en un proceso de entrenamiento espiritual.
Educar es estimular al ser humano para que sea consciente de su responsabilidad ante la vida
y ante el mundo.
La libertad es una posibilidad que hay que conquistar mediante un trabajo lento y costoso.
La educación, pues, debe consistir en el cultivo de las virtudes. Y ese cultivo implica formación
de un carácter básico que fortalezca su espíritu para hacerse capaz de razón, es decir, de
conducción autónoma de sí mismo en la acción.
52TORRALBA, Francesc: La educación como proceso clave en el desarrollo de la persona. Universitat Ramon Llull, s/f.
Barcelona.
41
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
El objetivo de la formación es dar forma a la voluntad, hacer girar la voluntad hacia la virtud.
La educación no afecta a una de las dimensiones humanas, sino a su conjunto, al hombre
entero. La cuestión es si el hombre es capaz de mantener en orden su ser, es decir, si es capaz
de regirse a sí mismo para ser responsable ante sí y ante el mundo. El término clásico que sirve
para definir la capacidad de dirección propia, para introducir orden en nuestro ser, y, por tanto,
para ejercer un uso autónomo ante el mundo, es la razón. Ésta es la facultad rectora del mundo
interior del hombre, porque es la fuerza capaz de mantener todas las fuerzas interiores, deseos
y pasiones, en su justo lugar.
No se trata de negar las pasiones humanas. De lo que se trata es de que no dominen al ser
humano, y, por ello, deben ser supeditadas a la razón. El problema de las pasiones no es que
deben dejar de existir. San Agustín niega expresamente la impasibilidad del alma. El problema
es que han de ser conducidas rectamente, como condición indispensable para la autarquía
(autonomía personal). En definitiva, las pasiones son correctas si están dirigidas hacia la salud
del hombre.
La rectitud de las acciones depende, pues, de la autoposesión, es decir, del control del ser
humano sobre sí mismo. Las afecciones del alma deben estar regidas por la voluntad. Esto
supone una visión esperanzada del hombre y de la vida humana, pues afirma, en el fondo, la
fuerza de la voluntad sobre el infortunio de las pasiones. El ser humano es capaz de ser
responsable ante su destino.
La formación es, en primer lugar, cuidado del alma, un entrenamiento para frenar unas
tendencias y fortalecer las más elevadas. En segundo lugar, y una vez conseguido el
autodominio, el yo pasa a un segundo plano, y así se abre para dejar pasar la realidad por él,
para comprender a los otros y para comprender las circunstancias. La posesión de la realidad
no es un mero movimiento pasivo, de afectación. Conocer no es sólo sentir el mundo, dejar
que nos afecte, sino también no dejar que nos supere. La verdad interior lleva en sí la capacidad
de superar las circunstancias, pues las circunstancias nos dominan a nosotros cuando no somos
dueños de nosotros.
42
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
El ser humano no irrumpe en la realidad acabado, formado, terminado; nace con un mundo
de posibilidades, en estado de desarrollo y posee la capacidad para ser más, para superarse.
La formación que requiere para alcanzar tal desarrollo no es meramente conceptual, sino una
recomposición de todas las estructuras psíquicas, incluidas las cognoscitivas. Educar es
despertar el hombre interior, volver el oído hacia los consejos del Maestro interior. Educar es
hacer posible que el ser humano posea la virtud, hacerlo capaz de libertad.
El conocimiento se adquiere mediante un proceso, por medio del cual llegamos a poseer la
realidad. En este proceso nos damos forma a nosotros mismos, por lo que la entraña misma
del conocimiento es formativa. Educar es posibilitar que la persona acceda a la realidad. Este
acceso requiere esfuerzo y entrenamiento.
43
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
4. 3. El conocimiento de la virtud
De hecho, lo que hace con su hijo Adeodato, en el transcurso del diálogo en el De Magistro
es un entrenamiento. El diálogo que mantiene es de formación, en el sentido pleno de la
palabra. El filósofo Platón lo había hecho con anterioridad en sus diálogos: entrenar el alma
para que el joven sea capaz de enfrentarse a la realidad.
En la interioridad más íntima del ser humano, éste no se halla frente a su soledad, sino frente
a una Alteridad originaria, un Tú que se le revela como Maestro. Puede, entonces, establecer
44
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
ese diálogo personal, íntimo y comenzar una aventura que le marcará sustantivamente. Cristo
es el Maestro interior. Es maestro porque ha vivido todo lo que puede vivir un hombre, ha
llegado al rincón más profundo del alma, lo ha vivido como hombre y lo ha superado como
Dios.
El maestro exterior educa con las palabras, pero las palabras tienen sentido si expresan una
realidad, y expresan una realidad porque la hemos vivido. Las vivencias se expresan en
palabras, de modo que las palabras nos dan conocimiento en la medida en que nombran una
realidad, pero lo sustantivo es la vivencia.
La duda juega un papel esencial en el proceso educativo. Es esencial enseñar a los educandos
a dudar de sus convicciones, de sus seguridades, de sus prejuicios y medias verdades, pues sólo
así pueden acercarse a la verdad. San Agustín se refiere al beneficio de la duda en el capítulo
décimo del De Magistro. Lo que hace Agustín con su hijo en el transcurso del diálogo no es otra
cosa que cuestionar las creencias o convicciones que posee.
El ser humano no puede llegar a la máxima perfección de su ser con sus propios medios.
Sócrates era consciente de la ayuda del daimon en este proceso de formación. En La República,
Platón lo repite varias veces, hasta el punto de decir que, por sus propias fuerzas, no hubiera
alcanzado la virtud. Este punto de vista es asumido por San Agustín y elaborado en su teoría
sobre la gracia. Para San Agustín, el Maestro interior ayuda al ser humano para que vuelva
dentro de sí mismo, pues allí, en lo más íntimo, están las semillas de su desarrollo.
El hombre interior no son los deseos humanos, sino el deseo de plenitud que late en el fondo
del ser humano. Lo íntimo, lo profundo del alma racional es el deseo de Dios, la huella de Dios,
el deseo de superación y posibilidad de trascendencia: “Homo capax Dei” -el hombre es capaz
de Dios- (Conf. I,1,1)
En conclusión
47
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
V
DIÁLOGO, LIBERTAD INTERIOR Y VERDAD EN LA EDUCACIÓN
En qué consiste educar es una pregunta que ha interesado vitalmente a padres, educadores
y sociedades en todas las épocas y culturas. Actualmente, el énfasis pedagógico en aspectos
metodológicos y técnicos puede hacer perder de vista el auténtico carácter del educar.
Buscando reencontrar el sentido de este arte, nos adentramos en la reflexión de Agustín de
Hipona en su diálogo El Maestro.
55 SAN AGUSTÍN, Confesiones IX, VI, 14, B.A.C., Madrid, 2013, p. 315.
48
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Este diálogo comienza con una profunda disquisición sobre los signos y palabras, concluyendo
que, aunque valiosos para la enseñanza, no contienen lo medular de ésta. Las palabras del
maestro que enseña, son una invitación o incitación (admonitio) que busca despertar en otro
el recuerdo, trayendo a su presencia las cosas significadas56, sensibles o inteligibles según el
lenguaje platónico-agustiniano.
Ese “traer delante” es el primer paso que requiere una respuesta interior en que están
presentes memoria, voluntad y deseo; supuesto el deseo de comprender y la voluntad libre
dirigida según sus fuerzas a ello, la memoria reúne experiencias, relaciona y contrasta con su
propia experiencia de la realidad que es la que permitirá al entendimiento captar el sentido de
las palabras y juzgar sobre la verdad de lo escuchado; si acoge libremente con un “dice verdad”,
“dice falsedad” o “no está claro”, ha aprendido:
“Lo que vemos presente en la luz interior de la verdad, con que está
iluminado y de que goza el «hombre interior», lo acogemos como
verdadero. Es una mirada simple y secreta, es contemplación no de
56 CAPÁNAGA, V.: “Introducción a El Maestro”, en Obras Completas de S. Agustín III, B.A.C., Madrid, 2009, p. 586.
57 SAN AGUSTÍN, De Magistro XI, 38, B.A.C., Madrid, 2009, p. 659.
58 SAN AGUSTÍN, De Magistro XII, 39, B.A.C., Madrid, 2009, p. 660.
49
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
59 SALAZAR ANTEQUERA, Ramiro, La doctrina de la iluminación en el escrito Del Maestro de San Agustín, en Yachay,
20, 38 (2003): 38.
60 SAN AGUSTÍN, De Magistro XIII, 41, B.A.C., Madrid, 2009, p. 664.
61 SAN AGUSTÍN, De Magistro XIII, 42, B.A.C., Madrid, 2009, p. 664.
50
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
“Una vez que los maestros han explicado las disciplinas que profesan
enseñar, las leyes de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos
juzgan en sí mismos si han dicho cosas verdaderas, examinando según
sus fuerzas aquella verdad interior. Entonces es cuando aprenden”62.
Concluye Agustín con una modesta expresión: “nunca puedo enseñar”63, aunque el diálogo
con el maestro pueda propiciar el aprender a ser y a ser libre. El maestro usa las ocasiones y
circunstancias más diversas, las experiencias pequeñas, próximas y cotidianas, el acontecer
actual y la propia historia, para iniciar la conversación y, así, acompañar el proceso del alumno
que eleva el espíritu a la comprensión y hallazgo interior de la verdad deseada; ese encuentro
es como un contacto intuitivo y gozoso del alma. Adeodato lo explica así:
El maestro ayuda dialógicamente a hacer nacer -dar a luz- una verdad en el alumno; ofrece
las condiciones para un crecimiento, para un ensanchamiento del ser interior. Pero supone el
previo anhelo de verdad no sólo en cuanto es ontológicamente constitutivo de lo humano,65
sino la voluntad de aprender, la acción personal libre, el ensanchamiento de la capacidad de
interiorización y contemplación hasta la experiencia gozosa del hallazgo:
Por parte del maestro, requiere la dedicación de tiempo a estar con el otro y esperar paciente
el fruto. Por eso, la educación sometida al pensamiento técnico, a la inmediatez y a los criterios
de eficiencia, eficacia o productividad tiene algo de contrasentido. De Magistro recuerda que es
indispensable, en la formación de personas, un paciente tiempo de cultivo y espera de
p. 29.
66 SAN AGUSTÍN, De Magistro XI, 36, B.A.C., Madrid, 2009, p. 657.
51
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
crecimiento.
Lo que las palabras del maestro quieren “traer delante” no son las palabras sino, mediante
ellas, las cosas mismas.
67 SAN AGUSTÍN, De Magistro VIII, 22; IX, 25, B.A.C., Madrid, 2009, p. 640; 645.
68 SAN AGUSTÍN, De Magistro XI, 36, B.A.C., Madrid, 2009, p. 657.
69 SAN AGUSTÍN, De Magistro X, 34, B.A.C., Madrid, 2009, p. 656.
70 SAN AGUSTÍN, De Magistro X, 35, B.A.C., Madrid, 2009, p. 656.
52
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Así, las palabras sólo incitan a buscar los objetos; hay una primacía del encuentro del propio
educando con la realidad misma.
Esta visión de Agustín tiene mucho que decir a la filosofía de nuestro tiempo, que consciente
de la mirada crítica o preventiva lograda por la filosofía de la conciencia y del lenguaje, vuelva
a plantear de manera renovada la cuestión de la realidad, de las cosas mismas.
Pero, ¿qué entender por “conocer las cosas mismas”? ¿No evoca una metafísica para
nosotros demasiado extemporánea? ¿No hay bastante sospecha acumulada tras la pretensión
de verdad y lo que se ha ocultado históricamente tras ella, como ambición de poder, codicia,
enmascaramiento? Agustín quizás ha sido entre los filósofos de la llamada “era del ser”, el más
consciente de estos peligros de la verdad; quizás como ningún otro, ha pensado de cara al
límite, a la fragilidad del interior humano, a su conflicto entre el anhelo de verdad y bien y la
pobre respuesta de una voluntad y entendimiento frágiles. Pero ante ello, no fue movido a
negar la verdad o a desesperar de su conocimiento por el sujeto, sino a una visión del problema
más profunda, de la cual podemos aprender. Frente a una mirada dilemática entre los dos
extremos de la absoluta negación de la verdad y la posesión de una verdad única, Agustín no
respondería proponiendo construirla desde nuestra subjetividad o desde nuestra
intersubjetividad. Su respuesta podría acercarse más bien un llamado a esforzarse en
descubrirla uno mismo junto a otros, pues existimos en relación, conscientes de que siempre
estamos en camino en el horizonte de la verdad.
Con mucho sentido de realidad, Agustín sacó las consecuencias de lo que experimentó en sí
mismo: hay una fragilidad en el ser humano manifestada en que no está fácilmente orientado
al bien, el cual muchas veces se oscurece entre las sinuosidades del camino biográfico e
histórico; por ello, como herencia platónica y cristiana, entendió que el ser humano requiere
procesos de liberación. Este es el lugar de Dios, con su gracia liberadora, pero también de otros
seres humanos presentes en la vida de un individuo. En el caso de Agustín, podemos mencionar
a su madre, un amigo, un maestro; esta tarea liberadora la asumió también él para otros
mediante la escritura y la predicación. El descubrimiento y la liberación son procesos
individuales y grupales, pero nunca homogéneos, particularidad del enseñar que tenía muy
presente Agustín:
53
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Más allá de su fundamento teológico cristiano, lo expuesto por Agustín se abre a un sentido
traducible para otros creyentes y no creyentes: la necesaria humildad tanto del maestro como
del discípulo, que reconocen la fragilidad del ser humano y que el aprendizaje y el saber les
trascienden; además, que se está siempre en búsqueda, en camino. El reconocimiento del
aspecto donado y trascendente de la verdad, junto a la acción despertadora del maestro y el
acto interior del que aprende en el diálogo formativo, ponen de manifiesto el vínculo de
quienes buscan en conjunto una verdad común.
5.3. Encontrarse
La estructura dialógica del texto De Magistro indica hacia la centralidad del encuentro
personal en el arte de educar, de la relación comunicativa con otro para el aprender. El habla
está orientada al encuentro, puesto que “hablamos para enseñar o para recordar”73, incluso
para despertar el recuerdo o el encuentro con nosotros mismos.
54
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Agustín muestra el aprender como una transformación interior que precisa del encuentro
dialógico. Como ha expresado Raimon Panikkar: “el diálogo no debe entenderse meramente
como el enfrentamiento entre argumentaciones rivales ante el tribunal de la razón sino como
el encuentro entre dos existencias que se abren a la comprensión mutuamente
transformadora75.
Del mismo modo, en cuanto dimensión relacional, el educar requiere condiciones del
encuentro, un tiempo y lugar, pero también disposiciones previas en el maestro y el alumno.
Éste ha de tener una apertura a aprender y escuchar, lo que requiere cierta confianza para
dejarse guiar y para sentir que es capaz; también, cierto crecimiento afectivo que le permita
ocuparse gozosamente en aprender.
Por su parte, el maestro ha de proponerse acercar al aprendiz a una verdad común pero al
mismo tiempo próxima y llena de sentido. De allí la preocupación de Agustín:
55
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Cuando escribe este diálogo, está ocupado él mismo en dilucidar diversas cuestiones
intelectuales, en la búsqueda de armonizar la fe hallada con la sabiduría antigua. Ello nos
manifiesta un rasgo fundamental de la persona del maestro: él mismo es un buscador de la
verdad. No se entiende que alguien pueda enseñar algo sino es la respuesta o las preguntas
que él mismo ha encontrado; educar es comunicar de sí mismo, comunicar el propio hallazgo.
Precede el trabajo interior personal del maestro.
Es significativo que este diálogo -De Magistro- Agustín no tiene paisaje ni entorno, sino sólo
dos personas cercanas y queridas que conversan. Un elemento central de la educación es el
encuentro personal, la cercanía y la confianza como base. Porque no se aprende sólo una
verdad intelectual sino un saber que orienta la vida; en todo caso, junto a un saber intelectual
se aprende un modo de ser, valorar, actuar y amar. Pensar y aprender son a la vez un reunir,
un asentir interior y un estar en relación; el diálogo El Maestro nos recuerda que, si queremos
enseñar o aprender, debemos retornar al encuentro personal y a las condiciones que lo hagan
posible.
una misma conclusión, [la ven] en una trascendente esfera donde se unen todas las miradas
que contemplan una misma verdad (…), en la misma invariable Verdad, que trasciende nuestras
mentes”78.
“Si hay algo de verdadero, sólo puede enseñarlo Aquel que, cuando
exteriormente hablaba, nos advirtió que él habita dentro de
nosotros”79.
Para los fines señalados del educar –libertad interior, verdad, encuentro–, ¿es posible
encontrar un «fin» que los reúna? Agustín expresó como fin del aprender: “amar el calor y la
luz de aquella región en que la vida es bienaventurada”81. ¿Es esto traducible hoy? Apoyados
78 CAPÁNAGA, Victorino, “Introducción a El Maestro”, en Obras Completas de San Agustín III, B.A.C., Madrid, 2009, p.
590.
79 SAN AGUSTÍN, De Magistro XIV, 46, B.A.C., Madrid, 2009, p. 669.
80 MUJICA, María Lilián, “El significado pedagógico del verbo ‘formare’ en San Agustín”, Augustinianum, XLIX, 2 (2009)
p. 515.
81 SAN AGUSTÍN, De Magistro VIII, 21, B.A.C., Madrid, 2009, p. 638.
57
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
en De Magistro, puede decirse que una concepción actual del educar ha de tener como fin
central la realización plena de cada sujeto humano, entendido como alguien libre, amante y
consciente de su estar ligado a otros seres humanos y a todos los seres; ligado también a una
realidad-verdad que le trasciende y ante la cual se le ha dado el don de buscarla y comprenderla
para servir en amoroso cuidado a otros.
Agustín nos llamaría a “tocar” interiormente esta verdad, no sólo con el intelecto sino con el
corazón, con el afecto vivo, con la empatía, con el amor fraterno. Este amor ha de movilizarnos
al encuentro, fin pleno del ser humano como ser en relación.
VI
PRESENTE Y FUTURO DE LA PROPUESTA PEDAGÓGICA AGUSTINIANA
En este contexto toman una particular fuerza los seis objetivos fundamentales de la
educación en perspectiva agustiniana:
Educar en la sabiduría de vivir
Educar para la verdad
Educar para la unidad y la comunión
Educar para la libertad
Educar para la interioridad-trascendencia
Educar para el amor
Seis valores que conformarían las perspectivas básicas de un posible hexágono pedagógico
que ayude a alinear el currículum. Si esta metáfora se acepta, surge y debe ser aceptada otra:
el hexágono es la figura geométrica de los alveolos de las colmenas; esto quiere decir que
quienes conforman el “trípode existencial”84 de la propuesta pedagógica agustiniana deben
conformar una “comunidad de abejas obreras” que ayudan a construir una gran colmena, una
nueva sociedad, con líneas y compromisos muy precisos; los integrantes del trípode existencial
deben transformar el néctar de la flor de la juventud en la miel que fortalezca y sane a la
sociedad, no destruyendo la flor, sino ayudando a la polinización, que en nuestro caso sería el
proceso de formación de una nueva generación de jóvenes.
84 PATIÑO FRANCO, José Uriel: El trípode existencial de la propuesta pedagógica agustiniana. Bogotá, 2011.
60
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
necesariamente es el que está académicamente más preparado o más títulos tiene, -lo cual es
bueno y necesario-, sino aquel que tiene y proyecta una profunda calidad humana.
85
DEL VALLE, M., Op. cit., p. 108.
86
DEL VALLE, M., Op. cit., p. 110.
61
AGUSTÍN DE HIPONA: MAESTRO Y ALUMNO
Reflexión final
Si tenemos presente que “educar es ayudar al educando a discernir los valores fundamentales
que constituyen la meta del hombre y colman de sentido su existencia, liberándola de los
87
espejismos y las apariencias” , es clara la importancia de revisar periódicamente los
conceptos que orientan la acción pedagógica (intenciones y propósitos), pero también la
práctica concreta (la experiencia, la acción)”88. Desde la experiencia pedagógica es posible
crear humanidad. Crear humanidad significa entrar en una dinámica de humanización, un
proceso que exige aprender a dar razón de los propios actos, ser consciente de lo que sucede
(conocerse a sí mismo, comunicarse eficazmente, reconocer la alteridad, construir
comunidad).
Para recordar
El sonido de las palabras repercute en el oído; pero es el Maestro interior el que golpea el
corazón.
Dios enseña de tal modo que sepamos lo que hay que saber abriéndonos a la verdad; que
hagamos lo que hay que hacer inspirándonos en la suavidad del amor.
En todo lo relativo a la docencia, hay quienes conocen mejor y con más verdad
determinados asuntos; por eso se tornan autoridades. No para enorgullecerse, sino para
servir.
Todos somos condiscípulos en la escuela del único Maestro.
Entendemos las cosas, no indagando las palabras externas que nos hablan, sino
escuchando interiormente la verdad que reina en el espíritu; las palabras externas sólo
nos incitan a escuchar el interior. Y esa verdad que es escuchada y que enseña, es Cristo
que habita en el hombre 90.
En el “hombre interior” habita la verdad como destello y esplendor de la luz divina. El
discípulo aprende esta verdad, no por mediación del maestro, sino de la iluminación divina
que se vale del docente como ocasión instrumental para actualizar dicha verdad. El
maestro exterior no enseña nada, sólo provoca que la verdad depositada por Dios se haga
conciencia y actualidad en el alumno.
“La obligación de enseñar es consecuencia del amor a los demás; cuanto más amemos a
nuestros alumnos, tanto más desearemos que aprovechen nuestras enseñanzas y mayor
empeño tendremos en enseñarles aquello que necesitan; aunque la obligación de enseñar
sea consecuencia del amor a los demás, la necesidad de continuar aprendiendo, cada día,
es consecuencia del amor a la verdad” 91.
En conclusión, la educación es ante todo un trabajo de amor a las personas. Por eso, el
educador debe agitar el aprendizaje del alumno creando un clima de sintonía entre el alumno
y las verdades que profesa.