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Tam o’Shanter

Por Robert Burns – 1790

Cuando los comerciantes las calles dejan,

Y vecinos sedientos, vecinos encuentran;

Mientras los días de mercado tarde se hacen,

Y la gente el camino a su hogar empiecen,

Mientras sentados fuerte cerveza bebemos,

Y ebrios y muy felices nos ponemos,

En los largos caminos escoceses no pensamos,

Las aguas, pasos, montes y pantanos

que yacen entre nosotros y nuestro hogar,

donde se sienta nuestra dama enojada, resentida,

como una tormenta formando junta sus frentes,

cuidando su cólera, para mantenerla caliente.

Esta verdad busca a Tam O’Shanter el honesto,

Mientras él desde Ayr una noche galopó;

Viejo Ayr, que nunca de pueblo pasa,

De hombres honestos y muchachas flacas.

¡Oh Tam, si solo hubieras sido tan sabio,

como para tomar de tu esposa Kate el consejo!

Ella bien te dijo que eras un gastón,

Un borracho desordenado, jactancioso y fanfarrón,

que, de noviembre hasta octubre,

cada día de mercado no estabas sobrio;

Que, en vez de moler con el molinero,

Te sentabas mientras tenías dinero,


Por cada caballo que herraba,

el herrero contigo borracho quedaba;

Que, en la Casa del Señor, aún el domingo,

Con Kirkton Jean hasta lunes bebías.

Ella profetizó, que, tarde que temprano,

Ahogado en el Doon, serías encontrado,

o atrapado por brujos en la lobreguez,

por la vieja iglesia embrujada de Alloway.

¡Ah, gentiles mujeres, me hace llorar,

pensar cuan dulce consejo,

cuan largo y sabio aviso

que el marido a la esposa ha desdeñar!

Pero a nuestro cuento: - Una noche de mercado,

Tam sentado estaba justamente,

al lado de una chimenea, que ardía finamente,

con cerveza cremosa, que bebía divinamente;

Y a su codo, Johnny el Zapatero,

su viejo amigo, confiado y sediento;

Tam lo amaba como a un hermano,

por semanas juntos habían tomado.

La noche pasó con canciones y estruendos,

y cada cerveza sabía mejor;

La casera y Tam coqueteaban graciosos,

con favores secretos, dulces y preciosos;

El zapatero contó sus cuentos más curiosos;

Las risas del tabernero ya parecían coros:


Afuera, la tormenta pudo rugir y tronar,

A Tam un pito la tormenta le había de importar.

Extraño ver a un hombre tan feliz,

incluso ahogado en su cerveza.

Como abejas volando del tesoro cargadas,

Los minutos volando con placer se iban:

Reyes podrán ser bendecidos, pero Tam era glorioso,

Sobre todas las enfermedades de la vida victorioso.

Pero los placeres son como amapolas abiertas:

Agarras la flor, sus pétalos derramas;

O como la nieve que cae en el río,

Un momento blanca – después se derrite al olvido,

O como los rayos de la Aurora Boreal,

Que se mueve antes de que a donde estaba puedas señalar;

O como del arco iris su forma encantadora,

en medio de la tormenta desaparecida.

Ningún hombre puede el tiempo o la marea atar,

La hora se acerca en que Tam ha de montar:

Esa hora, del arco negro de la noche – la piedra angular,

La hora aburrida en que él su bestia monta

y en tal noche camino adentro toma

como nunca un pobre pecador había estado afuera.

El viento sopló como si por última vez soplara;

La lluvia serpenteante en el rayo arreciaba;

Los rápidos destellos la oscuridad se tragó,

Ruidoso, profundo y largo el trueno gritó:


Esa noche, hasta un niño puede entender,

El Diablo tenía negocios que hacer.

Bien montado en Meg, su yegua gris.

Una pata mejor nunca antes vi,

Tam, cabalgó a través de fango y lodo,

Desdeñando viento y lluvia y fuego;

Mientras sostuviera su capo azul muy bueno,

Mientras tarareara un soneto escocés muy viejo,

mientras mirara alrededor con prudente cuidado,

menos fantasmas lo agarrarían descuidado:

La Iglesia de Alloway cerca estaba,

Donde fantasmas y búhos de noche gritaban.

Para este tiempo él ya estaba a través del vado,

donde en la nieve a pie andando te ves sofocado;

Y pasando los árboles de abedul y la enorme piedra,

donde el borracho de Charlie el cuello se rompiera;

Y a través de espinas, y más allá del monumento,

Donde los cazadores encontraron un niño muerto;

Y cerca de la espina, sobre el pozo,

donde se colgó la madre de Mungo.

Ante él el río Doon sus aguas vierte;

La redoblada tormenta ruge a través del bosque;

Los destellos de relámpagos de polo a polo;

Cerca y más cerca de los destellos del rayo;

Cuando, brillando a través de los árboles gemebundos,

la iglesia de Alloway se apareció en un resplandor,


por cada resquicio, se asomaban rayos de luces,

y ruidosos resonaban risas y bailes.

¡Oscuro John Barleycorn, al Inspirar!

¡qué peligros puedes hacernos ignorar!

Con cerveza, ningún mal tememos;

¡Con whisky, al diablo frente haremos!

Las cervezas en la cabeza de Tam nadaban,

juego limpio, a él los diablos un comino le importaban.

Pero Maggie se detuvo, penosamente asombrada,

hasta que, por el talón y la mano amonestada,

hacía la luz ella se aventuró;

¡Y, wow! ¡Qué vista increíble Tam vio!

Brujos y brujas en una danza:

Ningún cotillón, nuevo de Francia,

Sino solo cornos, jigos, vallepasos, y carretillas,

ponían vida y energía a sus talones.

En una repisa de la ventana hacia el este,

Estaba sentado el Viejo Nick, en forma de bestia;

Un perro lanudo, severo, grande y negro,

Darles música era su cargo:

Él enroscó los cuernos y los hizo chillar,

hasta que el techo y paredes hizo resonar.

Ataúdes parados alrededor, como prensas abiertas,

Mostraban a los muertos en sus últimas prendas;

Y, por algún mágico y diabólico encantamiento,

Cada uno en su mano fría una luz sostenía:


Por cosa heroica Tam pudo

Observar sobre el altar,

Huesos de un asesino, en hierros para ahorcar;

Bebés pequeños, de dos palmos de largo, sin bautizar;

Un ladrón apenas cortado de su horca –

con su último grito de agonía su boca quedó;

Cinco hachas con sangre roja – oxidadas;

Cinco espadas con el asesinato encrustadas;

Una liga con la cual un bebé fue estrangulado;

Un cuchillo que la garganta de un padre rebanó –

quién a su propio hijo de la vida privó –

las canas aún enredadas en el mango;

Con más horribles y desagradables,

que incluso sería ilegal nombrarles.

Tres lenguas de abogados, vueltas de adentro hacia fuera,

Sucias con mentiras como el vestido de un mendigo –

tres corazones de sacerdotes, putrefactos, negros como suciedad

yacían apestosos, viles, en cada esquina.

Mientras Tam con miradas, sorprendidas, y curiosas,

La risa y la diversión crecían rápidas y furiosas;

¡El corno más y más ruidosamente soplaba,

los bailarines más y más aprisa volaban,

Se enrollaban, fijaban, cruzaban, enlazaban,

hasta que cada bruja sudaba y apestaba,

y echaron sus ropas harapientas al piso,

y bailaron hábilmente sobre él en sus enaguas!


¡Ahora Tam, O Tam! ¡habían sido estas reinas,

todas regordetes y atadas a su adolescencia!

¡Sus enaguas, en vez de ser de franela grasienta,

eran de mil setecientos linos blancos como nieve! –

¡mis pantalones, mi único par,

que una vez fueron de felpa, de buen pelo azul,

yo los habría dado directo de mis nalgas

por solo un destello de aquellas lindas muchachas!

¡Pero las viejas marchitas, ancianas y grotescas,

feas como para amamantar a un potro,

saltaban y volaban en un palo,

era un milagro no devolver el estómago!

Pero Tam sabía muy bien:

Había una muchacha jovial, alegre,

Aquella noche alistada en el centro,

Mucho después conocida en las orillas de Carrick

(para muchos una bestia ella a tiros mató,

y fallecieron muchos en un barco bonito,

y sacudió maíz y cerveza,

y mantuvo al campo en terror.)

Su corta enagua, de tela de Paisley,

que de joven niña había usado,

en longitud ahora muy limitada,

era de lo mejor, y de eso ella estaba orgullosa…

¡Ah! ¡poco supo su venerable abuela,

que esa falda que compró para su pequeña nieta,


con dos libras escocesas (eran todas sus riquezas),

alguna vez estaría en una danza de brujas!

Pero aquí mi cuento debe inclinarse y volver,

tales palabras son lejanas más allá de su poder;

Ver cantar a Nannie saltando y pateando

(una joven flexible era ella, y fuerte);

dejó a Tam parado como hechizado,

y pensado sus mismos ojos enriqueció;

Incluso Satán la miraba, por completo inquietó de lujuria,

Tiraba y soplaba fuerte e intenso;

Hasta primero un salto, luego otro,

Tam perdió la razón del todo,

y rugió: ‘¡bien hecho, faldita!’

y en un instante todo quedó oscuro;

Y controlar a Maggie apenas pudo,

Cuando afuera la legión infernal salió.

Cual abejas zumbando con enojada cólera,

Cuando pillantes manadas invaden su colmena;

¡Como enemigos mortales de una liebre silvestre,

cuando, pop! Ella comenzó a correr ante sus narices;

¡Como también la muchedumbre impaciente corrió,

cuando un ‘Atrapen al ladrón!’ en alto resonó:

Así que Maggie corría, las brujas le seguían,

con muchos gritos y voces fuera de este mundo.

¡Ah, Tom! ¡Ah, Tom! ¡Tendrás lo qué se te viene!

¡En el infierno te asarán cual arenque!


¡En vano tu Kate aguarda tu llegada!

¡Kate pronto será mujer de lamentos!

Ahora, a tu máxima velocidad, Meg,

y gánales hasta la piedra angular del puente;

¡Allí, podrás sacudirte la cola de ellos,

agua corriente no se atreverán a cruzar!

Pero antes de que a la clave pudieran llegar,

cola no tendría la yegua que sacudir;

Pues Nannie, por mucho antes que el resto,

Fuerte sobre la noble Maggie le había agarrado,

y voló hacía Tam con furiosa puntería;

¡Pero poca fue la paciencia de Maggie!

De un brinco se deshizo de su captora,

Y dejó con ella su propia cola gris:

Que la bruja cogió de la grupa,

Y dejo a la pobre Maggie con un escaso tocón.

Ahora, quien este cuento lea de verdad,

cada hombre, e hijo, atención prestad:

¡Siempre que a beber se inclinen,

o faldas cortas corran por sus mentes,

piensen! comprar alegrías sobre queridos pueden:

solo la yegua de Tam o ‘Shanter recuerden.

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