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Una mirada comparada sobre la Revolución Industrial en Inglaterra y en

Francia
Hobsbawm sitúa temporalmente a la Revolución Industrial inglesa entre 1780 y 1840 con
el algodón como máximo exponente. Esto no implica que la Revolución Industrial haya sido sólo
algodón pero, fue el iniciador del cambio industrial y la base de las primeras regiones que no
hubieran existido a no ser por la industrialización, y que determinaron una nueva forma de
sociedad, el capitalismo industrial, basada en una nueva forma de producción, la fábrica. Las
factorías algodoneras fueron esencialmente hilanderías que requerían de una tecnología de pocos
conocimientos científicos. Esto evidencia que la primera etapa de la Revolución Industrial fue
técnicamente un tanto primitiva porque, en conjunto, la aplicación de ideas y recursos sencillos,
normalmente nada caras, podía producir resultados sorprendentes. La novedad no radicaba en las
innovaciones, sino en la disposición mental de la gente práctica para utilizar la ciencia y la
tecnología que durante tanto tiempo habían estado a su alcance y en el amplio mercado que se
abría a los productos, con la rápida caída de costos y precios. Sewell destaca que aunque es cierto
que la economía francesa nunca experimentó un estallido de crecimiento industrial y que ninguna
región francesa experimentó el tipo de transformación visible y espectacular, de zona rural
pacífica a región industrial en expansión llena de humo, como ocurrió en las Midlands y
Lancashire en Gran Bretaña, la tasa global de incremento en el producto per cápita durante el
siglo XIX apenas se diferenció de la británica. En otras palabras, en Francia se dio un crecimiento
gradual y en Inglaterra un crecimiento revolucionario.
La economía industrial británica creció a partir del comercio, y especialmente del
comercio con el mundo subdesarrollado. El comercio y el transporte marítimo mantenían la
balanza de pagos británica y el intercambio de materias primas ultramarinas para las
manufacturas británicas iba a ser la base de la economía internacional de Gran Bretaña. El
gobierno ofreció su apoyo sistemático al comerciante y al manufacturero y determinados
incentivos para la innovación técnica y el desarrollo de las industrias de base. A diferencia de
Francia, Inglaterra estuvo dispuesta a subordinar toda la política exterior a sus fines económicos.
Las industrias para exportación trabajaban en condiciones muy distintas y potencialmente mucho
más revolucionarias. A la larga, estas industrias se extendieron más, y con mayor rapidez, que las
de los mercados interiores. La demanda interior crecía, pero la exterior se multiplicaba. La
manufactura del algodón, primera que se industrializó, estaba vinculada esencialmente al

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comercio ultramarino. Por otro lado, Hobsbawm sostiene que la economía inglesa, a diferencia de
la francesa que era un mercado regional, era un mercado nacional integrado y estable que actuó
de resguardo de los vaivenes internacionales.
En Inglaterra y Francia la introducción de la producción fabril, en el tejido y la metalurgia
en particular, fue una fuente importante de crecimiento económico. Pero las fábricas tuvieron una
posición mucho menos destacada en el modelo francés que en el británico. La expansión de la
demanda en Francia fue mucho más lenta que en Inglaterra, y ello limitó el desarrollo del sector
fabril francés. En Gran Bretaña, el rápido incremento de la población y la gigantesca
urbanización unificaron el mercado, destruyeron a la agricultura campesina y espolearon la
demanda de bienes producidos en masa. En Francia, el desarrollo de fábricas de todo tipo
multiplicó la demanda de bienes de producción artesanal. Había que albergar, vestir y abastecer
de alimentos de toda clase a la mano de obra de las fábricas. Dada la tecnología de la primera
mitad del siglo XIX, prácticamente todas esas necesidades sólo podían cubrirse por los artesanos.
En el siglo XIX, las condiciones de expansión de la industria fabril y la expansión de la industria
artesanal fueron de la mano. Pero, a medida que las ciudades crecieron y los mercados se
expandieron, algunos empresarios de los oficios urbanos respondieron a la demanda en ascenso
apartándose de la antigua práctica de fabricar artículos por encargo de sus clientes y en su lugar
llegaron a especializarse en artículos de inferior calidad que podían producirse de forma más
eficiente y venderse a un precio inferior. De esta forma la división del trabajo se incrementó
considerablemente. Las transformaciones legales impuestas por la revolución francesa
estimularon los cambios en la organización de la producción y alteraron su sentido. Bajo el
Antiguo Régimen, los intentos de emplear subcontratistas, o utilizar a trabajadores domésticos, o
fabricar productos normalizados de baja calidad, o multiplicar la división del trabajo o introducir
trabajadores sin preparación en el oficio eran contrarios a los estatutos de las corporaciones y, por
tanto, ilegales. De hecho, Sewell funda su análisis a partir de la articulación de la Revolución
Industrial con la Revolución Francesa ya que considera que, ésta última, fue clave para la
transformación del súbdito en un sujeto productivo e industrial.
Surgimiento de la clase obrera y su conciencia según Thompson y Engels
Por otra parte, Thompson discute y analiza una serie de problemáticas en torno al proceso
de formación de la clase obrera inglesa, en el contexto de la Revolución Industrial, entre 1790 y
1830. Thompson arguye que no se puede comprender a la clase obrera a menos que se la vea

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como una formación social y cultural que surge de procesos de larga duración. Thompson
argumenta que históricamente no se puede afirmar que las dinámicas culturales y políticas de la
clase obrera puedan derivarse directamente de la coyuntura económica. A su vez, este
alejamiento parcial del economicismo excesivo redunda en la ampliación de la muestra del sujeto
popular desde el simbólico proletario algodonero a la clase obrera en su sentido amplio. Trató de
rescatar al pobre tejedor de medias, al tundidor ludita, al obsoleto tejedor de telar manual, al
artesano utópico, entre otros. Si la postura teórica de Thompson relativiza la determinación de la
base económica sobre los otros ámbitos de la vida, en el contexto de Revolución Industrial esto
tiene como consecuencia que, por ejemplo, las formas políticas no fueran completamente
novedosas. En otras palabras, una base económica industrial no engendra automáticamente pautas
de comportamiento industriales.
Por su parte, Friedrich Engels sostiene que la clase obrera en Inglaterra surge en la
segunda mitad del siglo XVIII con la invención de la máquina de vapor y las maquinas
destinadas a trabajar el algodón. En otros términos, el proletario es resultado de la Revolución
Industrial. Esto implica un clivaje entre el obrero hilador/tejedor rural con una existencia
romántica patriarcal y el obrero industrial, urbano y dependiente pero con conciencia de su papel
como hombres. El artesano se industrializó y la división del trabajo se efectuó con rigor. Pero, la
eliminación de ese artesanado, el exterminio de la pequeña burguesía, quitaron al obrero toda
posibilidad de convertirse el mismo en burgués. El proletariado, que percibe un salario y carece
de propiedad, se convertirá en una clase estable de la población en tanto que antes se hallaba en
un estado constante de transición para el acceso a la burguesía. De ahora en más, quién naciera
obrero no tenía otra perspectiva que la de ser un proletario toda su vida.

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