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Escritores y artistas comprometidos con la Comuna de París

Pepe Gutiérrez-Álvarez

El arte, la poesía, la pintura, las vanguardias rupturistas suelen ser parte del
sector más inquieto y activo de una revolución. Lo fue en la de 1848, en la
Comuna, y en otras partes, y lo seguirá siendo para la que viene.

1. Introducción. La Commune, el primer “Estado obrero” de la historia, se


prolongó durante 72 días de 1871, los suficientes para aterrorizar a la
“burguesía” de medio mundo, incluyendo a la española que vivía los agitados
tiempos que precedieron la Primera Republica. Han pasado unas cuantas
décadas, y el acontecimiento sigue vivo en la memoria del pueblo militante,
quizás porque el “calor” de la situación actual lo exija. El caso es que, con una
pretexto u otro, siempre es tiempo para volver a rememorar aquella intensa
primavera revolucionaria surgida de la lucha del trabajo en el sentido más amplio
contra el “Gran dinero”, de los señores que huyeron de Paris como también lo
hicieron algunas “bellas almas” de la cultura gala como lo fueron Renan, Gautier
o Taine; la lucha del “pueblo” llano contra los de “arriba”; de los partidarios de la
democracia directa contra “les politiciens”; del igualitarismo contra los abusos y
los privilegios, de los asalariados contra los especuladores, del feminismo
espontáneo contra el machismo, y, ¡como no¡, del arte popular y renovador
contra los exquisitos.

Esta última lucha se desarrolló en diversos escenarios. De entrada resulta


diferente al “frente amplio” que en el curso de la revolución anterior, la de 1848,
congregó a sectores muy variopintos detrás de la República. Pero ya entonces,
al final, la propia revolución se dividió entre los que querían una “democracia
pura”, más o menos progresistas, y los que querían cambiar el mundo de base,
o sea una República social, democrática e internacional, criterios. En líneas
generales, estos fueron los fines primordiales de la “Commune”, del pueblo de
Paris que desafío a los versalleses. Ahora, todo estaba más claro, de ahí que
mucha gente ilustre que en 1848 se identificó con las barricadas, ahora
repudiaba el “extremismo”, y llegaba a justificar la masacre dando por buena la
versión versallesca que atribuía a los “communards” crímenes terribles…

Fue un momento excepcional que sacó a los intelectuales ya los artistas del
cada día, y los obligó a tomar una posición en un sentido u otro, a mojarse. Y,
básicamente, se dieron tres grandes corrientes. Se puede hablar de un bloque
reaccionario, sobre todo entre aquellos que tenían como bandera la idea del
“arte por el arte”, y que consideraba al pueblo como una horda de desarrapados,
y las revoluciones como una reacción primitiva. Este sector se identificaba con el
pasado aristocrático (o con una idealización de este) Eran antirrepublicanos, y
se sintieron más o menos a gusto con Napoleón el pequeño, entre ellos se
encontraban nombres verdaderos siniestros como el racista conde de Gobineau,
el autor de Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas o como Leconte
de Lisle, cuyo asco hacia el pueblo hizo que tuviera que salir por piernas en
algunas de sus conferencias, después de uno de estos casos, escribió: “!Qué
ralea sucia y asquerosa es la humanidad¡!qué estúpido es el pueblo¡ Es una
eterna raza de esclavos que no puede vivir sin albarda y sin yugo. No será,
pues, por él por quien sigamos combatiendo, sino por nuestro sagrado ideal.
¡Qué revienten de hambre y de frío, ese pueblo fácil de engañar que pronto
comenzará a sacrificar a sus verdaderos amigos¡” (1). En ocasiones, aunque
presumían de estar por encima de las cosas mundanas, defendían los privilegios
adquiridos por la tradición y la propiedad como era el caso de Gustave Flaubert,
cuya vocación elitista quedará expresada en la siguiente declaración: “Yo incluyo
en el nombre de burgués tanto al burgués de blusa como a los burgueses de
levita. Somos nosotros y nosotros solos, es decir los literatos, los que somos el
pueblo o por decirlo mejor: la tradición de la humanidad”. Las reacciones de este
sector resulta especialmente virulenta, aún y así, es justo registrar dos detalles:
los más auténticos rechazaban también “lo burgués” en el mismo sentido que se
daba en Balzac y de ello dará buena muestra la obra de Alfred de Vigny,
Chatterton., y además, en algunos casos este reaccionarismo no estaba reñida
con la genialidad literaria, lo que en el caso de Flaubert está por encima de
cualquier duda.

Tampoco lo estaba en el caso de los republicanos y laicistas que provenían del


ala liberal del 48, y que creían que no se podía ir más allá de las instituciones
republicanas representadas por el historiador Auguste Thiers. Entre ellos se
señalaron personalidades del 48 como Aurora Dupin Dudevant, más conocida
como “George Sand”. Aurora era ya una señora mayor, reconocida por las letras
y con un ideario sobre el “buen obrero” (a la manera del carpintero de Nazareth,
trabajadores autodidactas que aspiraban a ser reconocidos aunque ninguno de
ellos lo fue, entre otras cosas porque poseían un talento imitativo) a la que
exasperaba la osadía de los “federados”. En este sector habría que registrar
antiguos radicales cansados, pero también jóvenes cachorros del
republicanismo como Emile Zola y Anatole France, que por entonces eran
republicanos de derechas. Estaban lejos de lo que serían años después, cuando
en el curso del “affaire Dreyfus”, ambos fueron la punta de lanza de los
“intelectuales comprometidos; Zola escribió Germinal, y acabó abrazó el
socialismo, en tanto que France fue el primer “compañero de viaje” del Partido
Comunista francés. Muy por delante de todos ellos emergió la figura gigante del
anciano Victor Hugo, el autor de Los miserables (1862), la primera obra de la
gran literatura que trata del “proletariado”, que a sus setenta años mostró sus
afinidades con Louise Michel, la “petrolouse”, y defendió contra viento y marea la
dignidad de los represaliados. Este le valió la repulsa expresa de George Sand y
de todos aquellos para los que los comuneros no eran víctimas sino verdugos…

2. Artistas. Uno de los centros más activos de la Comuna fue la Federación de


los artistas de París. Su programa fue firmado por Gustave Courbet y otros trece
artistas en abril de 1871, en tanto que en nombre de los artistas industriales
formó Eugene Poitier. Entre los artistas elegidos como miembros activos
estuvieron Manet y Mollet, que empero no estaban en París. El programa
garantizaba a los artistas una completa libertad de cualquier interferencia estatal
y proponía nuevos centros para la promoción de la enseñanza artística, y
trataron de reemplazar la Ecole de Meaux-Arts, centro de la odiada tradición
elitista y académica.

Entre los artistas más comprometidos destacaron especialmente Courbert y


Daumier, ante todo porque fueron consecuentes hasta el final. Jean Désiré
Gustave Courbert (1819-1877), era pintor romántico, y luego realista, francés de
procedencia trabajadora y de formación autodidacta fue uno de los adelantados
del realismo. Militante socialista, afín y gran amigo de Proudhom, recordemos
que su famoso Retrato de Proudhom y su familia (1865), será justamente
célebre. Courbert destacó en la lucha el bonapartismo y fue diputado comunero.
La asamblea de artistas eligió a Courbet como presidente de la comisión
artística de la Comuna, que estaba a cargo de la conservación de los museos
nacionales y de las obras de arte. Fue a Courbert a quien se debió la idea de
desmontar la columna Vendôme, máxima representación del colonialismo galo,
para transportarla a los Inválidos. Un gesto claramente antipatriotero por el que
procesado y encarcelado por seis meses de prisión y obligado pagar 10.000
francos. Tras cumplir condena en 1873, se trasladó al exilio donde murió. El arte
de Courbet, de una gran fuerza plástica y de una riqueza de materia que lo
enlaza con los grandes maestros barrocos, marca la cima del realismo de su
época y antecede la pintura moderna. Al mismo tiempo es el arquetipo de artista
que no olvida nunca su condición social, ni su ideario. De su estancia en la
cárcel, de sus amigos republicanos radicales, de la brutal represión “blanca” —
entre 20.000 y 30.000 fusilados— y de la herida personal que dejó en su alma el
fracaso de la Commune, Courbet legó una serie de pinturas y dibujos
impresionantes que serían motivo de una sonada Exposición en París a
principios del siglo XXI. Más incisivo todavía fue Honoré Daumier, (Marsella,
1808-Valmondos, 1879), uno de los modelos más avanzado de artista
comprometido con las ideas sociales más avanzadas, y con el pueblo. Nació en
una familia donde había un clima artístico, su padre, Jean-Baptiste-Louis era
poeta y dramaturgo, aunque se ganaba la vida como tallista y restaurador de
cuadros. Honoré vivió en París desde niño, comenzó a trabajar como
mandadero, luego como caricaturista en La Silhoutte. Comienza a dedicarse a la
pintura en 1822, gracias a la ayuda de Alexandre Lenoir, pintor y escultor
romántico. Con el apoyo de éste y los estudios que realizó en la Academia Suiza
de París, Honoré fue haciendo su forja hasta encontrar su profesión definitiva
como grabador de actualidades. Iniciado por las tradiciones revolucionarias del
siglo XVIII y por la Gran Revolución, Honoré no tuvo nunca una militancia
concreta ni siquiera una preferencia política dentro de las diferentes escuelas
políticas, pero tomó partido por los trabajadores y el socialismo. Daumier tomó
parte en las revoluciones de 1830, 1848 y durante la Comuna, ya viejo, y casi
ciego fue uno de los componentes en la comisión para la vigilancia del
patrimonio artístico. Sus actividades como artista fueron inseparables de su
condición de revolucionario. Con una constancia extraordinaria dibujó en
periódicos y revistas de la oposición, en las cuales se mostró como un sensible
observador de la situación de los explotados y oprimidos, al tiempo que zahirió
sin piedad a la burguesía ya las instituciones —en particular a la «aristocracia de
la toga»—, así en uno de sus dibujos un joven insurrecto comparece
encadenado ante un brutal y oscuro tribunal, pero sólo contempla una luz que
proviene de una mujer que con un gorro frigio avanza hacia él. Sus caricaturas
del rey Louis-Philippe fueron célebres y terribles. En una de ellas el monarca
toma el pulso a un cadáver y dice: “A éste podéis soltarlo, ya no es peligroso”. A
pesar del valor de su obra, Daumier vivió pobre y murió pobre. Su estilo inspiró a
Delacroix, Corot, Theodore Rousseau, Duprez y Manet y a los impresionistas a
los que abrió nuevos caminos (2)

Otro artista comunero destacado sería Jules Dalou (1818-1902), fue designado
como uno de los tres conservadores del Louvre. Dalou había sido un apasionado
republicano, igual que su padre, un proletario confeccionista de guantes que
había participado en la revolución de 1848. En los esfuerzos de Dalou por
convertirse en escultor había sufrido muchos años de miserable pobreza y, al
igual que muchos otros jóvenes artistas vanguardistas de antes y de después,
había atravesado un período de bohemia. Aunque su papel en la Comuna sólo
se refirió a lo artístico, su compromiso le llevó al exilio en Londres. Allí enseñó en
el Royal College of Art hasta que fue amnistiado en 1879. Dalou siempre
mantuvo su devoción por la clase trabajadora, dedicando buena parte de sus
últimos trece años de vida a un proyecto, de inspiración suya, para un enorme
Monumento a los Obreros. Esta coherencia quedó demostrada la hora de su
muerte, cuando dejó —entre muchos bocetos— dos estatuas ya terminadas con
sus nichos algunos relieves, y modelos bocetados de más de 150 estatuas de
obreros de todos los oficios. Menos conocido es el caso del pintor James Tissot,
amigo de Ingres así como de Whistler y de Degas, que se vio obligado a
exiliarse a Inglaterra por haber sido communard. Las escenas de la vida
elegante en la alta sociedad, que pintó en los años siguientes, y que le
permitieron ganar una fortuna amén de un renombre, difícilmente harían
sospechar el interés por la revolución social que le habían convertido en
integrante de la Comuna. Que se sepa, Tissot nunca renunció a su pasado.

3. Novelistas. Sin duda el más conocido fue Jules Vallès (Puy-en-Velay, 1832-
1885), periodista, escritor y miembro de la Comuna de París. Hijo de un modesto
celador de colegio, padece en su infancia la opresión de una madre espartana,
“colmada de grasas y enfermedades, quien, según Frantz Jourdain, tiene tanto
instinto maternal como mostachos una tortuga y le niega las caricias por la
misma razón que le niega los puerros ¡porque le gustan!”. Esta experiencia
familiar “dejó un profundo surco en su alma y contribuyó poderosamente a
formar el futuro rebelde e insurrecto» (Andreu Nin). El 2 de diciembre de 1851,
será el principal animador de un Comité de jóvenes que intenta levantar al
pueblo contra el golpe de Estado de Bonaparte, construye barricadas en varias
calles.

La derrota le inspira el poema Ras les coeurs en el que se podía leer: “Por los
campos en donde germinaba nuestra fe plebeya. Los soldados sembraron las
entrañas de los fuertes. El valor y el derecho largan vela rumbo a Cayena…
Nacieron los esclavos y el hombre ha muerto”. Temeroso por sus actividades
“descarriadas” su padre lo interna en un centro psiquiátrico donde es golpeado
por un enfermo que le abre la cabeza. Pasa toda clase de dificultades hasta que
empieza a trabajar en la prensa. Escribe en varios periódicos pero las
dificultades le asedian y tendrá que trabajar como su padre de celador de un
colegio. Comienza de nuevo su lucha contra el régimen bonapartista, tiene "Sed
de oposición".

Igualmente escribe contra la invasión de México donde, dice, “habrá más


cadáveres en las llanuras que amapolas en los trigales”. Valles denuncia a los
cortesanos como “cerdos vendidos” y exalta la actitud de Proudhom. Funda Le
cri de peuple, y escribe en La marselleise desde donde preconiza una negativa a
pagar impuestos, al servicio militar y al alquiler: «No le debo nada al poder que
se ha puesto fuera de la ley... Es preciso que la burguesía que ha sido reina,
negocie con el pueblo que se está convirtiendo en rey". Luchador infatigable
carece de un programa, de una doctrina, aunque durante la Comuna se alineará
con los federalistas. Está a favor de «lo que quiera el pueblo» y la Comuna se
convertirá en su referencia política hasta su muerte. Jules participa en la
agitación que precede a esta. En una ocasión, por gritar iViva la paz! fue
maltratado por las blusas blancas del Emperador—, siendo condenado a muerte
tras la tentativa blanquista de agosto de 1870. Es uno de los redactores del
famoso cartel rolo que exclama: “¡Paso al pueblo! ¡Paso a la Comuna!". Durante
el gobierno comunero resucita su periódico Le cri de peuple. Presidirá la última
sesión de la Comuna y, cuando ya está todo perdido, huye disfrazado de
enfermero. En Londres se entera de que está condenado a muerte. Será en el
exilio donde reanudará su carrera como novelista al tiempo que sigue su
actividad como periodista revolucionario. De él se ha dicho que era “un
insurrecto mucho más que un revolucionario. No esperaba de su rebeldía ni
cargos, ni dinero, ni siquiera la posibilidad de moldear según sus planes, una
nueva sociedad: no tenía planes. Su orgullo tenía pendiente una venganza, y
sus esperanzas, como las de la multitud, eran todas sentimentales" (Jean
Prevot).

Su obra como escritor ha sido muy controvertida, ha tenido amigos y adversarios


dentro de la izquierda. Sobre este aspecto escribió Andreu Nin: «Este gran
escritor revolucionario, fue, por encima de todo, un gran artista. Su obra es la
más clara demostración de que "hacer arte popular" no significa rebajarse al
plebeyismo, sino partir de todo aquello que hay de profundamente humano y
bello en la vida de los de abajo, para elevarse a las alturas de la creación
artística...” Sus obras son inexcusables para comprender la militancia
revolucionaria de su tiempo (3)

Singularmente, Philippe-Auguste-Mathias, conde de Villiers de l’Isle-Adam,


célebre autor de Cuentos crueles, fue un entusiasta de la “Commune”. Otros
“communards” literatos fueron, Felix Pyat (1810-1889), estaba considerado
como uno de los jefes del socialismo “romántico”, dirigió la Revue britannique y
fue diputado por la Montaña en 1848 y 1849. Tomó parte en la sublevación
republicana radical del 13 de junio de 1849, por lo que tuvo que huir a Suiza.
Volvió a París en 1870 y fundó Le combat. Diputado (1871), fue miembro de la
Comuna y marchó a Gran Bretaña huyendo de la represión. Retornado en 1880,
fundó La commune y fue elegido de nuevo diputado por los socialistas en 1888;
y Gustave Lefrancais (1826-1901), era uno de los miembros más activos de la
AIT parisina, durante el periodo comunero estuvo muy ligado a Delescluze, y fue
uno de los que puso mayor énfasis en evitar el fusilamiento de los rehenes.
Exiliado a Suiza, escribió unas memorias amén de un extenso testimonio sobre
la Comuna. También tomó parte en el Congreso antiautoritario de Saint-Imier
(1872).

4. Poetas. Indudablemente, el más activo de los poetas de aquellas jornadas fue


Eugene Pottier (París, 1816-Id.1887), dibujante, obrero y poeta francés, autor
inmortal de La Internacional, la canción más universal y popular del movimiento
obrero. Nacido en París, trabajó sucesivamente de aprendiz de embalaje,
jornalero, dependiente de una pastelería, oficinista y diseñador de imprenta. Su
primera canción data de la revolución de 1830 y se llamaba iViva la Libertad!
Escribe obras teatrales en verso, vodeviles y libretos de revistas. Durante la
revolución de 1848 participa como uno de los líderes obreros, traduce a Charles
Fourier en coplas y canta Los árboles de la libertad en la que, entre otras cosas,
proclama: “Pueblo ya se renuevan las hojas / Eres como un inmenso árbol/Alto y
erguido”.

Eugene pronto se alinea con las tendencias más socialistas, con los insurgentes
aunque dice: “¡No entiendo nada de política / Pero necesito movimiento! / La
calle estalla en disparos / El pueblo sigue adelante / ¡Vamos a hacer
barricadas!”. Consigue salvarse de la ejecución casi milagrosamente, pero la
represión le afectará permanentemente en la salud: hasta el final de sus días.
Pottier padecerá una neurosis aquejada de congestiones cerebrales. Con
ocasión del golpe de Estado de diciembre de 1851 se libra de ser deportado a
Cayena por estar en cama muy enfermo. En la clandestinidad sus poemas no
dejan pies con cabeza: escribe contra el golpe, contra el Emperador, a los peces
gordos del ejército, de la burguesía, de la Iglesia. También lo hará contra la
política imperial, contra la guerra y llama al pueblo, llegando a sugerir una
“huelga de mujeres” en el momento de la invasión de las tropas de Maximiliano
en México. En 1867 abre el taller de dibujo más importante de París, es ya un
patrón pero su línea de actuación no cambiará. Anima a sus trabajadores a crear
una Cámara Sindical ya que se adhieran a la Internacional.

Durante la guerra franco-prusiana forma parte del Comité de Vigilancia del


distrito II y participa en la tentativa insurreccional de finales de Octubre de 1870,
llama a la proclamación de la Comuna: “Nombremos una Comuna roja / ¡Roja
como un sol naciente!”. Miembro del Comité central republicano vota a favor de
la unión de este organismo al Comité central de la Guardia Nacional. Destaca
desde el primer momento en su labor dentro de la Federación de Artistas, su
intervención es fundamental para que 400 de ellos se pronuncien por “el
principio de la república comunal", que exige entre otras cosas «la libre
expansión del arte, ajeno a toda tutela gubernamental ya todo privilegio”. Es
elegido alcalde en la alcaldía de la Bolsa. Es de los que resisten hasta el final y
sobrevive escondido.

Será entonces Pottier cuando escribe el poema El terror blanco y La


Internacional, donde resume líricamente los ideales antiburgueses y
autoemancipatorios de la vanguardia obrera de su época. Más de un siglo
después algunas de sus estrofas permanecen silenciadas, tales como estas:
“Con humos nos emborrachan / Los reyes y los déspotas / ¡Fraternidad entre
soldados / Para las guerras acabar! / Si estos caníbales se empeñan / En tener
soldados leales / Sabrán que nuestras balas matan / A nuestros propios
generales”, toda una premonición del principio de Karl Liebknecht según el cual
“el enemigo estaba en nuestro propio país”.

Después pasa dos años de exilio en Londres y luego otros dos en Boston
viviendo en la más absoluta miseria. En Norteamérica compone un poema a la
Comuna que dice: “¿Comuna, dónde estás pues, tú que te habías alzado / Para
derribar al monstruo? / ¿Dónde están tus defensores? / ¿Dónde tu bandera roja
y la llama de los corazones? / ¿Reanudarás pronto tu trabajo inacabado? / Su
programa era el vuestro, obreros / Restituir este globo a las manos laboriosas / y
rogar a los ociosos que cambien sus paraderos / y reunir después de siglos sin
fortuna / A los pueblos en uno solo para que cuando el ventenal / La libre
humanidad siguiendo su ideal/Exponga al universo esta inmensa Comuna”.

En el exilio, Eugene conoció una aproximación a Marx, y estuvo a un pal de


acabar siendo uno de sus yernos. En 1880 vuelve a Francia y apoya a Guesde y
a Lafargue en sus esfuerzos por crear un partido obrero marxista. Sigue
escribiendo canciones y poesías revolucionarias hasta su muerte. Su entierro
reúne la flor y nata del movimiento obrero francés. En 1888 a instancia de un
dirigente socialista, el músico también socialista Pierre Degeyter pone música a
la Internacional. La canción será adoptada por el Partido Obrero Francés y en
1900 pasa a ser también de la II Internacional, y después de todo el movimiento
obrero (4)

Igualmente notable fue la participación de Jean-Baptiste Clement (1837-1903).


Era hijo de un molinero acomodado, abandonó su familia para seguir su vida.
Llegó a pasar “por treinta y seis oficios y muchas más miserias”. En sus
canciones —Las canciones del pedazo de pan, Las canciones del porvenir—,
denuncia la esclavitud de los trabajadores, se manifiestan las reivindicaciones
proletarias y hace un llamamiento por un 1789 de los trabajadores: “¡En nombre
de la justicia / Ya va siendo hora / De que los siervos de las fábricas / De la tierra
y de las minas / Tengan su Ochenta y nueve¡". Tiene que exiliarse a Bélgica en
1867, y allí publica su obra maestra, El tiempo de las cerezas, que luego será
convertida en una de las canciones más emblemáticas de la Resistencia contra
la ocupación nazi en voces como la de Ives Montand, y se proyectará en el
cancionero proletario internacional. De vuelta a Francia funda La Casse-téte y
colabora con Delescluze en Le reforme. Es detenido en 1870 por “ofensas al
Emperador” e “incitaciones a cometer diversos crímenes”. Durante el Sitio de
París, Clement forma parte de la Guardia Nacional, y es elegido miembro del
Comité de vigilancia de Montmartre. Tras la insurrección del 18 de marzo fue
elegido dirigente de la Comuna representando al distrito XVIII. Su actividad es
desbordante, es miembro de la Comisión de servicios públicos y de la de
enseñanza, delegado en los talleres de fabricación de munición y del municipio...
Es de los que resisten en Belleville. Escapa al ocultarse en casa de un leñador y
escribe La semana sangrienta, una denuncia de la represión. Escapa a Londres
y en 1874 es condenado a muerte en rebeldía. Vuelve a Francia en 1880 y milita
en varios grupos socialistas hasta pasar al partido de Guesde y Lafargue.
Durante casi diez años trabaja intensamente como sindicalista y socialista en el
departamento de las Árdenas. Es condenado a dos años de cárcel en 1891,
pero la presión popular logra reducir la pena. Su última obra fue El desquite de
los Comuneros (1886). Evolucionó del mutualismo hacia el marxismo en el exilio.

También tuvo un papel destacado Clovis Hugues (1851-1907), hijo de un


molinero republicano, que estudió para cura, pero a los 18 años colgó los
hábitos y comenzó a trabajar como meritorio en Le Peuple, donde también se
inició publicando poesías. Participó activamente en la Comuna en Marsella,
pasando tres años de cárcel después. En 1881, sale elegido diputado de la
extrema izquierda por Bouches-du-Rhóne, y por entonces publica un volumen de
poesías, Los días del combate donde proclama su socialismo. Dos años más
tarde será de nuevo diputado socialista por Montmartre.

5. El extraño caso de Rimbaud. En su momento, quizás el más ferviente


“comunero” de todos los poetas de su tiempo fue Jean-Arthur Rimbaud (1854-
1891), el más célebre todos los poetas revolucionarios franceses, cuyos méritos
empezaron a ser reconocido mucho después de la I Guerra Mundial y cuyas
convicciones comunistas están más que probadas en contra de las tentativas
conservadoras en despolitizarlo. Nació en una aldea francesa próxima a la
frontera belga. Su familia fue su madre. Le tiranizó de pequeño, ya los 13 años
ya apareció como un rebelde precoz en el colegio, diciendo: “Napoleón merece
las galeras”.

A los quince años se revela como un antimonárquico y un crítico de las ilusiones


reformistas en Napoleón el pequeño. Beberá en el venero del jacobinismo y es
todavía un niño cuando escribe: “Arrasaremos las fortunas y derribaremos los
orgullos individuales. Ya no habrá ocasión de que un hombre diga, u soy más
poderoso, más rico". Sustituiremos amargas envidias y admiraciones estúpidas
por concordia apacible, igualdad y trabajo de todos para todos...”. Su rebeldía
contra el orden social establecido es también una rebeldía contra la Iglesia y el
cristianismo: “...¡Oh, qué amargo el camino / Desde que el otro Dios nos ha
uncido en la cruz! / ¡Carne, mármol, flor, Venus, sí creo en alguien es en ti!”.
En Las primeras comuniones, lanza el siguiente anatema “¡Cristo!, Oh, Cristo,
eterno ladrón de energías / Dios que durante dos mil años consagraste / a tu
palidez / Hincadas en el sueño, de vergüenzas y cefalalgias / O derribadas, de
dolor las frentes de las mujeres.” Adversario intransigente de Napoleón clama
cuando éste empieza a caer: “Como el Emperador estaba ebrio tras veinte años
de orgía / se dijo: "¡Voy a apagar la libertad / De un soplo muy delicado igual que
una bujía!/ ¡La libertad revive! ¡EI Emperador jadea de debilidad!”. Se ha hablado
mucho de su participación en la Comuna. Los historiadores reaccionarios han
llegado a establecer plenamente una historia plena de falsificaciones. Según
estos (5), Rimbaud participó pero quedó asqueado del ambiente, de los
comuneros. Lo cierto es que no pudo ser un federado, pero fue un partidario
ferviente de la Comuna y siguió defendiendo sus ideales incluso cuando su vida
aventurera le arrastró muy lejos de los medios socialistas, de los “monos azules
del proletariado” al que cantó en uno de sus versos. Luego, la represión de la
Comuna le inspiró tres de sus mejores poemas como fueron La orgía parisiense
o París se vuelve a poblar, Las manos de Jean-Marie y La bateu ivre.

Más tarde escribiría un proyecto de Constitución “comunista” que se perderá


desgraciadamente y en la que propugna un Estado basado en la supresión del
dinero, una civilización del trabajo que se gobernaba por delegados temporales,
no remunerados y con mandato imperativo. En 1879, cuando algunos piensan
que ya ha “sentado la cabeza”, Rimbaud se sigue mostrando como un comunista
convencido que escribe: “Mejor sería menos variedad y más potencia. Hay
demasiados propietarios. El uso de las máquinas es muy restringido, por no
decir imposible, a causa de la escasa extensión y de la dispersión de las
parcelas. La fertilización mediante abonos o rotación de cultivos, etc... No está al
alcance del cultivador aislado; sus medios no le permiten hacer las cosas en
grande; aún se afana más que por un rendimiento mínimo. Esa "hermosa
conquista" de 1789; la fragmentación de la propiedad es un daño”. Sobre su
trayectoria personal ulterior, habría mucho que decir pero muy poco en relación
a esta fase subversiva. Al final de su vida, cuando está a punto de morir
consumido por la gangrena, su hermana, aprovechando el coma, impone un final
de arrepentimiento “cristiano”.

En una línea muy similar a la de Rimbaud se sitúa el caso de Paul Verlaine


(1844-1896), que sí tomó parte en las barricadas de la Comuna de París.
Parnasiano, y uno de los más influyentes precursores del simbolismo, tuvo una
gran influencia en Rubén Darío, Nació en, su padre era capitán de ingenieros,
frecuentó el Liceo y estudió Derecho por poco tiempo. En uno de sus primeros
poemas glorifica a los revolucionarios de 1832 y 1834, escribe también contra
Bonaparte y critica a los «burgueses ladinos", así como a los poetas
conformistas. Trabaja como funcionario y colabora con la prensa radical, su
mujer, Mathilde Manté, es una discípula de Louise Michel. Tras la proclamación
de la República, Verlaine se enrola en la Guardia Nacional: “La guerra me vio
estremecer / y la Comuna irrumpir...".

Durante la Comuna, Rimbaud trabaja como jefe de la Oficina de prensa del


Ayuntamiento y se identifica “con esa revolución a la vez pacífica y temible
conforme con el tan cierto sí vis pacern belum, con ese manifiesto anónimo, a
fuerza de hombres oscuros y deliberadamente modestos bajo la simple rúbrica
del Comité Central, que, tal como ya caracterizaban su impulso del principio
unos versos míos, de los que sólo el primero he conservado en la memoria: "sin
declamación y sin logomaquía", planteó, con aplomo, nitidez y franqueza el
problema político interior e indicó perfectamente el futuro problema social que
hay que resolver de inmediato, aunque sea por las armas...” Escapa de la
represión y se refugia en Londres, donde mantiene sus famosas y turbias
relaciones con Rimbaud, pero también colaborará con los exiliados. En uno de
sus últimos escritos, Verlaine todavía afirmaba que la poesía debe de integrarse
al combate revolucionario.

Por otro lado, no olvidemos que la heroína más reconocida (y más odiada por la
“gente bien”) de la “Commune”, Louise Michel (1830-1905), fue, entre otras
muchas otras cosas, autora de unas memorias (existe una traducción castellana
en. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1973), y autora de una Obra Poética de Louise Michel
que fue recogida por D. Armogathe y Marion Piper y publicada por Maspero en
su colección "Actes et Mémoires de peuple", París. Además, su gesta de mujer
rebelde fue cantada por poetas de la talla de Víctor Hugo y Paul Verlaine.

El poema de Víctor Hugo dedicado a Louise fue escrito en diciembre de 1871,


cuando éste se encontraba en manos de los versalleses y fue publicado en una
recopilación de poemas sueltos suyos, Toute la Lyre. Dice así:

“Los que saben de tus versos misteriosos y dulces, de tus días, de tus noches,
de tu solicitud, de tus lágrimas derramadas por todos, de tu olvido de ti misma
por Socorrer a los demás, de tu palabra semejante a la llama de los apóstoles;
los que saben del techo sin fuego, sin aire, sin pan, del catre y la mesa de pino,
de tu bondad, tu dignidad altiva de mujer del pueblo, de tu ternura austera que
duerme bajo tu cólera, de tu fija mirada de odio a todos los inhumanos, y de los
pies de los niños calentados en tus manos; y ésos, mujer, ante tu majestad
bravía, meditaban, y, a pesar del pliegue amargo de tu boca, a pesar del
maldiciente que, encarnizándose contra ti, te lanzaban todos los dicterios
indignados de la ley, a pesar de la voz fatal y alta que tu acusa, veían
resplandecer el ángel a través de la Medusa...” El de Verlaine fue escrito en
1886 y forma parte de su Ballade en l’ honneur.

Su traducción es: “Ella amaba al Pobre áspero y franco, o tímido, ella es la hoz
en el trigo que madura para el pan blanco del Pobre, y la Santa Cecilia y la Musa
ronca y grácil/del pobre y su ángel de la guarda de ese simple, de ese indócil.
Louise Michel está muy bien”.

6. Algunos detalles a considerar.

a. Fotos. La “Commune” fue uno de los primeros grandes acontecimientos


europeos que sería ampliamente fotografiado. Si bien no existen imágenes de
todo pues escasean las de los combates —ni los medios técnicos las permitían
ni parece que los reporteros fuesen muy valerosos—, así como las de los
fusilamientos. Hay en cambio abundantes fotos de los muertos, todos con ropa
muy sencilla, tomadas con fines administrativos. La “Commune” tendrá el triste
privilegio de inaugurar también el empleo de la foto con criterios policiales, así,
algunos participantes de barricadas fueron fusilados porque una foto probaba
que estaban en el campo de los insurrectos. Y la foto sirvió también, distribuidas
en los puestos fronterizos, para dificultar exilios.

b. Gracias a Dios. Los vencedores, además de organizar las ejecuciones


masivas ante el llamado mur des Fédérés, montaron una buena campaña de
propaganda. Con la ayuda de actores, recrearon algunos de los acontecimientos
vividos en París poniendo hincapié en las supuestas crueldades de los
derrotados, con mención especial para las mujeres revolucionarias, tratadas de
“mesalinas”, “bacantes borrachas”, “lobas sedientas de sangre” o “petroleras”
adjetivo este último que servía para atribuir a las mujeres que no se
conformaban con ser madres, esposas y trabajadoras, la responsabilidad de los
incendios que desfiguraron la capital francesa.

c. Ruskin. “Entre todos los sucesos mundiales durante la vida de Ruskin, la


Comuna de París fue lo que suscitó su mayor entusiasmo. Algunas de las cartas
más notables de su Fors Calvigera –una miscelánea de cartas a obreros que
comenzó a publicar en 1871, el mismo año de la Comuna- fueron escritas bajo el
estímulo de noticias de esa revolución, cuya causa principal atribuía a la
`pereza, la desobediencia y la codicia de las clases medias y ricas´. En julio de
1871 declaró: “…Yo mismo soy un comunista de la vieja escuela: el más rojo
entre los rojos (…). Al decir esto, Ruskin estaba desde luego exagerando
enormemente, porque nunca fue en verdad un integrante de ningún partido
marxista, el anciano Ruskin se sintió incapaz de hacer otra cosa que enviar su
adhesión mientras se disculpaba con el lamento de que `mis huesos ya están
bastante templequeantes´. Y aunque en 1886 escribió en una carta a un joven
amigo: `desde luego soy socialista (…) de la especie más severa´, agregó `pero
también un Tory de la especie más severa´, dado que continuaba combinando
sus opiniones radicales con la creencia en la necesidad de una jerarquía social.
A esta altura, las actividades y pronunciamientos sumamente radicales de
(William) Morris, preocupaban a Ruskin, aunque calificaba a Morris como el
hombre más competente de su época, declaraba en esa carta que `Morris tiene
toda la razón con lo que dice (…) solo que no debe decirlo´” (Donald Drew
Egbert, El arte y la izquierda en Europa. Desde la revolución francesa a Mayo de
1968, Gustavo Gil Arte, Barcelona, 1981, pp., 389-390).

d. Cine. Siendo la primera revolución social de la historia, y en la que


participaron codo con codo todas las corrientes republicanas y socialistas, entre
ellos “marxistas” y “bakuninistas”, la historia de la Comuna es una de las
grandes ausencias temáticas del cine francés (e internacional), aunque es
verdad que se contabilizan un gran número de documentales, en su mayor parte
galos, comenzando por una mítica, pero desaparecida, película de Armand
Guerra de… 1914. Entre todos ellos, quizás el más ambicioso y asequible sea
Memoria común, realizado con ocasión del centenario (1971), una evocación
histórica de Patrick Pôidevin, de 85 minutos, que combina materiales
fotográficos y entrevistas con historiadores con la recreación de algunas
escenas emblemáticas. De fecha anterior (1972) fue La Commune. Louise
Michel et nous, de Michele Gard. Por su lado, la cadena ARTE produjo 1871,
que fue dirigida por el interesante cineasta británico Ken McMullen, autor de Zina
(RU, 1985), en la que evoca el drama de una de las hijas de Trotsky, en una
clave parecida a la de Antígona, mientras es tratada en un instituto psiquiátrico
de Berlín.

Aparte de alguna que otra referencia muy de pasada en películas como El festín
de Babette (Francia, 1987) o Lenin en París (URSS, 1981), cabe contar como
una excepción la producción soviética La nueva Babilonia, de Leonard Trauberg
y Gregori Kozintev (1928), que según Ángel Ferrero “además de estar
considerada una de las últimas obras maestras del período silente del cine
soviético, la elección del tema resulta, vista retrospectivamente, sintomática:
finalizada la lucha de facciones dio comienzo en la URSS su Termidor particular,
encabezado por la figura del Secretario General del Partido, Jósef Stalin, y que
tuvo su traducción cultural en el zhdanovinismo, por el cual habrían de ser
condenados todos los representantes de la vanguardia cultural soviética. La
Nueva Babilonia puede interpretarse como el canto del cisne de la misma; la
elección del tema sin duda no debió de ser casual”.

Según Richard Porton, esta obra clásica “resume el antiautoritarismo de las


bases que actuaron los 72 días de la Comuna de París de 1871, al tiempo que
anticipa el comunismo libertario de la década de 1930 y el radicalismo
antiestatista que estalló durante los acontecimientos de 1968” (2001; 106-107).
También valora muy positivamente una adaptación de Aun Bonheur des dames,
de los mismos autores, “cuyo montaje delirante y espíritu anárquico la convierten
en una de las producciones más anómalas que se hayan hecho en la Unión
Soviética…” (idem). La existencia de un arte y un cine soviéticos abiertos y
rupturistas en los años veinte desmiente la consideración de un “totalitarismo”
soviético anterior a la consolidación del estalinismo.

La obra más importante (y la más extensa: seis horas) sobre este capítulo
fundacional del movimiento obrero es, hasta ahora, La commune (París, 1871),
docudrama firmado en el año 2002 por Peter Watkins (fotógrafo y director
británico, autor entre otras películas de War Game, un estremecedor alegato que
fue Oscar en 1966 al “mejor documental” sobre lo que significaría un desastre
nuclear), que aquí es desconocido. Se le ha relacionado con el anarquismo, y en
la filmografía editada por Christie se citan algunos títulos suyos y una entrevista
con él. Ángel Ferrero, de la Universidad de Barcelona, habla de un “film-río (que)
entroncó con el legado de las vanguardias históricas, desde Sergei M.
Eisenstein (preponderancia del escenario sobre el guión, del protagonista
colectivo sobre el individual) hasta, como se dijo, la aplicación cinematográfica
de las principales técnicas del teatro brechtiano (extrañamiento, reflexividad,
interpretación distanciada, interpelación directa al espectador, intercalación de
didascalias). La Commune se concibió como un film didáctico que había de
acompañarse de debates y jornadas informativas, pero fue boicoteado por los
mismos productores. Watkins muy bien pudiera haberles dirigido el reproche
procedente del Coriolano de Brecht: “Me parece que usted no se da cuenta de lo
difícil que es para los oprimidos unirse”. Watkins utilizó una cobertura mediática
actual para filmar in situ (en un enorme decorado funcional que “reconstruye” el
París de la época) una “información” de los acontecimientos más significativos
con la ayuda de 200 actores, en su mayoría no profesionales.

Notas

(1) Las notas de este apartado están extraídas de Los escritores contra la
Comuna, de Paul Lidsky (Ed. Siglo XXI, México, 1971). Otra obra básica es Los
poetas de la Comuna, de Maurice Choury (Los libros de la Frontera, Barcelona,
1975);

(2) cf. José María Moreno Galván, Honoré Daumier, “Tiempo de Historia”, n." 51,
febrero de 1979).

(3) He aquí una breve lista de sus obras: El dinero (1857), Los refractarios, La
calle (1868), El niño (Alianza, Madrid, 1971, prólogo de Jorge Semprún), Los
hijos del pueblo (1879), El bachiller (1881), La calle de Londres, El insurrecto
(Ed. Mateu, col. Maldoror, Barcelona, 1970, presentación de Manuel Serrat
Crespo). Después de su muerte se editaron: Las brusas, Las palabras,
Recuerdo de un estudiante pobre, El espectro de París y Un gentilhombre.
Sobre su vida, ver en el ensayo de Teresa Pámies en Romanticismo militante
(Galbas, Barcelona, 1976).

(4) Cf. Maurice Dommaguet, Eugene Pottier, membre de la Commune et


chanteur de l’Internationale (Espartacus, París, 1971).

(5) Entorno al compromiso de Rimbaud resulta fundamental la obra de Pierre


Gascar, Rimbaud y la Comuna (Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1975).

(*) Este texto fue elaborado para un proyecto de edición en homenaje a la


Comuna de París, organizado desde la confianza por un grupo afín de Madrid
sobre el que nunca más se supo. Valga esta nota como reproche a su falta de
seriedad.

http://anticapitalistas.org/spip.php?article27723

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Escritores contra la Comuna

Los artistas por ser seres humanos de alta sensibilidad, donde el sentimiento
prima sobre el sentido lógico, y donde la justicia es el faro que avizora el puerto
de lo digno de los hombres, siendo el polo imantado que los atrae subyugados
por lo que en la época se consideró o realmente representaba o era el concepto
de lo justo; es por esto, con raras excepciones, siempre han estado a lo largo de
la historia del lado de los débiles y de los que nada tienen. De ahí que en el caso
de la Comuna en apariencia resulte inexplicable que algunos escritores se
opongan a la Insurrección Popular. Confluyen dos razones decisivas para su
alineamiento en la orilla opuesta a la Comuna. La primera es la triple confluencia
de intereses distintos en el campo de la economía, sustentados en el modo de
producción diferente y opuesto: la sociedad feudal que está en sus últimos
estertores y que ha sido liquidada políticamente por la Revolución Francesa, en
su agonía le queda oxígeno en el plano del arte y de la cultura para continuar
aún con vida, su lado opuesto lo representa la burguesía triunfante y en total
desarrollo, y que por esta realidad todavía no ha alcanzado a sedimentarse
plena y totalmente en el campo de la cultura y el arte, y la tercera y última
corriente, la materializa el concepto de economía colectiva que no tiene
existencia material en ninguna parte y su realidad es sólo teórica corporizándose
en la idea. Idea que tiene realidad; esa sí material en el espacio de la producción
industrial y en la explotación de la tierra; es decir, en el trabajo. Son los
trabajadores los que por sus intereses se expresan en lo colectivo, y que
políticamente aflora en el socialismo, principalmente en el de Pierre-Joseph
Proudhon quien dijo: La propriété, c’est le vol ”, (“La propiedad es robo”) y
“L’anarchie c’est l’ordre sans le pouvoir”, (“La anarquía es el orden sin el poder”);
Mikhaïl Baukonine, teórico y jefe del anarquismo, y Auguste Blanqui socialista
utópico, movimiento político que por esencia se opone tanto al feudalismo como
al capitalismo, y que en el conflicto de la lucha de clases se proyecta en el seno
de la Comuna. Ella es para los escritores, tanto burgueses como monárquicos,
un mundo desconocido, lleno de interrogaciones y de azares. La segunda es
que toda una generación de escritores que vivieron la experiencia de la Comuna
están en el ocaso biológico, son seres de edad avanzada. Algunos ejemplos,
Leconte de Lisle tiene cincuenta y tres años, Georges Sand sesenta y siete,
Gobineau cincuenta y cinco, Flaubert cincuenta, y en ese orden muchos otros.
La experiencia de la Comuna exige hombres fogosos, audaces, sin miedos,
optimistas, estas cualidades abundan desbordantes sólo entre la juventud, y si
se es de edad, como los escritores citados se le exige lucidez, no para escribir,
sino para descubrir, analizar y procesar el material sobre el cual tienen que
crear, y en el mundo de las decisiones correr el riesgo, aventurarse a estar del
lado de lo desconocido y nuevo. La práctica demuestra que lo dominante en las
personas de edad es el conservadurismo. Una conmoción social como la
Comuna produce pánico a los que tiene que perder y a los ancianos por el
riesgo de morir. Si se hace un balance objetivo teniendo en cuenta la realidad
vista en distintas direcciones, los servicios que presta la pluma a las causas
sociales, son inmensamente mayoritarias a favor de la Comuna, puesto que aquí
debe tenerse en cuenta igualmente la producción en cuanto a creación derivada
del fenómeno social donde no se encuentran prácticamente obras anti-
comuneras; mientras que a su favor, sí hay numerosos textos; es por esto, que
la tesis de Paul Lidsky en su libro Les écrivains contre la Commune, es subjetiva
porque la realidad demuestra todo lo contrario.

George Sand

En el contexto sobresale por lo interesante el caso de George Sand; seudónimo


de Amantine Aurore Lucile Dupin, novelista brillante de las Letras francesas que
apoyó sin reticencias la Insurrección Popular de 1848, cuando ella era
anarquista pública y amiga de Bakunin. Cuando cae la monarquía de julio,
precedida por el rey Felipe, en estos sucesos, es una ferviente comunista. Sin
embargo, se opuso a la Comuna de 1871.

Nació el 1° de julio de 1804 en París, y murió el 8 de junio de 1876 en Nohant,


en cuyo cementerio está enterrada. Hija de Maurice François Dupin de Francueil
y de Sophie Victoire Delaborde, de ancestros nobles. Huérfana a los cuatro años
por parte de padre, hecho que la llevará a vivir en casa de su abuela paterna en
zona rural, impregnándose de la atmósfera campestre. Lo pastoril aflora en el
tema de muchas de sus novelas. La vida de George Sand resulta extraordinaria
en acontecimientos. En su adolescencia sufrirá una crisis mística que la condujo
a un convento de Clausura, en su adultez su primera pareja oficializada con
matrimonio, la tuvo con François-Casimir Dudevan, conociendo a su vez la
maternidad, fue madre de dos hijos. En el gusto por los hombres su lista es
kilométrica y muy variada; entre los músicos se cuentan Franz Liszt y Frédéric
Chopin y en ese orden todas las artes, a la vez que alternaba con sus
preferencias femeninas; un ejemplo es en 1833 cuando conoce a Marie Dorval,
actriz de la Comedia Francesa, con quien tuvo una luna de miel fogosa. Otra
particularidad de ruptura en pleno siglo XIX, donde se mantenían rígidas las
tradiciones, ella se vestía de hombre de manera pública y privada. Su obra es
numerosa y comprende varios géneros: en novela histórica está Consuelo, 1843;
autobiografía, Histoire de ma vie, 1855; novela de ruptura, Indiana, 1832; novela
popular Le compagnon du Tour de France, 1837; y algunos otros textos: Rose et
Blanche, Valentine, Lelia, Le secrétaire intime, La marquise, Lavinia, Matéa…

Para señalar en breve por qué George Sand se opone a la Comuna, hay dos
razones que contribuyen a ello. Una es que se muestra casi imparcial porque no
comprende el conflicto franco-prusiano, y la otra es que la República la seduce
total y plenamente, ve en la revolución burguesa el porvenir para la humanidad,
mientras que los excesos del populacho los considera los saturnales de la
locura. En el libro de Paul Lidsky, Les écrivains contre la Commune, en la página
52 el autor nos revela un extracto de su correspondencia:

« le résultat d’un excès de civilisation matérielle jetant son écume à la surface,


un jour où la chaudière manquait de surveillant. La démocratie n’est ni plus haut
ni plus bas après cette crise de vomissements [...]. Ce sont les saturnales de la
folie »

“el resultado de un exceso de civilización material bota su espuma a la


superficie, un día cuando la caldera estaba sin vigilancia. La democracia nos es
más alta ni más baja después de esta crisis de vómitos […]. Son las orgías
desenfrenadas de la locura”
El anterior párrafo fue escrito a Alexandre Dumas hijo, que es exactamente la
posición que asume la extrema derecha para fustigar a los comuneros.

Gustave Flaubert

La obra de Gustave Flaubert es un monumento de la literatura burguesa, altar


del individualismo que en los momentos de la Comuna está en pleno proceso de
afirmación. Su obra canónica, Madame Bovary, mœurs de province (Señora
Bovary, costumbres de provincia), primer título dado en 1851 y que comenzó a
publicarse a manera de telenovela a partir de octubre de 1856, en la Revue de
Paris hasta el 15 de diciembre. En febrero de 1857 el director de la revista Léon
Lauren-Pichat, su impresor y Gustave Flaubert son juzgados por ultraje a la
moral pública, religiosa y a las buenas costumbres. Logró escapar de las garras
del temible procurador Ernest Pinard, de ser multado y encarcelado por éste, por
los nexos que lo ligaban al segundo Imperio, Flaubert tenía simpatías políticas
imperiales. En literatura lo condujo a ser un asiduo del Salón Literario que dirigía
Madame de Loynes, personaje noble, íntima de la emperatriz y quien fuera la
que presentó a Flaubert a la soberana. Luego de este proceso monsieur Pinard
arremete contra Charles Baudelaire quien acababa de publicar Les fleurs du mal
(Las flores del mal), calificándolo de desafío a las leyes que protegen la religión
y la moral. Baudelaire fue condenado a trescientos francos de multa, mutilación
de su obra porque parte del poemario fue prohibido; sentencia que quedó en
firme y fue solamente dirimida por juicio de la Corte, en 1949. No satisfecho
monsieur Pinard, se dejó llevar por los impulsos de su fobigrafía, y enseguida
atacó a Eugène Sue quien había publicado, hacía muchos años ya, Les
Mystères de Paris y le Juif errant. Muerto su autor, él prosigue el proceso hasta
obtener la condena del editor y del impresor. Por cuyos servicios honrosos fue
condecorado con la Legión de Honor.

Gustave Flaubert nace en el seno de una familia pequeño-burguesa católica de


ancestros protestantes, el 12 de diciembre de 1821, en Rouen. Hijo de Achille
Cléophas Flaubert, cirujano jefe del hospital de Rouen, y de Anne Justine
Caroline Fleuriot. Desde su adolescencia fue atraído por la escritura. Los amores
de juventud con Elisa Schlésinger, le dejarán una profunda huella la cual
desarrolla en su novela L’Éducation sentimentale (La Educación Sentimental).
En 1841 inicia sus estudios de Derecho en París, llevando una vida disoluta que
lo conduce al campo de las artes donde conoce al escritor Máxime Ducamp que
se convertirá en uno de sus mejores amigos; le seguirá Victor Hugo. Abandona
su carrera de abogado. En 1844 sufre su primera crisis de epilepsia. En 1846
muere su padre y a los pocos días su hermana. Comienza su relación amorosa,
contradictoria con la poeta Louise Colet que durará hasta 1855. Sus críticas a la
Comuna de 1848 el lector las encuentra en L’Éducation sentimentale. En abril
de 1857 Madame Bovary aparece en librerías. Para el invierno de 1870-71 los
prusianos ocupan parte de Francia, Flaubert se refugia en casa de su sobrina
Caroline. El 6 de abril de 1872 muere su madre. Después del fracaso de su obra
de teatro, Le Candidat, el 1° de abril de 1874, publica la tercera versión de La
Tentation de Saint Antoine (La tentación de San Antonio); y así sucesivamente
seguirá el desarrollo historial de su creación literaria. Murió el 8 de mayo de
1880 en Canteleu, au Hameau de Croisset. Algunas de sus obras por orden
cronológico de publicación: Rêve d’enfer, 1837; Mémoires d’un fou, 1838;
Salammbô, 1862; Hélodia, 1877; Le château des Cœrs, 1880; Bouvard et
Pécuchet, inacabada, 1881; Par les champs et les grevès, 1866; À bord de la
cange, 1904…

Gustave Flaubert tenía un odio visceral al igual que otros escritores de su tiempo
contra el pueblo raso; no lo ocultaba ni oral ni por escrito; en correspondencia
con su amiga George Sand, en una carta dirigida a mediados de octubre de
1871, opinaba sobre la Comuna así:

« Je trouve qu’un aurait dû condamner aux galères toute la Commune et forcer


ces sanglants imbéciles à déblayer les ruinas de Paris, la chaîne au cou, en
simples forçats. Mais cela aurait blessé l’humanité. On est tendre pour les chiens
enragés et point pour ceux qu’ils ont mordus »

“Pienso que debiera haberse condenado a las galeras a toda la Comuna y forzar
a esos imbéciles sangrientos a quitar los escombros de las ruinas de París con
cadena en el cuello como simples prisioneros forzados. Pero esto habría herido
a la humanidad. Uno es blando al menos con los perros enrabiados y punto por
los que ellos han mordido.

Émile Zola

Émile Zola es uno de los pesos pesados de la literatura francesa, y un escritor


que con excepción de algunos pronunciamientos comprensibles contra la
Comuna, siempre estuvo del lado popular. Enemigo del Imperio y republicano
convencido. Nació el 2 de abril de 1840 en París y murió en el mimo lugar, el 29
de septiembre de 1902. Su padre Francesco Zolla de nacionalidad italiana,
ingeniero de profesión, constructor del canal de Zola en Aix-en-Provence. Su
madre Émilie Aubert de nacionalidad francesa. No fue un buen estudiante,
fracasó en dos oportunidades en obtener su diploma de bachiller en ciencias; sin
embargo, en la secundaria era brillante en literatura. Llegó hasta redactar un
proyecto de novela sobre las Cruzadas. Instalado en París, lee a Montaigne,
Shakespeare, Molière y a otros autores que le dan las bases de su cultura
humanística. El 31 de octubre de 1862 obtendrá la nacionalidad francesa; para
entonces ya trabajaba en la librería Hachette, hoy aún existente y floreciente,
que le permitió el acceso al Positivismo y a los elementos sólidos para su
anticlericalismo militante. Igualmente aprendió el oficio de libros en el sentido de
su edición y comercialización que le facilitó lograr publicar sus primeros artículos
y su primer libro editado por “Hetzel”, Les contes à Ninon. A mediados del siglo
XIX se da en Francia un auge espectacular de la prensa que exige periodistas
cada vez en mayor número. Zola se convierte en cronista literario. En 1866
escribe crónicas para los periódicos L’Événement y L’Illustration; continuará con
La Cloche, Le Voltaire, Le bien Public, Le Sémaphore de Marseille y Le Figaro.
Aprovechando su trabajo se hace publicar más de una centena de cuentos en
los periódicos, luego vendrán una cascada de publicaciones y sucesos de su
vida familiar, hoy muy conocidos, entre ellos su método y estilo de escribir,
donde sobresale su minuciosidad. Émile Zola no saldrá impoluto de la Comuna;
no obstante, de haberse manifestado públicamente contra ella y haber huido en
los días aciagos para Marsella, actitud que es comprensible e inclusive
justificable, por la responsabilidad de familiares que tiene a su cargo. En
adelante se convertirá en un ser sensible a lo social y también en un luchador
contra las injusticias. Esto último lo conducirá al acto más brillante de toda su
vida cuando en 1897 intervendrá a favor de Alfred Dreyfus que no sólo lo llenará
de gloria, sino que sentará un precedente en la justicia de Francia y en el
pensamiento francés. En Germinal, Zola cuenta una huelga obrera del segundo
Imperio. Al analizarla se descubre que la descripción está inspirada en la
Comuna.

Sin embargo, para no emitir juicios de valor, que sea el mismo autor que nos
presente una prueba del tema que nos ocupa. Reproduzco a continuación parte
de una correspondencia que él mantuvo con la señorita Sandoz:

Un ouvrage intitulé Zola L'imposteur - Zola et la Commune de Paris vient de


paraître. Dans cet ouvrage, l'auteur indique que vous faites «preuve d'une haine
viscérale, dénuée de toute ambiguïté, pour la lutte du prolétariat».

Qu’avez-vous à répondre face à cette terrible accusation?

Dans l'attente de vous lire, recevez, cher Maître, mes plus respectueuses
salutations.

Mlle Sandoz
...

Bonjour Mademoiselle,

Ainsi, j'éprouverais une haine viscérale pour la lutte du prolétariat, moi qui ai été
parmi les premiers à décrier les conditions épouvantables dans lesquelles vivait
le peuple ouvrier!?

Où cet «écrivain» qui brocarde «Zola l'imposteur» mais dont on ne me dit pas le
nom est-il allé prendre que je haïrais le peuple? Moi, Émile Zola, éprouver une
«haine viscérale pour la lutte du peuple»?

Monsieur l'Anonyme ne fait pas oeuvre de vérité et de justice. Il trompe ses


lecteurs! Quel est donc son combat?

Le mien est pour la Vérité et pour la Justice.

Certains de mes confrères (Gustave Flaubert, George Sand, Alexandre Dumas)


ont pris position - sans hésiter - contre la Commune de Paris. L'un d'entre-eux
qualifia, dans une réaction de rejet viscéral, dicté par la peur, la révolte du peuple
de Paris «d'éruption alcoolisée». D'autres se sont efforcés, comme Victor Hugo,
de garder une attitude plus digne.

Pour me juger, je m'en remets au jugement de mes contemporains pourvu que


leur jugement soit animé par le souci de la vérité et par l'esprit de l'honnête
homme.

Les événements de la Commune de Paris furent des événements horrifiques.


J'ai vu «de mes yeux vu» après la Semaine Sanglante, les tas de cadavres
empilés sous les ponts. J'ai vu des amas sanglants de chair humaine jetés au
hasard sur les chemins de halage. J'ai vu des têtes et des membres mêlés dans
d'horribles dislocations.

Et après cela on voudrait que j'approuve ceux qui ont pris le pouvoir et se sont
comportés en barbares? Oui, en barbares cachés mais manipulant la fièvre du
peuple! Excitant le peuple à brûler les Tuileries, l'Hôtel de Ville!

Je n'ai pas craint de dire haut et fort, sans ambiguïté, en 1871, que «pour les
vrais ouvriers, pour ceux que des besoins ou des convictions poussent sous la
mitraille, mes compassions sont grandes». Sans ambiguïté aussi à propos des
Versaillais: «on s'est tué entre frères, et nous allons couronner ceux qui ont
massacré le plus de leurs concitoyens! La victoire de Versailles m'effraie...». Et
qui a exprimé sa répugnance devant l'abject public des cours martiales qui
accablait les accusés et perturbait le déroulement de la justice, si ce n'était Émile
Zola? Qui demande aujourd'hui des mesures de grâce et l'amnistie pour les
Communards, si ce n'est moi, Émile Zola?

Que me reproche le Combattant Anonyme? D'avoir écrit ceci? «Le bain de sang
que le peuple de Paris vient de prendre était peut-être une horrible nécessité
pour calmer certaines de ses fièvres. Vous le verrez maintenant grandir en
sagesse et splendeur.»

Eh, bien oui, j'ai dit cela en 1871! Était-ce haïr le peuple que de dire cela au
lendemain de la sanglante répression de la commune? Est-ce haïr le peuple, que
de réaffirmer des années après l'horrible bain de sang où il fut précipité, qu'un
peuple transformé, plus adulte, plus sage et plus grand, est apparu?

Bien à vous, Mademoiselle Sandoz.

Émile Zola

...

Cher Maître,

Votre réponse reflète l'émotion avec laquelle vous l'avez rédigée. L'auteur du
livre a sciemment détourné vos propos afin de pouvoir donner de vous une
image totalement faussée.

Toute personne admirant votre oeuvre ne sera pas dupe de cette tentative
détestable.

Recevez, cher Maître, mes salutations les plus respectueuses.

Mlle Sandoz

...

Una obra intitulada Zola El Impostor - Zola y la Comuna de París acaba de


aparecer. En esta obra, el autor indica que hace “prueba de un odio visceral,
anudada de toda ambigüedad, para la lucha del proletariado”.

¿Qué tiene usted para responder frente a esta terrible acusación?

En espera de leerlo, reciba, querido Maestro, mis más respetuosos saludos.

Señorita Sandoz

...

Buenos días señorita,


Así, ¿¡yo que he sido uno de los primeros en criticar las condiciones horrorosas
en las cuales vivía el pueblo obrero, demostraría un odio visceral por la lucha del
proletariado!?

¿De dónde este “escritor” que lanza pullas “Zola el impostor” pero que no me
nombra ha sacado que yo odiaría al pueblo? Yo, Émile Zola, , demostrar un “odio
visceral por la lucha del pueblo”?

Señor el Anónimo no hace prueba de veracidad y de justicia. ¡Él engaña a sus


lectores! ¿Cuál es entonces su combate?

El mío está por la Verdad y la Justicia.

Algunos de mis compañeros (Gustave Flaubert, Georges Sand, Alexandre


Dumas) han tomado posición -sin lamentar- contra la Comuna de París. Uno de
entre ellos calificó, en una reacción visceral, dictado por el miedo, la revuelta del
pueblo de París “de erupción alcoholizada”. Otros se esforzaron, como Victor
Hugo, para mantener una actitud más digna.

Para juzgarme, me someto al juicio de mis contemporáneos provisto que su


juicio sea animado por el éxito de la verdad y por el espíritu del hombre honesto.

Los sucesos de la Comuna de París fueron sucesos horrendos. Yo vi “por mis


propios ojos” después de la Semana Sangrienta, los montones de cadáveres
apilados bajo los puentes . Vi los montones de carne humana sangrando botado
por azar en los caminos de sirga. Vi cabezas y miembros mezclados con
horribles desmembramientos.

¿Y después de esto querían que aprobara aquéllos que se tomaron el poder y


se han comportado como bárbaros? Sí, ¡como bárbaros escondidos pero
manipulando la fiebre del pueblo! ¡Excitando al pueblo a quemar las Tulerías, la
Alcaldía!

No tengo temor para decir alto y fuerte, sin ambigüedad, en 1871 que “para los
verdaderos obreros, para aquéllos cuyas necesidades o convicciones empujan
bajo la metralleta, mis lástimas son grandes” Sin ambigüedad también a
propósito de Versalles “se han matado entre hermanos, y nosotros vamos a
coronar a aquéllos que han masacrado a muchos de sus conciudadanos! La
victoria de Versalles me espanta…” Y ¿quién ha expresado su repugnancia
delante del abyecto público de las cortes marciales que aplastaba a los
acusados y perturbaba el desarrollo de la justicia, si no era Émile Zola? ¿Quién
pide hoy día medidas de gracia y amnistía para los Comuneros, si no soy yo.
Émile Zola?
¿Qué me reprocha el Combatiente Anónimo? ¿De haber escrito esto? “El baño
de sangre que el pueblo de París acaba de sufrir fue talvez una horrible
necesidad para calmar a algunos de sus fiebres. Ahora usted lo verá crecer en
sabiduría y esplendor.”

¡Pues bien sí, yo dije esto en 1871! ¿Era odio al pueblo, como decir esto al día
siguiente de la sangrienta represión de la Comuna? ¿Es el odio al pueblo, como
reafirmar años después del horrible baño de sangre donde él se precipitó, ha
aparecido un pueblo transformado, más adulto, más sabio y más grande?

Quedo de usted, señorita Sandoz.

Émile Zola

...

Querido Maestro,

Su respuesta refleja la emoción con la cual la redactó. El autor del libro a


sabiendas desvió su propósito con el fin de poder dar de usted una imagen
totalmente falsa.

Toda persona que admira su obra no será engañado por esta tentativa
detestable.

Reciba, querido Maestro, mis más respetuosos saludos.

Señorita Sandoz

...

En el libro de Paul Lidsky, aparece una cita en la página 63, sobre un texto de
Catullo Mendès, donde Émile Zola se expresa así:

« Hé, c’est justement parce que les hommes qu’ils envoient à la mort se battent
avec un héroïque courage que nous en voulons aux membres de la Commune.
Qu’ils soient maudits de dilapider de la sorte la richesse morale de Paris ! »

“¡Eh, nosotros queremos a los miembros de la Comuna justamente porque los


hombres que ellos envían a la muerte combaten con coraje y heroísmo. Que
ellos sean malditos por dilapidar toda clase de riqueza moral de París!”

En este párrafo es evidente que Zola condena y definitivamente está en contra


de los dirigentes de la Comuna, y en consecuencia de la Comuna misma.
Charles Marie Arthur Leconte de Lisle

La Comuna a igual que cualquier movimiento o partido popular, tiene sus


enemigos naturales como son aquéllos contra quienes lucha, o quienes
simpatizan o apoyan por distintas razones. Es el caso de Leconte de Lisle y
Gobineau. En política donde todo está permitido, empezando por la razón de
Estado, nada es sorprendente porque ni siquiera la guerra lo es.

Napoléon III con el propósito de neutralizar o de ganar un sector, que a su juicio


consideró importante, creó a través de la princesa Mathilde, su sobrina, un salón
como era costumbre en la época, adonde asistían intelectuales y artistas. En lo
que a escritores concierne la lista es larga, empezando por Renan, seguido de
los hermanos Goncourt, Flaubert, Sainte Beuve… Cuando el Imperio cayó, se
descubrió en sus archivos una nómina que la prensa republicana para ironizar y
satirizar, denominó “Les mendiants de Badinguet”, entre ellos se contaba al
republicano Leconte de Lisle, que durante años recibió mensualmente
trescientos francos.

Charles Marie Arthur Leconte de Lisle fue un poeta parnasiano, máxima figura
de este movimiento poético, y en últimas, responsable de la publicación y
selección de la misma. Nació el 22 de octubre de 1810 en Saint-Paul sur l’Île
Bourbon, actualmente denominada Isla de La Reunión, y murió el 17 de julio de
1894 en Voisins. Su padre, Charles Marie Leconte de Lisle, cirujano ayudante en
el ejército de Napoléon. Su madre Anne Suzanne Marguerite Élysée de Riscourt
de Lanux. En la vida de este poeta es de anotar que se opuso a la esclavitud
denunciándola con vigor, igualmente será un defensor de la República. Un año
después de la Comuna el Senado lo nombrará sub-bibliotecario y en 1883 lo
nombran Oficial de la Legión de Honor. Luego de la muerte de Victor Hugo será
su sucesor en la Academia Francesa en una sesión memorable, efectuada el 31
de marzo de 1887, donde él fue recibido por Alejandro Dumas, hijo. Su obra
consta de artículos polémicos, manifiestos y otros. Entre su textos poéticos se
destacan tres libros. Poemas antiguos, poemas bárbaros y poemas trágicos.

Sobre Leconte de Lisle hay variados textos que prueban que él se opuso a las
ideas colectivas. A continuación reproduzco un párrafo de una carta que él
dirigiera a Louis Ménard el 7 de septiembre de 1849 donde expresa la
desaprobación de su militancia política, en la que más tarde fuera una de las
corrientes más activas de la Comuna, el Blanquismo:

« Vas-tu passer la vie à rendre un culte à Blanqui qui n’est ni plus moins qu’un
sorte de hache révolutionnaire, hache utile en son lieu, je le veux bien, mais
hache enfin ! Va ! Le jour où tu auras fait une belle œuvre, tu auras plus prouvé
ton amour de la justice et du droit… »

“Vas a pasar la vida rindiéndole culto a Blanqui quien no es ni más ni menos


que una especie de hacha revolucionaria, hacha útil en su lugar, yo lo quiero,
pero hacha al fin.¡Va! El día cuando habrás hecho una obra bella, habrás
probado tu amor a la justicia y al derecho”.

http://www.vericuetos.fr/article-ensayo-4-86539845.html

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