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Pepe Gutiérrez-Álvarez
El arte, la poesía, la pintura, las vanguardias rupturistas suelen ser parte del
sector más inquieto y activo de una revolución. Lo fue en la de 1848, en la
Comuna, y en otras partes, y lo seguirá siendo para la que viene.
Fue un momento excepcional que sacó a los intelectuales ya los artistas del
cada día, y los obligó a tomar una posición en un sentido u otro, a mojarse. Y,
básicamente, se dieron tres grandes corrientes. Se puede hablar de un bloque
reaccionario, sobre todo entre aquellos que tenían como bandera la idea del
“arte por el arte”, y que consideraba al pueblo como una horda de desarrapados,
y las revoluciones como una reacción primitiva. Este sector se identificaba con el
pasado aristocrático (o con una idealización de este) Eran antirrepublicanos, y
se sintieron más o menos a gusto con Napoleón el pequeño, entre ellos se
encontraban nombres verdaderos siniestros como el racista conde de Gobineau,
el autor de Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas o como Leconte
de Lisle, cuyo asco hacia el pueblo hizo que tuviera que salir por piernas en
algunas de sus conferencias, después de uno de estos casos, escribió: “!Qué
ralea sucia y asquerosa es la humanidad¡!qué estúpido es el pueblo¡ Es una
eterna raza de esclavos que no puede vivir sin albarda y sin yugo. No será,
pues, por él por quien sigamos combatiendo, sino por nuestro sagrado ideal.
¡Qué revienten de hambre y de frío, ese pueblo fácil de engañar que pronto
comenzará a sacrificar a sus verdaderos amigos¡” (1). En ocasiones, aunque
presumían de estar por encima de las cosas mundanas, defendían los privilegios
adquiridos por la tradición y la propiedad como era el caso de Gustave Flaubert,
cuya vocación elitista quedará expresada en la siguiente declaración: “Yo incluyo
en el nombre de burgués tanto al burgués de blusa como a los burgueses de
levita. Somos nosotros y nosotros solos, es decir los literatos, los que somos el
pueblo o por decirlo mejor: la tradición de la humanidad”. Las reacciones de este
sector resulta especialmente virulenta, aún y así, es justo registrar dos detalles:
los más auténticos rechazaban también “lo burgués” en el mismo sentido que se
daba en Balzac y de ello dará buena muestra la obra de Alfred de Vigny,
Chatterton., y además, en algunos casos este reaccionarismo no estaba reñida
con la genialidad literaria, lo que en el caso de Flaubert está por encima de
cualquier duda.
Otro artista comunero destacado sería Jules Dalou (1818-1902), fue designado
como uno de los tres conservadores del Louvre. Dalou había sido un apasionado
republicano, igual que su padre, un proletario confeccionista de guantes que
había participado en la revolución de 1848. En los esfuerzos de Dalou por
convertirse en escultor había sufrido muchos años de miserable pobreza y, al
igual que muchos otros jóvenes artistas vanguardistas de antes y de después,
había atravesado un período de bohemia. Aunque su papel en la Comuna sólo
se refirió a lo artístico, su compromiso le llevó al exilio en Londres. Allí enseñó en
el Royal College of Art hasta que fue amnistiado en 1879. Dalou siempre
mantuvo su devoción por la clase trabajadora, dedicando buena parte de sus
últimos trece años de vida a un proyecto, de inspiración suya, para un enorme
Monumento a los Obreros. Esta coherencia quedó demostrada la hora de su
muerte, cuando dejó —entre muchos bocetos— dos estatuas ya terminadas con
sus nichos algunos relieves, y modelos bocetados de más de 150 estatuas de
obreros de todos los oficios. Menos conocido es el caso del pintor James Tissot,
amigo de Ingres así como de Whistler y de Degas, que se vio obligado a
exiliarse a Inglaterra por haber sido communard. Las escenas de la vida
elegante en la alta sociedad, que pintó en los años siguientes, y que le
permitieron ganar una fortuna amén de un renombre, difícilmente harían
sospechar el interés por la revolución social que le habían convertido en
integrante de la Comuna. Que se sepa, Tissot nunca renunció a su pasado.
3. Novelistas. Sin duda el más conocido fue Jules Vallès (Puy-en-Velay, 1832-
1885), periodista, escritor y miembro de la Comuna de París. Hijo de un modesto
celador de colegio, padece en su infancia la opresión de una madre espartana,
“colmada de grasas y enfermedades, quien, según Frantz Jourdain, tiene tanto
instinto maternal como mostachos una tortuga y le niega las caricias por la
misma razón que le niega los puerros ¡porque le gustan!”. Esta experiencia
familiar “dejó un profundo surco en su alma y contribuyó poderosamente a
formar el futuro rebelde e insurrecto» (Andreu Nin). El 2 de diciembre de 1851,
será el principal animador de un Comité de jóvenes que intenta levantar al
pueblo contra el golpe de Estado de Bonaparte, construye barricadas en varias
calles.
La derrota le inspira el poema Ras les coeurs en el que se podía leer: “Por los
campos en donde germinaba nuestra fe plebeya. Los soldados sembraron las
entrañas de los fuertes. El valor y el derecho largan vela rumbo a Cayena…
Nacieron los esclavos y el hombre ha muerto”. Temeroso por sus actividades
“descarriadas” su padre lo interna en un centro psiquiátrico donde es golpeado
por un enfermo que le abre la cabeza. Pasa toda clase de dificultades hasta que
empieza a trabajar en la prensa. Escribe en varios periódicos pero las
dificultades le asedian y tendrá que trabajar como su padre de celador de un
colegio. Comienza de nuevo su lucha contra el régimen bonapartista, tiene "Sed
de oposición".
Eugene pronto se alinea con las tendencias más socialistas, con los insurgentes
aunque dice: “¡No entiendo nada de política / Pero necesito movimiento! / La
calle estalla en disparos / El pueblo sigue adelante / ¡Vamos a hacer
barricadas!”. Consigue salvarse de la ejecución casi milagrosamente, pero la
represión le afectará permanentemente en la salud: hasta el final de sus días.
Pottier padecerá una neurosis aquejada de congestiones cerebrales. Con
ocasión del golpe de Estado de diciembre de 1851 se libra de ser deportado a
Cayena por estar en cama muy enfermo. En la clandestinidad sus poemas no
dejan pies con cabeza: escribe contra el golpe, contra el Emperador, a los peces
gordos del ejército, de la burguesía, de la Iglesia. También lo hará contra la
política imperial, contra la guerra y llama al pueblo, llegando a sugerir una
“huelga de mujeres” en el momento de la invasión de las tropas de Maximiliano
en México. En 1867 abre el taller de dibujo más importante de París, es ya un
patrón pero su línea de actuación no cambiará. Anima a sus trabajadores a crear
una Cámara Sindical ya que se adhieran a la Internacional.
Después pasa dos años de exilio en Londres y luego otros dos en Boston
viviendo en la más absoluta miseria. En Norteamérica compone un poema a la
Comuna que dice: “¿Comuna, dónde estás pues, tú que te habías alzado / Para
derribar al monstruo? / ¿Dónde están tus defensores? / ¿Dónde tu bandera roja
y la llama de los corazones? / ¿Reanudarás pronto tu trabajo inacabado? / Su
programa era el vuestro, obreros / Restituir este globo a las manos laboriosas / y
rogar a los ociosos que cambien sus paraderos / y reunir después de siglos sin
fortuna / A los pueblos en uno solo para que cuando el ventenal / La libre
humanidad siguiendo su ideal/Exponga al universo esta inmensa Comuna”.
Por otro lado, no olvidemos que la heroína más reconocida (y más odiada por la
“gente bien”) de la “Commune”, Louise Michel (1830-1905), fue, entre otras
muchas otras cosas, autora de unas memorias (existe una traducción castellana
en. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1973), y autora de una Obra Poética de Louise Michel
que fue recogida por D. Armogathe y Marion Piper y publicada por Maspero en
su colección "Actes et Mémoires de peuple", París. Además, su gesta de mujer
rebelde fue cantada por poetas de la talla de Víctor Hugo y Paul Verlaine.
“Los que saben de tus versos misteriosos y dulces, de tus días, de tus noches,
de tu solicitud, de tus lágrimas derramadas por todos, de tu olvido de ti misma
por Socorrer a los demás, de tu palabra semejante a la llama de los apóstoles;
los que saben del techo sin fuego, sin aire, sin pan, del catre y la mesa de pino,
de tu bondad, tu dignidad altiva de mujer del pueblo, de tu ternura austera que
duerme bajo tu cólera, de tu fija mirada de odio a todos los inhumanos, y de los
pies de los niños calentados en tus manos; y ésos, mujer, ante tu majestad
bravía, meditaban, y, a pesar del pliegue amargo de tu boca, a pesar del
maldiciente que, encarnizándose contra ti, te lanzaban todos los dicterios
indignados de la ley, a pesar de la voz fatal y alta que tu acusa, veían
resplandecer el ángel a través de la Medusa...” El de Verlaine fue escrito en
1886 y forma parte de su Ballade en l’ honneur.
Su traducción es: “Ella amaba al Pobre áspero y franco, o tímido, ella es la hoz
en el trigo que madura para el pan blanco del Pobre, y la Santa Cecilia y la Musa
ronca y grácil/del pobre y su ángel de la guarda de ese simple, de ese indócil.
Louise Michel está muy bien”.
Aparte de alguna que otra referencia muy de pasada en películas como El festín
de Babette (Francia, 1987) o Lenin en París (URSS, 1981), cabe contar como
una excepción la producción soviética La nueva Babilonia, de Leonard Trauberg
y Gregori Kozintev (1928), que según Ángel Ferrero “además de estar
considerada una de las últimas obras maestras del período silente del cine
soviético, la elección del tema resulta, vista retrospectivamente, sintomática:
finalizada la lucha de facciones dio comienzo en la URSS su Termidor particular,
encabezado por la figura del Secretario General del Partido, Jósef Stalin, y que
tuvo su traducción cultural en el zhdanovinismo, por el cual habrían de ser
condenados todos los representantes de la vanguardia cultural soviética. La
Nueva Babilonia puede interpretarse como el canto del cisne de la misma; la
elección del tema sin duda no debió de ser casual”.
La obra más importante (y la más extensa: seis horas) sobre este capítulo
fundacional del movimiento obrero es, hasta ahora, La commune (París, 1871),
docudrama firmado en el año 2002 por Peter Watkins (fotógrafo y director
británico, autor entre otras películas de War Game, un estremecedor alegato que
fue Oscar en 1966 al “mejor documental” sobre lo que significaría un desastre
nuclear), que aquí es desconocido. Se le ha relacionado con el anarquismo, y en
la filmografía editada por Christie se citan algunos títulos suyos y una entrevista
con él. Ángel Ferrero, de la Universidad de Barcelona, habla de un “film-río (que)
entroncó con el legado de las vanguardias históricas, desde Sergei M.
Eisenstein (preponderancia del escenario sobre el guión, del protagonista
colectivo sobre el individual) hasta, como se dijo, la aplicación cinematográfica
de las principales técnicas del teatro brechtiano (extrañamiento, reflexividad,
interpretación distanciada, interpelación directa al espectador, intercalación de
didascalias). La Commune se concibió como un film didáctico que había de
acompañarse de debates y jornadas informativas, pero fue boicoteado por los
mismos productores. Watkins muy bien pudiera haberles dirigido el reproche
procedente del Coriolano de Brecht: “Me parece que usted no se da cuenta de lo
difícil que es para los oprimidos unirse”. Watkins utilizó una cobertura mediática
actual para filmar in situ (en un enorme decorado funcional que “reconstruye” el
París de la época) una “información” de los acontecimientos más significativos
con la ayuda de 200 actores, en su mayoría no profesionales.
Notas
(1) Las notas de este apartado están extraídas de Los escritores contra la
Comuna, de Paul Lidsky (Ed. Siglo XXI, México, 1971). Otra obra básica es Los
poetas de la Comuna, de Maurice Choury (Los libros de la Frontera, Barcelona,
1975);
(2) cf. José María Moreno Galván, Honoré Daumier, “Tiempo de Historia”, n." 51,
febrero de 1979).
(3) He aquí una breve lista de sus obras: El dinero (1857), Los refractarios, La
calle (1868), El niño (Alianza, Madrid, 1971, prólogo de Jorge Semprún), Los
hijos del pueblo (1879), El bachiller (1881), La calle de Londres, El insurrecto
(Ed. Mateu, col. Maldoror, Barcelona, 1970, presentación de Manuel Serrat
Crespo). Después de su muerte se editaron: Las brusas, Las palabras,
Recuerdo de un estudiante pobre, El espectro de París y Un gentilhombre.
Sobre su vida, ver en el ensayo de Teresa Pámies en Romanticismo militante
(Galbas, Barcelona, 1976).
http://anticapitalistas.org/spip.php?article27723
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Los artistas por ser seres humanos de alta sensibilidad, donde el sentimiento
prima sobre el sentido lógico, y donde la justicia es el faro que avizora el puerto
de lo digno de los hombres, siendo el polo imantado que los atrae subyugados
por lo que en la época se consideró o realmente representaba o era el concepto
de lo justo; es por esto, con raras excepciones, siempre han estado a lo largo de
la historia del lado de los débiles y de los que nada tienen. De ahí que en el caso
de la Comuna en apariencia resulte inexplicable que algunos escritores se
opongan a la Insurrección Popular. Confluyen dos razones decisivas para su
alineamiento en la orilla opuesta a la Comuna. La primera es la triple confluencia
de intereses distintos en el campo de la economía, sustentados en el modo de
producción diferente y opuesto: la sociedad feudal que está en sus últimos
estertores y que ha sido liquidada políticamente por la Revolución Francesa, en
su agonía le queda oxígeno en el plano del arte y de la cultura para continuar
aún con vida, su lado opuesto lo representa la burguesía triunfante y en total
desarrollo, y que por esta realidad todavía no ha alcanzado a sedimentarse
plena y totalmente en el campo de la cultura y el arte, y la tercera y última
corriente, la materializa el concepto de economía colectiva que no tiene
existencia material en ninguna parte y su realidad es sólo teórica corporizándose
en la idea. Idea que tiene realidad; esa sí material en el espacio de la producción
industrial y en la explotación de la tierra; es decir, en el trabajo. Son los
trabajadores los que por sus intereses se expresan en lo colectivo, y que
políticamente aflora en el socialismo, principalmente en el de Pierre-Joseph
Proudhon quien dijo: La propriété, c’est le vol ”, (“La propiedad es robo”) y
“L’anarchie c’est l’ordre sans le pouvoir”, (“La anarquía es el orden sin el poder”);
Mikhaïl Baukonine, teórico y jefe del anarquismo, y Auguste Blanqui socialista
utópico, movimiento político que por esencia se opone tanto al feudalismo como
al capitalismo, y que en el conflicto de la lucha de clases se proyecta en el seno
de la Comuna. Ella es para los escritores, tanto burgueses como monárquicos,
un mundo desconocido, lleno de interrogaciones y de azares. La segunda es
que toda una generación de escritores que vivieron la experiencia de la Comuna
están en el ocaso biológico, son seres de edad avanzada. Algunos ejemplos,
Leconte de Lisle tiene cincuenta y tres años, Georges Sand sesenta y siete,
Gobineau cincuenta y cinco, Flaubert cincuenta, y en ese orden muchos otros.
La experiencia de la Comuna exige hombres fogosos, audaces, sin miedos,
optimistas, estas cualidades abundan desbordantes sólo entre la juventud, y si
se es de edad, como los escritores citados se le exige lucidez, no para escribir,
sino para descubrir, analizar y procesar el material sobre el cual tienen que
crear, y en el mundo de las decisiones correr el riesgo, aventurarse a estar del
lado de lo desconocido y nuevo. La práctica demuestra que lo dominante en las
personas de edad es el conservadurismo. Una conmoción social como la
Comuna produce pánico a los que tiene que perder y a los ancianos por el
riesgo de morir. Si se hace un balance objetivo teniendo en cuenta la realidad
vista en distintas direcciones, los servicios que presta la pluma a las causas
sociales, son inmensamente mayoritarias a favor de la Comuna, puesto que aquí
debe tenerse en cuenta igualmente la producción en cuanto a creación derivada
del fenómeno social donde no se encuentran prácticamente obras anti-
comuneras; mientras que a su favor, sí hay numerosos textos; es por esto, que
la tesis de Paul Lidsky en su libro Les écrivains contre la Commune, es subjetiva
porque la realidad demuestra todo lo contrario.
George Sand
Para señalar en breve por qué George Sand se opone a la Comuna, hay dos
razones que contribuyen a ello. Una es que se muestra casi imparcial porque no
comprende el conflicto franco-prusiano, y la otra es que la República la seduce
total y plenamente, ve en la revolución burguesa el porvenir para la humanidad,
mientras que los excesos del populacho los considera los saturnales de la
locura. En el libro de Paul Lidsky, Les écrivains contre la Commune, en la página
52 el autor nos revela un extracto de su correspondencia:
Gustave Flaubert
Gustave Flaubert tenía un odio visceral al igual que otros escritores de su tiempo
contra el pueblo raso; no lo ocultaba ni oral ni por escrito; en correspondencia
con su amiga George Sand, en una carta dirigida a mediados de octubre de
1871, opinaba sobre la Comuna así:
“Pienso que debiera haberse condenado a las galeras a toda la Comuna y forzar
a esos imbéciles sangrientos a quitar los escombros de las ruinas de París con
cadena en el cuello como simples prisioneros forzados. Pero esto habría herido
a la humanidad. Uno es blando al menos con los perros enrabiados y punto por
los que ellos han mordido.
Émile Zola
Sin embargo, para no emitir juicios de valor, que sea el mismo autor que nos
presente una prueba del tema que nos ocupa. Reproduzco a continuación parte
de una correspondencia que él mantuvo con la señorita Sandoz:
Dans l'attente de vous lire, recevez, cher Maître, mes plus respectueuses
salutations.
Mlle Sandoz
...
Bonjour Mademoiselle,
Ainsi, j'éprouverais une haine viscérale pour la lutte du prolétariat, moi qui ai été
parmi les premiers à décrier les conditions épouvantables dans lesquelles vivait
le peuple ouvrier!?
Où cet «écrivain» qui brocarde «Zola l'imposteur» mais dont on ne me dit pas le
nom est-il allé prendre que je haïrais le peuple? Moi, Émile Zola, éprouver une
«haine viscérale pour la lutte du peuple»?
Et après cela on voudrait que j'approuve ceux qui ont pris le pouvoir et se sont
comportés en barbares? Oui, en barbares cachés mais manipulant la fièvre du
peuple! Excitant le peuple à brûler les Tuileries, l'Hôtel de Ville!
Je n'ai pas craint de dire haut et fort, sans ambiguïté, en 1871, que «pour les
vrais ouvriers, pour ceux que des besoins ou des convictions poussent sous la
mitraille, mes compassions sont grandes». Sans ambiguïté aussi à propos des
Versaillais: «on s'est tué entre frères, et nous allons couronner ceux qui ont
massacré le plus de leurs concitoyens! La victoire de Versailles m'effraie...». Et
qui a exprimé sa répugnance devant l'abject public des cours martiales qui
accablait les accusés et perturbait le déroulement de la justice, si ce n'était Émile
Zola? Qui demande aujourd'hui des mesures de grâce et l'amnistie pour les
Communards, si ce n'est moi, Émile Zola?
Que me reproche le Combattant Anonyme? D'avoir écrit ceci? «Le bain de sang
que le peuple de Paris vient de prendre était peut-être une horrible nécessité
pour calmer certaines de ses fièvres. Vous le verrez maintenant grandir en
sagesse et splendeur.»
Eh, bien oui, j'ai dit cela en 1871! Était-ce haïr le peuple que de dire cela au
lendemain de la sanglante répression de la commune? Est-ce haïr le peuple, que
de réaffirmer des années après l'horrible bain de sang où il fut précipité, qu'un
peuple transformé, plus adulte, plus sage et plus grand, est apparu?
Émile Zola
...
Cher Maître,
Votre réponse reflète l'émotion avec laquelle vous l'avez rédigée. L'auteur du
livre a sciemment détourné vos propos afin de pouvoir donner de vous une
image totalement faussée.
Toute personne admirant votre oeuvre ne sera pas dupe de cette tentative
détestable.
Mlle Sandoz
...
Señorita Sandoz
...
¿De dónde este “escritor” que lanza pullas “Zola el impostor” pero que no me
nombra ha sacado que yo odiaría al pueblo? Yo, Émile Zola, , demostrar un “odio
visceral por la lucha del pueblo”?
No tengo temor para decir alto y fuerte, sin ambigüedad, en 1871 que “para los
verdaderos obreros, para aquéllos cuyas necesidades o convicciones empujan
bajo la metralleta, mis lástimas son grandes” Sin ambigüedad también a
propósito de Versalles “se han matado entre hermanos, y nosotros vamos a
coronar a aquéllos que han masacrado a muchos de sus conciudadanos! La
victoria de Versalles me espanta…” Y ¿quién ha expresado su repugnancia
delante del abyecto público de las cortes marciales que aplastaba a los
acusados y perturbaba el desarrollo de la justicia, si no era Émile Zola? ¿Quién
pide hoy día medidas de gracia y amnistía para los Comuneros, si no soy yo.
Émile Zola?
¿Qué me reprocha el Combatiente Anónimo? ¿De haber escrito esto? “El baño
de sangre que el pueblo de París acaba de sufrir fue talvez una horrible
necesidad para calmar a algunos de sus fiebres. Ahora usted lo verá crecer en
sabiduría y esplendor.”
¡Pues bien sí, yo dije esto en 1871! ¿Era odio al pueblo, como decir esto al día
siguiente de la sangrienta represión de la Comuna? ¿Es el odio al pueblo, como
reafirmar años después del horrible baño de sangre donde él se precipitó, ha
aparecido un pueblo transformado, más adulto, más sabio y más grande?
Émile Zola
...
Querido Maestro,
Toda persona que admira su obra no será engañado por esta tentativa
detestable.
Señorita Sandoz
...
En el libro de Paul Lidsky, aparece una cita en la página 63, sobre un texto de
Catullo Mendès, donde Émile Zola se expresa así:
« Hé, c’est justement parce que les hommes qu’ils envoient à la mort se battent
avec un héroïque courage que nous en voulons aux membres de la Commune.
Qu’ils soient maudits de dilapider de la sorte la richesse morale de Paris ! »
Charles Marie Arthur Leconte de Lisle fue un poeta parnasiano, máxima figura
de este movimiento poético, y en últimas, responsable de la publicación y
selección de la misma. Nació el 22 de octubre de 1810 en Saint-Paul sur l’Île
Bourbon, actualmente denominada Isla de La Reunión, y murió el 17 de julio de
1894 en Voisins. Su padre, Charles Marie Leconte de Lisle, cirujano ayudante en
el ejército de Napoléon. Su madre Anne Suzanne Marguerite Élysée de Riscourt
de Lanux. En la vida de este poeta es de anotar que se opuso a la esclavitud
denunciándola con vigor, igualmente será un defensor de la República. Un año
después de la Comuna el Senado lo nombrará sub-bibliotecario y en 1883 lo
nombran Oficial de la Legión de Honor. Luego de la muerte de Victor Hugo será
su sucesor en la Academia Francesa en una sesión memorable, efectuada el 31
de marzo de 1887, donde él fue recibido por Alejandro Dumas, hijo. Su obra
consta de artículos polémicos, manifiestos y otros. Entre su textos poéticos se
destacan tres libros. Poemas antiguos, poemas bárbaros y poemas trágicos.
Sobre Leconte de Lisle hay variados textos que prueban que él se opuso a las
ideas colectivas. A continuación reproduzco un párrafo de una carta que él
dirigiera a Louis Ménard el 7 de septiembre de 1849 donde expresa la
desaprobación de su militancia política, en la que más tarde fuera una de las
corrientes más activas de la Comuna, el Blanquismo:
« Vas-tu passer la vie à rendre un culte à Blanqui qui n’est ni plus moins qu’un
sorte de hache révolutionnaire, hache utile en son lieu, je le veux bien, mais
hache enfin ! Va ! Le jour où tu auras fait une belle œuvre, tu auras plus prouvé
ton amour de la justice et du droit… »
http://www.vericuetos.fr/article-ensayo-4-86539845.html
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