Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
El origen del antisemitismo (rechazo a los judíos) se remonta a la Biblia ya que varios pasajes
expresaban hostilidad hacia los judíos. Consiguientemente, en la cultura occidental cristiana, el
antisemitismo era común. Algunas manifestaciones incluyeron la prohibición de que los judíos
poseyeran tierras, vivan en ciertas áreas y ejerzan ciertas profesiones. Incluso, se les había
obligador a vivir en guetos y vestirse con ropa que permita que sean identificados. Luego,
durante La Ilustración, se cuestionó el antisemitismo y se les permitió gozar de mayores
libertades y derechos.
Después de la Primera Guerra Mundial, los judíos se convirtieron en símbolo del comunismo
porque, coincidentemente, en levantamientos comunistas en Berlín, los principales
representantes eran judíos. Para Hitler, los judíos se habían hecho con el control total de la
civilización rusa (mediante el comunismo), y ahora la intentarían usar para conquistar otras
naciones. Entonces, dada la amenaza para la civilización, Alemania debía inevitablemente
intervenir para evitar que el comunismo se continúe expandiendo. Según Hitler, esa sería una
guerra, como ninguna otra, entre dos razas e ideologías distintas.
Otras acusaciones absurdas que recibieron los judíos fueron: destruir el viejo régimen política,
aceptar el Tratado de Versalles, participar en el gobierno de Weimer (gran crisis económica), y
causar la hambruna y la epidemia de gripe. Si bien en los primeros puntos sí tuvieron
participación, fueron decisiones colectivas en las que también participaron alemanes no judíos.
El Volkisch
Como era de esperarse, los judíos quedaron excluidos del Volkisch. Ellos simbolizaban las
fábricas, las ciudades y el comercio (industrialización); por lo tanto, eran opuestos al pueblo
alemán campesino. Incluso, se les asocia con todo lo que le iba mal a Alemania y se concluye
que para que la “vida nacional recobre salud”, debían ser expulsados.
El símbolo de la esvástica fue adoptado por los que creían en el Volkisch porque antiguamente
había sido utilizado por otras culturas para simbolizar la conexión con sus antepasados.
El antisemitismo moderno
El antisemitismo de Hitler era “moderno” porque pretendía utilizar la raza en lugar de la religión
para justificar la discriminación a los judíos. Por lo tanto, aunque un judío se convirtiese al
cristianismo, no podría ser salvado. En aquel entonces, las ideas sobre la desigualdad de razas
incluían el concepto de que solo los blancos, la raza más civilizada, era capaz de criar
civilizaciones. Para preservarlas, también se debía preservar la sangre del grupo que la creó.
Entonces, en el caso de Alemania, se debía preservar la sangre de los alemanes. Para
Chamberlain, un escritor británico, los alemanes eran el ideal y los judíos, entonces, tenían que
ser lo contrario.
Hitler describía a los judíos como una raza no alemana que incorrectamente poseía los mismos
derechos políticos que los “verdaderos alemanes”; como eran “malos”, utilizarían cualquier
medio para satisfacer sus ansias de dinero y dominio. Por eso, pedía que el gobierno se
manifieste y los expulse.
El movimiento eugenésico
Así mismo, se entendía que para “perfeccionar la raza”, las guerras serían necesarias porque era
uno de los medios que tenían las naciones (o razas) para luchar por la existencia.
Cabe mencionar que no hay una relación directa entre el antisemitismo anterior a Hitler y el
moderno. Esto se evidencia en lo siguiente: los antisemitas modernos tenían dificultades para
convencer a la población de odiar a los judíos y había países con mayores rasgos antisemitas
(por ejemplo: Rusia).
Para lidiar con el problema judío Hitler comenzó fomentado que abandonaran el país. Sin
embargo, los judíos enfrentaban obstáculos para emigrar: los nazis deseaban adueñarse de su
dinero y debían encontrar un país dispuesto a acogerlos. Para solucionar esos problemas, los
judíos podían usar su dinero para comprar maquinaria alemana que se exportaría a Palestina;
luego, emigrarían a Palestina y al llegar se les reembolsaría el costo de la maquinaria. Este trato
permitía a las compañías alemanes conseguir divisas de las exportaciones y a los judíos llevarse,
al menos, parte de su dinero. Entonces, una gran cantidad de judíos se trasladó a Palestina.
Hitler comenzó a recibir críticas extranjeras por la persecución de los judíos y se mostraba
sensibles a ellas porque temía que pudiera haber ataques contra miembros del partido Nazi. Sin
embargo, los partidarios del antisemitismo sintieron que las medidas para fomentar la
expulsión de judíos no eran suficientemente rigurosas.
Para justificar las leyes, Hitler sostenía que había recibido quejas sobre el comportamiento de
los judíos. De acuerdo a las leyes, un judío era aquel que tenga por lo menos tres abuelos de
pura sangre judía. Aquellos con solo dos abuelos judíos podían ser o no ser judíos dependiendo
de las costumbres que tenían. Cabe mencionar que esto evidenció que era imposible establecer
una definición racial o sanguínea de los judíos; aquellos que con dos abuelos judíos tenían la
misma “sangre judía” pero se debía considerar la religiosidad para clasificarlos.
El primer objetivo de las leyes era advertir a la comunidad judía internacional que el trato que
recibirían los judíos en Alemania dependería de su comportamiento. De esta manera, Hitler
también descargaría su ira por las acciones que los judíos en el exterior habían tomado en su
contra. El segundo objetivo buscaba reducir la brecha entre las expectativas de los que
perseguían judíos en la calle y los que pedían que el régimen clarificara su posición. Hitler,
incluso, recordó a sus seguidores, luego del lanzamiento de las leyes, que debían abstenerse de
perseguir a los judíos por su propia cuenta. De esta forma se eliminarían los casos de terrorismo
aislado. Entonces, a Hitler se le facilitaría refutar las acusaciones de atrocidades y los boicots
organizados en el exterior.
Luego de que se promulgaran las leyes de Nuremberg, en septiembre de 1935, los alemanes
seguían haciendo caso omiso a la difamación de los judíos. Entonces, para instaurar el Estado
Volkisch, Hitler tenía que convencer a los alemanes arios de que los judíos eran peligrosos.
Se tomaron medidas en el sistema educativo. En primer lugar, los maestros enseñaban que los
“arios” eran mejores que los malvados judíos. Sin embargo, era complicado convencer a los
niños alemanes porque conocían niños judíos que los trataban bien. Entonces, los maestros
hacían hincapié en la supuesta naturaleza engañosa de los judíos; mientras más encantadores
parecían, más perversos resultaban. Además, debían evitar el contacto de los alemanes con los
judíos.
En tercer lugar, los niños aprendían que, en la naturaleza, los animales no hibridaban, pero los
humanos habían desafiado las leyes de la naturaleza. Entonces, se podía justificar las leyes de
Nuremberg con el pretexto de que permitirían volver al orden divino.
Los judíos alemanes, por un lado, pensaban que debían hacer algo por las medidas que cortaban
sus libertades, y, por otro, consideraban que las medidas eran positivas porque terminaban
con la violencia arbitraria y, entre 1935 y 1937, les permitían una vida relativamente calmada.
Para lidiar con las leyes excluyentes se dedicaron a vivir en el seno de sus propias comunidades.
Los adultos alemanes, en general, no estaban preocupados por la situación de los judíos. Por
un lado, no fueron adoctrinados como los niños porque tenían experiencia tratando con judíos.
No obstante, sí brindaron apoyo al régimen porque sentían que estaban contribuyendo a la
higiene racial y, además, estaban convencidos de que eran mejores que otras razas. Así mismo,
Hitler había logrado la reducción del desempleo, el aumento de los salarios, la eliminación de
los mendigos, y que los jóvenes realicen deporte y servicio comunitario. Ese éxito económico
sucedió por los préstamos a gran escala dirigido a la expansión militar. Con la mejora de la
armada, Hitler buscaba que Gran Bretaña se convierta en su aliado.
Hitler tenía la intención de expandir el “espacio vital” para que el exceso de población alemana
pueda vivir cómodamente. Entonces, utilizó la excusa de la supuesta incursión de los judíos en
la Rusia bolchevique para justificar la expansión a sus regiones occidentales. Para lograr la
ampliación del espacio vital, primero se debía consolidar el poderío militar y luego se debía
aplicar la “solución final” que consistía en el enfrentamiento.
En cuanto a Austria, Hitler había tenido la intención de unificar a casi todos los países de habla
alemana; entonces, en Austria, se organizó un plebiscito sobre la unificación con Alemania.
Como, los austriacos, pensaban que la llegada del partido nazi favorecería al desarrollo a la
mejora económica, aceptaron. Apenas las tropas alemanas entraron a Austria en 1938, el acoso
a los judíos comenzó. Pero como había sucedido en Alemania, los nazis pusieron un pare a la
brutalidad e institucionalizaron la persecución; por ejemplo, se expropiaron negocios y se
prohibió que los judíos se enlistaran en el ejército. Las leyes de Austria, aún más opresivas que
las alemanas, luego se replicaron en Alemania.