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Néstor A. Blanco S.

H ola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a
entrar en la presencia de Dios, porque en medio de los ruidos que
produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más
importante- obedecerla. No hablamos del altar de incienso donde Zacarías se
encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común en el
Antiguo Testamento.
Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de
religiosidad, las cuales muchas veces pierden su valor espiritual. No creemos
que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la
sentencia divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “ …Dice,

pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios
me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un
mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…” Isaías 29:13
El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los
límites de nuestras formas religiosas; desea que en la intimidad de nuestra vida y
en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el
salmo 5: “… Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré

delante de ti, y esperaré.”


La iglesia de Cristo tiene una deuda con el altar. Hay un déficit moral en
nuestra alma, un vacío, y si me permiten el término, un hueco, que no se puede
satisfacer en los escarceos de lo que “hacemos” muchas veces distraídamente
en eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de
oración!; hablamos de “estar” en la presencia de Dios. Eso es diferente a traer
una lista de peticiones para que Dios las resuelva La honestidad nos impone
reconocer que pasar tiempo en el altar es
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Rvdo. Néstor A. Blanco S. equilibrio@cantv.net / blanconestor47@gmail.com. / Twitter:@pastornestor1
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una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas del
mismísimo infierno.
Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús
será nuestro punto de partida. Sus discípulos le pidieron: “Enséñanos a orar”.
Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de
estar con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos.
¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar!.

Néstor A. Blanco S. 2ª.

uando leemos el capítulo 11 del evangelio de Lucas nos sorprende la

C narración de un feliz encuentro entre uno de los discípulos y Jesús. El


Hijo de Dios, -como era su costumbre-, se había apartado a orar en un
lugar solitario, y el discípulo, en nombre de un grupo mayor le hace una curiosa
petición a Jesús: Señor, ENSÉÑANOS A ORAR como Juan enseñó a los suyos.
Este es un incidente demasiado serio, con un valor sustantivo muy denso,
el cual merece nuestra máxima atención, porque pone en boca de una persona
que tiene, al menos, tres características: a) es un adulto, b) es un judío y c) es un
discípulo de Cristo; que está manifestando claramente que él, junto con el grupo
que representa, (enséñanos) no saben orar.
Si una persona con esas credenciales declara que no sabe orar, entonces
eso nos plantea preguntarnos qué era lo que sabía y que era lo que ignoraba
acerca de la oración. Evidentemente, como judío había aprendido largas
oraciones de memoria que se hacían en horas fijas y con la mirada hacia
Jerusalén. Eso representaba el entorno social y religioso, más no la esencia de la
oración. Eso era la religión de la oración.
Justamente, ese es el sentido de la petición de los discípulos. Saben hacer
oraciones con rígido respeto a formas religiosas, pero sólo cuando vieron orando
a Jesús sienten que lo que tenían como forma de orar, sencillamente no
funcionaba, y por eso le piden ayuda.
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¿Qué fue lo que impactó a los discípulos de la oración de Jesús?, ¿Fue su


contenido, o fue acaso su disciplina?. Esto nos permite hacer una diferenciación
pedagógica de primer orden. Hay una diferencia sustancial entre orar (a secas) y
tener vida de oración. Muchísimas personas en el mundo pueden orar, pero
pocos, en realidad, tienen vida de oración.
Nadie exhibió jamás un reverente respeto por la disciplina de la oración
como Jesús de Nazareth. Cristo apartaba consuetudinariamente tiempo de su
apretada y exitosa agenda para pasarlo en la presencia del Padre. Siempre tuvo
el cuidado de ubicar a la oración en el lugar que le correspondía. Comprendía
que la oración utilitaria cuyo sentido es obtener favores del cielo no es suficiente
para
ser un creyente victorioso. De manera que pasaba noches enteras orando, o se
levantaba en las oscuras madrugadas antes de que las exigencias del día lo
ocuparan. Naturalmente que esa práctica espiritual producía un nivel ministerial
particular. Jesús creyó que Él necesitaba orar intensamente. Entendía que el
hecho de ser Dios mismo no lo eximía de esa búsqueda. Él, al venir a la tierra, se
había despojado de su gloria. No podía usar su divinidad para facilitar su
ministerio, porque su santidad inherente no se lo permitía.
Si el Hijo de Dios tenía vida de oración, ¿Será que nosotros podremos
sacar de su ejemplo alguna lección?

Néstor A. Blanco S. 3ª.

L
os discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con
su forma de orar, sólo cuando vieron orando a Jesús. Es decir, les
impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto,
mientras que ellos oraban dominados por la rutina de una religiosidad tradicional.
La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No les dijo –por
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ejemplo- lo que nosotros tenemos años enseñándolo a la gente: “orar es hablar


con Dios”. Eso es tan superficial como decir que comer es abrir la boca.
El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos la
respuesta de Cristo ante la importante petición de sus seguidores: El Hijo de Dios
no se fue por las ramas. Antes de enseñarles propiamente a orar les hace tres
advertencias: 1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la
puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará en público”. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una
cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas
que hacemos como marcas de una religiosidad, pero que no siempre significan
intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje, para
pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya
necesariamente entrega de la vida.
Jesús habla de oración privada, íntima, no habla de oración casual o
impuesta, habla de oración voluntaria. Habla de un tiempo (no importa si es
mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de Dios. Con toda
seguridad que Él también oraba en las ocasiones tradicionales ya referidas, pero
siempre tuvo el especial cuidado de hallar un espacio en su apretada y exitosa
agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia de su Padre. Nunca
permitió que el éxito de su ministerio le restara tiempo para estar en oración.
2ª. “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las

sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya
tienen su recompensa”. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que
el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para
que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales” Toda intención
que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se
convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para
impresionar a la gente.

3ª. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su

palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está
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referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes


casi nunca son sinceras y las palabras sinceras casi nunca son elegantes. Él
considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un discurso.
Cuan ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo.

Néstor A. Blanco S. 4ª.

os discípulos habían orado durante toda su vida, pero la vida de oración

L de Jesús les hizo entender que ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No
hay que angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo.
Hay gente que se ha pasado toda la vida en la iglesia y descubren, después de
mucha práctica religiosa, que tampoco saben orar.
Con el fin de enseñarlos, Cristo le indicó a sus seguidores que había tres
valores que debían considerar: A.- El entorno de la oración, B.- La motivación de
la oración, y C.- La Esencia de la oración. El entorno se refiere al lugar de
intimidad en búsqueda de su presencia y a la idea de apartarnos a solas con Él.
La motivación tiene que ver con lo que nos mueve realmente a orar. Nos advierte
de no orar afectados por la hipocresía porque, en ese caso, la oración estaría
mediatizada por un pecado. La esencia es el contenido de nuestra plegaria. En
ese sentido, Jesús dijo “Vosotros, pues oraréis así”:. De manera que asombra que la
iglesia cristiana haya concedido tan poca importancia al deseo del Señor, El
Padrenuestro fue reducido a una repetición vacía.
¿Cuánto tiempo apartamos durante nuestro día para estar en la presencia
de Dios?; ¿Qué lugar tiene la oración en nuestra vida?. Cristo nos habló de tres
dimensiones en las cuales podemos articular nuestra oración: Pedir, llamar y
buscar (Lucas 11:9). Es impresionantemente triste cómo hemos relacionado la
oración sólo con pedir. Pedir siempre es más fácil. El problema con esa postura
es que ignora los elementos más sublimes de la vida de oración, como lo son,
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llamar y buscar. El salmista nos lo recuerda: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz, de mañana
me presentaré delante de ti y esperaré…” Salmo 5:3.
Tenga la absoluta seguridad de que cuando se acerque a la presencia de
Dios en oración usted va a ser cambiado, porque nadie se acerca a Él para
permanecer igual. Permítame decirle esto con un ejemplo ordinario: ¿Sabe Ud.
por qué la grasa se derrite cuando se acerca al fuego?. Se derrite porque ante el
fuego ella no tiene opciones. Cuando se acerca al calor, la grasa pierde su propia
naturaleza. El fuego la domina. Lo único que puede hacer para no ser
transformada es no acercarse. Si te acercas a la presencia de Dios en oración
vas a ser cambiado. Ningún ser humano puede acercarse a Dios y permanecer
igual. No te preocupes por el discurso en la oración; no te angusties por las
palabras; no midas el tiempo. Orar no es competir con nadie. Si no tienes nada
que decir, ¡Por Dios!, No digas nada!. Quédate en el silencio de su augusta
presencia y deja que su Espíritu te toque. Tu sollozo, tu silencio, tu llanto, tu
gemir, tu humillación; tu reverencia; todo eso junto es oración!.
Nuestro Padre está esperándonos en el altar. Después de estar con Él
nunca seremos iguales “…porque los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a sus
oraciones…” 1ª Pedro 3:12. Separa tiempo para estar en oración y descubrirás la
verdadera vida de un cristiano. Nadie sale de la presencia de Dios igual que como
llegó. Entra en el Lugar Santísimo. Hace mucho que Él te espera.

Néstor A. Blanco S. 5ª.

H
ay muchos creyentes que desean tener un tiempo de intimidad con Dios
porque intuyen que eso es bueno y agrada al Señor, pero pronto se desaniman
y lo abandonan porque descubren que la práctica de la oración tiene evidentes
dificultades naturales que no se experimentan en ninguna otra de las disciplinas
devocionales. Cuando alguien decide tener un encuentro en oración, surgen de
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inmediato una o varias de estas dificultades: Sueño, cansancio, falta de concentración,


diversas interrupciones, (llaman a la puerta, timbra el teléfono…) miedo, dolores, visitas
inesperadas, etc.

Sin embargo, si Ud. decide que va a ver una película, leer la prensa, disfrutar de
su programa favorito en TV., o descansar en una playa; no aparece ninguno de estos
accidentes. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué ocurre eso?. Se lo diré en términos
coloquiales: ¡Porque su oración causa terror en el infierno!. Un gran hombre de oración
lo expresó así: “La preocupación principal del diablo es impedir la oración de los
cristianos. Él no le teme gran cosa a los estudios; tampoco hace caso a nuestros
programas, ni a la religión que se caracteriza por la falta de oración. Él se ríe de nuestro
trabajo, se burla de nuestra sabiduría,...¡Pero ¡TIEMBLA! cuando oramos!”

La oración desencadena la presencia de Dios de una forma sobrenatural, porque


la verdadera oración no es una actividad normal; es un acto de guerra espiritual. La
Palabra de Dios nos reseña el momento cuando Salomón oró durante la consagración
del Templo: “…Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el
holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la
casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.” 1ª de Cron. 7: 1-2. La
disciplina de la oración produce por sí misma una reacción en el mundo espiritual, que
las fuerzas de las tinieblas no soportan. Por eso es que responden con violencia
tratando de anularla. Un cristiano tiene que saber eso; debe entender cómo funcionan
Dios y Satanás durante el proceso de la oración. Tenemos que aprender que la oración
no es meramente una “actividad religiosa”, sino una relación con Dios que tiene que ser
cultivada, porque es la vida misma de un hijo de Dios.

La vida de oración va a producir cambios en tu vida que tú a veces no buscas ni


esperas, por la sencilla razón de que todo el que se acerca a Dios se llena de Dios, a la
manera de Dios. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y
vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Sant. 4:8
Cornelio, un centurión romano, fue un militar invasor de Israel en la Palestina del
siglo uno. Era de esperarse que fuera malvado y pagano, pero la Biblia dice que “oraba a
Dios siempre”. No sabemos cuándo, cómo y dónde ocurrió su conversión; lo que sí
sabemos es que “oraba” y esa vida de oración convirtió a un pagano enemigo del pueblo
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de Dios en un instrumento para que el glorioso Evangelio de Cristo afectara a todo el


mundo gentil. ¿No le parece eso maravilloso?. El gran apóstol Pedro vio con sus propios
ojos cómo el Espíritu Santo cayó sobre una congregación de “odiosos gentiles” que
Cornelio había reunido.
No te desanimes porque orar sea con frecuencia una tarea difícil. No puede ser de
otra manera. Nunca te sientas derrotado aun cuando no puedas realizar la oración. No te
angusties si no sientes gozo. Él ha dicho que estará con nosotros “Todos los Días hasta
el fin”. Nunca te rindas. Detrás de una montaña siempre habrá un valle.

Néstor A. Blanco S. 6ª.

engo la absoluta convicción de que la vida de oración es, sin lugar a

T dudas, la práctica que produce más transformaciones en cualquier


persona. Cuando alguien descubre esa verdad está a punto de asistir al
escenario donde van a ocurrir los más importantes cambios de su vida. Orar,
ciertamente nunca ha sido, no es, y jamás será algo ligero o fácil. En la práctica
de la oración siempre habrá: 1.- Un hombre finito que se acerca al trono de la
gracia. 2.- Un Dios infinito que ama al hombre y siempre le responde, y 3.- Un
enemigo de Dios y del hombre, cuyo esfuerzo fundamental es anular la oración
como sistema.
Tenemos muchas dudas acerca de la oración. Nos sorprenderíamos cómo
ellas serían resueltas simplemente si oráramos. Así de simple. Porque lo más
difícil de la oración, es orar. Es curioso que la mayoría de las dudas que la gente
manifiesta acerca de este tema tengan que ver con las “formas externas”; que
son -justamente- las que a Dios menos le interesan.
Cuando hablábamos de la esencia de la oración en entregas anteriores nos
referíamos a lo que la tradición cristiana ha denominado “el padrenuestro”; que
no es otra cosa que un bosquejo para orar concebido en el corazón de Jesús. De
manera que no hay especial virtud en repetirlo porque ese no fue su diseño. Si
examinamos con detenimiento el modelo de Jesús, descubriremos que esa
estructura es una verdadera revisión de la vida. Debe preocuparnos que la iglesia
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universal no ha obedecido la indicación del Hijo de Dios cuando nos exhortó:


“…vosotros, pues, oraréis así”.
En un intento de obediencia por rescatar el mandato divino vamos a
analizar el padrenuestro para introducirnos en los elementos constitutivos de lo
que debe ser la oración de un cristiano. “Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también
en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos
del mal. Mat 6:9-13. Lo primero que nos impresiona es la palabra “Padre” al
comenzar la oración. Eso es un novedoso aporte que hace Jesús. La tradición
judía hasta había olvidado el sonido original del nombre de Dios en un esfuerzo
“reverente” por no tomar en vano el nombre del Altísimo. Lo más interesante de
esto es que la palabra que propone Jesús en la entrada de la oración es “padre”,
que usada en el Getsemaní, la cambió por “abba”, un vocablo arameo que
representaba la forma más pura e inocente con la que los niños llamaban a su
padre. Es decir, Dios; quien es Rey de reyes y Creador y sustentador de cuánto
hay, es, al mismo tiempo y sin contradicciones, no sólo nuestro Padre, sino que
además nos invita a poner a un lado el miedo natural que todos le tenemos a
Dios.
De manera que la primera lección que Jesús nos da en cuanto al contenido
de nuestra oración es: No hay ninguna razón para tu miedo. Él es todo lo que es
sin disminuir nada y además de todo eso es también tu papá. Él te abraza, y te
acoge, te da seguridad en su regazo, cualquiera que sea tu condición. Por favor,
¡Nunca le tengas miedo a Dios, porque sin dejar de ser tu Dios, es tu papá.

Néstor A. Blanco S. 7ª.

E
s hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que
como tal me trata. No tenemos que venir a la presencia del Altísimo como
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si nos estuviera esperando para castigarnos. Ese no es el carácter de Dios. Si es


cierto que el padrenuestro es una invitación divina a revisar nuestra relación con
Dios, no debemos temer abandonarnos en sus manos. La figura del padre
significa, protección, compañía, afecto, seguridad, provisión. Sin embargo,
puede ser que nuestra relación con nuestro padre biológico no evoque
precisamente esas emociones. En ese caso, debemos confiar en que Dios no es
culpable de los errores humanos. Aprovechemos, pues, nuestra relación con Él
para sanar todo recuerdo que nos cause dolor.
Esta sanidad es un proceso y debemos insistir en oración hasta que
seamos curados; pues no se trata de una carrera de velocidad sino de
resistencia.
Inmediatamente, la oración de Jesús nos invita a considerar al Padre como
“Nuestro”. Esta palabra es interesante porque implica necesariamente relación.
No podemos negar que las relaciones humanas son, por naturaleza,
especialmente difíciles.
A los seres humanos nos es medianamente fácil interactuar con Dios, pero
se crean muchos ruidos cuando se produce el fenómeno de comunicación entre
nosotros. Nos cuesta aceptar a los demás como ellos son y tampoco es sencillo
mirar dentro de nosotros mismos y ser objetivos.
El servicio que prestamos a la obra de Dios se ve obstaculizado cuando no
entendemos cómo funciona el Reino de los Cielos en ese sentido. Al respecto, el
Señor enseña: “… Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de

que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y
anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu

ofrenda”. Mat. 5:23-24. Es claro que la oración se ve afectada cuando


intentamos comunicarnos con Dios sin antes resolver nuestro asunto con los
hombres.
El “nuestro” del padrenuestro está muy lejos de ser una palabra hueca. La
dirección que tenemos en la Palabra de Dios es que quien ora tiene la carga de la
prueba al momento de resolver el conflicto. Hay muchas razones que nos separan
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y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan; pero cuando oramos
tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener
relaciones sanas entre nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él.
Nosotros somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal
que existe: “la culpa no es mía”. Aunque así sea, la norma bíblica está expresada
con un verbo en forma de mandato: “DEJA ahí tu ofrenda…y reconcíliate con tu
hermano”. Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción
de que no comenzamos el conflicto. Si queremos tener comunión con Dios
debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien nunca pecó, pero fue quien
pagó por todos nuestros pecados. Imagínate que Cristo hubiese dicho: ¿Por qué
tengo que morir?, ¡yo no tengo la culpa!. La culpa era nuestra, los pecadores
somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado estaríamos sin esperanza y
sin Dios. No esperes que vengan a ti; ve tú al lugar donde está el ofensor. Si te
cuesta hacer eso, la solución está en la oración. De eso se trata.

Néstor A. Blanco S. 8ª.

L
a Palabra de Dios es absolutamente clara cuando nos advierte, a través de
cinco verbos en forma imperativa, la necesidad de revisar nuestra vida
interior antes de esperar que nuestra adoración sea aceptada por Él. De
manera que las expresiones: “deja, anda, reconcíliate, ven y presenta”, marcan
el orden divino de actuación, que, de acuerdo a Mateo 5:23 debe preceder a
nuestra oración en caso de que no hayamos resuelto nuestros conflictos
humanos. Todo eso está implícito en la palabra nuestro del “padrenuestro”
Es sano que nos acostumbremos a leer la Biblia con atención, en quietud
de corazón, y no como si estamos compitiendo con alguien o nos vienen
persiguiendo. Sólo un corazón en paz podrá percibir toda la belleza ¡y toda la
exhortación que las Sagradas Escrituras tienen para nosotros!
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“Padre nuestro “que estás en los cielos…”. Muchísimas personas han


repetido esta frase sin tener la más remota idea de su significado. ¿Cuál es la idea
que tenemos de eso que llamamos cielo?. En la Biblia se usa esa expresión para
referirse a tres esferas marcadamente diferenciadas: En primer lugar está referida
a la atmósfera terrestre inmediata de nuestra tierra; “desciende de los cielos la

lluvia y la nieve…” Isaías 55:10. En segundo lugar y en un sentido más amplio, se


refiere al espacio exterior (el ambiente del sol, luna, estrellas, firmamento, etc.).
“Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus
manos” Salmo 119:1. Finalmente, hay un tercer cielo, el Reino de Dios, un hogar
preparado para nosotros, del cual el apóstol Pablo dice: “…Conozco a un hombre

en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo,
no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo…” 2ª de Cor. 12:2.
Esta variedad de “cielos” puede producir un natural desconcierto acerca de
qué es verdaderamente el “cielo”. Sin embargo, a la luz de la oración del
“padrenuestro” se nos permite preguntarnos: ¿Será posible que nuestro Dios
esté en los campos, en la lluvia, en el sol, en las flores, en las montañas, en el aire
que respiramos y en la mirada inocente de los niños?. ¿No dice acaso la Escritura
que “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre de

las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación?” . Santiago 1:17.


La verdad verdadera es que ¡DIOS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE EN TODAS
PARTES!.
La expresión “que estás en los cielos” es un recordatorio de que Dios está
verdadera y realmente en todas las circunstancias materiales inmediatas de
nuestra vida. Somos muy dados a magnificar la presencia “espiritual” de Dios,
pero nos olvidamos que vivimos en un mundo prestado por Él a través de un
cordón umbilical de oxígeno y de luz solar sin los cuales sería imposible vivir.
¿Cuándo fue la ultima vez que Ud. le Dios gracias a Dios por una salida o puesta
de sol, o por llenar sus pulmones de aire puro en una montaña, o por admirar la
grandeza que hay en la arquitectura divina de un hermoso árbol, o cuando la
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oscuridad natural de la noche nos indica que llegó el descanso para el cuerpo?.
¿Sabe que?, según el salmo 104, esas y muchas otras son bendiciones materiales
que podemos TOCAR. ¡Aleluya!
Tenemos que pedirle perdón al Señor porque la mayoría de nosotros
estamos tan preocupados por nuestros propios asuntos y nuestro grosero
materialismo como para detenernos un poco para percibir la mano de Dios que
nos toca realmente a través de su creación. Si Dios ciertamente nos puede visitar
con su presencia y satisfacer las demandas más sublimes de nuestro espíritu; no
menos cierto es que lo podemos “tocar” a través de la maravillosa manifestación
de sus bendiciones manifestadas en un universo de favores que percibimos cada
día con nuestros sentidos físicos.
Después de considerar el padre y el nuestro, vengamos ante la presencia

sublime del Creador para decirle algo así como: Señor, perdóname, porque he

estado tan ocupado en mis cosas y tan angustiado por mis problemas que no me
había dado cuenta de que yo vivo en tu mundo. Sin tu aire no tendría oxígeno;
sin tu sol no sería posible la vida, sin la noche no habría descanso. Gracias
porque cuando veo a los niños correr y jugar y cuando sus ojos se encuentran
con los míos, me acuerdo de la inocencia del Edén antes del pecado. Gracias
por el canto de los pájaros, gracias por los hijos que nos diste, porque ellos son
la prolongación de la existencia. Gracias por entender lo que significa que tú
estás presente en este cielo que puedo ver con los ojos que tú, también, me
diste. Gracias por la insondable sabiduría y poder que se manifiestan en el
diseño y la providencia de tu creación. Amén

Néstor A. Blanco S. 9ª.


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J
esús quiso dejar en su modelo de oración una expresión que, por fuerza,
nos invita a introducirnos en el conocimiento de uno de los atributos más
hermosos de Dios: Su Santidad. Si consideramos al “padrenuestro” como
una revisión de nuestra vida, se hace evidente entonces que Cristo quiere que
nosotros pasemos por el filtro de una categoría que, no sólo marcó su vida, sino
que hizo posible nuestra salvación, pues, durante su ministerio terrenal el Hijo de
Dios, no sólo fue santo, -como lo podemos ser nosotros- sino absolutamente
santo.
De manera que “santificado sea tu nombre” no es otra cosa que una
invitación a que consideremos con mucha seriedad nuestra santidad personal.
Cuando Dios se reveló a Moisés en el Sinaí fue bien claro y enfático en lo que se
refiere a la naturaleza moral de la nación que estaba formando: “Y vosotros me

seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás
a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y
expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había
mandado” Éxodo 19:6-7.
La santidad se convirtió pues, en una constante divina que llena
absolutamente todo el concierto doctrinal de la Biblia desde Abraham en Ur de
los caldeos, hasta Juan en la isla de Patmos.
La oración que enseñó Jesús incluye una consideración de la santidad
porque la pureza es y debe ser la consecuencia natural obligada de nuestra
condición de cristianos. En otras palabras; si no somos santos, tampoco somos
cristianos, porque ser santo es consustancial con la condición de ser cristiano.
Para entender con propiedad qué es ser santo tenemos que definir el
término a la luz de la Biblia, la Palabra de Dios. En el hebreo se usa el vocablo
kadosh, que significa puro en el orden físico, moral y espiritual y separado,
puesto aparte o consagrado. En el griego neotestamentario el término usado es
hagios, con los mismos significados que en el hebreo.
Es entendido que cuando hablamos de la santidad de Dios nos referimos a
una dimensión absoluta y por lo tanto perfecta. No así cuando tratamos la
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santidad de los hombres, pues ésta nunca podrá ser absoluta sino relativa.
Nuestra santidad, pues está referida a una decisión de separar nuestra vida de los
valores perversos del mundo, para agradar a Dios.

La santidad ciertamente es un tema muy importante, poco entendido y poco


estudiado. Nuestra cultura cristiana le da más importancia a la teoría doctrinaria
que a la conducta; por eso es más fácil hablar de visión, guerra espiritual,
iglecrecimiento, liberación, adoración, finanzas, etc. Lamentablemente, la
santidad no es una postura prioritaria para la iglesia de hoy.
Un sentido de honestidad nos impone reconocer que históricamente hemos
lastimado la verdadera santidad al confundirla con nuestros gustos y disgustos
en lo atinente a usos y costumbres. El apóstol Pablo lo explica así a los griegos
de Colosas: “…Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del

mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales


como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y
doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas
tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en
humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los
apetitos de la carne”. Col. 2: 20-23.
Ese tratamiento antibíblico no debe ser obstáculo para que miremos de
frente lo que Dios, en su palabra nos enseña. De no ser así, Jesús no se hubiera
ocupado de dejar bien sentado el lugar de la santidad en la vida del cristiano
cuando nos entregó el “padrenuestro” con la orden: “vosotros, pues, oraréis

así”. Mateo. 6:9

Dios empezó hablando a Moisés de la santidad de las cosas: “…quita tu

calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.” Éxodo
3:5. Más tarde se ocupó de la santidad de las personas: “…Porque yo soy Jehová

vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo


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soy santo.” Lev. 11:44. Luego, el mismo Dios de Moisés, en una prueba de la
revelación progresiva de su moral, inspira al apóstol Pedro: “…como hijos

obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra


ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos,
porque yo soy santo.” Iª Pedro 1:16. Continuaremos en la próxima
entrega.

Néstor A. Blanco S. 10ª.

S
antidad, en el lenguaje del Nuevo Testamento es: “vuestra manera de
vivir”. ¡Que definición tan hermosa e interesante!. Una manera de vivir es
la sumatoria de todos los escenarios que mi vida ofrece. Una manera de
vivir es la forma de exhibir mi carácter cristiano. Esa fue la pregunta que el padre
de Sansón le hizo al Ángel de Jehová cuando Éste le anunció el nacimiento de su
hijo: “Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la

manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?. Jueces 13:12. La
santidad, finalmente (y esto sea lo que más angustia a la gente) es un requisito
bíblico para poder “ver” al Señor: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la

cual nadie verá al Señor. Hebreos 12:14

Nos interesa si alguien es un gran músico, pastor, evangelista, maestro,


cantante, pero, ¿Por qué no preguntamos si es santo?. ¿Por qué Jesús consideró
importante tomar en cuenta la santidad personal cuando nos enseñó a orar? ¿Era
acaso un matiz superficial de religiosidad?; ¡Por supuesto que no! El corazón de
Jesús demostraba un mundo de respeto, reverencia, temor y aprecio por la
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persona del Padre en términos de pureza. En las palabras santificado sea tu

nombre está en juego la naturaleza, la persona, el carácter y la reputación de Dios.


Hay que reconocer que nuestra condición de pecadores nos dificulta para
entender la santidad de Dios. Dios es puro, amoroso, justo, misericordioso,
honesto y fiel al mismo tiempo. La santidad inmanente de Dios tiene que producir
en nosotros un sentimiento de pequeñez y de adoración que nos lleven a
considerar cuán santos realmente somos. Esa fue la experiencia del profeta
Isaías: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono

alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había


serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos
cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo:
Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su
gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que
clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy
muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de
pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los
ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón
encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca,
dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu
pecado.” Isaías 6: 1-7

El profeta fue consciente de su pecaminosidad cuando se encontró de


frente con la santidad de Dios. La santidad no es un producto que viene en el
paquete de la Salvación; tampoco es perfección absoluta. (Fil 3:13 ; Iª de Juan

1:8). No es el efecto de un milagro; no es el atributo de una minoría


privilegiada. (Iª de Tes. 4:3). No es aislarse del mundo. No es un modelo
humano con atajos, ni menos un logro terminado.
No nos hacemos santos por accidente sino por decisión. No nos
convertimos en santos instantáneamente, sino a través de un proceso. No
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somos santos porque tenemos una sana doctrina o firmes convicciones


bíblicas. Las convicciones son como los termómetros; miden la fiebre,
pero no la pueden quitar porque esa no es su función. La santidad es como
un termostato que desconecta la corriente para que no haya accidentes.
Las convicciones funcionan en el plano del intelecto, pero no son eficaces
para producir una vida santa. La vida de santidad que tanto preocupó al
autor del “padrenuestro” surge como consecuencia natural de la vida
devocional. No hay ni puede haber santidad sin vida de oración.

Néstor A. Blanco S. 11ª.

R
evisar nuestra vida. Ese es el ejercicio fundamental que estuvo en la
mente de Jesús cuando sus discípulos le dijeron “ enséñanos a orar” Luc.
11:1. Los médicos usan diversas técnicas para “revisar” nuestro cuerpo

cuando estamos enfermos. Es así como ellos determinan cuál es el origen del
mal; hacen un diagnóstico y proponen una forma para restablecer la salud. La
decisión de seguir el tratamiento corresponde exclusivamente a la voluntad del
paciente.
“Santificado sea tu nombre” es una invitación a revisar el nivel de santidad
en nuestra vida cristiana. ¿Es posible medir nuestra santidad?. Pues sí lo es; en
este sentido nos vamos a encontrar con cuatro grupos de personas:
1º. Sin santidad: Son aquellos que viven sin Cristo, practicando toda
suerte de pecado, y, en todo caso, alejados de Dios; no tienen relación con Él, no
conocen su Palabra y no se plantean la tentación como un problema. Viven “sin
Dios” porque para ellos, pecar es “una manera de vivir.”
2º. Cristianos Nominales: Éstos hacen una vida “religiosa” en la iglesia;
tienen algún conocimiento de la Palabra de Dios, saben lo que es una tentación,
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pero por carecer de vida devocional no tienen la fortaleza para rechazarla y viven
en un proceso recurrente de pecado y arrepentimiento.
3º. Cristianos en comunión. Son los creyentes, quienes por tener una
relación de devoción normal, generalmente logran identificar al enemigo, conocen
sus debilidades y vigilan para vencer y generalmente vencen la tentación.
4º. Cristianos Santificados. Son aquellos cristianos que cultivan una
intensa relación con Dios que les permite, no solamente rechazar con relativa
facilidad la oferta de pecar durante la tentación, sino que, además, sienten un
profundo desprecio y malestar por todo aquello que signifique ofender a Dios y
en consecuencia, pecar. Son personan victoriosas. " Mas ahora que habéis sido

libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna” Rom. 6:22
La humanidad se mueve cíclicamente en medio de dos reinos, y uno de
ellos está contaminado; es el reino de satanás, donde hay campos minados que
requieren pericia en el manejo. Es mejor que lo llamemos por su nombre. Es un
reino diseñado para destruirnos eternamente. Si decidimos ser santos y vivimos
en consecuencia, ¡no hay poder que pueda vencernos!. El único daño que
Satanás nos puede hacer es aquel que nosotros le permitimos. Estemos claros,

Nadie puede obligarnos a pecar.


Algunas pautas para mejorar su santidad: * La vida de santidad es una
elección unilateral. * En la vida No hay campos neutrales , todo lo que hacemos a
dejamos de hacer, afecta al Reino de Dios o al reino de las tinieblas. * Cuando uno
es bueno y débil al mismo tiempo, produce cosas buenas y cosas malas. * La vida
de santidad es una vida de separación constante; es un logro diario que se
perfecciona.
* Las mezclas morales (algo bueno y algo malo) afectan la santidad. * Estar en la
presencia de Dios (Isaías 6) descubre nuestro nivel de santidad. * La santidad
produce reacción rápida contra la tentación. * Nadie se hace santo de repente; la
santidad no es un evento, es un proceso al que se llega poco a poco.
Consejos:
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 Establezca quién tiene el control de su vida.


 ¡ Conózcase! … Hable con Dios acerca de su debilidad.
 No Racionalice la culpa.
 Reconozca el problema y llámelo por su nombre.
 No busque resultados rápidos y fáciles. Sea perseverante.
 Cuídese de los patrones persistentes de pecado.
 Procure siempre relaciones transparentes con las personas.
 Busque mecanismos de evaluación y cobertura. Rinda cuentas.
 Cuide la puerta de entrada de su mente.
 ¿Cuánto tiempo de TV, videos, cine se permite?
 ¿Hace uso explícito de literatura sexual?
 ¿Tiene Ud. el control en el uso de la Internet?
 ¿Mantiene Ud. relaciones peligrosas con personas atractivas?
 Asuma posiciones de compromiso. Daniel 1:8 y Job 31:1,9.
 Confiese todo pecado conocido y pida iluminación por los desconocidos.
 Repare los daños de su pecado.
 No trabaje tanto para Dios que no tenga tiempo para Ud.
 Comience siempre su día en oración y lectura devocional
Todo lo antes dicho está contenido en la expresión Santificado sea tu

nombre de la oración enseñada por Jesús. Jamás olvide que no puede haber
santidad sin oración, porque vivir sin orar es vivir sin Dios

Néstor A. Blanco S. 12ª.


l valor sustantivo del “padrenuestro” nos conduce a entenderlo como un

E bosquejo de oración que sólo puede hacerla quien es esencialmente un


discípulo de Cristo. “venga tu Reino” es uno de los peldaños de esta
hermosa escalera. No puede ser una expresión vaga, pues alude nada menos
que al Reino de Dios. El Reino de los cielos o el Reino de Dios es la
manifestación de su eterna sabiduría y voluntad que se realizó en el
establecimiento dinámico con la venida histórica de Jesucristo a este mundo. El
Reino de Dios es el gobierno de Dios en la tierra; es el carácter divino que busca
una restauración total de un mundo que estaba “sin Dios”.
No hay que olvidar que el “padrenuestro” es una propuesta celestial de
comunión con Dios. De manera que se impone interpretar la frase desde la
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perspectiva de una persona que ora en la presencia del Señor. Que el Reino de
Dios haya venido a la tierra fue una decisión soberana de la divinidad; “En aquellos

días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo:


Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 3:1-2. Vino porque
tuvo que restaurar; lo contrario hubiera sido una crisis de esperanza y un
profundo caos moral.
La petición “venga tu Reino”, al ser un mandato de Cristo al orante, se
refiere, no al Reino que ya vino, sino al gobierno de Dios en una vida particular.
No tendría sentido pedir que venga lo que ya vino, a menos que haya una
diferencia –como realmente la hay- entre el Reino de Dios en la tierra y el Reino
de Dios en mi vida.
Una manera práctica de entender esto sería preguntándonos: ¿Cuánto
dominio le permito yo a Dios sobre mis asuntos?; ¿Cuántas áreas de mi
naturaleza he puesto bajo su gobierno?, ¿En cuáles no le he permitido que
intervenga? ¿Cuántas puertas de mi corazón están cerradas para Él? “Y el mismo

Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo.” 1ª de Tes. 5:23.

Cuando Jesús propone la frase “venga tu Reino” no está pensando


en su gobierno mesiánico, sino que está invitándonos implícitamente a establecer
su Reino en la esfera del corazón de los hombres. De manera que si la oración se
hace con sinceridad, se convierte en una petición para que la soberanía divina, el
gobierno de Dios se haga cargo de nuestra vida.
Hemos vivido por mucho tiempo gobernando el timón de nuestro barco. El
saldo no ha sido bueno, hemos fracasado muchas veces, y como dijo el poeta
José Santos Chocano: He andado poco, me he cansado mucho. Son muchas las
veces que hemos tomado decisiones importantes y luego venimos a Dios
pidiéndole que arregle el desastre que hemos hecho. Afortunadamente, Él es
inmensamente misericordioso y…milagroso.
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El Reino del los cielos del que aquí se habla no está conformado por un
imperio político gobernado por emociones egoístas, no. Es una condición
interior de la mente y del espíritu en la cual permito que la voluntad de Dios se
convierta en mi voluntad. . “…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino

justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” Romanos 14:17.


Es un honor inmensamente noble y elevado que se nos cuente como
ciudadanos del Reino. Hay que tener presente quién es la persona que nos
concedió la delicada distinción de ser el pueblo del Señor. La equivocada
conducción de la forma de vivir que hemos exhibido debe hacernos pensar en
que es hora de que nos sintonicemos con el programa de Dios, es decir, con su
Reino.
“Venga tu Reino” es una forma de orar diciendo: “Señor, Tú que eres
gobernador del cielo y de la tierra. Tú, cuya autoridad es absolutamente suprema
en el universo; ven a establecer tu soberanía también en mi corazón. Renuncio al
riesgo de seguir equivocándome y te suplico humildemente que tomes el rumbo
de mi vida. Amén.

Néstor A. Blanco S. 13ª

ágase tu voluntad”

H
es una de las frases más conocidas del
“padrenuestro”. Las Escrituras son cuidadosas al exhortarnos que el
respeto a la voluntad divina es determinante para ser salvos. “No todo

el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace
la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Mateo 7:21.

Una cosa es pedir que se haga su voluntad en el mundo y otra es desear


que ella se haga realidad en nuestra vida personal. Hay muchos creyentes que
cuando manifiestan sus deseos confunden a Dios con el genio de la lámpara de
Aladino, en el cuento de “Las mil y una noches”. Piensan ingenuamente que
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pueden ordenarle al Señor que satisfaga sus ansias. Es claro que la soberanía de
Dios no requiere del concurso humano.
Es verdad que como seres libres tenemos un rango de acción para
determinar unilateralmente qué haremos y qué no. Sin embargo, sería deshonesto
negar que hay circunstancias en las cuales necesitamos ayuda superior para
decidir qué rumbo tomar. “…Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra

debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Romanos 8:26.
Debemos de reconocer la importancia de que nuestra voluntad sea
sometida a la opinión de Dios. La suya es, en el lenguaje de Pablo , “agradable y

perfecta”. Rom 12:2. Por eso, en algunas ocasiones, obedecer al Señor puede
significar nadar en contra de la corriente del mundo.
¿Cómo hacemos para conocer particularmente la voluntad de Dios en
nuestra vida? La gente formula esta pregunta como si la respuesta fuese
supremamente complicada o misteriosa. Debe quedarnos bien claro que lo más
difícil que hay en el proceso de saber cuál es la opinión de Dios, consiste en que
¡antes de conocerla! estemos dispuestos a obedecerla. “…Y esta es la confianza

que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos
oye.” 1ª de Juan 5:14.
No podemos pretender que una vez que tengamos nuestros planes ya
predeterminados vayamos a pedirle a Dios que los bendiga. Tenemos que aprender
a preguntarle al Señor y esperar su contestación, en el entendido de que su
respuesta puede no gustarnos; pero esa es su respuesta. Eso fue exactamente lo
que hizo el Hijo de Dios con su Padre en el momento crucial de su ministerio:
“…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya” . Lucas 22:42
La voluntad de Dios representa su propósito; lo que Él quiere que hagamos
para nuestro bien en todas las áreas posible de la vida. Siempre nos
encontraremos en circunstancias en las cuales no sabremos qué hacer. Ese
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justamente es el momento cuando debemos consultar con Dios y esperar que nos
responda. Nunca dejará de hacerlo, pero siempre lo hará como Él quiera y con
toda seguridad, tendremos su mejor respuesta.
Cuando oras “hágase tu voluntad” no le estás pidiendo a Dios que bendiga
la tuya, sino que te ayude a someterse a la suya. Le estás diciendo: Señor:
Ayúdame a encontrar tu plan para mi vida; permite que yo pueda comprenderlo,
someterme a él y cumplirlo; y si no pudiera entenderlo, dame la gracia y la
humildad para aceptar en fe que eso es lo mejor que tienes para mí. Amén. Todo
eso y mucho más estaba en el corazón de Cristo cuando nos enseñó a pedir
“hágase tu voluntad”.

Néstor A. Blanco S. 14ª.

l pan nuestro de cada día, dánoslo hoy ”. Esta curiosa frase representa,

E por extensión, a las peticiones, generalmente, de cosas materiales que


siempre hacemos. “Pan”, en este contexto, es una palabra simbólica que
representa todas nuestras necesidades físicas.
presente que Dios no nos da siempre lo que pedimos sino lo que necesitamos.
Es importante tener

Ese es precisamente uno de los ingentes problemas que tenemos con la oración.
Parece que para nosotros, la circunstancia de orar no tiene otra razón que la de
pedir algo. Orar, ciertamente incluye pedir, pero también es buscar y llamar . “…Y

yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” Lucas


11:9.

Una vez escuché una sencilla canción que impactó mi vida: Sólo he venido
para darte adoración (bis)/ Hoy no he venido para pedirte un favor/ Sólo he venido para darte
adoración. Hay gente que piensa que las oraciones son como esas maquinitas
automáticas que uno le echa una moneda y le dan un refresco o una bolsita de
maní. Dios nos concederá sólo aquellas peticiones que satisfagan su voluntad.
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Pedirle algo a Dios es relativamente fácil. Una impresionante mayoría de


cristianos cree que tenemos el derecho inalienable de recibir todo lo que le
pedimos a Dios porque la Biblia dice “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis;

llamad, y se os abrirá.” Mateo 7:7. Nadie está negando que la Palabra de Dios

enseñe eso; pero en ejercicio de sana interpretación bíblica, toda doctrina a ser
creída debe descansar en el testimonio veraz y total de la Biblia.
Un cristiano serio debe considerar todo lo que la Palabra de Dios dice
acerca de cualquier tema que se considere, antes de poderlo asumirlo como una
verdad final. Las Escrituras dicen muchas cosas acerca del pecado, de la fe, de la
salvación, de dar, de pedir, etc.; pero la doctrina final debe tomar en cuenta TODA
la información escritural. Debemos recordar que la Palabra de Dios también nos
dice: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo

lo que queréis, y os será hecho. Juan 15:7. Juan lo precisa de otra manera: “…Y

esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a
su voluntad, él nos oye. 1ª de Juan 5:14. De manera que lo que dice Mateo 7:7 es

sólo una parte de la información en lo que tiene que ver con pedir.
Es muy preocupante que la iglesia no haya comprendido la manera cómo
Dios suele responder a nuestras demandas. El Señor no nos concede todo lo que
pedimos porque con frecuencia exhibimos un desconocimiento supino de cómo
funcionan los principios del su reino: “…Mas buscad primeramente el reino de

Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Mat. 6:33

. En Deuteronomio 3:26 nos dice que cuando Moisés, al final de sus días le
pidió al Señor que le concediera “ver” la tierra prometida, la respuesta fue
demoledora: ”Basta, no me hables más de este asunto”. Cuando Pablo le rogó
varias veces a para que lo liberara de un aguijón que lo molestaba, Dios
simplemente le dijo: “…Bástate mi gracia…”
Hoy estamos contaminados con el espíritu de pedir cosas en función de lo
que declaramos. Se ha desdibujado al Dios de la Biblia y se lo ha confundido con
un mercenario que intercambia sus favores con dinero y otras bisuterías
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callejeras. Digamos con Jerónimo Savonarola, precursor de la Reforma del siglo


XVI,: “…¡Ese no es Dios!, el Dios en quien yo creo/ tener no puede el interés del oro/ El Dios
verdad, el Dios a quien yo adoro/ no cambia sus bondades por metal/ Su espíritu gigante no
se oculta/ en el recinto estrecho de un sagrario/ el universo entero es su santuario/ porque es
la providencia universal…” Señor, el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Amén.

Néstor A. Blanco S. 15ª.

perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a

Y nuestros deudores”. Mateo 6:12. El perdón es una categoría espiritual

que está en la base de la pirámide teológica; es, sin duda alguna, la


doctrina capital y distintiva del pensamiento cristiano. Sin él, no hay
paz, ni esperanza, ni salvación, ni cielo, ni vida eterna, ¡ni nada!. La Sagrada
Escritura es especialmente hermosa cuando lo describe: “ Y a vosotros, estando

muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida


juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los
decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en
medio y clavándola en la cruz,…” Col. 2: 13-16.

Siendo que el perdón tiene un profundo valor sustantivo, merece que su


tratamiento comience por una rigurosa definición, que tiene que venir,
obviamente de la Palabra de Dios. “El perdón viene a ser, entonces la fuerza
poderosa que remueve el obstáculo espiritual y hace posible que la criatura
humana se reconcilie y restablezca su amistad con Dios.”
El perdón como doctrina presupone tres situaciones básicas: 1.- Que
somos pecadores y hemos infringido la ley de Dios; 2.- Que hemos reconocido
la falta y estamos arrepentidos, y 3.- Que Dios, en su amor y en su gracia ha
remitido la nuestra culpa y ha provisto el medio (Cristo) para que recibamos ese
perdón.
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La fraseología del perdón que se encuentra en el “padrenuestro” tiene dos


aristas. La primera tiene que ver con la actitud de Dios hacia el pecador ( Y

perdónanos nuestras deudas), la segunda es la actitud de un pecador hacia otro


pecador, (como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.). Dios no
tiene ninguna dificultad para perdonarnos; nosotros, en cambio, sí las tenemos y
eso es, precisamente lo que exige una comprensión cabal de esta doctrina.
El evangelista Marcos recoge una sentencia lapidaria de Jesús: “Y cuando

estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro
Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si
vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os
perdonará vuestras ofensas. Marcos 11:25-26. Esa es una declaración demasiado

densa. Dios nos está diciendo con absoluta claridad que cuando se trata de
perdonar NO tenemos opciones, a menos que decidamos renunciar a nuestra
salvación. Es decir, si no podemos perdonar a otros, Dios tampoco nos
perdonará.
A las personas les cuesta perdonar a otros porque perdonar significa No
Cobrar. Ahora bien, es necesario corregir una postura antibíblica que pregona
que perdonar es olvidar. El olvido no es un acto que el hombre pueda manejar
voluntariamente; el perdón sí lo es. Por otra parte, no es preciso olvidar la ofensa
para que el perdón se verifique. Lo necesario es comportarse con el ofensor
como si hubiéramos olvidado el agravio.
El olvido es un accidente, el perdón es un acto de la voluntad, es una
decisión. El perdón es algo que nosotros no merecemos. Fluye del amor de Dios
y no lo podemos ganar. Un cristiano que no perdona No ha entendido el
Evangelio. No hay que “sentir” algo especial para perdonar; sólo hay que “pasar
por alto” la ofensa sin olvidarnos que también hemos pecado muchas veces
contra otros.
Si tenemos dificultades para perdonar a otros, vengamos con humildad y
temor en oración y roguemos por esas personas aunque no sintamos hacerlo,
aunque no las amemos. Digámosle al Señor con nuestras propias palabras qué
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es lo que nos molesta y seamos perseverantes en el altar hasta que las cadenas
sean rotas. Tal es el significado de la frase “… y perdónanos nuestras deudas…”.
El milagro se realizará después que vengas a su presencia, porque allí, todo es
más fácil.

Néstor A. Blanco S. 16ª

P
ara los oídos de personas occidentales del tercer milenio la palabra
tentación en el “padrenuestro”, tiene una connotación negativa. Nos hace
ruido que esa expresión aparezca allí porque es dificultoso imaginarnos a
Dios tratando de que sus hijos caigan en una trampa. La verdad es que en los
tiempos bíblicos el término “tentación” se traducía más como “poner a prueba
para demostrar fortaleza espiritual”, que como “tratar de seducir para el mal”; en
principio porque Dios, en atención a su carácter, jamás haría eso . “…Cuando

alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no


puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”. Santiago 1:13-

14
La Biblia es categórica cuando señala a satanás como la fuente de la
tentación, de hecho, “el tentador” es uno de sus nombres: “ Por lo cual también

yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que
os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”. 1ª de

Tes. 3:5. De manera que la tentación es un mal necesario que ocurre cuando Dios

simplemente permite que el enemigo de nuestras almas nos invite a pecar. No


puede ser de otra manera porque el hombre, al ser dueño de un libre albedrío
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tiene que decidir a cuál de los dos reinos se somete, en el entendido de que tiene
que someterse a uno de los dos.
La tentación, de este modo, no es un fatalismo, simplemente es la prueba
de la libertad. Además, el hombre no está desarmado ante ella, Dios le ha dado
herramientas naturales para vencerla “No os ha sobrevenido ninguna tentación
que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo
que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la
salida, para que podáis soportar. 1ª de Cor. 10:13. El único poder que tiene el
diablo cuando nos tienta es el que nosotros le damos, pues jamás nos podrá
obligar a pecar; porque definitivamente, no tiene ese poder.
Es absolutamente necesario que no olvidemos que el Señor nos enseñó la
estrategia fundamental para no salir derrotados en ese conflicto: “ Velad y orad,

para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la


carne es débil”. Marcos 10:34. Con meridiana claridad La Biblia nos está diciendo

que cuando usemos las armas adecuadas siempre obtendremos la victoria. Si no


hay disciplina devocional de oración no puede haber victoria contra la tentación.
Cuando Jesús incorpora el hecho de la tentación en su oración quiere que
roguemos al Padre que nos libre, no de la tentación como sistema, porque eso no
es posible, sino que nos guarde de pecar durante el proceso de la tentación. Las
posibilidades de vencer son directamente proporcionales a la vida de oración.
Un cristiano serio tiene que poner en el presupuesto de su vida la
ocurrencia de la tentación. Si hay una debilidad crónica en un área de nuestra
vida que nos ha producido caídas recurrentes, el “padrenuestro” de Jesús nos
recuerda que hay que traer esa carga a la presencia de Dios en el altar devocional
para llenarnos de su poder. Cuando un cristiano ora, de hecho está declarándole
la guerra al diablo, porque él tiembla cuando tú oras.
Cuando en nuestra vida persisten situaciones de pecaminosidad, es
porque el yo y las viejas pasiones, la vieja naturaleza, los antiguos deseos
ejercen el control antes que el Espíritu de Gracia. Por eso debemos entregarle a
Dios, mediante un acto consciente de nuestra voluntad todas las aristas de
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nuestra vida. Si no lo hacemos estamos permitiendo a nuestro enemigo que


establezca una cabecera de playa desde donde nos atacará con ventaja. Si la
oración no acaba con los pecados, los pecados acabarán con la oración. No lo
permitas. Tú puedes, no estás solo. Señor: No nos dejes caer. Amén.

Néstor A. Blanco S. 17ª.

P
ecar” es el título de un hermoso poema del mexicano Francisco Estrello:
oigámoslo: En la armonía eterna, pecar es disonancia, pecar proyecta

sombras en la blancura astral./ El justo es una música y un verso, una


fragancia y un cristal. /En la madeja santa de luz de los destinos, pecar es
negro nudo, tosco nudo aislador./ Pecar es una piedra tirada en los caminos del
amor… Es evidente que entre las expresiones del padrenuestro, líbranos del mal
ha sido una de las menos estudiadas. Acaso sea porque está referido a un
problema medular del corazón humano como es la comisión de pecados.
El idioma original del Nuevo Testamento, así como el contexto en que se
encuentra la expresión abonan la idea de que, sin violentar el mensaje bíblico, se
puede traducir líbranos del maligno; con lo cual se configura a la persona de
satanás como el principal instigador cada vez que el pecado tiene lugar.
En todo hecho de pecado concurren inexorablemente tres elementos tan
íntimamente entrelazados que es muy difícil separarlos: *Satanás, *nuestro yo y
*el hecho pecaminoso en sí mismo. Dicho de otra manera: El enemigo, apelando
a nuestra propia concupiscencia, influye sobre nosotros para hacernos pecar.
Es necesario que seamos conscientes que el pecado sólo ocurre cuando,
de una manera triangular, una persona, viola le ley de Dios. Es decir; para que eso
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que llamamos pecado sea realmente pecado, tiene que estar afectado Dios, por
un hombre que irrespeta su Palabra.
El Señor Jesús dejó en su plegaria la posibilidad de que clamemos a Dios
para que nos libre del maligno. No que nos libre de la ocurrencia de la tentación,
porque la tentación es la prueba de la libertad, sino que nos libre de la
posibilidad de caer en ella Hay una diferencia sustancial entre las dos
situaciones. Jesucristo jamás hablaba con ambigüedades. El Señor nos puede
librar del maligno porque Él siempre está con nosotros. Él nos puede librar del
maligno porque nos ha dotado de las capacidades en términos de sentido común
para evitar que caigamos en pecados. No tenemos porqué exponernos
innecesariamente a situaciones peligrosas o a elegir compañías inadecuadas o a
prestar oídos a sugerencias pecaminosas.
El Señor nos puede librar del maligno porque nos ha dado la capacidad de
luchar. Es muy importante que la gente sepa que satanás no tiene el poder de
obligarnos a pecar. El creyente siempre va a disponer de su libertad de acción, la
cual no puede ser enajenada. El ejercicio de la libertad, que es potestativo de
cada persona nunca va a ser violado por Dios. Pecar o no pecar siempre serán
decisiones unilaterales e inalienables, y en consecuencia, responsables. En ese
sentido la Palabra de Dios es monumentalmente contundente: “No os ha

sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” . Iª de Cor. 10:13

En 2ª de Tim 4:18 se nos advierte que hay ocasiones en que nuestro


enemigo nos ataca sin que se trate de una tentación en el orden moral. Es
cuando satanás trata de hacernos daño gratuitamente en atención a su naturaleza
de malignidad: “…Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará

para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”. En

2ª de Pedro 2:7 se reafirma lo mismo: “…y libró al justo Lot, abrumado por la

nefanda conducta de los malvados”.


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Ciertamente el Señor nos puede librar del maligno; siempre y cuando


respetemos las reglas del Reino de Dios. No debemos jugar con el pecado,
porque quien juega con la candela… se quema. Las escrituras son inalterables: “…

Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador,
sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” .
Judas 1: 23-24

Néstor A. Blanco S. 18ª.

C
on el capítulo anterior concluimos una sucinta y apretada síntesis de la
oración enseñada por Jesús, que la tradición cristiana denominó el
“padrenuestro”. Es necesario hacer un resumen pedagógico que nos
permita apreciar, en una sola entrega, todo el panorama de esa hermosa
enseñanza que salió del mismo corazón del Hijo de Dios.
Llamar “Padre” a Dios en una oración era una innovación inconceblible por
irreverente para el pensamiento judío. Es precisamente Jesús quien incorpora
esta posibilidad al colocar la esencia por encima de las formas culturales cuando
se ora. El nazareno va más allá y propone una palabra aramea y muy familiar,
“abba” para restaurar la confianza sin lastimar la reverencia. Dios es nuestro
papá.
Si es bueno tratar a Dios como papá, mejor es entender que no somos hijos
únicos. El Padre es “nuestro”. Eso habla de relaciones colaterales; justamente
donde los humanos tenemos serios conflictos. Desde el punto de vista de la
oración Dios es el Padre de todos y en consecuencia, somos hermanos.
Necesario es resolver nuestros conflictos para ser aceptos ante nuestro Padre
común.
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Dios está en los cielos. Él está “en” su creación. Toda la maravilla de la


naturaleza que nos rodea y nos bendice porque hace posible nuestra vida física
forma parte de ese cielo donde Él está. Sin Él no podríamos ni respirar. ¿No es
hermoso?
La santidad de Dios es uno de sus más preciosos atributos. Él es
absolutamente santo y quiere que nosotros también lo seamos. Nunca podremos
igualarlo porque estamos signados por la herencia pecaminosa de Adán. Sin
embargo “…sed santos porque yo soy santo” es un mandato que habla de la
necesidad de vivir separados del pecado.
Que su reino, su dominio, su gobierno, venga a nosotros, debe significar
que toda nuestra vida, todas las aristas de nuestra existencia se sometan a su
dirección. Que no haya áreas de nuestro corazón manejadas sólo a nuestro
arbitrio. Que Él sea el Señor de “toda” nuestra vida.
Hágase tu voluntad es un recurso a nuestra disposición para estar seguros
de ser asertivos en las momentos difíciles de nuestra vida. Con frecuencia
tomamos decisiones equivocadas. Si buscamos conocer su voluntad en cualquier
asunto complejo y nos disponemos a obedecerla aunque no la comprendamos;
tendremos asegurado el éxito.
Pedir el pan nuestro de la cotidianidad es muy fácil, porque pedir es fácil.
Sin embargo pedir no es simple. Pedir es un derecho que tenemos; pero ese
derecho está condicionado en la palabra de Dios, en el sentido de que Dios sólo
nos va a conceder las peticiones con son agradables a su voluntad. Solemos
pedir mal. Los cristianos adultos debemos pedir con la fe de un niño, pero sin su
inmadurez.
El perdón es la doctrina capital del pensamiento cristiano. Sin perdón no
hay cielo. Nuestra salvación se hizo posible porque Cristo proveyó nuestro
perdón. En consecuencia; no tenemos razón para retener o negar el perdón a
nuestros ofensores. Si no perdonamos, tampoco podremos ser perdonados.
No podemos prohibir que los pájaros vuelen sobre nosotros, pero si
podemos evitar que nos construyan un nido en la cabeza. La tentación es la
prueba de nuestra libertad, y sólo es una invitación. Dios no la produce; sólo la
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permite. Todas las posibilidades de ser vencedores están a nuestra disposición.


Sólo tenemos que usarlas.
En el orden de nuestra relación con Dios hay tres cosas que nunca
debemos olvidar: 1.Quién es Dios; 2.Quién es nuestro enemigo; y 3. Quiénes
somos nosotros. Dios es esencialmente bueno y justo. No anda haciendo
cacería de pecadores. El ámbito de su amor y su justicia tienen su tiempo y en
eso Él es irremediablemente soberano. Nuestro enemigo es malo sin retorno.
“Vino a matar a hurtar y a destruir”. Seríamos insensatos si esperamos otra cosa
de él. Y nosotros, ¿acaso nos conocemos?. Usted sabe cuál es la debilidad que
lo ha derrotado de manera recurrente. Pues bien amigos: En esas condiciones
nuestro Dios nos puede librar del maligno. ¡Claro que puede!.

Néstor A. Blanco S. 19ª.

E
n nuestra última reflexión entregamos una síntesis apretada del
contenido de lo que hemos llamado tradicionalmente el padrenuestro.
En este estudio hemos tenido que luchar tenazmente con la idea de que
cuando estamos orando realizamos una “actividad religiosa”, por decirlo de
alguna manera. Es impresionante cómo las formalidades externas han incidido
negativamente para desarmar la oración y convertirla en una “cosa” que nosotros
“hacemos”
Ese fue, justamente, el cambio colosal que introdujo Jesús y que provocó
que sus seguidores entendieran que, a pesar de que manejaban la tradición de las
formalidades del judaísmo, éstas no eran otra cosa que el “envoltorio cultural” de
la oración. Esa equivocación sigue presente en la iglesia de hoy. Las preguntas
más frecuentes de la gente acerca de la oración tienen que ver con esas formas:
Cuántas veces; cuál postura física, qué tono de voz, cuánto tiempo, en cuál
lugar, etc.
Todas éstas son variables de las cuales disponemos, pero no son la
esencia de la oración. Tienen su importancia en el concierto de la vida religiosa
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de la iglesia; pero si sustituyen la esencia medular de lo que es realmente oración


cometeríamos el mismo error de una persona que se alimenta con “comida
chatarra” y cree que está bien alimentada porque se “siente” llena. Por favor, ¡No
nos equivoquemos con las apariencias!, el estuche jamás podrá ser más
importante que la prenda.
Jesús, sin hacer mucho alarde, nos enseñó con su vida que, más que una
actividad, orar era establecer una relación íntima y personal con Dios .

“Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar
desierto, y allí oraba.” Marcos 1:35. Surge entonces así el concepto natural de
vida de oración, en el cual hemos insistido tanto, para separarlo de orar, a secas,
que es lo que equivocadamente hemos manejado siempre.
El Hijo de Dios ha decidido elevar la oración a un nivel que pueda reparar la
razón de la queja del Dios Padre al profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque

este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su
corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de
hombres que les ha sido enseñado”. Isaías 29:13. Por eso, sin irrespetar las formas
externas de la tradición, Cristo entiende que más que una práctica religiosa, orar
es una forma de vivir que produce e incorpora cambios en la vida de quien lo
hace. Es vital que nos demos cuenta con agudeza de que Jesús comienza a
enseñar la oración con su vida, más que con su discurso. Por eso, ellos sintieron
que necesitaban aprender a orar, no cuando lo vieron hablando, sino cuando lo
vieron orando.
Tenemos que sacar de la maleta de nuestro equipaje cultural religioso la
idea simplista y equivocada de que la oración existe para obtener “cosas de
Dios”. Esa es una concepción superficialmente materialista.
De manera que cuando hablamos de aprender a orar no estamos haciendo
énfasis en las formas, que al fin y al cabo no son más que expresiones de la
cultura. Estamos hablando de la “disciplina” de venir a la presencia de Dios en la
experiencia del salmista: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi
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gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti
oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante
de ti, y esperaré”. Salmo 5:1-3.

A
Néstor A. Blanco S. 20ª.
ntes de seguir en propiedad con el análisis de la oración y la vida de
oración, es necesario que consideremos cómo ésta incidió
notablemente para transformar las vidas y los ministerios de personas
que cambiaron al mundo. Teníamos necesidad de saber por qué esos hombres
pudieron realizar obras gigantescas. A ellos los llamamos hoy “los grandes
hombres de Dios”. Pero, ¿Por qué razón fueron grandes?.
No eran más inteligentes que nosotros. No tenían más información de la
que disponemos; de hecho, tenían menos. No contaban con la colosal
tecnología de comunicación de nuestros días. Cuando buscamos las razones,
encontramos, para bendición de nuestra alma, que el patrón común entre estos
cristianos de excepción no era otra cosa que el absoluto respeto por la vida de
oración.
Hablamos -entre otros- de Martín Lutero, Juan Bunyan, y Juan Wesley, por
mencionar sólo tres. Dejemos que sea el historiador Orlando Boyer quien nos
introduzca en la vida de cada uno de estos apóstoles de la oración:
LUTERO: “Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su
extraordinaria inteligencia y a sus destacados dotes. El hecho es que tenía la
costumbre de orar durante horas. ‘fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me
fortaleciese. Nunca oré sin que la Escritura estuviese en mi mente. Resolví,
como Pablo, no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven’. “Decía que
si no pasaba dos horas orando por la mañana se exponía a que satanás ganase la
victoria sobre él durante ese día, uno de sus biógrafos escribió: ‘el tiempo que él
pasa orando, produce el tiempo para todo lo que él hace, el tiempo que pasa
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escudriñando la Palabra vivificante le llena el corazón que luego se desborda en


sus sermones, en su correspondencia y en sus enseñanzas
BUNYAN: “¿Cómo se explica el éxito de Juan Bunyan, el orador, el escritor,
el predicador, el maestro, el padre de familia, el humilde latonero sin ninguna
instrucción?. ¿Cómo puede una persona inculta predicar como él predicaba?. La
única explicación de su éxito es que era un hombre que estaba en constante
comunión con Dios.
“Hay en la oración –decía- el momento de dejar al descubierto la propia
persona, de abrir el corazón delante de Dios, de derramar el alma afectuosamente
en peticiones, suspiros y gemidos como los del salmista: ‘¿Cuándo vendré y me
presentaré delante de ti?; me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro
de mí’ (Salmo 42:2,4). A veces, las mejores oraciones consisten más en gemidos
que en palabras, y esas palabras no son más que la mera representación del
corazón, la vida y el espíritu de tales oraciones.
WESLEY: “Así se expresó: ‘comencé a reconocer que el corazón es la
fuente de la religión verdadera, ...reservé dos horas cada día para quedarme a
solas con Dios’. Juan se esforzaba por levantarse diariamente a las cuatro de la
mañana. Por medio de las notas que escribió dejaba constancia de todo lo que
hacía durante el día. Conseguía así controlar su tiempo a fin de no desperdiciar
ni un solo momento. “Tenía una sed insaciable de la presencia de Dios. Así lo
relata él mismo: ‘Eran cerca de las tres de la mañana y nosotros continuábamos
perseverando en nuestras oraciones, cuando nos sobrevino el poder de Dios, de
tal manera que exclamamos impulsados por un gozo. Muchos de los presentes
cayeron al suelo. Luego, cuando pasó un poco el temor y la sorpresa que
sentimos en presencia de la majestad de Dios exclamamos a una sola voz: ¡Te
alabamos Oh, Dios, te aceptamos como nuestro Señor!.
Creo que el testimonio de estos padres de la iglesia contemporánea
se forjó en el ejemplo dado por Jesús, la persona que más amó la vida de oración:
…Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un

lugar desierto, y allí oraba. Marcos 1:35


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Néstor A. Blanco S. 21ª.

E
n la última entrega quisimos traer a colación el testimonio de tres de los
hombres que más han contribuido a enseñarnos con su vida la categoría
de la oración. Obviamente hay muchos más, y es necesario que
estudiemos su vida y su obra; lo cual haremos desde esta tribuna a su debido
tiempo. Para nosotros es un punto de honor dejar claro que lo que los hizo
sobresalientes no fue otra cosa que su absoluto respeto y entrega por una
práctica que cada día se ve más amenazada en la iglesia contemporánea: La vida
de oración.
La vida de oración es afectada por nuestro intelecto y por nuestras
emociones. Todo el mundo sabe que “debe” orar. Es casi imposible encontrar
un creyente que no tenga un concepto honroso de la oración. Entonces, ¿por
qué nos cuesta tanto hacerlo?. Es lógico que la oración ocupa con fuerza un
lugar en el mundo espiritual. “Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro:

Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no
entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil.” Marcos 14: 37-38
Debemos ser lo suficientemente humildes para aceptar sin ambages que
cuando se trata de orar, ciertamente tenemos un “problema” que está más allá de
lo normal. Estamos hablando de una resistencia de orden espiritual, que
generalmente es solapada por “actividades” de oración que responden a
nuestros programas e intereses y no a los de Dios. El apóstol Santiago lo explicó
muy bien: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis

alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.


Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”.
Santiago 4: 2-3
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El Espíritu Santo nos está diciendo a través de esta palabra que


sencillamente tenemos un problema conceptual con la oración. No nos hemos
dado cuenta que sacamos a la luz nuestra pobre relación con Dios, cuando no
advertimos que mezclamos obras de la carne como la codicia y la envidia con el
pedir a través de la oración, (que se supone que una obra del espíritu), con el
agravante de que hasta pedimos mal por la motivación equivocada que tenemos
al hacerlo.
Lo primero que tenemos que corregir es el concepto errado de que orar es
sinónimo de pedir. Pedir ocupa un lugar en la oración, pero no lo es todo: Jesús
lo explicó de una manera muy pedagógica: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará;

buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide,


recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” Lucas 11:9-10.
Cristo habla además de buscar y de llamar como elementos componentes
de la oración y tiene el cuidado de ubicar el pedir dentro de condiciones muy
concretas que solemos olvidar: “Si permanecéis en mí, y mis palabras

permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Juan


15:7
El Señor nos está esperando en el altar devocional. Allí lo más importante
no es pedirle cosas a Él sin antes considerar sus condiciones. Necesario es,
entonces hacernos dos preguntas de control: ¿Permanezco yo en Él?;
¿Permanecen sus palabras en mí?. Sólo si podemos responder con honesta
afirmación a esas dos interrogantes tendremos luz verde para pedir en el
proceso de nuestra oración.
No aceptar las condiciones de Jesús es lo que explica la frustración de
mucha gente que no entiende por qué -a su juicio- Dios no les responde como
ellos quieren. Él no nos concede siempre lo que le pedimos sino lo que
necesitamos. Amigos: No nos confundamos; aunque el Señor siempre nos
bendice, es vital que entendamos con absoluta claridad que Dios no existe para
complacernos. Nosotros existimos para complacerlo a Él.
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Néstor A. Blanco S. 22ª.

E
n nuestro enfoque del tema de la oración estamos obligados a llegar al
fondo del problema. No es tarea de fácil solución porque, en principio, nos
enfrentamos con una pared de ideas preconcebidas y reforzadas por
nuestra tradición evangélica. Estamos hablando del concepto utilitario que
desafortunadamente ha marcado todo lo que entendemos por “oración”
Para millones de cristianos Dios sólo es “…quien perdona todas tus

iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca, de
modo que te rejuvenezcas como el águila. Jehová es el que hace justicia y
derecho a todos los que padecen violencia”. Salmo 103: 3-6. Obviamente no
estamos negando a ese Dios; pero no es una actitud correcta que veamos esa
sola cara de la moneda. Durante su ministerio terrenal el Señor Jesús tuvo que
ser punzante en su juicio, porque el alto liderazgo espiritual de la nación judía
había perdido el rumbo espiritual. Oigámoslo: ” …¡Ay de vosotros, escribas y

fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto
hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. Mateo 23:14
Es evidente que para Cristo esas “oraciones” no eran genuinas, porque se
comportaban como mamparas para encubrir las verdaderas intenciones, que no
eran nada sanas. La oración tiene un orden en la mente de Dios, y es necesario
que entendamos que está diseñada fundamentalmente como una relación. Esa
relación cambiará nuestra manera de vivir, porque transformará todas las aristas
de nuestro ser. Eso ocurrirá porque ¡nadie puede acercarse a Dios sin ser
cambiado!. Dios está esperando que vengamos a Él como lo hizo el salmista:
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis
pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino
eterno. Salmo 139: 23-24
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Tenemos que aprender a dejar de darle órdenes a Dios como si Él fuera


nuestro subalterno. Permítame hacerle una pregunta: ¿Cómo es su vida de
Oración?. Observe que no estoy interesado en saber cuál es el contenido de su
plegaria. Estoy preguntándole por su motivación, porque eso, finalmente, es lo
que al Señor le interesa más.
Ud. debe aprender a venir a la presencia de Dios en oración con la
disciplina de pasar tiempo con Él. No se preocupe por “medir” ese tiempo. No se
angustie si ese tiempo no es “largo”; no se trata de una competencia. Venga a Él
sin importarle si lo siente o no; si tienes deseos o no; si tiene fe o no; si tiene
necesidad o no. ¡Por Dios, simplemente, venga!
¿Podría acaso Ud. escuchar silenciosamente esta voz?: “…Dios, Dios mío

eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te


anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, 2 Para ver tu poder y tu
gloria, Así como te he mirado en el santuario. 3 Porque mejor es tu
misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. 4 Así te bendeciré en mi vida;
En tu nombre alzaré mis manos. 5 Como de meollo y de grosura será saciada mi
alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca, 6 Cuando me acuerde de ti en
mi lecho, Cuando medite en ti en las vigilias de la noche. 7 Porque has sido mi
socorro, Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. 8 Está mi alma apegada
a ti; Tu diestra me ha sostenido”. Salmo 63:1-8. ¿Puedes sentir su presencia.

Néstor A. Blanco S. 23ª.

o más importante de la oración es “orar”. Parece un juego de palabras,

L pero no lo es. Al Señor le importa más su persona (usted), que lo que Ud.
sabe o ignora. Toda una gama de conocimientos técnicos y teológicos
acerca de la oración serían inútiles si no realizamos el acto de venir y estar en la
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presencia del Altísimo en oración. Es absolutamente necesario que tomemos en


cuenta que el primer cambio que se produce con motivo de nuestra oración, es
EN nosotros mismos, Más que en nuestro entorno. En otras palabras, la oración
me cambia por lo que ella en esencia es.

El libro de Los Hechos nos relata la historia de un oficial romano que


produjo inesperadamente una revolución en la iglesia naciente: “…Había en

Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la


Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas
limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre”. Hechos 10:1-2. Cornelio era un
militar, invasor y pagano. Como tal era enemigo del pueblo judío. Esa es la
impresión natural que tenemos que tener de él. El problema es que la gente no es
siempre lo que parece ser; y nosotros no tenemos la capacidad para mirar como
mira Dios.
¿Cómo un hombre educado para la guerra feroz y para acabar con naciones
y pueblos puede ser al mismo tiempo “piadoso y temeroso de Dios?. Toda esa
contradictoria información acerca de su vida se explica con una frase lapidaria de
las Sagradas Escrituras: “…oraba a Dios siempre”.
Cornelio no era “cristiano”, no se congregaba, no había sido discipulado,
no formaba parte integral de lo que conocemos como “iglesia local”. ¡Sin
embargo!, hacía algo que mucha gente de la iglesia no hace: “…oraba a Dios
siempre”.

Por alguna razón que desconocemos este hombre se conectó con Dios a
través de la práctica de venir a su presencia en oración y fue en esa circunstancia
cuando el Señor lo escogió para provocar el más colosal cambio que la iglesia iba
a experimentar en el siglo 1; es decir, que la salvación era, no sólo para Israel
sino para toda la humanidad. “…Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En

verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda
nación se agrada del que le teme y hace justicia. Hechos 10: 34-35
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El meollo de la oración está en dejar lo otro, lo que nos quita tiempo, lo que
parece más importante, lo que nos distrae, lo que nos preocupa. Con frecuencia,
el tiempo para orar hay que “asaltarlo”, porque la vida humana conspira
naturalmente contra la oración. Después que vengamos a la presencia de Dios
podemos usar el manual de instrucciones del padrenuestro y toda la ayuda
pedagógica que la iglesia ha producido en dos milenios; usarlo antes de venir, no
tiene mucho sentido.
¿Sabes por qué es difícil tener vida de oración? Porque hay un ejército
enemigo de la iglesia que está activo sin cesar usando todo su arsenal para que
no vengas al altar o para que te salgas de él. La iglesia jamás podrá ser
vencedora sin oración. “…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el

Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los
santos”. Efesios 6:18. Ningún creyente por más preparación que tenga tampoco
podrá ser victorioso si no dedica tiempo para orar.

Néstor A. Blanco S. 24ª.

N
uestro trabajo de campo nos ha enseñado que -al menos teóricamente- la
oración como estructura religiosa goza de gran estimación por parte de
la gente de la iglesia. Todos “hablamos bien” de ella, y es obvio que
ocupa un lugar privilegiado en nuestra cultura. Es decir, estamos hablando de
algo supremamente “espiritual”, que es bueno, que nos gusta, que sirve para
muchas cosas; pero que nos cuesta mucho realizar. ¿Recuerdan la experiencia
de Señor con sus discípulos en la hora final? “Vino luego a sus discípulos, y

los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar
conmigo una hora?.” Mateo 26:40.
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En toda oración siempre habrá: I. Un hombre que se acerca a Dios; II. El


Dios infinito que se acerca al hombre; y III. Satanás, un enemigo de Dios y del
hombre que hace lo imposible por bloquear esa relación. De manera que, cuando
oramos estamos involucrados, aunque no sea nuestro deseo, en un acto de
guerra espiritual. Necesitamos entender a cabalidad que la oración no es
simplemente una parte de nuestra liturgia, sino el reservorio de un enorme poder
que tenemos que aprender a liberar.
En nuestra cultura predomina con mucha fuerza la idea de que la oración es
una “actividad” más. Ese sentimiento hace que menoscabemos la importancia de
la oración practicándola apresuradamente, como para “salir del paso” o “cumplir
con Dios”, como si el Altísimo necesitara de nuestra de nuestro concurso.
Nuestra preocupación está centrada en que cuando oremos alguien en la tierra
pueda medirlo y aceptarlo. En otras palabras, nos preocupa más el juicio de la
gente que la opinión de Dios.
La parábola alusiva de Jesús debe retumbar en nuestros oídos y cambiar
definitivamente esa perversa manera de pensar: “ Dos hombres subieron al

templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en


pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no
soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como

este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que
gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,

pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el


otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se
humilla será enaltecido”. Lucas 18: 10-14
Si nos tocara medir con la óptica humana la actitud de estos dos hombres
tenemos que concluir que estaban haciendo lo correcto en el lugar correcto:
Estaban “orando en el templo”. Uno era un erudito de la religión y el otro era un
ignorante espiritual. Los dos se acercaron a Dios; pero las intenciones del
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corazón, que sólo las puede percibir el Señor, hicieron la diferencia cuando el
juicio divino acerca de los dos tuvo que ser revelado, porque la verdad finalmente
triunfa: Sólo el publicano fue justificado. Corolario: Ni orando podemos engañar a
Dios. Abandone todas las posturas cosméticas y artificiales que solemos usar
para impresionar a nuestro Padre y a los hombres. Jamás olvidemos que “Los

sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y


humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmo 51:17.

Néstor A. Blanco S. 25ª.

N
Nuestro enemigo jamás toma vacaciones; y nuestro Señor tampoco lo
hace. De hecho su promesa es tan real hoy que cuando se despidió de
sus discípulos: “…he aquí yo estoy con vosotros todos los días,

hasta el fin del mundo”. Amén. Mateo 28:20.


La ocasión de un año siempre se presta para evaluar. Es un alto en la carrera
que nos permite mirar con calma hacia el interior de nuestro corazón. Con meridiana
honestidad debemos medirnos espiritualmente: Cuánto logré, cuánto pude haber
logrado y cuánto falta. El poeta peruano José Santos Chocano lo expresó con
tristeza: Hace ya diez años que recorro el mundo/ ¡He vivido poco!/ ¡Me he

cansado mucho!. Acaso la poesía del bardo español Antonio Machado pueda

dibujarnos con un poco más gracia la imagen: “Caminante, no hay camino, se hace

camino al andar”. El gran apóstol de los gentiles lo expresó con la elocuencia y la

sabiduría que da el lenguaje del espíritu: “…He peleado la buena batalla, he

acabado la carrera, he guardado la fe”. 2ª Tim. 4:7


Son, pues, las diferentes aristas desde las cuales podemos ver hacia el
atrás de nuestras vidas. Nos ponemos sentimentales cuando el año termina,
porque al fin y al cabo medimos que estamos más cerca del fin y no hay manera
de regresar. Es, entonces el momento propicio para las promesas. Justamente
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de eso se trata nuestra cita hoy, de hacer un pacto, porque los pactos nos ayudan
pedagógicamente a lograr metas espirituales.
No escogimos hablar de la oración porque sea un tema fácil o popular.
Creemos, con fe de carbonero, que es un tema necesario y lo vamos a repetir
hasta la saciedad. Nos sentimos como Pablo cuando, bajo el rigor de la guardia
pretoriana que lo custodiaba en la cárcel le escribió a la iglesia más antigua de
Europa, los filipenses” “…A mí no me es molesto el escribiros las mismas

cosas, y para vosotros es seguro”. Fil. 3:1. O sea, Tengo una gran carga en el
corazón que me impele a decirles esto, y eso a Uds. definitivamente les conviene.
Nos conviene decidir la disciplina del pacto. Hablamos de prometernos e
involucrar a Dios en una decisión que nos permita separar cada día un momento
sagrado, a la hora que Ud. pueda, los minutos que Ud. pueda y en el lugar que Ud.
pueda para pasar tiempo con Dios.
Saque de este esquema las “oraciones” marcadas por nuestra etiqueta
social-religiosa. No estamos hablando de orar para comer, para dormir, para
viajar. Eso es otra cosa. Estamos hablando de derramar el alma en la presencia
del Eterno, sin modelaje; ¡sin ocultar la verdad con palabras¡
Haga un pacto por un tiempo razonable. No compita en “cantidad” con
nadie. No se trata de un concurso sino de salir de una crisis. Imite a Jesús y
apártese para estar en su presencia, sin preocuparse si la oración es larga o
corta. No permita que ninguna actividad, ¡Ni siquiera las obligaciones
eclesiásticas! lo aparten del altar de su presencia. ¡Nada de lo que Ud. hace es
más importante que orar!. “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi

nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren

de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré

sus pecados, y sanaré su tierra”. 2ª Cron. 7:14


Que el espíritu que envolvió al mundo con el milagro de la natividad de
Jesús el Salvador, nos sumerja en su presencia, y que este año sí sea un punto
de partida para transformarnos en las manos de nuestro Sumo Sacerdote.
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“Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo”. Marcos


13:33.

Néstor A. Blanco S. 26ª.

L
a mayor parte de las oraciones que hacen las personas están presididas
por un sentido utilitario. Al hacer oraciones, generalmente buscamos un
beneficio material o de alguna otra naturaleza. Parece que creemos que
Dios está en el cielo sólo para complacernos. Lo que pasa con esto es que la
oración tiene una fama en la tradición de la humanidad. La gente sabe que la
oración es “buena”; y muchos de nuestros amigos no creyentes nos piden
oración pos sus necesidades. Dios es tan bueno que las suple. Él no lo hace
porque la gente es buena sino porque Él es bueno. Sin embargo, algunos
creyentes se sienten frustrados cuando no reciben lo que desean. “Pedís, y no

recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4:3. Es
entonces cuando percibimos que la oración es algo más que disparar peticiones
al Reino de los Cielos
Un creyente serio y maduro debe entender el verdadero sentido de la
oración. Jesús fue muy preciso cuando lo enseñó: Y yo os digo: Pedid, y se os

dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Lucas 11:9. Hemos


desestimado el Buscar y el llamar y hemos potenciado el pedir porque es más
fácil recibir que darse. Si nuestra oración se circunscribe sólo a una “actividad”
en la cual venimos a pedirle “algo” a Dios, tenemos que concluir dolorosamente,
que no hemos entendido lo que es orar.
La primera lección que Jesús les dio a sus discípulos cuando le pidieron
que los enseñara a orar fue precisamente incorporar el sentido de la devoción
privada, para la cual hay que apartar un tiempo que debe ser sagrado. No es una
petición pasajera, materialista y superficial. Es contemplación íntima y profunda.
Más que recibir “un favor” es percibir su “presencia”: “…Mas tú, cuando ores,
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entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto;


y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6

“Esa” oración requiere del sentido de la disciplina. Todas las fuerzas del
mal se activarán para que tú no ores así. Ninguna actividad de tu vida va a ser
bombardeada espiritualmente por las tinieblas de este mundo como lo es el
momento del altar. Eso ocurre porque la oración es, en esencia un acto de guerra
espiritual. Cuando separas, como pidió Jesús, tiempo para estar en oración, te
conviertes en una amenaza para Satanás. Su reino retrocede y empiezas a
convertirte en vencedor. Si mantienes ese ritmo, la vida del espíritu gobernará tu
corazón y todo lo que significa el pecado y la vida de la carne cederán su lugar al
gobierno de Dios en ti.
El historiador Orlando Boyer recoge una hermosa experiencia de oración
narrada por el joven misionero David Brainer cuando tenía sólo 20 años·
“Dediqué un día para ayunar y orar y me pasé el día clamando a Dios casi
incesantemente, pidiéndole misericordia y que me abriese los ojos para ver la realidad
de mi pecado’. Tenía una lucha existencial por la santidad. ....cierto día estaba
completamente solo en el campo y sentí de una manera sobrenatural un gran gozo y
dulzura en Dios. Experimenté un profundo y ardiente amor por mis semejantes y
anhelaba que ellos pudiesen gozar de lo que yo gozaba. Anhelaba tanto la presencia
de Dios, así como liberarme del pecado. Para mí una hora con Dios excede,
infinitamente a todos los placeres del mundo” Es la hora del altar de Dios. Él siempre
nos está esperando, para bendecirnos, para cambiarnos.
.

Néstor A. Blanco S. 27ª.


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E
l contacto con la gente en los escarceos ministeriales nos ha enseñado
algunas verdades interesantes con respecto a la oración. Veamos: Casi
toda las personas saben que orar es bueno, pero NO oran. Esa antinomia
se explica entendiendo que creer las cosas NO es hacer las cosas. Tener un buen
concepto del Evangelio no hace a una persona cristiana; hace falta compromiso.
Tener un buen conocimiento de la Biblia no hace necesariamente “santo” a nadie.
Hace falta algo más. Hace falta vida.
Los líderes espirituales de Israel en los días de Cristo fueron
reprendidos por el Maestro por el “uso” que le daban a la oración “Guardaos de los
escribas, que gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas,
y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que
devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán
mayor condenación”. Lucas 20: 46-47
Esta desviación acerca de la oración es tan antigua como contemporánea.
Orar es esencialmente bueno; pero es innegable que las Sagradas Escrituras nos
enseñan que las intenciones del corazón, si no son sanas, pueden teñir aun lo
bueno que hagamos. “ Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos

aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser
vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” Mateo
6:5
La oración tiene que dejar de ser una actividad religiosa que llena la liturgia
tradicional de la congregación. No podemos seguir conformándonos con hacer
oracioncitas de emergencia como cuando llamamos a los bomberos para que nos
saquen de un aprieto. Orar debe convertirse en un estado de vigilancia constante
que evite que caigamos en el foso de la rutina espiritual.
La oración ha sido muy poco entendida en la iglesia. Casi siempre nos
encontramos con que lo que la gente entiende y practica de la oración tiene que
ver con una “estructura” o una “actividad” que a veces tenemos el atrevimiento
de llamar “devocional”; en la cual “orar” es una de las cosas que están incluidas.
Eso lo hacemos repetitivamente y hasta de memoria y cuando terminamos
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sentimos una satisfacción religiosa de haber “hecho” nuestro propio culto


personal.
La oración no existe para que nosotros la manejemos a fin de conseguir
“algo” de Dios. Ésta es, por cierto una gran debilidad en el cristiano de hoy. A
veces sentimos que las personas confunden a la oración con un acto de magia
como el Simón del libro de Los Hechos.
Aunque nuestra mente se presta para seguir con facilidad “pasos”
metodológicos tales como por ejemplo: “Los siete pasos para ser exitoso” o
“Cómo orar durante una hora” o hacer una exhibición de nuestras “oraciones
contestadas” etc.; no es así como funciona la oración. En la iglesia tenemos que
aprender a experimentar momentos de asombro y adoración ante la presencia
del Señor EN oración. ¿Oramos PARA conseguir algo de Dios o lo hacemos para
ENTRAR en su presencia?. Pues la verdad es que las dos cosas son ciertas, pero
generalmente la primera nos domina. Acompañemos al salmista por
excelencia; un gran hombre que nos enseñó mucho de esta hermosa
relación:“Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi gemir. Está atento a

la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Jehová, de


mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.”
Salmo 5:1-3
Retírate de la bulla que produce tu propia vida; de los conceptos religiosos
que ha generado la esclerosis de una liturgia que ni el Señor soporta, y entra con
suavidad en su presencia, de nuevo con las palabras de David: “Tarde y mañana

y a mediodía oraré y clamaré, Y él oirá mi voz”. Salmo 55:17

Néstor A. Blanco S. 28ª.

U
n avance muy significativo en nuestra debida comprensión de lo que es
oración lo constituye el poder diferenciar con claridad que orar no es
tanto una “actividad” como una relación. Las relaciones, para que
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funcionen bien, tienen que ser cultivadas. Nadie puede pretender conocer a Dios
a menos que decida pasar tiempo con Él. Hay que sacar a la oración de los
vacíos esquemas religiosos que ha llevado a las congregaciones a creer que Dios
existe para conceder sin más, cada uno de nuestras peticiones.
El Apóstol Pablo le explica a su discípulo Timoteo que los diferentes
“formatos” de oración se fundamentan en la naturaleza de Dios, porque
finalmente a Él le agrada que su santa voluntad se cumpla entre las naciones. “…

Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones


de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en
eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y
honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro
Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad.” 1ª de Tim. 2: 1-4

En nuestra oración tenemos la oportunidad de conocer a Dios y además de


entender cómo es que Él nos conoce a nosotros. Esto no podría realizarse con
plegarias utilitarias, interesadas y distraídas. Es absolutamente necesario que
aprendamos a desarrollar la capacidad de convertir los momentos de oración en
hermosas oportunidades de ESTAR en la presencia del Señor.
El rey David, un hombre que conocía la vida de oración lo expresó así:
“…Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don de mis manos como la

ofrenda de la tarde”. Salmo 141: 2


Más que para “conseguir” cosas de Dios, debemos orar para conseguir a
Dios. Todos nosotros podemos vencer en esa lucha tenaz que se produce en
nuestro interior cuando separamos tiempo para estar en oración, si mantenemos
claramente el objetivo y la visión de la oración, el cual es orar para conocer a
Dios. Para que la cercanía a su presencia nos toque como tocó al profeta Isaías y
para que su santidad inherente nos produzca cambios sustanciales como se los
produjo a él (Isaías 6).
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Nuestra oración produce movimientos significativos en el mundo espiritual.


Somos privilegiados porque el Señor permite que a través de nuestra plegaria
seamos actores considerados en el mundo donde Él gobierna: Veamos cómo esta
verdad se aprecia en las Escrituras: “… Otro ángel vino entonces y se paró ante

el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a


las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del
trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso
con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del
fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos,
y un terremoto”. Apocalipsis: 8:3-5
Pecaríamos de deshonestidad si tratáramos de convencerte de que orar es
fácil. No lo es, nunca lo ha sido y jamás lo será. La vida de oración va a necesitar
de disciplina, tal como la practicó Jesús apartándose de sus múltiples
ocupaciones. El Señor está esperando que entres a su mundo. Cuando lo hagas
te enamorarás tanto, que nunca querrás salir de él. ¿quieres entrar?.

Néstor A. Blanco S. 29ª.

S
i revisáramos nuestros motivos de oración, veremos cuán utilitarios
somos al “orar”. No es fácil cambiar esa mentalidad cuando por años lo
que la oración ha significado para nosotros es una tabla de salvación para
resolver un problema puntual; algo así como un alumno que sólo estudia para
“pasar” un examen, no para saber.
Betty S. Constance nos ha enseñado que “la oración es la vida misma del
cristiano”. Un creyente nos manifestó un día que se levantaba a las cuatro de la
mañana para orar. Me llamó la atención esa confesión e indagué un poco y
entonces explicó: ¡Claro, lo primero que uno hace cuando se levanta es orar y dar
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gracias a Dios!. Entendí que esa persona se levantaba a las cuatro am. para irse a
trabajar y en ese momento “también” hacía una oración, rutinaria. Su motivación
al levantarse a esa hora no era la oración, ¡era el trabajo!. Es muy fácil solapar
nuestras motivaciones. El problema con eso es que Dios conoce por qué
hacemos lo que hacemos; y al final eso es lo que cuenta.
Una de las más grandes manifestaciones personales de Dios a un ser
humano lo constituye la revelación de parte de Dios que experimentó el
centurión romano Cornelio en los albores de la iglesia: “El, mirándole fijamente,

y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas
han subido para memoria delante de Dios.” Hechos 10:4
Dios utiliza a un hombre que ni siquiera forma parte de la iglesia en el
sentido local del término, para revelarle que la salvación es un don universal.
Algo que ¡ni los discípulos de Jesús habían comprendido!. Todo eso ocurrió
porque ese hombre era “… piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que

hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre”. Hechos 10:2


Tenemos que experimentar un intenso proceso de transformación interior
para comprender que la oración en realidad es lo que nosotros somos. De manera
que nuestro andar con Dios debe ser una vida de oración.
Para llegar a eso no hay que convertirse en un místico contemplativo ni
estar a “tiempo completo” en un ministerio. Hay muchos momentos de nuestros
días que podemos disponer para venir a la presencia de Dios y, simplemente, ¡no
lo hacemos!, porque sentimos que en esas ocasiones NO TENEMOS NADA QUE
PEDIR, o nadie por quien “interceder”.
Hemos querido “meter” a la oración en una metodología que no nos
funciona. Podemos “estudiar” la oración, leer libros acerca de ella, acudir a
talleres alusivos, enseñar a otros; convertirnos en reconocidos intercesores.
Todo eso lo podemos hacer sin tener vida de oración y ¡no nos sirve
absolutamente de nada!. ¿Saben por qué? Porque lo más importante en el
proceso de la oración es ORAR. Nadie puede aprender a torear en un curso por
correspondencia. ¡Hay que enfrentarse con el toro!
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Todas las “actividades” que rodean a la oración son menos importantes


que decidir venir a estar en la presencia de Dios sin que para ello nos convoque
una tradición religiosa, una costumbre, una crisis, una “necesidad” puntual.
Esas actividades no son “malas”; de hecho son buenas; pero no pueden
sustituir a la oración que produce una avalancha de la presencia de Dios. “ Cuando

Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto


y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los
sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la
casa de Jehová.” 2º Crónicas 7: 1-2. ¡Señor: Queremos con pasión tu presencia
formidable, aquí y ahora!

Néstor A. Blanco S. 30ª.

U
no de los líderes evangélicos de mayor peso hoy es el Rvdo. David
Yonggi Cho, quien pastorea la congregación protestante más grande del
mundo. Corea del Sur es un país de cultura budista ubicado en la franja
geográfica que los misionólogos denominan “la ventana 10.70”. Es una zona
caracterizada porque los países que la conforman presentan diversas formas de
resistencia a la predicación del Evangelio y porque, además, contiene a la zona de
mayor pobreza del planeta.
Cho estuvo en Caracas al comienzo de la década de los 80, invitado como
orador principal del Congreso Evangélico de Venezuela. Cuando llegó al
Poliedro de Caracas y vio aquel escenario totalmente lleno de gente que
conversaba animadamente antes de comenzar el culto, hizo esta observación. “ya
sé cuáles son los problemas que Uds. tienen, es que Uds. no oran”, y añadió:
“Hay 700.000 personas en Corea orando por este evento”. Eso no fue todo; luego
dijo algo perturbador: “Si Ud. es un ministro del Evangelio y no puede orar dos
horas diarias, retírese del ministerio”. No pude evitar recordar la pregunta de
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Cristo a Pedro en uno de los momentos más cruciales de su vida; “Vino luego y

los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar
una hora? “ Marcos 14:37
Debo confesar que en ese momento la expresión del pastor coreano me
pareció exagerada, hasta que aprendimos con lágrimas y dolor en los vericuetos
de la vida ministerial la monumental verdad de esa aseveración. Fue así como
entendí por qué la mayor congregación y el más alto nivel de crecimiento
evangélico estaban contra viento y marea en Corea de Sur. ¡Era por la oración!
Casi nunca vamos a tener “ganas” de orar. Vivimos en un mundo que nos
rodea y nos envuelve con sus valores. Es necesario desarrollar hábitos y
disciplinas que nos lleven a la presencia de Dios. Nuestra devoción ha estado
demasiado teñida por la precedencia de lo que sentimos sobre lo que creemos.
Dios está siempre con nosotros, sin importar cómo nos sintamos. Él está con
nosotros cuando estamos deprimidos, cuando estamos tristes, cuando estamos
desempleados, cuando tenemos hambre, cuando estamos solos, cuando nadie
nos toma en cuenta. Tenemos que aprender que su compañía No depende de
ninguna circunstancia exterior. Él está con nosotros siempre porque Él lo ha
prometido: He quí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Amén. Mateo 28:20. Así que su presencia no depende de lo que nosotros somos o
sentimos sino de lo que Él ES.

Los pastores de la iglesia de Jerusalén fueron iluminados por el Espíritu


Santo para que entendieran la importancia de la oración en su ministerio.
“Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es
justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas… Y

nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Hechos 6:


2-4
La iglesia, y los creyentes en particular, tenemos que aprender a sacar a la
oración del “mueble” en donde la hemos tenido encerrada para exhibirla cuando
viene visita. Hay un milagro muy cerca de nosotros. La oración es un milagro y
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ella produce milagros. El Señor, como se lo dijo a Pedro, nos está esperando para
que velemos con Él.

Néstor A. Blanco S. 31ª.

M
ás importante que usar la oración como una herramienta para conseguir
“cosas” y atemperar anhelos, es concentrarse en que nuestra primaria
intención fundamental al orar sea conocer a Cristo y amarlo más
profundamente, por encima de lo que pienso o siento. ¿Acaso alguna vez nos
hemos planteado si lo que pedimos está de acuerdo a su voluntad?. “…Y esta es

la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su


voluntad, él nos oye”. Iª de Juan 5:14. No importa cuánta fe apliquemos; jamás
podremos torcerle el brazo a Dios.
El Señor siempre es cuidadoso en concedernos, no siempre lo que
pedimos, sino lo que necesitamos. Todos nuestros clamores, todas nuestras
peticiones pasan necesariamente por el filtro de su voluntad. Esto ocurre, no por
capricho de Dios sino porque nosotros no podemos ver como Él ve. Por eso es
necesario que al pedir, pongamos en el presupuesto de nuestras repuestas que el
Señor pueda decirnos ¡no!. Y cuando Él, en ejercicio de su amor y soberana
voluntad no nos responda como nosotros esperábamos, sepamos darle gracias,
porque su respuesta -aunque no la entendamos- es la mejor. Dios siempre es
positivo aunque aun cuando nos diga no.
Moisés fue un gran profeta, pastor y sacerdote de Dios. Uno de los más
grandes líderes que encontramos en las páginas sagradas de la Biblia. Oigamos
sus palabras: “…Y oré al Señor en aquel tiempo, diciendo: Señor Jehová, tú

has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque,


¿qué Dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las
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tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del
Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero el Señor se había enojado contra
mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo: Basta, no me
hables más de este asunto. Deuteronomio 3: 23-26.
Vayamos ahora al Nuevo Testamento cuando el más grande los
evangelistas y teólogos de la iglesia tuvo un crucial encuentro con Dios: “… Y

para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me


fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee,
para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado
al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi
poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más
bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. 2ª de Cor
12: 7-9
Aquí están dos gigantes espirituales de insospechada trayectoria. Nadie
los puede juzgar por falta de fe o integridad. ¡Sin embargo! El Señor, ante sus
peticiones, simplemente les dijo NO. ¿Por qué?, porque esa era su mejor
respuesta; sin tomar en cuenta si ellos la aceptaran o si a ellos les agradaba. Dios
es bueno. Por eso es que nos da siempre lo mejor. Que nosotros lo entendamos o
no, es otra cosa
El Señor Jesús sí comprendió bien que a veces lo que pedimos choca con
lo que el Padre quiere. Una vez que lo entendió, se sometió humildemente. “Y él

se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas


oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya”. Lucas 22: 41-42. ¿No sería mejor que le preguntáramos al
Señor antes de pedirle?. Seríamos más felices. Sufriríamos menos.
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Néstor A. Blanco S. 32ª.

C
onocer a Dios requiere de una decisión que involucra a la voluntad. No nos
convertimos en personas de santidad e integridad por accidente. La vida
de oración requiere de un desarrollo sustentado en la disciplina. Un poco
de grama se puede obtener en unas semanas; pero si queremos un roble,
entonces tendremos que esperar muchos años. No podemos hacer que una flor
se abra, porque para eso se necesita tiempo. Tampoco podremos conocer
verdaderamente al Señor si continuamos repitiendo plegarias distraídas y de
memoria, que no van más allá de las peticiones personales. Si Ud. quiere conocer
a Dios debe pasar tiempo con Él. Dios no vive para complacernos a nosotros.
Nosotros debemos vivir para complacerlo.
La oración no puede seguir significando para nosotros sólo un deber que
debe cumplirse. Debe convertirse en un privilegio para disfrutarlo como lo
expresó el salmista: “…Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don

de mis manos como la ofrenda de la tarde” Salmo 141:2.


D. L .Moody, el hombre de Dios a quien se atribuye, entre otra cosas, el
avivamiento escocés del siglo de finales del siglo 19 “pasaba las primeras horas
de la mañana derramando su corazón ante Dios y encontrando un verdadero
festín en la lectura de la Biblia, en el lugar donde se guardaba el carbón”
George Müller, fue un misionero alemán considerado uno de los hombres
de fe más notables su época. Sacudió la tibieza victoriana de la iglesia británica
cuando la “religión” formaba parte de la estructura social europea que estaba a
espaldas de las necesidades de la gente desposeída. Fue marcado por la oración
devota de las horas quietas de la mañana y así lo expresaba: “Encontré que la
cosa más importante que tenía que hacer era entregarme a la oración y a la
lectura de la Palabra de Dios, para hallar primero alimento para mi propia alma”
Robert Murray McCheyne, un ministro del santuario que pasaba muchas
oras en oración le dijo un día a un predicador en un servicio de ordenación:
“Dedíquese Ud. a la oración y al ministerio de la Palabra. Si Ud. no ora, Dios
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probablemente lo pondrá a un lado de su ministerio, como lo hizo conmigo para


enseñarme a orar”
Puede ser que cuando escuchamos de personas que oran durante horas
nos invada un sentimiento de inferioridad e impotencia porque creemos que
nosotros no podemos hacerlo. No permita que esa sensación domine su vida.
Aprender a orar no es una carrera de velocidad y jamás se debe hacer para
competir ni para impresionar a nadie. Sólo separe un espacio de su tiempo para
estar con Dios como lo hacía Jesús de Nazareth en un lugar solitario: “
Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar
desierto, y allí oraba”. Marcos 1:35. No se angustie si ese tiempo es breve, si es
de madrugada, de tarde, de noche. Todo eso es adjetivo. Lo verdaderamente
importante es la constancia en hacerlo porque eso es lo que te permite que Dios
te sorprenda con la invasión de su presencia. Entonces te olvidarás del tiempo y
las horas te parecerán minutos.
Cuando vengas a su presencia no te apresures; recuerda con quién estas
tratando y ríndele primero toda la adoración y la alabanza de la cual es digno,
como la hacía David: “…Mi corazón está dispuesto, oh Dios; Cantaré y entonaré

salmos; esta es mi gloria. Despiértate, salterio y arpa; Despertaré al alba.


Te alabaré, oh Jehová, entre los pueblos; A ti cantaré salmos entre las
naciones. Porque más grande que los cielos es tu misericordia, Y hasta los
cielos tu verdad…”. Salmo 108:1-4. Es el momento de rescatar el altar.
¡Bienevenido!.

Néstor A. Blanco S. 33ª.


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N
O TENGO TIEMPO PARA ORAR” es el título de un maravilloso libro que
Ud. debe leer. Fue escrito por el pastor Hill Hybels, un hombre de Dios
que confiesa con humildad que la oración nunca había sido el “fuerte” de
su vida, hasta que en una encrucijada de angustia se arrojó suplicante a los
brazos del Señor. No tener tiempo para orar se ha convertido en una crisis que
explica la razón de la tibieza espiritual y el fracaso de millones de cristianos. Una
jornada de oración crucial ha caracterizado algunas avalanchas angustiantes de
la gente que ora sólo porque se da cuenta de que no hay otro camino. “Mientras

oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de


Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y
niños; y lloraba el pueblo amargamente”. Esdras 10:1
Dios no está interesado en que aprendamos con dolor, pero nos ama tanto,
que a veces no le queda otro recurso que vernos pasar por un túnel oscuro para
entender lo que en las circunstancias normales de la vida no haríamos.
Hay una curiosa división de personas en la iglesia. Unos cuantos creyentes
son conocidos como personas “de oración”. ¿Qué pasa con los demás, que -por
cierto- son la mayoría? ¿Es acaso la oración el privilegio de unos cuantos
predestinados que decidieron ser “espirituales”?
Los resultados de ambas vidas deben decirnos algo concreto: La oración
ha sido; es y será siempre la llave para tener acceso al maravilloso poder de Dios
en su vida. Los discípulos decidieron pedirle al Señor que los enseñara a orar
porque fueron impactados por la práctica devocional y por la vida del Maestro.
Cuando la gente ora, cambia. Cuando no ora también cambia; sólo que los
cambios son distintos. Las personas que no oran se desconectan del poder de
Dios. No debemos atribuirle la culpa a las circunstancias de nuestra debilidad
espiritual si no usamos las armas que Dios ha dejado para fortalecernos.
“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. Col. 4:2. No
existe un problema tan grande que el Señor no lo pueda manejar, ni tan pequeño
que no le interese.
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Todos tenemos tiempo para orar, porque todos disponemos de 24 horas al


día. Lo que hacemos con nuestro tiempo es nuestra decisión. El problema reside
en las prioridades. Todo lo que hacemos en la vida produce un resultado. Si un
estudiante es diligente y pasa tiempo con los libros, aprobará con notas
excelentes; mientras que aquellos que no son disciplinados llegan al momento
del examen a “inventar” y son reprobados. En esas circunstancian no tienen la
honestidad de reconocer su responsabilidad personal y tratan de endosar la
culpa al profesor. La Palabra de Dios es sentenciosa y nos advierte mientras
estamos en este mundo:”…Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no

profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu


nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí;
apartaos de mí, hacedores de maldad”. Mateo 7:22-23
Hay que aprender a examinar la vida. La oración es precisamente eso: una
revisión de la vida en todos sus órdenes. No nos sirve de mucho “saber” cosas
acerca de la oración si finalmente no oramos. Los diagnósticos no curan a la
gente; sólo indican el mal. Separe tiempo sin angustia y sin prisa para orar, con el
pensamiento del apóstol Pablo: “Gozosos en la esperanza, sufridos en la

tribulación, constantes en la oración”. Romanos 12:12. Pruébalo.

Néstor A. Blanco S. 34ª.

rar no es una actividad natural”. Hace un tiempo hicimos esta aseveración

O en el desarrollo de un trabajo que presentamos en un círculo académico y


hubo una tenaz resistencia en aceptarla. No insistimos porque cuando los
interlocutores usan distintos idiomas, el diálogo es difícil. Unas semanas
después, y para bendición de mi alma, leí con estupor exactamente las mismas
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palabras en el primer capítulo del libro “No tengo Tiempo Para Orar”, del pastor
Bill Hybels. Es impresionante cómo el Espíritu Santo nos lleva a descubrir sus
hermosas verdades.
Algunas de las objeciones que escuché fueron: “¿Cómo explicas entonces

el hecho de que casi todo el mundo ora aunque no a Dios?. Me parece que el
orar, sobre todo en caso de emergencias, ¡es muy natural!. Creo que tu
expresión es muy cargada!. Me quedé estupefacto cuando personas de las
cuales se supone que tienen conocimiento de Dios y su Palabra creen, por
ejemplo, que alguien puede ORAR, en el sentido correcto del vocablo, a otro ser
¡distinto a Dios!. En fin, esas son algunas de las curiosas veleidades con las que
nos tropezamos en los pasillos de la iglesia. Una prueba más, pues, de lo mucho
que tenemos que aprender cuando hablamos de oración.
Orar no es una actividad natural porque en sí misma agrede a la odiosa
autonomía humana. El hecho de la oración parte de un supuesto que es contrario
a nuestra arrogante naturaleza. Orar nos humilla ante Dios. Cuando oramos
estamos reconociendo dos verdades básicas: Una, No soy una criatura
autosuficiente. Dos, dependo absolutamente de Dios. Ninguna de las dos son de
fácil aceptación. La nación de Israel entendió esto muy bien: “Mientras oraba

Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se


juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba
el pueblo amargamente” . Esdras 10:1.
Queremos enseñarle esto a la gente para ayudarlos a entrar en una dimensión
espiritual que los prepare para los retos de la experiencia cristiana. Ud. Debe saber
que la oración es la llave para acceder al verdadero poder de Dios en su vida. Las
personas que no oran están indefectiblemente desconectadas del poder divino.
Cuando enseñamos que orar no es una actividad natural lo estamos alertando para
que entienda que el mundo, en que vivimos, -un mundo sin Dios- se opone con
muchísima fuerza para que Ud. Ore. La prueba más evidente de ello lo constituyen
las diferentes oposiciones e interrupciones que surgen inmediatamente en su
entorno cuando Ud. decide que va a pasar unos momentos en la presencia de Dios.
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Ud. Podrá comer, bañarse, dormir, divertirse, descansar, etc. Ud. Podrá hacer
cualquier cosa con naturalidad, ¡pero cuando va a orar Ud. ofende al mundo de las
tinieblas y eso tiene un costo. Por eso orar no es natural, porque la oración no se
adapta a las normas de un mundo que va a contrapelo de la dirección de Dios.
Sin embargo, ¡Tengo buenas noticias para Ud. ¡Cuando Usted se atreve a orar
¡TODO EL PODER DEL SOBRENATURAL CIELO ESTÁ A SU DISPOSICIÓN. ¿Sabe por
qué? “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos a

sus oraciones; Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.!
Usted debe saber que la comunión más íntima que una persona puede
tener con Dios es a través de la oración. No te equivoques, no confundas
oración con plegarias distraídas, ni con peticiones caprichosas ajenas a la
voluntad del Señor. Cuando oras tienes que rendirte ante la evidencia de que Dios
no es sólo tu Salvador, sino que es también tu SEÑOR.
Este es el momento para que vengas ante tu Dios. No tienes que sentir
nada especial: no es cuestión de tener “ganas” o no. Es un principio,
simplemente ven. La promesa de Dios para ti es ésta: “…si se humillare mi pueblo,

sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se


convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y
perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos ojos y
atentos mis oídos a la oración en este lugar.” 2° Crónicas 7:14-15. ¿Te atreves a
venir?. Él siempre te espera.

Néstor A. Blanco S. 35ª.

T
odos tenemos tiempo para orar, pero no todos lo hacemos. Es
fundamental que cuando abordemos el tema de la oración entendamos
que hablamos de una relación espiritual de primer orden, que es capaz de
concitar todo el poder y la gracia del cielo a favor de nosotros, y eso no es, ni
puede ser fácil. La oración produce un movimiento sísmico en mundo espiritual,
porque se trata de hacer retroceder al enemigo de la humanidad quien nunca ha
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tenido con nosotros buenas intenciones, pues “El ladrón no viene sino para

hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia.” Juan 10:10.
Estamos hablando entonces de que cuando oramos asistimos a un
enfrentamiento del Reino de Dios con el gobierno de satanás. Sólo la oración
puede hacerle dar marcha atrás. Eso depende de nosotros. Orar no es fácil
porque el rey del mal hace todo lo posible para que nos alejemos del altar. En ese
sentido, es necesario no olvidar e la experiencia del profeta Daniel: “Y he aquí una
mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me
dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie;
porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando.
Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a
entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus
palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días;
pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los
reyes de Persia. Daniel 10:10-13
Debemos notar que el profeta no se desanimó por lo que “sintió” mientras
oraba en condiciones tan críticas. Permaneció sin vacilar en la trinchera y a su
debido tiempo vino la respuesta divina que le reveló que, aunque la situación que
vivía no era para nada gratificante; finalmente Dios tenía el control después de
batallar con huestes demoníacas, enemigas de la humanidad, con las que hay que
luchar perseverantes si queremos obtener la victoria.
Nos encanta la idea de “entrar en el lugar santísimo” mientras oramos. Los
testimonios de hermosos momentos de éxtasis espiritual que han salido de labios
de los hombres y mujeres de oración son fascinantes. Pero jamás legaremos a
ellos sin pagar el precio. El mundo espiritual es complejo y activo; tiene sus
leyes. Jamás vamos a disfrutar de una experiencia plena con Dios en oración si
no aprendemos que a veces para “llegar” al cielo hay que pasar por el infierno.
Un principio latino lo enseñaba: “si quieres paz, prepárate para la guerra”
Una frase muy evangélica es aquella de que “la oración cambia todas las
cosas”. Es curioso como podemos manejar paradigmas salidos de nuestra
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cultura religiosa. Hablamos de la oración que cambia como cuando usamos un


detergente que “sirve para todo”. Casi creemos que la oración es un producto
mágico. Hay que tener presente que el primer “cambio” que se produce cuando
oramos es aquel que nos afecta primero a nosotros.
Si venimos a la presencia de Dios en oración, ya eso nos cambia. Nadie se
acerca a Dios sin ser cambiado. Esas transformaciones no siempre se ven en
corto plazo. A veces ni siquiera se esperan; pero no puede ser de otra manera,
porque estar con Dios te llena de Dios; y, aunque no te lo propongas; tus valores,
tus sentimientos, tus emociones, tus gustos, tu vocabulario; todo comienza a
cambiar, sencillamente porque te estás entregando en las manos del Supremo
Sacerdote de tu vida. Todo aquel que se atreva a acercarse a Dios será
transformado, porque eso es un principio del Reino de Dios: “Acercaos a Dios, y

él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de


doble ánimo, purificad vuestros corazones”. Santiago 4:8
Ese cambio que produce la cercanía con Dios en oración, se va a convertir
en el motor que va a generar la provisión de todo lo que nosotros necesitamos.
Hemos percibido con preocupación cómo los creyentes se acercan a Dios como
el proveedor, pero no como el Señor. La relación con Dios se fundamenta en
base a principios espirituales superiores establecidos por el Creador, los cuales
no debemos ignorar. La manifestación más fehaciente de esa verdad está
constituida por las palabras lapidarias de Jesús: “Mas buscad primeramente el

reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no
os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.
Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:33-34. Tu Señor está dispuesto a
cambiar todo lo que tú necesitas que cambie, pero, primero te quiere cambiar a ti.
Pruébalo, ¡hay un milagro en tus rodillas!

Néstor A. Blanco S. 36ª.


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E
l Dr. C. Peter Wagner, reconocido escritor y teólogo cristiano, escribió
hace unos años una obra de naturaleza sumamente polémica: 7
Principios Poderosos Que No Aprendí En El Semnario. Oigamos en
sus propias palabras lo que dice en cuanto a la oración: “¿qué me enseñaron en
el seminario acerca de la oración? Francamente, no recuerdo mucho acerca de
eso. Sé que el seminario no brindaba cursos sobre oración mientras estaba allí.
Me enseñaron cómo predicar, bautizar y servir la comunión; pero no recuerdo
ninguna lección acerca de cómo orar o incluso de cómo conducir una reunión de
oración. Se suponía que la oración era importante; pero también se asumía que
todos ya sabíamos orar bastante bien. Aprenderíamos a orar por nuestra
cuenta…”
¡Qué interesante!. Estoy en la iglesia hace 56 años y puedo decir lo mismo.
Conocí, eso sí, hombres y mujeres excepcionales porque por alguna razón se les
conocía como gente de oración. Esa postura les cubría con un manto de respeto.
Eran personas a quienes queríamos imitar. Pero en ninguna de las instancias
educativas de la iglesia que conocí hubo nunca un lugar para enseñar a la gente a
orar. ¿Saben por qué?; por los supuestos equivocados que todos tenemos.
Un buen día Jesús escuchó de boca de uno de sus discípulos una petición
que era una necesidad de muchos más: “… Aconteció que estaba Jesús orando

en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a


orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lucas 11:1
De manera que es, por lo menos, preocupante, que después de dos siglos
de cristianismo, y a pesar de las enseñanzas de Cristo, la iglesia exhiba hoy el
mismo desconocimiento de los discípulos, como para que un doctor como
Wagner y un ministro que nació en las faldas del templo sientan que la oración y
su enseñanza han estado engavetadas en los archivos de la iglesia. ¡A nadie se le
ocurre enseñar lo que se supone que todo el mundo sabe!. Sin embargo, la
verdad es que, francamente, ¡No sabemos orar!. No porque sea complicado
aprender, sino porque tenemos conceptos equivocados de lo que es oración.
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Hay millones de personas en la iglesia que quieren orar sin tener relación
con Dios. El Señor habló de eso: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,

hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis
largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación”. Mateo 23:14. La gente
sentía respeto por estos líderes, pero el Señor los fustigó. El Pueblo no percibía
las motivaciones de unos dirigentes espirituales que se habían agotado en las
formas religiosas y estaban usando la oración con intenciones aviesas.
Hoy es necesario entonces reformular la oración y su enseñanza y dejar de
asumir que sabemos lo que ciertamente tenemos que aprender. Hay que sacar a
la oración de esa quincallería religiosa que la disminuye y la iguala a un rezo con
visos de magia, para ubicarla donde le corresponde, es decir, una categoría
divina entregada por Dios a la humanidad para establecer una relación personal
con Él.
El objetivo de nuestra oración tiene que superar el simplismo de “pedir”
porque cuando lo hacemos brota nuestra naturaleza humana con las debilidades
que la caracterizan cuando esperamos que alguien nos dé algo: Codiciáis, y no

tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis,


pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque
pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4:2-3
Es preciso superar esta casuística postración tradicionalista de la oración
que nos ha permitido vivir años en la iglesia desconociendo las riquezas que
están esperándonos en el manantial de la presencia de Dios. Hay que aprender a
orar, hay que enseñar a orar. No estamos hablando de posturas corporales, de
palabras específicas, ni de “horas” especiales. Todo eso es solamente envoltura
cultural pasajera y adjetiva.
Si deseamos continuar como estamos, entonces no tenemos nada que
aprender. Pero si queremos dar un salto de la religiosidad a la relación personal,
entonces es preciso devolvernos para rescatar esa joya de la oración que ha
estado cubierta de polvo en los intersticios eclesiásticos de nuestra fe. Una
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oración debe significar primeramente un cambio que comienza en nuestro


corazón; lo demás viene solo. C. Peter Wagner tiene razón.

Néstor A. Blanco S. 37ª.

E
l hábito de la oración es algo que tenemos que desarrollar. En este sentido
hemos advertido dos posturas extremas que se aplican además, cuando
los creyentes pretenden algunos otros logros espirituales: Una es creer a
pie juntos en reglas y recetas rígidas y repetitivas, que se convierten en una
camisa de fuerza, como si estuviéramos en una cárcel de la cual nos cuesta
mucho salir. Son actuaciones de modernos fariseos que desarrollan tal orgullo
“espiritual”, que algunos hasta esperan que fracasen. La otra está representada
por quienes andan en la onda del “espíritu” y piensan que no necesitan guía de
nadie. Ellos tienen conexión directa con el cielo. Desde luego que pensar así es
igualmente dañino, porque todos los extremismos son peligrosos.
No podemos crecer sin pautas. A nadie en su sano juicio se le ocurriría
“sentarse” a esperar, por ejemplo, perder peso, sin hacer algo concreto para
lograrlo. Si hemos decidido que es importante aprender a orar debemos buscar
las disciplinas necesarias y ejercitarlas en forma sistemática. Cuando los
discípulos se dieron cuenta de que tenían la brújula al revés, le pidieron sin
ninguna vergüenza, -porque eso no es vergonzoso- al Señor que los enseñara a
orar.
Si quiero lograr mis metas, tengo que domar mi estado de ánimo, porque la
lista de “razones” que acuden (sin que nadie las invite) a nuestra mente para
desestimarnos es larga: “Estoy cansado, Dios no quiere sacrificios, no hay que ser
religioso, está lloviendo, hace frío, tampoco la cosa es así, etc. Orar es algo serio que
exige que Ud. le hable a su mente y le ordene: ¡Voy a orar aunque no tengas
ganas!
El hábito de la oración nos ayuda a permanecer constantemente
sintonizados con la presencia de Dios y eso cambia sustancialmente nuestra
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vida. Ana derramó su alma ante la presencia de Dios en oración y el Señor le


regaló al profeta Samuel, el más grande líder de la nación de Israel en tiempo de

crisis. “…Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico
también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová .” I°
de Samuel 1:27-28
Notará que estamos hablando de compromiso. Es necesario precisar esto
porque hay quienes desean recibir mediante la oración las bendiciones de Dios
pero no están interesados en las demandas de Dios. Para ellos la oración es sólo
una palanca que sirve para mover. La actitud de orar implica que se acepta que
Dios invada la totalidad de nuestra vida. Ana le pidió un hijo y le prometió a Dios
que ella lo dedicaría a su servicio, y así fue. Entonces, Dios, sin negociar con ella
y sin prometerle nada le dio, además de Samuel, otros hijos; porque Él siempre
nos da más de los que esperamos. “…Y a Aquel que es poderoso para hacer

todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,


según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo
Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. Efesios 3:20:21
Es, por lo menos, ingenuo, pretender que el Señor nos va bendecir
dándonos lo que le pedimos; pero al mismo tiempo haremos con nuestra vida lo
que nos venga en ganas. No hay que olvidar que la oración es relación. En esto
tenemos que sincerarnos. La verdadera bendición de Dios implica su verdadero
señorío en nosotros.
Cuando el rey David se arrepintió de su pecado de adulterio, entendió que
más allá del acto de oración de arrepentimiento, se requería una actitud del
corazón que estaba por encima del acto formal de presentar sacrificios. El
salmista entendía que para el Señor era más importante la intención de santidad
constante de un corazón, que la manera religiosa de expresar el pesar por un
pecado. Para Dios siempre es más importante lo que somos que lo que hacemos.
“… Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios
de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás
tú, oh Dios. Salmo 51: 16-17
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Si queremos descubrir los tesoros espirituales de Dios tenemos que


aprender a navegar en otras aguas. Quienes nadan en las orillas jamás
disfrutarán las bendiciones de las profundidades. “…Los que descienden al mar

en naves, Y hacen negocio en las muchas aguas, Ellos han visto las obras de
Jehová, Y sus maravillas en las profundidades. Salmo 107: 23-24
Parece un contrasentido, pero orar es como correr con paciencia. Dios es
muy respetuoso con nosotros, sabe todo lo que somos, pero actúa solamente
sobre aquello que confesamos. Ábrale su corazón sin miedo y permítale cambiar
todo lo que Él quiera cambiar. ¡Sea su nombre bendito!

Néstor A. Blanco S. 38ª.

D
ios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos
ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por
quien asimismo hizo el universo”. Hebreos 1:1. El maravilloso contenido de esta
porción de la Palabra de Dios nos dice algo muy hermoso acerca de su programa
para la humanidad: Dios siempre ha querido comunicarse con el hombre, porque
quiere tener relación contigo.
La Biblia es la historia de Dios y su trato con nosotros. En cada una de sus
páginas aparece de alguna manera las condiciones de esa relación y las
consecuencias que se derivan de nuestra desobediencia. Es evidente que no
nacemos nada más que para vivir. Esa relación deseada por Dios se concreta en
lo que llamamos “vida devocional”; que no es otra cosa permitir que Dios reine
en todas las áreas de nuestra vida. Es decir, que debe haber momentos en los
cuales nos apartamos del ruido de la vida para estar en su presencia quietos; no
en un tiempo que nos “sobre”, sino en actitud de dedicación expresa, en el
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entendido de que no es Dios quien necesita de nosotros, sino nosotros quienes


vivimos en su mundo, que, por cierto, es prestado.
La oración es, con absoluta seguridad, la manifestación más elocuente de
una devoción. Partamos de la base de que al orar está descontado que amamos,
respetamos y obedecemos al Dios a quien dirigimos nuestras plegarias.
En el proceso de aprender a orar debemos comenzar por separar,
justamente, las peticiones particulares de la devoción. La oración pública y las
rogativas tienen un formato que todo el mundo conoce porque pedir es algo
normal; pero tenemos que ir más allá y llegar a la entrega, a la humillación, al
reconocimiento, a la alabanza, a la adoración. No es una actitud espiritual entrar
abruptamente a la presencia de Dios vociferando una lista de necesidades.
Si no comprendes o no sabes algunas cosas de la oración, de Dios, de la
Biblia, de la gente, no importa, No Te Angusties; pero igual ven porque cuando
oras te estás relacionando con tu Dios, quien es además tu padre.
Si en tu vida hay situaciones de pecado, no dejes por eso de venir a Dios;
de eso se trata la oración " Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que

haga el bien y nunca peque”. Eclesiastés 7:20. Seguramente te sentirás incómodo


porque hay personas que lo hacen mejor que tú. No estás en un concurso. Al
Señor sólo le importa la pureza de tu corazón.
Para orar no estás obligado a seguir un modelo al caletre. No son
necesarias palabras “mágicas”, ni ningún tipo de postura. Dirígete a Dios con
toda naturalidad. “… Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles,

que piensan que por su palabrería serán oídos”. Mateo 6:7


Tampoco debes permitir que tu sentir esté por encima de tu creer. El
sentimiento está mediatizado por nuestro estado de ánimo. La tristeza, el
desánimo, la angustia, la falta de fe; todas ellas son variables normales en la vida
de cada uno de nosotros. Dios, en cambio, es inmutable. Nada de lo que suceda
a su alrededor disminuye el profundo amor que profesa por nosotros. Sientas lo
que sientas ven a su altar. “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que

a mí viene, no le echo fuera. Juan 6:37


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Disfruta en descubrir la maravilla de su presencia en oración. Dios no nos


bendice porque nosotros somos buenos, sino porque Él es bueno. ¡Entra!

Néstor A. Blanco S. 39ª.

U
na actitud honesta, cuando hablamos de oración es reconocer cuántas de
nuestras plegarias son realmente peticiones personales que no tienen
que ver con nuestra vida espiritual. Es claro que tenemos un sinnúmero
de necesidades materiales que sólo el poder de Dios puede resolver. Pero
queremos advertir que debemos ser cuidadosos de que lo que llamamos oración
sea utilizado básicamente para pedir sin estar dispuestos a “darnos”. Hay tres
verbos bien significativos que usó Jesús en una ocasión en la cual habló de orar
“…Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os

abrirá”. Lucas 11:9


Creo que esas palabras del Maestro nos invitan a tener una visión menos
utilitaria de nuestros clamores. Es triste que lo que llamamos éxito al orar sea
solamente una contabilidad de “las oraciones contestadas”. Buscar tiene que
estar en el primer lugar de nuestra prioridad. Nosotros podemos hacerlo a
nuestra manera; pero el Reino de Dios tiene sus leyes y han de ser obedecidas.
La vida de oración supone un proceso. Generalmente el pedir domina la infancia
de nuestra vida, mas cuando vamos creciendo nos damos cuenta de que no
somos el centro del universo y aprendemos también a dar.
Cuando comience a orar Ud. va a experimentar el nacimiento de una nueva
persona dentro de sí mismo. La oración sostenida produce un quebrantamiento
que nos retrata el alma, de tal manera que comenzamos a conocernos y a
asombrarnos. “…Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque

a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré


delante de ti, y esperaré.” Salmo 5:2-3
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Esa cercanía con Dios trae una sensibilidad para percibir nuestros pecados
“evangélicos” y una iluminación del espíritu para entender la Palabra de Dios.
¡Todo eso ocurre sin pedir nada! Es sólo el producto de estar en el altar.
Aunque oigas de personas que oran durante horas, no caigas jamás en la
tentación de orar contra reloj. Cuando la oración va siendo fluida experimentarás
progresivamente la gloria de su presencia y eso te hará olvidar el tiempo. No
hagas esfuerzo para orar “largo”; no es así como funciona, simplemente ora y
espera; así aprenderás.
Si a pesar de tu decisión de orar, fallas, no te angusties por eso. Los
obstáculos para orar tienen que estar en tu presupuesto. Levántate de todas las
caídas porque esa lucha sólo indica que están en el camino correcto. El enemigo
sólo ataca ferozmente a quienes le hacen guerra. Cuando tú oras, ¡entérate!,
satanás tiembla.
La práctica de la vida de oración incorporará cambios en tu vida que tú ni
siquiera imaginas. Cuando estás en la presencia de Dios orando te pareces a la
mantequilla cuando se acerca al fuego; ella cede sus condiciones intrínsecas
para que el fuego le imponga las suyas; ella sabe que con el fuego no tiene
opciones. ¡Tiene que cambiar y cambia!. Cuando entres en la dimensión de la
oración te vas a derretir porque cuando te acercas a Dios no puedes permanecer
como eres. Su presencia te cambia. Escríbelo.
No esperes más, busca tu propio momento; y cuando se apague el ruido de
la gente póstrate en su presencia. Si no tienes palabras, no hables. Tu silencio
también es oración. Si sólo salen lágrimas, deja que ese llanto exprese los latidos
de un corazón que se quebranta en la augusta presencia del Altísimo. No esperes
más y ven. Él te espera para bendecirte.

Néstor A. Blanco S. 40ª.


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E
sforzarse es un verbo complicado por dos razones: primero porque pone
de relieve la voluntad humana y no la del Dios que me ayuda (lo cual nos
gusta tanto), y segundo, porque es un verbo reflexivo, en el cual, quien
ejecuta la acción también la recibe. El éxito que han de tener en nuestra
experiencia personal la oración y la vida de oración, pasan justamente por
esforzarnos.

Observe con cuidado que Dios le dice a Josué que nunca lo va a


abandonar, pero que tiene que esforzarse. Es decir, yo te ayudo, y tú pones de tu
parte. “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés,
estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a
este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos”. Josué 1:5-
6

La práctica de la oración tienes varias aristas, una de ellas es el contenido


en sí, otra es la forma corporal que tanto preocupa a la gente; otra es el tiempo de
duración o la frecuencia de la plegaria, etc. Sin embargo, todo eso está
supeditado a una variable de capital importancia y es la de esforzarse para orar.
Por eso hemos repetido y lo haremos hasta la saciedad que orar es una decisión.
La esencia de la práctica de la oración está reñida con la naturaleza humana.
Nosotros vivimos escondiéndonos de Dios y para eso usamos el trabajo, los
estudios, las diversiones y hasta la religión que se caracteriza por falta de
oración.

No le podemos pedir a Dios que nos ayude a esforzarnos, porque Él respeta


nuestra voluntad. Ud. Le puede pedir al Señor que lo ayude porque va a presentar
un examen; pero le aseguro que el Señor NO va a estudiar por usted. Ahora bien,
¿Cómo podemos poner, en términos sencillos eso de esforzarnos?. Bueno, tome
decisiones razonables y respételas. Por ejemplo: Prométase que en el próximo
mes va a dedicar 15 minutos diarios a la oración. Tenga en cuenta que no es para
beneficiar a Dios (Él no necesita eso). ¡Se lo está prometiendo a usted
mismo!.Ubique esa devoción en el mejor momento de sus 24 horas.
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No espere milagros, no espere transformaciones inmediatas. Tenga en


cuenta, eso sí, que Ud. se está acercando a Dios y Él siempre aprecia eso de la
gente. Además esa actitud suya generará por fuerza una actitud de Dios. La Biblia
dice sentenciosa: “…Acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros”. Santiago 4:8.
Cuando Dios se nos acerca como producto de que nosotros nos acercamos
primero, suceden cosas como en la experiencia de Isaías. El profeta experimentó
una visión de la gloria del Señor llenando el templo. Los serafines magnificaban
la santidad del Altísimo. La Biblia dice que los quiciales de las puertas del templo
se estremecieron y la casa se llenó de humo. Fue en ese instante en el cual el
profeta tuvo conciencia de su pecaminosidad residual y la reconoció en un grito
angustioso. La respuesta fue inmediata y certera: Sí había pecado en su vida,
pero el carbón encendido tocando sus labios lo quitaría.

Isaías se estaba acercando a Dios y Dios se estaba acercando a él. El Dios


que te está esperando en tu altar personal es el mismo del profeta. ¿Te atreves a
entrar? Es tu decisión.

Néstor A. Blanco S. 41ª.

E
s interesante saber que en el idioma hebreo, que es la lengua dominante
en el Antiguo Testamento, el verbo orar es reflexivo. Por la naturaleza de
nuestra gramática no se puede traducir como tal, pero al ser reflexivo en la
lengua original significa que quien ejecuta la acción de orar es forzosamente
afectado por el hecho mismo de orar. La oración es, pues, una calle de doble vía
donde Dios se encuentra con el hombre y el hombre se encuentra con Dios. ¿No
es maravilloso?
Descubrir esta realidad lingûistica fue fascinante para nosotros porque en
la práctica la creíamos desde tiempo atrás. Es la obra del Espíritu Santo que nos
revela la naturaleza de su Palabra. Lamentablemente nuestro desconocimiento de
la vida de oración y el afán utilitario de las plegarias dificulta la percepción de la
inmensa bendición que significa el que podamos orar. “…Mas tú mirarás a la oración
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de tu siervo, y a su ruego, oh Jehová Dios mío, para oír el clamor y la oración con que tu
siervo ora delante de ti. Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el
lugar del cual dijiste: Mi nombre estará allí; que oigas la oración con que tu siervo ora en este
lugar. Asimismo que oigas el ruego de tu siervo, y de tu pueblo Israel, cuando en este lugar
hicieren oración, que tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada; que oigas y
perdones”. 2º Crón. 6:19-21

Jamás debemos olvidar que las dificultades que tiene la práctica de la


oración, se derivan de que la oración misma es una verdadera fuente de poder en
contra del mundo espiritual que se opone a Dios. Siempre seremos cambiados
cuando oramos aunque esos cambios no sean percibidos con la inmediatez que
nos gusta. De manera que, jamás termine su tiempo de oración con sensación de
derrota ¡aunque eso sea justamente lo que sienta!. Dios no es lo que Ud. siente
que es; Él es quien es a pesar de lo que Ud. crea o sienta.
Estamos inmersos en una realidad espiritual dinámica que la Biblia llama
“mundo”, con la idea de “sistema que se opone a Dios”: 15 No améis al mundo, ni las
cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos;
pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Pues bien, la oración en esencia se opone a todo “eso” que Dios rechaza y
por esa razón ese mundo presidido por Satanás se defiende de su enemigo
natural. Es allí entonces, donde surge la estrategia de la disciplina para madrugar
a nuestro enemigo.
El mismo Jesús tuvo que apelar a ella. Cuando las horas del día se le
complicaban porque la gente lo acosaba debido al éxito de su ministerio, el
Maestro sencillamente corría la arruga del día. ¿Qué hacía? Se levantaba de
madrugada. ¿Cómo se llama eso?, pues se llama disciplina. Es una práctica que
se opone a nuestra naturaleza. Nosotros quemamos demasiado tiempo útil en
cosas baladíes. Se nos olvida que Dios nos pedirá cuenta de todo lo que nos dio.
El tiempo es un recurso no renovable y hay que usarlo con inteligencia.
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Comience a comprometerse a pasar breves momentos de intimidad con


Dios en oración a cualquier hora del día. Notará que independientemente de
cualquier petición que hiciere, lo más importante es que la presencia de Dios lo
invadirá lentamente. Aprenda a estar de rodilla ante Dios para estar de pie ante
los hombres. Hágase esa promesa ¡Ahora mismo!

Néstor A. Blanco S. 42ª.

E
se gigante espiritual que fue el pastor escocés de finales del siglo XIX,
Oswald Chambers nos regaló entre otras muchas, esta hermosa reflexión:
“La oración me cambia, cambia a otros, y cambia las
circunstancias a través de mí. El propósito de la oración es que
se revele la presencia de Dios en tu vida”

Cuando las personas no oran suelen teorizar mucho acerca de la oración.


De manera que, cuando las oímos hablar, sabemos, por el contenido de su
discurso, que no acostumbran estar en el altar de Dios, precisamente por eso que
afirmaba Chambers; porque la oración cambia. ¿Saben qué es lo primero que es
transformado al orar? ¡Pues nosotros mismos!. Tenemos una gran dificultad
para entender eso. Le pedimos a Dios que cambie a media humanidad y Él no
tiene problema en hacer eso; pero está más interesado en cambiarnos a nosotros
para que cambie nuestra visión de lo que nos rodea; pues cuando somos
cambiados nuestra percepción del mundo comienza a ser real, porque “traemos a
nuestra vida la santidad, los propósitos y las prioridades de Dios”

Mucho de eso que llamamos oración en nuestra vida no es efectivo porque


hay un desconocimiento esencial de esta hermosa categoría. Ya el apóstol
Santiago lo trajo a colación: “ Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar

en vuestros deleites” Santiago 4:3.


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En el sentido más sencillo, la oración es un encuentro de dos mundos, el


de Dios y el suyo. De manera que es sumamente importante que entendamos qué
es lo que hacemos al orar. Sería insensato que siguiéramos pensando que la
oración se agota en una actividad en la cual el todopoderoso Dios de los cielos
está a mi disposición para darme todo que yo quiero. Puede ser que, al contrario
de lo que tú piensas, eso que tú pides, es precisamente lo que Él No quiere para
ti; y jamás te lo va a conceder PORQUE es tu padre y te ama profundamente.
Antes de desplegar tu lista de peticiones y anhelos, guarda silencio
reverente ante el Señor y deja que su Espíritu te hable en la quietud de su
presencia, en el entendido de que orar es estar en consonancia y armonía con la
voluntad de Dios. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos

alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye
en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le
hayamos hecho.” Iª de Juan 5: 14,15
Hay un dominio soberano del Señor sobre nosotros. Eso se llama la
voluntad de Dios. No es su capricho, es su mejor plan. Son impresionantes las
equivocaciones que ocurren cuando no entendemos esto.

Vayamos a un caso real que relata la Biblia: Ezequías fue el duodécimo rey
de Judá. Era un buen hombre. Realizó un gobierno justo y agradó a Dios. Un día
El Señor decidió llevárselo, ¡y se lo anunció!. Por boca de Isaías le permitió que
¡arreglara su vida! Porque se lo iba a llevar.¡Qué privilegio! Ezequias armó una
lloradera porque quería seguir viviendo. Pues el Señor lo complació y le regaló 15
años más. En ese periodo nació su hijo Manasés, quien fue su heredero y uno de
los peores reyes de la nación, el cual, por añadidura, gobernó por ¡55 años!. Si
Ezequías hubiera aceptado el plan de Dios, Manasés jamás hubiera nacido.
No le des órdenes a Dios, pregúntale cuál es su voluntad, por que ella es
agradable y perfecta.
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Néstor A. Blanco S. 43ª.

E
dward Mckendrie Bounds, (1835-1913), mejor conocido como E.M.
Bounds, es un nombre que Ud. no debe olvidar. Escribió 9 libros, de los
cuales 7 fueron acerca de la oración. No pierda de vista su trayectoria, fue
un varón de Dios que vivió para orar. De él se ha dicho: “…No hay hombre, de los
que han vivido desde el tiempo de los apóstoles que le haya sobrepasado en las
profundidades de su maravillosa búsqueda dentro de la vida de oración”
La primera vez que un libro suyo cayó en nuestras manos percibimos de
inmediato que estábamos delante de un apóstol, un especialista de la oración;
porque cuando un hombre ha estado en la presencia de Dios, forzosamente la
transmite, así como sucedía con Moisés: “Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos,
puso un velo sobre su rostro. Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se
quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado. Y
al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era
resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar
con Dios”. Éxodo 34: 33-35
En los escarceos de los viajes ministeriales, mientras curioseábamos
algunos libros de la biblioteca de un pastor anfitrión en el norte de México, nos
encontramos con una de las joyas de Bounds; “El Predicador y la Oración”, La
sensación de estar delante de un hombre excepcional fue sumamente grata. ¡Qué
maravilloso es que la obra de los hombres de Dios produzcan la presencia de
Dios aun después de muertos, como pasó con el profeta Eliseo!.
En las páginas amarillentas de aquel librito, que finalmente me obsequió el
pastor, leí estupefacto: “Lo que la iglesia necesita hoy día, no es más o mejor

mecanismo, no nuevas organizaciones o más y modernos métodos; sino hombres


a quienes el Espíritu Santo pueda usar; hombres de oración, hombres poderosos
en oración. El espíritu Santo no fluye a través de los métodos, sino a través
de los hombres. Él no desciende sobre los mecanismos, sino sobre los hombres.
Él no unge planes, sino hombres. Hombres de oración”.
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La honestidad nos empujó hacia la humillación. Las palabras ungidas de


Bounds, un hombre que dejó este mundo hace 97, años estaban volviendo polvo
toda nuestra teología. Dios se complace en transformarnos a su manera.
Estábamos allí, ¡en silencio!, asistiendo al funeral obligado de esquemas
estereotipados que impresionan al intelecto, pero que dejan ileso al corazón de
las multitudes. Teníamos que entender, aunque fuese con lágrimas, que, ante que
oradores, éramos predicadores del Evangelio de Jesucristo.
Continúa Bounds: “La oración es una obra humillante. Abate el intelecto

y el orgullo; crucifica la vanagloria y señala nuestra bancarrota espiritual. Todo


esto es, para la carne, duro de soportar. Es más fácil no orar que soportar la
humillación”.
Este hombre singular pudo percibir por el Espíritu Santo y con meridiana
claridad, que cuando decidimos orar nos estamos abandonando en las manos de
nuestro Sumo Sacerdote. ¡Tenemos que poner las cosas en orden!. El Reino de
Dios tiene que ser nuestra prioridad. Seremos vencedores sobre las tinieblas de
nuestra vida cuando aprendamos -como lo hizo Bounds- que Dios no debe estar
en otro lugar que no sea el primero. Lo demás, dice la Palabra de Dios, será
añadido. (Mateo. 6:33).
La Editorial Clie nos ha regalado la bendición de publicar en un sólo
volumen toda la obra literaria de este santo de Dios, en la serie Grandes Autores
de la Fe, con el título de Lo Mejor de Edward M. Bounds. Saludamos agradecidos
este trabajo que rescata para la iglesia la palabra de Dios revelada a un hombre
que vivió para estar en su presencia y que nos bendice a través del tiempo y del
espacio, traído por las ondas frescas del Espíritu Santo. Las ondas de la oración.
¡Sea bendito el Dios Altísimo!

Néstor A. Blanco S. 44ª.


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L
a oración ha sido la partera de los avivamientos. Si estudiamos con
seriedad la historia de todos los movimientos que han sacudido a la
iglesia para sacarla de situaciones de inercia, desde Pentecostés hasta
hoy; descubriremos, para satisfacción de nuestra alma, que ha sido a través de
movimientos intensos de oración. Los avivamientos personales de figuras
extraordinarias que marcaron el rumbo de la iglesia también experimentaron que
la oración era la vía de su propia transformación. Entendieron que no podían
cambiar las cosas de su entorno si ellos no cambiaban primero. Una verdad del
tamaño de una catedral es que sin oración no hay cambios y cuando hay cambios
es porque ha habido oración. Hace casi tres milenios Dios se le apareció de
noche a Salomón y le entregó esta poderosa verdad: “…si se humillare mi pueblo,
sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus
malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra .
2ª Cron. 7:14.
Esta verdad funciona con independencia de quién es el que busca. Si un
pueblo busca a Dios, lo va a encontrar; si un visionario espiritual lo busca,
aunque su entorno se halle comprometido espiritualmente, igualmente lo
encontrará.

Hoy vamos a hablar del pastor David Yonggi Cho, de Corea del Sur; un
hombre contemporáneo que es referencia obligada en el mundo del
iglecrecimiento, pues dirige la mayor congregación evangélica del planeta. Cho
es conocido por su perseverancia y persistencia en el campo de la
oración. Por sus libros sabemos que ora de tres a cuatro horas
diarias. La vida de oración ha caracterizado su iglesia, cuya
asistencia está cercana al millón de personas. Una práctica de la
gente del pastor Cho, y en general, de las iglesias coreanas, es que
muy temprano, los templos se llenan de creyentes que van a orar
ANTES de irse a sus trabajos.
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Siempre debemos recordar que la naciente iglesia de Jerusalén


vio la luz cuando el Espíritu Santo descendió durante un período
concentrado de oración.“…Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con
las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” Hechos 1:14..

La vida de oración ha marcado la experiencia de este hombre de


Dios y de su iglesia; oigámoslo: “El tiempo de oración, no sólo en nuestra iglesia,
sino en la mayoría de las iglesias coreanas comienza a las cinco de la madrugada.
Normalmente oramos durante una o dos horas; y después de ese período en comunión con
Dios, empezamos las tareas normales del día. Ya que lo más importante de nuestra vida es la
oración, hemos aprendido a retirarnos pronto a descansar. Sin embargo, los viernes pasamos
la noche entera orando. Muchos visitantes se asombran al ver a nuestra iglesia atestada de
gente para una vigilia de oración.”

Asombra que el mayor movimiento de crecimiento y


avivamiento esté ocurriendo en un país de extracción budista y
ubicado dentro del área que los misionólogos llaman la ventana 10-
70. (pueblos menos alcanzados y con grandes problemas para la
evangelización). Nos asombra porque nos cuesta entender que el
método de Dios es la oración. La oración desencadena la realización
de un poderoso principio espiritual: “ Mas buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Mateo 6:33

Debemos aprender a respetar a Dios y a sus principios. Si queremos seguir


con nuestros métodos vacíos; es nuestra elección y hasta Dios la respeta. Pero,
si -por el contrario- deseamos salir de nuestra postración como creyentes o como
iglesia; es bueno entonces que sepamos que tenemos una cita en el altar donde
nuestro amante Señor está esperándonos para transformarnos. ¡Entra!. El cambio
está en tus rodillas.
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Néstor A. Blanco S. 45ª.

U
n avivamiento es un fenómeno social que “revitaliza, trae autoridad,
alista, entrena, llena de poder de Dios, trae arrepentimiento, hambre por
su presencia; trae fuego al corazón, pasión, convicción, y disposición
para ser usado por Dios”. Cuando esa noción llega a nuestros sentidos,
enseguida la relacionamos con muchas personas comprometidas en eventos
históricos que sacuden a una nación en un tiempo determinado para producir
grandes cambios espirituales a través del poder de Dios. Pentecostés, la
Reforma, Gales, Azusa, Corea, Pensacola etc.; fueron sin duda alguna,
avivamientos. Sin embargo, sigue siendo una idea lejana a nosotros porque
estamos esperando pasivamente que este avivamiento “corporativo” nos llegue
de alguna parte por alguna ignota razón.

Nos asombraríamos al saber que cada uno de nosotros puede producir su


propio avivamiento. En la palabra de Dios leemos: “Si se humillare mi pueblo, sobre el
cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos
caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora
estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar.” 2º de Crónicas, 7: 14-
15. Con alguna frecuencia eso que llamamos avivamiento ha sido una llamita
solitaria que encendió un bosque.
Usted no tiene que esperar que ese milagro llegue; usted puede comenzar a
producir ese milagro en su vida, ¡ahora mismo!; porque el ingrediente principal de
la visitación de Dios siempre ha sido y será la oración. Cuando comenzamos a
incorporar la vida de oración a nuestra cotidianidad, los cambios comienzan a
suceder. Esas transformaciones afectan nuestro entorno íntimo y obviamente,
como ha sucedido muchas veces, se pueden extender a una nación entera.

El gran apóstol Pablo lo resume así: “Exhorto ante todo, a que se hagan
rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y
por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad
y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual
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quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” 1ª de
Timoteo 2: 1-4.

El historiador Orlando Boyer resume así la experiencia de Jonathan


Edwards (1703-1758) “Era un hombre de casi dos metros de altura, su rostro tenía un aspecto
juvenil y su cuerpo estaba enflaquecido, según se decía, de tanto ayunar y orar.
“Cuando predicó el sermón que lo inmortalizó, Pecadores en manos de un Dios Airado, el
resultado fue como si Dios hubiese arrancado un velo de la multitud para que contemplaran la realidad
y el horror en que se encontraban… en ese punto el sermón fue interrumpido por los gemidos de los
hombres y los gritos de las mujeres que se ponían de pie o caían al suelo como si un huracán soplara y
destruyese un bosque. Durante la noche entera la ciudad de Enfield estuvo como una fortaleza sitiada.
Se oía en casi todas las casas el clamor de las almas que hasta aquella hora habían confiado en su
propia justicia. Esperaban que en cualquier momento Cristo fuese a descender de los cielos rodeados
de ángeles y apóstoles.
“Tales victorias contra el reino de las tinieblas se ganaron de rodillas. Edwards no había
abandonado los privilegios de la oración, una costumbre que tenía desde niño. Frecuentaba parajes
solitarios del bosque donde podía tener comunión con Dios. Fue así como en 1870 comenzó uno de los
mayores avivamientos de los tiempos modernos. No fueron solamente los sermones elocuentes y
eruditos los que lo produjeron, sino la obra del Espíritu Santo en el corazón de los que estaban muertos
espiritualmente y así se esparció por toda Inglaterra hasta América”. Un antiguo coro que
cantábamos en el Templo Evangélico de Catia en los 50, decía: “///Comiénzalo en
mí///, Señor”. No esperes que el avivamiento “llegue”; tráelo tú mismo. ¡Puedes
empezar ya.!

Néstor A. Blanco S. 46ª.

H
ay una tendencia algo perniciosa que hemos percibido entre los
cristianos de hoy; nos referimos a “declarar”, en oración, situaciones
que nos favorecen, como si el hecho de hacerlo así fuese una garantía
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suprema de que, en efecto, va a ocurrir. El problema con esa actitud es que


refleja un desconocimiento supino de cómo es que Dios hace las cosas. Son
modas tendenciosas que se ponen en boga por los pasillos de las iglesias,
acicateadas por la influencia de alguien “importante” que lo dijo. Son ideas
graciosas que invitan a la gente a creer que tienen un poder ilimitado de obtener
cosas y favores de Dios, por el sólo hecho de expresarlo oralmente; como si la
palabra humana tuviera per se, un poder mágico capaz de producir cualquier
milagro, ignorando la voluntad, y la soberanía de Dios.

Vamos a comenzar por el principio para no confundirnos: Dios es


soberano. Dios es amor. Dios quiere bendecirnos. Dios quiere que le pidamos, y
Dios también quiere que hagamos su voluntad revelada en su Santa Palabra y
confirmada a través de su Santo Espíritu. Absolutamente no es verdad que el
Señor me va a conceder todo lo que le pido, a menos que esa petición satisfaga lo
que Él, quiere para mí. Oigamos cómo lo dice la Sagrada Escritura: “Y esta es la
confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. Iª

de Juan 5: 14. Es necesario que reconozcamos con honestidad que tenemos


problemas con nuestras peticiones. Ya nos lo dijo el Señor: “Pedís, y no recibís,
porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” Santiago 4:3. Comprendamos que
todas nuestras peticiones tienen una motivación que puede no ser sana; que
puede no convenirnos y, en consecuencia, el Señor no nos la concede,
justamente, porque Él es bueno.
La voluntad soberana de Dios va a estar siempre por encima de nuestros
gustos, deseos, anhelos, e incluso de nuestra fe. En el Getsemaní, Jesús le pidió
al Padre algo de tal naturaleza, que si el Dios se lo hubiese concedido, nosotros
no fuésemos salvos. “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de
rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya.” Lucas 22: 41-42. La voluntad de Dios, en este caso, pasaba por el
indescriptible sufrimiento moral de Jesús para que nosotros pudiésemos entrar a
su Reino. Cristo no declaró nada. Él simplemente se sometió a la voluntad del
Padre, porque eso era lo mejor.
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Es curioso que los cristianos hayamos convertido a la oración en un


ejercicio casi exclusivamente para pedir. Casi todas nuestra plegarias están
teñidas de un tono inmediato y utilitario. Parece que percibimos a Dios como un
ser que está a nuestra disposición para darnos cualqier cosa que le solicitemos,
sin condiciones. La Biblia dice algo distinto: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá.” Lucas 11: 9. Es decir, el Señor espera que nosotros
hagamos preguntas en nuestra plegarias, Él desea que consideremos qué es lo
que Él, como nuestro Padre desea darnos; porque podríamos estar pidiendo algo
que nos gusta, pero no nos conviene. Podríamos estar haciendo peticiones
pueriles, y Él, como el amante Dios que es, interviene para evitarnos un dolor que
nosotros, por nuestra miopía espiritual, no vemos venir.
El Apóstol Santiago, con esa pluma punzante y aguda nos advierte: “¡Vamos
ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y
ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es
neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais
decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Santiago 4: 13-15.
Lo que Dios tiene para ti es mucho mejor de lo que tú te imaginas, porque
el Señor te ama más de lo que tú mismo te amas. Sí, ya sabemos que es fácil
poner en nuestros oídos lo que queremos oír. Eso puede ser “bueno”, pero Dios
es tu Padre, siempre quiere lo mejor. No te angusties, reposa, confía, espera,
adora. Jamás alguien te amará como te ama el Señor. Bien, volveremos, hay más.
Que la gracia del Altísimo te cubra y que la Gloria de su presencia inunde tu
corazón.

Néstor A. Blanco S. 47ª.

A
veces la iglesia de Jesucristo es invadida por oleadas de filosofías
extrañas que pretenden dictarle pautas. El fenómeno es viejo y
repetitivo. Pablo, el gran Apóstol lo registra al escribirle a los griegos de
Colosas en el año 60 DC: “ Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
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sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según
Cristo”. Colosenses 2:8. En la última entrega hablábamos en ese sentido y hoy
queremos completar la idea.
No hay que confundir con el hecho de que un Dios soberano es un Dios
caprichoso. Dios no juega con su poder; pero sí es cierto que lo usa de la mejor
manera para bendecirnos, aunque a veces nos cueste un poco comprenderlo. Nos ha
tocado asistir, con angustia, a un escenario grotesco, en el cual algunos personeros
que mal representan al Evangelio nos ofrecen un escenario que se caracteriza por
“declarar, atar, desatar, decretar e invocar” cualquier cosa que se les ocurra, sin
respetar los principios de Reino de Dios, como si las bendiciones del Señor
estuvieran en oferta de fin de mes.
Revisemos con cuidado el panorama de la Palabra de Dios: Moisés, el gran
legislador y profeta de Israel le pidió al Señor que lo dejara pasar par ver “aquella
tierra Buena que está más allá del Jordán…” La respuesta del Altísimo fue terminante:
“Basta, no me hables más de ese asunto”. (Deuteronomio 3: 25-26) Moisés no trató de
torcerle el brazo a Dios; no ató, no desató, no declaró, ni decretó nada. Simplemente
obedeció la voluntad de Dios.
Pablo le contó a los corintios que había un “aguijón en su carne” que lo
molestaba sobremanera. Como era de esperarse, le rogó tres veces al Señor que se
lo quitara. El apóstol, al igual que Moisés, no usó este insolente lenguaje moderno
que ignora la voluntad de Dios para imponer la nuestra. El Señor simplemente le
respondió “bástate mi gracia”; (2ª Cor. 12. 8-9). Era una manera de decirle. No sigas
pidiendo eso. No te lo voy a conceder, porque lo que te conviene es desarrollar un
carácter que te permita recordar siempre que las grandes revelaciones que has
recibido no te deben envanecer. Ese aguijón te va a avisar siempre cuánto dependes
de mí. El apóstol de los gentiles, solamente obedeció, sin declarar, atar, o desatar
nada.
En una ocasion Jesús le dijo a Pedro que satanás había hecho una petición
curiosa; quería zarandear como a trigo a los discípulos; (Lucas 22: 31:32). Ante esa
amenaza del mundo de las tinieblas, Cristo, ni mucho menos Pedro, se pusieron a
declarar, o atar, o desatar nada. El Señor le calmó: “yo he rogado por ti para que tu fe
no falte”.
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Los cristianos sí podemos hacer declaraciones obvias del poder de Dios.


¡Podemos declarar con absoluta seguridad que satanás está vencido!; ¡que, pase lo
que pase, Jesucristo es y será el Señor de Venezuela!. ¡Que la sangre de Jesucristo
nos limpia de todo pecado!; ¡Que nada ni nadie nos arrebatará de las manos del
Cristo! ¡Que si respetamos la vida de oración seremos vencedores ante los embates
de la tentación!.
Los cristianos podemos declarar las verdades gloriosas del Evangelio
reveladas a nosotros como lo hizo Pedro en Pentecostés cuando se puso de pie y
alzando la voz exclamó: “ Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les
habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis
palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del
día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi
Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán
visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños;” Hechos 22: 14-17
No pongamos en boca de Dios lo que Dios no ha dicho. Jamás nuestra oración
ni nuestros deseos caprichosos y carnales tendrán el poder de alterar los designios
del Señor. El “no” que a veces recibimos del cielo como respuesta debe ser recibido
sin altivez. Tenemos el derecho de decirle al Señor que no entendemos lo que nos
está pasando, tal como se registra muchas veces en los Salmos. Su respuesta será
siempre paciente y dulce. La historia ha demostrado que la opinion de Dios es la
mejor.
Oigamos orar a David en el salmo 40: “Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a
mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis
pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro
Dios. Verán esto muchos, y temerán, Y confiarán en Jehová”. No hay en esta oración altivez,
ni deseos de que Dios haga lo que yo quiero; sólo hay humillación; el único lenguaje
con el que podemos acercarcos al Altísimo. ¡El Reino de Dios no está en oferta.!

Néstor A. Blanco S. 48ª.


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H
emos estado insistiendo con acuciosidad acerca de la naturaleza de
nuestras oraciones para que entendamos que, al orar, estamos
pisando un terreno donde surgen inmensas posibilidades de
bendiciones celestiales, ¡Todas ellas de acuerdo a la voluntad soberana de Dios!;
en el entendido de que el Señor nos concederá, no siempre lo que pedimos, sino
lo que Él sabe que necesitamos. Cuando Pablo, escribiendo a los filipenses (4:19)
afirma: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús”; NO está extendiéndonos un cheque en blanco para pedir sin límites,
como muchas personas creen. En su soberanía e inmenso amor, el Señor
responderá de la mejor manera, que, de acuerdo a su juicio, podamos ser
bendecidos, aunque no lo entendamos así.
Es hora de que aprendamos que la oración es fundamentalmente un medio
de relación con Dios, más que un medio para pedir a Dios. Nuestra relación con el
Altísimo determinará nuestras peticiones, porque todo lo que hacemos como
hijos de Dios debe responder al respeto que se supone que tenemos por los
principios que rigen su Reino.
En ese Reino, por cierto, debe hacerse su voluntad, antes que la nuestra.
Eso es lo que expresa elocuentemente el padrenuestro: hágase tu voluntad. Pero
además de eso, Jesús nos exhorta: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué
beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre
celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana,
porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:31-34.
¿Acaso nos hemos preocupado por entender qué es eso de “El Reino de
Dios?. Por alguna razón siento que en nuestra mente esa es una frase hueca que
sabe más a composiciones litúrgicas de rezos distraídos. Suenan como palabras
casi mágicas que repetimos sin cesar, sin ahondar en el corazón de quien
originalmente las expresó.
El Señor nos está diciendo muy seriamente que toda nuestra búsqueda
debe estar dirigida al establecimiento de su Reino y su justicia, y que sólo
entonces “estas cosas”; las otras cosas, las demás cosas, las que nos hacen
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llorar, las que nos hacen sufrir, las que nos desesperan, las que nos angustian,
las que nos deprimen, finalmente serán añadidas.
Hay mucha gente en la iglesia que viene buscando las “cosas de Dios”,
pero no les interesa el “Dios de las cosas”. Confunden al Creador del Universo
con el genio del sastre de La lámpara de Aladino, en el cuento de Las Mil y Una
Noches. Dios nos protege revisando nuestras peticiones, porque aunque pedir es
muy fácil, la verdad verdadera es que nosotros no sabemos ni siquiera pedir, y
por eso, muchas veces no recibimos. No recibimos porque Él, amablemente
corrige la “orden”.
Esta verdad nos lleva entonces a revisar con gran honestidad nuestras
motivaciones. Estemos claros en algo: Todo lo que hacemos tiene una razón.
Esa razón casi siempre está oculta; por eso la gente no nos conoce. Podemos
esconder nuestras intenciones ante toda la humanidad. Podemos adornar con
frases floridas las expresiones más aviesas de nuestra alma y nadie lo notará.
Pero cuando pretendemos acercarnos al Señor en oración nunca debemos
olvidar ante quién estamos. Él, no sólo es nuestro Padre amante, también es
nuestro Señor. Un Señor es un dueño; un Señor es alguien a quien jamás se le
puede decir NO; un Señor es aquel cuya voluntad debo obedecer sin condiciones.
Un Señor es aquel que es dueño absoluto, no solamente del universo donde vivo,
sino dueño de mí también, en su totalidad. De manera que hay que tener sumo
cuidado de no darle órdenes a una persona con esas credenciales.
Afortunadamente para nosotros, Él también es amor.
La oración no nos ha sido concedida para hacer peticiones unilaterales que
desconozcan la naturaleza de Dios. La oración no fue diseñada por Dios para que
creamos que la satisfacción de “todas “nuestras necesidades son un derecho
adquirido. Es, más bien como lo dijo Betty Constance: “La oración no es una
actividad, sino una relación que tiene que ser cultivada, porque es la vida misma
del Hijo de Dios”.
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Néstor A. Blanco S. 49ª.

L
A oración es un privilegio que nos permite tener una especial comunión
con Dios. Siempre hemos insistido cuidadosamente en que
comprendamos su naturaleza, porque la práctica diaria tiende a
convertirla en un ejercicio que desconoce su razón de ser. Los discípulos
originales pudieron entender lo lejos que estaban de saber orar, justamente
cuando fueron capaces de apreciar una honda diferencia entre sus plegarias
controladas por la sociedad religiosa y los encuentros con el Padre que Jesús
experimentaba cuando se apartaba a orar, en una experiencia de suprema
devoción.
Todo el mundo tiene ese problema con la oración, pero casi nadie lo
expresa como lo hicieron los primigenios seguidores. La dificultad que comporta
la disciplina de la oración se debe básicamente a que nos exponemos
espiritualmente en una batalla espiritual que forma parte de una guerra muy
antigua. Cuando oramos, las fuerzas espirituales, a cuyo mando está Satanás,
reaccionan porque sienten que estamos invadiendo su reino, ¡lo cual es verdad!.
Sin embargo, lo que el grueso de la gente expresa como dificultad para orar tiene
más que ver con la cantidad de palabras que ellos creen que tienen que decir
“obligatoriamente”, que con los verdaderos problemas de la oración.
Por eso el Señor atajó a tiempo esa desviación cuando alertó: “Y orando, no
uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”
Mateo 6:7. De manera pues, que es el mismo Señor quien nos corrige,
enseñándonos que la efectividad de nuestra oración no depende de nuestra
facilidad o dificultad para expresar nuestros sentimientos con palabras. La
oración es mucho más que palabras. De hecho, el acto devocional de la oración a
veces no permite ¡ni siquiera hablar!. Durante la oración, ciertamente podemos
hablar con Dios, pero adicionalmente a eso, Dios habla con nosotros, adoramos,
alabamos, evocamos su palabra, nos humillamos, confesamos, pedimos perdón,
intercedemos, revisamos nuestra relación con Dios y con los demás, pedimos
cosas, nos santificamos, buscamos su santa voluntad; en otras palabras, cuando
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oramos interactuamos con Dios. Entonces nadie debe angustiarse cuando “se le
acaban las palabras y no sabe qué decir”, pues si no hay más palabras, es porque
llegó el momento de callar y permanecer en silencio delante de Dios, sin dudar
por eso de que estamos orando, pues nuestro Dios sabe escuchar, interpretar y
apreciar el silencio de nuestra alma. El silencio siempre es una voz elocuente.
Los enemigos más serios de la oración, para los que Ud. debe prepararse
tienen que ver con una colección de dardos del maligno que están diseñados
para que Ud. no ore, ni hablando, ni en silencio, ni de ninguna otra forma. Son
todas esas tretas diseñadas en el laboratorio más viejo del mundo que funcionan
efectivamente para que aplacemos la oración para “más tarde”; son las que
hacen sonar los teléfonos, los timbres de las puertas; son los que traen visitas
inesperadas, dolores inexplicables, niños llorando, mares de ideas que
desconcentran, pensamientos que descontrolan, sueños, flojera; en fin, una lista
interminable de lo que puede hacer el enemigo PARA QUE UD. NO ORE; ¿Sabe
por qué?, porque cuando oramos, todo el infierno tiembla, y tiembla de miedo.
Tenemos que aprender a asaltar nuestro tiempo devocional. Si no lo
hacemos, perderemos la batalla en el primer round. Tenemos que tener un tiempo
de oración ¡aunque el mundo se queme!. Si nos distraemos en las trampas
evasivas, la oración perderá la competencia.
También debemos aprender que la lucha que experimentamos cuando
venimos a nuestro altar íntimo no debe desanimarnos creyendo que porque “no
sentimos la presencia de Dios”, es porque Dios no está con nosotros. Dios está
con nosotros siempre, no porque Ud. lo sienta sino porque ÉL lo dice: “…he aquí
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén . Mateo 18:20. De
manera pues, que como están de moda las “declaraciones”, ese es un buen
momento para hacer una que sí sea legítima: “Declaro que el Señor está conmigo
aquí y ahora porque Él lo dice”. Y punto.

Néstor A. Blanco S. 50ª.


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E
n las últimas entregas hemos estado insistiendo con acuciosidad acerca
del lugar que tiene el pedir en el ámbito de nuestra oración devocional
privada. La razón de esa postura obedece a que la acción de pedir algo a
Dios ha dominado el escenario de la oración; lo cual, a nuestro juicio, no es sano,
porque desfigura sensiblemente su razón de ser.
En el panorama de la Palabra de Dios, la oración ocupa un lugar de
eminencia. Las páginas de la Sagrada Escritura están saturadas, no solamente de
oración, sino de interesantes enseñanzas para su mejor provecho. Para millones
de personas, tener un Dios a quien pedirle algo parece ser la finalidad de la
oración. Obviamente la Biblia nos enseña a pedir; pero sería, por lo menos
deshonesto que no descorriéramos el velo completo a fin de participar de la
sublime grandeza que permite a la oración convertirse en el mayor acto de
comunión con Dios al que algún mortal pueda aspirar.
La parábola de la viuda y el juez injusto del evangelio de Lucas 18, se ha
convertido en una punta de lanza para quienes, en desconocimiento de una sana
-y sencilla- hermenéutica, ven en esta perícopa a la figura de la insistencia como
un elemento de presión para que Dios nos dé lo que pedimos. Tenemos que
aprender a leer y a estudiar la Palabra de Dios, para que percibamos lo que Dios
nos dice en ella; mas no lo que nosotros queremos que nos diga.
Dejemos, pues que sea el pasaje quien hable por sí mismo: “También les
refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,2 diciendo:
Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. 3 Había también en
aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. 4 Y él
no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni
tengo respeto a hombre, 5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no
sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. 6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez
injusto. 7 Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se
tardará en responderles?”
Lo primero que debemos considerar es que estamos ante una parábola
(que no es otra cosa que una comparación). La parábola es un símil bastante
elaborado, en el cual el relato, a pesar de ser ficticio, es absolutamente posible de
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ocurrir, lo cual no pasa con las fábulas. Las encontramos en el Antiguo


Testamento y sabemos que Jesús las usaba con frecuencia como una estrategia
pedagógica para dar a entender verdades espirituales en un lenguaje
comprensible por su auditorio.
Es evidente que el valor supremo de esta enseñanza de Cristo no pudo ser
la insistencia achacosa como herramienta para conseguir algo de Dios; porque es
claro que la enseñanza allí es por contraste y no por analogía. ¡Cuidado!. El Juez
de la parábola NO REPRESENTA A DIOS. ¿Por qué?, porque Dios No es un juez
injusto. La justicia es uno de sus atributos. De hecho el juez ni siquiera temía a
Dios, y, además, tampoco respetaba a los hombres.
Este juez impío accedió a cumplir con su deber porque la viuda le era
“molesta”. La verdadera naturaleza de Dios ante nuestras oraciones se pone de
manifiesto en la parábola con dos preguntas retóricas: “¿Y acaso Dios no hará
justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?”
Por fuerza tenemos la obligación de responder: Dios siempre hace justicia
y sus respuestas siempre son oportunas. Eso no significa que satisfagan siempre
nuestro particular deseo de lo que entendemos por justicia, ni de lo que
entendemos por respuesta oportuna. Él siempre nos da lo que a su juicio
necesitamos; no necesariamente lo que esperamos. El pueblo de Israel pidió un
rey porque querían ser como las demás naciones. Esa no era la voluntad de Dios
para ellos, Él tenía un plan mejor; sin embargo, ellos insistieron. El Señor les
advirtió cuáles serían las consecuencias, pero en su voluntad permisiva accedió,
porque tampoco era pecado que tuvieran un rey. La historia demostró la
equivocación del escogido. Con honrosas excepciones, la mayoría de sus reyes
indujo a la nación a pecar; con las dolorosas consecuencias que eso les trajo.
La razón de ser de la parábola fue “sobre la necesidad de orar siempre, y no
desmayar”; no fue la de intentar torcerle el brazo a Dios para que, de tanto insistir,
nos dé lo que le pedimos. Lo que Dios nos concede siempre es lo mejor porque
nos ama profundamente. Seguiremos.
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Néstor A. Blanco S. 51ª.

P
or supuesto que no estamos desestimando el hecho de que en
nuestras oraciones le podamos pedir al Señor bendiciones materiales,
espirituales, o de cualquier otro orden. Lo que sí estamos haciendo es
ubicar el contenido de la oración en su perspectiva correcta; porque cuando se
trata de oración, la tendencia de los creyentes es a igualarla a una petición, lo
cual es teológicamente incorrecto y espiritualmente inaceptable, porque
desconoce su esencia natural.
Siempre insistiremos en enseñar que cuando la idea de pedir a secas,
preside nuestra oración, nos estamos perdiendo de recibir el milagro de
transformación que está implícito en el acto de orar. Toda persona que viene a la
presencia de Dios en oración es cambiada por el sólo hecho de venir. De manera
que, si hacemos eso con intensidad; en esa misma medida seremos bendecidos,
¡aunque no hayamos pedido algo específico!
La oración es un servicio solemne que rendimos ante la presencia de Dios.
La oración es el ofrecimiento de las emociones y deseos del alma hecho a Dios
en el nombre y por la mediación de nuestro Señor Jesucristo. (Juan 16:23-27). Es
la comunicación del corazón con Dios mediante el auxilio del Espíritu Santo, “…Y

de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál
es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede
por los santos.” Rom. 8:26-27: Y la oración es, además, para el creyente, la
verdadera vida del Espíritu, pues sin esta relación filial, nadie puede ser
verdaderamente cristiano. Toda petición en oración va a estar absolutamente
condicionada por Dios en su Palabra: “…Si permanecen en mí y mis palabras

permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá”. Juan 15:7. La


presencia o ausencia de oración en un cristiano va a determinar su crecimiento
espiritual. Las personas que oran deben querer todo lo que Dios tiene para ellos
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No deben conformarse con una vida religiosa inferior, superficial, imprecisa


e indefinida. A través de la oración pueden ser libres de pecados; su carácter es
afectado por la santidad de Dios.
Tenemos que superar la actitud materialista de acercarnos a Dios para
recibir sólo lo que nos interesa en el orden humano. Nuestro corazón debe estar
dispuesto a una rendición, a un quebrantamiento, a una humillación. A Dios no le
interesan los formatos religiosos con los que tratamos de arrinconarlo. De hecho
tampoco le interesa una religión que no produce cambios. Es tan hermoso el
Señor que sólo por venir a su presencia, ya nos garantiza una bendición.
Nuestros sentimientos no deben determinar nuestros hábitos de oración. Si
oramos únicamente cuando sentimos deseos, tendremos una relación precaria
con Dios. Cultivar la voluntad es cultivar el deseo. Mientras más venimos a su
presencia, a pesar de ir a contrapelo del deseo, más fácil será hacerlo cada día.
La falta de pasión por la vida de oración está haciendo estragos en la gente
de la iglesia. Nos hemos llenado de actividades y de programas espectaculares
que nos entretienen como si estuviéramos asistiendo a un circo espiritual.
Muchísimos creyentes deambulan por las playas de la iglesia sin conocer
verdaderamente a Dios. Su relación con Él se circunscribe a una práctica
superficial en la cual sobresalen peticiones pueriles.
Dios nos está esperando en su presencia; no para divertirnos, sino para
cambiarnos. Nuestro culto a Dios debe ser mucho más que expresiones
efectistas. El salmista David lo comprendió cuando oraba arrepentido después de
haber ofendido a Dios con su pecado: “ Porque no quieres sacrificio, que yo lo

daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu


quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios . Salmo
51: 16-17. Él había comprendido que la religión tiene formas de expresarse que
pueden ser superficiales y rutinarias. Sabía que Dios nunca despreciará un
corazón humillado. A Dios no le molesta nuestra simpleza. Jamás olvidemos que
tenemos que ser como los niños; quienes, por su pureza son los dueños del
Reino.
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Néstor A. Blanco S. 52ª.

H
ace un año comenzamos esta serie con la idea de apuntalar la
formación de la iglesia en un área tan sensible como la vida de
oración. Como todos los lectores no tienen la información desde el
principio, hemos decidido repetir todas las entregas, comenzando con la primera,
desde la próxima semana. El punto de partida de nuestro análisis fue una
asombrosa petición que le hicieron a Jesús un número desconocido de sus
discípulos: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” Lucas

11:1
Esa petición implicaba el reconocimiento de que, a pesar de su rígida
formación religiosa que como adultos judíos tenían que tener, sintieron que no
sabían orar. Es interesante observar que ellos llegaron a esa conclusión, sólo,
cuando vieron a Jesús orando. Es oportuno, pues, destacar, que el Señor practicó
la oración privada como algo fundamental en su vida. Los evangelios nos
informan con detalles que el Maestro buscaba la soledad y la quietud para
dedicarse con devoción a sus plegarias personales.
Insistimos también que Jesús oraba como hombre y no como Dios, pues al
venir a la tierra se despojó de su gloria a fin de igualarse a los hombres en sus
enfrentamientos con la tentación. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz” Filipenses 2: 5-8.
El Señor les hizo tres observaciones a los peticionarios; veamos: 1º.
“Cuando oren no sean como los hipócritas.” Es decir, quería que ellos revisaran sus
motivaciones al orar. Nuestras motivaciones pueden alterar la pureza de la
oración. 2º. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre
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que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Es claro


que Jesús establece así la diferencia entre la oración, a secas, y la vida de
oración. El mensaje es: Necesitamos separar tiempo para estar en su presencia.
Hay un nivel religioso y tradicional de la oración, el cual hay que superar para
entrar en su presencia. Eso era justamente lo que Jesús respetaba y el observer
esa práctica suya fue lo que impulsó a sus discípulos a pedirle que los enseñara
a orar. 3º. “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su
palabrería serán oídos.”. La enseñanza es que la efectividad de la oración no
depende de la elaboración de nuestras palabras. Cuando oramos, Dios está más
pendiente de nuestro corazón que de nuestra boca. El ejemplo del las oraciones
del publicano y el fariseo así lo demuestran. Lucas 18: 10-14
Hechas estas tres observaciones pedagógicas, el Señor ordena: “Vosotros,
pues, oraréis así”: Lo que sigue es una estructura sin igual que la tradición
Cristiana ha llamado “el padrenuestro”; que, más que un modelo para repetir es
un bosquejo para orar. El Padrenuestro contiene una serie de elementos que
contribuyen a revisar la vida de quien ora. Por eso no está diseñado para repetirlo
en diez segundos. Eso carece de sentido. El modelo de Jesús nos invita a
considerar nuestra relación con Dios como Padre; lo cual nos habla de la
confianza, -no del miedo- que debemos tener al orar. Por otra parte, el “nuestro”
nos conduce a considerar la relación con el prójimo; lo cual no siempre es
cómodo. No podemos tener una buena comunión con Dios si no la tenemos con
los demás. El “santificado sea tu nombre” nos habla del reesultado obligado de la
condición de ser cristiano. Un cristiano debe ser santo; porque “… si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” .2ª Cor.

5:17.
De manera, pues, que un estudio enjundioso y obediente de la enseñanza de
oración de Jesús cambiará fundamentalmente nuestra vida. Orar no es fácil porque el
enemigo de la iglesia ataca la oración porque ella es una fuente de poder que
amenaza su reino: Cuando las Sagradas Escrituras nos advierten: “Velad y orad, para
que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo
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26:41); lo que nos está diciendo es que en la oración tenemos la única


herramienta que, al usarla nos permite resistir la tentación.
La vida de oración requiere disciplina. Sin ella solamente oraremos para
satisfacer la tradición religiosa de nuestra fe. Entonces oraremos puntualmente
para comer, dormir, despertar, viajar, etc. El Señor nos está esperando en el altar.
Puedes comenzar con un breve tiempo; después te enamorarás y lo disfrutarás.
¡Te invitamos!

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