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1ª
H ola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a
entrar en la presencia de Dios, porque en medio de los ruidos que
produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más
importante- obedecerla. No hablamos del altar de incienso donde Zacarías se
encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común en el
Antiguo Testamento.
Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de
religiosidad, las cuales muchas veces pierden su valor espiritual. No creemos
que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la
sentencia divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “ …Dice,
pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios
me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un
mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…” Isaías 29:13
El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los
límites de nuestras formas religiosas; desea que en la intimidad de nuestra vida y
en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el
salmo 5: “… Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré
una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas del
mismísimo infierno.
Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús
será nuestro punto de partida. Sus discípulos le pidieron: “Enséñanos a orar”.
Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de
estar con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos.
¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar!.
L
os discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con
su forma de orar, sólo cuando vieron orando a Jesús. Es decir, les
impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto,
mientras que ellos oraban dominados por la rutina de una religiosidad tradicional.
La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No les dijo –por
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sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya
tienen su recompensa”. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que
el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para
que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales” Toda intención
que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se
convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para
impresionar a la gente.
3ª. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su
palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está
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L de Jesús les hizo entender que ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No
hay que angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo.
Hay gente que se ha pasado toda la vida en la iglesia y descubren, después de
mucha práctica religiosa, que tampoco saben orar.
Con el fin de enseñarlos, Cristo le indicó a sus seguidores que había tres
valores que debían considerar: A.- El entorno de la oración, B.- La motivación de
la oración, y C.- La Esencia de la oración. El entorno se refiere al lugar de
intimidad en búsqueda de su presencia y a la idea de apartarnos a solas con Él.
La motivación tiene que ver con lo que nos mueve realmente a orar. Nos advierte
de no orar afectados por la hipocresía porque, en ese caso, la oración estaría
mediatizada por un pecado. La esencia es el contenido de nuestra plegaria. En
ese sentido, Jesús dijo “Vosotros, pues oraréis así”:. De manera que asombra que la
iglesia cristiana haya concedido tan poca importancia al deseo del Señor, El
Padrenuestro fue reducido a una repetición vacía.
¿Cuánto tiempo apartamos durante nuestro día para estar en la presencia
de Dios?; ¿Qué lugar tiene la oración en nuestra vida?. Cristo nos habló de tres
dimensiones en las cuales podemos articular nuestra oración: Pedir, llamar y
buscar (Lucas 11:9). Es impresionantemente triste cómo hemos relacionado la
oración sólo con pedir. Pedir siempre es más fácil. El problema con esa postura
es que ignora los elementos más sublimes de la vida de oración, como lo son,
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llamar y buscar. El salmista nos lo recuerda: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz, de mañana
me presentaré delante de ti y esperaré…” Salmo 5:3.
Tenga la absoluta seguridad de que cuando se acerque a la presencia de
Dios en oración usted va a ser cambiado, porque nadie se acerca a Él para
permanecer igual. Permítame decirle esto con un ejemplo ordinario: ¿Sabe Ud.
por qué la grasa se derrite cuando se acerca al fuego?. Se derrite porque ante el
fuego ella no tiene opciones. Cuando se acerca al calor, la grasa pierde su propia
naturaleza. El fuego la domina. Lo único que puede hacer para no ser
transformada es no acercarse. Si te acercas a la presencia de Dios en oración
vas a ser cambiado. Ningún ser humano puede acercarse a Dios y permanecer
igual. No te preocupes por el discurso en la oración; no te angusties por las
palabras; no midas el tiempo. Orar no es competir con nadie. Si no tienes nada
que decir, ¡Por Dios!, No digas nada!. Quédate en el silencio de su augusta
presencia y deja que su Espíritu te toque. Tu sollozo, tu silencio, tu llanto, tu
gemir, tu humillación; tu reverencia; todo eso junto es oración!.
Nuestro Padre está esperándonos en el altar. Después de estar con Él
nunca seremos iguales “…porque los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a sus
oraciones…” 1ª Pedro 3:12. Separa tiempo para estar en oración y descubrirás la
verdadera vida de un cristiano. Nadie sale de la presencia de Dios igual que como
llegó. Entra en el Lugar Santísimo. Hace mucho que Él te espera.
H
ay muchos creyentes que desean tener un tiempo de intimidad con Dios
porque intuyen que eso es bueno y agrada al Señor, pero pronto se desaniman
y lo abandonan porque descubren que la práctica de la oración tiene evidentes
dificultades naturales que no se experimentan en ninguna otra de las disciplinas
devocionales. Cuando alguien decide tener un encuentro en oración, surgen de
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Sin embargo, si Ud. decide que va a ver una película, leer la prensa, disfrutar de
su programa favorito en TV., o descansar en una playa; no aparece ninguno de estos
accidentes. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué ocurre eso?. Se lo diré en términos
coloquiales: ¡Porque su oración causa terror en el infierno!. Un gran hombre de oración
lo expresó así: “La preocupación principal del diablo es impedir la oración de los
cristianos. Él no le teme gran cosa a los estudios; tampoco hace caso a nuestros
programas, ni a la religión que se caracteriza por la falta de oración. Él se ríe de nuestro
trabajo, se burla de nuestra sabiduría,...¡Pero ¡TIEMBLA! cuando oramos!”
E
s hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que
como tal me trata. No tenemos que venir a la presencia del Altísimo como
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que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y
anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu
y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan; pero cuando oramos
tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener
relaciones sanas entre nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él.
Nosotros somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal
que existe: “la culpa no es mía”. Aunque así sea, la norma bíblica está expresada
con un verbo en forma de mandato: “DEJA ahí tu ofrenda…y reconcíliate con tu
hermano”. Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción
de que no comenzamos el conflicto. Si queremos tener comunión con Dios
debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien nunca pecó, pero fue quien
pagó por todos nuestros pecados. Imagínate que Cristo hubiese dicho: ¿Por qué
tengo que morir?, ¡yo no tengo la culpa!. La culpa era nuestra, los pecadores
somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado estaríamos sin esperanza y
sin Dios. No esperes que vengan a ti; ve tú al lugar donde está el ofensor. Si te
cuesta hacer eso, la solución está en la oración. De eso se trata.
L
a Palabra de Dios es absolutamente clara cuando nos advierte, a través de
cinco verbos en forma imperativa, la necesidad de revisar nuestra vida
interior antes de esperar que nuestra adoración sea aceptada por Él. De
manera que las expresiones: “deja, anda, reconcíliate, ven y presenta”, marcan
el orden divino de actuación, que, de acuerdo a Mateo 5:23 debe preceder a
nuestra oración en caso de que no hayamos resuelto nuestros conflictos
humanos. Todo eso está implícito en la palabra nuestro del “padrenuestro”
Es sano que nos acostumbremos a leer la Biblia con atención, en quietud
de corazón, y no como si estamos compitiendo con alguien o nos vienen
persiguiendo. Sólo un corazón en paz podrá percibir toda la belleza ¡y toda la
exhortación que las Sagradas Escrituras tienen para nosotros!
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en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo,
no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo…” 2ª de Cor. 12:2.
Esta variedad de “cielos” puede producir un natural desconcierto acerca de
qué es verdaderamente el “cielo”. Sin embargo, a la luz de la oración del
“padrenuestro” se nos permite preguntarnos: ¿Será posible que nuestro Dios
esté en los campos, en la lluvia, en el sol, en las flores, en las montañas, en el aire
que respiramos y en la mirada inocente de los niños?. ¿No dice acaso la Escritura
que “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre de
oscuridad natural de la noche nos indica que llegó el descanso para el cuerpo?.
¿Sabe que?, según el salmo 104, esas y muchas otras son bendiciones materiales
que podemos TOCAR. ¡Aleluya!
Tenemos que pedirle perdón al Señor porque la mayoría de nosotros
estamos tan preocupados por nuestros propios asuntos y nuestro grosero
materialismo como para detenernos un poco para percibir la mano de Dios que
nos toca realmente a través de su creación. Si Dios ciertamente nos puede visitar
con su presencia y satisfacer las demandas más sublimes de nuestro espíritu; no
menos cierto es que lo podemos “tocar” a través de la maravillosa manifestación
de sus bendiciones manifestadas en un universo de favores que percibimos cada
día con nuestros sentidos físicos.
Después de considerar el padre y el nuestro, vengamos ante la presencia
sublime del Creador para decirle algo así como: Señor, perdóname, porque he
estado tan ocupado en mis cosas y tan angustiado por mis problemas que no me
había dado cuenta de que yo vivo en tu mundo. Sin tu aire no tendría oxígeno;
sin tu sol no sería posible la vida, sin la noche no habría descanso. Gracias
porque cuando veo a los niños correr y jugar y cuando sus ojos se encuentran
con los míos, me acuerdo de la inocencia del Edén antes del pecado. Gracias
por el canto de los pájaros, gracias por los hijos que nos diste, porque ellos son
la prolongación de la existencia. Gracias por entender lo que significa que tú
estás presente en este cielo que puedo ver con los ojos que tú, también, me
diste. Gracias por la insondable sabiduría y poder que se manifiestan en el
diseño y la providencia de tu creación. Amén
J
esús quiso dejar en su modelo de oración una expresión que, por fuerza,
nos invita a introducirnos en el conocimiento de uno de los atributos más
hermosos de Dios: Su Santidad. Si consideramos al “padrenuestro” como
una revisión de nuestra vida, se hace evidente entonces que Cristo quiere que
nosotros pasemos por el filtro de una categoría que, no sólo marcó su vida, sino
que hizo posible nuestra salvación, pues, durante su ministerio terrenal el Hijo de
Dios, no sólo fue santo, -como lo podemos ser nosotros- sino absolutamente
santo.
De manera que “santificado sea tu nombre” no es otra cosa que una
invitación a que consideremos con mucha seriedad nuestra santidad personal.
Cuando Dios se reveló a Moisés en el Sinaí fue bien claro y enfático en lo que se
refiere a la naturaleza moral de la nación que estaba formando: “Y vosotros me
seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás
a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y
expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había
mandado” Éxodo 19:6-7.
La santidad se convirtió pues, en una constante divina que llena
absolutamente todo el concierto doctrinal de la Biblia desde Abraham en Ur de
los caldeos, hasta Juan en la isla de Patmos.
La oración que enseñó Jesús incluye una consideración de la santidad
porque la pureza es y debe ser la consecuencia natural obligada de nuestra
condición de cristianos. En otras palabras; si no somos santos, tampoco somos
cristianos, porque ser santo es consustancial con la condición de ser cristiano.
Para entender con propiedad qué es ser santo tenemos que definir el
término a la luz de la Biblia, la Palabra de Dios. En el hebreo se usa el vocablo
kadosh, que significa puro en el orden físico, moral y espiritual y separado,
puesto aparte o consagrado. En el griego neotestamentario el término usado es
hagios, con los mismos significados que en el hebreo.
Es entendido que cuando hablamos de la santidad de Dios nos referimos a
una dimensión absoluta y por lo tanto perfecta. No así cuando tratamos la
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santidad de los hombres, pues ésta nunca podrá ser absoluta sino relativa.
Nuestra santidad, pues está referida a una decisión de separar nuestra vida de los
valores perversos del mundo, para agradar a Dios.
calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.” Éxodo
3:5. Más tarde se ocupó de la santidad de las personas: “…Porque yo soy Jehová
soy santo.” Lev. 11:44. Luego, el mismo Dios de Moisés, en una prueba de la
revelación progresiva de su moral, inspira al apóstol Pedro: “…como hijos
S
antidad, en el lenguaje del Nuevo Testamento es: “vuestra manera de
vivir”. ¡Que definición tan hermosa e interesante!. Una manera de vivir es
la sumatoria de todos los escenarios que mi vida ofrece. Una manera de
vivir es la forma de exhibir mi carácter cristiano. Esa fue la pregunta que el padre
de Sansón le hizo al Ángel de Jehová cuando Éste le anunció el nacimiento de su
hijo: “Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la
manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?. Jueces 13:12. La
santidad, finalmente (y esto sea lo que más angustia a la gente) es un requisito
bíblico para poder “ver” al Señor: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la
R
evisar nuestra vida. Ese es el ejercicio fundamental que estuvo en la
mente de Jesús cuando sus discípulos le dijeron “ enséñanos a orar” Luc.
11:1. Los médicos usan diversas técnicas para “revisar” nuestro cuerpo
cuando estamos enfermos. Es así como ellos determinan cuál es el origen del
mal; hacen un diagnóstico y proponen una forma para restablecer la salud. La
decisión de seguir el tratamiento corresponde exclusivamente a la voluntad del
paciente.
“Santificado sea tu nombre” es una invitación a revisar el nivel de santidad
en nuestra vida cristiana. ¿Es posible medir nuestra santidad?. Pues sí lo es; en
este sentido nos vamos a encontrar con cuatro grupos de personas:
1º. Sin santidad: Son aquellos que viven sin Cristo, practicando toda
suerte de pecado, y, en todo caso, alejados de Dios; no tienen relación con Él, no
conocen su Palabra y no se plantean la tentación como un problema. Viven “sin
Dios” porque para ellos, pecar es “una manera de vivir.”
2º. Cristianos Nominales: Éstos hacen una vida “religiosa” en la iglesia;
tienen algún conocimiento de la Palabra de Dios, saben lo que es una tentación,
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pero por carecer de vida devocional no tienen la fortaleza para rechazarla y viven
en un proceso recurrente de pecado y arrepentimiento.
3º. Cristianos en comunión. Son los creyentes, quienes por tener una
relación de devoción normal, generalmente logran identificar al enemigo, conocen
sus debilidades y vigilan para vencer y generalmente vencen la tentación.
4º. Cristianos Santificados. Son aquellos cristianos que cultivan una
intensa relación con Dios que les permite, no solamente rechazar con relativa
facilidad la oferta de pecar durante la tentación, sino que, además, sienten un
profundo desprecio y malestar por todo aquello que signifique ofender a Dios y
en consecuencia, pecar. Son personan victoriosas. " Mas ahora que habéis sido
libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna” Rom. 6:22
La humanidad se mueve cíclicamente en medio de dos reinos, y uno de
ellos está contaminado; es el reino de satanás, donde hay campos minados que
requieren pericia en el manejo. Es mejor que lo llamemos por su nombre. Es un
reino diseñado para destruirnos eternamente. Si decidimos ser santos y vivimos
en consecuencia, ¡no hay poder que pueda vencernos!. El único daño que
Satanás nos puede hacer es aquel que nosotros le permitimos. Estemos claros,
nombre de la oración enseñada por Jesús. Jamás olvide que no puede haber
santidad sin oración, porque vivir sin orar es vivir sin Dios
perspectiva de una persona que ora en la presencia del Señor. Que el Reino de
Dios haya venido a la tierra fue una decisión soberana de la divinidad; “En aquellos
Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo.” 1ª de Tes. 5:23.
El Reino del los cielos del que aquí se habla no está conformado por un
imperio político gobernado por emociones egoístas, no. Es una condición
interior de la mente y del espíritu en la cual permito que la voluntad de Dios se
convierta en mi voluntad. . “…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino
ágase tu voluntad”
H
es una de las frases más conocidas del
“padrenuestro”. Las Escrituras son cuidadosas al exhortarnos que el
respeto a la voluntad divina es determinante para ser salvos. “No todo
el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace
la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Mateo 7:21.
pueden ordenarle al Señor que satisfaga sus ansias. Es claro que la soberanía de
Dios no requiere del concurso humano.
Es verdad que como seres libres tenemos un rango de acción para
determinar unilateralmente qué haremos y qué no. Sin embargo, sería deshonesto
negar que hay circunstancias en las cuales necesitamos ayuda superior para
decidir qué rumbo tomar. “…Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Romanos 8:26.
Debemos de reconocer la importancia de que nuestra voluntad sea
sometida a la opinión de Dios. La suya es, en el lenguaje de Pablo , “agradable y
perfecta”. Rom 12:2. Por eso, en algunas ocasiones, obedecer al Señor puede
significar nadar en contra de la corriente del mundo.
¿Cómo hacemos para conocer particularmente la voluntad de Dios en
nuestra vida? La gente formula esta pregunta como si la respuesta fuese
supremamente complicada o misteriosa. Debe quedarnos bien claro que lo más
difícil que hay en el proceso de saber cuál es la opinión de Dios, consiste en que
¡antes de conocerla! estemos dispuestos a obedecerla. “…Y esta es la confianza
que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos
oye.” 1ª de Juan 5:14.
No podemos pretender que una vez que tengamos nuestros planes ya
predeterminados vayamos a pedirle a Dios que los bendiga. Tenemos que aprender
a preguntarle al Señor y esperar su contestación, en el entendido de que su
respuesta puede no gustarnos; pero esa es su respuesta. Eso fue exactamente lo
que hizo el Hijo de Dios con su Padre en el momento crucial de su ministerio:
“…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la
tuya” . Lucas 22:42
La voluntad de Dios representa su propósito; lo que Él quiere que hagamos
para nuestro bien en todas las áreas posible de la vida. Siempre nos
encontraremos en circunstancias en las cuales no sabremos qué hacer. Ese
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justamente es el momento cuando debemos consultar con Dios y esperar que nos
responda. Nunca dejará de hacerlo, pero siempre lo hará como Él quiera y con
toda seguridad, tendremos su mejor respuesta.
Cuando oras “hágase tu voluntad” no le estás pidiendo a Dios que bendiga
la tuya, sino que te ayude a someterse a la suya. Le estás diciendo: Señor:
Ayúdame a encontrar tu plan para mi vida; permite que yo pueda comprenderlo,
someterme a él y cumplirlo; y si no pudiera entenderlo, dame la gracia y la
humildad para aceptar en fe que eso es lo mejor que tienes para mí. Amén. Todo
eso y mucho más estaba en el corazón de Cristo cuando nos enseñó a pedir
“hágase tu voluntad”.
l pan nuestro de cada día, dánoslo hoy ”. Esta curiosa frase representa,
Ese es precisamente uno de los ingentes problemas que tenemos con la oración.
Parece que para nosotros, la circunstancia de orar no tiene otra razón que la de
pedir algo. Orar, ciertamente incluye pedir, pero también es buscar y llamar . “…Y
Una vez escuché una sencilla canción que impactó mi vida: Sólo he venido
para darte adoración (bis)/ Hoy no he venido para pedirte un favor/ Sólo he venido para darte
adoración. Hay gente que piensa que las oraciones son como esas maquinitas
automáticas que uno le echa una moneda y le dan un refresco o una bolsita de
maní. Dios nos concederá sólo aquellas peticiones que satisfagan su voluntad.
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llamad, y se os abrirá.” Mateo 7:7. Nadie está negando que la Palabra de Dios
enseñe eso; pero en ejercicio de sana interpretación bíblica, toda doctrina a ser
creída debe descansar en el testimonio veraz y total de la Biblia.
Un cristiano serio debe considerar todo lo que la Palabra de Dios dice
acerca de cualquier tema que se considere, antes de poderlo asumirlo como una
verdad final. Las Escrituras dicen muchas cosas acerca del pecado, de la fe, de la
salvación, de dar, de pedir, etc.; pero la doctrina final debe tomar en cuenta TODA
la información escritural. Debemos recordar que la Palabra de Dios también nos
dice: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo
lo que queréis, y os será hecho. Juan 15:7. Juan lo precisa de otra manera: “…Y
esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a
su voluntad, él nos oye. 1ª de Juan 5:14. De manera que lo que dice Mateo 7:7 es
sólo una parte de la información en lo que tiene que ver con pedir.
Es muy preocupante que la iglesia no haya comprendido la manera cómo
Dios suele responder a nuestras demandas. El Señor no nos concede todo lo que
pedimos porque con frecuencia exhibimos un desconocimiento supino de cómo
funcionan los principios del su reino: “…Mas buscad primeramente el reino de
. En Deuteronomio 3:26 nos dice que cuando Moisés, al final de sus días le
pidió al Señor que le concediera “ver” la tierra prometida, la respuesta fue
demoledora: ”Basta, no me hables más de este asunto”. Cuando Pablo le rogó
varias veces a para que lo liberara de un aguijón que lo molestaba, Dios
simplemente le dijo: “…Bástate mi gracia…”
Hoy estamos contaminados con el espíritu de pedir cosas en función de lo
que declaramos. Se ha desdibujado al Dios de la Biblia y se lo ha confundido con
un mercenario que intercambia sus favores con dinero y otras bisuterías
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estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro
Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si
vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os
perdonará vuestras ofensas. Marcos 11:25-26. Esa es una declaración demasiado
densa. Dios nos está diciendo con absoluta claridad que cuando se trata de
perdonar NO tenemos opciones, a menos que decidamos renunciar a nuestra
salvación. Es decir, si no podemos perdonar a otros, Dios tampoco nos
perdonará.
A las personas les cuesta perdonar a otros porque perdonar significa No
Cobrar. Ahora bien, es necesario corregir una postura antibíblica que pregona
que perdonar es olvidar. El olvido no es un acto que el hombre pueda manejar
voluntariamente; el perdón sí lo es. Por otra parte, no es preciso olvidar la ofensa
para que el perdón se verifique. Lo necesario es comportarse con el ofensor
como si hubiéramos olvidado el agravio.
El olvido es un accidente, el perdón es un acto de la voluntad, es una
decisión. El perdón es algo que nosotros no merecemos. Fluye del amor de Dios
y no lo podemos ganar. Un cristiano que no perdona No ha entendido el
Evangelio. No hay que “sentir” algo especial para perdonar; sólo hay que “pasar
por alto” la ofensa sin olvidarnos que también hemos pecado muchas veces
contra otros.
Si tenemos dificultades para perdonar a otros, vengamos con humildad y
temor en oración y roguemos por esas personas aunque no sintamos hacerlo,
aunque no las amemos. Digámosle al Señor con nuestras propias palabras qué
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es lo que nos molesta y seamos perseverantes en el altar hasta que las cadenas
sean rotas. Tal es el significado de la frase “… y perdónanos nuestras deudas…”.
El milagro se realizará después que vengas a su presencia, porque allí, todo es
más fácil.
P
ara los oídos de personas occidentales del tercer milenio la palabra
tentación en el “padrenuestro”, tiene una connotación negativa. Nos hace
ruido que esa expresión aparezca allí porque es dificultoso imaginarnos a
Dios tratando de que sus hijos caigan en una trampa. La verdad es que en los
tiempos bíblicos el término “tentación” se traducía más como “poner a prueba
para demostrar fortaleza espiritual”, que como “tratar de seducir para el mal”; en
principio porque Dios, en atención a su carácter, jamás haría eso . “…Cuando
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La Biblia es categórica cuando señala a satanás como la fuente de la
tentación, de hecho, “el tentador” es uno de sus nombres: “ Por lo cual también
yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que
os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”. 1ª de
Tes. 3:5. De manera que la tentación es un mal necesario que ocurre cuando Dios
tiene que decidir a cuál de los dos reinos se somete, en el entendido de que tiene
que someterse a uno de los dos.
La tentación, de este modo, no es un fatalismo, simplemente es la prueba
de la libertad. Además, el hombre no está desarmado ante ella, Dios le ha dado
herramientas naturales para vencerla “No os ha sobrevenido ninguna tentación
que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo
que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la
salida, para que podáis soportar. 1ª de Cor. 10:13. El único poder que tiene el
diablo cuando nos tienta es el que nosotros le damos, pues jamás nos podrá
obligar a pecar; porque definitivamente, no tiene ese poder.
Es absolutamente necesario que no olvidemos que el Señor nos enseñó la
estrategia fundamental para no salir derrotados en ese conflicto: “ Velad y orad,
P
ecar” es el título de un hermoso poema del mexicano Francisco Estrello:
oigámoslo: En la armonía eterna, pecar es disonancia, pecar proyecta
que llamamos pecado sea realmente pecado, tiene que estar afectado Dios, por
un hombre que irrespeta su Palabra.
El Señor Jesús dejó en su plegaria la posibilidad de que clamemos a Dios
para que nos libre del maligno. No que nos libre de la ocurrencia de la tentación,
porque la tentación es la prueba de la libertad, sino que nos libre de la
posibilidad de caer en ella Hay una diferencia sustancial entre las dos
situaciones. Jesucristo jamás hablaba con ambigüedades. El Señor nos puede
librar del maligno porque Él siempre está con nosotros. Él nos puede librar del
maligno porque nos ha dotado de las capacidades en términos de sentido común
para evitar que caigamos en pecados. No tenemos porqué exponernos
innecesariamente a situaciones peligrosas o a elegir compañías inadecuadas o a
prestar oídos a sugerencias pecaminosas.
El Señor nos puede librar del maligno porque nos ha dado la capacidad de
luchar. Es muy importante que la gente sepa que satanás no tiene el poder de
obligarnos a pecar. El creyente siempre va a disponer de su libertad de acción, la
cual no puede ser enajenada. El ejercicio de la libertad, que es potestativo de
cada persona nunca va a ser violado por Dios. Pecar o no pecar siempre serán
decisiones unilaterales e inalienables, y en consecuencia, responsables. En ese
sentido la Palabra de Dios es monumentalmente contundente: “No os ha
sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” . Iª de Cor. 10:13
para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”. En
2ª de Pedro 2:7 se reafirma lo mismo: “…y libró al justo Lot, abrumado por la
Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador,
sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” .
Judas 1: 23-24
C
on el capítulo anterior concluimos una sucinta y apretada síntesis de la
oración enseñada por Jesús, que la tradición cristiana denominó el
“padrenuestro”. Es necesario hacer un resumen pedagógico que nos
permita apreciar, en una sola entrega, todo el panorama de esa hermosa
enseñanza que salió del mismo corazón del Hijo de Dios.
Llamar “Padre” a Dios en una oración era una innovación inconceblible por
irreverente para el pensamiento judío. Es precisamente Jesús quien incorpora
esta posibilidad al colocar la esencia por encima de las formas culturales cuando
se ora. El nazareno va más allá y propone una palabra aramea y muy familiar,
“abba” para restaurar la confianza sin lastimar la reverencia. Dios es nuestro
papá.
Si es bueno tratar a Dios como papá, mejor es entender que no somos hijos
únicos. El Padre es “nuestro”. Eso habla de relaciones colaterales; justamente
donde los humanos tenemos serios conflictos. Desde el punto de vista de la
oración Dios es el Padre de todos y en consecuencia, somos hermanos.
Necesario es resolver nuestros conflictos para ser aceptos ante nuestro Padre
común.
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E
n nuestra última reflexión entregamos una síntesis apretada del
contenido de lo que hemos llamado tradicionalmente el padrenuestro.
En este estudio hemos tenido que luchar tenazmente con la idea de que
cuando estamos orando realizamos una “actividad religiosa”, por decirlo de
alguna manera. Es impresionante cómo las formalidades externas han incidido
negativamente para desarmar la oración y convertirla en una “cosa” que nosotros
“hacemos”
Ese fue, justamente, el cambio colosal que introdujo Jesús y que provocó
que sus seguidores entendieran que, a pesar de que manejaban la tradición de las
formalidades del judaísmo, éstas no eran otra cosa que el “envoltorio cultural” de
la oración. Esa equivocación sigue presente en la iglesia de hoy. Las preguntas
más frecuentes de la gente acerca de la oración tienen que ver con esas formas:
Cuántas veces; cuál postura física, qué tono de voz, cuánto tiempo, en cuál
lugar, etc.
Todas éstas son variables de las cuales disponemos, pero no son la
esencia de la oración. Tienen su importancia en el concierto de la vida religiosa
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“Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar
desierto, y allí oraba.” Marcos 1:35. Surge entonces así el concepto natural de
vida de oración, en el cual hemos insistido tanto, para separarlo de orar, a secas,
que es lo que equivocadamente hemos manejado siempre.
El Hijo de Dios ha decidido elevar la oración a un nivel que pueda reparar la
razón de la queja del Dios Padre al profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque
este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su
corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de
hombres que les ha sido enseñado”. Isaías 29:13. Por eso, sin irrespetar las formas
externas de la tradición, Cristo entiende que más que una práctica religiosa, orar
es una forma de vivir que produce e incorpora cambios en la vida de quien lo
hace. Es vital que nos demos cuenta con agudeza de que Jesús comienza a
enseñar la oración con su vida, más que con su discurso. Por eso, ellos sintieron
que necesitaban aprender a orar, no cuando lo vieron hablando, sino cuando lo
vieron orando.
Tenemos que sacar de la maleta de nuestro equipaje cultural religioso la
idea simplista y equivocada de que la oración existe para obtener “cosas de
Dios”. Esa es una concepción superficialmente materialista.
De manera que cuando hablamos de aprender a orar no estamos haciendo
énfasis en las formas, que al fin y al cabo no son más que expresiones de la
cultura. Estamos hablando de la “disciplina” de venir a la presencia de Dios en la
experiencia del salmista: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi
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gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti
oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante
de ti, y esperaré”. Salmo 5:1-3.
A
Néstor A. Blanco S. 20ª.
ntes de seguir en propiedad con el análisis de la oración y la vida de
oración, es necesario que consideremos cómo ésta incidió
notablemente para transformar las vidas y los ministerios de personas
que cambiaron al mundo. Teníamos necesidad de saber por qué esos hombres
pudieron realizar obras gigantescas. A ellos los llamamos hoy “los grandes
hombres de Dios”. Pero, ¿Por qué razón fueron grandes?.
No eran más inteligentes que nosotros. No tenían más información de la
que disponemos; de hecho, tenían menos. No contaban con la colosal
tecnología de comunicación de nuestros días. Cuando buscamos las razones,
encontramos, para bendición de nuestra alma, que el patrón común entre estos
cristianos de excepción no era otra cosa que el absoluto respeto por la vida de
oración.
Hablamos -entre otros- de Martín Lutero, Juan Bunyan, y Juan Wesley, por
mencionar sólo tres. Dejemos que sea el historiador Orlando Boyer quien nos
introduzca en la vida de cada uno de estos apóstoles de la oración:
LUTERO: “Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su
extraordinaria inteligencia y a sus destacados dotes. El hecho es que tenía la
costumbre de orar durante horas. ‘fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me
fortaleciese. Nunca oré sin que la Escritura estuviese en mi mente. Resolví,
como Pablo, no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven’. “Decía que
si no pasaba dos horas orando por la mañana se exponía a que satanás ganase la
victoria sobre él durante ese día, uno de sus biógrafos escribió: ‘el tiempo que él
pasa orando, produce el tiempo para todo lo que él hace, el tiempo que pasa
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E
n la última entrega quisimos traer a colación el testimonio de tres de los
hombres que más han contribuido a enseñarnos con su vida la categoría
de la oración. Obviamente hay muchos más, y es necesario que
estudiemos su vida y su obra; lo cual haremos desde esta tribuna a su debido
tiempo. Para nosotros es un punto de honor dejar claro que lo que los hizo
sobresalientes no fue otra cosa que su absoluto respeto y entrega por una
práctica que cada día se ve más amenazada en la iglesia contemporánea: La vida
de oración.
La vida de oración es afectada por nuestro intelecto y por nuestras
emociones. Todo el mundo sabe que “debe” orar. Es casi imposible encontrar
un creyente que no tenga un concepto honroso de la oración. Entonces, ¿por
qué nos cuesta tanto hacerlo?. Es lógico que la oración ocupa con fuerza un
lugar en el mundo espiritual. “Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro:
Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no
entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil.” Marcos 14: 37-38
Debemos ser lo suficientemente humildes para aceptar sin ambages que
cuando se trata de orar, ciertamente tenemos un “problema” que está más allá de
lo normal. Estamos hablando de una resistencia de orden espiritual, que
generalmente es solapada por “actividades” de oración que responden a
nuestros programas e intereses y no a los de Dios. El apóstol Santiago lo explicó
muy bien: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis
E
n nuestro enfoque del tema de la oración estamos obligados a llegar al
fondo del problema. No es tarea de fácil solución porque, en principio, nos
enfrentamos con una pared de ideas preconcebidas y reforzadas por
nuestra tradición evangélica. Estamos hablando del concepto utilitario que
desafortunadamente ha marcado todo lo que entendemos por “oración”
Para millones de cristianos Dios sólo es “…quien perdona todas tus
iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca, de
modo que te rejuvenezcas como el águila. Jehová es el que hace justicia y
derecho a todos los que padecen violencia”. Salmo 103: 3-6. Obviamente no
estamos negando a ese Dios; pero no es una actitud correcta que veamos esa
sola cara de la moneda. Durante su ministerio terrenal el Señor Jesús tuvo que
ser punzante en su juicio, porque el alto liderazgo espiritual de la nación judía
había perdido el rumbo espiritual. Oigámoslo: ” …¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto
hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. Mateo 23:14
Es evidente que para Cristo esas “oraciones” no eran genuinas, porque se
comportaban como mamparas para encubrir las verdaderas intenciones, que no
eran nada sanas. La oración tiene un orden en la mente de Dios, y es necesario
que entendamos que está diseñada fundamentalmente como una relación. Esa
relación cambiará nuestra manera de vivir, porque transformará todas las aristas
de nuestro ser. Eso ocurrirá porque ¡nadie puede acercarse a Dios sin ser
cambiado!. Dios está esperando que vengamos a Él como lo hizo el salmista:
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis
pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino
eterno. Salmo 139: 23-24
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L pero no lo es. Al Señor le importa más su persona (usted), que lo que Ud.
sabe o ignora. Toda una gama de conocimientos técnicos y teológicos
acerca de la oración serían inútiles si no realizamos el acto de venir y estar en la
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Por alguna razón que desconocemos este hombre se conectó con Dios a
través de la práctica de venir a su presencia en oración y fue en esa circunstancia
cuando el Señor lo escogió para provocar el más colosal cambio que la iglesia iba
a experimentar en el siglo 1; es decir, que la salvación era, no sólo para Israel
sino para toda la humanidad. “…Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En
verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda
nación se agrada del que le teme y hace justicia. Hechos 10: 34-35
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El meollo de la oración está en dejar lo otro, lo que nos quita tiempo, lo que
parece más importante, lo que nos distrae, lo que nos preocupa. Con frecuencia,
el tiempo para orar hay que “asaltarlo”, porque la vida humana conspira
naturalmente contra la oración. Después que vengamos a la presencia de Dios
podemos usar el manual de instrucciones del padrenuestro y toda la ayuda
pedagógica que la iglesia ha producido en dos milenios; usarlo antes de venir, no
tiene mucho sentido.
¿Sabes por qué es difícil tener vida de oración? Porque hay un ejército
enemigo de la iglesia que está activo sin cesar usando todo su arsenal para que
no vengas al altar o para que te salgas de él. La iglesia jamás podrá ser
vencedora sin oración. “…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el
Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los
santos”. Efesios 6:18. Ningún creyente por más preparación que tenga tampoco
podrá ser victorioso si no dedica tiempo para orar.
N
uestro trabajo de campo nos ha enseñado que -al menos teóricamente- la
oración como estructura religiosa goza de gran estimación por parte de
la gente de la iglesia. Todos “hablamos bien” de ella, y es obvio que
ocupa un lugar privilegiado en nuestra cultura. Es decir, estamos hablando de
algo supremamente “espiritual”, que es bueno, que nos gusta, que sirve para
muchas cosas; pero que nos cuesta mucho realizar. ¿Recuerdan la experiencia
de Señor con sus discípulos en la hora final? “Vino luego a sus discípulos, y
los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar
conmigo una hora?.” Mateo 26:40.
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este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que
gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,
corazón, que sólo las puede percibir el Señor, hicieron la diferencia cuando el
juicio divino acerca de los dos tuvo que ser revelado, porque la verdad finalmente
triunfa: Sólo el publicano fue justificado. Corolario: Ni orando podemos engañar a
Dios. Abandone todas las posturas cosméticas y artificiales que solemos usar
para impresionar a nuestro Padre y a los hombres. Jamás olvidemos que “Los
N
Nuestro enemigo jamás toma vacaciones; y nuestro Señor tampoco lo
hace. De hecho su promesa es tan real hoy que cuando se despidió de
sus discípulos: “…he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
cansado mucho!. Acaso la poesía del bardo español Antonio Machado pueda
dibujarnos con un poco más gracia la imagen: “Caminante, no hay camino, se hace
de eso se trata nuestra cita hoy, de hacer un pacto, porque los pactos nos ayudan
pedagógicamente a lograr metas espirituales.
No escogimos hablar de la oración porque sea un tema fácil o popular.
Creemos, con fe de carbonero, que es un tema necesario y lo vamos a repetir
hasta la saciedad. Nos sentimos como Pablo cuando, bajo el rigor de la guardia
pretoriana que lo custodiaba en la cárcel le escribió a la iglesia más antigua de
Europa, los filipenses” “…A mí no me es molesto el escribiros las mismas
cosas, y para vosotros es seguro”. Fil. 3:1. O sea, Tengo una gran carga en el
corazón que me impele a decirles esto, y eso a Uds. definitivamente les conviene.
Nos conviene decidir la disciplina del pacto. Hablamos de prometernos e
involucrar a Dios en una decisión que nos permita separar cada día un momento
sagrado, a la hora que Ud. pueda, los minutos que Ud. pueda y en el lugar que Ud.
pueda para pasar tiempo con Dios.
Saque de este esquema las “oraciones” marcadas por nuestra etiqueta
social-religiosa. No estamos hablando de orar para comer, para dormir, para
viajar. Eso es otra cosa. Estamos hablando de derramar el alma en la presencia
del Eterno, sin modelaje; ¡sin ocultar la verdad con palabras¡
Haga un pacto por un tiempo razonable. No compita en “cantidad” con
nadie. No se trata de un concurso sino de salir de una crisis. Imite a Jesús y
apártese para estar en su presencia, sin preocuparse si la oración es larga o
corta. No permita que ninguna actividad, ¡Ni siquiera las obligaciones
eclesiásticas! lo aparten del altar de su presencia. ¡Nada de lo que Ud. hace es
más importante que orar!. “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi
L
a mayor parte de las oraciones que hacen las personas están presididas
por un sentido utilitario. Al hacer oraciones, generalmente buscamos un
beneficio material o de alguna otra naturaleza. Parece que creemos que
Dios está en el cielo sólo para complacernos. Lo que pasa con esto es que la
oración tiene una fama en la tradición de la humanidad. La gente sabe que la
oración es “buena”; y muchos de nuestros amigos no creyentes nos piden
oración pos sus necesidades. Dios es tan bueno que las suple. Él no lo hace
porque la gente es buena sino porque Él es bueno. Sin embargo, algunos
creyentes se sienten frustrados cuando no reciben lo que desean. “Pedís, y no
recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4:3. Es
entonces cuando percibimos que la oración es algo más que disparar peticiones
al Reino de los Cielos
Un creyente serio y maduro debe entender el verdadero sentido de la
oración. Jesús fue muy preciso cuando lo enseñó: Y yo os digo: Pedid, y se os
“Esa” oración requiere del sentido de la disciplina. Todas las fuerzas del
mal se activarán para que tú no ores así. Ninguna actividad de tu vida va a ser
bombardeada espiritualmente por las tinieblas de este mundo como lo es el
momento del altar. Eso ocurre porque la oración es, en esencia un acto de guerra
espiritual. Cuando separas, como pidió Jesús, tiempo para estar en oración, te
conviertes en una amenaza para Satanás. Su reino retrocede y empiezas a
convertirte en vencedor. Si mantienes ese ritmo, la vida del espíritu gobernará tu
corazón y todo lo que significa el pecado y la vida de la carne cederán su lugar al
gobierno de Dios en ti.
El historiador Orlando Boyer recoge una hermosa experiencia de oración
narrada por el joven misionero David Brainer cuando tenía sólo 20 años·
“Dediqué un día para ayunar y orar y me pasé el día clamando a Dios casi
incesantemente, pidiéndole misericordia y que me abriese los ojos para ver la realidad
de mi pecado’. Tenía una lucha existencial por la santidad. ....cierto día estaba
completamente solo en el campo y sentí de una manera sobrenatural un gran gozo y
dulzura en Dios. Experimenté un profundo y ardiente amor por mis semejantes y
anhelaba que ellos pudiesen gozar de lo que yo gozaba. Anhelaba tanto la presencia
de Dios, así como liberarme del pecado. Para mí una hora con Dios excede,
infinitamente a todos los placeres del mundo” Es la hora del altar de Dios. Él siempre
nos está esperando, para bendecirnos, para cambiarnos.
.
E
l contacto con la gente en los escarceos ministeriales nos ha enseñado
algunas verdades interesantes con respecto a la oración. Veamos: Casi
toda las personas saben que orar es bueno, pero NO oran. Esa antinomia
se explica entendiendo que creer las cosas NO es hacer las cosas. Tener un buen
concepto del Evangelio no hace a una persona cristiana; hace falta compromiso.
Tener un buen conocimiento de la Biblia no hace necesariamente “santo” a nadie.
Hace falta algo más. Hace falta vida.
Los líderes espirituales de Israel en los días de Cristo fueron
reprendidos por el Maestro por el “uso” que le daban a la oración “Guardaos de los
escribas, que gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas,
y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que
devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán
mayor condenación”. Lucas 20: 46-47
Esta desviación acerca de la oración es tan antigua como contemporánea.
Orar es esencialmente bueno; pero es innegable que las Sagradas Escrituras nos
enseñan que las intenciones del corazón, si no son sanas, pueden teñir aun lo
bueno que hagamos. “ Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos
aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser
vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” Mateo
6:5
La oración tiene que dejar de ser una actividad religiosa que llena la liturgia
tradicional de la congregación. No podemos seguir conformándonos con hacer
oracioncitas de emergencia como cuando llamamos a los bomberos para que nos
saquen de un aprieto. Orar debe convertirse en un estado de vigilancia constante
que evite que caigamos en el foso de la rutina espiritual.
La oración ha sido muy poco entendida en la iglesia. Casi siempre nos
encontramos con que lo que la gente entiende y practica de la oración tiene que
ver con una “estructura” o una “actividad” que a veces tenemos el atrevimiento
de llamar “devocional”; en la cual “orar” es una de las cosas que están incluidas.
Eso lo hacemos repetitivamente y hasta de memoria y cuando terminamos
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U
n avance muy significativo en nuestra debida comprensión de lo que es
oración lo constituye el poder diferenciar con claridad que orar no es
tanto una “actividad” como una relación. Las relaciones, para que
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funcionen bien, tienen que ser cultivadas. Nadie puede pretender conocer a Dios
a menos que decida pasar tiempo con Él. Hay que sacar a la oración de los
vacíos esquemas religiosos que ha llevado a las congregaciones a creer que Dios
existe para conceder sin más, cada uno de nuestras peticiones.
El Apóstol Pablo le explica a su discípulo Timoteo que los diferentes
“formatos” de oración se fundamentan en la naturaleza de Dios, porque
finalmente a Él le agrada que su santa voluntad se cumpla entre las naciones. “…
S
i revisáramos nuestros motivos de oración, veremos cuán utilitarios
somos al “orar”. No es fácil cambiar esa mentalidad cuando por años lo
que la oración ha significado para nosotros es una tabla de salvación para
resolver un problema puntual; algo así como un alumno que sólo estudia para
“pasar” un examen, no para saber.
Betty S. Constance nos ha enseñado que “la oración es la vida misma del
cristiano”. Un creyente nos manifestó un día que se levantaba a las cuatro de la
mañana para orar. Me llamó la atención esa confesión e indagué un poco y
entonces explicó: ¡Claro, lo primero que uno hace cuando se levanta es orar y dar
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gracias a Dios!. Entendí que esa persona se levantaba a las cuatro am. para irse a
trabajar y en ese momento “también” hacía una oración, rutinaria. Su motivación
al levantarse a esa hora no era la oración, ¡era el trabajo!. Es muy fácil solapar
nuestras motivaciones. El problema con eso es que Dios conoce por qué
hacemos lo que hacemos; y al final eso es lo que cuenta.
Una de las más grandes manifestaciones personales de Dios a un ser
humano lo constituye la revelación de parte de Dios que experimentó el
centurión romano Cornelio en los albores de la iglesia: “El, mirándole fijamente,
y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas
han subido para memoria delante de Dios.” Hechos 10:4
Dios utiliza a un hombre que ni siquiera forma parte de la iglesia en el
sentido local del término, para revelarle que la salvación es un don universal.
Algo que ¡ni los discípulos de Jesús habían comprendido!. Todo eso ocurrió
porque ese hombre era “… piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que
U
no de los líderes evangélicos de mayor peso hoy es el Rvdo. David
Yonggi Cho, quien pastorea la congregación protestante más grande del
mundo. Corea del Sur es un país de cultura budista ubicado en la franja
geográfica que los misionólogos denominan “la ventana 10.70”. Es una zona
caracterizada porque los países que la conforman presentan diversas formas de
resistencia a la predicación del Evangelio y porque, además, contiene a la zona de
mayor pobreza del planeta.
Cho estuvo en Caracas al comienzo de la década de los 80, invitado como
orador principal del Congreso Evangélico de Venezuela. Cuando llegó al
Poliedro de Caracas y vio aquel escenario totalmente lleno de gente que
conversaba animadamente antes de comenzar el culto, hizo esta observación. “ya
sé cuáles son los problemas que Uds. tienen, es que Uds. no oran”, y añadió:
“Hay 700.000 personas en Corea orando por este evento”. Eso no fue todo; luego
dijo algo perturbador: “Si Ud. es un ministro del Evangelio y no puede orar dos
horas diarias, retírese del ministerio”. No pude evitar recordar la pregunta de
Ministerio Equilibrio. Reafirmando los Fundamentos Bíblicos 55
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Cristo a Pedro en uno de los momentos más cruciales de su vida; “Vino luego y
los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar
una hora? “ Marcos 14:37
Debo confesar que en ese momento la expresión del pastor coreano me
pareció exagerada, hasta que aprendimos con lágrimas y dolor en los vericuetos
de la vida ministerial la monumental verdad de esa aseveración. Fue así como
entendí por qué la mayor congregación y el más alto nivel de crecimiento
evangélico estaban contra viento y marea en Corea de Sur. ¡Era por la oración!
Casi nunca vamos a tener “ganas” de orar. Vivimos en un mundo que nos
rodea y nos envuelve con sus valores. Es necesario desarrollar hábitos y
disciplinas que nos lleven a la presencia de Dios. Nuestra devoción ha estado
demasiado teñida por la precedencia de lo que sentimos sobre lo que creemos.
Dios está siempre con nosotros, sin importar cómo nos sintamos. Él está con
nosotros cuando estamos deprimidos, cuando estamos tristes, cuando estamos
desempleados, cuando tenemos hambre, cuando estamos solos, cuando nadie
nos toma en cuenta. Tenemos que aprender que su compañía No depende de
ninguna circunstancia exterior. Él está con nosotros siempre porque Él lo ha
prometido: He quí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amén. Mateo 28:20. Así que su presencia no depende de lo que nosotros somos o
sentimos sino de lo que Él ES.
ella produce milagros. El Señor, como se lo dijo a Pedro, nos está esperando para
que velemos con Él.
M
ás importante que usar la oración como una herramienta para conseguir
“cosas” y atemperar anhelos, es concentrarse en que nuestra primaria
intención fundamental al orar sea conocer a Cristo y amarlo más
profundamente, por encima de lo que pienso o siento. ¿Acaso alguna vez nos
hemos planteado si lo que pedimos está de acuerdo a su voluntad?. “…Y esta es
tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del
Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero el Señor se había enojado contra
mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo: Basta, no me
hables más de este asunto. Deuteronomio 3: 23-26.
Vayamos ahora al Nuevo Testamento cuando el más grande los
evangelistas y teólogos de la iglesia tuvo un crucial encuentro con Dios: “… Y
C
onocer a Dios requiere de una decisión que involucra a la voluntad. No nos
convertimos en personas de santidad e integridad por accidente. La vida
de oración requiere de un desarrollo sustentado en la disciplina. Un poco
de grama se puede obtener en unas semanas; pero si queremos un roble,
entonces tendremos que esperar muchos años. No podemos hacer que una flor
se abra, porque para eso se necesita tiempo. Tampoco podremos conocer
verdaderamente al Señor si continuamos repitiendo plegarias distraídas y de
memoria, que no van más allá de las peticiones personales. Si Ud. quiere conocer
a Dios debe pasar tiempo con Él. Dios no vive para complacernos a nosotros.
Nosotros debemos vivir para complacerlo.
La oración no puede seguir significando para nosotros sólo un deber que
debe cumplirse. Debe convertirse en un privilegio para disfrutarlo como lo
expresó el salmista: “…Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don
N
O TENGO TIEMPO PARA ORAR” es el título de un maravilloso libro que
Ud. debe leer. Fue escrito por el pastor Hill Hybels, un hombre de Dios
que confiesa con humildad que la oración nunca había sido el “fuerte” de
su vida, hasta que en una encrucijada de angustia se arrojó suplicante a los
brazos del Señor. No tener tiempo para orar se ha convertido en una crisis que
explica la razón de la tibieza espiritual y el fracaso de millones de cristianos. Una
jornada de oración crucial ha caracterizado algunas avalanchas angustiantes de
la gente que ora sólo porque se da cuenta de que no hay otro camino. “Mientras
palabras en el primer capítulo del libro “No tengo Tiempo Para Orar”, del pastor
Bill Hybels. Es impresionante cómo el Espíritu Santo nos lleva a descubrir sus
hermosas verdades.
Algunas de las objeciones que escuché fueron: “¿Cómo explicas entonces
el hecho de que casi todo el mundo ora aunque no a Dios?. Me parece que el
orar, sobre todo en caso de emergencias, ¡es muy natural!. Creo que tu
expresión es muy cargada!. Me quedé estupefacto cuando personas de las
cuales se supone que tienen conocimiento de Dios y su Palabra creen, por
ejemplo, que alguien puede ORAR, en el sentido correcto del vocablo, a otro ser
¡distinto a Dios!. En fin, esas son algunas de las curiosas veleidades con las que
nos tropezamos en los pasillos de la iglesia. Una prueba más, pues, de lo mucho
que tenemos que aprender cuando hablamos de oración.
Orar no es una actividad natural porque en sí misma agrede a la odiosa
autonomía humana. El hecho de la oración parte de un supuesto que es contrario
a nuestra arrogante naturaleza. Orar nos humilla ante Dios. Cuando oramos
estamos reconociendo dos verdades básicas: Una, No soy una criatura
autosuficiente. Dos, dependo absolutamente de Dios. Ninguna de las dos son de
fácil aceptación. La nación de Israel entendió esto muy bien: “Mientras oraba
Ud. Podrá comer, bañarse, dormir, divertirse, descansar, etc. Ud. Podrá hacer
cualquier cosa con naturalidad, ¡pero cuando va a orar Ud. ofende al mundo de las
tinieblas y eso tiene un costo. Por eso orar no es natural, porque la oración no se
adapta a las normas de un mundo que va a contrapelo de la dirección de Dios.
Sin embargo, ¡Tengo buenas noticias para Ud. ¡Cuando Usted se atreve a orar
¡TODO EL PODER DEL SOBRENATURAL CIELO ESTÁ A SU DISPOSICIÓN. ¿Sabe por
qué? “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos a
sus oraciones; Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.!
Usted debe saber que la comunión más íntima que una persona puede
tener con Dios es a través de la oración. No te equivoques, no confundas
oración con plegarias distraídas, ni con peticiones caprichosas ajenas a la
voluntad del Señor. Cuando oras tienes que rendirte ante la evidencia de que Dios
no es sólo tu Salvador, sino que es también tu SEÑOR.
Este es el momento para que vengas ante tu Dios. No tienes que sentir
nada especial: no es cuestión de tener “ganas” o no. Es un principio,
simplemente ven. La promesa de Dios para ti es ésta: “…si se humillare mi pueblo,
T
odos tenemos tiempo para orar, pero no todos lo hacemos. Es
fundamental que cuando abordemos el tema de la oración entendamos
que hablamos de una relación espiritual de primer orden, que es capaz de
concitar todo el poder y la gracia del cielo a favor de nosotros, y eso no es, ni
puede ser fácil. La oración produce un movimiento sísmico en mundo espiritual,
porque se trata de hacer retroceder al enemigo de la humanidad quien nunca ha
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tenido con nosotros buenas intenciones, pues “El ladrón no viene sino para
hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia.” Juan 10:10.
Estamos hablando entonces de que cuando oramos asistimos a un
enfrentamiento del Reino de Dios con el gobierno de satanás. Sólo la oración
puede hacerle dar marcha atrás. Eso depende de nosotros. Orar no es fácil
porque el rey del mal hace todo lo posible para que nos alejemos del altar. En ese
sentido, es necesario no olvidar e la experiencia del profeta Daniel: “Y he aquí una
mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me
dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie;
porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando.
Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a
entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus
palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días;
pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los
reyes de Persia. Daniel 10:10-13
Debemos notar que el profeta no se desanimó por lo que “sintió” mientras
oraba en condiciones tan críticas. Permaneció sin vacilar en la trinchera y a su
debido tiempo vino la respuesta divina que le reveló que, aunque la situación que
vivía no era para nada gratificante; finalmente Dios tenía el control después de
batallar con huestes demoníacas, enemigas de la humanidad, con las que hay que
luchar perseverantes si queremos obtener la victoria.
Nos encanta la idea de “entrar en el lugar santísimo” mientras oramos. Los
testimonios de hermosos momentos de éxtasis espiritual que han salido de labios
de los hombres y mujeres de oración son fascinantes. Pero jamás legaremos a
ellos sin pagar el precio. El mundo espiritual es complejo y activo; tiene sus
leyes. Jamás vamos a disfrutar de una experiencia plena con Dios en oración si
no aprendemos que a veces para “llegar” al cielo hay que pasar por el infierno.
Un principio latino lo enseñaba: “si quieres paz, prepárate para la guerra”
Una frase muy evangélica es aquella de que “la oración cambia todas las
cosas”. Es curioso como podemos manejar paradigmas salidos de nuestra
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reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no
os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.
Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:33-34. Tu Señor está dispuesto a
cambiar todo lo que tú necesitas que cambie, pero, primero te quiere cambiar a ti.
Pruébalo, ¡hay un milagro en tus rodillas!
E
l Dr. C. Peter Wagner, reconocido escritor y teólogo cristiano, escribió
hace unos años una obra de naturaleza sumamente polémica: 7
Principios Poderosos Que No Aprendí En El Semnario. Oigamos en
sus propias palabras lo que dice en cuanto a la oración: “¿qué me enseñaron en
el seminario acerca de la oración? Francamente, no recuerdo mucho acerca de
eso. Sé que el seminario no brindaba cursos sobre oración mientras estaba allí.
Me enseñaron cómo predicar, bautizar y servir la comunión; pero no recuerdo
ninguna lección acerca de cómo orar o incluso de cómo conducir una reunión de
oración. Se suponía que la oración era importante; pero también se asumía que
todos ya sabíamos orar bastante bien. Aprenderíamos a orar por nuestra
cuenta…”
¡Qué interesante!. Estoy en la iglesia hace 56 años y puedo decir lo mismo.
Conocí, eso sí, hombres y mujeres excepcionales porque por alguna razón se les
conocía como gente de oración. Esa postura les cubría con un manto de respeto.
Eran personas a quienes queríamos imitar. Pero en ninguna de las instancias
educativas de la iglesia que conocí hubo nunca un lugar para enseñar a la gente a
orar. ¿Saben por qué?; por los supuestos equivocados que todos tenemos.
Un buen día Jesús escuchó de boca de uno de sus discípulos una petición
que era una necesidad de muchos más: “… Aconteció que estaba Jesús orando
Hay millones de personas en la iglesia que quieren orar sin tener relación
con Dios. El Señor habló de eso: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis
largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación”. Mateo 23:14. La gente
sentía respeto por estos líderes, pero el Señor los fustigó. El Pueblo no percibía
las motivaciones de unos dirigentes espirituales que se habían agotado en las
formas religiosas y estaban usando la oración con intenciones aviesas.
Hoy es necesario entonces reformular la oración y su enseñanza y dejar de
asumir que sabemos lo que ciertamente tenemos que aprender. Hay que sacar a
la oración de esa quincallería religiosa que la disminuye y la iguala a un rezo con
visos de magia, para ubicarla donde le corresponde, es decir, una categoría
divina entregada por Dios a la humanidad para establecer una relación personal
con Él.
El objetivo de nuestra oración tiene que superar el simplismo de “pedir”
porque cuando lo hacemos brota nuestra naturaleza humana con las debilidades
que la caracterizan cuando esperamos que alguien nos dé algo: Codiciáis, y no
E
l hábito de la oración es algo que tenemos que desarrollar. En este sentido
hemos advertido dos posturas extremas que se aplican además, cuando
los creyentes pretenden algunos otros logros espirituales: Una es creer a
pie juntos en reglas y recetas rígidas y repetitivas, que se convierten en una
camisa de fuerza, como si estuviéramos en una cárcel de la cual nos cuesta
mucho salir. Son actuaciones de modernos fariseos que desarrollan tal orgullo
“espiritual”, que algunos hasta esperan que fracasen. La otra está representada
por quienes andan en la onda del “espíritu” y piensan que no necesitan guía de
nadie. Ellos tienen conexión directa con el cielo. Desde luego que pensar así es
igualmente dañino, porque todos los extremismos son peligrosos.
No podemos crecer sin pautas. A nadie en su sano juicio se le ocurriría
“sentarse” a esperar, por ejemplo, perder peso, sin hacer algo concreto para
lograrlo. Si hemos decidido que es importante aprender a orar debemos buscar
las disciplinas necesarias y ejercitarlas en forma sistemática. Cuando los
discípulos se dieron cuenta de que tenían la brújula al revés, le pidieron sin
ninguna vergüenza, -porque eso no es vergonzoso- al Señor que los enseñara a
orar.
Si quiero lograr mis metas, tengo que domar mi estado de ánimo, porque la
lista de “razones” que acuden (sin que nadie las invite) a nuestra mente para
desestimarnos es larga: “Estoy cansado, Dios no quiere sacrificios, no hay que ser
religioso, está lloviendo, hace frío, tampoco la cosa es así, etc. Orar es algo serio que
exige que Ud. le hable a su mente y le ordene: ¡Voy a orar aunque no tengas
ganas!
El hábito de la oración nos ayuda a permanecer constantemente
sintonizados con la presencia de Dios y eso cambia sustancialmente nuestra
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crisis. “…Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico
también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová .” I°
de Samuel 1:27-28
Notará que estamos hablando de compromiso. Es necesario precisar esto
porque hay quienes desean recibir mediante la oración las bendiciones de Dios
pero no están interesados en las demandas de Dios. Para ellos la oración es sólo
una palanca que sirve para mover. La actitud de orar implica que se acepta que
Dios invada la totalidad de nuestra vida. Ana le pidió un hijo y le prometió a Dios
que ella lo dedicaría a su servicio, y así fue. Entonces, Dios, sin negociar con ella
y sin prometerle nada le dio, además de Samuel, otros hijos; porque Él siempre
nos da más de los que esperamos. “…Y a Aquel que es poderoso para hacer
en naves, Y hacen negocio en las muchas aguas, Ellos han visto las obras de
Jehová, Y sus maravillas en las profundidades. Salmo 107: 23-24
Parece un contrasentido, pero orar es como correr con paciencia. Dios es
muy respetuoso con nosotros, sabe todo lo que somos, pero actúa solamente
sobre aquello que confesamos. Ábrale su corazón sin miedo y permítale cambiar
todo lo que Él quiera cambiar. ¡Sea su nombre bendito!
D
ios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos
ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por
quien asimismo hizo el universo”. Hebreos 1:1. El maravilloso contenido de esta
porción de la Palabra de Dios nos dice algo muy hermoso acerca de su programa
para la humanidad: Dios siempre ha querido comunicarse con el hombre, porque
quiere tener relación contigo.
La Biblia es la historia de Dios y su trato con nosotros. En cada una de sus
páginas aparece de alguna manera las condiciones de esa relación y las
consecuencias que se derivan de nuestra desobediencia. Es evidente que no
nacemos nada más que para vivir. Esa relación deseada por Dios se concreta en
lo que llamamos “vida devocional”; que no es otra cosa permitir que Dios reine
en todas las áreas de nuestra vida. Es decir, que debe haber momentos en los
cuales nos apartamos del ruido de la vida para estar en su presencia quietos; no
en un tiempo que nos “sobre”, sino en actitud de dedicación expresa, en el
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U
na actitud honesta, cuando hablamos de oración es reconocer cuántas de
nuestras plegarias son realmente peticiones personales que no tienen
que ver con nuestra vida espiritual. Es claro que tenemos un sinnúmero
de necesidades materiales que sólo el poder de Dios puede resolver. Pero
queremos advertir que debemos ser cuidadosos de que lo que llamamos oración
sea utilizado básicamente para pedir sin estar dispuestos a “darnos”. Hay tres
verbos bien significativos que usó Jesús en una ocasión en la cual habló de orar
“…Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os
Esa cercanía con Dios trae una sensibilidad para percibir nuestros pecados
“evangélicos” y una iluminación del espíritu para entender la Palabra de Dios.
¡Todo eso ocurre sin pedir nada! Es sólo el producto de estar en el altar.
Aunque oigas de personas que oran durante horas, no caigas jamás en la
tentación de orar contra reloj. Cuando la oración va siendo fluida experimentarás
progresivamente la gloria de su presencia y eso te hará olvidar el tiempo. No
hagas esfuerzo para orar “largo”; no es así como funciona, simplemente ora y
espera; así aprenderás.
Si a pesar de tu decisión de orar, fallas, no te angusties por eso. Los
obstáculos para orar tienen que estar en tu presupuesto. Levántate de todas las
caídas porque esa lucha sólo indica que están en el camino correcto. El enemigo
sólo ataca ferozmente a quienes le hacen guerra. Cuando tú oras, ¡entérate!,
satanás tiembla.
La práctica de la vida de oración incorporará cambios en tu vida que tú ni
siquiera imaginas. Cuando estás en la presencia de Dios orando te pareces a la
mantequilla cuando se acerca al fuego; ella cede sus condiciones intrínsecas
para que el fuego le imponga las suyas; ella sabe que con el fuego no tiene
opciones. ¡Tiene que cambiar y cambia!. Cuando entres en la dimensión de la
oración te vas a derretir porque cuando te acercas a Dios no puedes permanecer
como eres. Su presencia te cambia. Escríbelo.
No esperes más, busca tu propio momento; y cuando se apague el ruido de
la gente póstrate en su presencia. Si no tienes palabras, no hables. Tu silencio
también es oración. Si sólo salen lágrimas, deja que ese llanto exprese los latidos
de un corazón que se quebranta en la augusta presencia del Altísimo. No esperes
más y ven. Él te espera para bendecirte.
E
sforzarse es un verbo complicado por dos razones: primero porque pone
de relieve la voluntad humana y no la del Dios que me ayuda (lo cual nos
gusta tanto), y segundo, porque es un verbo reflexivo, en el cual, quien
ejecuta la acción también la recibe. El éxito que han de tener en nuestra
experiencia personal la oración y la vida de oración, pasan justamente por
esforzarnos.
E
s interesante saber que en el idioma hebreo, que es la lengua dominante
en el Antiguo Testamento, el verbo orar es reflexivo. Por la naturaleza de
nuestra gramática no se puede traducir como tal, pero al ser reflexivo en la
lengua original significa que quien ejecuta la acción de orar es forzosamente
afectado por el hecho mismo de orar. La oración es, pues, una calle de doble vía
donde Dios se encuentra con el hombre y el hombre se encuentra con Dios. ¿No
es maravilloso?
Descubrir esta realidad lingûistica fue fascinante para nosotros porque en
la práctica la creíamos desde tiempo atrás. Es la obra del Espíritu Santo que nos
revela la naturaleza de su Palabra. Lamentablemente nuestro desconocimiento de
la vida de oración y el afán utilitario de las plegarias dificulta la percepción de la
inmensa bendición que significa el que podamos orar. “…Mas tú mirarás a la oración
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de tu siervo, y a su ruego, oh Jehová Dios mío, para oír el clamor y la oración con que tu
siervo ora delante de ti. Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el
lugar del cual dijiste: Mi nombre estará allí; que oigas la oración con que tu siervo ora en este
lugar. Asimismo que oigas el ruego de tu siervo, y de tu pueblo Israel, cuando en este lugar
hicieren oración, que tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada; que oigas y
perdones”. 2º Crón. 6:19-21
E
se gigante espiritual que fue el pastor escocés de finales del siglo XIX,
Oswald Chambers nos regaló entre otras muchas, esta hermosa reflexión:
“La oración me cambia, cambia a otros, y cambia las
circunstancias a través de mí. El propósito de la oración es que
se revele la presencia de Dios en tu vida”
alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye
en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le
hayamos hecho.” Iª de Juan 5: 14,15
Hay un dominio soberano del Señor sobre nosotros. Eso se llama la
voluntad de Dios. No es su capricho, es su mejor plan. Son impresionantes las
equivocaciones que ocurren cuando no entendemos esto.
Vayamos a un caso real que relata la Biblia: Ezequías fue el duodécimo rey
de Judá. Era un buen hombre. Realizó un gobierno justo y agradó a Dios. Un día
El Señor decidió llevárselo, ¡y se lo anunció!. Por boca de Isaías le permitió que
¡arreglara su vida! Porque se lo iba a llevar.¡Qué privilegio! Ezequias armó una
lloradera porque quería seguir viviendo. Pues el Señor lo complació y le regaló 15
años más. En ese periodo nació su hijo Manasés, quien fue su heredero y uno de
los peores reyes de la nación, el cual, por añadidura, gobernó por ¡55 años!. Si
Ezequías hubiera aceptado el plan de Dios, Manasés jamás hubiera nacido.
No le des órdenes a Dios, pregúntale cuál es su voluntad, por que ella es
agradable y perfecta.
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E
dward Mckendrie Bounds, (1835-1913), mejor conocido como E.M.
Bounds, es un nombre que Ud. no debe olvidar. Escribió 9 libros, de los
cuales 7 fueron acerca de la oración. No pierda de vista su trayectoria, fue
un varón de Dios que vivió para orar. De él se ha dicho: “…No hay hombre, de los
que han vivido desde el tiempo de los apóstoles que le haya sobrepasado en las
profundidades de su maravillosa búsqueda dentro de la vida de oración”
La primera vez que un libro suyo cayó en nuestras manos percibimos de
inmediato que estábamos delante de un apóstol, un especialista de la oración;
porque cuando un hombre ha estado en la presencia de Dios, forzosamente la
transmite, así como sucedía con Moisés: “Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos,
puso un velo sobre su rostro. Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se
quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado. Y
al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era
resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar
con Dios”. Éxodo 34: 33-35
En los escarceos de los viajes ministeriales, mientras curioseábamos
algunos libros de la biblioteca de un pastor anfitrión en el norte de México, nos
encontramos con una de las joyas de Bounds; “El Predicador y la Oración”, La
sensación de estar delante de un hombre excepcional fue sumamente grata. ¡Qué
maravilloso es que la obra de los hombres de Dios produzcan la presencia de
Dios aun después de muertos, como pasó con el profeta Eliseo!.
En las páginas amarillentas de aquel librito, que finalmente me obsequió el
pastor, leí estupefacto: “Lo que la iglesia necesita hoy día, no es más o mejor
L
a oración ha sido la partera de los avivamientos. Si estudiamos con
seriedad la historia de todos los movimientos que han sacudido a la
iglesia para sacarla de situaciones de inercia, desde Pentecostés hasta
hoy; descubriremos, para satisfacción de nuestra alma, que ha sido a través de
movimientos intensos de oración. Los avivamientos personales de figuras
extraordinarias que marcaron el rumbo de la iglesia también experimentaron que
la oración era la vía de su propia transformación. Entendieron que no podían
cambiar las cosas de su entorno si ellos no cambiaban primero. Una verdad del
tamaño de una catedral es que sin oración no hay cambios y cuando hay cambios
es porque ha habido oración. Hace casi tres milenios Dios se le apareció de
noche a Salomón y le entregó esta poderosa verdad: “…si se humillare mi pueblo,
sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus
malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra .
2ª Cron. 7:14.
Esta verdad funciona con independencia de quién es el que busca. Si un
pueblo busca a Dios, lo va a encontrar; si un visionario espiritual lo busca,
aunque su entorno se halle comprometido espiritualmente, igualmente lo
encontrará.
Hoy vamos a hablar del pastor David Yonggi Cho, de Corea del Sur; un
hombre contemporáneo que es referencia obligada en el mundo del
iglecrecimiento, pues dirige la mayor congregación evangélica del planeta. Cho
es conocido por su perseverancia y persistencia en el campo de la
oración. Por sus libros sabemos que ora de tres a cuatro horas
diarias. La vida de oración ha caracterizado su iglesia, cuya
asistencia está cercana al millón de personas. Una práctica de la
gente del pastor Cho, y en general, de las iglesias coreanas, es que
muy temprano, los templos se llenan de creyentes que van a orar
ANTES de irse a sus trabajos.
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U
n avivamiento es un fenómeno social que “revitaliza, trae autoridad,
alista, entrena, llena de poder de Dios, trae arrepentimiento, hambre por
su presencia; trae fuego al corazón, pasión, convicción, y disposición
para ser usado por Dios”. Cuando esa noción llega a nuestros sentidos,
enseguida la relacionamos con muchas personas comprometidas en eventos
históricos que sacuden a una nación en un tiempo determinado para producir
grandes cambios espirituales a través del poder de Dios. Pentecostés, la
Reforma, Gales, Azusa, Corea, Pensacola etc.; fueron sin duda alguna,
avivamientos. Sin embargo, sigue siendo una idea lejana a nosotros porque
estamos esperando pasivamente que este avivamiento “corporativo” nos llegue
de alguna parte por alguna ignota razón.
El gran apóstol Pablo lo resume así: “Exhorto ante todo, a que se hagan
rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y
por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad
y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual
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quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” 1ª de
Timoteo 2: 1-4.
H
ay una tendencia algo perniciosa que hemos percibido entre los
cristianos de hoy; nos referimos a “declarar”, en oración, situaciones
que nos favorecen, como si el hecho de hacerlo así fuese una garantía
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A
veces la iglesia de Jesucristo es invadida por oleadas de filosofías
extrañas que pretenden dictarle pautas. El fenómeno es viejo y
repetitivo. Pablo, el gran Apóstol lo registra al escribirle a los griegos de
Colosas en el año 60 DC: “ Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
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sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según
Cristo”. Colosenses 2:8. En la última entrega hablábamos en ese sentido y hoy
queremos completar la idea.
No hay que confundir con el hecho de que un Dios soberano es un Dios
caprichoso. Dios no juega con su poder; pero sí es cierto que lo usa de la mejor
manera para bendecirnos, aunque a veces nos cueste un poco comprenderlo. Nos ha
tocado asistir, con angustia, a un escenario grotesco, en el cual algunos personeros
que mal representan al Evangelio nos ofrecen un escenario que se caracteriza por
“declarar, atar, desatar, decretar e invocar” cualquier cosa que se les ocurra, sin
respetar los principios de Reino de Dios, como si las bendiciones del Señor
estuvieran en oferta de fin de mes.
Revisemos con cuidado el panorama de la Palabra de Dios: Moisés, el gran
legislador y profeta de Israel le pidió al Señor que lo dejara pasar par ver “aquella
tierra Buena que está más allá del Jordán…” La respuesta del Altísimo fue terminante:
“Basta, no me hables más de ese asunto”. (Deuteronomio 3: 25-26) Moisés no trató de
torcerle el brazo a Dios; no ató, no desató, no declaró, ni decretó nada. Simplemente
obedeció la voluntad de Dios.
Pablo le contó a los corintios que había un “aguijón en su carne” que lo
molestaba sobremanera. Como era de esperarse, le rogó tres veces al Señor que se
lo quitara. El apóstol, al igual que Moisés, no usó este insolente lenguaje moderno
que ignora la voluntad de Dios para imponer la nuestra. El Señor simplemente le
respondió “bástate mi gracia”; (2ª Cor. 12. 8-9). Era una manera de decirle. No sigas
pidiendo eso. No te lo voy a conceder, porque lo que te conviene es desarrollar un
carácter que te permita recordar siempre que las grandes revelaciones que has
recibido no te deben envanecer. Ese aguijón te va a avisar siempre cuánto dependes
de mí. El apóstol de los gentiles, solamente obedeció, sin declarar, atar, o desatar
nada.
En una ocasion Jesús le dijo a Pedro que satanás había hecho una petición
curiosa; quería zarandear como a trigo a los discípulos; (Lucas 22: 31:32). Ante esa
amenaza del mundo de las tinieblas, Cristo, ni mucho menos Pedro, se pusieron a
declarar, o atar, o desatar nada. El Señor le calmó: “yo he rogado por ti para que tu fe
no falte”.
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H
emos estado insistiendo con acuciosidad acerca de la naturaleza de
nuestras oraciones para que entendamos que, al orar, estamos
pisando un terreno donde surgen inmensas posibilidades de
bendiciones celestiales, ¡Todas ellas de acuerdo a la voluntad soberana de Dios!;
en el entendido de que el Señor nos concederá, no siempre lo que pedimos, sino
lo que Él sabe que necesitamos. Cuando Pablo, escribiendo a los filipenses (4:19)
afirma: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús”; NO está extendiéndonos un cheque en blanco para pedir sin límites,
como muchas personas creen. En su soberanía e inmenso amor, el Señor
responderá de la mejor manera, que, de acuerdo a su juicio, podamos ser
bendecidos, aunque no lo entendamos así.
Es hora de que aprendamos que la oración es fundamentalmente un medio
de relación con Dios, más que un medio para pedir a Dios. Nuestra relación con el
Altísimo determinará nuestras peticiones, porque todo lo que hacemos como
hijos de Dios debe responder al respeto que se supone que tenemos por los
principios que rigen su Reino.
En ese Reino, por cierto, debe hacerse su voluntad, antes que la nuestra.
Eso es lo que expresa elocuentemente el padrenuestro: hágase tu voluntad. Pero
además de eso, Jesús nos exhorta: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué
beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre
celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana,
porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:31-34.
¿Acaso nos hemos preocupado por entender qué es eso de “El Reino de
Dios?. Por alguna razón siento que en nuestra mente esa es una frase hueca que
sabe más a composiciones litúrgicas de rezos distraídos. Suenan como palabras
casi mágicas que repetimos sin cesar, sin ahondar en el corazón de quien
originalmente las expresó.
El Señor nos está diciendo muy seriamente que toda nuestra búsqueda
debe estar dirigida al establecimiento de su Reino y su justicia, y que sólo
entonces “estas cosas”; las otras cosas, las demás cosas, las que nos hacen
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llorar, las que nos hacen sufrir, las que nos desesperan, las que nos angustian,
las que nos deprimen, finalmente serán añadidas.
Hay mucha gente en la iglesia que viene buscando las “cosas de Dios”,
pero no les interesa el “Dios de las cosas”. Confunden al Creador del Universo
con el genio del sastre de La lámpara de Aladino, en el cuento de Las Mil y Una
Noches. Dios nos protege revisando nuestras peticiones, porque aunque pedir es
muy fácil, la verdad verdadera es que nosotros no sabemos ni siquiera pedir, y
por eso, muchas veces no recibimos. No recibimos porque Él, amablemente
corrige la “orden”.
Esta verdad nos lleva entonces a revisar con gran honestidad nuestras
motivaciones. Estemos claros en algo: Todo lo que hacemos tiene una razón.
Esa razón casi siempre está oculta; por eso la gente no nos conoce. Podemos
esconder nuestras intenciones ante toda la humanidad. Podemos adornar con
frases floridas las expresiones más aviesas de nuestra alma y nadie lo notará.
Pero cuando pretendemos acercarnos al Señor en oración nunca debemos
olvidar ante quién estamos. Él, no sólo es nuestro Padre amante, también es
nuestro Señor. Un Señor es un dueño; un Señor es alguien a quien jamás se le
puede decir NO; un Señor es aquel cuya voluntad debo obedecer sin condiciones.
Un Señor es aquel que es dueño absoluto, no solamente del universo donde vivo,
sino dueño de mí también, en su totalidad. De manera que hay que tener sumo
cuidado de no darle órdenes a una persona con esas credenciales.
Afortunadamente para nosotros, Él también es amor.
La oración no nos ha sido concedida para hacer peticiones unilaterales que
desconozcan la naturaleza de Dios. La oración no fue diseñada por Dios para que
creamos que la satisfacción de “todas “nuestras necesidades son un derecho
adquirido. Es, más bien como lo dijo Betty Constance: “La oración no es una
actividad, sino una relación que tiene que ser cultivada, porque es la vida misma
del Hijo de Dios”.
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L
A oración es un privilegio que nos permite tener una especial comunión
con Dios. Siempre hemos insistido cuidadosamente en que
comprendamos su naturaleza, porque la práctica diaria tiende a
convertirla en un ejercicio que desconoce su razón de ser. Los discípulos
originales pudieron entender lo lejos que estaban de saber orar, justamente
cuando fueron capaces de apreciar una honda diferencia entre sus plegarias
controladas por la sociedad religiosa y los encuentros con el Padre que Jesús
experimentaba cuando se apartaba a orar, en una experiencia de suprema
devoción.
Todo el mundo tiene ese problema con la oración, pero casi nadie lo
expresa como lo hicieron los primigenios seguidores. La dificultad que comporta
la disciplina de la oración se debe básicamente a que nos exponemos
espiritualmente en una batalla espiritual que forma parte de una guerra muy
antigua. Cuando oramos, las fuerzas espirituales, a cuyo mando está Satanás,
reaccionan porque sienten que estamos invadiendo su reino, ¡lo cual es verdad!.
Sin embargo, lo que el grueso de la gente expresa como dificultad para orar tiene
más que ver con la cantidad de palabras que ellos creen que tienen que decir
“obligatoriamente”, que con los verdaderos problemas de la oración.
Por eso el Señor atajó a tiempo esa desviación cuando alertó: “Y orando, no
uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”
Mateo 6:7. De manera pues, que es el mismo Señor quien nos corrige,
enseñándonos que la efectividad de nuestra oración no depende de nuestra
facilidad o dificultad para expresar nuestros sentimientos con palabras. La
oración es mucho más que palabras. De hecho, el acto devocional de la oración a
veces no permite ¡ni siquiera hablar!. Durante la oración, ciertamente podemos
hablar con Dios, pero adicionalmente a eso, Dios habla con nosotros, adoramos,
alabamos, evocamos su palabra, nos humillamos, confesamos, pedimos perdón,
intercedemos, revisamos nuestra relación con Dios y con los demás, pedimos
cosas, nos santificamos, buscamos su santa voluntad; en otras palabras, cuando
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oramos interactuamos con Dios. Entonces nadie debe angustiarse cuando “se le
acaban las palabras y no sabe qué decir”, pues si no hay más palabras, es porque
llegó el momento de callar y permanecer en silencio delante de Dios, sin dudar
por eso de que estamos orando, pues nuestro Dios sabe escuchar, interpretar y
apreciar el silencio de nuestra alma. El silencio siempre es una voz elocuente.
Los enemigos más serios de la oración, para los que Ud. debe prepararse
tienen que ver con una colección de dardos del maligno que están diseñados
para que Ud. no ore, ni hablando, ni en silencio, ni de ninguna otra forma. Son
todas esas tretas diseñadas en el laboratorio más viejo del mundo que funcionan
efectivamente para que aplacemos la oración para “más tarde”; son las que
hacen sonar los teléfonos, los timbres de las puertas; son los que traen visitas
inesperadas, dolores inexplicables, niños llorando, mares de ideas que
desconcentran, pensamientos que descontrolan, sueños, flojera; en fin, una lista
interminable de lo que puede hacer el enemigo PARA QUE UD. NO ORE; ¿Sabe
por qué?, porque cuando oramos, todo el infierno tiembla, y tiembla de miedo.
Tenemos que aprender a asaltar nuestro tiempo devocional. Si no lo
hacemos, perderemos la batalla en el primer round. Tenemos que tener un tiempo
de oración ¡aunque el mundo se queme!. Si nos distraemos en las trampas
evasivas, la oración perderá la competencia.
También debemos aprender que la lucha que experimentamos cuando
venimos a nuestro altar íntimo no debe desanimarnos creyendo que porque “no
sentimos la presencia de Dios”, es porque Dios no está con nosotros. Dios está
con nosotros siempre, no porque Ud. lo sienta sino porque ÉL lo dice: “…he aquí
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén . Mateo 18:20. De
manera pues, que como están de moda las “declaraciones”, ese es un buen
momento para hacer una que sí sea legítima: “Declaro que el Señor está conmigo
aquí y ahora porque Él lo dice”. Y punto.
E
n las últimas entregas hemos estado insistiendo con acuciosidad acerca
del lugar que tiene el pedir en el ámbito de nuestra oración devocional
privada. La razón de esa postura obedece a que la acción de pedir algo a
Dios ha dominado el escenario de la oración; lo cual, a nuestro juicio, no es sano,
porque desfigura sensiblemente su razón de ser.
En el panorama de la Palabra de Dios, la oración ocupa un lugar de
eminencia. Las páginas de la Sagrada Escritura están saturadas, no solamente de
oración, sino de interesantes enseñanzas para su mejor provecho. Para millones
de personas, tener un Dios a quien pedirle algo parece ser la finalidad de la
oración. Obviamente la Biblia nos enseña a pedir; pero sería, por lo menos
deshonesto que no descorriéramos el velo completo a fin de participar de la
sublime grandeza que permite a la oración convertirse en el mayor acto de
comunión con Dios al que algún mortal pueda aspirar.
La parábola de la viuda y el juez injusto del evangelio de Lucas 18, se ha
convertido en una punta de lanza para quienes, en desconocimiento de una sana
-y sencilla- hermenéutica, ven en esta perícopa a la figura de la insistencia como
un elemento de presión para que Dios nos dé lo que pedimos. Tenemos que
aprender a leer y a estudiar la Palabra de Dios, para que percibamos lo que Dios
nos dice en ella; mas no lo que nosotros queremos que nos diga.
Dejemos, pues que sea el pasaje quien hable por sí mismo: “También les
refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,2 diciendo:
Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. 3 Había también en
aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. 4 Y él
no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni
tengo respeto a hombre, 5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no
sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. 6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez
injusto. 7 Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se
tardará en responderles?”
Lo primero que debemos considerar es que estamos ante una parábola
(que no es otra cosa que una comparación). La parábola es un símil bastante
elaborado, en el cual el relato, a pesar de ser ficticio, es absolutamente posible de
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P
or supuesto que no estamos desestimando el hecho de que en
nuestras oraciones le podamos pedir al Señor bendiciones materiales,
espirituales, o de cualquier otro orden. Lo que sí estamos haciendo es
ubicar el contenido de la oración en su perspectiva correcta; porque cuando se
trata de oración, la tendencia de los creyentes es a igualarla a una petición, lo
cual es teológicamente incorrecto y espiritualmente inaceptable, porque
desconoce su esencia natural.
Siempre insistiremos en enseñar que cuando la idea de pedir a secas,
preside nuestra oración, nos estamos perdiendo de recibir el milagro de
transformación que está implícito en el acto de orar. Toda persona que viene a la
presencia de Dios en oración es cambiada por el sólo hecho de venir. De manera
que, si hacemos eso con intensidad; en esa misma medida seremos bendecidos,
¡aunque no hayamos pedido algo específico!
La oración es un servicio solemne que rendimos ante la presencia de Dios.
La oración es el ofrecimiento de las emociones y deseos del alma hecho a Dios
en el nombre y por la mediación de nuestro Señor Jesucristo. (Juan 16:23-27). Es
la comunicación del corazón con Dios mediante el auxilio del Espíritu Santo, “…Y
de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál
es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede
por los santos.” Rom. 8:26-27: Y la oración es, además, para el creyente, la
verdadera vida del Espíritu, pues sin esta relación filial, nadie puede ser
verdaderamente cristiano. Toda petición en oración va a estar absolutamente
condicionada por Dios en su Palabra: “…Si permanecen en mí y mis palabras
H
ace un año comenzamos esta serie con la idea de apuntalar la
formación de la iglesia en un área tan sensible como la vida de
oración. Como todos los lectores no tienen la información desde el
principio, hemos decidido repetir todas las entregas, comenzando con la primera,
desde la próxima semana. El punto de partida de nuestro análisis fue una
asombrosa petición que le hicieron a Jesús un número desconocido de sus
discípulos: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” Lucas
11:1
Esa petición implicaba el reconocimiento de que, a pesar de su rígida
formación religiosa que como adultos judíos tenían que tener, sintieron que no
sabían orar. Es interesante observar que ellos llegaron a esa conclusión, sólo,
cuando vieron a Jesús orando. Es oportuno, pues, destacar, que el Señor practicó
la oración privada como algo fundamental en su vida. Los evangelios nos
informan con detalles que el Maestro buscaba la soledad y la quietud para
dedicarse con devoción a sus plegarias personales.
Insistimos también que Jesús oraba como hombre y no como Dios, pues al
venir a la tierra se despojó de su gloria a fin de igualarse a los hombres en sus
enfrentamientos con la tentación. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz” Filipenses 2: 5-8.
El Señor les hizo tres observaciones a los peticionarios; veamos: 1º.
“Cuando oren no sean como los hipócritas.” Es decir, quería que ellos revisaran sus
motivaciones al orar. Nuestras motivaciones pueden alterar la pureza de la
oración. 2º. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre
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5:17.
De manera, pues, que un estudio enjundioso y obediente de la enseñanza de
oración de Jesús cambiará fundamentalmente nuestra vida. Orar no es fácil porque el
enemigo de la iglesia ataca la oración porque ella es una fuente de poder que
amenaza su reino: Cuando las Sagradas Escrituras nos advierten: “Velad y orad, para
que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo
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