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The extension of divorce and passing a family model, where the traditional roles
men and women have changed, it has brought the need for new models of sharing
custody of children after divorce. Joint custody is the clearest example, requiring an
update of beliefs and solutions that the courts should apply.
Introducción
En la sociedad actual las preocupaciones, los temas que generan fricción entre
grupos opuestos, las discusiones sobre qué decisión tomar en determinada área van
sucediéndose, cada vez con mayor velocidad. De este modo allá por 1981, cuando la
“Ley del Divorcio” fue aprobada en España, toda la preocupación se volcó en la
posibilidad de que una ola de divorcios arrasaría el país. Junto a esto, se advertía de los
problemas que los hijos del divorcio arrastrarían, marcados de por vida con el estigma
de Caín que le diferenciaría de sus iguales para siempre. Con el paso del tiempo la terca
realidad ha dado al traste con el negro vaticinio. Tras la aprobación de la citada ley los
divorcios aumentaron un 90% en su primera década de aplicación, haciendo una
realidad cotidiana en todos los ámbitos la experiencia de la separación y el divorcio en
un familiar, una compañera de trabajo o un vecino.
Hoy es un hecho cotidiano que una pareja rompa su proyecto de vida en común
sin que sus hijos sean marcados por la sociedad, apartados de sus iguales o sufran
necesariamente profundas patologías, tirando por tierra la idea del estigma en los hijos,
de sus consecuencias –siempre vista desde el punto de vista del perjuicio – en su futuro
desarrollo. Una cierta moral e ideario político que defendió aquellos vaticinios no tienen
otro remedio que, más de veinte años después, inclinar el rostro ante la realidad de una
colectividad que ha decidido vivir del modo en el que lo hace.
En la sociedad actual el divorcio ya no es el tema de discusión. A nadie asusta,
ni tan siquiera llama la atención, el hecho de que los miembros de una pareja rompa su
relación. Una vez superada esa preocupación han surgido dos nuevas cuestiones que
inquietan a las parejas que se encuentran en dicha situación y han de tomar decisiones,
aumentando las consultas a los profesionales que nos dedicamos a esta área cada vez
con mayor frecuencia. Por un lado se encuentra el modo en cómo separarse, y dentro de
esta cuestión cómo encarar el tema con los hijos comunes. Las parejas que van a romper
su situación preguntan cómo hacerlo, de qué modo contarles a los hijos que sus padres
han dejado de vivir juntos, pero que eso no afecta en absoluto al amor que le tienen
ambos.
El otro gran motivo de consulta es la custodia. Hasta principios del siglo XX los
hijos eran considerados propiedad del padre. La especialización de los papeles
1
masculinos – sostén familiar – y femenino – crianza de los hijos – como resultado de la
revolución industrial, que desplazó a la agricultura la industria y los servicios, y el
surgimiento de teorías como la freudiana que subrayan el papel de la vinculación del
hijo con la madre, trajo consigo un progresivo cambio. Hoy en día la custodia de los
hijos es materna, aproximadamente en un 95% en nuestro país. Una vez que la
psicología evolutiva ha demostrado que ambos progenitores son igualmente
competentes para la crianza de los hijos, así como los cambios acaecidos en los papeles
tradicionales antes definidos, para muchas parejas esto es algo inadmisible en su
planteamiento vital futuro. De este modo la custodia de los hijos habidos en la relación
se ha convertido en el siguiente tema a discutir.
2
hijos, y con ello la gestión del pago de su manutención, mientras el otro pierde,
quedando en un papel de visitador, progenitor de segunda, que cada vez es menos
aceptado y aceptable en nuestra sociedad. Esto provoca en muchas ocasiones que dicha
competencia se convierta en batalla campal en los tribunales, con el uso de los recursos
legales existentes, logrando convertir en crónico el enfrentamiento legal y provocando
patologías derivadas directamente de dicha situación.
Existen datos consistentes que demuestran que los hijos de divorciados con un
alto grado de conflicto tienden a desarrollar mayor número de problemas de adaptación.
Las agresiones físicas y verbales son aquí igualmente tenidas en cuenta. Los
enfrentamientos prolongados de los padres generan en los hijos un aumento del riesgo
de desarrollo de estados de ansiedad y depresión. Estos niños despliegan emociones de
estrés y temor a consecuencia de la situación de conflicto observada y la posibilidad de
la pérdida de uno de sus progenitores (Reiss & al. 2 , 1994; Hetherington 3 , 1999;
Hetherington & Stanley -Hagan4 , 1997). Resultados semejantes se han encontrado en
hijos de familias intactas con una alta conflictividad. Los niños de familias no
divorciadas pero con un alto nivel de enfrentamientos tienen mayores problemas de
adaptación y de autoestima que los de familias intactas o divorciadas con bajos niveles
de conflictividad (Amato & Keith 5 , 1991; Amato, Loomis y Booth6 , 1995).
En el enfrentamiento de las parejas divorciadas en los tribunales encontramos un
escenario ligeramente diferente al de las investigaciones antes citadas. Los niños no
suelen estar presentes en los conflictos entre sus progenitores. Servicios como los
puntos de encuentro familiar han venido a resolver este problema. Sin embargo la
cantidad o frecuencia de los conflictos podría resultar no ser el principal problema. La
situaciones en las que los progenitores introducen a sus hijos en conflictos de lealtades –
aquellos en los que los menores se ven en la obligación de elegir o inclinarse entre sus
dos progenitores – o los enfrentamientos en donde se producen prácticas de crianza y
educación dispares, parecen ser más negativas que la simple cantidad de conflictos
presenciados. El niño se siente atrapado, incluso amenazado entre dos progenitores cuyo
campo de batalla son sus hijos (Buchanan, Maccoby & Dornbusch7 , 1991; Maccoby &
Mnookin8 ,1992; Maccoby et al.9 , 1993; Hetherington, 1999). Estos resultados son
consistentes con otros que plantean la relación entre los conflictos y las prácticas de
crianza. Cuando lo padres utilizan prácticas de crianza basadas en el afecto, la
comunicación y la supervisión, se reduce los efectos de los conflictos en el matrimonio.
2
Reiss, D., Plomin, R., Hetherington, E. M., Howe, G., Rovine, M., Tyron, A. & Stanley-Hagan, M.
(1994). The separate words of teenaged siblings: An introduction to the study of nonshared environment
and adolescent development. En E. M. Hetherington, D. Reiss & R. Ploomin (Eds.), Nonshared
environment, pp. 64-100. Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum Associaties.
3
Hetherington, E. M. (1999). Should we stay together for the sake of the children? En E. M. Hetherington
(Ed.) Coping with divorce, single parenting, an remarriage. A risk and resiliency perspective, pp. 93 -116.
Mahwah, NJ: Lawrence Erlbaum.
4
Hetherington, E. M. & Stanley-Hagan, M. S. (1997). The effects of divorce on fathers and their children .
En M. Lamb (Ed.), The role of the father in child development, pp. 191-211. New York: Wiley.
5
Amato, P. R. & Keith, B. (1991). Parental divorce and adult well-being: A meta-analysis. JMF , 53, 43-
58.
6
Amato, P. R., Loomis, L. S. & Booth, A. (1995). Parental divorce, marital conflict and offspring well-
bieng during early adulthood. Social Forces, 73, 895-915.
7
Buchanan, C. M., Maccoby, E. E. & Dornbusch, S. M. (1991). Caught between parents: Adolescents´
experience indivorced homes. Child Development, 62, 1008 -1029.
8
Maccoby, E. E. & Mnookin, R. H. (1992). Dividing the child: Social and legal dilemmas of custody.
Cambridge, MA: Harvard University Press.
9
Maccoby, E. E., Buchanan, C. M., Mnookin, R. H. & Dornbusch, S. M. (1993). Post-divorce roles of
mothers and fathers in the lives of their children. Journal of Family Psychology, 7, 24-38.
3
Si nos detenemos un momento podemos ver que la separación del conflicto entre
la pareja, de la relación e éstos con sus hijos, es la manera más adecuada para evitar
consecuencias en los menores, pero igualmente podemos observar que la actual realidad
jurídica no favorece la resolución del conflicto por la vía más sana. El enfrentamiento
de la separación que se lleva a cabo hoy en día en los tribunales prima la postura del
conflicto de intereses frente a otros elementos relevantes. Como he dicho antes, un
enfoque centrado en la generación de pérdidas y ganancias, es un escenario que de
modo natural va a provocar el conflicto. Cualquier ser vivo, ante un panorama de
competencia por ciertos recursos limitados, va a adoptar una postura de enfrentamiento
y violencia de modo necesario. De igual modo, una pareja que se separa – en cuyo
pensar y actuar debemos incluir sentimientos de frustración, dolor, engaño, etc. – va a
derivar en choque en tanto comprenda que de dicho enfrentamiento, y en función de las
armas que blanda, saldrá mejor o peor parada. Mi reflexión pretende abogar por la
necesidad de la superación del actual enfoque de resolución de conflictos basado en
intereses como eje fundamental, para desembocar en una postura de resolución de
conflictos que se apoye en valores y principios.
El conflicto en sí no debe adoptar un carácter negativo. Está demostrado que la
exposición de los hijos a aquellos conflictos entre la pareja que se resuelven mediante
estrategias adecuadas, favorecen el desarrollo de aprendizajes de resolución de
problemas en los menores. La ansiedad que provoca en los niños los conflictos
observados entre sus padres u otros adultos disminuía radicalmente cuando percibían
que se resolvían (El-Sheikh, Cummings & Goetsch10 , 1989; Cummings & Smith11 ,
1993). El conflicto se muestra parte fundamental del ser humano y, por extensión, del
funcionamiento del entorno social en el que se inscribe, apareciendo desde la primera
edad del sujeto, inmerso en su vida familiar. Así, aprendemos estrategias, acumulando
recursos para satisfacer nuestros deseos y los límites que nos imponen. Desde pequeños
aprendemos a negociar y ceder, a dar y pedir con nuestras madres y padres, con nuestros
hermanos y compañeros de clase. Las limitaciones de nuestro comportamiento, las
restricciones que nos generan conflicto, son tanto los recursos limitados de que
disponemos a nuestro alrededor, como las demandas sobre los mismos de los otros
miembros próximos a nosotros.
El conflicto nos permite desarrollarnos, agudizar nuestro ingenio y crear, pero
también es fuente de agresividad y temor, ya que se genera como fruto de la interacción
entre dos o más partes. Esta interacción es de acciones antagónicas, enfrentadas por los
recursos sobre los que se discute, pero también de sentimientos y percepciones. Cuando
dos sujetos entran en conflicto perciben las acciones del otro, pero lo que para el
primero era una conducta defensiva, el otro lo percibe como agresión. Por lo que la
conducta del segundo no es fruto únicamente de su propio pensamiento, sino de la
respuesta que da a la percepción de la conducta de su oponente. Como razonaría
Spinoza en la cuarta parte de su Ética, los individuos más bien parecen marionetas de la
lógica marcada por las pasiones.
En una situación semejante, poco a poco los sujetos se distancian. Esto
desemboca en un mayor distanciamiento emocional y desconocimiento del otro. Como
consecuencia cada vez es más difícil que logren empatizar, es decir, sean capaces de
10
El-Sheikh, M., Cummings, E. M. & Goetsch, V. (1989). Coping with adults´ angry behavoir.
Behavioral, physiological, and self-reported responding in preschoolers. Developmental Psychology, 25,
490 -498.
11
Cummings, E. M. & Smith, D. (1993). The impact of anger between adults on siblings´ emotions and
social behavior. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 34, 1425 -1433.
4
ponerse en el lugar del otro. Comienzan a elaborarse explicaciones subjetivas, supuestas
de la conducta y la intención del otro. “Quiere quitarme todo lo que he luchado en
mi vida”. “Desea hacerme daño arrebatándome lo que más quiero”. “Lo hace sólo para
fastidiarme”. Hasta que la comunicación se hace del todo imposible.
El final siempre es el mismo. Si este campo lo abonamos con un sistema –
abogados, psicólogos, asociaciones, centros y servicios concertados – que viven, se
nutren económicamente de esta realidad, se organiza un modo de actuar que pronto se
enquista, dándose por sobreentendido y necesario. Volviendo una vez más al filósofo
holandés, las ideas inadecuadas y confusas se siguen unas de otras con la misma
necesidad que las ideas adecuadas, es decir, claras y distintas. Los errores se hacen
práctica cotidiana y sus perversos efectos son padecidos por los sujetos, perpetuándose
con la repetición sin crítica.
Si nos centramos en el conflicto podemos ver que se genera por la diferencia, la
asimetría, la posibilidad de ganancia. Mientras exista esa posibilidad de ganancia el ser
humano va a potenciar el conflicto. Cuando digo esa posibilidad de ganancia hago
referencia a la posibilidad de ganancia de todo el sistema, no únicamente los implicados
directamente, sino la trama de intereses que, de modo implícito, apoyan la pervivencia
del enfrentamiento.
La superación de esta situación requiere un cambio de posturas y actitudes. La
postura actual, basada en el enfrentamiento por unos intereses, debe ser superada y
sustituida por el enfrentamiento basado en unos valores. Asistimos cotidianamente a
conflictos bélicos basados en intereses económicos de determinadas organizaciones o
países. De igual modo, somos espectadores ante el drama humano del hambre, sin que
nuestros principios se desmoronen. Si en ambos casos antepusiéramos los valores y
principios, sobre los intereses de una parte, nuestro enfrentamiento de los problemas del
mundo cambiaría radicalmente. Nuestros conflictos humanos – la guerra, el hambre, la
enfermedad – son fruto del papel principal que concedemos al mantenimiento de
nuestros intereses, por encima de nuestros valores y principios – libertad, igualdad, paz.
De igual modo el enfrentamiento en los tribunales es la pervivencia de los intereses de
una de las partes, frente a la primacía de los valores. A semejanza de como nos
comportamos en el primer caso, encogiéndonos de hombros cuando contemplamos las
crisis humanitarias por la televisión y consolándonos diciendo que no podemos hacer
nada, justificamos nuestro comportamiento en los conflictos matrimoniales por la
custodia de los hijos en los tribunales, aduciendo el superior interés del menor, y
permitiendo el mantenimiento devastador del conflicto apoyado sobre intereses de parte,
que frecuentemente no comparte aquel en cuyo nombre se habla.
Custodia compartida.
En la introducción comentamos que hasta principios del siglo XX los hijos eran
considerados propiedad del padre. Esta custodia se decidía bajo los mismos argumentos
que hoy en día se utilizan para otorgársela a la madre: estaban mejor capacitados para su
protección, educación y cuidado. La división de papeles entre el hombre y la mujer, la
separación de los papeles masculinos – sostén familiar – y femenino – crianza de los
hijos – como resultado de la revolución industrial, y el surgimiento de teorías
acientíficas como la freudiana, que subrayan el papel de la vinculación del hijo con la
madre, trajo consigo un progresivo cambio. Hoy en día la custodia de los hijos es
materna, aproximadamente en un 93% en países de cultura latina como España.
En todos los países en los que el padre es considerado una alternativa de
custodia viable, o la custodia compartida es una práctica habitual, el número de
5
custodias monoparentales disminuye. En Francia el número de custodias
monoparentales menor del 86%. En EE.UU., país donde la custo
compartida tiene una larga historia, las cifras bajan hasta el 60% en algunos estados. Sin
duda, esto es un reflejo del cambio de papeles que se está produciendo en la implicación
de los padres en la crianza de sus hijos.
Desde finales de los años 70, en donde los Tribunales de los EE.UU.
consideraron sexista el principio de dar la custodia a la madre cuando los menores son
pequeños, al violar la decimocuarta enmienda que garantizaba la igualdad ante la ley,
hasta la Ley N° 2002-305 que Francia aprobó el 4 de marzo de 2002, gran parte de las
sociedades del primer mundo han recorrido un largo camino en el que se han asumido
como discriminatorio el planteamiento de un progenitor custodio y otro visitante,
provocando la necesidad de que se alcanzaran los acuerdos de custodia que hoy por hoy
son motivo de debate en nuestra propia sociedad.
¿A qué llamaríamos custodia compartida? A aquel reparto de los tiempos y los
espacios de convivencia con sus hijos lo más equilibrado entre los cónyuges que se
divorcian, en función de sus posibilidades, aptitudes y deseos.
Aunque pareciera, el origen de los acuerdos de custodia compartida no es nada
nuevo. En muchos divorcios en el pasado se alcanzaban acuerdos que podrían equivaler
al concepto moderno de custodia compartida. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar
en el Tribunal de Apelaciones de Maryland en el caso McCann vs. McCann, en el año
1934 (Baker & Townsend12 , 1996). En este caso la división del tiempo entre los
progenitores equivaldría al actual concepto de custodia física conjunta.
12
Baker, A. & Townsend, P. (1996). Post divorce parenting – rethinking shared residence. Child and
Family Law Quarterly, Vol 8, No 3, 1996, p 217.
13
Ahrons, R. C. (1983). Predictors of paternal involvement postdivorce: Mothers´and fathers´perceptions,
Journal of Divorce, 6 (3), 55 -69.
14
Kruk, E. (1992). Psychological and structural factors contributing to the disengagement of non
custodial fathers after divorce, Family and Conciliation Courts Review , 30 (1), 81-101.
6
situaciones se produzcan son relativamente fácil de observar en el tiempo alrededor de
la ruptura, lo que debiera ser considerado un lemento relevante a tener en cuenta en la
recomendación al tribunal por parte del evaluador.
Las críticas a este argumento decisorio no acaban aquí. Es fácilmente observable
el cambio sustancial que muchos progenitores adoptan, implicándose activamente en la
crianza de sus hijos, una vez la ruptura ha tomado cuerpo. Esta actitud ha venido a ser
criticada irónicamente con el apelativo del “síndrome del padre súbito”, burla que
refleja una visión conservadora y estática de los sujetos y sus papeles,
independientemente de su voluntad y deseo, y que conlleva una visión pesimista del
futuro de la sociedad. Una sociedad formada por sujetos que no cambian o avanzan es,
sin duda, la visión de una sociedad condenada a la extinción. Contra esta situación
podemos reflexionar que el reparto de papeles previo no puede ser tomado como patrón
de comportamiento fijo, una vez que las condiciones que llevaron a su aceptación por
parte de los miembros de la pareja han cambiado radicalmente. Si no asumiéramos este
principio, tendríamos que cuestionarnos, por ejemplo, la posibilidad de rehabilitación en
los presos y, con ello, el valor de las condenas, ya que no cabría ninguna esperanza al
cambio y la reinserción social.
Otra crítica proviene de aquellos que han planteado que con mucha frecuencia
ambos padres mantienen estrechos vínculos emocionales con sus hijos, como así ya lo
definió el concepto de apego desde sus primeros planteamientos, y que el interés del
niño debería ser definido como aquel que primara ambos vínculos, por encima de
definir cual era el prioritario (Goldstein et al. 15 , 1973). Alguna autora ha criticado que
en muchas ocasiones este criterio de decisión no hace sino justificar una visión
conservadora en las decisiones judiciales sobre custodia (Ramírez1 6 , 1994).
Por el contrario, los que apoyan este criterio como elemento fundamental suelen
basarse en el mantenimiento del actual statu quo con un apoyo casi en exclusiva de las
estadísticas. De este modo justifican que las mujeres frente a los hombres son las
principales cuidadoras de los hijos en nuestro país, abandonan con mayor frecuencia el
puesto de trabajo o piden en mayor número el permiso postparto para cuidar a su hijo.
La conclusión a sus argumentaciones es que las cosas deben seguir así, condenando a la
mujer al papel de cuidadora de los hijos, y otorgando al varón el papel de proveedor de
alimentos y visitador esporádico. Esta visión, siendo de por sí calificable de
tradicionalista, cuando no de retrógrada y reaccionaria, olvida por completo la realidad
social de nuestro país.
El valor de la maternidad es otro tema que se ha usado para anteponer la
custodia exclusiva femenina, y se encuentra implícito en el primer argumento señalado
arriba. Según los defensores de estos postulados las mujeres (madres) tienen unas
condiciones naturales especiales que les permiten ejercer su papel de cuidadora de los
hijos, de modo biológicamente diferencial y superior. Cualidades como el coraje, la
entrega abnegada, la capacidad de sacrificio y dedicación son patrimonio de la mujer
(madre). Independientemente de que estos argumentos no tienen ninguna base
científica, autoras como Badinter17 (2004) han ironizado sobre todos estos asuntos,
advirtiendo de lo equivocado de esta postura y los muchos problemas futuros que puede
traer. En palabras de la pensadora feminista las mujeres (madres) estarían entonces
15
Goldstein, J.; Freud, A. & Solnit, A. (1973). Beyond the best interest of the child , Nueva York, Free
Press.
16
Ramírez, M. (1994). ¿Actúa a tiempo el psicólogo de los Juzgados de Familia?, Comunicación
presentada en la IV Conferencia Europea de Psicología y Ley celebrada el 6 -9 de abril en Barcelona.
17
Badinter, E. (2004). Por mal camino . Madrid: Alianza Editorial.
7
dotadas de una “capacidad de acogida” y de virtudes inscritas en sus cuerpos, ignoradas
por la mayoría de los hombres. Esto no haría sólo diferentes e inferiores a los .
La autora advierte que al convertir a la biología en la piedra angular de las virtudes y los
roles, condena por igual a los hombres y las mujeres que desconocen la maternidad –
p.e. las mujeres estériles o aquellas que rechazan tener hijos. El autor de este libro no
puede moralmente dejar pasar la oportunidad para recordar que, la justificación de la
superioridad de un grupo social o raza sobre otro por razones biológicas, ha sido
responsable de algunos de los episodios más vergonzosos de la historia euro pea
contemporánea.
En resumen, podemos comprobar que muchas de las argumentaciones que hoy
en día se ofrecen para oponerse a la custodia compartida reflejan más posiciones
ideológicas que argumentos científicos. Aunque la ley ha eliminado la visión de la culpa
– la necesidad de justificar el por qué del divorcio -, y la psicología ha igualado las
capacidades de mujeres y hombres para la crianza de sus hijos, la cuestión de la custodia
compartida sigue siendo un tema de conflicto en los procesos de familia. Por esta razón
vamos a repasar algunas de los argumentos que la psicología ha dado a esta alternativa
de custodia, distinguiendo claramente qué es pensamiento y qué es investigación
empírica.
18
Emery, R. E. (1994). Renegotiating family relationships: Divorce, child custody and mediation . New
York: Guilford.
19
Neugubauer, R. (1989). Divorce, custody and visitation: The child´s point of view. Journal of Divorce,
12, 153-168.
20
Rohman, L. W.; Sales, B. D. & Law, M. (1987). The best interests of the child in custody disputes, en
L. A. Weithorn (ed.), Psychology and child custody determinations, Lincoln, University of Nebraska
Press, 59-105.
21
Puossin, G. & Lamy, A. (2004). Custodia compartida . Madrid: Espasa.
8
Desde finales de los años sesenta y primeros setenta, la psicología ha venido insistiendo
que los vínculos que el establece con sus cuidadores principales se basan en
contacto, los juegos, las palabras y todas aquellas otras interacciones que llevan a cabo
juntos, no sobre la lactancia ni cualquier otra diferencia biológica. Indudablemente la
lactancia es una interacción y debe ser considerada en su correcto lugar, pero no
determina de ningún modo un límite para la custodia compartida. Este es el modo en el
que lo ha entendido la Ley Francesa de marzo de 2.002, que entiende que es la relación
construida previa al divorcio y el mantenimiento de los vínculos entre los progenitores y
los hijos, lo que ha de ser tenido en cuenta para la decisión final, sin establecer una edad
límite para la custodia compartida.
Muchos fiscales y jueces continúan confiando en el mito del “instinto maternal”
y la “doctrina de los primeros años” – tender years doctrine es un principio de decisión
que establece la custodia materna inmediata si el hijo es pequeño, habitualmente de 0 a
7 años – cuando argumentan a la hora de tomar sus decisiones de custodia (Neugubauer,
1989). Este anclaje en la tradición es difícil de cambiar. Siempre las decisiones
conocidas, por malas que se demuestren, son preferidas a aquellas que pueden aportar
soluciones, cuando ello implica un mínimo riesgo, riesgo que no se encuentra tanto en
la sociedad, sino en las consecuencias que a dichos profesionales les acarrea enfrentarse
al statu quo que implanta el poder establecido.
La custodia de niños pequeños debe tener en consideración las características
que la memoria y el desarrollo del tiempo tienen en éstos. Según la psicología evolutiva
los niños desarrollan el tiempo de modo progresivo hasta aproximadamente los ocho
años. A los cuatro años suelen entender el concepto de mañana. Al año siguiente
entienden el de pasado mañana. De los seis a los siete comprenden conceptos como los
de semana y mes, siendo a partir de ocho años cuando se alcanza a entender el sentido
del tiempo infinito. Con la memoria ocurre un proceso semejante. Los recién nacidos
aprenden voces y olores, reconocen esos atributos pero no tienen un valor más allá que
pudiera hacer creer que con ello ya está identificando a su padre o a su madre. A los dos
meses son capaces de reconocer objetos. La capacidad de asociar estímulos y
respuestas, capacidad que está en la base del conocimiento, se encuentra también desde
los primeros meses. Pero la organización del mundo que nos rodea está determinada por
el desarrollo del lenguaje. Como ejemplo para el lector sirva decir que todos tenemos
conciencia de no recordar nada de nuestra vida por debajo de los tres o cuatro años.
Teniendo en cuenta lo anterior, y siguiendo las recomendaciones del Children´s
Rights Council y la práctica jurídica de los países de nuestro entorno, en el caso de que
la ruptura se haya producido en torno al nacimiento del bebé, las recomendaciones van
en la dirección de hacer que los progenitores mantengan un contacto diario con el bebé.
Bien en la mañana, bien en la tarde, los progenitores pueden comenzar a establecer los
vínculos afectivos con sus hijos e implicarse en el cuidado en una edad en la que las
demandas a su cuidador van a ser muy altas. La residencia podría ser de fines de semana
con un padre y entre semana con otro.
En edades comprendidas entre el año y los tres años, la convivencia puede ser
por días alternos. En esta situación se puede elegir un hogar principal, donde pernoctará
la mayor parte de la semana, mientras que en el hogar del otro progenitor reside durante
los fines de semana, o bien pernoctar cada noche en un domicilio.
De tres a cinco años se debe primar un régimen que permita mantener el
contacto con cada progenitor sin que transcurran más de dos días. A partir de los cinco
años ya se puede establecer la alternancia semanal, con convivencia con el progenitor
no residente durante una tarde.
9
Todo lo anterior no es sino recomendaciones generales, sobre el principio de que
el ritmo de alternancia debe ser más corto cuanto enor sea la edad del
disminuyendo progresivamente conforme se va haciendo mayor. La custodia
compartida, al contrario de lo se piensan en muchas ocasiones, no es sino un traje a
medida para cada relación parental. Una custodia en la que el tiempo esté repartido 70%
- 30% del tiempo es una custodia compartida. Si el trabajo de la madre hace que pase
dos días seguidos fuera de casa, los hijos pueden convivir perfectamente durante ese
tiempo con su padre. Si el padre trabaja en turnos de tres días seguid os y descansa dos,
o si tiene un trabajo que implica tres meses de vacaciones son circunstancias que deben
ser aprovechadas. Más allá de la elección tomada, las investigaciones han demostrado el
fundamental papel que individualmente aporta cada progenitor; concretamente está
aceptado que la presencia sistemática del padre desde los primeros meses de la vida del
bebé estimula la relación del niño con sus padres y su propia habilidad para hacer
amigos (Waters E. et al. 2 2 ,1979). Toda elección que potencie esta posibilidad irá en
interés del menor.
Existe una creencia, cada vez más avalada, de que el conflicto legal podría ser
limitado, y con ello lograr una mejor adaptación de los hijos al divorcio, cuando ambos
padres se encuentran implicados activamente en la crianza de los hijos. Sin embargo, y
aún siendo un argumento no aceptado por todos los especialistas (Pearson &
Thoennes23 , 1990), algunas voces defienden que cuando el enfrentamiento es abierto, la
custodia compartida impuesta podría traer mayores problemas. En estas parejas el
conflicto entre ellos prima sobre el interés de los hijos.
En un informe elaborado por Bernardini y Jenkins24 (2002) para el Ministerio de
Justicia de Canadá, las autoras afirmaban que mientras los efectos de varios aspectos del
divorcio en la adaptación de los hijos tenían distintos grados de evidencias que los
apoyaran en la literatura científica, la asociación entre conflicto parental y desajuste
infantil era inequívoca. Estas autoras afirman que el enfado entre los progenitores y el
conflicto son fuertes predictores de, y un riesgo para, el desajuste infantil,
independientemente del tipo de familia en la que el niño esté viviendo: intacta,
divorciada o de segundas nupcias. Este informe incide en que es el conflicto, y no el
tipo de custodia establecido, la verdadera fuente de desajuste para el niño.
La respuesta ante esta situación ha sido la elaboración de normas legales que han
incidido en el papel de la mediación familiar como primer paso, antes de su resolución
en los tribunales. Estas medidas, independientemente de la custodia final, ponen su
preocupación en el objeto real de interés, es decir, el conflicto. En 1980 California
declaró obligatorio acudir en primera instancia a los servicios de mediación para todos
aquellos implicados en procesos de divorcio; desde esa fecha otros estados y países han
ido incorporando estos servicios. Esta asistencia profesional está orientada hacia la toma
22
Waters, E.; Wippman, J. & Sroufe, L.A. (1979). Attachment, Positive Affect and Competence in the
peer group: two studies in Construct Validation. Child Development, 1979; 50:821-829.
23
Pearson, J. & Thoennes, (1990). Custody after Divorce: Demographic and Attitudinal Patterns,
American Journal of Orthopsychiaty, vol. 60.
24
Bernardini, S. C. & Jenkins, J. M. (2002). An Overview of the Risks and Protectors for Children of
Separation and Divorce. Ottawa:Departament of Justice Canada, (2002-FCY-2E).
10
de decisiones sobre la separación, con especial dedicación a las decisiones sobre la
custodia de los hijos. Los resultados en todos los países muestran que los conflictos
resuelven más rápidamente, disminuyendo el posterior enfrentamiento en los tribunales.
En España se han elaborado leyes autonómicas que regulan su aplicación en los
últimos años. Aún cuando la mediación familiar está comenzando a ser un recurso a
tener en cuenta, los resultados van en la misma dirección. En la memoria del año 2.004
de la asociación AGIPASE, encargada de estos servicios en Guipúzcoa, se daba cuenta
de esta realidad al Gobierno de dicha provincia. Como ellos mismos recuerdan, en un
entorno geográfico teóricamente de los más conflictivos de todo el territorio Español, en
el área de familia es la provincia con menos conflictividad (21%), medido en
porcentajes de mediaciones, mutuos acuerdos, incumplimientos y denuncias de malos
tratos. De las 750 separaciones/divorcios de la provincia, el 25% había pedido la guarda
y custodia compartida (entendiendo por tal una organización de la convivencia del
menor según la disponibilidad de cada progenitor). De este 25%, 63 parejas habían
pasado por sus servicios de mediación, llegando a un plan de coparentalidad. Es digno
de señalar que la mayor parte de los progenitores tenía menos de 36 años y que
decidieron vender la casa común.
Algunos autores que han estudiado este tema han identificado tres patrones
parentales que describirían los tipos de crianza compartida en familias con custodia
compartida o monoparental. Los progenitores cooperativos serían aquellos que hablan
entre ellos sobre los temas que incumben a sus hijos, intentan evitar conflictos, y
apoyan más que socavan los esfuerzos del otro progenitor. Los progenitores conflictivos
serían aquellos que, aún manteniendo un contacto con el otro progenitor acerca de sus
hijos, usan argumentos cargados de críticas, adoptando una postura defensiva. Estos
progenitores están más preocupados por entorpecer mutuamente su labor, que por llegar
a acuerdos. Finalmente estarían los progenitores desconectados, progenitores
implicados en la vida de sus hijos, pero que prefieren adoptar cada uno un estilo de
crianza distinto. La característica de este patrón es el hecho de que los progenitores no
interferían en la labor del otro, estableciéndose comunicación entre ellos únicamente a
través de sus hijos (Maccoby et al.25 1990, 1993). Lo interesante de esta clasificación es
que en éste último patrón, si bien se reduce la posibilidad de acuerdos, también se
reducía el número de posibles conflictos.
Aunque indudablemente el modelo cooperativo era el más satisfactorio para los
hijos y sus padres, con amplios beneficios a nivel de adaptación al divorcio por parte de
aquellos, podemos ver que el modelo de progenitores desconectados es mucho menos
perjudicial que aquel que continuamente prima el conflicto o aquel que provoca la
ausencia casi total de uno de los progenitores, como el modelo de custodia
monoparental nos muestra diariamente en nuestro entorno. Una vez más encontramos
que las parejas más inclinadas a elegir este modelo eran aquellas en los que ambos
expresaban una continua preocupación por el bienestar de sus hijos (Maccoby et al.,
1993).
Esto nos lleva a reflexionar si la buena relación entre los padres es una condición
óptima o un requisito imprescindible. Los modelos desconectado o estilos paralelos de
compartir la paternidad son los más comunes (Camara & Resnick, 1988; Maccoby &
Mnookin26 , 1992), y hasta que la mediación familiar sea una norma más que una
25
Maccoby, E. E., Depner, C. E. & Mnookin, R. H. (1990). Co -parenting in the second year after divorce.
JMF , 52, 141 -155.
26
Maccoby, E. E. & Mnookin, R. H. (1992). Dividing the child: Social and legal dilemmas of custody.
Cambridge, MA: Harvard University Press.
11
excepción, van a seguir siéndolo. Incluso podemos afirmar que muchos progenitores
nunca van a llegar a entenderse. A fin de cuentas esa es la razón por la que han lle
la ruptura. Aunque el modelo desconectado no es el ideal, los hijos se han encontrado
bien adaptados siempre que los padres no interfirieran con el otro progenitor, el
conflicto fuera bajo y al hijo no se le asignara un papel de intermediario (Hetherington
& Stanley-Hagan, 1997).
Estos datos, junto con lo que ya hemos ido leyendo a lo largo del libro, nos
indican que es la disminución del conflicto lo que debemos considerar como elemento
más relevante si realmente queremos asistir al superior interés del menor. En esta línea,
algunos estados norteamericanos están comenzando a usar factores como la facilidad
que los progenitores demuestran para que sus hijos mantengan el contacto con el otro
progenitor, como criterio para otorgar la custodia. En la práctica cotidiana en los
tribunales es, de hecho, una variable predictora de futuros problemas. Esta visión toma
su verdadero valor si adoptamos un punto de vista prospectivo. Por un lado, la conducta
de entorpecimiento se encuentra ya antes de la separación en muchas parejas. Por otro,
cuando la separación ya está consumada, la conducta de entorpecimiento de los
contactos del otro miembro con los hijos no aparece de la noche a la mañana, es decir,
es progresiva. El problema toma su dimensión más relevante debido a la inacción en los
primeros momentos. Es muy habitual encontrar procesos en los juzgados en los que los
progenitores no custodios acumulan decenas de denuncias por incumplimientos de
visitas o vacaciones. Esta situación genera una espiral de enfrentamientos entre aquellos
que ven que puede interferir, sin relevantes consecuencias legales, y los que observan
impotentes el deterioro diario de la relación con sus hijos.
En estas circunstancias la custodia compartida adquiere una ventaja sustancial
colateral cual es que, ante la imposibilidad de conflicto ante el reparto igualitario de
tiempos, derechos y responsabilidad, el nivel de cumplimiento de los convenios,
medidas y acuerdos aumenta (Williams27 ,1987). Si un progenitor tiene las mismas
posibilidades de actuar y hacer que el otro, es decir, si realmente tiene los mismos
derechos y deberes que su ex pareja con referencia a sus hijos, tiende a no actuar del
modo que no le gustaría recibir. Es indudable que sería muy conveniente que existiera
una buena relación entre los progenitores, donde el respeto mutuo y la colaboración
fueran pilares básicos. Pero es indudable que también sería conveniente encontrar estos
valores en la convivencia vecinal, en la conducción por nuestra carreteras o en la vida
política de nuestro país y, sin embargo, no se exigen a la hora de llevar a cabo estas
tareas, aún cuando todos los días vemos que la frecuente ausencia de estos principios
pueden traer muy serios problemas a nivel individual o como sociedad.
Considerar la custodia compartida únicamente en aquellos casos en los que
ambos progenitores están de acuerdo tiene otra lectura. Si este principio se convierte en
básico para la decisión, lo que se está constituyendo es el derecho a veto de una de las
partes. Estamos entonces en un escenario en el que los principios de igualdad y no
discriminación se ven por completo borrados ante la imposibilidad de decisión. Una de
las partes del conflicto tiene toda la capacidad para decidir qué hacer, cómo llevarlo a
cabo y en qué momento, sin tener en cuenta realmente las necesidades de los demás
implicados, progenitores e hijos. Esta parte no tiene más que potenciar el conflicto, y
minar los acuerdos alcanzados, para lograr su objetivo, lo que sin duda prolongará el
litigio en el tribunal, afectando del peor modo al desarrollo de los hijos.
27
Williams, F.S. (1987). Child Custody and Parental Cooperation. American Bar Asociation, Family
Law, August.
12
La violencia velada.
13
limitadas por sus respectivas paredes, debemos aceptar las decisiones del otro, del
mismo modo que debemos pedir respeto por las nuestras. Si antes era buena ma
ahora que estamos separados sigue siendo buena madre, y sus decisiones lo mejor que
ella considera en ese momento para sus hijos. El respeto al otro, su consideración como
un igual que busca lo mejor para los hijos comunes, está muy alejado del deseo de
ejercer un poder o castigo usando a los hijos como instrumento contundente.
La confusión, y fusión, entre conflicto conyugal y conflicto parental es continua
en nuestros días. La respuesta judicial que busca separar ambos es la más adecuada para
el superior interés del menor. La educación es, sin duda, la gran respuesta para el futuro.
Así lo recoge el Informe a la Comisión sobre Bienestar Infantil y Familiar de los
Estados Unidos, elaborado en 1995 por la American Psychological Association 28 , que
concluye que “es absolutamente indispensable una mejor política para reducir el actual
enfoque conflictivo que ha dado por resultado la custodia exclusiva materna, la
participación limitada del padre y la falta de adaptación tanto de los niños como de los
padres. Esa política deberá favorecer el incremento de la mediación, la custodia
compartida y el reparto social de roles entre hombres y mujeres”. Resulta anecdótico,
tras la lectura del texto final, que la reforma de la Ley del Divorcio aprobada en 2.005
en España olvidara uno de los pasajes claves expuestos previamente en la exposición de
motivos del Proyecto de Ley. En el podíamos leer que “al amparo de la Ley de 1981, de
modo objetivamente incomprensible, se ha desarrollado una práctica coherente con el
modelo pretérito, que materialmente ha impedido en muchos casos que, tras la
separación o el divorcio, los hijos continúen teniendo una relación fluida con ambos
progenitores. La consecuencia de esta práctica ha sido que los hijos sufran
innecesariamente un perjuicio en el desarrollo de su personalidad que, desde luego, debe
evitarse. Así pues, cualquier medida, que imponga trabas o dificultades a la relación de
un progenitor con sus descendientes, debe encontrarse amparada en serios motivos, y ha
de tener por justificación su protección ante un mal cierto, o la mejor realización de su
beneficio e interés”.
Aunque la educación en la igualdad es el futuro, mientras tanto los tribunales
son los responsables de la adopción de una postura que impida el enfrentamiento,
máximo responsable del desajuste de los hijos tras la ruptura según los datos técnicos.
28
American Psychological Association (1995). Report to the U.S. Comisión on Child and Family
Welfare, APA.
29
Furstenberg, F. F.; Nord, C. W.; Peterson, J. L. & Zill, N. (1983). The life course of children of
divorce: Marital disruption and parental contact. American Sociological Review , 48, 656-668.
30
Lund, M. (1987). The non custodial father: Common challenges in parenting after divorce. En Lewis &
O´Brien, (eds.) Reassessing fatherhood: New Observations On The Father And The Modern Man , 212-
224. London, Sage.
14
(Seltzer 31 , 1991). Esta situación está relacionada directamente con la edad de los
menores en el momento del divorcio. Cuanto nos edad tienen los menores, menos
contacto mantienen con sus progenitores tras la separación (Le Bourdais et al. 32 , 2001).
En otro estudio con 943 hijos de familias divorciadas, con edades comprendidas
entre los 3 y los 14 años, en donde padres e hijos fueron evaluados dentro del año
siguiente al divorcio, repitiéndose más tarde al año y a los dos años, se demostró que los
acuerdos de custodia no estaban significativamente relacionados con el mayor ajuste de
los hijos, aunque los hijos en situación de residencia compartida, el 38% de la muestra,
tenían más acceso a ambos padres que aquellos que se encontraban en situación de
custodia monoparental (Kline et al. 33 , 1989).
Los regímenes de visitas tienen importantes funciones psicológicas en los
implicados, especialmente en los hijos. Los padres aportan a sus hijos atención, afecto,
apoyo, educación y, como hemos visto en el apartado anterior, una manera distinta y
complementaria de enriquecer a sus hijos. Así mismo, la regularidad del régimen de
visitas se ha relacionado como uno de los factores más importantes para que los niños
mantengan los niveles de rendimiento académico anteriores al divorcio (Bisnaire et al.,
1990), no elaboren padecimientos psicológicos (Drill, 1986), o desarrollen un modelo
de vulnerabilidad en su desarrollo que aumente los niveles de comportamiento delictivo,
disminuya la autoestima y tengan más dificultades para establecer relaciones
heterosexuales gratificantes y duraderas en la edad adulta (Kalter, 1987). Pero como ya
hemos comentado el apoyo empírico no es unánime a esta postura, lo que ha hecho que
los investigadores se centren en otras variables, más allá de aspectos cuantitativos.
Desde esta perspectiva los regímenes de visitas serían necesarios, pero no suficientes,
para mejorar la adaptación del hijo al divorcio. En un meta-análisis, Amato & Gilbreth34
(1999) evaluaron la relación entre cuatro dimensiones de la implicación paterna, en las
que incluyeron la frecuencia de visitas y el pago de la pensión. Los resultados del meta-
análisis indicaron que los hijos no parecían beneficiarse tanto de la frecuencia de visitas
como de lo que hacían con el progenitor en ellas. El sentimiento de cercanía, el apoyo
económico y, especialmente, aquellas características que otorgaban al padre un valor de
respeto y autoridad ante sus hijos, eran elementos que se asociaban significativamente
con mejores resultados en los hijos.
Si nos centramos en comparar las posibilidades que un progenitor no custodio
tiene de alcanzar un papel relevante en sus hijos, con cuatro días al mes de contacto
repartidos en fines de semana alternos – momentos habitualmente dedicados al ocio
después de una semana de tareas escolares y actividades extracurriculares-, nos
podemos hacer una idea de las limitadas posibilidades que tiene de lograrlo. La queja
habitual de los progenitores no custodios es precisamente su imposibilidad de estar
presente en aquellos momentos en los que su hijo necesite recurrir a él, requiera su
ayuda y, con ello, pueda construir un papel relevante dentro de su vida. Las relaciones
maternas y paternas se establecen haciendo tareas escolares, aplicando sanciones
disciplinarias, gratificando o apoyando los logros alcanzados. Momentos que, la mayor
31
Seltzer, J. A. (1991). Relationships between fathers and children who live apart: The father’s role after
separation.” JMF. 53: 79-101.
32
Le Bourdais, C.; Heather J. & Marcil-Gratton, N. (2001) Keeping Contact with Children: Assessing the
Father/Child Post-separation Relationship from the Male Perspective. Ottawa: Department of Justice
Canada (CSR -2000-3E).
33
Kline, M.; Tschann, J. M.; Johnston, J. R. & Wallerstein, J. S. (1989). Children's Adjustment in Joint
and Sole Custody Families, Developmental Psychology, 25 (3) 430 -438.
34
Amato, P. R., and Gilbreth, J. G. (1999). Non-resident fathers and children’s well-being: a meta-
analysis. JMF. 61: 557 -573.
15
parte de las ocasiones, son ajenos a los tiempos de vida en común entre hijos y
El papel desempeñado por los progenitores es aquí muy relevante, pero también
el tipo de custodia elegido. La actitud de la madre determina sustancialmente la eficacia
de la participación paterna tras el divorcio (Kelly 35 , 2000), lo que también puede
extenderse al padre cuando este es custodio en exclusiva. Muchos progenitores actúan
como guardianes después del divorcio, limitando o controlando de qué modo y manera
los progenitores no residentes tienen contacto con sus hijos (Seltzer & Brandreth 36 ,
1994). En un estudio comparativo en el que se incluyeron cinco grupos de niños,
diferenciados por su régimen de custodia – custodia compartida física, custodia
compartida legal con la madre como principal cuidador, custodia compartida legal con
el padre como principal cuidador, custodia exclusiva materna y custodia exclusiva
paterna-, los niños en régimen de custodia exclusiva mostraron una tendencia tres veces
superior a omitir a uno de los progenitores, que los niños en régimen de custodia
compartida (Isaacs et al. 3 7 , 1987). Esta afirmación es muy fácil de constatar en el trabajo
diario del psicólogo. Cuando establezco la primera relación con los hijos de divorciados
con los trabajo, entre las actividades que llevamos a cabo se encuentra hacer un dibujo
que representa la familia del menor. Habitualmente, y dependiendo de quién les haya
llevado a la consulta y el nivel de conflicto posterior al divorcio, los niños eliminan a
uno de los progenitores, o bien, lo ubican lejos del primer grupo familiar, dentro de la
misma hoja o en un folio aparte.
El apoyo económico, que como vimos anteriormente era una variable importante
a la hora del establecimiento de una buena relación paterno filial, también ha sido objeto
de estudio. En una situación en la que el progenitor no custodio se siente insatisfecho
con las relaciones que mantiene con su hijo, sin influencia real en su vida o incluso sin
contacto, es de esperar que el pago de las pensiones se vea afectado. Pearson &
Thoennes38 (1986) compararon el pago de pensiones alimenticias en casos de custodia
monoparental y custodia compartida, concluyendo que la custodia compartida determina
un cumplimiento mucho mayor de los pagos a la madre por este concepto. A la misma
conclusión llega el ya citado informe elaborado por la American Psychological
Association (1995) para la Comisión de Bienestar Social y Familiar de los EE.UU. En
este documento se resumen y valoran las principales investigaciones relativas a la
custodia compartida y sus repercusiones en el bienestar del niño, concluyendo que las
investigaciones analizadas respaldan la conclusión de que la custodia compartida
conlleva determinados resultados favorables para los niños, en particular más
participación del padre, mejor adaptación del niño, pago de pensiones alimenticias,
reducción de los gastos en litigios y, en ocasiones, menor conflicto entre los
progenitores.
35
Kelly, J. B. (2000). Children´s adjustment in conflicted marriage and divorce. A decade review of
research. Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psichiatry, 39, 963 -973.
36
Seltzer, J. A. & Brandreth, Y. (1994). What fathers say about involvement with children after
separation. Journal of Family Issues, 15, 49 -77.
37
Isaacs, M.B.; Leon, G. H. & Kline, M. (1987). When is a parent out of the picture? Different custody,
different perceptions, Family Process, v.26, 101-110.
38
Pearson, J. & Thoennes, N. (1986). Will this Divorced Woman Receive Support? Your Custody
Decision muy determine the Answer, The Judges Journal, Winter.
16
Estas investigaciones han sido repetidas por distintos autores en varios países
39
con semejantes resultados , 1991; Arditti & Ke 40 , 1993; M 41
, 1997).
42
La investigación de Seltzer (1991) no sólo muestra que los padres que más visitas
tienen con sus hijos pagan en un mayor porcentaje la pensión (64,2%), que aquellos que
nunca los ven (16,2%) o únicamente los ven algunas veces al año (52,3%), sino que
también refleja que esta relación se encuentra también con la cantidad aportada.
Aquellos padres que visitan frecuentemente a sus hijos pagan un 60% más, que aquellos
que nunca veían a sus hijos.
Las explicaciones sobre este hecho han buscado el origen relacionándolo con el
conflicto continuo con el otro progenitor y la insatisfacción por la relación que el
progenitor no custodio mantiene con su hijo, aunque otra vía de explicación es que sean
factores que se afecten mutuamente, es decir, el aumento en el pago de las pensiones
incrementaría las visitas, y al revés. Sin embargo, la cantidad de variables participantes
hacen que la postura teórica busque una mayor complejidad en el sistema de relaciones.
Plantearíamos aquí un sistema retroalimentado en el que, la implicación en la vida del
hijo, la satisfacción del progenitor no custodio y el pago de pensiones se afecten, en
mayor o menor medida, mutuamente. De este modo se explicaría que el pago de las
pensiones y la realización de las visitas se verían fortalecidos por los deseos de
implicarse en la vida de sus hijos por parte de los progenitores. Del mismo modo, los
entorpecimientos y conflicto s entre los ex cónyuges afectarían a la realización de las
visitas y, con ello, al pago de las pensiones. Sea como fuere hoy en día es un hecho
aceptado la relación directa entre estas variables.
Uno de los argumentos más repetidos cuando se tiene que tomar la decisión del
otorgamiento de la custodia es aquel que centra su preocupación en la estabilidad del
menor. Por estabilidad se suele entender el mantenimiento de los espacios – hogar,
colegio, barrio, etc.- y mucho menos el de las relaciones – con el otro progenitor, con la
familia extensa del no residente, etc.- olvidando por completo los concluyentes
resultados que la investigación psicológica ha expuesto sobre su mayor importancia.
Este argumento ha hecho que frecuentemente se vea la custodia compartida bajo un
prisma negativo, en el cual el hijo tendría que acarrear su maleta de un hogar a otro, con
el supuesto deterioro en su estabilidad. El niño nunca sabría realmente dónde estaría, no
reconocería dónde estaría dentro de una semana, lo que traería graves secuelas a su
desarrollo.
Como ya ha sido comentado con extensión en este trabajo, el ajuste de los hijos
tras el divorcio está relacionado con diversos elementos presentes y no con los distintos
regímenes de custodia decididos. No se han encontrado las esperadas secuelas citadas
por la visión antes expuesta por tanto, pero sí multitud relacionada con el conflicto y la
ausencia de uno de los progenitores de la vida de los hijos. La teoría del apego definió
que los menores establecían vínculos especiales con sus cuidadores desde el principio,
insistiendo que esos vínculos podían ser diversos y distintos en función de las distintas
relaciones. Si contemplamos la rutina diaria de una familia intacta cualquiera, podremos
39
Teachman, J. D. (1991). Who pays? Receipt of child support in the United States, JMF , 53:759-772.
40
Arditti, J. A. & Keith, T. Z. (1993). Visitation frequency, child support payment, and the father-child
relationship postdivorce, JMF , 55:699-712.
41
Martí, C. (1997). L´après divorce: Lien familial et vulnérabilité, PUL. Québec.
42
Seltzer, J. A. (1991), Legal custody arrangements and children´s economic welfare, AJS , 96:895 -929.
17
descubrir que los menores están adaptándose continuamente a los cambios que la vida
familiar implica. Un ejemplo de ello son los múltiples vínculos que establecen con sus
distintos cuidadores: abuelos y abuelas, niñeras, asistentas, docentes y padres. Estos
cambios son aceptados de modo rutinario, y no tienen por qué implicar desajuste en los
menores. Los niños van de un lugar a otro, de un adulto a otro, sin expresar mayores
problemas. En un estudio con una muestra de 63 familias, Hill43 (1987) observó que una
mayoría de hijos había experimentado el cuidado de adultos distintos de sus padres en la
mayor parte del tiempo comprendido entre sus dos y tres años de vida, con frecuencias
que iban de varias ocasiones a la semana, a una vez al mes. Esta práctica, en una
sociedad en la que ambos progenitores trabajan, es cada vez más frecuente hoy en día,
sin que por ello implique ningún riesgo para la estabilidad del menor.
Kelly 44 (1991), en una versión actual de su trabajo previo, llevaba su reflexión
más allá. La conocida especialista reconocía que la introducción del concepto de
custodia compartida había traído una considerable preocupación por la capacidad de los
hijos para saber llevar las diferencias de personalidad, estilo y actitud de los padres
después del divorcio, cuando esto nunca nos preocupó a los profesionales en los
matrimonios intactos. La autora afirmaba que, en su mayor parte, era el enfado de un
progenitor acerca de las diferencias que el otro mostraba, lo que generaba problemas,
más que las diferencias por sí mismas. Para finalizar nos invita a reflexionar que, en
nuestros bienintencionados esfuerzos por salvaguardar a los menores de la ansiedad y la
confusión, hemos producido los más indeseables síntomas de enfado, depresión y
profunda pérdida por haber permitido que no se mantuviera unas adecuadas relaciones
con el progenitor no custodio.
Para finalizar, llevemos a cabo un sencillo ejercicio matemático:
Ejemplo a: Custodia habitual: una (o dos) tarde(s) entre semana y fines de semana
alternos.
Cambios: 16
Cambios: 4
43
Hill, M. (1987). Sharing Child Care in Early Parenthood . London, Routledge & Kegan Paul Books
Ltd.
44
Kelly J. B (1991). Examining Resistance To Joint Custody. En Jay Folberg (Editor), Joint Custody and
Shared Parenting . New York, Guildford Press.
18
Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Do
Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Domingo
Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Domingo
Lunes Martes Miércoles Jueves Viernes Sábado Domingo
Cambios: 2
Epílogo.
45
Obra Social de Caixa Catalunya (2009) Informe de la inclusión social en España 2009 . Página
229 -230.
19