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El pensamiento romántico
Para poder debatir un tema hay que conocerlo en teoría, y para criticarlo hay que ver,
con sus propios ojos, hasta poder encontrar las debilidades y las cualidades de su singular
perspectiva. La puesta en controversia del romanticismo le supuso al profesor Zuleta
aplicar uno de los tres principios del racionalismo Kantiano: “pensar en el lugar del otro”
(Zuleta, 1986, p. 53) del cual surge la primer sentencia que encuentra el filósofo
colombiano para rebatirle a este movimiento.
Este primer paso que da Zuleta es obrar de la forma que más irrita a los románticos, es
decir, con lógica, y esa misma proposición de “pensar en el lugar del otro” toma un sentido
radical porque el discurso del romántico no admite objeciones, es un discurso paranoico y
viola el tercer precepto del racionalismo Kantiano que es “ser consecuente” (Zuleta, 1986,
p.56), y lo opuesto a ser consecuente es ser terco, según Zuleta. Puede verse en el
romántico un exceso del primer principio Kantiano, una fiebre por “pensar por sí mismo”
(Zuleta, 1986, p.52), haciéndolo desde la intuición, que en la perspectiva romántica se da
como irracionalismo.
FAUSTO. Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y por desgracia
también, teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mí!, tan sabio
como antes. [...] Arrinconado tras esta pila de libros, que la polilla roe, cubierta de polvo,
que hasta lo alto de esas bóvedas envuelve un ahumado papel; [...] ¡He ahí el mundo!
¡Vaya un mundo!... ¿Y todavía preguntas por qué tu corazón se te encoge triste en el
pecho? ¿Por qué un inexplicable pesar te cohíbe todo impulso de vida? En vez de esa viva
naturaleza que Dios creó ahí para los hombres, solo te rodean a ti por todas partes humo y
polilla y costillas de animales y fémures de muertos… ¡Huye! ¡Arriba! ¡Allá a ese ancho
mundo! […] Reconocerás luego el curso de los astros, y en sometiéndosete la Naturaleza,
se te levantará la fuerza del alma. (Goethe, 1980, p.71)
De esta forma comienza el Fausto, y el final de este primer acto es una tragedia causada
por esta nueva forma de vivir. Tras la visita a una bruja que le provee un brebaje para
arrebatarle el amor a todas las mujeres, Fausto va en conquista de Margarita, una joven
devota, recta y religiosa en extremo; Mefistófeles trata de hacer ver a Fausto que puede
tener cualquier mujer, que desista de Margarita, pero la terquedad de Fausto lo dispara
contra la pulcra alma de la joven, logrando pervertirla mediante regalos. Pronto Margarita
se ve invadida también por el delirio del Eros.
James Joyce ridiculiza, en su Ulises, a una mujer de Dublin que piensa bajo estos
preceptos, Joyce lo designa como: “un estilo ñoño, mermeladoso braguitoso con efectos de
mariolatría de incienso, masturbación, berberechos estofados, paleta de pintor, cháchara,
circunlocuciones...” (Joyce, 2009, p. 69). Y nada mejor para explicar las palabras de Joyce
que el fluir del pensamiento del propio personaje, Gerty MacDowell, sentada cerca de una
playa de Dublin mientras observa al taciturno admirador que la asecha con la mirada, el
señor Leopold Bloom, un 16 de junio de 1904, ella piensa, en palabras del narrador.
Ahí estaba lo que ella había soñado tantas veces. Era él el que contaba y su rostro se llenó
de alegría porque le quería porque sentía instintivamente que era diferente a todos. Su
corazón mismo de mujer-muchacha salía al encuentro de él, su marido soñado, porque al
instante supo que era él. Si él había sufrido, si había pecado contra él más de lo que él había
pecado, o incluso, incluso, si él mismo había sido un pecador, a ella no le importaba.
Aunque fuera un protestante o un metodista ella lo convertiría fácilmente si él la quería de
verdad. Había heridas que necesitaban ser curadas con bálsamo de corazón. [...] ella
anhelaba saberlo todo, perdonarlo todo si podía hacer que él se enamorara de ella, hacerle
olvidar la memoria del pasado. Entonces quién sabe si él la abrazaría tiernamente, como un
hombre de verdad, apretando contra él su blanco cuerpo, y la amaría, la niña de su amor,
solo por ella misma. (Joyce, 2009, p. 520-521)
Las divagaciones sentimentales la obligan a convertir el episodio en una muestra erótica
de su graciosa voluptuosidad al señor Bloom. Él expresa más adelante que Gerty lo llevó a
un desahogo en forma de onanismo. “Señor, estoy mojado. Qué diablillo eres. La curva de
su pantorrilla, medias transparentes, tensas a punto de romperse [...] ¡Señor! Han sido todas
las cosas reunidas. La excitación. Cuando se echó hacia atrás sentí un dolor en la raíz de la
lengua. Le hierve a uno la cabeza” (Joyce, 2009, p. 538). Finalmente, el señor Bloom
rechaza del todo entregarse a esas ensoñaciones amorosas: “Sin embargo, había una especie
de lenguaje entre nosotros (amor). ¿No podría ser? No, la llamaban Gerty. Podría ser un
nombre falso sin embargo como el mío y la dirección Dolphin’s Barn era una trampa. De
soltera se llamaba Jemina Brown y estaba con su madre en Irishtown” (Joyce, 2009, p
538). Esto es lo que piensa el señor Bloom quizá minutos después de que ha sucedido la
escena de Gerty, lo interesante es que el episodio no es trascendental para él, aunque queda
un cabo suelto, ¿cuándo el señor Bloom está en las sombras observando a Gerty, qué
sucede en él, está bajo la excitación también, pero él, en cierta forma, la satisface con la
eyaculación y podría suponerse que es este el motivo por el que puede pensar claramente.
Este suceso para un romántico puede ser un acontecimiento, el romántico se toma las cosas
más enserio, espiritualmente, que el racionalista, que las ve como un acontecimiento más de
su vida, es por esto que el señor Bloom hace uso de un razonamiento cómico y se burla de
la actitud de Gerty, cree que ella podría ser una soltera en busca de aventuras que usaría un
nombre falso para acercarse a él, su pensamiento en ningún momento se desliza hacia un
discurso desenfrenado, o exaltado, frente a las insinuaciones de Gerty que, a diferencia de
él, es otro personaje preso de la excitación, y una excitación muy superficial como lo es un
hombre que la observa, y por el que ella empieza a fantasear hasta el punto de excitarse y
excitarlo.
2.
El discurso paranoico
Esta tendencia fue una de las que se tradujo como romanticismo en América latina,
como un escepticismo desdeñoso. Se recuerdan unos versos del poema
romántico mexicano, Manuel Acuña de su poema “Mentiras de la existencia: ¡Qué triste es
vivir soñando/con un mundo que no existe/Y qué triste/ir viviendo y caminando./Sin ver en
nuestros delirios,/de la razón con los ojos,/que si hay en la vida lirios./son muchos más los
abrojos” (Gil, 1972, p. 341) . Y en la literatura colombiana, la expresión máxima de este
escepticismo romántico es el poema de Rafael Pombo la “Hora de tinieblas: ¿Por qué estoy
en donde estoy/con esta vida que tengo/sin saber de dónde vengo/sin saber a dónde
voy/miserable como soy/perdido en la soledad/con traidora libertad/E inteligencia
engañosa/Ciego a merced de horrorosa/desatada tempestad?” (Pombo, 2011).
¿No son los versos anteriores un reproche a la existencia que, al no ser suficiente para el
ideal de romántico se ve con desdén?, es esto lo que ironiza Hegel desde su proposición de
la “bella alma”. Y por otro lado, la poesía y la prosa latinoamericana se vieron también
permeadas por la idealización de amor y de la belleza femenina, como lo demuestran los
varios poemas con nombre como A Emilia (José María Heredia), A Julia (Gregorio
Gutiérrez Gonzales), A Él (Gertrudis Gómez de Avellaneda), La María (Jorge Isaacs), entre
otros.
4. Aportes del romanticismo
Queda de esta forma esclarecida la posición que toma el maestro Zuleta frente al
romanticismo, desde la perspectiva que más los irrita es decir, la racionalista; sin embargo
su crítica no termina en este punto, en su posición de ver con los ojos del romántico, se dio
cuenta su aporte a las ciencias humanas, y al arte, a la que considera como algo primordial,
y paralela a ésta, la contribución del romanticismo al psicoanálisis.
CONCLUSIÓN
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al.html