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1.

El pensamiento romántico
Para poder debatir un tema hay que conocerlo en teoría, y para criticarlo hay que ver,
con sus propios ojos, hasta poder encontrar las debilidades y las cualidades de su singular
perspectiva. La puesta en controversia del romanticismo le supuso al profesor Zuleta
aplicar uno de los tres principios del racionalismo Kantiano: “pensar en el lugar del otro”
(Zuleta, 1986, p. 53) del cual surge la primer sentencia que encuentra el filósofo
colombiano para rebatirle a este movimiento.

Este primer paso que da Zuleta es obrar de la forma que más irrita a los románticos, es
decir, con lógica, y esa misma proposición de “pensar en el lugar del otro” toma un sentido
radical porque el discurso del romántico no admite objeciones, es un discurso paranoico y
viola el tercer precepto del racionalismo Kantiano que es “ser consecuente” (Zuleta, 1986,
p.56), y lo opuesto a ser consecuente es ser terco, según Zuleta. Puede verse en el
romántico un exceso del primer principio Kantiano, una fiebre por “pensar por sí mismo”
(Zuleta, 1986, p.52), haciéndolo desde la intuición, que en la perspectiva romántica se da
como irracionalismo.

La intuición acomoda las circunstancias a su deseo, y más si se porta el ego romántico


que transforma cualquier percepción en un argumento a favor de su idea; el romántico ama
las ideas que intuye, y el amor es un denso velo que entorpece la visión del juicio crítico.
Este argumento que identifica al amor como un peligro para el razonamiento no es algo
que Zuleta desenvaino al azar, viene de diálogos platónicos como el Fedro, en el que se
dice que un enamorado (de una persona o de una idea) “por fuerza ha de ser celoso, y al
apartar a su amado de muchas y provechosas relaciones con las que, tal vez, llegaría a ser
un hombre de verdad, le causa un grave perjuicio, el más grave de todos, al imposibilitarlo
de acrecentar al máximo su saber y buen sentido” (Platón, 2011, p 9.), en ese caso el
romántico es un ocultista que le impide a su idea ser debatida por miedo a que se le salga de
las manos. También, en el Banquete, Erixímaco dice sobre el amor corporal que este tiene
un órgano principal que ciega y domina a los otros (Zuleta, 2003, p.121); y Sófocles, en su
obra Antígona, condena a Eros a ser un portador de delirios.
Eros, invencible en batallas [...] que estás apostado en las delicadas mejillas de las
doncellas. Frecuentas los caminos del mar y habitas en las agrestes moradas, y nadie, ni
entre los inmortales ni entre los perecederos hombres es capaz de rehuirte, y el que te posee
está fuera de sí. (Sófocles, 1986, p. 278-279)
Esta irracionalidad se puede rastrear desde sus inicios europeos hasta lo que de este
movimiento se reprodujo en América latina. El mejor ejemplo europeo está en Fausto,
personaje creado por Goethe, que pasa de ser un académico a ser un místico guiado por un
demonio, admitiendo que nada hay en las ciencias que lo motive ni que lo hagan ser
consciente de que conoce; en la primera escena se presenta este desdén contra el
neoclasicismo y la entrega al ideal romántico.

FAUSTO. Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y por desgracia
también, teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mí!, tan sabio
como antes. [...] Arrinconado tras esta pila de libros, que la polilla roe, cubierta de polvo,
que hasta lo alto de esas bóvedas envuelve un ahumado papel; [...] ¡He ahí el mundo!
¡Vaya un mundo!... ¿Y todavía preguntas por qué tu corazón se te encoge triste en el
pecho? ¿Por qué un inexplicable pesar te cohíbe todo impulso de vida? En vez de esa viva
naturaleza que Dios creó ahí para los hombres, solo te rodean a ti por todas partes humo y
polilla y costillas de animales y fémures de muertos… ¡Huye! ¡Arriba! ¡Allá a ese ancho
mundo! […] Reconocerás luego el curso de los astros, y en sometiéndosete la Naturaleza,
se te levantará la fuerza del alma. (Goethe, 1980, p.71)
De esta forma comienza el Fausto, y el final de este primer acto es una tragedia causada
por esta nueva forma de vivir. Tras la visita a una bruja que le provee un brebaje para
arrebatarle el amor a todas las mujeres, Fausto va en conquista de Margarita, una joven
devota, recta y religiosa en extremo; Mefistófeles trata de hacer ver a Fausto que puede
tener cualquier mujer, que desista de Margarita, pero la terquedad de Fausto lo dispara
contra la pulcra alma de la joven, logrando pervertirla mediante regalos. Pronto Margarita
se ve invadida también por el delirio del Eros.

MARGARITA. Se fue mi sosiego, / Me pesa el corazón;/Hallar la paz no puedo,/Para mí se


acabó/Cual una muerta soy/Si él no está junto a mí,/Y el mundo entero pierde/su atractivo
gentil/Enajenada tengo/Mi pobre cabecita,/Y mis sentidos todos/Incoherentes deliran.
(Goethe, 1982, p. 152-153)
Valentín, el hermano de Margarita, se suicida frente a ella porque descubre que ya no es
una señorita, ella pierde del todo la serenidad y pronto, la pluma de Goethe, convierte los
pensamientos de culpa en un espíritu maligno que la acompaña durante el sepelio de su
hermano: “MARGARITA. ¡Oh dolor! ¡Si pudiera ahuyentar estos pensamientos que me
asaltan y asedian contra mi voluntad” (Goethe, 1982, p.165); ahora se convierte en un
problema de voluntad y se retoma la cuestión de la irracionalidad del romanticismo. Arthur
Schopenhauer fue un filósofo muy cercano a Goethe que contribuyó a la explicación de esta
forma de pensamiento con su ensayo “Sobre la voluntad en la naturaleza” (Schopenhauer,
2003); dice que la voluntad es lo primero en el ser humano, que después de esto viene el
albedrío que es la voluntad mediatizada por el pensamiento; que la voluntad es
excitación y que si sobre esta se razona se llega a los motivos, es decir, lo primario en las
reacciones del ser humano es la voluntad y la excitación, lo mediatizado por el
pensamiento es el motivo y finalmente el libre albedrío; frente a esto se puede afirmar que
Margarita actuó, bajo el influjo de Eros, por voluntad y excitación, y que, no es que tenga
pensamientos que la atacan contra su voluntad, sino que es su voluntad misma y la
excitación producida por la envergadura de la situación la que no la dejan tranquila, además
ella no maneja el albedrío ni el motivo, es una cautiva de la voluntad al igual que muchos
personajes románticos.

James Joyce ridiculiza, en su Ulises, a una mujer de Dublin que piensa bajo estos
preceptos, Joyce lo designa como: “un estilo ñoño, mermeladoso braguitoso con efectos de
mariolatría de incienso, masturbación, berberechos estofados, paleta de pintor, cháchara,
circunlocuciones...” (Joyce, 2009, p. 69). Y nada mejor para explicar las palabras de Joyce
que el fluir del pensamiento del propio personaje, Gerty MacDowell, sentada cerca de una
playa de Dublin mientras observa al taciturno admirador que la asecha con la mirada, el
señor Leopold Bloom, un 16 de junio de 1904, ella piensa, en palabras del narrador.

Ahí estaba lo que ella había soñado tantas veces. Era él el que contaba y su rostro se llenó
de alegría porque le quería porque sentía instintivamente que era diferente a todos. Su
corazón mismo de mujer-muchacha salía al encuentro de él, su marido soñado, porque al
instante supo que era él. Si él había sufrido, si había pecado contra él más de lo que él había
pecado, o incluso, incluso, si él mismo había sido un pecador, a ella no le importaba.
Aunque fuera un protestante o un metodista ella lo convertiría fácilmente si él la quería de
verdad. Había heridas que necesitaban ser curadas con bálsamo de corazón. [...] ella
anhelaba saberlo todo, perdonarlo todo si podía hacer que él se enamorara de ella, hacerle
olvidar la memoria del pasado. Entonces quién sabe si él la abrazaría tiernamente, como un
hombre de verdad, apretando contra él su blanco cuerpo, y la amaría, la niña de su amor,
solo por ella misma. (Joyce, 2009, p. 520-521)
Las divagaciones sentimentales la obligan a convertir el episodio en una muestra erótica
de su graciosa voluptuosidad al señor Bloom. Él expresa más adelante que Gerty lo llevó a
un desahogo en forma de onanismo. “Señor, estoy mojado. Qué diablillo eres. La curva de
su pantorrilla, medias transparentes, tensas a punto de romperse [...] ¡Señor! Han sido todas
las cosas reunidas. La excitación. Cuando se echó hacia atrás sentí un dolor en la raíz de la
lengua. Le hierve a uno la cabeza” (Joyce, 2009, p. 538). Finalmente, el señor Bloom
rechaza del todo entregarse a esas ensoñaciones amorosas: “Sin embargo, había una especie
de lenguaje entre nosotros (amor). ¿No podría ser? No, la llamaban Gerty. Podría ser un
nombre falso sin embargo como el mío y la dirección Dolphin’s Barn era una trampa. De
soltera se llamaba Jemina Brown y estaba con su madre en Irishtown” (Joyce, 2009, p
538). Esto es lo que piensa el señor Bloom quizá minutos después de que ha sucedido la
escena de Gerty, lo interesante es que el episodio no es trascendental para él, aunque queda
un cabo suelto, ¿cuándo el señor Bloom está en las sombras observando a Gerty, qué
sucede en él, está bajo la excitación también, pero él, en cierta forma, la satisface con la
eyaculación y podría suponerse que es este el motivo por el que puede pensar claramente.
Este suceso para un romántico puede ser un acontecimiento, el romántico se toma las cosas
más enserio, espiritualmente, que el racionalista, que las ve como un acontecimiento más de
su vida, es por esto que el señor Bloom hace uso de un razonamiento cómico y se burla de
la actitud de Gerty, cree que ella podría ser una soltera en busca de aventuras que usaría un
nombre falso para acercarse a él, su pensamiento en ningún momento se desliza hacia un
discurso desenfrenado, o exaltado, frente a las insinuaciones de Gerty que, a diferencia de
él, es otro personaje preso de la excitación, y una excitación muy superficial como lo es un
hombre que la observa, y por el que ella empieza a fantasear hasta el punto de excitarse y
excitarlo.

Bien podría controvertirse el pensamiento de Schopenhauer diciendo que, en el caso de


Gerty, ella no actuó con voluntad o excitación, sino que tenía el motivo de atraerlo o
enamorarlo, sin embargo, hay que reflexionar muy bien sobre este punto ya que es muy
posible que, lo que parezca motivo, sea una total absorción de la voluntad hacia el sujeto, y
pregunto ¿Es alguien capaz de ruborizarse por sí mismo?, ¿alguien capaz de palidecer ante
una situación que no le genera terror?, ¿alguien capaz de excitarse sin estar sometido a
imágenes o pensamientos voluptuosos o a los caprichos del cuerpo? Difícilmente se haría,
son estas voluntades que no maneja el hombre con entera libertad, de esta forma está muy
lejano el albedrío ya que este necesita de un raciocinio sin cargas de impulsos, sin la
mediación de la voluntad excitada, y Gerty hace un discurso confeccionado por medio de la
excitación, una proyección hacia lo que ella piensa que es “el hombre ideal” (muy absurdo)
con una mediatización del intelecto que es fantástica, no es capaz de poner a la excitación
entre paréntesis y pensar sobre ella, sino que se deja llevar de ella, se somete a su voluntad,
a su impulso, que en palabras de Schopenhauer es que “el individuo se hace así esclavo
inconsciente de la naturaleza en el momento en que sólo cree obedecer a sus propios
deseos. Una pura quimera, al punto desvanecida, flota ante sus ojos y le hace obrar, esta
ilusión no es más que instinto” (Schopenhauer, 2003). Schopenhauer es duro en sus juicios
y los rebaja a actos instintivos, pero es una extraña realidad de los seres humanos esta de
someterse a los sentimientos y de actuar por puro instinto psicológico; Freud demuestra
esto en su ensayo sobre el “Duelo y la melancolía” (Freud, 2011). Dice que frente a un
duelo, el sujeto pierde el curso de su ritmo habitual y se deja consumir por lo que
instintivamente debería hacer, es decir, describir correctamente su situación psicológica;
claro está, de forma inconsciente. Es el mismo principio para cualquier caso en el que
predomine la voluntad sobre el razonamiento, el individuo debe por obligación instintiva
demostrar con sus actos lo que le está sucediendo, y esto, según Freud, supone también una
pérdida de su yo. Cuando una persona ama, o cuando una persona sufre un duelo, entrega la
identidad de su yo a ese objeto y su comportamiento se radicaliza a la voluntad de llevar un
comportamiento determinado. Como se decía anteriormente, el romanticismo se entrega al
precepto de “pensar por sí mismo” pero hay que ver desde dónde se piensa, si es desde un
yo que reconoce la supremacía de la razón y evalúa los sentimientos, o desde un yo que esta
partido entre su objeto de dependencia y su voluntad. Así, la voluntad puede disfrazarse de
libre albedrío, y el individuo puede decirse a sí mismo que sus actos son guiados por su
intelecto pero no se da cuenta que sufre es de una tremenda ceguera causada por la
dependencia.
Queda esclarecido de qué forma el personaje romántico está invadido de excitación y
no de razón, se vio también, en el monólogo de Fausto el paso del ideal académico al
romántico y las causas que este trajo consigo. Lo que aún está por determinar es el caso del
discurso paranoico que, si bien está ya dicho, no lo está de forma explícita. Para hacerlo se
presentará la manera en como Estanislao lo da a conocer en su ensayo “El respeto en la
comunicación” (Zuleta, 1998, p. 48) de su libro “Colombia: violencia, democracia y
derechos humanos” que es mediante el modelo lingüístico del análisis del discurso poético
de Roman Jakobson (Jakobson, 1984)

2.
El discurso paranoico

¿Cómo se configura el discurso paranoico o autoritario? Teniendo en cuenta los


elementos anteriores que explican el acto de la comunicación, se encuentra la relación más
favorable para un personaje romántico que es la que se da entre el emisor que tiene la
verdad absoluta, y el destinatario complaciente o cómplice. Eso es el discurso autoritario
que no acepta críticas. El profesor Zuleta lo interpreta de dos maneras, como un
maniqueísmo al que hay que combatir ya que corta la comunicación, es decir, acaba con ese
discurso que se mueve en la dicotomía del “yo tengo la verdad y el que está contra mí está
errado”; o como un discurso paranoico desde el que el emisor habla sostenido de la
evidencia, en el ejemplo de Fausto, desde la evidente voluntad de poseer a Margarita que
embarga todo su cuerpo y su alma, todo lo que él dice es cierto y lo que suceda a su
alrededor únicamente servirá para demostrarlo, así, si Fausto mirase hacia el cielo vería a
Margarita, si una mujer de gran hermosura pasara a su lado, esta le recordaría a Margarita
por la hermosura pero por ningún motivo sería más bella que ella; él ve su obsesión en
todas partes y se deja consumir.
El maestro Estanislao aborda el tema del discurso paranoico en varios de sus libros. En
su obra titulada “El quijote, un nuevo sentido de la aventura” (Zuleta, 2000, p. 161-
165) dice que el Caballero de la Triste Figura está regido por los libros de caballería que
para él constituyen una norma que no se puede debatir y la única forma en que logran
derrotarlo en su aventura es cuando se enfrenta con el Bachiller Sansón Carrasco, que le
sigue la cuerda y se hace llamar El caballero de la luna Blanca, él se une al delirio de
Alonso Quijano y sólo al derrotarlo en su mundo puede hacerlo volver, dice Sansón
Carrasco: “suplícoos no me descubráis, ni le digáis a Don Quijote quién soy, porque tenga
efecto los buenos pensamientos míos, y vuelva a cobrar su juicio un hombre que lo tiene
bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería” (Saavedra, 1969, p. 819). De esta
manera, los discursos paranoicos tienen en ellos mismos su punto débil, esa omnipotencia
resulta siendo una impotencia ya que el hombre que está sometido a él es víctima de sus
deseos y caprichos, ellos viven una alucinación que, en términos de Zuleta “define la
realidad como una adversidad” (Zuleta, 2000, p.163), escapan de ella pero entonces se
someten a la lógica que sus deseos les imponen, en el caso del Quijote, dependiente del
razonamiento de las novelas de caballería.

El Filósofo Colombiano retoma al romanticismo en su libro “Estudios sobre la psicosis”


(Zuleta, 1990) en el que ve este tipo de discurso, que llama psicótico, y que se formula
desde la imaginación del individuo, de la cual arguye que es menos rica, temática y
formalmente, que la realidad; cita a Sartre, autor con el que comparte el siguiente
pensamiento: “lo que define la realidad es su riqueza inagotable, o más directamente, su
inagotabilidad, su imprevisibilidad radical” (Zuleta, 1990.p. 80). Y es considerable en
cuanto la imaginación, más que la vida misma, tiene lugares comunes, imágenes
reiterativas, ella está condicionada y nuestras fantasías tienen ya sus esquemas; es por esto
que cuando alguien quiere excitarse recurre generalmente a las mismas figuras, incluso
tiene sus espacios propios, y de esta forma se revela que el sitio que el hombre creería el
más adecuado para crear sus espacios, en ocasiones es el más modelado. Ante esto el
maestro Zuleta agrega: “Por eso no debemos creer demasiado en la ideología romántica
que da a la locura una especie de libertad superior” (Zuleta, 1990, p. 81); y en efecto, el
romanticismo está ligado al discurso profético que da a la imaginería y a la entrega total a
esta toda la importancia.

3. La crítica desde Hegel


Zuleta critica desde Hegel el anhelo romántico de la totalidad, de la belleza absoluta,
una meta tan exaltada que hace de su seguidor un ser que terminará siendo vencido porque,
aquel ideal es tan magno que su búsqueda se entorpece y la realidad del mundo lo aleja más
de su sueño. Hegel se opone a este distanciamiento de la vida real arguyendo que las
personas que sostienen un ideal de tal pureza pasan de ser personas productivas a
improductivas, quien comienza a tener este ideal emprende una carrera contra el
determinismo limitándose tan solo a señalar fallas en el sistema en que vive, sin darse
jamás cuenta de que la falta está en la manera de recibir las imperfecciones de la existencia;
termina por ser un ente inactivo y contemplativo incapaz de hacer nada porque él es
demasiado bueno para este mundo. Hegel, de una forma irónica lo llama “la bella alma”
(Zuleta, 1986, p. 181) que en su “Fenomenología del espíritu” resulta tratarse de un ser tan
agudamente bello que no admite vivir en la cotidianidad, “como si este mundo no lo
hubiera hecho, como si no llevara en él todos sus problemas y sus conflictos, como si él
mismo no fuera de este mismo mundo que cree ver por encima del hombro” (Zuleta, 1986,
p. 182).

Esta tendencia fue una de las que se tradujo como romanticismo en América latina,
como un escepticismo desdeñoso. Se recuerdan unos versos del poema
romántico mexicano, Manuel Acuña de su poema “Mentiras de la existencia: ¡Qué triste es
vivir soñando/con un mundo que no existe/Y qué triste/ir viviendo y caminando./Sin ver en
nuestros delirios,/de la razón con los ojos,/que si hay en la vida lirios./son muchos más los
abrojos” (Gil, 1972, p. 341) . Y en la literatura colombiana, la expresión máxima de este
escepticismo romántico es el poema de Rafael Pombo la “Hora de tinieblas: ¿Por qué estoy
en donde estoy/con esta vida que tengo/sin saber de dónde vengo/sin saber a dónde
voy/miserable como soy/perdido en la soledad/con traidora libertad/E inteligencia
engañosa/Ciego a merced de horrorosa/desatada tempestad?” (Pombo, 2011).

¿No son los versos anteriores un reproche a la existencia que, al no ser suficiente para el
ideal de romántico se ve con desdén?, es esto lo que ironiza Hegel desde su proposición de
la “bella alma”. Y por otro lado, la poesía y la prosa latinoamericana se vieron también
permeadas por la idealización de amor y de la belleza femenina, como lo demuestran los
varios poemas con nombre como A Emilia (José María Heredia), A Julia (Gregorio
Gutiérrez Gonzales), A Él (Gertrudis Gómez de Avellaneda), La María (Jorge Isaacs), entre
otros.
4. Aportes del romanticismo
Queda de esta forma esclarecida la posición que toma el maestro Zuleta frente al
romanticismo, desde la perspectiva que más los irrita es decir, la racionalista; sin embargo
su crítica no termina en este punto, en su posición de ver con los ojos del romántico, se dio
cuenta su aporte a las ciencias humanas, y al arte, a la que considera como algo primordial,
y paralela a ésta, la contribución del romanticismo al psicoanálisis.

Desde el arte, el romanticismo se encargó de “renovar el interés por lo mitológico como


aspecto decisivo y esencial de la vida humana […] el hombre habita en el mito como
habita en el lenguaje” (Zuleta, 1968, p. 190); este fenómeno es más visible en la pintura,
siendo un representante de esta época el pintor inglés Joseph Mallord William Turner,
emparentado con la filosofía del romántico Edmund Burke y sus ideas de lo “Sublime” que
exaltaban las fuerzas de la naturaleza frente a la insignificancia del hombre, pretendiendo
despertar en él sentimientos de miedo y exaltación. Turner tomó esta filosofía e idealizó sus
acuarelas al “classical landscape”, mezclándolo con temas mitológicos, bíblicos y
literarios. Su primera pintura de este tipo fue “Eneas y la Sibila, lago Averno”, escena
tomada de la Eneida de Virgilio, en el momento en que Eneas quiere descender al
inframundo para hablar con el fantasma de su padre. Sibila, una profetiza, acepta guiarlo
por el reino de la muerte. También está la pintura llamada Regulo, que cuenta la historia de
uno de los comandantes en la segunda guerra púnica, que según cuenta la leyenda quedó
ciego cuando entró a Roma, y, coincidiendo con la filosofía de los sublime, Turner pinta
catástrofes naturales ficticias como lo demuestra su Óleo llamado “la quinta plaga de
Egipto”, o verídicas como lo es un naufragio en su obra titulada de esta misma forma. Su
obra es vasta y rica en temas, pintó escenas patrióticas como “la batalla de trafalgar, el
incendio del parlamento de los Lores y los Comodoros y la batalla de Waterloo entre otros.

Estanislao retoma del romanticismo los aportes al psicoanálisis como la exaltación de


los mitos, la regresión a la infancia, el intuicionismo, pero advierte que ante esto no se
puede seguir con un actitud de “rendirle un culto ciego e intuirla por simple simpatía”
(Zuleta, 1986, p. 192) , que es evidente que nuestra naturaleza humana no puede ser
reducida a fórmulas científicas porque ella está confeccionada con arte, cultura, mitos
y costumbres, pero que se debe abordar con el propósito de entenderla para entendernos en
nuestra condición humana, darle un giro a la posición del hombre frente al amor, frente a lo
mitológico y frente a la locura para avanzar en nuestra comprensión.

CONCLUSIÓN

Los procesos de pensamiento que adoptaron los románticos contra el racionalismo


resultaron ser material de largas discusiones, su irracionalismo no permitía un diálogo con
ellos directamente pero sí con su obra, y vemos como desde esta crítica se muestran las
actitudes románticas que en efecto acercaron al hombre a su deseo de comprenderse.
Resulta difícil señalar que lo hicieron conscientes de sus actos, sin embargo, el arte que de
allí surgió dio cuerda al espíritu humano y al desenfreno, siendo estas, cuestiones en las
que se ha logrado avanzar con una visión analítica.
El espíritu romántico en su esencia profética debe ser tomado con alta precaución, debe
ser un discurso más, abierto a discusiones, debe, como ya se decía anteriormente, abordarse
con el propósito de entenderlo y así entender ciertas conductas humanas.

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al.html

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