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EL CAMPESINADO EN LA ECONOMÍA

Y LA SOCIEDAD COLOMBIANA
1990 – 2002

El proyecto "Viabilidad y reconstrucción del sector rural colombiano. Algunas bases para una
propuesta para el desarrollo y la convivencia pacífica", fue elaborado por los investigadores
Darío Fajardo Montaña, Jairo Sánchez Acosta y Tomás León Sicard, del IDEA; Jaime Forero
Álvarez y Elcy Corrales Roa, del IER; Héctor Mondragón, del CNC; Mauricio Romero, del
IEPRI, y Carlos Salgado, de ILSA.

La investigación fue apoyada por los gobiernos de Suecia y Suiza; Secretariado Nacional de
Pastoral Social; Secours Catholique; Instituto de Estudios Rurales – IER; Facultad de Estudios
Ambientales y Rurales- Pontifica Universidad Javeriana; Instituto de Estudios Ambientales,
IDEA - Universidad Nacional de Colombia, e Instituto Latinoamericano de Servicios Legales
Alternativos – ILSA.

(El documento no representa los puntos de vista de estas instituciones).

CONTENIDO

1. IMPLICACIONES DEL MODELO DE DESARROLLO ECONÓMICO SOBRE EL


SECTOR AGRARIO
- Los condicionantes estructurales del desarrollo agrario
- La apertura
- Hipertrofia urbana y sociedad rural

2. EVOLUCIÓN DEL SECTOR AGRARIO


- Consolidación de tres tipos de empresas agropecuarias: la capitalista, la familiar y el
latifundio ganadero
- Pérdida de la importancia relativa del sector agropecuario en la economía nacional
- La crisis del cultivo del café
- Disminución del área de los cultivos transitorios y consolidación relativa de algunos cultivos
permanentes. Estabilización de la producción campesina.
- Aumento de la importancia de los cultivos proscritos
- Pérdida de peso de las exportaciones agrícolas y aumento de las importaciones
agropecuarias
- Cambios en la composición del empleo en el sector rural
- Consolidación de un sistema alimentario con una oferta permanente de alimentos frescos

3. EL PROBLEMA DE LA TIERRA Y DEL TERRITORIO


- Expansión de la frontera agrícola y aumento de la concentración de la tierra como
contrapartida al desplazamiento y las migraciones de los campesinos
- Territorio y usos del suelo

4. LA ECONOMÍA CAMPESINA EN COLOMBIA


- La dinámica individual y colectiva; monetaria y doméstica de los sistemas de producción de los
campesinos
- Sobre el empleo y la pobreza rural
- La producción campesina y el sistema alimentario

5. TECNOLOGÍA AGRÍCOLA Y VIABILIDAD RURAL


- El modelo tecnológico de desarrollo agrícola
- Los principales efectos ambientales
* Efectos sobre la salud humana
* Efectos sobre los ecosistemas
- Con y a pesar del modelo vigente: alternativas sostenibles para la producción campesina
- La inversión en ciencia y tecnología

6. VULNERABILIDAD RURAL: FALLAS DE RECONOCIMIENTO


- Fallas de reconocimiento: la invisibilidad del campesinado
- Los desplazamientos de población

7. LA VIOLENCIA: LA PROBLEMÁTICA AGRARIA EN EL CAMPO POLÍTICO


- Las estructuras, los actores, la violencia y la paz
- Reconocimiento, diversidad y paz

8. LAS ORGANIZACIONES CAMPESINAS

9. A MANERA DE CONCLUSIÓN:
APUNTES PARA UNA PROPUESTA DE POLÍTICA
- Necesidad de revisar el modelo de desarrollo económico
- Necesidad de revisar la apertura
- Necesidad de una reconversión tecnológica
- Reconversión de la ganadería
- La estrategia de las alianzas y las inclusiones

Introducción

El proyecto Viabilidad y reconstrucción de la sociedad rural colombiana plantea como su desafío


actual el trabajar sobre las siguientes preguntas: ¿es viable la sociedad rural colombiana?, ¿es viable
la sociedad colombiana sin una sociedad rural fuerte?, ¿cuál es la viabilidad del campesinado y de la
producción agropecuaria familiar dentro de la sociedad rural y el sistema alimentario? y ¿cuáles son
las condiciones que permitirían la existencia de esa sociedad rural fuerte?
Al analizar la trayectoria del campesinado colombiano no se puede ser pesimista sobre el futuro de
la sociedad colombiana. La tenacidad con la cual los pequeños agricultores han mantenido la
producción agropecuaria y reconstruido día a día el tejido social rural, muestra con toda claridad las
enormes posibilidades que tiene el país en materia de desarrollo económico si se decide apoyar, o
por lo menos no continuar obstaculizando, la economía campesina.

La historia y el proceso actual de la economía y la sociedad rural se resumen en su incesante


adecuación a condiciones adversas y en su constante y eficaz aprovechamiento de las pocas
oportunidades que le brindan la economía y la sociedad. Participando de los mercados más
desprotegidos e inseguros, el campesinado ha contribuido crecientemente, y más que ningún otro
sector económico, al aprovisionamiento de alimentos al tiempo que ha generado divisas por la vía
del mercado legal, como en el caso de las exportaciones de café. Participando como núcleos
familiares y veredales y como sujetos activos de las movilizaciones sociales reclamando y
construyendo sus derechos de ciudadanía bajo las más diversas formas y alianzas, este actor social
ha sido al mismo tiempo protagonista de la reconstrucción de la vida social y el mundo rural.

Desde hace varias décadas se ha generado una tendencia contradictoria en las relaciones de la
vida rural con el conjunto de la sociedad colombiana, consistente en el debilitamiento de su
participación dentro de la economía nacional combinado con su relevancia política creciente para
la viabilización de la sociedad.

Las políticas para el desarrollo económico y las reformas del Estado, especialmente las ligadas en
la última década a la apertura y la globalización, independientemente de sus efectos positivos,
han impactado negativamente muchas de las estructuras productivas (agrícolas e industriales) y
debilitado capacidades estatales para introducir correctivos en ellas sin que aún se cuente con
condiciones que las compensen: nuevas instituciones, fortalecimiento de la capacidad de gestión
de los sectores sociales involucrados, nuevos pactos sociales.

El mundo rural y el sector agropecuario en particular han sido especialmente afectados por las
políticas aperturistas, en la medida en que gravitan sobre ellos problemas estructurales derivados
del conjunto de la concentración del poder económico y político, de la exclusión sistemática y el
despojo de que son víctimas amplios sectores de la comunidad rural. A las consecuencias de la
apertura en términos de destrucción de parte de la base productiva agropecuaria, aumento del
desempleo rural y ampliación de la pobreza se suma la masificación de los desplazamientos
forzados y la expansión del narcotráfico y al desbordamiento de la guerra, en un proceso que
pone en tela de juicio no solamente la vigencia del pacto político y social sino la propia viabilidad
de la nación.

El control de la propiedad sobre la tierra tiene una importancia especial en la conformación de las
estructuras de dominación tal como lo demuestra la composición del poder político (Congreso,
partidos históricos). Ante las perspectivas de ampliación de la economía (inversiones externas en
macroproyectos, desarrollo de grandes proyectos agro-exportadores, etc.) y en función de la
lógica de la guerra, la ampliación del control de la tierra y del territorio se convierte en una
tendencia dominante directamente asociada al conflicto.

Por otra parte, la distribución de la propiedad y su utilización económica han generado presiones
que desbordan el potencial productivo y regenerativo de los suelos: el aprovechamiento
productivo más intensivo corresponde a la pequeña propiedad, en tanto que los usos extensivos y
la mayor degradación corresponden a la gran propiedad, en particular a la ganadería extensiva.

En la misma medida, las posibilidades de producir transformaciones en las relaciones políticas,


en la ocupación del espacio y los asentamientos humanos, en la composición de la economía y en
las condiciones de nuestras inserciones en la economía mundial, dependen de la profundidad de
los cambios que se logren en el sistema de tenencia y uso de la tierra.

El tratamiento de la tenencia y uso de la tierra dentro del proyecto Viabilidad y reconstrucción


del sector rural colombiano advierte sus vinculaciones con los demás componentes del
ordenamiento social, político, económico y técnico del país, al tiempo que reconoce los
condicionamientos que este componente ejerce sobre los demás.

Estos condicionamientos se expresan en la forma como los distintos sectores de la población


responden a sus necesidades y, por tanto, en las relaciones de poder, en la configuración de las
relaciones de las comunidades con la naturaleza, en la composición de los sistemas tecnológicos
para la producción, en la composición de los costos de producción y en la competitividad de la
producción nacional frente a la producción de otras economías y frente a otros mercados, en las
formas sociales de reconocimiento y, en consecuencia, en la validación social de las políticas de
redistribución.

De acuerdo con lo anterior, se hace necesario impulsar un proceso político de amplia base social
para contribuir a producir las transformaciones sociales, económicas y políticas que generen las
condiciones de una paz duradera, sostenida en la equidad, en el acceso a los recursos del
desarrollo y el bienestar, en la práctica de los derechos integrales de la población rural y el
respeto a la diversidad étnica y cultural.

Por otra parte, en diferentes medios políticos y académicos internacionales se viene elaborando
una visión del campo y de la vida rural que reconoce su significado cultural, político, productivo
y ambiental para el enriquecimiento de la vida de las naciones. Esta apreciación amplía las
perspectivas de los movimientos sociales rurales y de sus alianzas potenciales con otros sectores
sociales para una transformación de las relaciones políticas y económicas, encaminada a la
construcción democrática y equitativa de la sociedad.

La presente investigación se plantea la tarea de proponer una visión incluyente del campo y de la
vida rural, orientada por el reconocimiento de la participación efectiva de la población rural y del
campesinado en particular, en los procesos económicos del país y la aplicación efectiva de sus
derechos integrales, en la que se clarifiquen y redefinan los objetivos del país frente al campo, el
papel de la sociedad rural en la construcción de una sociedad democrática, respetuosa de la
diversidad étnica, para generar un proceso de movilización social y política encaminado a
participar en los procesos de paz comprendidos como la construcción colectiva de un proyecto de
nación.

El marco de referencia destaca el carácter estratégico de las economías campesinas y su


afirmación económica y política. En relación con otros sectores de la vida rural y urbana, se parte
del reconocimiento de la capacidad del campesinado para establecer una multiplicidad de
articulaciones con los mercados, en particular los agroalimentarios, con empresas de distinta
naturaleza y desarrollar estrategias financieras y económicas rentables. Es necesario resaltar el
significado que el campesinado tiene como sector cultural y socialmente importante en la
conformación del tejido social, por la complejidad de relaciones de todo tipo que se establece
entre él y la sociedad mayor, complejidad que tiene características particulares en las diferentes
regiones.

El sentido político del proyecto en elaboración por parte del Seminario es el de resaltar y afirmar
los espacios que han ganado las economías campesinas, definitivos para la viabilidad del país y
para la convivencia pacífica. Es necesario que la sociedad colombiana reconozca a los
campesinos como base para la construcción de un nuevo sistema de justicia que permita la
redistribución del poder político, la reorganización espacial del país, la superación de la asimetría
en el acceso a los recursos para la producción y la construcción de las bases para la seguridad
alimentaria del país.

Finalmente, es necesario resaltar la importancia del problema agrario en el actual estado de


violencia que vive el país. Una propuesta de este tipo busca contribuir con fórmulas sustentadas a
la superación de la situación de crisis en el campo. Es ahí donde el papel del campesinado y la
búsqueda de un nuevo tipo de relaciones campo-ciudad y del campesinado con el resto de la
sociedad adquiere significado de eje articulador. Abordado el problema desde esta perspectiva,
podemos pensar en un país que se relaciona con el exterior en condiciones también diferentes,
fuerte adentro y con mejor posibilidad de negociación hacia fuera.

Para avanzar en la resolución de las preguntas planteadas, el presente documento desarrolla una
primera etapa de diagnóstico sobre los temas que se definieron como importantes. Estos temas se
presentan en ocho cortos capítulos a saber: las implicaciones del modelo de desarrollo económico
sobre el sector agrario; la evolución del sector agrario; el problema de la tierra y del territorio; la
economía campesina en Colombia; la tecnología agrícola y la viabilidad rural; la vulnerabilidad
rural: fallas de reconocimiento; la violencia: la problemática agraria desde el campo de lo político, y
la respuesta de las organizaciones campesinas.
1. IMPLICACIONES DEL MODELO DE DESARROLLO
ECONÓMICO SOBRE EL SECTOR AGRARIO
Uno de los postulados que ha regido nuestra política económica sobre el agro asume que las
materias primas producidas en las áreas rurales son bienes inferiores con muy poca potencialidad
de ampliar su oferta en el mercado interno. Con esta visión, se están dejando de lado y aplazando
indefinidamente la solución de los condicionantes estructurales del desarrollo económico y
particularmente, del desarrollo agrario a saber: la excesiva concentración del ingreso; el carácter
rentista de la economía y la carencia de un adecuado desarrollo tecnológico.

1.1. Los condicionantes estructurales del desarrollo agrario


La altísima concentración del ingreso en Colombia coloca a buena parte de la población por fuera
de la órbita del mercado de forma que un alto porcentaje de la población no expresa en una
demanda efectiva sus necesidades de consumo. La precariedad del mercado interno colombiano
es doblemente dramática si se considera que entre un 14% y un 17% de los consumidores
colombianos no tienen acceso a los mínimos alimentos necesarios para satisfacer sus necesidades
biológicas.

Para el grupo de los subalimentados junto con esa enorme porción de aquellos que teniendo
satisfechos sus necesidades biológicas no comen lo que desean comer1, los alimentos tienen por
supuesto una alta elasticidad ingreso de manera que la satisfacción de las necesidades
alimentarias de la población colombiana constituyen un enorme potencial para el desarrollo de la
actividad agroalimentaria que se podría expandir a enormes tasas de crecimiento si se toman
medidas conducentes a incidir en una redistribución de los ingresos.

Se ha argumentado que a través de las exportaciones se pueden alcanzar tasas de crecimiento que
terminan por generar altos niveles directos e indirectos de empleo por medio de los
encadenamientos con otros sectores económicos. Ante la estrechez y precariedad del mercado
interno, producto en buena medida de la asimétrica distribución de los ingresos y de la riqueza
del país, la política económica dominante ha fincado prácticamente todas las posibilidades de
dinamismo productivo en los mercados externos.

En las últimas dos décadas, esta confianza se ha materializado casi exclusivamente en algunos
productos primarios transables como petróleo, flores, banano, y carbón, sin que sean evidentes ni
claras las reales posibilidades en otros sectores modernos y urbanos, capaces de generar mayores
valores agregados y por ende de absorber volúmenes significativos de empleo. Sin negar la
importancia de incentivar las exportaciones para nuestro desarrollo, es claro que el intento de
enfrentar el desequilibrio estructural, exclusiva o preponderantemente por este camino, es
inconducente. Un estudio reciente de Fedesarrollo establece que por cada mil millones de dólares

1
Para entender este argumento piénsese en la frustración que representa para una persona perteneciente a nuestra
cultura alimentaria acceder únicamente a la dieta recomendada por las instituciones. Es evidente que hay una
diferencia enorme entre la canasta básica y la que podríamos llamar ‘canasta cultural alimentaria’ o, en palabras de
Malassis, nuestro modelo de consumo.
en exportaciones se absorben en promedio 15.000 empleos. ¿A cuánto y en que plazo deberían
aumentar las exportaciones para resolver el desequilibrio estructural de la economía, incluso con
un cálculo optimista de multiplicador macroeconómico?

Este modelo supone a la vez que los sectores de altos ingresos amplían progresivamente y en un
nivel adecuado sus niveles de consumo de bienes y servicios de producción nacional, lo cual
podría sostener unos niveles crecientes de inversión y empleo que paulatinamente disminuirían el
desequilibrio estructural.

Pero en este punto entran a jugar un papel cada vez más perverso el comercio exterior y en
especial la liberalización de los mercados de bienes y capitales. Los grupos de altos ingresos
quedan sin restricciones mayores para acceder a bienes y servicios suntuarios de origen externo, o
sacar capitales que no tienen oportunidades de inversión en el país. Este fenómeno se ve
agravado en los últimos años por las condiciones de inseguridad y violencia crecientes.

Un elemento clave que permite que la gravedad del proceso anterior no sea evidente a primera
vista es el asociado con el aumento de la deuda externa y la inversión extranjera. Este presiona a
su vez la revaluación de la tasa de cambio favoreciendo el incremento de importaciones y la
destrucción de sectores productivos, tal como ocurrió a mediados de la década pasada con buena
parte de los bienes transables del sector agropecuario.

Otro condicionante estructural para el desarrollo económico es el carácter marcadamente rentista


de la economía colombiana. Sin negar sus destellos modernizantes y el ímpetu productivo de
muchos empresarios colombianos, el rentismo constituye una característica subyacente y esencial
de nuestro sistema económico.

Como es sabido, la renta es el producto de la propiedad excluyente sobre cualquier recurso o


función valiosos, capaz de generar beneficios o rendimientos por fuera de la actividad productiva
directa. En tal sentido existen rentas no sólo de la propiedad económica como es el caso de la
tierra o el capital (incluida obviamente la especulación en todas sus manifestaciones) sino
también sobre las distintas formas de poder como el político, el social y el cultural.

El clientelismo y la corrupción generan rentas de poder político. La ocupación de altos cargos


pródigamente remunerados en el Estado y el sector privado, las rentas de las iglesias, de las
profesiones superiores o del manejo de imagen en los medios masivos de comunicación, y
también las patentes de la producción científica e intelectual son producto de los poderes social y
cultural. Entre más concentradas y peor distribuidas estén estas ‘propiedades’ más altas serán las
rentas. El caso colombiano constituye una expresión patética de la concentración, intercambio y
contubernio de las distintas formas de poder y propiedad.

La concentración de la propiedad territorial actúa básicamente como un mecanismo sostenido por


el conjunto de la economía y por las propias políticas del Estado. A través de él se excluye al
grueso de la población del acceso a este recurso productivo y se le fuerza a incorporarse a
circuitos migratorios constituidos por mercados laborales, en los que no obtiene los ingresos
suficientes para su reproducción y se ve impelida a participar de la ampliación de la frontera en
donde valoriza las tierras que nuevamente son objeto de concentración monopólica. También en
Colombia ha ocurrido el caso analizado por Keynes en el que el deseo de tener y concentrar tierra
origina una renta especulativa que retarda el crecimiento al sobrepasar la rentabilidad de la
inversión agropecuaria2.

Debe agregarse que, en Colombia, como en todo el Tercer Mundo, gravitan también sobre
nuestra economía las rentas del progreso que se han generalizado e intensificado en las últimas
décadas sobre la base de un régimen de apropiación privada del conocimiento en los sectores más
dinámicos de economía, que corresponden precisamente a los de productos de innovación
tecnológica, apuntalados sobre un sistema de captación de voluminosas y crecientes rentas
producto de las patentes.

Los países desarrollados de hoy poseen verdaderos ejércitos de investigadores articulados a una
compleja y densa estructura técnico científica de la cual hacen parte enormes redes de
universidades, institutos científicos y tecnológicos, empresas productivas y de servicios, e
instituciones estatales, comprometidas en proyectos de enorme envergadura, lubricados por
voluminosos recursos financieros.

Estas complejas estructuras son neurálgicas para la competencia en el mercado internacional a la


cual estamos directamente expuestos. Entre tanto, en Colombia, el desarrollo científico y
tecnológico, a pesar de algunos avances notables es aún muy precario y sobre todo limitado en la
construcción de nuestras propias alternativas acordes con nuestros ecosistemas y con nuestra
estructura empresarial. Pero más dramático es el retroceso de la investigación en la década de los
noventa, en el preciso momento en que la inserción al mercado internacional reclamaba una
mayor inversión de recursos en este tema.

En estas circunstancias estamos reproduciendo una situación según la cual los países avanzados
controlan los procesos de generación de nuevos productos fundamentados en el dinamismo de la
investigación, el desarrollo científico y tecnológico y los mercados, incluidos los
correspondientes a recursos y bienes primarios.

A pesar del enorme potencial que tenemos para desarrollar alternativas tecnológicas estamos
quedando limitados a la extracción de recursos y producción de materias primas con poco valor
agregado, y a procesos industriales tradicionales que en buena medida se soportan en tecnologías
importadas, la mayoría de ellas de baja complejidad, y en algunas tecnologías avanzadas,
pobremente aprovechadas, reducidos al papel de consumidores de tecnología en sus procesos
tradicionales, o receptores de ella a través de la inversión extranjera, cuyos criterios de
localización dependen en lo fundamental de los procesos de racionalización y maximización de
utilidades establecidos por las grandes compañías multinacionales.

En tales condiciones estamos sometidos a un pago creciente de regalías y patentes de marcas,


productos y tecnologías de alto valor agregado, en tanto que buena parte de nuestras materias
primas y productos tradicionales se caracterizan por bajos precios y reducido valor agregado,
acentuando la dependencia externa y la asimetría del desarrollo económico entre naciones.

El impacto de este proceso sobre las economías y sociedades, y en particular sobre las relaciones
entre los países del norte y del sur no ha sido suficientemente explorado, pero es fácilmente

2
Keynes, John Maynard; Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero; FCE, p. 232.
previsible que ampliará las brechas y desigualdades existentes en el pasado, y perpetuará la
pobreza de buena parte de las naciones del planeta. Así, la estrategia aperturista, más que mejorar
el crecimiento e incrementar el empleo y la producción en los países pobres, probablemente
terminará produciendo una transferencia masiva de recursos naturales y financieros hacia los
países desarrollados.

1.2. La apertura
La apertura agropecuaria ilimitada se ha justificado sosteniendo que con ella se favorece al
consumidor al aportarle alimentos a precios más bajos que los ofrecidos por la producción
doméstica. (Debe aclararse que de todas formas, la apertura gradual y controlada, apoyada en un
fortalecimiento del aparato productivo es evidentemente un imperativo de nuestra economía).
Este argumento aparentemente incuestionable se pone seriamente en duda cuando se analiza
juiciosamente la situación relativa de nuestros productos frente a los vaivenes del mercado
internacional. El hecho es que el gobierno de Gaviria al profundizar la apertura de Barco, no
parece haber leído uno de los estudios más serios e importantes sobre el sector agrario cuyos
resultados salieron a la luz meses antes del relevo presidencial:

La Misión de Estudios del Sector Agropecuario al analizar econométricamente para el período


1950 – 1988, la trayectoria de los productos agrícolas domésticos frente a los importados y
concluyó que el consumidor nacional pagó precios más bajos a la opción alternativa de haber
importado masivamente los llamados productos transables (sujetos de comercio internacional).

En otras palabras, la política fuertemente proteccionista de ese período no encareció la


producción nacional sino que al fin de cuentas la protegió de los vaivenes de las oscilaciones de
precios del mercado mundial de alimentos evitando que en las coyunturas de bajos precios la
entrada masiva de alimentos hubiese destruido la base productiva – empresarial agropecuaria.
Esta fue precisamente la consecuencia de la apertura apresurada de Gaviria.

La apertura pasó, obviamente por encima los condicionantes estructurales intentando –de acuerdo
a los principios teóricos de quienes la promovieron y, por supuesto, los intereses de quienes los
promovieron a ellos– generar procesos de desarrollo utilizando exclusivamente mecanismos
monetarios e impulsando una fuerte desregulación. Pero en su apresuramiento los aperturistas
también pasaron por encima de sus propios postulados monetarios. Se suponía que uno de los
elementos esenciales era sostener una tasa de cambio equilibrada que tuviera un papel neutral
entre exportaciones e importaciones y unas condiciones propicias para que nuestros agricultores
tuviesen acceso a recursos frescos para financiar la adecuación de sus sistemas productivos.

Pues bien, la política monetaria optó por la revaluación del peso abaratando los productos
importados y mantuvo altas tasas de interés, con las que se trataba de defender la inversión
extranjera. Como se sabe las rentas financieras terminaron por ahogar la producción nacional.

La evolución de la economía colombiana en la última década es el resultado de una fuerte


interacción entre elementos estructurales y coyunturales, mediados por una política monetaria
que ejerció un efecto perverso sobre la estructura macroeconómica. A las altas, pero un tanto
artificiales e ilusorias, tasas de crecimiento del PIB obtenidas hasta 1995 se siguió una
desaceleración a partir de 1996 que se manifestaría finalmente en el colapso de la economía en
1999, año en el cual el PIB disminuyó en un 4,3%.

El origen del crecimiento artificioso obtenido hasta el 95, y del posterior colapso se encuentra
básicamente en la internalización financiera que decidió adoptar el país a partir de 1992. En
efecto el incremento en los flujos externos de capital a partir de 1993 dio lugar a una política
monetaria de contracción de la oferta monetaria que se traduciría en una revaluación del peso y
un notable incremento en la tasa real de interés. Estas modificaciones monetarias se expresarían
paulatinamente en el sector real en una disminución en la tasa de inversión y en un déficit en la
balanza comercial del sector externo, que a la postre provocarían un incremento notable en la tasa
de desempleo y una disminución en el crecimiento de la economía. De acuerdo con esta visión, el
déficit fiscal es la consecuencia de los desequilibrios macroeconómicos secuenciados aquí
descritos, y no su causa como ha tendido a plantearse en los últimos años.

La entrada de capitales externos, por su parte, favoreció una disminución sensible en el ahorro
interno privado que bajó su participación en el PIB a cerca de la mitad entre 1990 y 1997,
generando en la primera parte de la década una orgía de consumo de parte de los sectores altos y
medio altos de la población, consumo que progresivamente, y en buena medida, fue atendido con
un incremento de las importaciones en detrimento de la producción interna que para mediados de
la década inició su descenso.

En efecto, entre 1990 y 1996, "...el consumo como porcentaje del PIB, pasó de 76 por ciento a 83
por ciento, mientras que la formación bruta de capital fijo se mantuvo constante en el 17 por
ciento. Así que la bonanza de los 90 no se tradujo en inversión productiva” (González, 1999, 17).
En tanto, el endeudamiento privado en el exterior aumentó su participación en el PIB de un 5,8%
en 1992 a un 15,8% en el 2000, y la inversión extranjera anual pasó de menos de mil millones de
dólares en 1992 a U.S. $6.231 millones en 1997. A estas entradas de capitales habría que agregar
las correspondientes a los réditos de los cultivos ilícitos, que algunas cifras preliminares permiten
aproximar a los mil millones de dólares anuales. De esta manera los flujos de capital externo
cerraron la brecha del desbalance comercial externo manteniendo altos niveles de consumo en
detrimento de la inversión en un primer momento, para luego actuar en detrimento de la
producción interna.

1.3. Hipertrofia urbana y sociedad rural


Los sectores urbanos, ya agobiados por altas tasas de desempleo e informalidad, no serán
capaces, en un plazo de tiempo razonable, y con la suficiente celeridad, de absorber
productivamente, ni proveer de unas condiciones de vida mínimamente dignas, a las familias y a
la mano de obra campesina, desplazada cada vez más aceleradamente de las áreas rurales, tanto
por razones asociadas a la disolución de las economías campesinas, como por motivos políticos
relacionados básicamente con la guerra.

Los economistas, si logran despojarse de ciertos prejuicios teóricos, alimentados


fundamentalmente por posturas ideológicas y políticas, deberían volver la mirada sobre los
factores de producción disponibles efectivamente en el país, y seguramente encontrarán en las
economías campesinas una posibilidad mucho más realista y plausible que la ciega confianza en
las posibilidades del mercado internacional, para sacar al país de su letargo económico y social.

Si se mantienen las actuales tendencias demográficas, Colombia tendría en el año 2010 una
distribución de la población extremadamente desequilibrada e insostenible puesto que la
actividad urbana no tiene la capacidad de continuar asimilando un crecimiento poblacional como
el previsto. Las altas tasas de desempleo no parecen ser reversibles en corto tiempo y en el largo
plazo las posibilidades no son muy alentadoras puesto que el actual modelo de desarrollo
tecnológico global tiende a generar crecientes niveles de exclusión. El subempleo y el empleo
informal que está llegando al 60% del empleo total, mantendrá la mayor parte de los trabajadores
vinculados a este tipo de actividades en una situación precaria.

Aún para una fracción alta de los trabajadores empleados formalmente las remuneraciones
salariales no alcanzan a comprar sino una fracción de la canasta básica de alimentos y una parte
aún mucho menor del conjunto de bienes que componen la canasta de la clase trabajadora. El
cuadro de las condiciones extremas que enfrentan las nuevas generaciones se completa con las
soluciones formales de vivienda, que rayan en el hacinamiento, con la precariedad del espacio
público de los asentamientos populares de las grandes ciudades, con la baja calidad de los
servicios básicos y de la educación que actualmente se le brinda a la mayor parte de la población
urbana

Las condiciones de precariedad para los sectores populares integrados formalmente y de


precariedad extrema para la enorme masa de excluidos, continuará generando desarraigo y
agudizará las condiciones para multiplicar la violencia social que amenaza con desintegrar cada
vez más las pautas de cohesión y convivencia social.

No hay duda: el actual modelo de desarrollo y de asentamiento de la población llevará


inevitablemente, a una total insostenibilidad de las ciudades aún si hipotéticamente no hubiese
influencia de la guerrilla y los paramilitares (cosa que es pensable para el análisis pero
inconcebible en términos reales). El problema de la violencia y la explosión urbana se relaciona
con la cada vez menor posibilidad —de esa parte de la sociedad civil que busca el camino de los
pactos sociales, y de las autoridades gubernamentales — de controlar grupos sociales que por sus
condiciones precarias y de desesperanza no entrarán en el pacto. Estamos asistiendo
progresivamente a la disolución de las pautas sociales y a la atomización del control social en
grupos barriales violentos.

El espacio económico y urbanístico, así como el espacio de las relaciones familiares y de


vecindario, será caldo de cultivo para multiplicar las formas de violencia social por las cuales
estamos transitando a grandes carreras. En estas circunstancias revertir, al menos parcialmente,
las tendencias de migración rural – urbana es una de las tareas imperativas que tiene que
enfrentar el país. Si no se actúa en este sentido, a la inmanejabilidad del problema rural se sumará
la inmanejabilidad de los sectores populares urbanos.

Mirada las cosas de otro lado, Colombia es un país en el cual la mayor parte de su economía rural
depende de la actividad productiva de los campesinos, quienes tienen y han demostrado enormes
potencialidades de expandir su producción. Fortalecer la economía campesina y con ella el sector
rural es una condición necesaria para la reconstrucción de la convivencia y para hacerla posible
hacia el futuro inmediato.
2. EVOLUCIÓN DEL SECTOR AGRARIO

2.1. Consolidación de tres tipos de empresas agropecuarias: la capitalista, la


familiar y el latifundio ganadero
La vieja visión de un sector agrario dual polarizado entre una agricultura empresarial moderna y
un campesinado atrasado no corresponde a la realidad actual del sector agropecuario. En
Colombia, un amplio sector del campesinado, a partir de la década de los setenta, ha venido
transformando sus sistemas de producción introduciendo cambios técnicos basados en la oferta
de la Revolución Verde. Se tiene actualmente una economía campesina altamente integrada al
mercado, adaptada a la creciente y cambiante demanda de productos agropecuarios tanto nacional
(todo tipo de alimentos) como internacional (tabaco, café, marihuana, coca, amapola, algunos
frutales) y con una intensa red de interrelaciones empresariales con los capitalistas agrarios.

De otro lado y como contraparte del proceso de modernización del campesinado y de desarrollo
de la empresa capitalista agrícola y pecuaria, el latifundio ganadero que ocupa la inmensa
mayoría de la superficie agropecuaria se ha consolidado como una empresa cuyos objetivos
económicos relacionados con la obtención de excedentes pecuarios se combinan y se subordinan
al control del territorio y a la especulación inmobiliaria. Al contrario de lo que sucede con la
actividad capitalista agrícola o pecuaria, cuya reproducción depende de la obtención de utilidades
basada en la incorporación de tecnologías relativamente intensivas en capital, el modelo
latifundista es esencialmente rentista y representa una inmovilización masiva e improductiva de
la tierra como factor productivo.

Se constituye de esta manera una tríada empresarial sobre la cual se desarrolla nuestra estructura
empresarial agropecuaria: la empresa familiar, la empresa capitalista agraria y el latifundio
especulativo ganadero. Entre los campesinos, entre estos y buena parte de los capitalistas agrarios
se ha tejido una gama de intensas interrelaciones que posibilita la circulación productiva de
capital, tierra y trabajo. Mientras tanto el latifundio ganadero especulativo funciona como un
poderoso factor de inmovilización de la tierra y de desplazamiento de fuerza de trabajo.

Los productos agrícolas predominantemente campesinos, cuya dinámica dependen


fundamentalmente de la producción familiar rural, tienen actualmente un mayor peso que los
capitalistas: representan el 68% de la producción agrícola total del país (contra 32% de los
capitalistas). Si se les descuentan la coca y la amapola —que actualmente son cultivadas, cada
una, en un 60% por los campesinos— su participación es del 63%.

Los productos predominantemente campesinos son aquellos cuya dinámica productiva depende
de la participación de la empresa familiar en la producción: papa, maíz, panela, plátano, yuca,
fríjol, ñame, ajonjolí, tabaco, fique, cacao, hortalizas, frutales para el consumo nacional, café
tradicional, café tecnificado en superficies menores a 10 has, 60% de la coca, 60% de la amapola.
En algunos cultivos una parte importante es llevada a cabo en asociación entre empresarios -
financistas agrícolas y unidades familiares. Es el caso, por ejemplo, de una parte de la papa en el
altiplano cundiboyacense o de una fracción de la producción panelera en la hoya del río Suárez.
Por su parte, la empresa capitalista agrícola se concentra en el arroz, el algodón, las flores, la soya
el sorgo, el banano de exportación la caña de azúcar, la palma africana, y una fracción de la
producción cafetera, cocalera y amapolera. Los cultivos de los campesinos ocupan un poco más
de 2 millones y medio de hectáreas mientras que los capitalistas son un poco menos del millón y
medio.

En la producción pecuaria de origen bovino el 30% es aportado por los campesinos y un 40% por
los capitalistas. El latifundio ganadero que no contribuye con más del 30% de esta producción,
concentra un 80% de la superficie agropecuaria nacional. Son unas 35 millones de hectáreas con
alrededor de 0,6 reses por hectárea.

2.2 Pérdida de la importancia relativa del sector agropecuario en la


economía nacional
Aunque levemente, la evolución sectorial de la estructura de la economía colombiana acusa una
pérdida de participación clara de los sectores agropecuario (del 16% al 11% entre 1990 y 1996), e
industrial (del 20% al 18% en el mismo período). En contrapartida la evolución creciente de la
minería, constituye el fenómeno más significativo de la transformación de la estructura
productiva de la economía. Al duplicar la tasa de crecimiento promedio, su participación se
multiplicó por 2,8 en el período 1970-96. Tal hecho confirma la creciente dependencia de la
economía de los recursos naturales, que poco o nada tiene que ver con mejoras de productividad,
o gestión empresarial y de mercados.

Los precios agropecuarios han subido mucho menos que los del resto de la economía de tal
manera que la relación de términos de intercambio intersectoriales, ha desfavorecido
notablemente al sector agrario: sus precios relativos son hoy en día menores en 80% a los de 26
años atrás. Consecuentemente los ingresos totales del sector agropecuario han bajado su
participación en el conjunto de la economía a un poco menos de la mitad en un cuarto de siglo a
pesar de haber tenido un notable crecimiento en términos físicos muy superior al crecimiento de
la población (al 3,31% anual entre 1970 y 1996).

Estas observaciones son consistentes con el principio económico según el cual los consumidores
no aumentan sus compras de alimentos cuando se les aumenta el ingreso (baja elasticidad ingreso
de la demanda), principio que aunque rige en la economía colombiana resulta paradójico si se
considera que una gran parte de la población3 no tiene acceso a los alimentos que necesita. El
problema es que como el alza en los ingresos se concentra en un sector de la población la
evolución positiva de la riqueza nacional no se corresponde con una dinámica equivalente en la
compra de alimentos.

3
“Entre 1980 y 1993 Colombia se ubicaba por debajo del promedio regional latinoamericano (desnutrición global,
medida como la relación peso / edad en un 11% y una desnutrición crónica de un 21%). La desnutrición en niños
menores de 5 años disminuyó del 21% en 1965 al 8,4% en 1995 y la desnutrición crónica pasó del 32 al 15% en este
período. A pesar de estos avances existe una gran diferencia regional al interior del país: en la costa del Pacífico se
presenta una desnutrición global cercana al 17%, en la costa del Atlántico al 15% y en el sur del país al 14%. En el
sector rural se poseen datos que muestran desnutrición cercana al 19% en sus pobladores, en tanto que en las zonas
urbanas este indicador se acerca al 13%”. [Riveros, 2000]
Por otra parte, la caída de los ingresos totales del sector no debe inducir a conclusiones
apresuradas sobre su impacto final en el bienestar de la población del sector. En primer lugar
debe considerarse que dicha caída va acompañada de una disminución relativa de la población
rural dentro de la población total, y de la vinculada a actividades agropecuarias dentro del total
rural. Por otra parte, la misma Misión Rural constata que pese a que los precios al productor de
alimentos registraron una tendencia negativa hasta 1990, a partir de dicho año acusan una
significativa tendencia al alza, exactamente del 5,7% promedio anual entre 1991 y 1995. De la
misma manera, la caída significativa de los precios al consumidor en grupos como frutales,
legumbres y hortalizas, acompañados paradójicamente de fuertes incrementos en los precios al
productor, sugieren mejoras substanciales en los procesos de producción y mercadeo que se
analizarán con detalle en la segunda parte de este documento.

2.3. La crisis del cultivo del café


El café es aún el cultivo de mayor importancia del país en términos de su participación en la
superficie agrícola (22%); del valor de la producción agrícola (18%); de su contribución a las
exportaciones agropecuarias (34%)4 y de la generación de empleo, a pesar de haber perdido
160.000 hectáreas entre 1990 y el 2000 que representan el 16% de la superficie que se tenía
plantada en 1990. Este enorme retroceso es consecuencia de la desregulación de los precios
internos anteriormente sustentados por la Federación Nacional de Cafeteros; la caída y
especialmente de las fluctuaciones de los precios internacionales en un nuevo escenario sin Pacto
Internacional del Café; la afectación de la productividad por la broca; y, en fin, por el
sometimiento de la producción cafetera a las nuevas condiciones del sector agropecuario en
general, impuestas por el nuevo modelo de liberalización económica.

Los resultados más notorios de la crisis cafetera son la salida de la escena productiva de la mayor
parte de las empresas capitalistas quedando el sector en manos de los pequeños productores
familiares y, complementariamente, la intensa fragmentación de la propiedad al punto en que hoy
en día el cultivo del café es una actividad abrumadoramente minifundista5. Los campesinos
aportan actualmente el 70% de la producción y cultivan 670.000 hectáreas mientras que las
empresas capitalistas cafeteras ocupan 189.000 hectáreas y producen el restante 30%. Si se
considera que a finales de la década de los ochenta la empresa capitalista cafetera concentraba
más del 70% de la producción, no hay duda que se ha presentado un cambio estructural radical en
la estructura empresarial del café.

2.4. Disminución del área de los cultivos transitorios y consolidación relativa


de algunos cultivos permanentes. Estabilización de la producción
campesina.

4
Según los datos oficiales del Ministerio de Agricultura (cálculos hechos con la información de la base de datos del
anuario estadístico)
5
Minifundio: unidad de producción con una extensión insuficiente para generar los ingresos suficientes para la
reproducción de una familia campesina.
El sector agropecuario, a partir de 1990, entró en una crisis profunda como consecuencia de las
medidas aperturistas y de los efectos del desmonte de los subsidios y de gran parte del sistema
estatal de apoyo y servicios, condiciones que fueron agravadas con tasas de interés
descomunalmente altas y con unas condiciones sumamente favorables para la producción
importada por una tasa de cambio revaluada y la caída de los precios internacionales de estos
productos. Los efectos de esta crisis se manifestaron más severamente en la producción
capitalista que en la campesina.

Los cultivos que más retrocedieron fueron los transitorios mecanizados de los valles interandinos,
de la Costa Caribe y de las vegas de la Orinoquia. Parte de los cultivos de los campesinos se
mantuvieron estables e inclusive algunos mantuvieron sus tendencias al crecimiento como la
papa, la panela, el plátano, las hortalizas y los frutales dirigidos al consumo doméstico.

Pero la economía campesina también sufrió las consecuencias de este proceso. Es así como con la
apertura fueron drásticamente golpeados el “maíz tradicional” uno de los principales cultivos de
la economía familiar y algunos otros cultivos cuya participación es menos importante como la
cebada, el fique y el ajonjolí. Otros cultivos como el fríjol tuvieron reducciones importantes pero
de proporciones menores que la de los acabados de mencionar.

Las hortalizas y los frutales se han venido multiplicando en los últimos años como respuesta a la
demanda interna de alimentos. La expansión de estos cultivos se ha basado en el modelo
tecnológico de pequeña escala con alta incorporación de agroquímicos y uso intensivo de la mano
de obra. El riego en ladera por gravedad y con aspersores ha sido fundamental para este
desarrollo. Para ello los campesinos han tejido un intrincado sistema de mangueras por medio del
cual se aprovisionan de toda suerte de fuentes de agua con las posibles repercusiones ambientales
que mencionamos atrás. Mientras el área agrícola del país creció en un 34% entre 1973 y el 2000,
la superficie en hortalizas lo hizo en 67% alcanzando actualmente 108.000 hectáreas repartidas
en parcelas que por lo regular no alcanzan la hectárea. Los frutales de consumo interno (se
exceptúa en esta contabilización al banano de exportación) aumentaron su superficie sembrada
en 979%6 llegando actualmente a las 158.000 hectáreas.

La mayor estabilidad mostrada por la producción familiar se debe, de un lado, a la relación


esencial del productor familiar rural con su condición de campesino y con su comunidad rural. En
segundo lugar a la organización productiva de sus sistemas de producción que les da ciertas
ventajas: 1) costos monetarios relativamente bajos por unidad de producto; 2) combinación de
actividades para la comercialización mediante un sistema muy flexible de cambios en sus líneas
productivas; 3) aporte significativo del autoconsumo al ingreso del hogar y flexibilidad del
autoconsumo para aumentar su contribución en épocas de crisis; 4) asociaciones entre los
productores campesinos y de éstos con financistas agrarios para la circulación productiva de
tierra, capital y trabajo y para la minimización del riesgo7.

2.5. Aumento de la importancia de los cultivos proscritos

6
Repetimos en 979%. Todos estos cálculos se han hecho con los datos oficiales de Minagricultura.
7
Estos financistas han surgido por lo general entre los mismos campesinos.
La coca y la amapola tienen una participación muy reducida en el área sembrada (de menos del
5%) mientras que contribuyen con más del 20% del valor de la producción agrícola nacional. La
coca ha tenido un crecimiento vertiginoso mientras que la amapola, parece ser mucho más
sensible a las fumigaciones. El cultivo de hoja de coca en Colombia pasó durante la década de los
noventa de 36.000 a 163.000 hectáreas en el 2002 mientras que la amapola disminuyó de 19.000
a 6.500. En estos dos cultivos la participación de los productores campesinos es mayoritaria:
alrededor del 60% del área cultivada.

Como es sabido, Colombia era principalmente productor de cocaína a partir de las importaciones
de hoja o de base de coca provenientes de Perú y Bolivia. Una primera expansión de los cultivos
de coca para producir cocaína se produjo entre 1981 y 1983, otra hacia 1987 y para la década de
los años 90, debido al descenso de la producción en dichos países, y ante una demanda creciente
de droga en los mercados internacionales, se produce un crecimiento en el área sembrada de coca
en Colombia.

Algunas fuentes confiables permiten realizar una estimación gruesa sobre la significación
económica y estructural del narcotráfico en la economía colombiana, cuyos ingresos pudieron
representar entre 2,3% y el 6,07% del PIB en el primer lustro de la década de los años 80.
Aunque en los años más recientes la creciente intermediación de mafias extranjeras como la
mexicana pueden haber absorbido una parte importante de la rentabilidad comercial, el
crecimiento de las áreas sembradas en Colombia ha logrado mantener un flujo importante de
dólares al país.

La represión oficial a través de la fumigación ha desplazado la coca del Caquetá al Putumayo


multiplicando, a nuestro juicio, los problemas sociales y políticos por las interconexiones mucho
más intensas en esta zona, que en aquella, con otros sectores de la población y de la economía
nacional y del Ecuador. Pero al interior del departamento del Caquetá ha habido un
desplazamiento interno significativo a la que fuera el área de distensión, en donde se está
multiplicando aceleradamente el área cultivada, al amparo del control territorial de las Farc.

2.6. Pérdida de peso de las exportaciones agrícolas y aumento de las


importaciones agropecuarias
La balanza comercial durante la última década de apertura comercial, pasó de un superávit de
cerca de 2.200 millones de dólares en 1991 a un déficit de 3.500 millones en 1998. Tal vez el
aspecto más sobresaliente de este proceso, además del crecimiento sostenido del déficit
comercial, sea el enorme peso que ha mantenido el rubro de productos primarios y recursos
naturales dentro del total de exportaciones colombianas. Por su parte, las exportaciones
agropecuarias cayeron entre 1991 y 1998 de U.S.$ 429 millones a U.S.$288 siendo
particularmente acentuada la disminución en el caso del algodón. En tanto, en el mismo periodo
las importaciones aumentaron de 230 a 1.150 millones de dólares, destacándose los incrementos,
en su orden, en maíz, trigo, frutas, cebada, arroz y legumbres y hortalizas (véase Misión Rural op.
cit.). En el caso de la agroindustria, el dinamismo de las importaciones ha duplicado el de las
exportaciones.
2.7. Cambios en la composición del empleo en el sector rural
Según las Encuestas de Hogares Rurales, el 56% del empleo rural era agropecuario en 1997,
mientras que en la industria se ocupaba el 6% y en los servicios y demás actividades terciarias el
33%. Años antes, en 1988, la proporción del empleo agropecuario era del 61%8. Esta
disminución ha dado para especular sobre un cambio estructural de la economía rural en la cual
perderían importancia las actividades agropecuarias y surgirían con fuerza algunas nuevas
actividades asociadas lo que se ha denominado la nueva ruralidad. Esta idea que surge más de las
corrientes en boga que del análisis de la realidad de nuestro país, nos parece poco consistente con
el caso colombiano al menos por tres razones.

En primer lugar la caída porcentual del empleo agropecuario en la economía rural se debe, a
nuestro juicio, a la crisis de una gran parte de los cultivos (especialmente el café y los transitorios
- capitalistas) y al paso consecuente de un gran número de personas a actividades precarias
informales. No se trata del surgimiento de posibilidades interesantes de carácter industrial
(pequeña industria rural) o de nuevos servicios que prestaría el campo a la sociedad en su
conjunto (venta de servicios ambientales, turismo y ecoturismo etc.) y que elevarían el nivel de
vida de la población rural. No parece estar surgiendo una ‘nueva ruralidad’ en la cual se abra un
abanico de nuevas oportunidades para el campo que hace pasar a un segundo plano a la
agricultura sino que las tendencias recientes de la agricultura son el resultado de una prolongada
crisis agropecuaria cuya recuperación podría, eventualmente, revertir estas tendencias. Un
indicador que apoya lo acabado de afirmar es la trayectoria decreciente del empleo manufacturero
en el sector rural el cual disminuyó en 10% entre 1988 y 1997 (mientras que el empleo agrícola
decreció en 8%).

Lo segundo es que en nuestro país el grueso de las actividades de los centros urbanos pequeños
(cabeceras municipales con menos de 10.000 o 20.000 habitantes) tiene como sustento la
dinámica de la actividad agropecuaria a partir de la cual se forman la mayor parte de
encadenamientos económicos. En tercer lugar se ha observado que para buena parte de los
hogares que viven en las cabeceras municipales, la producción agropecuaria constituye una
fuente de ingresos. Están, de un lado, los jornaleros agrícolas que en ocasiones forman
asentamientos relativamente populosos como en el caso de las zonas cafeteras. De otra parte
tenemos las personas que viven en los pueblos y tienen sus negocios agropecuarios: fincas
administradas por terceros; lotes de cultivo, o ganado, bajo diversas formas de asociación.

2.8. Consolidación de un sistema alimentario con una oferta permanente de


alimentos frescos
Una de las características centrales de nuestro sistema alimentario es la de ser abastecido por un
gran número de productores a lo largo y ancho de la geografía del país, mediante una producción
atomizada en cientos de miles de parcelas, que en condiciones tropicales, con variados
mesoclimas y microclimas, ofrece permanentemente una amplia gama de alimentos. La

8
Datos del DANE - Encuestas Rurales de Hogares procesados por López et al 2000.
infraestructura vial, a pesar de su precariedad, ha permitido integrar Inter.-regionalmente los
mercados conformando un mercado nacional que transmite información de precios y pone a
circular alimentos en vastas redes interconectadas. Las centrales de abastos de las grandes
ciudades, y algunos centros de acopio regionales, cumplen el papel de redistribuir la oferta
alimentaria regional y nacionalmente.

En estas condiciones el consumo de productos frescos es sumamente importante y representa una


ventaja inapreciable para los hogares. Para los de bajos ingresos porque dadas sus limitaciones
presupuestales, es preferible hacer la transformación de los alimentos en la cocina y evitar el
sobre costo que deberían pagar a la industria por los alimentos procesados. Para los hogares de
ingresos medios por el permanente acceso de productos frescos a precios razonables y de mayor
calidad nutricional que los procesados. En números, el gasto en productos agrícolas de consumo
directo —tubérculos, plátanos, hortalizas y legumbres— es actualmente del 23% del total gastado
en alimentos consumidos en el hogar para el grupo de ingresos bajos, y de 21% para el de
ingresos medios.

De acuerdo con la última canasta de alimentos establecida por el Dane la producción de los
campesinos tiene actualmente un peso muy importante en la dieta de los colombianos: 35%. Este
porcentaje no incluye el suministro de ciertas materias primas para la agroindustria alimentaria
(café; oleaginosas) y para la agroindustria no alimentaria y las exportaciones (café nuevamente;
fique; tabaco; cebada; coca; amapola y marihuana).

Creciente dependencia de las importaciones agroalimentarias sin que llegue a niveles exagerados.
Retroceso relativo de esta tendencia en 2.001 – 2.002 y fortalecimiento de la oferta nacional, en
medio de una situación de crisis que ha aumentado los niveles de subalimentación.
3. EL PROBLEMA DE LA TIERRA Y DEL TERRITORIO

3.1. Expansión de la frontera agrícola y aumento de la concentración de la


tierra como contrapartida al desplazamiento y las migraciones de los
campesinos
En las dos últimas décadas se han agudizado algunas tendencias que han llevado a una mayor
polarización en las formas de apropiación del territorio y que son consecuencia del conflicto rural
y causa directa de su creciente agudización: 1) ampliación de la frontera agrícola sobre el bosque
húmedo tropical (Amazonia, Magdalena Medio, Urabá, Costa Pacífica) y más recientemente
hacia las partes más altas y más frágiles de las cordilleras mediante colonizaciones seguidas por
la expansión de praderas para ganaderías extensivas, con las consecuentes pérdidas de bosques y
degradación de ecosistemas frágiles; 2) agudización de la concentración de la propiedad de las
tierras de mejor aptitud en el interior y en las nuevas fronteras; 3) aceleramiento de las
migraciones rural-urbanas y de los desplazamientos forzados de poblaciones campesinas, en
particular desde mediados de la década de 1980; 4) reducción de las áreas sembradas y de la
producción, en especial de cultivos temporales producidos bajo modalidades tanto empresariales
como campesinas; 5) implantación de cultivos para fines ilícitos en los bordes de la frontera; 6)
multiplicación de las importaciones de alimentos y materias primas y 7) profundización de
conflictos armados asociados con esas tendencias.

Al analizar las migraciones internas del país se advierte como ocurren, de manera preferencial, en
el interior de las grandes regiones geográficas: 1) Norte-nororiente; 2) Centro-centro oriente; 3)
norte-occidente; 4) sur-sur occidente, 5) sur oriente; a su vez, cada una de estas regiones está
configurado en su interior por una estructura compuesta por: a) áreas de minifundio; b) áreas de
agricultura comercial; c) áreas de latifundio ganadero; d) epicentros urbanos y e) áreas de
frontera. La dinámica de la población dentro de estas estructuras regionales ocurre entonces de la
siguiente manera: en las áreas de minifundio la población presenta tasas de fecundidad mayores
que las de otras regiones pero sin que la disponibilidad de tierras le permita su articulación
productiva, en la medida en que la concentración de la propiedad impide su ampliación, en que
estas áreas coinciden con las de menor potencial productivo y en que las economías campesinas
no disponen de medios para aplicar tecnologías que permitan el aprovechamiento sostenible de
sus recursos y resultan afectadas por la erosión de los suelos y de los recursos y la pérdida de
fuentes hídricas. La fuerza de trabajo excedentaria de las áreas de minifundio engancha
temporalmente en las áreas de agricultura comercial pero no puede estabilizarse en ellas, como
tampoco en las áreas de latifundio ganadero, el cual no solamente no genera empleo sino que
absorbe de manera creciente tierras que podrían soportar la ampliación de la agricultura
campesina. En estas condiciones el circuito migratorio se desplaza hacia las ciudades, dominadas
por la informalización del empleo, en condiciones que facilitan una nueva fase migratoria, esta
vez hacia las fronteras, ahora dinamizadas por los cultivos proscritos o por actividades extractivas
(petróleo, oro). A su vez, estas actividades productivas contribuyen a la valorización de esas
tierras, proceso del que no se benefician los migrantes y del que si se apropian quienes finalmente
concentran la propiedad territorial en esas regiones.
3. 2. Territorio y usos del suelo
Colombia se encuentra dentro de los países latinoamericanos con menor abundancia relativa de
suelos arables. Según información de FAO, únicamente el 3.6% de la tierra total puede ser
incluida dentro de los suelos mecanizables. A esta limitación se añade el uso inadecuado de los
suelos: según el IGAC, en Colombia existen alrededor de 14 millones de hectáreas aptas para la
agricultura, pero se utilizan para este fin aproximadamente 5 millones. En cambio, para la
ganadería hay alrededor de diez y nueve (19) millones de hectáreas aptas y se utilizan cerca de
cuarenta (40) millones para este fin, de las cuales sólo cinco (5) millones tienen pastos
mejorados, mientras que el resto (35) se explotan de manera extensiva. Así, en conjunto, casi el
45% de los suelos del país es destinado a usos inadecuados.

De acuerdo con la Encuesta Agropecuaria del DANE (1996), la distribución de la propiedad está
acompañada por un patrón de uso del suelo que no favorece a la agricultura: Según este registro,
las unidades más pequeñas (menores de 5 hectáreas) que constituyen el 46,8% de las fincas y que
al mismo tiempo controlan solamente el 3,2 % de la tierra, destinan el 38,6% de su superficie a
usos agrícolas, en tanto que las unidades mayores de 200 hectáreas, que corresponden al 2,8% de
las fincas y controlan el 39.0% de la tierra, solamente destinan a estos usos el 2,5 % de su
superficie, sin que sean evidentes diferencias en la productividad que sugieran un mejor
aprovechamiento por unidad de superficie en las explotaciones mayores.

Esta información ilustra simultáneamente dos tipos de problemas: en primer lugar, la persistencia
del patrón concentrador, contrario al afianzamiento efectivo de la mediana propiedad, la cual,
según distintos analistas proporciona las bases más confiables para el desarrollo; en segundo
lugar, el uso del suelo está caracterizado por la predominancia de los aprovechamientos
extensivos, fundamentalmente ganaderos, en detrimento, aparentemente, de la agricultura; según
la misma Encuesta, las fincas de mayor tamaño dedican a la ganadería, principalmente extensiva,
el 72,3% de su superficie y en ellas se localiza el 42,1% de las tierras ganaderas.

El afianzamiento de la concentración de la propiedad territorial rural ha ocurrido con fuerza


particular en las tierras de mejor vocación agrícola y pecuaria, aun cuando no exclusivamente en
ellas, como lo demuestra la Encuesta Agropecuaria mencionada.

Al margen de estos espacios han quedado otros territorios (relictos de los páramos y el grueso de
los bosques tropicales), los cuales, al tiempo que constituyen santuarios de biodiversidad, por la
configuración de sus suelos y sus características climáticas no ofrecen atractivos para la
producción agrícola o pecuaria dentro de los patrones tecnológicos dominantes. De esta manera,
se convierten así en áreas marginales propicias para el asentamiento de las poblaciones
expulsadas del interior de la frontera agrícola, siguiendo tendencias claramente reconocidas a
nivel mundial, de los procesos que han conducido a conflictos económicos y políticos derivados
de la concentración de la propiedad rural y la exclusión de los pequeños campesinos del acceso a
la tierra [Binswanger 1993].

El desorden característico de la ocupación del territorio nacional fue el resultado de ausencias de


Estado, de vacíos en la jerarquización de los componentes del espacio nacional, de la carencia de
políticas y orientaciones para el poblamiento, la formación de los asentamientos humanos y el
acceso a la tierra. El resultado ha sido, además del profundo deterioro ambiental y la ampliación
de la pobreza, el surgimiento de condiciones que ponen en jaque el modelo social, económico y
político vigente. Las tendencias en la ocupación del territorio han ido en contravía del sentido de
una verdadera política de poblamiento como instrumento que permita “estimular o desestimular
la ocupación de determinados espacios por medio de la asignación de recursos para
infraestructura y producción, apoyos fiscales, etc.; se penaliza el uso de determinados recursos o
el simple asentamiento”. Es evidente la ausencia de un proyecto sostenido de ocupación y manejo
del espacio nacional en el que se exprese la valoración y conocimiento de nuestros propios
recursos.

De algunos años a esta parte la tendencia hacia la concentración de la propiedad territorial


apoyada en la violencia ha ampliado su espectro al control de territorios de valor estratégico, ya
no solamente por el control de la tierra, sino también por las aguas y otros recursos: mineros,
futuros desarrollos viales, fluviales, etc. (“megaproyectos”), de lo cual han sido evidencias los
desplazamientos generados en las áreas de influencia de la Represa de Urrá ante la expectativa de
la construcción del canal Atrato-Truandó, la irrupción de los desplazamientos violentos en el
Urabá chocoano, etc. Otro tanto ha ocurrido con territorios de significado estratégico-militar y, en
últimas, geopolítico, como son el sur de Córdoba (Nudo de Paramillo), sur del Tolima
(Rioblanco), alto Putumayo, etc.

Estas tendencias, en las cuales poblaciones enteras resultan profundamente afectadas por la
pérdida de sus territorios ocurren cuando convergen sobre el país distintos procesos que
favorecen la formación de la conciencia ambiental y el reconocimiento de los derechos
territoriales de las comunidades. Desde principios de la década de 1990 comenzaron a hacerse
sentir en el país las demandas promovidas por múltiples sectores internacionales (entidades
ambientalistas estatales, organizaciones no gubernamentales, agencias financieras, etc.) junto con
expresiones de origen igualmente variado, de carácter nacional en torno a la necesidad de
desarrollar la preocupación por los problemas ambientales y de impulsar políticas y acciones
encaminadas al manejo racional y sostenible de los recursos naturales.

Según lo señalan los distintos estudios sobre el tema y lo ratifican las evaluaciones mas recientes
de la problemática agraria colombiana (Rincón, 1997; Heath & Deininger, 1997; Machado, 1998)
la tenencia de la tierra en el país la caracteriza, definitivamente, una elevada concentración de la
propiedad: baste citar a los mencionados expertos del Banco Mundial, quienes señalan cómo
entre 1960 y 1988 el coeficiente de Gini solamente se desplazó de 0,86 a 0,84, tendencia
confirmada por la Encuesta Agropecuaria de 1995 [Dane 1996] y que Rincón concluye se
incrementó de 0,85 en 1984 a 0,88 en 1996. A su vez, esta tendencia se ha conjugado con un
modesto desarrollo productivo, centrado fundamentalmente en la mediana y pequeña propiedad
(Mesa, 1990).

Hay importantes diferencias regionales en los índices y tendencias de la concentración de la


tierra. Así, el estudio de la Contraloría General de la Nación (Ossa; Candelo y Mera; 2001),
identificó al occidente colombiano como la región de más alta concentración de la propiedad
rural y el Valle del Cauca como el departamento donde más se concentró entre 1985 y 1996. Una
concentración alta es observada por ese estudio en Antioquia, Sucre y Cesar. El estudio de
Rincón sobre el catastro detecta que el proceso de concentración entre 1984 y 1997 fue mayor en
Cesar, Bolívar, Valle, Quindío, Caquetá y Putumayo, en tanto que las Encuestas agropecuarias
del Dane permiten identificar procesos de concentración de las explotaciones agropecuarias en
Meta, Casanare y Chocó.

Así las cosas al iniciarse el nuevo milenio Colombia se encuentra sumida en un vasto conflicto que
hunde sus raíces en viejos problemas no resueltos, uno de los más relevantes, posiblemente, tiene
que ver con las relaciones económicas, políticas y sociales derivadas de la gran concentración de la
propiedad de la tierra. Las cifras para 1984 muestran que los predios de menos de 5 hectáreas
estaban en manos del 65,7% de los propietarios, controlando el 5.0% de la superficie, en tanto los
predios de más de 500 hectáreas pertenecían al 0.5% de los propietarios que controlaban el 32,7% de
la superficie. Ya para 1996 el desequilibrio era mayor, pues en el primer caso los propietarios de
menos de 5 hectáreas eran el 19,3% del total con el 4,3% de la tierra, y los segundos pasaron a ser el
0,4% de los propietarios con el 44,6% de la superficie. Es decir, los pequeños propietarios eran más
con menos tierra, en tanto, los grandes eran menos con más tierra, aumentando la superficie a su
disposición en 12 puntos porcentuales.

En torno al tema de la distribución de la tierra se han configurado dos posiciones básicas: la primera,
con distintos matices argumenta que la tierra ha perdido importancia como factor productivo y el
acceso a la misma no genera poder económico ni político; por tanto, los esfuerzos encaminados a su
redistribución serían una inversión inútil que no lograría otra cosa que crear “pobres con tierra”.

En contraposición a este planteamiento y con base en las cifras oficiales, que exponen la imparable
tendencia a la concentración de la propiedad, el aumento de las tierras dedicadas a la ganadería
extensiva, la valorización de las tierras en torno a proyectos no agropecuarios de inversión estatal o
privada, los altos costos de la tierra en Colombia comparados con los de otros países (Europa,
Bolivia, Vietnam), la disminución de la producción de alimentos y el agravamiento de los
desplazamientos forzados de comunidades campesinas, se aboga por una distribución equitativa del
recurso, sin desconocer el significado estratégico que tienen para el desarrollo en general y en
particular del campo, la democratización del acceso a los demás recursos para la producción como la
tecnología y el crédito, el acceso a los mercados, la capacidad de agregar valor en la finca y en la
localidad a los bienes de origen agropecuario, el equilibrio campo-ciudad en la distribución de los
beneficios del desarrollo y la construcción de una institucionalidad democrática.

La tendencia a la concentración de la propiedad de la tierra se agrava por el debilitamiento del


empresariado rural por la apertura económica, de manera que el estudio de Rincón revela una
pérdida de tierra de las propiedades medianas entre 100 y 500 hectáreas, en beneficio de la más
grandes, ampliándose la polarización entre la mini y la microminifundización y la gran propiedad,
fenómeno alimentado por la violencia, las masacres, el tipo de aprovechamiento de la tierra en los
distintos cultivos y los arreglos para su uso, como los “arreglos invertidos”, donde grandes empresas
entran en relaciones con pequeños propietarios.

Los resultados de estos acuerdos de aprovechamiento y uso del recurso tierra no son siempre los
mismos. En algunos casos, estas circunstancias favorecen a pequeños y medianos campesinos que se
colocan en posición de aprovechar condiciones locales de los mercados para insertar ventajosamente
sus productos (frutas, verduras), pero casos como este no contradicen la tendencia general a la
concentración, que afecta el comportamiento de la agricultura y del campo en general, y que afirman
la primacía de la propiedad sobre otras formas de tenencia, limitaciones crecientes en el acceso a la
tierra de los pequeños productores y restricciones para los pequeños propietarios en el acceso a los
recursos complementarios para la producción.

Ahora, la concentración de la propiedad ocurre tanto en las regiones con menor potencial productivo
como en aquellas en donde existe la mayor disponibilidad de tierras con vocación agrícola, como
han demostrado varios autores, lo cual incide en los niveles de producción en la medida en que
mientras las fincas menores de 5 hectáreas destinan a usos agrícolas el 38.6% de su superficie, las
mayores de 20 hectáreas asignan a este uso el 2,5% de sus tierras.

A partir de los años ochenta converge la tendencia a la concentración de la propiedad de la tierra


con la ampliación de las inversiones de los capitales del narcotráfico como procedimiento para el
lavado de activos. Estas inversiones ocasionalmente se tradujeron en la modernización de algunas
actividades, como fue el caso de algunos hatos ganaderos o el “caso Grajales” en el Valle del
Cauca, ingenuamente considerado por algunos como “modelo de gestión” en el desarrollo
agrícola colombiano. No obstante, la tendencia generada por el uso de estos recursos fue el
reforzamiento de la concentración de la propiedad de la tierra y del autoritarismo, como
expresión de la imposición del latifundio como relación social.
4. LA ECONOMÍA CAMPESINA EN COLOMBIA

En Colombia, hoy en día, la población que vive en los campos representa el 31% del total de la
población total y, si se le agregan los habitantes de las pequeñas cabeceras municipales (menores
de 10.000 habitantes), alcanza el 38%. En el país, la población rural creció a lo largo del siglo
XX, duplicándose entre 1938 y 1993, a pesar de la alta intensidad de la migración de los campos
hacia las ciudades. Aunque la organización empresarial de la producción campesina es
esencialmente familiar (o comunitaria), los productores campesinos están altamente integrados al
mercado. La mayor parte de los ingresos de sus sistemas productivos los derivan de sus ventas lo
cual implica a la vez que sus medios de subsistencia son adquiridos en una alta proporción en el
mercado. Una altísima proporción de los campesinos contratan sistemáticamente trabajadores
asalariados hasta el punto en que la participación del trabajo familiar puede ser menor que la de la
mano de obra contratada.

Pero la participación de los elementos no monetarios en la organización económica de los


campesinos es relevante y esencial para su organización productiva – empresarial y para la
subsistencia de sus familias (o comunidades). Por un lado, la utilización de trabajo familiar sigue
siendo de todas formas relevante: entre el 47 y el 83 % de acuerdo con varios estudios realizados
entre pequeños productores familiares de la Región Andina. Esta participación es por supuesto
mucho más importante entre los indígenas y comunidades negras. Por otro lado, el autoconsumo
agropecuario que solventa una parte de la dieta alimentaria de los productores familiares es otro
elemento central del ámbito doméstico de la economía campesina. A pesar de la intensa y
creciente monetización de sus sistemas de producción los campesinos mantienen estrategias que
les garantizan un cierto nivel de auto abastecimiento equivalente en promedio a un 30% de la
canasta de alimentos.

Las relaciones entre los campesinos mediadas por el parentesco, y por el vecindario, son
fundamentales para la circulación de mano de obra, tierra y capital y constituyen otro elemento
clave del ámbito económico de la economía campesina no regulada por los intercambios
monetarios.

4.1. La dinámica individual y colectiva; monetaria y doméstica de los sistemas


de producción de los campesinos
El ámbito espacial de la economía campesina se expresa territorialmente y no solo en la parcela
de manera que es indispensable tener una perspectiva de regulación del uso y del acceso al
territorio para entender los problemas de la economía rural y planificar sus soluciones. Esta
cuestión que es evidente para las comunidades indígenas y negras es también muy clara para el
resto del campesinado. En este sentido es preciso tener en cuenta que el acceso a la tierra,
elemento indispensable para la consolidación de la economía rural, está limitado territorialmente
por la dinámica del latifundismo. De otro lado a la comunidad rural le es constreñido el espacio
por el monopolio de poder local y regional ejercido por los políticos tradicionales y por los
grupos armados que han desarrollado múltiples formas de dictaduras militares.
En la economía campesina hay un ámbito colectivo consustancial a su sistema económico que se
potencializa plenamente en la medida en que las comunidades puedan regular autónomamente su
propio territorio. En este ámbito la gestión de los recursos naturales en los ecosistemas
circundantes y el ordenamiento del uso y planificación del territorio es esencial.

En Colombia predomina un campesinado integrado al mercado, que ha venido introduciendo


intensos cambios en sus sistemas productivos para adaptarse a la creciente y cambiante demanda
de productos agropecuarios tanto nacional (todo tipo de alimentos) como internacional (tabaco,
café, marihuana, coca, amapola, algunos frutales). Es claro, entonces que no tiene nada que ver
con la preconcepción de un campesinado tradicional, arcaico y refractario al cambio.

En cierto momento de nuestra historia la formación del capital agrícola y agroindustrial en las
tierras planas mecanizables, implicó la expulsión de campesinos que trabajaban en las antiguas
haciendas bajo relaciones de aparcería y el desplazamiento de algunos núcleos de campesinos
propietarios. Pero hoy en día ya consolidado ese proceso se tiene una distribución de la muy
reducida área agrícola (menos de 4 millones de has, frente a 40 millones de has en pastos) de
forma tal que hay una cierta repartición territorial de la actividad agropecuaria familiar y
capitalista y no una competencia por el espacio de estas dos actividades productivas. Los
campesinos ocupan zonas que los capitalistas no pretenden disputar (laderas andinas; núcleos
locales en la Costa Atlántica; zonas de colonización). Las empresas capitalistas, por su parte, se
asientan en zonas sobre las cuales no hay una presión muy alta de campesinos sin tierra
(segmentos de los valles interandinos, el altiplano cundiboyacense, fragmentos de las sabanas
costeñas y de algunas vegas o sabanas orinocenses). Ahora bien esta localización no es
totalmente excluyente de manera que en algunas de las zonas acabadas de enumerar se dan
relaciones intensas de asociación y de complementariedad entre productores familiares y
capitalistas (Forero, 1999). Las asociaciones entre campesinos con poca disponibilidad de tierra
con otros campesinos o con empresarios capitalistas, para acceder a lotes de cultivo, significa por
supuesto la transferencia de parte de los excedentes del productor al propietario en forma de
renta. Pero en muchas ocasiones estas transferencias tienen contraprestaciones interesantes para
los pequeños productores en la medida en que el socio financista asume buena parte del riesgo y
cumple con eficiencia funciones que el sector financiero y el Estado no están dispuestos a asumir.
Para estos casos más que pensar en oponer a campesinos y capitalistas por medio del discurso
político preconcebido, es necesario abordar un análisis fino que conduzca a establecer pautas de
acceso a recursos y de concertación entre los actores implicados.

El actual desplazamiento de los campesinos no se debe (sino quizás en forma muy excepcional) a
la disputa del espacio económico productivo de los empresarios capitalistas agrícolas –y
agroindustriales– con los productores familiares. La cuestión está en otra parte. Se trata del
monopolio del poder y de la propiedad territorial en torno a otro tipo de intereses relacionados en
buena parte con la dinámica del control militar y político (paramilitar, guerrillero, narco) y en
buena parte con el interés de poseer la tierra como activo inmobiliario asociado, esto último a la
expectativa de obtener dividendos de localización alrededor de grandes obras de infraestructura
(carreteras, represas, puertos). Estas formas de control de la tierra y de su sustracción de la esfera
económica como activo productivo gravita tanto sobre las condiciones empresariales de
capitalistas como sobre las de los campesinos.
4.2. Sobre el empleo y la pobreza rural
El descenso en el empleo rural en los primeros años noventa estuvo acompañado de una caída
significativa de los ingresos de los hogares rurales, tanto en las ganancias como en los salarios, lo
que se tradujo en un incremento de población bajo la línea de pobreza, la cual entre 1991 y 1995
pasó de 65,0% al 72,0%, ampliando la brecha entre ingresos rurales y urbanos. En 1990-1993 la
diferencia entre los ingresos reales per cápita del sector real y urbano se amplió a 36 puntos
porcentuales. Esta brecha es la mayor que se ha registrado en Colombia en las últimas cuatro
décadas. En 1950 el ingreso urbano per cápita era tres veces mayor que el rural; en 1997 la relación
disminuyó a 1,7 veces y en 1993 se incrementó a 3,5 veces.

Si se observa la pobreza desde el punto de vista del indicador de necesidades básicas insatisfechas,
se observa que a partir de 1997 este indicador se reversó, pues pasó de 46,5% de población con NBI
en este año a 47,4% en 1998, signo inequívoco de un deterioro estructural de las condiciones de vida
en el campo, como señala la Misión Social en sus estudios. Esta tendencia es similar en el Indice de
Condiciones de Vida, que progresó del 46,6% en 1993 al 51,4% en 1997 y se deterioró al 50,6% en
19989.

Según las encuestas del DANE la remuneración del trabajo agropecuario de los campesinos es
desastrosamente precaria: los ingresos obtenidos por los campesinos (trabajadores agropecuarios
por cuenta propia) han tendido a estar por debajo del salario mínimo legal mientras que los de los
jornaleros se ubican siempre por encima. El caso es que el período 1988 – 1997 sólo en dos, de
los ocho años, los campesinos obtuvieron en sus parcelas ingresos por encima del salario mínimo:
1,33 salarios mínimos en 1989 y 1,05 en 1992. A partir de este año las cosas parecen haberse
empeorado de tal forma que en 1997 un campesino ganaba en su parcela apenas el 60% del
salario mínimo10.

Nuestros datos muestran un panorama radicalmente diferente. Los resultados de varias


investigaciones hechas en los últimos 10 años, período en que por lo demás, se han manifestado
plenamente los efectos de la liberalización económica, establecen que los sistemas de producción,
de un amplio espectro de campesinos que representan significativamente su heterogeneidad socio
- productiva y agroecológica remuneran la mano de obra familiar por encima del salario mínimo.

De acuerdo con lo anterior los sistemas de producción construidos por los campesinos, con base
en la oferta tecnológica de la Revolución Verde son viables en términos económicos. (Aunque no
se descarta que a mediano y largo plazo, de continuar con estos paquetes tecnológicos, se
produzcan impactos ambientales que hagan insostenible sus modelos productivos). Pero visto de
otra forma, los ingresos totales (anteriormente estábamos haciendo la contabilidad por día
trabajado) generados por los sistemas de producción agropecuarios de los campesinos, en varios
casos, no alcanzan el salario mínimo anual, a pesar de su eficiencia relativa en la remuneración
de la mano de obra. Este hecho se deriva de las limitaciones en el acceso a la tierra, y al capital,
que impiden ocupar toda la mano de obra disponible en la familia y que obliga a gran parte de los
campesinos a pagar rentas para cultivar en tierras ajenas. En efecto se ha observado que en varios

9
González, Jorge Iván (1999). “El deterioro estructural del capital humano atenta contra los derechos económicos,
sociales y culturales”. Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo, Bogotá.
10
Según el procesamiento de las Encuestas Rurales de Hogares del DANE hecho por López et al 2000.
casos la remuneración de la mano de obra familiar en trabajos agropecuarios antes de pagar
rentas está por encima del salario mínimo y se coloca por debajo después de pagarlas.

4.3. La producción campesina y el sistema alimentario


Como se afirmó atrás, los productos agrícolas predominantemente campesinos, cuya dinámica
depende fundamentalmente de la producción familiar rural, tienen, actualmente un mayor peso
que los capitalistas: representan el 68% de la producción agrícola total del país. La producción
campesina se articula al sistema agroalimentario en diferentes circuitos:1) autoconsumo familiar
y autoconsumo local a través de redes de intercambio recíproco y solidario de alimentos no
mediado por el mercado; 2) abastecimiento directo de mercados locales (municipales); 3)
abastecimiento masivo a los centros urbanos por medio de una amplia red de intermediarios rural
– urbanos conectados con las centrales mayoristas los cuales, en muchos casos, son altamente
competitivos y eficientes; 4) articulación, de algunos pocos productos a cadenas formales, siendo
la leche y el café los únicos casos en que se alcanzan proporciones significativas.

Todo lo anterior muestra, de un lado, la complejidad y la riqueza de la integración de la economía


campesina al sistema alimentario. De otra parte, nos lleva a concluir que la política agraria y
agroalimentaria debe apuntar a consolidar los elementos positivos (que son muchos) de este
sistema y no concentrarse en uno de los aspectos (alianzas con los palmeros por ejemplo) que
algunos planificadores destacan como prioritarios a partir de información incompleta y, a veces,
respondiendo a algunos intereses particulares. Se resalta, en síntesis, la necesidad de implementar
una política incluyente.

Se puede concluir de acuerdo con estos datos que los sistemas de producción construidos por los
campesinos, con base en la oferta tecnológica de la Revolución Verde son viables en términos
económicos (aunque no se descarta que a mediano y largo plazo, de continuar con estos paquetes
tecnológicos, se produzcan impactos ambientales que hagan insostenible sus modelos
productivos). De manera que los sistemas de producción de los campesinos tienen un potencial
productivo enorme y una inmensa capacidad de generarles ingresos por encima de muchas otras
actividades.

El problema central de la pobreza rural no está en la pretendida incapacidad de los sistemas de


producción familiares sino en las limitaciones en el acceso a la tierra, el agua y el capital para
desarrollar más plenamente estas potencialidades. ¿Con qué tecnología? Con la mejor oferta
tecnológica disponible en función de las estrategias de los campesinos para obtener los ingresos
que les permitan atender sus gastos. Con la tecnología agroquímica hasta el momento y las
adecuaciones que los campesinos han venido construyendo a lo largo de 30 años. Con tecnologías
alternativas sostenibles que amortigüen o minimicen el impacto sobre los ecosistemas y la salud
humana si el país se decide a construirlas ... a dedicarle los recursos que un proyecto de esta
naturaleza necesita para salir de los intentos marginales de unas ONG o de unos programas
gubernamentales con recursos precarios.
5. TECNOLOGÍA AGRÍCOLA Y VIABILIDAD RURAL

5.1. El modelo tecnológico de desarrollo agrícola


La Revolución Verde se originó principalmente en Estados Unidos y Europa, bajo unas
condiciones sociales y económicas privilegiadas: se le dio altísima importancia a la producción y
aplicación de conocimientos, a garantizar el acceso a la tierra en la cantidad y calidad necesarias,
la infraestructura física, las condiciones socioeconómicas de los agricultores y las características
ecosistémicas de las áreas productoras. Todo esto hizo posible el éxito de la transferencia y
aplicación tecnológica.

Se trata de países cuyas características biofísicas y geográficas propician una mayor


homogeneidad en los principales elementos y estructuras de los ecosistemas, en relación con el
trópico. Son áreas de clima templado, con cuatro estaciones bien marcadas a lo largo del año, lo
que implica regularidad en los ciclos hidrológicos y respuestas coordinadas de la sociedad para
adaptarse a las variaciones climáticas; los suelos tienden a conservar la materia orgánica,
presentar juegos de horizontes más simples y a ofrecer mayores posibilidades de mecanización en
virtud de su relieve plano; las bajas temperaturas en invierno y primavera inciden en la
disminución de los ciclos biológicos y retardan los procesos de pérdida de nutrientes por lavado;
la baja intensidad de radiación solar afecta igualmente los procesos biológicos. La diversidad
vegetal y animal es, en consecuencia, menor que en la franja tropical.

El éxito de la transferencia de tecnología en los países de origen de la Revolución Verde se


asegura en la medida en que se presentan mayores índices de bienestar material de los
productores, mejores posibilidades de acceso a la tierra necesaria para la producción y al crédito,
estímulos y subsidios económicos, disponibilidad permanente de maquinaria agrícola propia,
instalaciones adecuadas para procesamiento in situ de materias primas, seguridad y servicios
complementarios de salud, educación y bienestar social.

Por otra parte, muchos procesos del acto agronómico basados en los postulados de la Revolución
Verde (producción de semillas, producción y venta de agroquímicos y maquinaria) fueron
impulsados por unas pocas multinacionales norteamericanas y europeas que dominaban en 1994
el 75% de este multimillonario mercado y en 1999 eran dueñas del 91% del mismo. A partir de
movimientos de fusión para cubrir el mercado global, el monopolio se ha reducido en la
actualidad a solo siete gigantes de la industria agroquímica, cuya finalidad manifiesta es su
propio lucro. Tales compañías tienen una enorme incidencia en la investigación agrícola,
generación de tecnologías y, en consecuencia, en la orientación general de políticas y mercados
agrarios.

La Revolución Verde por lo tanto, no se entiende solamente desde la óptica tecnológica, sino
desde el punto de vista del modelo general de desarrollo agrícola.

El campesinado no ha estado ausente del proceso de adopción parcial o total de modelo de


Revolución Verde. Esto no es necesaria o únicamente el resultado de políticas de desarrollo rural
explícitas sino que hace parte de las estrategias adaptativas a las que ha recurrido el pequeño
productor para articularse a los mercados de bienes y servicios mostrando su capacidad para
adecuarse a circunstancias cambiantes. La adopción de sistemas productivos altamente
consumidores de insumos externos es clara en la producción de papa y de panela, en los cultivos
de fríjol, de hortalizas de frutales y de ciclo corto. Pero también involucran de forma masiva,
aunque parcial, cultivos considerados tradicionales como el plátano, la yuca, el ñame, el tabaco,
el fríjol. Esta adopción de tecnologías modernas ha llevado incluso al campesinado a obtener
resultados económicos positivos como se afirmó anteriormente.

La estructura productiva del campo colombiano presenta una dualidad marcada entre el
desarrollo de un modelo agrícola, que incluye tanto a los campesinos como a los empresarios
capitalistas, basado en la innovación tecnológica y el modelo de ganadería extensiva basado más
en la ocupación territorial que en la incorporación de cambios técnicos y que ha dado como
resultado que la mayor parte de la superficie agropecuaria se mantenga concentrada en forma
causi-improductiva.

El enfoque ambiental reconoce las diferentes interrelaciones que suceden en la doble vía sociedad
– naturaleza. En lo que concierne al sector agrario, estas interrelaciones se expresan tanto en
logros y conflictos sociales como en procesos agradativos y degradativos de tipo biofísico que
afectan la base de sustentación ecosistémica (suelos, aguas, fauna, flora), los cuales pueden
explicarse mutuamente.

Colombia adoptó el modelo Revolución Verde con el ánimo de incrementar su competitividad en


los mercados internacionales. Para el periodo comprendido entre 1960 y 1978, su principal
objetivo se centró en el aumento de la productividad de los cultivos comerciales (algodón, arroz
de riego, sorgo, soya y caña de azúcar), dando lugar a un incremento de la superficie total
destinada a la agricultura y al uso intensivo de maquinaria, plaguicidas y fertilizantes necesarios
para alcanzar las productividades requeridas.

El primer impulso en esta dirección, le significó al país entre 1970 y 1987 pasar de 3.5 a 5.3
millones de hectáreas dedicadas a la agricultura, y el aumento en rendimientos de la mayor parte
de los cultivos comerciales, los cuales, sin embargo, se han estancado en los últimos años, debido
tanto a factores ecosistémicos (clima, suelos, variedades), como a procesos en que se habrían
alcanzado los límites culturales a las tecnologías empleadas.

Durante los últimos 20 años el modelo se ha orientado principalmente al consumo de plaguicidas.


Las tendencias muestran marcados incrementos en el uso de fungicidas y herbicidas pero
decrecimientos en el uso de fertilizantes y en la adquisición de maquinaria agrícola. Los sistemas
de irrigación tampoco han crecido a ritmos constantes y, en todo caso, presentan problemas
diversos, principalmente en su operación. La implementación de estas prácticas ha implicado a su
vez grandes inversiones de capital asumidas principalmente por el sector privado y los grandes
propietarios.

Las estadísticas no revelan, por otra parte, los esfuerzos que realizan varios actores para revertir
el modelo Revolución Verde en términos, por ejemplo, del uso de abonos orgánicos, tracción
animal, labranza mínima o riego informal.
El uso de agroquímicos también ha sido creciente gracias a la expansión de los cultivos ilícitos,
especialmente la coca. Villa (1998) estimó que para un área, calculada para 1998, de 78.000 has,
las aplicaciones de agroquímicos serían de 1.200 toneladas de herbicidas, 25.100 toneladas de
fertilizantes y 600 toneladas de plaguicidas (26.900 toneladas totales) bajo el supuesto que la
producción y la erradicación se dan simultáneamente en la totalidad del área.

Por su parte Nivia (2001 b) calculó una utilización de 10,3 litros por hectárea de glifosato, en la
erradicación química de la coca, lo cual para las casi 130.000 has que se estiman para el año 2001
daría cantidades cercanas al millón trescientos cuarenta mil litros (1.340.000) de la sal
isopropilamina de glifosato, regadas de manera concentrada en un área que no alcanza a ser el
2.7% de la superficie agrícola nacional. Estos 1.340.000 litros de glifosato contrastan con las casi
8.000 toneladas de herbicidas que se utilizaron en todo el país en 1995.

5.2. Los principales efectos ambientales

5.2.1. Efectos sobre la salud humana

Los plaguicidas generan diversos efectos negativos sobre la salud de los seres vivos, en función
de su grado de toxicidad y del tiempo e intensidad de exposición. Se han comprobado efectos de
carácter cancerígeno, mutagénico, somáticos y reproductivos. Se presentan también trastornos en
el sistema nervioso que se manifiestan en neuropatías, encefalopatías, perturbaciones visuales,
delirios y convulsiones, entre otros (IDEAM, op.cit.). Las víctimas no son solamente los
trabajadores del campo sino igualmente los consumidores finales de los productos agrícolas, es
decir, la totalidad de la población. Entre el 36% y el 40% de la población colombiana está
directamente expuesta al contacto directo con plaguicidas.

Con excepción de los alimentos cultivados en sistemas de producción orgánica o ecológica,


prácticamente todos los productos que se consumen a diario en el país, presentan algún grado de
contaminación por residuos químicos. Enseguida se presentan casos en que se encuentra que
efectivamente hay productos contaminados.

Nuevamente, la pobreza de las estadísticas oficiales oculta la gravedad del problema. La mayor
parte de los datos sobre intoxicación de seres humanos con plaguicidas proviene de estudios
aislados y no de un seguimiento sistemático. A modo de ilustración, sin embargo, en Antioquia
durante el período 1978 – 1986 se documentaron 3.988 casos de intoxicación por agroquímicos
(organofosforados y carbamatos), provenientes en su mayoría de cascos urbanos, afectando
principalmente a hombres con edades entre 15 y 59 años. En el mismo periodo, el número de
muertes por plaguicidas en Antioquia fue de 568, dando como promedio 63 personas al año

En la leche vacuna también han aparecido evidencias de contaminación por pesticidas,


principalmente de DDT. Estudios más recientes en leche vacuna y humana han encontrado
residuos de organoclorados como DDT, lindano y dieldrín en Espinal y Guamo.

De otra parte, un estudio epidemiológico realizado por el Instituto de Salud Pública de México y
el Instituto Nacional de Cancerología de Colombia con el fin de evaluar la asociación entre el
cáncer de seno y niveles de DDT, Lindano y Bifenilos Policlorados (PCB), encontró que de un
total de 288 mujeres que participaron en el estudio, 144 presentaron dicho cáncer y las otras 144
tuvieron que someterse a controles clínicos (MMA, 1998).

Otro estudio realizado en los corregimientos de Rozo, La Torre y La Acequia (municipio de


Palmira) durante 1997, demostró efectos de los agroquímicos sobre la salud de 166 personas (de
una muestra inicial de 755) por exposición aguda o reciente a insecticidas organofosforados y
carbamatos. Lo que más llama la atención de este estudio es que tales resultados fueron obtenidos
en un grupo heterogéneo en edades y oficios, que incluía, además de los agricultores y
trabajadores del campo, amas de casa y menores de edad, poniendo en evidencia la
contaminación del ambiente por agroquímicos.

Lo anterior indica que los efectos adversos de los agroquímicos sobre la salud tanto humana
como animal se presentan con diferentes intensidades en varias regiones del país. Sin embargo,
aún se siguen comercializando plaguicidas que han sido prohibidos o restringidos según la Lista
Consolidada de Naciones Unidas, bajo la aprobación del ICA (registros de agosto de 1998). Entre
estos se encuentran los casos de Alaclor, Benomil, Carbofuran, Dimetoato, Hexazinona y
Mancozeb.

El subregistro de los casos de intoxicación a causa de estos productos, no permite establecer la


magnitud real del problema y por lo tanto diluye la atención que se debe prestar al respecto,
aplazándose decisiones que como en el caso del endosulfán, tardaron 8 años en tomarse11.

5.2.2. Efectos sobre los ecosistemas


Dos factores estructurales gravitan sobre la actual situación cuya solución se convierte en
condición indispensable para actuar sobre estos problemas. Tanto la concentración de la tierra
como la pobreza rural habían retrocedido entre los sesenta y mediados de los ochenta, pero con el
proceso reciente, tratado en otras partes de este documento, estos dos problemas se han
agudizado. La concentración de la propiedad sobre las tierras de mejor aptitud para las actividades
agropecuarias, ha sido un factor determinante para el avance sobre ecosistemas frágiles; procesos de
apertura de frontera agrícola impulsados, en muchos casos, por políticas explícitas del estado y por
la presión sobre los pobres del campo y los desplazados en busca de nuevas oportunidades.

Los pastos y la actividad ganadera, han sobrepasado ampliamente el área con vocación para este uso.
Esta expansión se hace a expensas de suelos que tienen otra vocación, sea esta agrícola y para
bosques y por lo tanto su contribución al deterioro de la base natural es muy importante. Sin
embargo el avance de las praderas y de las actividades ganaderas, no evoluciona de manera
uniforme, porque son también heterogéneas las circunstancias y tipos de ganadería que se
presentan en las diferentes situaciones. Así mismo los impactos de la actividad ganadera se
diferencian según las características ecosistémicas de las regiones donde esta se establece.

11
El 23 de marzo del 2001, el Consejo de Estado expidió un fallo en el que determina retirar el uso del Endosulfán
en todos los cultivos, debido en parte, según la Asociación Colombiana de Toxicología y Fármaco Dependencia, a la
inexistencia de un sistema de vigilancia epidemiológica para intoxicaciones por plaguicidas.
La evolución del uso de la tierra desde 1970 a 1997 muestra que el área en pastos pasó de 20.8
millones de has a 41.2 en 1999, mientras el área agrícola incrementó de 3.5 a 5.5 en 1987
millones de has pero, en 1999, había descendido a 4.4 millones de has. El área en bosques se
redujo de 89.9 millones de has en 1970 y a 68.6 millones de has en 1999. Entre tanto en la década
de los 90 la superficie agrícola nacional se ha reducido, pasando de 5.3 millones de hectáreas en
1987 a 4.4 en 1995.

Más recientemente, han contribuido a la degradación ambiental los procesos de colonización


hacia el bosque húmedo y la conexión de estos con los cultivos ilícitos y con la ganadería
extensiva o el reemplazo de áreas de cultivos alimentarios o de fibra. Adicionalmente, cada vez
es más claro que los programas de erradicación a partir de fumigaciones, han contribuido de
manera importante a reforzar esta situación. El área en cultivos ilícitos creció, entre 1992 y el
2000, de 41.206 has a 136.200 has. Si bien es cierto que también lo ha hecho el área erradicada
por fumigaciones, es difícil negar la relación entre los dos hechos (Vargas, 2001).

De acuerdo con el Ministerio del Medio Ambiente (1998), en Colombia se deforestan entre 300 y
400.000 has/año, otras fuentes hablan de alrededor de las 850.000 has/año (Suelos Ecuatoriales,
2000). En la década del 80, la deforestación fue calculada en 2.400.000 has, distribuidas así:
137.000 (5.7%) en tierra cultivable, 11.000 (0.5%) en cultivos perennes, 2.030.000 (85%) en
pastos y 222.000 (9%) en otros usos (López y Ocaña 1994).

Por otra parte, el país todavía no tiene claro cuál es el volumen de suelos que se pierde por
erosión anualmente debido al conjunto de actividades agropecuarias. Las estimaciones de las
diferentes entidades encargadas de suministrar esta información son muy variables entre sí.
Mientras el IDEAM reporta que en el año 2000 el país tenía cerca del 25% de sus tierras con
procesos erosivos severos o muy severos, el IGAC reportaba para esa misma época solamente
alrededor del 4% con estos grados de erosión. Iguales divergencias se presentan cuando se
comparan las cifras de erosión ligera (19.5 % para el IGAC y 9.5% para el IDEAM) o de zonas
sin erosión (14.7% para el IGAC y 52% para el IDEAM). Tales contradicciones tienen varias
explicaciones tanto en las metodologías empleadas como en las escalas de trabajo y en el
personal que ejecuta tales labores.

Sin embargo, existe consenso en aceptar que las pérdidas de suelos por erosión afectan la mayor
parte del territorio nacional incorporado a la frontera agrícola.

Por otra parte, aproximadamente el 4.26% de los suelos del territorio nacional, equivalentes a casi
cinco millones de hectáreas, presenta procesos claros de desertificación, generados bien por
fenómenos naturales o antrópicos.

Las tecnologías empleadas en la producción agropecuaria han contribuido también al


empobrecimiento de los recursos naturales. Pero sin tratar de minimizar el impacto de los
productos agroquímicos tóxicos sobre los ecosistemas y sobre la salud humana, no debe olvidarse
que la tecnología de la Revolución Verde generó importantes incrementos en la productividad de
casi todos nuestros renglones agrícolas, lo cual permitió a su vez atender las crecientes demanda
de alimentos de la población en áreas relativamente más reducidas. En este contexto la ocupación
extensiva del territorio que transforma los ecosistemas originales en pasturas empobrecidas y en
terrenos erosionados, es uno de los principales problemas ambientales del agro colombiano.
Por fuera de los casos citados sobre efectos de los agrotóxicos en la salud humana, quedan por
registrar sus efectos adversos en los insectos benéficos, en la biota edáfica y en las cadenas de
alimentos que afectan organismos superiores. El país no cuenta con registros sistemáticos o
monitoreos continuos sobre estos fenómenos, aunque existe una abundante literatura mundial y
nacional que demuestra el surgimiento de problemas ecológicos como consecuencia del uso de
plaguicidas sintéticos.

Igualmente, la contaminación de aguas de superficie y subterráneas, es un fenómeno que se


registra en todas partes del mundo (en Europa es tal vez uno de los principales problemas
ambientales), pero que ha sido poco estudiado en Colombia, a pesar de sus innegables efectos
ecosistémicos

La contaminación generada por la presencia de estas sustancias sobre los cuerpos de agua no
solamente afecta la vida que depende directamente de ellos sino que trasciende a otros escenarios,
representando por ejemplo, un grave peligro para la salud humana mediante su consumo a través
de los sistemas de suministro de agua potable y/o de alimentos regados con agua en estas
condiciones.

5.3. Con y a pesar del modelo vigente:


alternativas sostenibles para la producción campesina
El panorama mostrado hasta aquí, evidencia algunos elementos de insostenibilidad de los
procesos productivos y de las relaciones sociales y económicas que han dominado el desarrollo
colombiano, situación que ha venido agravándose en las últimas décadas resultado no sólo de las
decisiones individuales de los productores y propietarios rurales, sino también de la aplicación de
las políticas de desarrollo agropecuario que por acción u omisión han contribuido a que
lleguemos a este estado de cosas.

Insistimos en que uno de los principales problemas ambientales del país es la degradación de los
ecosistemas por la ganadería extensiva. El retorno de los usos agrícolas en las zonas de ganadería
extensiva o la reconversión de ésta hacia procedimientos ecológicos, representaría un cambio
deseable hacia el futuro puesto que de manera concomitante se liberarían áreas para la
conservación. Sin embargo es preciso señalar que el modelo agrícola dominante –descrito atrás–
no deja de presentar problemas –graves algunos– sobre los cuales el país si bien es cierto que está
tratando de actuar, aún está lejos de llegar a soluciones satisfactorias.

El modelo tecnológico agrícola ha significado el apoyo expreso a tecnologías altamente


dependientes de recursos externos, semillas mejoradas y la adecuación de nuestras condiciones
naturales a las necesidades de estos paquetes tecnológicos. Reconociendo el desarrollo de
tecnologías de la Revolución Verde aclimatadas a nuestras particularidades como la tecnificación
cafetera y el desarrollo de paquetes a pequeña escala para semillas nativas y policultivos, hasta
cierto punto ha implicado la negación a mirar hacia adentro, de potencializar las posibilidades o
ventajas comparativas con las que contamos como país tropical, altamente biodiverso y con
enormes posibilidades de producir apoyado en sus propias potencialidades.
Este modelo ha dado como resultado, de un lado, una muy elevada dependencia de recursos
externos. Además, ha generado un debilitamiento del control sobre los procesos productivos y
una cada vez mayor vulnerabilidad de los sistemas de producción, frente a las tensiones o
choques que los presionan.

Aún cuando el campesinado ha adoptado masivamente este tipo de tecnologías, vale la pena
resaltar que en la gran mayoría de los casos éste combina el uso de tecnologías modernas con
prácticas tradicionales de manejo, lo cual le puede ayudar a diversificar el riesgo y las
posibilidades de autoconsumo y conservar algunas de las ventajas que se reconocen a los
sistemas de producción tradicionales

La producción campesina y familiar ha jugado un papel importante en la producción agropecuaria


del país, como lo hemos mostrado en las partes anteriores de este documento. Pero el
campesinado junto con los grupos indígenas y afrocolombianos también están en capacidad de
hacer aportes en términos de la construcción de sistemas de producción y formas de manejo
sostenible de nuestros recursos naturales.

Esta tendencia a la sostenibilidad reposa principalmente en el manejo de sistemas productivos y


extractivos y de los conocimientos ligados a ellos que son integrales. Sin embargo, estos sistemas
están desapareciendo rápidamente y es necesario un esfuerzo inmediato para recuperarlos

Cuando se habla de los sistemas tradicionales y de su aporte a la sostenibilidad se hace referencia,


en primer lugar, a los sistemas indígenas y a su manejo de las áreas silvestres; con relación a la
producción agrícola encontramos los sistemas de chagra, el huerto habitacional y los diferentes
tipos de manejo de los huertos y espacios agrícolas; también caben dentro de esta clasificación
los territorios manejados por las comunidades afrocolombianas, especialmente en la Costa
Pacífica. No es posible aún tener una cuantificación muy precisa de las áreas que están cubiertas
por este tipo de sistemas, sin embargo, es necesario no perder de vista el aporte que estas pueden
hacer en la búsqueda de estrategias de manejo de la base natural, más próximas a los ritmos y
posibilidades ecosistémicas nuestras.

La producción campesina es heterogénea con relación a su articulación con el mercado, a los


tipos de tecnología que emplea para lograrlo, para producir para el autoconsumo y en cuanto a
maneras de emplear los recursos naturales renovables. Existe una mayor probabilidad de que
entre los campesinos y economías familiares más articulados al mercado encontremos mayor
dependencia de insumos externos, una mayor tendencia a la especialización y a la simplificación
de los modelos productivos. En consecuencia, diferentes posibilidades para aportar a la
sostenibilidad o para embarcarse en procesos de reconversión hacia ella.

Adoptando la clasificación de Forero, trabajada para esta investigación, podemos decir que los
sistemas productivos campesinos o familiares que más se acercan a los que pueden inspirar el
diseño de sistemas agropecuarios sostenibles serían los clasificados como de subsistencia y de
relativamente baja articulación con el mercado, que incluyen grupos de indígenas y
afrocolombianos ubicados en territorios comunales y/o con propiedad individual de la Costa
Pacífica y la Amazonía; una reducida proporción de productores familiares rurales y algunos
núcleos aislados de campesinos en la zona andina y, posiblemente, algunos núcleos de colonos en
diferentes regiones del país.

Afortunadamente también podemos registrar en el país otros sistemas tradicionales con tendencia
a la sostenibilidad:

1. Producción cafetera tradicional con sombrío, bosque agrícola cafetero, ampliamente


reconocido de manejo sostenible, especialmente en términos de conservación de
biodiversidad,

2. Múltiples sistemas de producción campesina con tendencia a la sostenibilidad en la


producción de caña panelera en varias regiones del país (Barriga ,M 1999)12 como por
ejemplo en Nariño y en algunas laderas de Santander diferentes al Valle del Ropero, en
Boyacá y otras regiones del país); la producción de maíz tradicional, y sus asocios con
fríjol; el arroz secano; cacao; ganadería y sistemas de cordeleo en pequeños espacios en el
Norte de Boyacá; ganadería con pasto de corte en zonas de ladera, donde el pasto cumple
además la función de retener suelos; ciertos fundos de ganadería tradicional en zonas de
Sabana13; pasturas semiintensivas. En el Oriente Antioqueño, frijol/maíz y sistemas de
recuperación de suelo. El Instituto Humboldt reporta para la zona cafetera propuestas de
intensificación del café que permiten liberación de áreas para conservación al interior de
una misma finca; horticultura con manejo de suelo y agroecosistemas múltiples.

3. La experiencia de la Red de Reservas de la Sociedad Civil: red de propietarios privados


que voluntariamente destinan sus predios a actividades de producción y conservación,
mediante una multiplicidad de actividades. Estas propiedades se encuentran distribuidas
por todo el país, sus áreas van desde menos de una y 5.000 hectáreas y están dedicadas a
la conservación, la producción y a la prestación de diversos servicios ambientales como
producción y regulación de agua, conservación de biodiversidad, revegetalización y
control de erosión, reforestación, reciclaje, jardines botánicos y educación ambiental,
entre otros

Todos ellos obedecen a una serie de principios, que a grandes rasgos se resumen en:

1. Uso de recursos locales (producción que respeta las condiciones ecosistémicas, las plantas
y animales propias de estos ecosistemas, el conocimiento de los habitantes locales, la
cultura, las fuentes de energía disponibles y la familia).

2. Se logra, con diversos niveles de éxito, la complementariedad en el uso de recursos que


permita cerrar al máximo los diferentes ciclos.

12
Estudio sobre la caña panelera en la Vereda San Isidro, municipio de Ricaurte Nariño, donde en pleno bosque de
niebla se cultiva la caña con sistemas que se adaptan desde hace muchos años a los ecosistemas propios de los
bosques de niebla.
13
Maestría en Desarrollo Sostenible de Sistemas Agrarios Corpes Orinoquia, Colciencias, Fundación Yamato 1995,
Sabanas, Vegas y Palmares: El uso del agua en la Orinoquia Colombiana.
3. En ellos se trata de mantener cubiertos los suelos de manera permanente y se enfatiza el
uso de árboles (manejo de ciclos de nutrientes y energía, fortalecimiento de flujos).

4. Se da una tendencia importante al escaso o nulo uso de insumos externos.

La recuperación de los sistemas en los que están en funcionamiento estos principios, el trabajo en
torno a la reconversión de diversas unidades de producción hacia ellos, en fin la búsqueda de la
generalización en la aplicación de los mismos, muestra el camino hacia el logro de la
sostenibilidad y contribuye a la construcción de alternativas para trabajar eficientemente las
relaciones entre los sistemas de producción y los ecosistemas en los cuales se establecen.

La investigación y las acciones en esta dirección adquieren una relevancia cada vez mayor
especialmente cuando abordamos problemáticas como el manejo integrado de microcuencas, la
conservación de la calidad y cantidad de las fuentes de agua, la conservación de la biodiversidad
o bien para el desarrollo de propuestas para las zonas de amortiguamiento en torno a zonas de
reserva, parques naturales, entre otros. En fin todo esto debe contribuir a sentar bases para un
ordenamiento territorial que combine la producción y la conservación y fortalezca la viabilidad
de un desarrollo sostenible.

Hay en el país varias experiencias de promoción, capacitación e investigación en sistemas


sostenibles que se apoyan en la recuperación de prácticas tradicionales y en la aplicación de
principios agroecológicos para el diseño de sistemas sostenibles. En estas experiencias participan
diferentes tipos de organizaciones: no gubernamentales, del Estado, universidades, centros de
investigación, productores independientes y redes de productores.

Sin embargo, es importante anotar que aun cuando se pueden mostrar resultados en todas las
escalas –componentes, fincas, sectores, regiones–, debe reconocerse que todavía es mucho lo que
falta por hacer y que lo que se tiene es el producto de un gran esfuerzo de organizaciones,
personas, instituciones, productores que han trabajado con un mínimo de recursos. La inversión
en investigación en ciencia y tecnología para el sector agropecuario es muy baja, mucho menor
aún para sistemas de producción sostenibles.

Las experiencias estudiadas para la presente investigación permiten concluir:

1. En los sistemas de producción campesinos y de las comunidades indígenas y


afrocolombianas es posible encontrar elementos que aportan claves al diseño de sistemas
de producción y manejo sostenible. Sin embargo, estos sistemas están cambiando
rápidamente y es necesario reconocer que los principios que se manejan allí deben ser
rescatados; varias de las experiencias analizadas muestran que se está investigando sobre
ellos, están siendo aplicados y difundidos en varios lugares del país.

2. En todas las regiones parece haber representación de actividades que pueden contribuir al
diseño de alternativas sostenibles o que ponen en práctica varios de los elementos y
principios que pueden contribuir a la sostenibilidad en el manejo de la base natural. De
acuerdo con la clasificación regional del país por Corpes, las experiencias registradas se
concentran principalmente en la región Centro Oriente y en la región Occidente. En
cambio las regiones que están menos representadas son la Orinoquia, Amazonía y Costa
Caribe.

3. Si bien se muestra actividad en todo el país y hasta cierto punto resultados de


investigación y de puesta en acción de los principios de la sostenibilidad, no debe
pensarse que es porque ha habido una gran inversión, sobre todo en el caso del Estado.
Esta investigación más bien se ha hecho con muy reducidos recursos y con financiación
de Ongs internacionales, o el apoyo privado. La mayoría de este trabajo y los resultados
son producto del trabajo de organizaciones y productores con su propio esfuerzo.

4. En este proceso la participación de los productores ha jugado un papel muy importante, al


igual que el desarrollo de metodologías flexibles que implican el diálogo entre disciplinas
y entre distintos tipos de saberes. Esto ha implicado cambios en los paradigmas de
investigación y experimentación, con resultados interesantes y aplicables a la situación
específica de nuestro país: en el trópico y con posibilidades culturales y socioeconómicas
diversas.

5. Aunque nuestras fuentes no nos permiten evaluar con el mismo nivel de profundidad
todas las experiencias revisadas para el presente trabajo, se pueden ver algunos resultados
que muestran que la aplicación de los principios de sostenibilidad puede hacerse en
diferentes unidades de producción tanto campesinas como medianas e incluso grandes y
aplicarse en diversas escalas.

6. Un número relativamente reducido de experiencias, sobre todo en el caso de las ONG,


hacen investigación para sustentar y avanzar en sus propuestas. La mayoría de ellas, sin
embargo, se guían por los principios agroecológicos más reconocidos o bien, adoptan
parcialmente propuestas desarrolladas por otras organizaciones por ejemplo: la promoción
de determinadas especies forrajeras, preparación de fertilizantes biológicos, elementos que
contribuyen al control biológico de insectos y enfermedades, utilización de abono
orgánico y abonos verdes, utilización de cercas vivas, entre otras.

7. A pesar de que se reporta mucha actividad alrededor de prácticas agroecológicas, el


registro sistemático de los resultados es relativamente pobre y disperso. Lo cual, hasta
cierto punto, significa una pérdida importante de información relevante para demostrar
impactos y para avanzar en la investigación que sirva para respaldar las propuestas

8. Instituciones gubernamentales, como Corpoíca, tienen una participación importante en el


empleo de los escasos recursos del estado para la investigación. Como institución se está
planteando el cambio hacia la investigación en el tema de la sostenibilidad lo que implica
un cambio importante en los paradigmas y metodologías de investigación, que se da de
manera desigual.

9. Si bien las Umatas tienen la función de prestar asistencia técnica y tienen presencia en
prácticamente todos los municipios del país, solo algunas de ellas aparecen registradas
como instituciones de capacitación, asesoría y transferencia de tecnología de agricultura
ecológica o sostenible.
10. Algunas Corporaciones Autónomas Regionales trabajan tanto en investigación como en
capacitación, asesoría y transferencia de tecnología para agricultura sostenible. La
cobertura y función ambiental de estas entidades a nivel regional deberían cumplir un
papel más protagónico.

11. El papel de las Universidades y los centros de investigación es interesante en varios


sentidos, contribuyen con el desarrollo de investigación básica, pero también hay
experiencias de construcción de metodologías de trabajo interdisciplinarias y de análisis
integrados, que se combinan con el trabajo directo en campo.

12. En muchos casos las ONG desempeñan un papel muy importante en la generación y
transferencia de tecnologías sostenibles a nivel local y regional, reemplazando o tomando
en sus manos responsabilidades del Estado.

13. La puesta en práctica de los principios agroecológicos por parte de los productores
individuales ha convertido a muchos de ellos en ejemplos y en ejes para la difusión de
prácticas sostenibles; y a sus unidades de producción en espacios de capacitación para
otros productores, para investigadores y estudiosos del tema y para entidades de
capacitación, asesoría y transferencia de tecnología.

14. El interés de los productores por reconocer e implementar prácticas agroecológicas y/o
sostenibles ha propiciado la creación de redes informales de productores, a través de las
cuales se puede dar un continuo intercambio de resultados y experiencias. Lo anterior
conduce a una continua adaptación de los principios agroecológicos e incluso a la
creación de nuevas formas de aplicación de dichos principios, adaptadas a situaciones
particulares. En este proceso las ONG han cumplido un papel muy importante, como
facilitadotes, impulsadores y sistematizadores de experiencias e innovaciones.

15. El trabajo en redes es una práctica que ha sido adoptada por varias organizaciones, lo cual
potencia las posibilidades de ampliar el radio de acción y difusión de las prácticas
sostenibles. Esto sin embargo no impide que cada institución continúe profundizando en
sus propios ejes de interés y avanzando en ellos. Se da muchas veces el caso de que la
misma organización pertenece a varias redes, lo mismo sucede con algunos productores
individuales.

Las redes pueden además articular pequeños y medianos e incluso grandes propietarios, lo
que permite mirar el funcionamiento de las propuestas en diferentes escalas, y establecer
formas de aplicación de los principios según tipo de productor.

Las redes también se establecen de manera informal entre productores o grupos de ellos.

16. Estas redes que existen de hecho en entre los campesinos, son redes informales que
incluyen apoyo en términos de mano de obra, acceso a la tierra, productos de
autoconsumo, semillas, etc.; intercambios de productos, de conocimiento y experiencia y
asociaciones para actividades concretas. En el reforzamiento de este tipo de relaciones
existen elementos fundamentales para comprender y trabajar en torno a la construcción de
una sociedad rural fuerte como la que necesita el país para ser viable.
17. En este contexto es posible comprender que el papel del campesinado en la conservación
del capital natural, va más allá de su consideración como guardián de éste, el campesinado
ha cumplido entre otros con este rol y está en capacidad de hacerlo a una escala mayor
mediante el desarrollo de actividades productivas ambiental y económicamente viables, lo
cual implica ciertamente, un trabajo importante en torno a la reconversión de sus sistemas
productivos actuales, reforzando elementos de sostenibilidad.

Sin embargo, lo anterior no significa que puedan dejarse de lado las condiciones
estructurales que han conducido a que el campesinado haya tenido que desenvolverse en
condiciones de enorme precariedad económica y ambiental. El reconocimiento de su
papel debería expresarse en mejores condiciones de acceso a la tierra y a los medios para
producir.

18. Es claro que el país cuenta con potencialidades importantes para el desarrollo de
propuestas sostenibles, que incorporen al campesinado y en general a la población y los
espacios rurales. La reconversión productiva es consecuente con la búsqueda de
alternativas orientadas al logro de la paz en el país y debe ser considerada entre las
alternativas que van a permitir la retención de la población en el campo, en condiciones
económicas y ambientales dignas.

19. A diferencia de los procesos convencionales de transferencia de tecnología que buscan


sustituir lo que hay por experiencias totalmente inéditas, de lo que se trata es de fortalecer
lo que hay de sostenible e ir avanzando sobre esto. En otras palabras, el ajuste tecnológico
ampliamente practicado por los campesinos parece ser una salida bastante razonable.

20. En términos de ordenamiento territorial, si este quisiera hacerse sobre las bases de la
sostenibilidad agroecológica y de justicia social, es fundamental un cambio importante en
las estructuras agrarias que permita, la ubicación de los productores en las tierras aptas
para la producción agropecuaria y la ganadería; pero además se requiere investigación y
recuperación de saberes que permiten en esas áreas producir sosteniblemente, es decir,
acorde con las condiciones ecosistémicas del trópico y cada uno de sus biomas. Se
requiere entonces mucha más investigación y mejor financiada.

En este proceso es clave la participación de la gente con su conocimiento con sus


características culturales y con las formas de solidaridad y trabajo en redes. Todo esto
implica la consideración del problema ambiental y sus posibilidades de solución desde las
perspectivas sociopolíticas y culturales cuyo abordaje como lo hemos mostrado tiene
consecuencias ambientales.

5.4. La inversión en ciencia y tecnología


El presupuesto para investigación en Ciencia y Tecnología para el sector agropecuario durante las
dos últimas décadas ha sido en general reducido. Entre 1994-2000 el total de inversión para
Ciencia y tecnología agropecuaria fue de 171.256 millones distribuidos así Pronnata 49,37% ($
84.549 millones), fue la principal fuente de recursos para Ciencia y Tecnología agropecuaria en
el período. Colciencias manejó el 45,35% ($77.665 millones) y Ecofondo el 5,28% es decir $
9.042 millones

Las políticas de ciencia y tecnología agropecuaria en Colombia históricamente han estado


dominadas por el modelo de RV que, cuyo énfasis está en aspectos técnicos y económicos con
exclusión casi total de factores sociales y de reivindicaciones de tipo ecosistémico. El sistema
apoya especialmente la agroindustria y la biotecnología como componentes deseables para la
actual agricultura colombiana.

En este contexto la visión del Programa Nacional de Ciencia y tecnología Agroindustrial,


promueve la concepción de cadenas productivas, con el objetivo de aumentar la competitividad y
rentabilidad de las explotaciones agropecuarias. Así, por ejemplo, Colciencias exige como
requisito para la asignación de recursos de cofinanciación para la investigación en ciencia y
tecnología agropecuaria estar apoyado por un gremio productivo: por cada peso que coloque el
gremio o la asociación de productores, Colciencias aporta un peso adicional.

Como se mencionó al comienzo de este aparte, la mayor parte de los aportes del Estado para el
sector agrario se maneja a través de Pronatta (Programa Nacional de Transferencia de Tecnología
Agropecuaria) y de Ecofondo, entidades que le han dado cabida a varias concepciones de la
agricultura.

En Pronatta se acepta, como eje central de su filosofía, que el pequeño productor sea el
beneficiario principal de las investigaciones y para ello se exigen alianzas o uniones temporales
entre asociaciones campesinas y, por ejemplo, universidades o centros de investigación. Se apoya
la libre concurrencia de la oferta y se impulsan redes temáticas para el fortalecimiento
institucional. Una de ellas, la Red de Agricultura Ecológica (RedAE)que ha venido ganando
terreno en el país, gracias al apoyo de Pronatta.

Por su parte Ecofondo ha recogido completamente la visión ambiental en la gestión de los


agroecosistemas e impulsa, desde 1994, proyectos que ofrecen salidas concretas para atender
aspectos de orden tecnológico, organizativo, productivo y económico, utilizando los preceptos de
la agricultura ecológica (Vásquez, 2001).

El común denominador de estos tres fondos de cofinanciación de proyectos (los más importantes
del país) es, sin embargo, la escasez de recursos económicos con que cuentan. Así, para el
presente año Pronatta no tiene recursos de inversión y los mismos en Colciencias no alcanzan
cifras significativas.

El rezago en ciencia y tecnología se transmite a la Agricultura Ecológica (AE), la cual se entiende


como un modelo opuesto a la RV, especialmente en la no-utilización de sustancias de síntesis
química y en la concepción integral de manejo de los sistemas productivos. La AE le otorga
especial importancia a la producción de alimentos sanos, libres de residuos tóxicos y al manejo
ecológico del suelo14. Desde esta perspectiva, se puede concluir que las prácticas agrícolas
sostenibles tales como la agricultura ecológica, entre otras, han ido tomando fuerza en el ámbito
nacional. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados hasta el momento, éstos no pasan de
ser débiles intentos frente a los daños ambientales y sociales que el uso inadecuado de la tierra le
está ocasionando al país, hasta tanto no se promuevan procesos de desconcentración de la tierra y
cambio de los modelos de desarrollo tanto agrícola como ganadero.

14
No obstante, a pesar de las potencialidades de la AE en la generación de empleo en el campo, en incentivar
desarrollos tecnológicos propios y en catalizar la independencia económica de los agricultores y pese a su tendencia
para utilizar integralmente los recursos, todavía falta un largo camino por recorrer tanto en investigaciones básicas
como aplicadas, que den cuenta de sus efectos ambientales y de los ajustes que se requieren para equilibrar la
producción agrícola, tanto en volumen como en calidad. Igualmente, se requiere un movimiento cultural que enfrente
las presiones transnacionales y cambie los actuales patrones de consumo.
6. VULNERABILIDAD RURAL: FALLAS DE
RECONOCIMIENTO

En el contexto del desarrollo económico colombiano se ha dado una discriminación permanente


sobre el sector agrario, en razón de que los paradigmas del desarrollo privilegiaron al sector
industrial y al mercado externo como los fundamentales para el proceso de modernización y
acumulación. En esta concepción, que planteó el dilema entre lo moderno y lo atrasado, lo rural y el
campesinado en particular, se asumieron como sinónimos de las estructuras atrasadas.

Este tipo de pensamiento, que derivó en políticas prácticas, es una de las fuentes recientes de
discriminación del campesinado y del no reconocimiento de su acción como sujeto del desarrollo.

Cualquier exposición de la historia de Colombia desde los inicios de la república hasta


prácticamente la mitad del siglo XX da cuenta de la persistencia de una sociedad y una economía
basada en tres segmentos fundamentales. Un amplio sector rural y campesino que para 1948 todavía
abarcaba un 71% de la población, diseminada y cuasiaislada a lo largo de las regiones Andina y
Caribe, con condiciones de productividad y de cultura y de vida generalmente precarias. Un segundo
segmento urbano concentrado en unas pocas ciudades intermedias y pequeñas, sede de la
administración pública y los poderes políticos, que ocupaba sus habitantes en labores burocráticas,
de comercio y servicios y de producción de artesanías y manufacturas básicas con escaso desarrollo
tecnológico. Y el tercer segmento, tal vez el más dinámico y preponderante económicamente a lo
largo de toda la historia del país hasta el periodo señalado, constituido por el vínculo a las
actividades de exportación en los diferentes ciclos y productos que adquieren su máximo vigor y
dinamismo con la economía cafetera.

Sin lugar a dudas, el grueso de la economía colombiana está condicionado por las características del
territorio y de sus recursos. Sin embargo, la planeación económica moderna, iniciada precisamente
hacia 1950, ha tendido a descuidar, especialmente en las últimas décadas, los condicionamientos y
las determinaciones del territorio y sus recursos sobre la estructura de la economía y sus
posibilidades. Estos, junto con la distribución de la propiedad territorial, y el conflicto agrario
generado por ella, siguen teniendo un peso significativo en la dinámica de la economía colombiana,
aún después de que el desarrollo de la industrialización y la migración rural urbana convirtieron a
Colombia en un país mayoritariamente urbano. El peso de la historia y de los conflictos rurales no
resueltos a lo largo de la historia gravitan todavía significativamente en el presente. Por ello no debe
extrañar que una guerrilla campesina y, en algún sentido para muchos, anacrónica, amenace
desestabilizar al país en los inicios del siglo XXI.

La ciencia económica moderna basó sus lineamientos de política colocando el énfasis en las
profundas diferencias construidas entre los países que generaron procesos históricos de crecimiento
económico, consolidación de los Estados y la sociedad –en términos de definición de ciudadanía–, y
aquellos países rezagados económicamente, con profundos problemas de consolidación social y
política interna y niveles de vida menores.

Las diferencias encontradas en los estudios comparativos se sintetizaron en tres campos: el progreso
tecnológico, la consolidación de la democracia y el desarrollo de los mercados. En muchas
perspectivas analíticas, estos tres campos definen la lógica de la modernidad15. Por analogía, allí
donde estos campos no presentaban niveles similares al de los países que habían logrado
consolidarse modernamente se entendió que se vivía una situación de atraso. América Latina y
Colombia, en particular, se situaron en este último campo. Por ello, las políticas para el desarrollo
promovidas en los años cuarenta y cincuenta tendieron a nivelar la situación copiando la matriz de la
modernidad, sin pensar las diferencias en las dotaciones de los recursos y en las construcciones
sociales; para decirlo en términos de hoy día, entre los ecosistemas y las culturales. Y ello fue así
porque la lógica de la economía moderna supone que los recursos naturales y humanos son
sustituibles por el capital y la técnica.

Esta copia construyó imaginarios de diferente orden, es decir, representaciones sobre la realidad
definidas según los paradigmas, la posición de los actores en los órdenes sociales, según intereses,
relaciones de poder, oportunidades, experiencias y marcos de referencia. De ello se han derivado las
alianzas y conflictos que marcan en buena medida nuestra historia reciente, pues fueron la base de la
construcción de una mentalidad tecnocrática y urbana.

En el campo específico de la ciencia económica, las interpretaciones del subdesarrollo construyeron


un imaginario basado en la dualidad entre lo moderno y lo atrasado. Lo moderno se ligó a los
procesos de industrialización y al desarrollo de actitudes culturales propias de la civilización
occidental. En contraposición, lo atrasado se leyó como los procesos productivos no ligados ni a
tecnologías de punta ni a actividades de transformación que generaran valor agregado, y a unas
supuestas actitudes culturales estáticas que no permitían construcciones institucionales modernas. En
este esquema, lo relativo al mundo rural, en particular lo campesino, se inscribió dentro del último
concepto. Una vez calificado el mundo rural en estos términos, se comenzaron a hacer invisibles los
complejos caminos por los cuales el campesinado continuaba estando presente y haciendo parte
integral del mundo rural, invisibilidad que tuvo expresión en las actitudes políticas relacionadas con
los campesinos y, con mayor razón, con las campesinas.

La visión “moderna” de la agricultura se complementó a nivel económico con la caracterización


de los alimentos y de una parte de las materias primas producidos en las áreas rurales como
bienes inferiores, de una baja elasticidad ingreso de la demanda, con valores agregados y
contribución al PIB decrecientes. Esta argumentación ha sido definitiva para aceptar pasiva e
incluso complacientemente la disolución de las estructuras agrarias y rurales tradicionales en aras
a un desplazamiento de la población campesina y rural a actividades mayoritariamente urbanas,
consideradas como más “productivas” en términos de generación de ingresos y contribución al
crecimiento económico.

De acuerdo con las visiones de las corrientes más ortodoxas del pensamiento económico, dicha
tendencia de disolución se genera de una manera espontánea por el funcionamiento y expansión
de la economía de mercado, la cual conduce a una mejora en la asignación de recursos del
conjunto de la economía. Como corolario de lo anterior, cada vez se consideran más indeseables
las políticas sectoriales, intervencionistas o proteccionistas por parte del Estado, que de acuerdo
con esta visión generan interferencias e ineficiencias económicas.

15
Heller, Agnes (1996). “Una revisión de la teoría de las necesidades”. Paidós, Barcelona.
Actualmente, la perspectiva de la globalización determina la economía, y dentro de ella se le
asignan a Colombia roles que tienen que ver con algunas de sus características y con las
necesidades del mercado mundial. Existen unas prioridades dentro de las cuales no está
contemplado todo el sector agropecuario, pero sí la integración del espacio rural a los proyectos
transnacionales.

El sector agropecuario nacional es considerado en la práctica y en los planes de desarrollo


globales de las transnacionales, como algo subordinado. Se prioriza una visión de “núcleos
productivos” articulados al mercado internacional, con una actividad central no agropecuaria
(megaproyectos, petróleo, minería, transporte), forestal o de grandes plantaciones (palma
africana), haciendo girar en torno a estas actividades los procesos socieconómicos locales y
dependiendo de ellas la sobrevivencia o desplazamiento de las comunidades. Estas son algunas
de las razones fundamentales que explican que en las últimas décadas de la historia colombiana
haya una tradición de políticas que excluyen al campesinado.

6.1. Fallas de reconocimiento: la invisibilidad del campesinado


Los planes de gobierno no tienen un concepto claro sobre el “campesinado” que permita entender
a qué tipo de sujeto social se refieren y, en consecuencia, poder estimar si las políticas definidas
serán útiles para los propósitos enunciados.

El problema puede estimarse aún más amplio. Jesús Antonio Bejarano llegó a plantear que ni
siquiera el concepto de lo "rural" era claro, guiado por una visión vieja a la que se le acomodaban
hechos nuevos, con base en los esquemas clásicos de progreso que tienden hacia lo urbano y lo
industrial. Pero, curiosamente, el concepto renovado que propuso subordina lo rural a usos
ambientales y urbanos16 sin definir roles para el campesinado, siendo entonces una
conceptualización más sin sujetos.

Si bien hay documentos académicos que toman posición al respecto, ellos no han logrado
impactar, a primera vista, los programas de política. Es el caso de la Misión de Estudios del
Sector Agropecuario17, que avanzó bastante en definir y caracterizar al campesinado y en
establecer una visión sobre los procesos de diferenciación que le son propios. La Misión
contrastó de manera contundente las características convencionales asignadas al campesinado,
que identifica como “escasa dotación de tierras, el uso predominante de fuerza de trabajo
familiar, la baja integración al mercado de factores productivos y de bienes y en consecuencia
una limitada capacidad para absorber el cambio técnico y para acumular capital, lo cual tiene en
su conjunto, como implicación final, extendidas y persistentes situaciones de pobreza”18.

A juicio de la Misión, “tan pronto se busca contrastar estas características genéricas con las
realidades presentes, es fácil ver no sólo que éstas son extremadamente dinámicas, sino que

16
Bejarano, Jesús A. (1998). “El concepto de lo rural: ¿qué hay de nuevo?”. En Revista Nacional de Agricultura Nos
922-923, SAC, Bogotá.
17
Ministerio de Agricultura y DNP (1990). "El desarrollo agropecuario en Colombia. Informe Final, Misión de
Estudios del Sector Agropecuario". Bogotá.
18
Minagricultura y DNP (1990). Op. cit. P. 335.
también a menudo no se corresponden, en forma homogénea, ni con las características abstractas
asignadas a las unidades de producción, ni con las asignadas a la fuerza de trabajo”, pues de
hecho el empleo campesino creció más que el asalariado, se redujo la brecha tecnológica entre la
producción campesina y la llamada empresarial y aumentó la capacidad per cápita del
campesinado para alimentar a la población de país19.

Sin embargo, los planes de desarrollo posteriores a la Misión, generados desde el mismo
Departamento Nacional de Planeación, hicieron caso omiso a sus conclusiones en lo relativo al
campesinado, pudiéndose argumentar que a la hora de tomar posición frente a la problemática del
desarrollo importan más las definiciones paradigmáticas que la propia realidad. Una extensión de
esta opción es que los paradigmas implican compromisos con sectores específicos, bien porque la
comprensión que se tiene genera mentalidades cerradas o porque las alianzas políticas lo
imponen. Un ejemplo de lo primero refiere a la lógica que dice que el crecimiento económico es
el motor del desarrollo, amarrado a los procesos de industrialización, caso en el cual se
discrimina lo rural. Un ejemplo de lo segundo es el poder de los terratenientes y sus alianzas con
élites urbanas y políticas que ha impuesto trabas para el desarrollo institucional y el
cumplimiento de los derechos del campesinado20.

Lo cierto es que a juzgar por la permanencia de los conflictos, las herencias conceptuales y
prácticas que se traducen en formas de entender y representar a los actores sociales rurales, al
campesinado para el caso, han generado unas visiones, conceptos, pensamientos, ideas e
imágenes, incluso un lenguaje de referencia, es decir, unos imaginarios, impactantes; desde ellos
se han propuesto formas de vida y se han ejercido formas de poder sobre el campesinado, como
aquellas que lo empujan a colonizar para ampliar la frontera y distribuir la propiedad como
proponen los últimos planes de desarrollo, hasta las que reprimen sus protestas como en la
reforma agraria de Barco, que prohibió realizar acciones de reforma agraria en fincas invadidas21.

En usual entonces que en las políticas para el sector agrario de las últimas dos décadas, el
campesinado sea concebido indiferenciadamente, invitado a producir más de lo mismo, a
extender la frágil estructura de sus ingresos prediales y extraprediales, a sostenerse sobre la
esperanza de lo que puedan resolver el mecanismo de la focalización como forma de subsidio
restringido, y a la acción de una institucionalidad bárbara. Ante este cuadro, las políticas suponen
que las razones de crecimiento y competitividad son suficientes para constituir razones de
desarrollo.

En los análisis de la protesta campesina, Salgado y Prada manifiestan que el campesinado


reclamó a partir de sus acciones un status de ciudadanía acorde a sus derechos como miembros
del Estado colombiano22. Por ciudadanía se puede entender un conjunto enormemente ampliado

19
Ibid. P. 335 y ss.
20
La literatura al respecto es bien abundante. Baste citar para el primer caso la justificación teórica de los planes de
desarrollo. Para el segundo caso, ver los libros de Catherine Legrand, “Colonización y protesta campesina en Colombia
1850-1950”, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1988, y Leopoldo Múnera, “Rupturas y continuidades. Poder
y movimiento popular en Colombia 1968-1988”, Iepri, Facultad de Derecho de la Universidad Nacional y Cerec,
Bogotá, 1997.
21
Ver Quintero, Julio César (1988). “¿Qué pasó con la tierra prometida?”. CINEP, Bogotá.
22
Salgado y Prada (2000). Op. cit.
de derechos y obligaciones recíprocas que unen al Estado a las personas que residen a largo plazo
dentro de su territorio. Se construyen sistemas democráticos si la ciudadanía es amplia, si es
igual, si hay consulta a los ciudadanos y si se les protege contra acciones arbitrarias de agentes
del Estado23. Vale la pena preguntarse si se pueden construir ciudadanos sin reconocer a los
sujetos en situaciones de desigualdad tan grandes como las que se presentan entre los actores
rurales y en el marco de una violencia tan aguda en las zonas rurales.

Es bastante diciente que tan sólo en el último plan de desarrollo, el del gobierno Pastrana, se
coloca por primera vez como énfasis la necesidad de resolver el conflicto político y social. El
Plan tiene como base analítica el concepto de los cuatro capitales —físico, tecnológico, humano y
social—, que expresan la globalidad del concepto de desarrollo. Pero en esa renovación hay un
imaginario muy preciso sobre el campesinado, cuando al proponer el desarrollo de las cadenas
productivas -estrategia sustancial del plan-, expresa que "teniendo en cuenta que la capacidad de
negociación de los campesinos es reducida, y que presentan una débil estructura organizativa, la
participación del sector privado es de vital importancia para facilitar la construcción de un
modelo basado en alianzas estratégicas"24.

La imagen casi no requiere comentarios, corresponde a una depreciación del campesinado como
capital humano, pues este concepto se asimila a un tipo de niveles educativos que, como no son
los propios del campesinado, derivan en desventajas de partida para el desarrollo; los
conocimientos y relaciones del campesinado no logran constituir capital humano. Es por esto que
los planes dan por hecho que el mundo moderno debe avanzar rápidamente en tanto lo atrasado
se focaliza, para lo cual las políticas de redistribución no tienen sentido. Esta concepción encierra
una falla de reconocimiento, es un tipo de imaginario que refuerza la exclusión y la desigualdad.

Los últimos treinta años han sido de desarrollo de procesos organizativos muy complejos y de
confrontaciones muy intensas, en las que el campesinado ha propuesto explícitamente estrategias
de negociación a través de sus protestas, la presentación de proyectos legislativos, las invasiones
de tierra y las alianzas o confrontaciones con otros actores del campo. Igual, como han
demostrado varios trabajos, han desarrollo un acervo complejo de capacidades que les permiten
ser parte fundamental de la vida social y política y del sistema agroalimentario nacional25.
Cristina Escobar señala a propósito de las iniciativas políticas promovidas por las organizaciones
que, en sus intentos de negociación, el campesinado ha visto fallar varias de sus propuestas: 1)
partido político campesino a imagen y semejanza de los de izquierda; 2) participación electoral
en unión de corrientes de oposición o con sectores reformistas o de los partidos tradicionales; 3)
abstencionismo; 4) alternativa armada26.

Es interesante ver que muchas de las formas organizativas del campesinado se acogen, en su
reglamentación, a las normas legales y vigentes. Por ejemplo, las cooperativas, las juntas de

23
Tilly, Charles (1995). “Reflexiones sobre la lucha popular en Gran Bretaña 1758 - 1834”. En Revista Política y
Sociedad No 18, Universidad Complutense, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Madrid.
24
DNP (1998). “Cambio para Construir la Paz. Plan Nacional de Desarrollo. Bases 1998 - 2000”. Bogotá. P. 235.
25
Salgado y Prada (2000). Op. cit, y Forero, Jaime (1999). “Economía y sociedad rural en los Andes colombianos”.
IER, Universidad Javeriana, Bogotá.
26
Escobar, Cristina (1991). “Organización y participación campesina”. En Edelmira Pérez, editora, “El campesinado
en Colombia Hoy”, Universidad Javeriana, Ecoe Editores, Bogotá.
acción comunal, las asociaciones, etc. Esta actitud es explicada con el argumento según el cual
"somos personas que necesitamos estar dentro de la ley"27, con lo cual ponen de manifiesto un
imaginario propio tanto de su vivencia como ciudadanos como del rol del Estado. Teniendo esta
rica trayectoria como telón de fondo, ¿se justifica suponer, como lo hace el plan de Pastrana, que
el campesinado es débil en su estructura organizativa, por lo que requiere la tutela del sector
privado? ¿Se justifica desconocer estas construcciones sociales, que son un rico capital social y
humano?

Los planes de gobierno cierran entonces el siglo con un imaginario negativo: el campesinado
minusválido para adelantar los procesos de desarrollo. Este extraño capital simbólico atesorado
por la tecnocracia ha construido una matriz de significado, un telón de fondo, una proyección que
dificulta reconocer las transformaciones del sujeto social campesino –hombres y mujeres–. Las
cadenas discursivas propias de los imaginarios de la cultura tecnocrática y política han construido
una visión de las sociedades campesinas que son determinantes de la injusticia, puesto que
impiden el reconocimiento del campesinado como sujeto social e inhiben la efectividad de
políticas de redistribución porque no le asignan al sujeto (que ellos denominan agente)
capacidades propias para el desarrollo.

6.2. Los desplazamientos de población


El desplazamiento de población rural tiene como rasgo característico el de su continuidad histórica,
tanto por los procesos de uso y reparto de la tierra propios del siglo XIX, como por el tipo de
políticas que asignaron al campesinado la labor de colonizar y limpiar tierras que se anexan a los
latifundios, por la violencia que se ha ejercido contra el campesinado para negarle sistemáticamente
su derecho a acceder a este recurso, y por la diversidad del conflicto armado y las disputas por el
territorio.

Lo cierto es que en los últimos quince años, de 1985 a 2000, se contabiliza la suma de 2.160.000
personas desplazadas sólo por causa de la violencia política, con una cifra cada año creciente puesto
que en 1995 el número de personas desplazadas fue de 89.000, en el 2000 alcanzó la cifra de
317.00028 y 341.925 en el 2001, con un promedio de 39 personas desplazadas cada hora29.

El impacto del desplazamiento sobre la vida rural y campesina es inmenso pues desestructura la vida
social al generar el abandono de las tierras, modificar la organización del hogar y las formas de
arreglo del trabajo. Las cifras disponibles al respecto, muestran que entre 1996 y 1999 se contabilizó
un total de 94.343 hogares desplazados que poseían tierra en una extensión de 3.363.173 hectáreas,
de los cuales 86.799 hogares debieron abandonarla, significando la pérdida de 3.057.795 hectáreas30

En lo relativo a la organización del hogar, se estima que el 56% de la población desplazada es


femenina, el 55% de menores de 18 años y el 31% de las mujeres desplazadas deben asumir la
jefatura del hogar. Con el desplazamiento, se generan otros impactos como la deserción escolar
alcanza el 40% de los infantes, sólo el 34% de los hogares logra una casa como arrendatario, sólo el

27
Jaramillo, J., Mora, L. (1986). “Colonización, coca y guerrilla”. Universidad Nacional, Bogotá. P. 180.
28
Afrodes (2001). “Forjamos esperanza”. Bogotá. P. 9. Fuente: Conferencia Episcopal y Codhes.
29
CODHES (2002) “Codhes Informa”. Boletín de Prensa No 40, Bogotá, febrero 15 de 2002.
30
CODHES (2000). “Codhes Informa”. Boletín de Prensa No 30, Bogotá, Julio. Pp. 2 y 7.
11% accede a una casa en el sitio de llegada, en tanto que previo al fenómeno, el 77% de los hogares
vivía en casa. En lo relativo al empleo, sólo el 2% de los jefes de hogar no tenía empleo antes de
salir de su zona, pero una vez desplazados, el 48% no cuenta con una estabilidad laboral. Si se tiene
en cuenta que el 61% de los desplazados se dedicaba a labores agrícolas en sus lugares de origen, se
puede entender el impacto en la vida social y productiva del agro31.

Ahora, frente a este fenómeno, lo grave es que el gobierno no reconoce su magnitud ni ataca las
causas; tampoco le ha concedido un carácter prioritario puesto que no lo incluye en la agenda de paz
ni le asigna un presupuesto significativo; las respuestas son de carácter precario, manejadas en el
campo de reglamentaciones técnicas, sin que la política sea vinculante, lo que le da carácter de
contingente. Igual, no se ha definido ni un sistema de alertas tempranas, ni un sistema de registro
eficiente, así como tampoco se garantiza a la población el retorno con seguridad y dignidad32.

31
Ibid y Romero, Flor (1999), “Evaluación de políticas públicas en materia de desplazamiento forzado interno”.
Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo, Bogotá.
32
Afrodes (2001). Op. cit.
7. LA VIOLENCIA: LA PROBLEMÁTICA AGRARIA EN EL
CAMPO POLÍTICO

Teniendo en cuenta estos elementos de vulnerabilidad del campo, en particular de las sociedades
campesinas, es pertinente resaltar la construcción teórica elaborada por Antonio García sobre el
latifundio como constelación social, según la cual, no existen latifundios sino estructuras
latifundistas, que funcionan como “sistemas de economía y de poder articulados con la
organización política del Estado, el sistema nacional de mercado y las estructuras de transferencia
intersectorial de recursos tecnológicos y financieros”33. Esta propuesta permite aproximarse a las
innegables vinculaciones entre el monopolio de la propiedad territorial, la ampliación del
conflicto armado y la profundización de la crisis agraria.

La conceptualización del latifundio como “constelación social” planteada por García da cabida a
la comprensión de las lógicas de las economías campesinas sin excluir las relaciones de
dominación en distintos niveles, construidas a partir del control de la tierra. Coincide con los
análisis de Hans Binswanger34 quien al analizar la tendencia hacia la concentración de la
propiedad agraria, a pesar de la mayor racionalidad de la pequeña y mediana producción agraria,
concluye que el mercado no actúa en consecuencia asignando la tierra a los pequeños y medianos
propietarios por razón del poder político que genera el control de la tierra. La lógica es conocida
y aplastante: al controlar la tierra de manera monopólica se excluye de ella a quienes carecen de
poder político y, al mismo tiempo, se les hace dependientes de quienes la controlan; mas aún
cuando una “industrialización imposible” coloca a quienes se desplazan del campo ante el único
camino de la informalización, como es el caso colombiano.

La escogencia de un referente teórico para el análisis propuesto de la problemática agraria tiene


en cuenta también su contextualización internacional. Desde esta perspectiva, es necesario
considerar cómo desde mediados de la década de los ochenta el capital multinacional a escala
mundial entró en un nuevo ciclo de expansión y recuperación luego de la crisis del petróleo que
se desarrolló al iniciarse el decenio de 1970. El proceso estuvo acompañado de cambios en los
mercados, en las estructuras productivas y tecnológicas y en las relaciones políticas, ámbito en el
que se implantaron profundas reformas en los Estados orientadas a disminuir la ingerencia que
hasta entonces tenían en los ámbitos del desarrollo y de la reproducción social de acuerdo con la
concepción del “Estado benefactor”. Estos espacios entraron entonces a ser copados por el capital
privado, limitando las funciones de los estados a su papel de gendarme y fijador de tarifas.

El acompañamiento ideológico de estos cambios, necesario para su legitimación, fluyó desde los
centros de las finanzas públicas y la Planeación y desde algunos núcleos académicos y de gestión
de la “ciencia y la tecnología”, con la visión de un mundo globalizado, en donde las relaciones
centro-periferia eran reemplazadas por la horizontalidad de la informática, gracias a la cual en el
nuevo mundo virtual habrían desaparecido las “asimetrías” impuestas por la dominación del
capital sobre el trabajo. Desde esta perspectiva, la problemática agraria se reduciría a incorporar

33
García, Antonio (1973). “Sociología de la reforma agraria en América Latina”. Ediciones Cruz del Sur, Buenos
Aires. P. 65.
34
Binswanger, Hans et al (1993). “Power, distortions, revolt and reform in agricultural land relations”. The World
Bank, Washington.
al campo a la construcción de una “sociedad del conocimiento” hacia la que debería orientarse el
conjunto del país, habiendo quedado atrás las tareas de la nunca realizada reforma agraria.

Como era natural, estos argumentos resultaron especialmente gratos para los defensores a
ultranza del régimen vigente de la propiedad agraria, ahora en “alianzas estratégicas” con el
capital multinacional.

Las élites colombianas, opuestas de manera violenta y reiterada a una reforma agraria efectiva
dieron como únicas alternativas a los campesinos sin tierras, contratos de aparcería o las
colonizaciones en regiones marginales; a su vez, la crisis de la agricultura condujo a generar en
estas últimas el escenario obligado para la implantación de los cultivos ilícitos, precisamente a
finales de la década del “pacto de Chicoral”. Los grandes narcotraficantes encontraron así una
población forzada a producir los cultivos ilícitos como única alternativa de ingresos, a la cual
obligaron por el terror a trabajar o a entregar a bajos precios su producción. En estas condiciones,
la guerrilla entró a mediar a favor de los colonos, su base social, estableciendo impuestos sobre la
compra de la base de coca y el látex.

Así se definieron nuevos campos de confrontación en donde sectores de las fuerzas


institucionales entraron a apoyar a los narcotraficantes, no solamente en las zonas de producción
de los cultivos ilícitos, sino en todos los niveles de la vida del país, desde los reinados de belleza
y el Parlamento hasta la planificación, organización y ejecución de las operaciones militares.

En síntesis, el desarrollo de esta política, aplicada además para apoyar la expansión del control de
tierras y territorios, tiene raíces en las viejas relaciones de los hacendados con las instituciones
armadas del estado y se preserva hasta el presente, en un continuum que se extiende entre los
enfrentamientos de los hacendados con colonos y agregados en la década de los años veinte, la
formación y operación de los grupos parapoliciales durante ‘la violencia’ (‘pájaros’) en los
cincuenta y la cadena del paramilitarismo, originada en el decreto 3398 de 1965 y la ley de 1968
que crearon las Autodefensas, declaradas inconstitucionales en 1989.

La emergencia de estos actores en el escenario público marca cambios en las formas de coerción
ejercida contra la población y las organizaciones sociales y políticas. Durante los años setenta,
por ejemplo, las detenciones arbitrarias hechas por las autoridades militares, es decir, sin un
proceso judicial que garantizara los derechos a la libertad y a un debido proceso fueron el
mecanismo principal de esa coerción. Esta forma comenzó a decaer desde el inició de la década
siguiente, mientras que los homicidios y ejecuciones extrajudiciales, y las desapariciones ganaron
peso. Este período se corresponde con una gran movilización campesina provocada por el
desmonte de la reforma agraria iniciada a comienzos de los años setenta, lo mismo que una
persistente protesta estudiantil y de los sectores ligados a la educación y la salud por los recortes
en la inversión estatal. Es significativo que entre 1970 y 1971 las retenciones arbitrarias se
multiplicaron por más de seis veces, al pasar de 615, a casi 4.000, para luego mantenerse en
alrededor de 7.000 detenciones arbitrarias por año durante el resto de la década, y empezar a
disminuir significativamente desde 1981.

Mientras que esa forma de negación de derechos disminuía como forma de ejercicio de la
coerción estatal en los años ochenta, los homicidios políticos y las ejecuciones extrajudiciales
comenzaron a ganar peso numérico, lo mismo que las desapariciones, primero contra los
concejales y militantes de la Unión Nacional de Oposición en el Magdalena Medio entre 1976 y
1981 y luego del inicio de las conversaciones entre guerrilla y gobierno en 1982. De la misma
forma, el surgimiento de los llamados “escuadrones de la muerte” o “grupos de justicia privada”
fue otra de las características que acompañó ese cambio en las formas de coerción en los años
ochenta.35 Esta ya no era exclusiva de la organización estatal, sino empezó a ser ejercida con
amplitud por diversas organizaciones paraestatales y contraestatales.

Estas nuevas formas de coerción se iniciaron luego de la formalización de conversaciones de paz


entre el gobierno y las guerrillas en 1982, se acentuaron con la creación de la Unión Patriótica en
1985, y se consolidaron con el inicio de la descentralización política en 1987. El período 1986-
1995 fue hasta 1999 el más violento en la historia reciente del país. Precisamente en este lapso se
cometieron el mayor número de asesinatos políticos de los últimos 40 años, los cuales
coincidieron con las cuatro primeras elecciones de alcaldes, en las que un competidor político
nuevo –la UP- entró a la arena pública como parte de los acuerdos de paz entre el gobierno del
presidente Betancur y las FARC en 1985. En efecto, 19.457 homicidios políticos y ejecuciones
extrajudiciales se realizaron en esos diez años, contra 3.088 en la década inmediatamente
anterior. Sólo en 1988 se presentaron 2.738 de esos casos. En la misma década ocurrieron 1.611
desapariciones forzadas, contra 592 en la década anterior36 (cifras solamente superadas
recientemente, pues según Asfaddes, sólo en el 2001 ocurrieron más de 700 casos de
desaparición forzada). Igualmente, el secuestro empezó a ser registrado en estadísticas en 1987
con 227 casos, y se consolidó como práctica de financiación forzada o de presión política desde
el año siguiente, aumentando su número regularmente hasta llegar a una cifra diez veces mayor
una década después.

Paradójicamente, la reforma política y la descentralización, impulsadas para promover la


democracia y autonomía local, tuvieron efectos contrarios en términos del enfrentamiento
armado, polarizaron aún más el conflicto, y han expuesto desde entonces a los civiles activos en
política local a las amenazas de los paramilitares, las guerrillas, o las fuerzas de seguridad.

Esos cambios en la coerción llegaron acompañados de una pérdida del monopolio de las armas
por parte del Estado. Esto se ve reflejado en las estadísticas sobre homicidios y ejecuciones con
motivaciones políticas. En efecto, al comienzo de la década de los noventa, un poco más de la
mitad de estos delitos eran cometidos por miembros con vinculación con las fuerzas armadas,
mientras que organizaciones irregulares eran responsables del cerca del 45% restante –27% la
guerrilla y 18% los grupos paramilitares. Al finalizar la década esa distribución había tenido
cambios significativos. La responsabilidad directa de las fuerzas armadas en esos delitos había
bajado a cerca del 10%, mientras que los grupos paramilitares y de autodefensa contabilizaron
63% y la guerrilla el 27%. El tema de la colaboración entre las fuerzas armadas y los grupos
paramilitares al compartir un enemigo común surgió entonces como uno de los puntos más
álgidos de debate público, tanto al interior de los diferentes gobiernos, como dentro del sector
judicial y de las fuerzas armadas, así como también dentro de las organizaciones internacionales
de derechos humanos y los gobiernos interesados en influir en la resolución del conflicto
colombiano. Human Rights Watch llegó a llamar a los grupos paramilitares ‘la Sexta División’
del Ejército para sintetizar su denuncia sobre los lazos entre las fuerzas del Estado y las

35
Comisión de Estudios sobre la Violencia, Colombia: Violencia y Democracia, IEPRI, 1987.
36
Comisión Colombiana de Juristas, Colombia, Derechos Humanos y Derecho Humanitario: 1996, Bogotá, 1997.
Autodefensas37. No en vano, este punto ha sido uno de los que más ha contribuido a enturbiar, si
no el que más, las conversaciones de paz.

En el último período, la modalidad de coerción más drástica corresponde a las denominadas


masacres. Hay en promedio más de una masacre diaria en Colombia y casi siempre afecta a los
campesinos. De acuerdo con el banco de datos del Comité Permanente para la Defensa de los
Derechos Humanos, en el año 2000 se registraron 529 masacres, en las cuales perecieron 2.701
personas. De las 3.768 personas víctimas de homicidios políticos en el mismo año, se tienen
datos sobre la posición ocupacional de 2.568, de los cuales 1.228 eran campesinos, es decir el
47,8 %38. A la tradicional invisibilización del papel del campesinado se añade la invisibilización de
su exterminio, de manera que la información se minimiza o se diluye y a veces no se da.

Las organizaciones campesinas han sido víctimas directas del ejercicio de la coerción violenta.
Efectivamente, la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos –Anuc-, impulsada por el
gobierno de Carlos Lleras, fue durante sus primeros años una expresión masiva y organizada del
campesinado colombiano dirigida fundamentalmente al acceso de la tierra. La política oficial del
gobierno de Pastrana Borrero, convertido en el ejecutor de la política antirreformista del Pacto de
Chicoral y el posterior despliegue represivo del gobierno de Turbay Ayala y además por las
luchas de la izquierda y contra la izquierda al interior de la ANUC terminaron por desarticular el
movimiento y por subordinar una importante parte de él al Estado.

El método oficial combinó el fomento de las divisiones internas con la represión policial y militar
de sus manifestaciones y de las tomas de tierra. A este método se le sumó otra presión no
necesariamente oficial pero sí mucho más efectiva: la ejecución selectiva de sus dirigentes y de
algunas personas que constituían su base social. Este procedimiento aplicado secularmente en
Colombia contra las expresiones políticas y civiles de sectores incómodos para el
establecimiento, se ha consolidado como el mecanismo por excelencia para ‘controlar’ el
surgimiento de expresiones alternativas. Pero es preciso insistir en el carácter parcial de la
imposición del proyecto exterminador y de sus efectos. Quiere esto decir que, a pesar de la
envergadura de la guerra y de las ‘violencias’, hay un ámbito importante del sistema social y
político del país en que el control, las transacciones y las regulaciones se ejercen a través de los
mecanismos consagrados en el pacto social. Habría que reconocer también que la lucha
contrainsurgente suele ser el pretexto de más peso que ha movido y justificado el proyecto de
coerción a las luchas sociales y su dirigencia.

El proyecto represivo, que al parecer de algunos analistas guarda una estricta continuidad
histórica desde por lo menos finales de los años cuarenta del siglo veinte, fue y sigue siendo una
de las causas fundamentales del surgimiento de las guerrillas. Por su parte, las guerrillas,
consolidadas en ciertos territorios como autoridad local en la medida en que son un cuerpo
castrense cuya autoridad no está mediada ni controlada por ningún organismo civil, se
constituyen en poder militar local. En otras partes, que en este momento son la mayoría de los
municipios colombianos aunque no ejercen sino parcialmente la autoridad, imponen tributos por
la vía del terror. En uno u otro caso, sus víctimas principales son algunos terratenientes y sectores
de clases medias rurales y provinciales, además de algunos campesinos. La reacción a esta

37
HRW (2001) La “sexta división” Relaciones militares-paramilitares y la política de Estados Unidos en Colombia.
38
Comité permanente por la Defensa de los derechos Humanos (2002). Resumen estadístico año 2001.
situación se constituye actualmente en uno de los principales apoyos políticos del paramilitarismo
y en una importante fuente de financiación de este, cerrando de esta manera un circuito de
retroalimentación de la violencia.

Como los partidos políticos liberal y conservador, han tendido a ser conglomerados de empresas
electorales con alianzas estratégicas para este fin, no han desarrollado con toda la fortaleza que
imponen las circunstancias, mecanismos para controlar y debatir la presencia en su interior de las
tendencias proclives a la metodología de represión de las alternativas democráticas. Esta
situación se agudiza por el carácter ilegal del ejercicio de la ‘democracia’ y del poder, dada la
convivencia con la corrupción y el clientelismo.

Aunque en algunas ocasiones las movilizaciones campesinas se hacen bajo la presión militar de
la guerrilla o de los paramilitares, en la mayoría de los casos se presenta una adhesión voluntaria,
movida por proximidades ideológicas y se realizan sobre todo por necesidades inmediatas de
protección contra diversas formas de persecución, de opresión y de injusticia. En cualquier caso,
los líderes cívicos y la población civil tienden a ser víctimas de la reacción brutal del oponente
armado.

Considerando esta situación, la autonomía del campesinado frente a los grupos armados y demás
actores es un requisito imprescindible para lograr la reconstrucción de la economía y la sociedad
rural.

7.1. Las estructuras, los actores, la violencia y la paz


Es un lugar común decir que la solución al conflicto armado colombiano debe ser política y no
militar. Los análisis que resaltan la dinámica política del enfrentamiento no son muchos pero se
impusieron sin embargo en la negociación con el M19 en 1990. A pesar de este logro, los
razonamientos estructurales para explicar la confrontación tienden a prevalecer hoy día. Esa
tendencia a lo estructural no es mala ni buena per se, más bien, hace referencia a las condiciones
en las que el conflicto surgió. Sin embargo, ese acento tiende a mostrar una visión parcial si no
está acompañado de un examen de los procesos y las interacciones de los actores que intervienen
en las diferentes coyunturas, y de los cambios y realineamientos que usualmente les siguen.

Si bien algunas transformaciones sociales profundas han sido históricamente resultados de


acontecimientos extraordinarios como revoluciones, guerras civiles, rebeliones triunfantes, golpes
de Estado –hechos en su mayoría violentos- o de situaciones que incluyen "quiebres en la
institucionalidad" o cambios de régimen, y no como consecuencia de acuerdos en una mesa de
negociación se presentan también situaciones de concertación de reformas socioeconómicas. Es
lo que comenzó a ocurrir en 1936 y luego en 1968 en Colombia y lo que hubiera podido ocurrir si
se aprueba y lleva a la práctica el proyecto de ley redactado conjuntamente en 1985 por una
comisión del ‘Diálogo Nacional’, integrada por delegados de todas las organizaciones
campesinas, la ONIC, la SAC, Fedegan, el Instituto de Estudios Liberales y el gobierno
conservador de Belisario Betancur.
El proyecto de ley de reforma agraria elaborado por el Consejo Nacional Campesino y presentado en
el año 2000 por el representante Gustavo Petro con el apoyo de otras organizaciones campesinas e
indígenas, aunque claramente más radical que la concertación de 1985, intenta aproximarse a un
acuerdo nacional sobre reforma agraria y está abierto a él39.

Vemos como alrededor de las negociaciones de paz y mientras la guerra se ha incrementado, el


régimen político se ha transformado en algunos campos, al tiempo que en el forcejeo por darle un
rumbo a las negociaciones se han podido entrever posibles coaliciones entre los partidos y
sectores que forman parte del sistema político formal y los que no son parte de él, hechos que no
hacían parte del repertorio político a nivel nacional hasta hace pocos años.

Tal vez el más notable de estos procesos políticos diferentes ha acontecido en el departamento del
Cauca, con el liderazgo de los pueblos indígenas, quienes han sabido aprovechar la recuperación
de la tierra y las conquistas constitucionales de 1991 y articularlas con grandes movilizaciones y
paros cívicos regionales con alto protagonismo campesino y con el proceso electoral.

En un nivel mucho más coyuntural, en las elecciones presidenciales de 1998 se insinuaron


algunas de esas posibles alianzas: el candidato liberal con el ELN, y el candidato conservador con
las FARC. Para las elecciones del primer semestre del 2002 no se perfilan asociaciones tan claras
como las que se dieron en la campaña presidencial pasada, aunque se especula sobre las
coincidencias políticas entre uno de los candidatos y los grupos paramilitares.

Un análisis desde esta perspectiva, permite observar que la formación de democracias duraderas
depende de la competencia entre los diferentes sectores de las elites tradicionales, de las
oportunidades para crear alianzas multiclasistas y de la posibilidad de todos los sectores de base
de la sociedad de expresarse autónomamente en la escena política, cual ha sido el caso de los
partidos socialdemócratas y comunistas en Europa (o en Chile y Uruguay antes de los golpes de
Estado) o como es el caso del PT y otros partidos socialistas o laboristas en Brasil.

Es decir, cuando hay competencia dentro de las elites políticas es más probable que haya
incentivos para buscar el apoyo popular por parte de esos competidores, y si además esos sectores
marginados o excluidos están organizados y movilizados, son más altas las posibilidades para
defender autónomamente sus propios intereses, y sobre esa base, para negociar acuerdos o crear
alianzas democratizadoras sin convertirse en furgones de cola o vehículos de carga de los
sectores tradicionalmente dominantes.

Por el contrario, cuando la mayoría de las elites políticas están unificadas y en un bloque
mayoritario que excluye las alternativas políticas -como durante el Frente Nacional y los años
posteriores- la ausencia de competencia no facilita la supervisión política y ciudadana, hay mayor
polarización, el rango de las posibles coaliciones se reduce, y la política tiende a convertirse en

39
Antonio García distingue entre las reformas agrarias estructurales que resultan de un triunfo revolucionario y las
reformas agrarias “convencionales” que “constituyen una operación negociada entre antiguas y nuevas fuerzas sociales”;
“sus alcances y profundidad dependen de las condiciones de la confrontación” o la correlación de fuerzas sociales y
políticas; e intentan modificar el dominio latifundista sobre los recursos sin quebrar el sistema capitalista, pero en una
dimensión nacional que desborda los alcances meramente marginales de las reformas que tan solo se proponen aliviar la
presionen en zonas críticas. GARCÍA, Antonio (1972) Dinámica d e las Reformas Agrarias en América Latina; Oveja
Negra, Bogotá, páginas 31-34.
una relación de suma cero ya que se instaura una coalición ganadora estable que no le deja
espacio a las minorías radicales. Estas a su vez, al no ver posibilidades de participar en
coaliciones ganadoras en el régimen democrático, pueden acudir a la violencia como una forma
de inclusión y de impulsar su agenda. De acá se deduce que ni los sectores de élite ni los
populares por sí solos pueden generar una democracia estable, ya que ésta es el resultado de
alianzas duraderas que incluyen a todos los sectores.

Otra forma de apreciar el conflicto, en particular en lo relativo al campo, enfatiza en que en


Colombia existe un sistema histórico que trata de impedir la organización autónoma de la
sociedad rural, del campesinado en particular, y la somete por medio del clientelismo o el terror,
de manera que la doblega, asimila o destruye. El eje de este sistema sería el gamonal, cuyo papel
como latifundista trasciende las meras relaciones de propiedad y se proyecta tanto como agente
del capital transnacional, como sobre el régimen de dominación política y el manejo de los
dineros del Estado, hasta el punto que es imposible lograr una administración autónoma local
efectiva, algo democrática y pluralista en el plano nacional sin que se liquide el latifundio.

Este análisis considera que ha habido un objetivo claro de eliminar sistemáticamente a todo líder
social autónomo o alternativo, con el propósito de mantener el predomino bipartidista, imponer los
planes económicos del régimen y promover la concentración de la propiedad rural. Esta perspectiva
sin que niegue la existencia de sectores empresariales y políticos reformistas, que no hacen parte ni
del gamonalismo ni de la sociedad de base y con los cuales ésta puede lograr convergencias,
delimita la sociedad en dos campos: la sociedad del poder y la sociedad de base excluida, donde las
coaliciones entre la parte dominante y la excluida se convierten en formas de utilización y
cooptación de los excluidos, quienes por tanto deben hace valer autónomamente su organización e
intereses para obtener transformaciones, que no excluyen sino pueden conquistar acuerdos con la
contraparte, mediante los cuales sea posible lograr una participación social más equilibrada y el
escenario institucional para luchar por transformaciones más decisivas.

La ausencia de coaliciones democratizadoras en Colombia –división y competencia entre las


elites políticas con presencia de sectores subalternos movilizados- ha sido notable los últimos 40
años, y sólo en contadas circunstancias como la de ANUC en sus primeros años y el gobierno
reformista liberal de Carlos Lleras (1966-1970) han dejado ver esas coincidencias y sus
potenciales democratizadores. La Anapo de 1970 puede ser otro ejemplo. La coalición UNO en
1974 se proponía lograr una convergencia progresista pero se frustró tanto por sus conflictos
internos como por el asesinato de sus concejales en el Magdalena Medio. Otro momento pudo ser
el gobierno del presidente conservador Belisario Betancur (1982-1986), con pocos resultados
concretos, aunque durante su período se abrieron las negociaciones directas entre gobierno y
guerrilla, negadas durante 8 años de gobiernos liberales y amplio uso de la coerción. Lo ocurrido
con las elecciones de 1998 en que se especuló con una proyección a largo plazo de la
convergencia entre las FARC y el presidente Pastrana ha quedado reducido a sus reales
proporciones coyunturales tras el rompimiento de los diálogos y la zona de distensión.

Una coalición exitosa como la descrita antes, si pudiera llevarse a la práctica, tendría muchas más
posibilidades de llevar a cabo reformas redistributivas -y de paso, transformar el régimen político
de una vez por todas- que las interminables discusiones y acusaciones mutuas entre gobierno y
guerrilla en las mesas de diálogo, como se ha demostrado con la terminación del actual proceso
de paz. El tipo de alianzas descrito podría llevar a cabo reformas como la agraria, considerada por
sectores progresistas y radicales, incluidas las FARC, como la base de una solución negociada del
conflicto armado. Esa perspectiva de alianzas ofrece la posibilidad de ver los aspectos positivos
de los "populismos democráticos" y de observar comparativamente las razones de la pervivencia
en Colombia de la violencia política con una relativa estabilidad institucional. La violencia contra
los movimientos alternativos y contra las convergencias locales busca precisamente impedir esta
alternativa, que entre otras cosas puede expresarse como un movimiento que presione a una
negociación que incluya reformas políticas y socioeconómicas.

La relación entre monopolio de la tierra y poder político puede también considerarse susceptible
de negociaciones, pero teniendo presente la dirección de doble causalidad. En algunos campos,
derivar causalidades directas de una variable a otra, como en el caso de la posesión de riqueza y
su influencia en el poder político, oscurece la relación inversa, los efectos de la política en la
concentración o redistribución de riqueza. Esto es particularmente importante para el caso de una
eventual reforma agraria asociada a un proceso de paz. Esta sería una típica decisión del ámbito
político que afectaría la distribución de la riqueza, como al mismo tiempo una reforma
determinada en la propiedad de la tierra conduce a cambios en la correlaciones políticas, tal y
como se mostró para el caso de los indígenas del Cauca. Generalmente la estructura de propiedad
agraria se toma como un punto de partida, como un dato dado, sin tener presente que también es
un resultado, una consecuencia de un proceso político. Así, al tomar esa estructura agraria como
un "dato dado", es fácil concluir que para que haya paz, primero hay que hacer una redistribución
de la tierra, debido a sus efectos democratizadores en el ámbito de lo político.

Un ejemplo, sobre la incidencia de cambios políticos, es el inducido por la Constitución del 91,
cuyos cambios tuvieron una mayor incidencia en la vida de los indígenas porque conjugaron el
reconocimiento de su autonomía política, con el reconocimiento de la inalienabilidad de sus
tierras y por tanto la legitimación de las recuperadas. La situación de reconocimiento no ha sido
similar para los campesinos, quienes no tienen tierras inalienables como las comunidades
indígenas, ni se ha dispuesto un régimen constitucional que les permita obtener esta protección,
como sucede con los afrocolombianos. Esto significa que los campesinos son altamente
vulnerables al desplazamiento.

Sin embargo, si la estructura de propiedad se considera como un resultado, la importancia de


construir las coaliciones para transformarla salta a la vista, lo mismo que el proceso político para
buscarle aliados y facilitar ese resultado reformista. Al mismo tiempo es necesario no caer en una
visión formalista según la cual conflicto es sinónimo de violencia. Al contrario, la vida
democrática exige reconocer el conflicto y significa no poner a las contrapartes a escoger entre la
alianza y la violencia. En parte el conflicto colombiano radica en esa visión excluyente que
supone la violencia de o contra quienes no están dispuestos a aliarse. La democracia requiere la
oposición y el conflicto y si ellos no se aceptan el resultado práctico es la dictadura solapada o la
guerra. Es por eso que la paz no puede venir de imponer una coalición o alianza a los excluidos,
sino de permitirles expresarse, aliarse u oponerse autónomamente.

La naturaleza y diversidad de los actores es un punto importante para el análisis, porque pueden
contrastarse lecturas que van desde el reconocimiento de su amplitud con identidades en procesos de
construcción y de carácter múltiple, hasta la consideración de ese sistema histórico que confronta a
una sociedad de base con el gamonalismo. En esta última perspectiva, el gamonal se entiende
también como parte de ese sistema histórico que no permite una organización autónoma del
campesinado y la somete por medio del clientelismo o el terror, de manera que la asimila o la
destruye. Al gamonal se le asignan roles tan amplios como que van del propietario de la tierra,
cualquiera sea su actividad productiva –ganadero o inversionista agrícola-, pasando por el de quienes
ejercen el poder local, el del capitalista burocrático, el agente y aliado del gran capital, de los grupos
financieros, las transnacionales y el narcotráfico.

En la historia reciente colombiana, también hay que analizar el lugar de los paramilitares o la
violencia reaccionaria en el proceso político colombiano. Muchas lecturas estiman que la
violencia paramilitar buscaría defender las inversiones transnacionales y aumentar el latifundio
ganadero y la concentración de la tierra y, por esta vía, mantener el control político o aumentar su
poder. Lo político queda reducido así a una relación mecánica entre propiedad y poder, quedando
por fuera del análisis una multitud de fenómenos no contemplados por esa particular forma de
interpretar la formación del interés económico, como podría ocurrir en las alianzas dadas entre
guerrilleros reinsertados y grupos políticos locales en la región de Urabá. Cuando estas alianzas
no son explicadas, ocurre incluso que identidades claves como lo étnico, la regional, el género, el
centralismo, las polarizaciones de la guerra y la dinámica territorial que genera, la competencia
entre elites, etc., quedarían subordinadas a esa ley de hierro que va desde la propiedad hacia la
política.

Algunos analistas han intentado una explicación de la forma como los factores regionales y
étnicos se articulan en circuitos económicos y demográficos macro regionales que integrarían a
Colombia y dentro de los cuales es posible una explicación más integral de los conflictos
nacionales40.

Pero visto el mundo de las relaciones y coaliciones políticas creadas, puede entenderse que el
efecto de los paramilitares no se supone que sea únicamente el de mantener o fortalecer el
latifundio –aunque ésa haya sido una de sus consecuencias- sino el de evitar o frustrar la
formación de esas coaliciones reformistas o democratizadoras en el nivel local, regional y
nacional y, por lo tanto, impedir la formación de apoyo político que haga posible el reformismo,
manteniendo las polarizaciones heredadas del Frente Nacional y de la Guerra Fría. Siguiendo el
mismo razonamiento, se puede afirmar que la agudización de la violencia política desde 1982
obedecería a las reacciones surgidas en contra de las posibilidades de redefinir los equilibrios
políticos regionales, resultado de los nuevos competidores, las nuevas agendas públicas y un
rango de posibles alianzas más amplio creado por los acuerdos de paz con la guerrilla, la apertura
política y la descentralización.

De igual manera, esa derivación de lo político desde lo económico no incluye en el razonamiento


sobre la violencia los cambios en la estructura estatal desde el inicio de la descentralización
política iniciada en 1987. En efecto, esa devolución del poder al nivel subnacional creó un
espacio de competencia que no existía antes. Como el conflicto armado continuó, esa reforma
que abría la posibilidad de un paso hacia una mayor democratización y, por lo tanto, hacia una
disminución de la violencia, lo que produjo fue un efecto contrario. Así, lo malo no fue la
reforma descentralizadora, sino el fracaso de las negociaciones de paz con los dos grupos
guerrilleros más numerosos y organizados –las FARC y el ELN- y la emergencia de un actor
armado irregular -las AUC- opuesto a las guerrillas, además del Estado. Al aumentar la

40
FAJARDO, Darío; MONDRAGÓN, H. et. al. (1997) Colonización y Estrategias de Desarrollo, pags. 92 a 95.
competencia política para el acceso institucional al nivel regional y local, en un contexto de
conflicto armado en diversas regiones del país, el resultado fue una intensificación de la
violencia, hecho contrario a lo esperado, dadas las reformas para devolver poder desde el centro a
las regiones y el cambio en el régimen político.

7.2. Reconocimiento, diversidad y paz


El Estado colombiano está en un umbral en donde podría entrar en un proceso de consolidación o
prolongar su decaimiento actual. Lo primero incluye la redefinición de las responsabilidades
centrales frente a los entes territoriales subnacionales, lo mismo que la recomposición de la
comunidad política, base del sistema de intermediación de intereses y de representación electoral.
Por esto es tan crucial el éxito de unas negociaciones de paz. El fracaso en el propósito de incluir
en la comunidad política a los grupos alzados en armas profundizaría el conflicto armado y
pondría en riesgo la viabilidad inmediata de Colombia como Estado nacional, comprometiendo
su soberanía y sus posibilidades en el mundo competitivo de la globalización actual. El éxito de
unas negociaciones y la finalización del conflicto armado serían las bases para esa consolidación
estatal. Esta supone recuperar las normas básicas de convivencia social, una confianza mínima
entre los ciudadanos y entre éstos y las instituciones públicas, ya que no habría organizaciones
desafiando la autoridad y soberanía estatal, ni tampoco promoviendo acciones depredadoras
frente a los diferentes grupos de la sociedad. Estos dos factores -paz y democracia- serían las
condiciones ideales para el impulso a programas de redistribución de la propiedad rural, el pleno
reconocimiento de actores sociales como el campesinado y del desarrollo económico.

En la situación colombiana actual es clave tener presente el punto sobre la cooperación y la


resistencia. Como todavía existe en Colombia una disputa por la definición de la comunidad
política, las diferentes intervenciones del Estado y la sociedad pueden quedar inmersas en ese
conflicto armado o contribuir a su resolución. Las políticas de paz generalmente incluyen
inversiones sociales o económicas, pero a veces tienden a olvidar el campo específicamente
político y la disputa por redefinir ese conjunto de competidores por el poder, conflicto asociado
con el reconocimiento. Este no se refiere sólo a la distribución de incentivos materiales a través
de proyectos de inversión en infraestructura o gasto social, sino a la redefinición de
representaciones y prácticas de agencias estatales o grupos con poder que someten, devalúan o
desconocen perspectivas de mundo de grupos regionales, políticos o sociales diferentes a las
considerados oficiales o aceptados.

Por esto, uno de los referentes centrales de los programas de paz es que las inversiones y
programas de asistencia social del Estado por sí solas no agotan las políticas de paz. Estos
también suponen una dimensión que incluye una revaloración de los sectores marginados y sus
agendas públicas, pero que la mayoría de las veces las visiones tecnocráticas tienden a ignorar.

Esa ausencia de reconocimiento por parte de las autoridades centrales y elites regionales no se
limita sólo a lo político-partidista, sino a otros campos como el étnico, el cultural, el social y el
ambiental. Las visiones distorsionadas o peyorativas desde grupos de poder sobre diferentes
sectores o procesos sociales locales han contribuido a crear patrones de interacción que oprimen,
reducen o devalúan formas de ser, pensar o actuar, diferentes a las aceptadas como "normales" o
"modernas". Como el reconocimiento está íntimamente ligado a la identidad y al entendimiento
individual y colectivo de "quiénes somos" y a la dignidad de seres humanos, esos otros
desconocidos, negados o distorsionados por grupos con mayores recursos y poder, además de
sentir daño y sufrimiento, también pueden resistir y rebelarse. A esta situación se refieren los
análisis recientes sobre las "identidades de resistencia", para referirse a las reacciones locales
frente a procesos macro que han tenido efectos devastadores en los sectores más pobres de la
sociedad, como por ejemplo la globalización y las consecuencias de la liberalización comercial
en el sector rural colombiano.
8. LAS ORGANIZACIONES CAMPESINAS

Las organizaciones campesinas han tenido una tradición de elaboración y presentación de


propuestas para solucionar los problemas del campo. La vía campesina de desarrollo del campo
fue defendida desde comienzos del siglo XX por los luchadores en varias regiones del país. Entre
1920 y 1936, las visiones del Partido Agrario, el PSR, el Partido Comunista y el UNIR de Jorge
Eliécer Gaitán buscaron un reconocimiento del papel económico, social y político del
campesinado que sólo se logró en forma débil en la reforma constitucional y la ley 200 de 1936.
La Confederación Campesina e Indígena que trató de centralizar por primera vez las
organizaciones constituidas en este período fue destruida durante la violencia de los 50s. Tras los
acuerdos de paz de 1958 los campesinos expresaron su vía en el proyecto de ley de Juan de la
Cruz Varela, que alternó como propuesta radical con el proyecto moderado de Carlos Lleras.

En los años de negociación del conflicto armado, las organizaciones han estado siempre presentes
con iniciativas para los escenarios de negociación. En las mesas instituidas por Betancur para el
“diálogo nacional” las organizaciones acudieron con una propuesta legislativa sobre reforma
agraria, derrotada en los trámites del Congreso para la definición del proyecto finalmente
aprobado.

Más recientemente, en los años noventa, en pleno debate de lo que sería la ley 160, en septiembre
de 1993, el Gobierno y los representantes ponentes accedieron a la negociación, impuesta por la
lucha de las centrales obreras y las movilizaciones agrarias y facilitada por la actitud del entonces
nuevo ministro de Agricultura José Antonio Ocampo. Presentaron un nuevo texto que incluyó a
las reservas campesinas y se comprometieron con las organizaciones campesinas e indígenas con
16 modificaciones más del texto original y especialmente se comprometieron a aprobar la
expropiación por vía administrativa, mas no lo hicieron. Luego en la comisión primera del
Senado nuevamente fue bloqueado por un grupo de parlamentarios encabezados por el senador
Vargas Lleras, un proyecto de ley que reglamentaba la expropiación por vía administrativa para
reforma agraria.

En el debate la Coordinadora Agraria cumplió un destacado papel, que acompañó con la


movilización y que integró en la práctica a ANUC-UR. Esta Coordinadora fue el antecedente del
Consejo Nacional Campesino, CNC, fundado formalmente el 19 de marzo de 1999, en medio del
impulso dado por las movilizaciones unitarias de los campesinos con las centrales sindicales. De
él hacen parte actualmente 11 organizaciones nacionales: Acción Campesina Colombiana ACC,
Fanal, Asociación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas Anmucic, Festracol, Asociación
Colombiana de Beneficiarios de la Reforma Agraria Acbra, Fensuagro, Anuc-UR, Fenacoa,
Sintradin y la Coordinadora Nacional de Desplazados, organización esta que adquiere cada vez
más importancia debido al drama del desplazamiento forzado masivo.

Inicialmente en el CNC participó activamente la Central de Cooperativas del Sector


Agropecuario Cecora. Sin embargo, Cecora optó por afiliarse a la SAC e impulsar entre sus
afiliados los programas oficiales de cultivo de palma africana y abandonó el CNC principalmente
por contradicciones programáticas relativas a la política económica. Antes que Cecora otra
organización campesina, El Común de Santander, se había afiliado a la SAC, cuando aun
pertenecía a la Coordinadora Agraria. Se mantiene en cambio en el CNC otra federación de
cooperativas campesinas, Fenacoa.

El CNC está organizado por consejos departamentales y regionales campesinos, entre los cuales
se destacan los del Eje Cafetero, Santanderes, Cundinamarca, Nariño y Atlántico.

El CNC logró dotarse de una propuesta integral de reforma agraria adaptada a las circunstancias
actuales y enfrentar y detener en 1999 y 2000 un nuevo proyecto de ley con el cual el gobierno
esperaba afrontar el fracaso del mercado subsidiado de tierras sin recomenzar el proceso de
reforma agraria y desmontando los programas existentes. Importantes foros departamentales y
regionales demostraron el apoyo campesino al proyecto del CNC.

El Coordinador Nacional Agrario surgió de movilizaciones regionales de sectores campesinos


minifundistas que exigían solución a la crisis agraria y que no encontraban una respuesta
adecuada en las organizaciones nacionales afectadas por la violencia y la muerte o el exilio de sus
dirigentes.

Otras organizaciones locales y regionales se han fortalecido en forma relativamente


independiente sin que la situación de las organizaciones nacionales les permita atender sus luchas
y realidades organizativas. Un ejemplo es la ACVC Asociación Campesina del Valle del
Cimitarra (comarca entre Yondó y San Pablo) que mantiene muy buenas relaciones con
Fensuagro, pero tiene una dinámica propia, habiendo protagonizado en 1998 y en el 2001
importantes marchas contra la violencia y una decidida lucha por el establecimiento de la reserva
campesina.

Frente a las realidades de violencia, además de las organizaciones de desplazados que existen hoy
en las principales ciudades, han surgido también movimientos como el de las “Comunidades de
Resistencia” del Sur de Bolívar y las “Comunidades de Paz” en Urabá, Magdalena Medio y otros
lugares.

Frente a la política económica general ha sido movilizador el proceso organizativo iniciado por la
Unidad Cafetera que se agrupó en torno a la lucha de campesinos y pequeños propietarios del
sector de la caficultura y especialmente en torno a la lucha por la condonación de las deudas, que
en 1995 fue lograda para los pequeños deudores en forma total y para el resto parcialmente.

La Unidad Cafetera se unió con otros gremios de minifundistas, pequeños y medianos


empresarios paneleros, cerealeros y paperos que cuestionaron la política neoliberal y la libre
importación de productos agropecuarios y en torno a la defensa de la producción nacional
conformaron la Asociación Nacional para la Salvación Agropecuaria de Colombia, que encabezó
el paro nacional agropecuario del 31 de julio al 4 de agosto del 2001 que logró movilizar a por lo
menos 100 mil personas en 27 bloqueos a carreteras y otras manifestaciones.

La Coordinadora Cultivadores de Coca y Amapola COCCA, coordina nacionalmente a los


cultivadores de coca y amapola y sus movilizaciones; su presencia es importante en Guaviare,
Putumayo, Caquetá y bota caucana y en las áreas amapoleras de la zona andina. Sus orígenes se
remontan a las marchas que movilizaron 300 mil campesinos en 1996, pero su funcionamiento se
concretó en el 2000 para enfrentar el Plan Colombia y especialmente para oponerse a las
fumigaciones de cultivos ilegales y proponer planes alternativos. En la medida en que ha logrado
establecer un programa ha encontrado audiencia nacional e internacional y sus iniciativas se han
visto reflejadas en el plan de los seis gobernadores del sur del país.

En cuanto a la ANUC, sigue teniendo una importancia nacional, especialmente en algunos


departamentos como Meta, Risaralda, sur del Magdalena Medio, Sucre, Córdoba, Santander y
Huila. La Anuc ha preferido una participación y gestión de programas oficiales, como por
ejemplo los que se proponen la reactivación dentro de cadenas productivas y “alianzas
estratégicas”.

La política de unidad de acción entre la ANUC y otras organizaciones fue muy fuerte entre 1985
y 1988. En 1998 la ANUC llegó a encabezar nuevamente la unidad de acción, lo que repercutió
en las grandes movilizaciones unitarias de octubre de 1998 y el primer semestre de 1999. Pero
luego la ANUC volvió a separarse de las iniciativas unitarias y con la excepción de no pocas
organizaciones municipales y algunas departamentales como la de Santander, no participó en la
preparación del paro agrario del 31 de julio del 2001.

Actualmente el reto del movimiento campesino es lograr avanzar hacia formas de unidad y
organización que logren integrar los diferentes aspectos, objetivos y realidades de la lucha
campesina en todo el país. Es decir que logren conjugar los objetivos de lucha por la defensa de
la producción nacional y la reconstrucción y el fomento de la agricultura colombiana con la lucha
por la reforma agraria y la defensa de la economía campesina; combinar la lucha reivindicativa
con la gestión de proyectos productivos y organizativos combinar la organización sindical,
comunal, de usuarios, cooperativa, femenina y juvenil; articular la lucha campesina con la de los
pueblos indígenas, afrocolombianos y raizales y estrechar los lazos con el movimiento sindical y
los sectores populares.
9. A MANERA DE CONCLUSIÓN: APUNTES PARA UNA
PROPUESTA DE POLÍTICA

Se ha mostrado a lo largo de este documento que el campesinado juega un papel protagónico en


la construcción de la economía rural y el sistema alimentario colombiano. También, que ha sido
un sujeto clave en la definición de la vida social y política del país, muy a pesar de no ser
reconocido en todas sus potencialidades.

El diagnóstico muestra que la forma de tramitar los conflictos políticos ha impedido la plena
participación del campesinado, de tal manera que dificulta la reivindicación de sus derechos y, en
consecuencia, la validación social de políticas redistributivas que le permitirían el acceso a
recursos que le son escasos, como la tierra. Pero lo más grave de ello, es que le impide la
participación en los escenarios en los cuales se toman decisiones de política, se construyen
alianzas y se define el futuro del campo. Estas fallas de reconocimiento son una forma de
invisibilizar la presencia campesina en el escenario rural.

El documento hace bastante énfasis en las dificultades que crea el modelo de desarrollo
económico para permitir la resolución de los conflictos rurales. La historia de la industrialización
sustitutiva y la modernización del campo muestra que el modelo no entendió los roles del
campesinado, y tampoco permitió la consolidación de las actividades urbanas con la fuerza
suficiente para cumplir con sus expectativas. Ahora, se tiene una situación en la cual la estructura
económica del país, en lo referente a la organización de los sectores económicos y su capacidad
exportadora, no puede absorber a la población expulsada del campo. En contrapartida, el
campesinado ha mostrado una gran capacidad para sumarse a los procesos modernos de la
producción agrícola hasta convertirse en baluarte del sistema agroalimentario nacional. En estas
condiciones, ¿es razonable expulsarlo del campo? Toda la lógica del documento apunta a que esta
no es la solución.

En las últimas dos décadas, la agudización de la violencia ha tenido varias consecuencias en la


vida del campesinado: ha hecho más cruda la disputa por los recursos naturales y el control de la
tierra; ha debilitado el protagonismo del campesinado por la presencia de actores que controlan
los nuevos productos transables, denominados cultivos de uso ilícito; ha recrudecido las disputas
por el control territorial entre los nuevos y viejos actores de la guerra, teniendo como
consecuencia el aumento de los desplazamientos forzados y el asesinato de población campesina
y rural, y la concentración de la propiedad de la tierra ante el relajamiento institucional y la
pérdida de cualquier visión redistributiva.

Este documento abre una puerta a la discusión de temas claves para la resolución de los
conflictos sociales agrarios. Son varios los campos en los que habría que actuar para reivindicar a
la sociedad rural y a las sociedades campesinas como actores necesarios, viables y capaces de
contribuir al desarrollo rural y a la construcción de la paz.

Algunos de estos temas se relacionan con la necesidad de revisar el modelo de desarrollo


económico, revisar la apertura, reconocer la necesidad de la transformación de los modelos
tecnológicos y la reconversión de la ganadería hacia modelos sostenibles, y el desarrollo de
estrategias de reconocimiento que permitan la construcción de alianzas y la consecuente inclusión
del campesinado como sujeto de desarrollo.

9.1. NECESIDAD DE REVISAR EL MODELO DE DESARROLLO


ECONÓMICO
Hemos mostrado, en este documento, que la solución aperturista es insuficiente. Se requiere ante
todo remover los limitantes estructurales del desarrollo. Ante todo es preciso cambiar el tipo de
enfoque que hace residual las actividades agropecuarias. De otra parte es claro que la
concentración del ingreso, la concentración de la tierra y la falta de un adecuado sistema nacional
de investigación y transferencia tecnológica son factores que limitan las posibilidades de que la
producción campesina desarrolle todas sus potencialidades.

El nuevo modelo debe pensar a la sociedad rural en su conjunto sin desconocer al campesinado.
Debe apoyar al espectro de actores productivos definiendo que las reglas de juego de una
sociedad democrática implican un uso adecuado de los recursos, responsabilidad por los bienes
públicos, respeto por las reglas políticas pero, sobre todo, garantía de acceso a los recursos por
parte de los más necesitados. Es decir, así como debería haber un reconocimiento del
empresariado agropecuario en general, debe haberlo del campesinado y los pueblos indígenas y
afrocolombianos. El tipo de relaciones a construir y fortalecer debe entonces tener las garantías
propias de una democracia con reconocimiento de los derechos ciudadanos.

Si bien es cierto que es interesante para ciertos núcleos de pequeños productores entrar en
relaciones agroindustriales y alianzas productivas con empresas líderes en los eslabonamientos de
las cadenas productivas debe reconocerse la importancia estratégica, tanto para los productores
como para los consumidores urbanos, de la existencia de un amplio mercado abierto. Este
mercado, estratégico en el abastecimiento masivo de alimentos y en el cual participan la inmensa
mayoría de los productores familiares, debe ser objeto de atención de la política agrícola y
alimentaria para crear condiciones de regulación que reduzcan las asimetrías en los intercambios
y lo hagan más eficiente.

9.2. NECESIDAD DE REVISAR LA APERTURA


Para lograr un manejo adecuado de la apertura comercial agropecuaria y agroalimentaria es
necesario que el país avance en la perspectiva de cerrar la brecha en conocimiento y tecnología
que lo separa de las naciones desarrolladas, incorporando avances tecnológicos pero, sobre todo,
desarrollando sus propias opciones tecnológicas acordes con su base empresarial agropecuaria
(campesinos, empresarios capitalistas), sus ecosistemas y las características de su sistema
alimentario. La investigación sobre formas sostenibles de producción exige de la garantía estatal
tanto para el manejo de los recursos como para el acceso del campesinado.

Se debe estimular la inserción al mercado externo en el corto plazo, logrando un adecuado


equilibrio entre el estímulo a la competitividad internacional, el fortalecimiento del autoconsumo,
los mercados locales, regionales y nacionales y una adecuada protección a las oscilaciones
cíclicas y de las crisis de precios del mercado internacional así como de la competencia de
productos subsidiados.

Es de advertir que estudios recientes han comprobado que la consolidación del autoconsumo de
los campesinos al tiempo que mejora sus ingresos les da mejores condiciones para integrarse a
circuitos de mercado nacional e internacional. El fortalecimiento del autoconsumo no riñe con la
expansión de la integración al mercado del campesino, por el contrario se fortalece en la medida
en que los campesinos tienen más éxito en el mercado puesto que los excedentes obtenidos les
permiten hacer inversiones en recursos claves como ganado bovino para el consumo familiar de
leche y la venta; ganado menor para autoconsumo y venta de carne y huevos; insumos para
alimentación y adecuado manejo de los animales; mejoramiento e instalación de pequeños
cultivos de pan coger (huertas, maíz, yuca...).

9.3. NECESIDAD DE UNA RECONVERSIÓN TECNOLÓGICA

No dejan de ser graves los impactos sobre el ecosistema derivados del modelo tecnológico de
revolución verde tal como se ha visto a lo largo de este documento. Pero hemos de insistir en que
el mayor problema ambiental de nuestra producción agropecuaria es la ganadería extensiva, que
al tiempo que inmoviliza el recurso tierra avanza sobre los ecosistemas generando la degradación
de los suelos y destruyendo ecosistemas naturales muchos de ellos de gran importancia
estratégica por sus características bióticas y de alta fragilidad. El segundo gran problema
ambiental es la fumigación de los cultivos ilícitos sobre los cuales se concentran las más altas
dosis de agrotóxicos con el efecto paradójico de aumentar el área expuesta a este tratamiento en
la medida en que el resultado de las fumigaciones es el desplazamiento de los cultivos a nuevas
áreas.

De todas formas el modelo tecnológico de la Revolución Verde, predominante en Colombia,


tiene efectos críticos en contaminación de suelos, aguas y de los productos que les llegan a los
consumidores. El uso de maquinaria ha generado problemas graves de compactación de suelos
por utilización de tractores inadecuados en suelos frágiles y de erosión especialmente en el caso
del laboreo de tierras de ladera. De otro lado el uso inadecuado de los pesticidas ha causado
problemas de salud en los trabajadores agrícolas y la población rural expuesta.

Si bien es cierto que el “modelo agroquímico” ha permitido incrementar la producción de


alimentos muy por encima del crecimiento poblacional, en las últimas cinco décadas, y ha tenido
adecuaciones interesantes a las condiciones de nuestra agricultura tanto en cultivos capitalistas
como en campesinos, las opciones tecnológicas han estado marcadas muchas veces por la
transferencia mecánica de paquetes conllevando, a mediano y largo plazo, más problemas que
soluciones. Uno de los factores centrales que limita en nuestro medio tropical la adopción de los
paquetes estándar de la Revolución Verde, es la alta incidencia de plagas derivada de la falta de
estaciones y de la alta dinámica de interacciones en los ecosistemas que a pesar de su diversidad -
y precisamente por ella- resultan ser muy frágiles y propicios a la multiplicación de plagas lo cual
conduce a una extremada utilización de pesticidas.
Con estas consideraciones es claro que la política de desarrollo tecnológico para nuestra
agricultura debe contemplar:

1. Corregir los efectos ambientales de los modelos tecnológicos que usan productos
agroquímicos, impulsando una adecuada utilización de estos insumos de acuerdo con las
pautas internacionales que tienden a minimizar el efecto tóxico en el agroecosistema, en
la salud de los trabajadores agrícolas, la población rural y en la calidad de los alimentos.
2. Impulsar modelos tecnológicos que tiendan a minimizar la utilización de agrotóxicos (por
ejemplo control integrado de plagas e integración de subsistemas), a corregir efectos
biofísicos (a través de alternativas como la labranza mínima) y a minimizar el uso de
energía.
3. Poner en marcha un intenso y masivo proceso de capacitación en producción y tecnología
agropecuarias que cree una plena conciencia sobre los efectos medio – ambientales de las
tecnologías agropecuarias. Debe incluirse aquí los aspectos relacionados con el consuno
de alimentos y de estimulantes
4. Impulsar sistemas de producción con elementos de sostenibilidad como las denominadas
tecnologías de mediana utilización de agroquímicos (café tecnificado a la sombra, por
ejemplo).
5. Apoyar la recuperación de los elementos de sostenibilidad aún presentes en los sistemas
productivos manejados por los campesinos, indígenas y comunidades afrocolombianas.
6. Impulsar sistemas de producción orgánicos tradicionales.
7. Canalizar recursos importantes para investigación tecnológica privilegiando hasta cierto
punto las líneas en sistemas sostenibles.

9.4. RECONVERSION DE LA GANADERIA


La ganadería extensiva es como hemos afirmado el principal problema ambiental del país al
tiempo que se constituye en un factor de inmovilización masiva de recursos tierra por su mismo
carácter extensivo pero sobre todo porque es la opción “productiva” que mejor se adecua a la
estrategia de acumulación de tierras con fines especulativos y con el propósito del control
territorial. Pero el país debe tener claro que las soluciones a los problemas de la sociedad rural no
pasan por la extinción de la ganadería como sistema productivo. Todo lo contrario se trata de
fortalecer y desarrollar la producción bovina estimulando los sistemas de producción que tienen
potencialidades para revertir los severos problemas ambientales y sociales que genera la
producción extensiva. Se trata de estimular la intensificación de la producción ganadera, y los
sistemas que corrijan algunos de sus impactos sobre el ecosistema.

Es preciso fomentar la ganadería como verdadera forma empresarial basada en la búsqueda de


una competitividad adecuada del negocio como tal y no en el acaparamiento especulativo de la
tierra. No es necesario empezar de cero porque queda claro que nuestra producción bovina de
carne y leche ha desarrollado formas empresariales adecuadas y eficientes y que tiene
potencialidades de seguir avanzando hacia mejores patrones de sostenibilidad y competitividad a
pequeña, mediana y gran escala41

En consecuencia, la política agropecuaria debe:

1. Estimular las formas empresariales ganaderas que corrijan los problemas centrales del
modelo de ganadería extensiva: baja generación de empleo por unidad de superficie (6 a 9
jornales / ha año contra 50 a 200 de otras alternativas); destrucción de la base biológica y
física de los ecosistemas con consecuencias graves sobre los servicios ambientales;
soporte socio-empresarial - territorial al desplazamiento campesino; soporte del dominio
territorial.
2. Apuntar a mejorar las condiciones de competitividad de ciertos sectores del empresariado
ganadero en el mercado internacional para el cual parecen presentarse nuevas
oportunidades.
3. Fortalecer las cadenas lácteas, con énfasis en las condiciones de participación y control de
los pequeños.
4. Tender a fortalecer el autoconsumo de lácteos que es estratégico en la familia campesina.
5. Apoyar la ganadería a pequeña, mediana y gran escala que tenga elementos que corrijan
los efectos destructores sobre bosques, suelos, regulación hídrica y biodiversidad, de la
ganadería extensiva.
6. Desestimular drásticamente el modelo extensivo a gran escala.

En consecuencia serán objeto de este apoyo las formas empresariales de producción pecuaria
semiintensivas e intensivas y las economías campesinas, indígenas y afrocolombianas.

Por último es preciso enfatizar que estando la ganadería en el centro del problema agrario, en
términos sociales, políticos y económicos debe ser objeto de una enorme inversión de
recursos.

9.5. LA ESTRATEGIA DE LAS ALIANZAS Y LAS INCLUSIONES

Las consideraciones anteriores sobre política económica, agrícola y tecnológica refuerzan la idea
de que la política tiene que ser incluyente. No es sensato un desarrollo que excluya la economía
campesina o destruya las culturas indígenas, raizales o afrocolombianas ni es sensata una
propuesta que enfrente el campesinado al empresariado agrícola y a los sectores progresistas y
reformistas de las clases dirigentes. El campesinado y los pequeños y medianos empresarios
requieren en cambio oponerse al latifundio especulativo y a las aplicaciones del modelo
neoliberal que han minado la agricultura nacional.

Igual, se debe cambiar el imaginario que invisibiliza al campesinado, su contribución y papel en


la sociedad, pero se debe tratar también de poner en tela de juicio una serie de lugares comunes
que crean un imaginario en los dirigentes campesinos que los lleva al aislacionismo político o a
depender de aparatos clientelistas ligados al Estado o de los poderes tradicionales.

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Gran escala medida por patrones productivos y no por la concentración de tierras
Pero la política agropecuaria debe, por sobre todo, partir del pleno reconocimiento de los actores
y los conflictos que se desarrollan en el campo, especialmente, entendiendo que el campesinado
es un sujeto valioso para el desarrollo tanto por sus capacidades como por la dificultad de los
otros sectores productivos para asumirlos como fuerza de trabajo en condiciones de vida digna.
Una política agropecuaria que no tenga una sólida base en el reconocimiento de sujetos y la
redistribución de los recursos no contribuirá a la paz.

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