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REVISTA ARGENTINA DE PSICOLOGIA – RAP –

EDICIÓN Número 48 – Abril 2010

Consentimiento informado: el problema de la


aplicabilidad de la norma en psicología.
Ana María Hermosilla1

Resumen
El consentimiento informado produjo un punto de inflexión en las cuestiones éticas
que involucran a la investigación científica, extendiéndose posteriormente a las
distintas prácticas profesionales.
El presente trabajo aborda la problemática del Consentimiento Informado desde sus
orígenes hasta su aparición en las normativas deontológicas de los psicólogos
argentinos, así como las dificultades que presenta su aplicabilidad.
Palabras Claves: Consentimiento Informado – Deontología – Psicología –
Aplicabilidad -

Abstract
Informed consent was a turning point in the ethical issues involving scientific
research, extending later to the various professional practices
This paper addresses the issue of informed consent from its origins to its
appearance in the ethical standards of Argentine psychologists, as well as the
difficulties in its applicability
KEY WORDS: Informed consent - Deontology - Psychology - Applicability-

Resumo
O consentimento informado foi um ponto de viragem nas questões éticas que
envolvem a pesquisa científica, estendendo depois para as diversas práticas
profissionais. Este artigo aborda a questão do consentimento informado das suas
origens até sua aparição nos padrões éticos dos psicólogos da Argentina, bem
como as dificuldades na sua aplicabilidade.
Palavras-chave: Consentimento Informado - Ética Psicologia-
Aplicabilidade -

1
Lic. en Psicología, UNMDP, Prof. Adjunta Cátedra Deontología de la Psicología, Fac. de Psicología. UNMdP, Prof.
Titular Cátedra: Aspectos legales para el ejercicio de la Psicología, Facultad de Psicología. Universidad Atlántida
Argentina, Docente-Investigadora Categoría 2 del Programa de Incentivos a la Investigación, CIN, Ministerio de
Educación de Nación, Línea de investigación: Deontología y Ética Profesional. Correo ahermo@mdp.edu.ar

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Desde la reapertura democrática, la psicología argentina ha logrado


su consolidación tanto en su faz científica, como profesional. En relación a
esta última, la promulgación de leyes de ejercicio profesional en todos los
distritos del país propulso tan anhelada autonomía.
También se ha avanzado en la definición del éthos profesional, el
cual se refleja en el Código de Ética Nacional, que sin perjuicio de las
particularidades distritales, representa al psicólogo argentino en los valores
que sostiene en el ejercicio de su práctica.
Venimos sosteniendo desde la docencia universitaria y en
consonancia con otros autores (Salomone, 2006; Calo, 2005; Nogueira,
1995), que la Deontología regula el marco legal del ejercicio profesional, y
propone valores desde los cuales se espera que el psicólogo despliegue su
quehacer. Es el profesional en cada caso particular quien la acciona, siendo
esencial la relación que él mismo mantenga con el código, que no puede ser
heterónoma, de sólo obediencia, sino que reclama de su parte un
posicionamiento crítico, ético, en relación a la norma. Calo, (2002) Este
accionar, como expresa Nogueira (1995), tendrá que ser "una interacción
que debiera idealmente realizarse desde una discriminación y jerarquización
de los valores en juego, y desde una actitud que suponga libertad y
responsabilidad para decidir y elegir"
Es desde este lugar que nos proponemos plantear las dificultades que
persisten en la observancia del Consentimiento informado, a pesar de la
abundante producción teórica existente.

Surgimiento del consentimiento.


Los orígenes del consentimiento se pueden rastrear en fallos
judiciales en Estados Unidos de inicios del siglo XX e incluso y
paradójicamente en normativas alemanas sobre experimentación clínica de
1931 No obstante, generalmente se señala al Código de Núremberg (1947)
como precursor de la obligación de obtener consentimiento en relación a las
personas sujetas a experimentación científica. (Kieffer, 1983; Gracia,
D,1989; Beauchamps, TL Y Childress, J 1999)

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Hasta ese momento la moral médica de occidente estaba basada en


la ética hipocrática e incluida en el Juramento Hipocrático, reconocido éste,
como el primer código deontológico que registra la historia de la humanidad.
Resulta asombrosa la vigencia de este documento que atravesó
culturas y momentos históricos muy disímiles, tales como la Grecia
naturalista helénica, el occidente cristiano medieval y aún el racionalismo del
hombre moderno y fue de este modo hasta que el efecto Nüremberg marca
su punto de inflexión. Y como expresa Gracia (1990), se produce allí caída
del paradigma paternalista en que el médico se asumía no sólo como
agente técnico, sino también moral, tomando decisiones por su asistido y
siendo su palabra asimilable a la de un Dios. El paradigma emergente
cambia la historia moral de occidente ya que la nueva concepción implica el
respeto por la dignidad y los derechos de las personas, lo que se traduce en
que todo ser humano es agente moral racional y libre y como tal debe ser
respetado en sus derechos a saber y decidir, incluso por aquellos que
mantienen posiciones morales distintas.
A Nüremberg le sucedieron sendos documentos que jalonaron su
inclusión definitiva en el discurso médico, fueron ellos la Declaración de
Helsinki (1964), y sus posteriores enmiendas adoptadas por la Asociación
Médica Mundial y el Informe Belmont (1979), redactado por la Comisión
Nacional para la Protección de los Sujetos Humanos en la Investigación
Biomédica y Conductual de Estados Unidos. Los tres documentos presentan
una serie de pautas éticas para salvaguardar la vida y la dignidad de las
personas que participan en investigaciones científicas, las cuales con el
correr del tiempo fueron extrapoladas a la práctica clínica.
El Informe Belmont expresa además, que “El consentimiento debe
contener tres elementos: información, comprensión y voluntariedad”, a la vez
define los siguientes principios bioéticos;

• Beneficencia y No maleficencia (hacer el bien


activamente y en caso de no poder, no hacer daño intencionalmente)
• Autonomía (derecho de las personas a tomar sus
propias decisiones)

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• Justicia (la equidad en la distribución de bienes y cargas


sociales)

Los principios de Autonomía y Beneficencia (o no maleficencia)


surgen en la esfera de la relación médico-paciente, mientras que la justicia
se refiere a la responsabilidad social que encuadra dicha relación.
Dichos principios continúan vigentes como núcleo principal de la
disciplina emergente denominada Bioética. Al decir de Gracia (2001), la
autonomía es un principio ajeno a la tradición médica, que llega a la
medicina desde la ética jurídica. De manera que el debate sobre el
consentimiento informado es la resultante tanto de la evolución de la doctrina
jurídica sobre el tema, como de los aportes provenientes del campo de la
bioética (Hofft, 1997)

Evolución conceptual del consentimiento.


El Código de Nüremberg (1947) adopta la definición de
consentimiento voluntario, lo que significa desde un punto de vista jurídico,
que el sujeto debe poseer la capacidad legal de escoger libremente si se
halla en una situación de experimentación médica.
En 1957, un fallo judicial en Estados Unidos, concretamente en el
estado de California en la causa Salgo, Martin vs. Leland Stanford. Jr.
University, el Tribunal establece en su sentencia que es deber del
profesional informar adecuadamente al paciente antes de obtener su
consentimiento, poniendo en un plano de igualdad y equilibrio estas dos
realidades. (Cechetto, 2001)
Surge allí el consentimiento informado (en adelante CI). Desde
entonces la norma ha evolucionado desde el “criterio de práctica profesional”
donde la información suministrada queda a juicio del profesional, hacia el
“criterio de persona razonable” en el cual el paciente debe ser competente y
contar con información para realizar una elección autónoma. Hermosilla, Di
Doménico (2000)
En cuanto a la denominación diremos que existen críticas sobre el
particular, ya que se plantea que la información es una condición necesaria
pero no suficiente ya que existen múltiples factores que intervienen en la

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decisión del paciente. No obstante, diremos que los usos y costumbres han
consolidado tal denominación aun cuando no refleje acabadamente el
espíritu de la norma.
Zanatta (2007), desarrolló algunas consideraciones sobre las
ampliaciones que tuvo el concepto, donde además de voluntario, se le
suman otras exigencias, a saber: que sea informado, válido, auténtico y
dialogado entre otros.
Voluntario: la persona debe poder ejercer una libre elección, sin
intervención de cualquier elemento de fuerza, fraude, engaño, coacción u
otra forma de constreñimiento o coerción; debe tener suficiente conocimiento
y comprensión de los elementos implicados que le capaciten para tomar una
decisión razonable e ilustrada. (Fragmento del art. 1º Código de Nüremberg,
1947)
Informado: proviene de la práctica de la medicina y alude al acto por
el cual el paciente expresa su voluntad a someterse a tal o cual método
diagnostico o terapéutico del que ha sido informado pormenorizadamente
sobre su esencia, riesgo, eficacia, molestias ocasionadas, etc. (Fraraccio,
2008).
Algunos autores hablan de elección informada (Cechetto,op.cit), ya
que el paciente puede decidir aceptar o no, la propuesta del médico.
Kieffer (1983) en cambio, incorpora el carácter de razonablemente
informado, refiriéndose a los obstáculos que aparecen con relación a la
comprensión de la información.
Válido: El consentimiento válido incluye información acerca de los
riesgos posibles, los beneficios y los límites del procedimiento, tratamiento, o
estudio de que se trate. Otra apreciación sobre el particular es la que indica
dicho CI puede no ser válido si interfieren en la decisión diversos
mecanismos psíquicos de defensa (Galán, 1999).
Auténtico: cuando el profesional aprecia que se obtiene el
consentimiento, entendiendo que el mismo implica una plenitud de acuerdo
con el sistema de valores del individuo.
Dialogado: abordar la obtención del consentimiento como resultado
de un proceso donde se favorece la comunicación y lo que prevalece es la
relación médico-paciente, priorizando la interacción y la comunicación.

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Como se ha dicho es amplísima la bibliografía sobre esta


temática donde si bien el eje del concepto se basa en la voluntariedad y la
información, su problematización parecería girar siempre en torno a la
competencia, comprensión y libertad por parte del sujeto objeto de la
intervención.(Belmont Report)

Debate de su aplicabilidad en la práctica de la psicología.


Las distintas variantes que ha tenido el CI dan cuenta de la dificultad
en su aplicación. Entre los problemas que aún persisten en la clínica médica,
mencionaremos su obtención con fines estrictamente burocráticos;
contrariando el espíritu de la norma, que sustenta que ofrecer al consultante
información calificada y suficiente le proporciona mayores elementos para la
toma de una decisión acorde a sus intereses.
En el campo de la psicología diremos que como norma deontológica
es de cumplimiento obligatorio, pero ello no nos impide ver las dificultades
que genera en la práctica su implementación.
Calo, O (2002) siguiendo Sánchez González (Catedrático de la
Universidad Complutense de Madrid), plantea una interesante visión en
relación al secreto profesional, que se trasladará a la temática que aquí
interesa. Se trata de la relación que se podría establecer entre el principio
de autonomía y consentimiento informado.
Diría este autor que autonomía y consentimiento informado son
conceptos que encierran valores de naturaleza distinta. Porque la autonomía
es un valor en sí mismo, que a su vez engendra un derecho individual
básico. Mientras que el CI es sólo un medio para lograr otros fines; y su valor
es meramente instrumental. De manera que como los derechos
personalísimos deben ser defendidos con una cierta independencia de las
consecuencias, la realización de valores instrumentales obliga a tener en
cuenta las consecuencias. Según esta idea, si la autonomía y el CI
involucran valores distintos, también deben ser defendidos y justificados de
distinta forma. Concluyendo en la necesidad de ser principialistas en la
defensa de la autonomía y, consecuencialistas en la protección del CI. Dicho
en otras palabras diremos que el CI sigue siendo instrumental y por lo tanto
defendible en la medida que su observancia no altere valores mayores.

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Hofft refuerza sobre el particular, la importancia de resaltar la


sustancia ética del CI y evitar de ese modo que la norma quede reducida a
una simple fórmula jurídica (Hofft, op.cit),
En este sentido Pellegrino (1989) se pregunta si la autonomía puede
ser un principio absoluto. Para este autor la integridad abarca la autonomía
porque la pérdida de esta impide que se obre como ser humano intacto y
completo. Si la integridad es una totalidad del ser; la enfermedad, la
vulnerabilidad del cuerpo, la psique y los valores del paciente generan la
obligación de restaurar y mejorar su capacidad autónoma para tomar
decisiones. Por tanto, en última instancia, la autonomía se basa en la
integridad de la persona.
En el Código de Ética Nacional existen dos principios de los cuales se
desprende el CI: Respeto por los derechos y la integridad de las personas e
Integridad.
Estos principios otorgan una herramienta importante para el
psicólogo, porque cuando la norma no alcanza para dilucidar la problemática
a la que se enfrenta en la práctica, se impone recurrir al principio superior
que la sostiene, para que pueda contar con aportes para la reflexión y
resolución del dilema que eventualmente afronte.

Propuestas
Una manera posible de pensar la aplicación del CI, es hacerlo como
un proceso que se inicia desde el primer encuentro con el consultante.
Tomaremos el caso de la práctica clínica para acotar el problema, pero sin
perder de vista que esta normativa obliga más allá del ámbito de aplicación
en que el psicólogo se desempeñe
Es frecuente que la persona que consulta lo hace desde una
condición de necesidad que la coloca en una situación de vulnerabilidad. Por
otra parte, el profesional es el que posee el saber y por lo tanto el poder, por
lo cual la asimetría de la relación parece oponerse a la autonomía que
promueve el consentimiento.
De manera que por más que el consentimiento se transforme en
obligante para el profesional no debe tomarse con un sentido utilitario
cumpliendo a la ligera con la norma como un simple trámite, sino que exige

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por parte del psicólogo de un análisis que le proporcione elementos sobre la


situación particular por la que atraviesa la persona que consulta.
Indudablemente que ello es más complicado en la práctica asistencial
institucional, donde los tiempos y los dispositivos son otros; no obstante, no
consideramos que ello sea argumento para no cumplir con la norma, sino
que impone buscar los mecanismos para su aplicación.
Pensar al CI como una construcción que se va realizando en el marco
de un proceso previo al inicio de un tratamiento tiene el sentido de generar
los consensos necesarios para su concreción.
Por otro lado, resulta evidente que el encargado de la aplicabilidad de
la norma es el profesional, constituyéndose así en evaluador de ese proceso
y esa evaluación deberá contener la propia interrogación acerca si se ha
respetando la autonomía del sujeto.
Para Salomone(2005), las tendencias actuales en materia de
consentimiento informado incluyen entre sus requerimientos la conformidad
respecto de diversos elementos que configuran las pautas contractuales del
establecimiento del encuadre, tal el caso de los honorarios, los límites de la
confidencialidad, la involucración eventual de terceras partes (por ejemplo el
supervisor del terapeuta), además de los elementos más tradicionales tales
como la naturaleza, duración, objetivos, métodos, alternativas posibles y
riesgos potenciales del tratamiento.
Si por encuadre se entiende al dispositivo que genera y posibilita el
despliegue del proceso terapéutico, Incluir decididamente el CI como parte
del contrato refuerza la idea de construcción ya enunciada, cuyo contenido
necesariamente es la dimensión ética que sustenta a la norma.
Es decir, que lo más importante no es la norma en sí, sino el
comprender el para qué de la misma.
Probablemente se imponga para ello revisar el texto de la norma en el
Código Nacional, que puede ser una de las dificultades por lo exhaustivo de
su redacción.
No obstante, el camino parecería que va por apelar a la
responsabilidad del psicólogo; a su reflexión, capacidad de empatía y
sentido de respeto por la persona que tiene adelante, reconociendo que
posee un legado que le otorga la sociedad en el desempeño de su rol y que

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por lo cual asume la responsabilidad por las por las consecuencias de sus
actos.
La otra cuestión a considerar es el tema de la formación de pre-grado
y su función en la generación de esta ética de la responsabilidad que
pregonamos.
En la mayoría de las carreras de psicología de universidades
nacionales, existen materias ético-deontológicas que por lo general se hallan
al final del plan de estudios.
Venimos sosteniendo hace tiempo que la formación en valores debe
ser un objetivo indelegable de la formación de grado, debiendo permear la
totalidad del plan de estudios de manera transversal. Hermosilla (2003)
De esta manera la etapa formativa pre-profesional puede erigirse
como el espacio propicio para proponer y ejercitar esta reflexión, la
necesidad de comprensión del otro, del respeto por su individualidad, y la
importancia de velar por el cumplimiento de los derechos personalísimos en
el marco del ejercicio responsable de la psicología que debe contener, tanto
competencias teórico-técnicas, como éticas.

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