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El dolor y la muerte

El dolor y la muerte, situaciones con las que antes o después toda persona debe
enfrentarse, se sitúan en nuestro horizonte vital de forma inexorable. Desde nuestro
entorno cotidiano, donde pueden acaecerles a familiares o amigos; hasta las
terribles tragedias en forma de guerras o genocidios que han sacudido (y sacuden)
la historia de la humanidad. Sin embargo, es también usual que, pese a esta
convivencia cotidiana con el dolor y el sufrimiento, esta cuestión no sea abordada
con la debida profundidad o, incluso, que haya un rechazo a afrontar el tema. Como
se indica en el texto básico, pareciera que la muerte supone un certificado de
presencia del fin de una supuesta eterna juventud, de aquella belleza a conquistar
que parecen imponer determinados modelos de consumo; o, en un plano más
filosófico, pareciera que la muerte obliga a tomar consciencia de la propia finitud
humana.

En definitiva, una primera conclusión es que la visión que tenemos del dolor y de la
muerte se relaciona de forma necesaria con la propia visión que tengamos de lo que
es el mundo y de las formas de relación entre los seres humanos. En este sentido,
analizar el dolor y la muerte parte de la propia contextualización de la sociedad en
la que vivimos: las sociedades se transforman y, con ellas, las formas de vivencia
de sus valores y las respuestas a las preguntas existenciales que el ser humano se
plantea. Lógicamente, este hecho incide en la propia percepción que tenga la
persona en torno a cómo afronta el dolor, el sufrimiento o la propia existencia.

Si se agrupan las diferentes definiciones que se hacen de las sociedades


posmodernas en las que vivimos (casi tantas como autores), las características del
estilo de vida en estas sociedades podrían sintetizarse brevemente como:

 Una época sumida en un desencanto y en el individualismo, en la que se ha


renunciado a las ideas de utopía y progreso que vertebraban los discursos de
los movimientos políticos y culturales del siglo XX.
 Búsqueda de la inmediatez, donde prima el culto al cuerpo como forma de
posicionamiento en la sociedad. Las propias visiones particulares tienden a ser
reemplazadas por la imagen que proyecte la persona.

 Los medios de comunicación masivos y la industria del consumo se convierten


en transmisores de lo que se considera adecuado o verdadero. Lo que no es
transmitido en estos canales tiende a no existir para la sociedad.

 Pérdida de fe en la razón y la ciencia como fuentes de generación de


conocimiento.

¿Cómo afrontar el dolor y el sufrimiento? ¿Cuál es su sentido?

En un primer momento pareciera que las respuestas a las preguntas, nuevamente,


fuesen múltiples, dependientes de cada persona y su propia opinión: se puede
pensar en personas que se compadezcan, que se sientan víctimas o se pregunten
a sí mismas el porqué de su dolor, con apatía, con resignación, sucumbiendo al
sufrimiento; y se puede pensar en otras que, en cambio, se crecerán ante la
adversidad y ayudarán a los demás, es decir, perseguirán la felicidad como antítesis
de la infelicidad.

En fin, la respuesta a la superación del dolor, del sufrimiento y de la infelicidad se


asienta de forma definitiva en la vivencia espiritual que desarrolle la persona y en
su apertura a la trascendencia. Afrontar el dolor, el sufrimiento y la infelicidad –no
huir ante ellos–, con un horizonte de sentido representado por el Absoluto. Y es en
la proximidad de la muerte donde el sentido de ultimidad, el análisis de la propia
vida y de las experiencias vitales cobra un sentido más evidente. Afrontar el dolor
y el sufrimiento, encontrar un sentido a estos y determinar cuál es la actitud
ante la muerte, parte de un compromiso a salir de nosotros y encaminarnos
hacia el Absoluto.

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