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VERDAD CENTRAL : Los salmos inspirados por el Espíritu Santo nos brindan
abundantes principios sobre la adoración; nuestro culto se verá enriquecido si integramos
las actitudes y acciones que honren al Señor. La gratitud, el fervor y la pasión deberán
formar parte de los programas si queremos que Dios reciba la gloria y su pueblo la
bendición.
1- La adoración individual
En los salmos se expresa la adoración en el nivel individual. Esta es la nota más recurrente
de las declaraciones de gloria a Dios en los himnólogos bíblicos. La declaración en primera
persona del singular predomina. Los compositores le hablan a Dios para rendirle alabanza,
honra y honor (Salmos 5:7). También se dirigen a sus semejantes para proclamar las
maravillas divinas y engrandecer el nombre del Señor (Salmos 34:1). Ya sea que canten a
Jehová o acerca de él, siempre muestran una devoción singular, apasionada, extrema, que
evidencia un corazón ardiente por la contemplación de la majestad del Creador y presto
para hacer abundar las acciones de gracias por el privilegio de contar con la bendición del
Eterno.
2- La adoración en familia
La adoración no sólo se rinde a nivel individual, sino que es principio bíblico rendir gloria
al Creador involucrando a la familia entera. Era deber de los padres y los abuelos instruir a
hijos y nietos en el camino de Dios. La enseñanza integraba la comunicación de la historia
de la redención divina desde la elección de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, de los
cuales viene la nación escogida. Luego se tenía que poner especial énfasis en la narración
de la liberación poderosa de la esclavitud en Egipto, con todas las maravillas que ejecutó
Jehová a través de Moisés. Tenían que inculcar en las generaciones el orgullo de
pertenecer al pueblo santo, pero, sobre todo, de la incomparable gloria de ser objeto
de la misericordia y el favor divinos.
3 – La adoración nacional
Los salmistas ponen especial énfasis en el deber de Israel de adorar a Dios por gratitud.
Tenía mucho por que agradecer el pueblo. En primer lugar, la elección. El hecho de haber
sido santificados como nación santa y pueblo especial, sacerdocio para Jehová era un honor
inmerecido (Salmos 76:1, 2). De todas las razas de la tierra, el Creador eligió a Jacob, y eso
merecía reconocimiento a la misericordia divina (Salmos 44:1-3). Además, también a los
hebreos les dio el Señor a los profetas, al sacerdocio aarónico, a los grandes monarcas
(Salmos 77:15, 20). Las mayores hazañas de la historia y los milagros más portentosos se
ejecutaron a favor de los redimidos del Señor (Salmos 77:14—19; 78:12—16). Los ilustres
nombres de Moisés, Aarón, Elías, Eliseo, David y Salomón eran de casta israelita (Salmos
103:7; 104:26). La revelación de la Palabra inspirada también había de provocar
expresiones abundantes de alabanza para el Eterno. La sabiduría y la ciencia supremas,
puras, infalibles e inerrantes le fue entregada al mundo a través de los cerebros y las manos
de los hijos de Jacob.
No tenían que convertir estas ventajas y privilegios a Israel en una nación soberbia, pedante
y orgullosa, sino en un pueblo que adora y sirve al Señor con humildad y gratitud. Las
bendiciones y honores que el cielo nos brinda deben ser detonantes de expresiones de gloria
y alabanza para el Todopoderoso (Salmos 106:47, 48). Porque el enfoque correcto se da
cuando apuntamos a Dios y le rendimos absoluta honra por su misericordia y por su verdad
(Salmos 115:1).
4- La adoración universal
Los Salmos proclaman que Dios es digno de adoración universal, y anuncian el futuro
cumplimiento de este acontecimiento. Toda la tierra debe rendir honor al Creador. Cada ser
humano de este mundo ha de entender que Jehová merece la gloria y que sus obras se
deben alabar continuamente (Salmos 66:1—3). Llegará el momento en que se haga justicia
en el cosmos y se levantará canción para reconocer la majestad divina (Salmos 66:4).
Cuando se comparan las leyendas y los mitos de las deidades ajenas con los portentos y las
maravillas de Jehová se revela la nulidad de los ídolos y el poder incomparable de nuestro
Señor. Entonces de los corazones entendidos brotan las expresiones de pleitesía y honor
para el único Dios que es grande, sublime y omnipotente (Salmos 86:8-10).