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La perversión era para algunos el estado primario, el estado sin cultivas.

Gracias a Dios, ya no
estamos del todo en ese punto. Si bien en los primeros tiempos esta concepción era legítima, al
menos en calidad de una aproximación al problema, ciertamente lo es menos en nuestros días. La
perversión era esencialmente considerada a una patología cuya etiología debía ponerse en relación
al campo preedípico, y tenía como condición una fijación normal. En consecuencia, por otra, parte
la perversión no era considerada como la neurosis investida, o, más exactamente, como la neurosis
que no se había invertido, la neurosis que había permanecido patente. Lo que en la neurosis había
invertido, se veía a la luz del día en la perversión. Al no haber sido reprimida la perversión, por no
haber pasado por el Edipo, el inconsciente se encontraba a cielo abierto. Es una concepción a la que
ya nadie presta atención, lo cual no quiere decir, sin embargo, que hayamos adelantado.

Así, señalo que en torno a la cuestión del campo preedípico se agrupan la cuestión de la perversión
y la psicosis. Lo que aquí está en juego puede esclarecerse para nosotros de diversas formas. Ya sea
perversión o psicosis, se trata en ambos casos de la función imaginaria. Aun así estar especialmente
introducido en la forma en que la manejamos aquí, cualquiera puede percatarse de la especial
importancia de la imagen en estos dos registros, por supuesto desde ángulos distintos. Una invasión
endofásica y hecha de palabras auditivas no es como el carácter engorroso, parasitario, de una
imagen en una perversión, pero tanto en un caso como en el otro, se trata ciertamente de
manifestaciones patológicas en las cuales el campo de la realidad está profundamente perturbado
por imágenes

Voy a tratar de poner un poco de orden para situar las paradojas. Pasemos a introducir
correctamente el papel del padre. Si el lugar en el complejo es lo que puede indicarnos en qué
dirección debemos avanzar y plantear una formulación correcta, examinemos ahora el complejo y
empecemos por recordar su a, b, c.

Al principio, el padre terrible. Con todo, la imagen resume algo mucho más complejo, como indica
su nombre. El padre interviene en diversos planos. De entrada, prohíbe la madre. Éste es el
fundamento, el principio de complejo de Edipo, ahí es donde el padre está vinculado con la ley
´primordial de la interdicción de la madre. Ustedes esperan que diga bajo la amenaza de castración.
Es cierto, hay que decirlo, pero no es tan simple. De acuerdo, la castración tiene aquí un papel
manifiesto y cada vez más confirmado, el vínculo de la castración con la ley es esencial, pero veamos
cómo se nos presenta clínicamente. Me veo obligado a recordarlo porque mis afirmaciones suscitan
sin duda en ustedes toda clase de evocaciones textuales.

Tomemos primero al niño. La relación entre el niño y el padre está gobernada, por supuesto, por el
temor a la castración. ¿Qué es este temor de la castración? ¿Cómo lo abordamos? Lo abordamos en
la primera experiencia del complejo de Edipo, pero ¿de qué forma? Lo abordamos como una
represalia dentro de una relación agresiva. Esta agresión parte del niño porque su objeto
privilegiado, la madre, le está prohibido, y va dirigida al padre. Vuelve hacia él en función de la
relación dual, en la medida que proyecta imaginariamente en el padre intenciones agresivas
equivalentes o reforzadas con respecto a las suya, pero que parten de sus propias tendencias
agresivas. En suma, el temor experimentado ante el padre es netamente centrífugo, quiero decir
que tiene su centro en el sujeto. Esta presentación está de acuerdo tanto con la experiencia como
con la historia de análisis. La experiencia nos enseñó enseguida que era en esta perspectiva como
debía medirse la incidencia del temor experimentado en el Edipo con respecto al padre.
Aunque profundamente vinculada con la articulación simbólica de la interdicción del incesto, la
castración se manifiesta, por lo tanto, en toda nuestra experiencia, y particularmente en quienes
son objetos privilegiados, a saber, los neuróticos, en el plano imaginario. Ahí es donde tiene su
punto de partida. No parte de un mandamiento como el formulado por la ley de manu – quien se
acueste con su madre se cortará los genitales y sosteniéndolos en su mano derecha – o izquierda, ya
no me acuerdo muy bien – irá hacia el oeste hasta encontrar su muerte. Esto es la ley, pero dicha
ley no ha llegado de forma tan especial a oídos de nuestros neuróticos. Incluso por lo general más
bien ha dejado en la sombra. Por otra parte, hay más formas de librarse de ella, pero hoy no tengo
tiempo de abundar en este punto.

Así, la forma en que la neurosis encarna la amenaza castrativa está vinculada con la agresión
imaginaria. Es una represalia. Como júpiter es perfectamente capaz de castrar a cronos, nuestros
pequeños júpiter temen que Cronos se ponga él primero manos a la obra

El examen del complejo del Edipo, la forma en que se presentó a través de la experiencia, fue
introducido por Freud y ha sido articulado en la teoría, nos aporta todavía algo más, la delicada
cuestión del Edipo invertido

Este Edipo invertido: nunca está ausente en la función del Edipo, quiero decir que el componente
de amor al padre no se puede eludir. Es el que proporciona el final del complejo de Edipo, su declive,
en una dialéctica también muy ambigua, del amor. Identificación y amor, no es lo mismo – es posible
identificarse con alguien sin amarlo y viceversa – pero ambos términos están, sin embargo,
estrechamente vinculados y sin absolutamente indisociables.

*Complejo de Edipo: conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta
respecto a sus padres. En su forma llamada Edipo positivo, el complejo de Edipo se presenta como
en la historia de Edipo Rey: deseo de muerte del rival que es el personaje del mismo sexo y deseo
sexual hacia el personaje del sexo opuesto. En su forma de Edipo negativo se presenta a la inversa:
amor hacia el progenitor del mismo sexo y odio y celos hacia el progenitor del sexo opuesto. De
hecho, estas dos formas se encuentran en diferentes grados, la forma llamada completa del
complejo de Edipo. Según Freud, el complejo de Edipo es vivido en su período de acmé entre los
tres y cinco años de edad, durante la fase fálica; su declinación señala la entrada en el período de
latencia. Experimenta sus reviviscencias durante la pubertad y es superado, con mayor o menor
éxito, dentro de un tipo particular de elección de objeto. El complejo de Edipo representa un papel
estructural en cuanto a la estructuración de la personalidad y orientación del deseo.

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