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El debate es un espacio de comunicación que permite la discusión acerca de un tema polémico entre dos o más

grupos de personas.

Después del desarrollo de un debate, los estudiantes pueden quedar interesados e indagar, mediante lecturas,
elaboración de fichas, informes, etc. Además, desarrolla valores como la capacidad de respetar las opiniones de
todos, la colaboración con los demás compañeros para elaborar las conclusiones y fomenta la toma de
conciencia en el comportamiento democrático.

¿Para qué sirve un debate?


-Para conocer y defender las opiniones acerca de un tema específico.
-Para facilitar la toma de decisiones sobre algún tema.
-Para sustentar y dar elementos de juicio.
-Para ejercitar la expresión oral, la capacidad de escuchar y la participación activa.

¿Quiénes intervienen?
- Los participantes. Son personas que proponen y defienden un punto de vista. Deben estar bien informados
sobre el tema en debate.
- El moderador. Es la persona que dirige el debate, cediendo la palabra ordenadamente a cada participante.
Prudentemente, se sugiere un tiempo de exposición de tres a cinco minutos por participante. Durante este
tiempo presenta los puntos más relevantes del tema.
¿Cómo se organiza?
Para organizar un buen debate es necesario seguir algunos

-Elegir un tema de interés y que suscite controversia.


pasos:
-Conformar grupos que defiendan cada punto de vista.
-Escoger un moderador, que coordine las preguntas y de la palabra.
-Presentar las conclusiones o puntos de vista de cada grupo.
-Asignar los temas a cada participante de la mesa de debate (éstos pueden ser expertos o estudiantes que hayan
preparado un trabajo)

Recomendaciones para participar en un debate:


En toda actividad oral, tanto el emisor como el receptor deben:
- Oír atentamente al interlocutor para responder en forma adecuada y no repetir las ideas.
- Evitar los gritos y las descalificaciones.
- Respetar siempre las opiniones de todos.
- No imponer el punto de vista personal.
- No hablar en exceso, para permitir la intervención de los demás.
- No burlarse de la intervención de nadie.
- Hablar con seguridad y libertad, sin temor a la crítica.
El objetivo del debate es expresar ideas y argumentarlas, y la forma de responder a ellas es la contra
argumentación. Las redes sociales son un buen lugar para poner en práctica esta técnica, teniendo siempre
presente que es preferible un buen contra argumento a un insulto o descalificación

Más argumentos contra la pena de muerte

Razones para rechazar la pena capital las hay a montones. La vida es un derecho fundamental básico y, por
grave que haya sido el delito cometido por el condenado, ningún Estado puede arrogarse el derecho de
eliminarla. Se ha demostrado hasta la saciedad que no es ejemplar. Más que justicia, que es lo que alegan sus
defensores, es una venganza e impide la rehabilitación del delincuente. La frecuente demostración de errores
judiciales, y más ahora, cuando los forenses disponen de instrumentos de gran fiabilidad como el ADN, es otro
motivo claro de orden práctico contra la pena capital. Pese a estos argumentos, EEUU sigue siendo el único
país de toda América donde se sigue ejecutando -aunque bien es cierto que no en todos los estados-, y en las
estadísticas internacionales aparece junto a Irán, Irak o Arabia Saudí, lo que ya debería ser razón más que
suficiente para querer salir corriendo de esta siniestra liga. Ahora, los abolicionistas tienen un nuevo argumento
en contra. El fallo en la administración de la inyección letal a un preso en Oklahoma, lo que hizo que agonizara
durante 43 minutos, ha abierto un debate sobre este tipo de ejecuciones, que registran un elevado número de
errores. El método es todavía más inicuo cuando se están utilizando drogas experimentales facilitadas por
proveedores secretos y administradas por personal no preparado para ello. Se anuncia una revisión del método,
pero lo único realmente valioso sería la abolición de la pena capital.

1)Nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser humano, incluso si el mismo a cometido una atrocidad. La única
razón justificable para matar a alguien es para defender nuestra vida o la de otra persona, y aun así debe ser hecho
en un caso extremo. Si estamos dispuestos a decir que el criminal realiza un mal al matar a otro ser humano,
debemos estar dispuestos a decir que matarlo es igualmente malo.

2)En mi opinión, la justicia debe tener un comportamiento humana y moralmente superior al de los criminales que
juzga. ¿Por qué?, porque si la ley aplica la misma moneda a los criminales se pone en cierto sentido a su nivel, y si
esta a su mismo nivel ¿ como puede decir que es digno de juzgarlos?

3)También considero que la ley no solo debe castigar a los criminales como reformarlos. así como no podemos
quitarle el derecho a la vida a alguien, tampoco podemos quitarle el derecho a redimirse de sus errores, incluso si
estos son los mas graves.

4) Finalmente, los juzgados también cometen errores, y la historia esta llena de casos de hombres inocentes
condenados injustamente. En muchas ocasiones esto se ha resuelto al encontrar nueva evidencia después de la
condena, pero la pena de muerte puede hacer que la nueva evidencia llegue muy tarde.

Estoy de acuerdo que en ocasiones, las acciones de un ser humano son tan horribles que nos cause el deseo de
eliminarlo, pero no podemos dejarnos llevar por el deseo de venganza. Recuerden, quitarle la vida a alguien es fácil,
pero devolvérs

Contra la pena de muerte

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Mientras Florida rechaza repetir el juicio a Pablo Ibar, el único español en el corredor de
la muerte, se han reeditado dos ensayos de Camus y Koestler sobre la sentencia capital

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Comparto la indignación e impotencia que genera en la sociedad la crisis


humanitaria que implica el abuso sexual contra mujeres y menores de edad en
nuestro país. Sin embargo, ello no debe llevarnos a abrazar propuestas
demagógicas e ineficaces, como la de reimplantar la pena de muerte. Además
de los argumentos morales que podemos compartir respecto al rol punitivo del
Estado, existen cuatro argumentos para oponernos a esta medida que considero
importante compartir.

1. La pena de muerte no es disuasiva. Existe la idea de que con la pena de muerte


los crímenes disminuyen, que el malhechor lo pensará dos veces antes de poner
su vida en peligro. Sin embargo, la evidencia nos demuestra lo contrario. En
Japón, por ejemplo, un estudio presentado este año con información oficial de la
policía japonesa concluye que la pena de muerte no evita que se produzcan
delitos graves (Muramatsu, Johnson, Yano, 2017). Lo mismo ocurre en Estados
Unidos, el Death Penalty Information Center ha analizado data sobre la pena de
muerte desde 1987 hasta el 2015 y ha concluido que no existe evidencia alguna
para sostener ese lugar común.

2. Nuestro sistema de justicia no es confiable. De las instituciones públicas, las


que tienen menos confianza entre los peruanos son el Poder Judicial y el
Ministerio Público (solo superados por el Congreso de la República). No se confía
en ellos, ¿pero estamos dispuestos a darle la posibilidad de acabar con la vida de
las personas? De acuerdo con el Death Penalty Information Center, en los
últimos 10 años Estados Unidos –con un sistema de justicia más
institucionalizado y confiable– ha anulado 34 sentencias de pena de muerte.
Los motivos para ello son falsa acusación, inconducta de los oficiales que
procesaron el caso, falsas o confusa evidencia forense, inadecuada defensa legal,
etc. ¿Se imaginan lo que podría ocurrir en nuestro país, con un problema grave
de institucionalidad y de acceso a la justicia? Recordemos el caso de Jorge
Villanueva Torres, conocido como el ‘Monstruo de Armendáriz’, condenado a
pena de muerte en 1957 por supuestamente violar y matar a un menor de edad,
cuya culpabilidad se cuestionó después de ejecutada la sanción. En dicho proceso
no solo hubo una deficiente labor probatoria, sino también un marcado prejuicio
racial contra el condenado. En los casos de pena de muerte no hay sentencia
revocatoria que pueda eliminar la condena.

3. Es jurídicamente inviable. El Perú ratificó en 1978 la Convención Americana


sobre Derechos Humanos, donde se prohíbe expresamente que los países
extiendan la pena de muerte a delitos que no estuvieran contemplados
previamente en su legislación interna. Asimismo, impide restablecerla en
aquellos supuestos para los que se elimine con posterioridad. Recordemos que la
Constitución de 1979, posterior a la fecha de ratificación de la convención,
recogió la aplicación de la pena de muerte solo para casos de traición a la patria
en caso de guerra exterior. Aplicar esta sanción para supuestos adicionales
acarrearía la responsabilidad internacional del Estado por incumplir el tratado al
que este mismo se obligó.

4. Afectaría el liderazgo peruano en espacios multilaterales. Existe en el mundo


una marcada tendencia abolicionista: más de 130 países han dejado de aplicarla
en los últimos 60 años. De restituir la pena de muerte en contra de sus
obligaciones internacionales, el Perú iría en contra de dicha tendencia, lo cual
afectaría nuestro prestigio internacional, que nos ha permitido alcanzar espacios
importantes en organismos internacionales, como el ser miembros del Consejo
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

En este tipo de coyunturas, los políticos tenemos que ser especialmente


cuidadosos y responsables con las propuestas que apoyemos. Hay que guiarnos
por la Constitución y la evidencia, no por las encuestas. Para enfrentar este grave
problema, debemos modificar normas penales para tener sanciones más fuertes,
sin duda. Pero no nos quedemos en la reacción que debe tener el Estado una vez
ocurrido el delito, es necesario plantear una discusión más profunda sobre por
qué ocurren estos abusos y qué hacer para que no sigan ocurriendo. No hay
“varita mágica” que solucione esta crisis, el problema es complejo y la solución
también lo será. Pensemos en el país y no en lo que resulta políticamente
rentable

Ciertamente es lamentable, sí, estar escribiendo aún estas líneas. Es 2012. Pero el progreso no es
una escalera de única dirección, lineal e inequívoca, sino una suerte de laberinto de Escher, con
subidas y bajadas, con conquistas y derrotas. Y la pena de muerte aparece, una y otra vez, en países
que se presentan al mundo como ejemplos de civilización.

Castigo y ejemplaridad
Para el pensador francés la supervivencia de ese "rito primitivo" sólo es posible "por la indiferencia
o la ignorancia de la opinión pública". Y es que uno de los principales "argumentos" de los que
están a favor de la pena de muerte es el de la intimidación, el de la ejemplaridad. Camus
desmontará, con tres comprobaciones, que el castigo como tal no funciona. En primer lugar, porque
"la sociedad misma no cree en el ejemplo del que habla". En segundo término, porque "no está
probado que la pena de muerte haya hecho retroceder a un solo asesino" y, por último, porque se
trata de un modelo "repugnante cuyas consecuencias son imprevisibles".

El texto de Albert Camus es clarificador. Si se quiere que la pena sea ejemplar se tendría que
televisar la ceremonia. "Hay que hacer eso o dejar de hablar de ejemplaridad", nos dice el filósofo.
Si nos fijamos en los países que aplican este tipo de condenas, nos daremos cuenta que cada vez
más se ha tendido a disminuir la publicidad de las ejecuciones. Incluso, se defiende que el
"paciente" prácticamente no sufre. Se pregunta Camus: "¿Cómo se espera intimidar con ese
ejemplo que se encubre sin cesar, con la amenaza de un castigo presentado como suave y
expeditivo?".

Que el estado se avergüenza de sus ejecuciones se demuestra con su silencio, con la estetización de
sus crímenes. Se hacen museos, se nos explica los medicamentos utilizados, lo "poco" que padecen
los ejecutados, sin enseñarnos la parte más repugnante y bestia del proceso, en un intento
desesperado de justificar un ritual que "sólo se ajusta a la tradición sin tomarse el trabajo de
reflexionar. Se mata al criminal porque es lo mismo que se ha hecho durante siglos". Es una
siniestra inercia que "no puede intimidar" porque, en realidad, ya ha renunciado a ello.

Inutilidad y venganza
Tanto Koestler – que estuvo a punto de ser ejecutado en las cárceles de Franco – como Camus
hacen referencia a estadísticas con las que se demuestra que, cuando se ha abolido la pena de
muerte, no se ha incrementado la criminalidad. Tampoco funcionan esas tesis.

Quien cree que un asesino, cruel y despiadado, reflexiona segundos antes sobre las consecuencias
de sus monstruosos actos – como si utilizara una tabla de pros y contras –, le otorga una capacidad
de racionalidad que el homicida o violador no posee. "Para que la pena capital pueda intimidar,
sería necesario que la naturaleza humana fuera diferente, y también tan estable y serena como la
ley misma", defiende Albert Camus. "Temerá la muerte después del juicio, y no antes del crimen",
añade.

El que sí que actúa con premeditación, racionalidad y calma, es el estado que ejecuta a sus
condenados. Ahí está la "mancha" moral de las sociedades que defienden la pena de muerte, en su
frialdad. Camus apuesta (¡ya en 1957!) por llamarlo por su nombre: se trata de "venganza". Y, nos
podemos preguntar, ¿quién no se ha querido vengarse alguna vez?

Que una víctima a quien le han arrebatado a un ser querido reclame venganza no sólo es
comprensible. Es justificable. Pero "se trata de un sentimiento, y particularmente violento, no de un
principio". Y la ley – nos dirá el filósofo francés – "no puede obedecer a las mismas reglas que la
naturaleza". Para algo hemos creado un sistema (imperfecto, siempre) de convivencia. "Está hecha
para corregirla", apunta Camus.

La doble condena
Algunos de los que están a favor de aplicar la ley del talión, ojo por ojo y diente por diente,
defienden que es justo compensar el asesinato de la víctima con la muerte del asesino. Si
admitiéramos eso, la pena de muerte tampoco sería equivalente. En la condena misma, y el propio
corredor de la muerte, hay un doble castigo.

Para Albert Camus no se puede hablar de "hacer morir sin hacer sufrir". "El miedo devastador,
degradante, que se impone durante meses o años al condenado es una pena más terrible que la
muerte".

El reo se convierte en un cuerpo, "todo pasa fuera de él", al que le obligan, incluso, a comer: "El
animal que van a matar tiene que estar en buenas condiciones". De esta forma, se le imponen dos
muertes, "siendo la primera peor que la otra". No es más, otra vez, que un acto de revancha hecho
desde una estructura creada por unos ciudadanos que miran hacia otro lado.

Todo ello bajo la hipótesis que los aparatos administrativos y judiciales no se equivocan nunca...
¿Se imaginan una condena de este tipo a alguien inocente? Los responsables de ese martirio no
serían otros que miembros de una sociedad que defiende y perpetúa la pena de muerte como un
"mal necesario". Las víctimas, así, se convierten en verdugos por su afán de represalia.

Determinismo y libre albedrío


Koestler, que dedica la primera parte de su ensayo a realizar un repaso de la "herencia del pasado",
centra después su texto en "el debate entre las teorías del libre albedrío y las del determinismo" del
ser humano, y de sus actos. Una controversia filosófica "probablemente insoluble" y que, para el
activista de origen húngaro, "nuestra incapacidad para resolverlo es ya un argumento contra la pena
de muerte".
El castigo entendido como venganza, nos dirá, "no tiene lugar en un sistema que considera al
hombre como perteneciente al universo natural". De este modo, para Koestler hablar de
"responsabilidad penal" es una paradoja ya que si, por el contrario, "negamos que las acciones
humanas están determinadas por causas de orden material, debemos sustituirlas por causas de otro
orden".

Aunque Koestler puede parecer un tanto abstracto en este punto, lo que está haciendo en realidad
es invitarnos a afrontar el tema del mal. Si el asesino actúa por algo exterior a su voluntad última -
enajenación mental o contexto social - , vengarse de él es "tan absurdo como vengarse de una
máquina". Si, por otro lado, el criminal mata desde su plena libertad, "la venganza aparece no ya
como un pecado contra la lógica sino como un pecado contra el espíritu".

Para afrontar el tema del mal, que existe y perdura, es fundamental definir qué entendemos por
justicia y qué por venganza. Las dos cosas, al mismo tiempo, no hay maneras de unirlas. Camus
cree que "resolver que un hombre tiene que ser alcanzado por el castigo definitivo es lo mismo que
decidir que ese hombre ya no tiene ninguna posibilidad de enmendarse". ¿Todos los ejecutados
eran seres humanos "irrecuperables"?

No hay que caer en el equívoco. Ni Koestler ni Camus están defendiendo "absolverlo todo". La
víctima y el verdugo deben responder ante la justicia según sus actos, y que ésta garantice, en la
medida de lo posible, sus derechos. Pero afirmar, concluye el filósofo francés, "que un hombre
debe ser absolutamente suprimido de la sociedad porque es absolutamente malo, equivale a decir
que ella es absolutamente buena, lo cual ninguna persona sensata puede creer en la actualidad".

Una actualidad de los años cincuenta que, en algunos lugares, sigue siendo demasiado vigente. ¿Se
imaginan que la pena capital, en vez de a individuos, se aplicará a estados que han cometido
crímenes contra miles de inocentes? No dudaríamos en llamar a eso venganza. La justicia y el
asesinato no pueden compartir terreno semántico. Que la tribuna desde la que se ordena la muerte
sea ordenada y pulcra no nos hace más civilizados. Justamente todo lo contrario.
.

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