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CURSO:
ETICA , CIUDADANIA Y CONVIVENCIA HUMANA
PROFESORA:
LIZZET, ROJAS VEGA
GRUPO:
Moncada Salirrosas, Claudia
Rodríguez Plasencia, Dayanna
Rodríguez Zavaleta, Patricia Aracely
Sare cruz, Ericka Lisset
Bances Gaya Jiovana
ESCUELA:
TRABAJO SOCIAL
CICLO:
II
Trujillo – 2019
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UNIVERSIDAD NACIONAL DE TRUJILLO
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
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INDICE
I. ¿QUÉ ES LA TRANSGRESIÓN?
EL PERÚ
CIUDADANO
COMUNITARIOS
PROTESTA SOCIAL
INDUSTRIAS EXTRACTIVAS
EL USO DE LA FUERZA
FUERZAS ARMADAS
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CONFLICTOS SOCIO-AMBIENTALES
ESTADOS DE EMERGENCIA
ORDEN PÚBLICO
PENAL
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TRANSGRESIÓN DE LA
CIUDADANIA Y EL BAGUAZO
I. ¿QUÉ ES LA TRANSGRESIÓN?
En este sentido, la transgresión refiere a una conducta que transita distintos niveles: desde
comportamientos erráticos y laxos frente a la ley, hasta la expresión de pautas
generalizadas que rompen los límites establecidos por el acuerdo legal. En un sentido
práctico, entonces, la categoría abarca varias de las prácticas económicas y culturales
entrelazadas que se discuten en la conversación. Sin embargo, y como veremos, en sí
misma, la categoría no puede cargarse solamente de un valor negativo, pues ella alberga
también la capacidad crítica de cuestionar la propia medida de la legalidad imperante en
la búsqueda de otras manifestaciones éticas que lo podrían contender.
Los asuntos públicos del país están íntimamente vinculados a procesos históricos
cualitativos que inciden no solo en los problemas objetivos como la necesidad de recursos
y calificación laboral, sino también en la formación misma de las identidades subjetivas.
No atender esa articulación geológica de nuestra cultura- de nuestro modo de vivir- nos
condena a que aspectos importantes y presentes en muchas coyunturas puedan
peligrosamente pasarse por alto.
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con la “sensibilidad”, con los “objetos valiosos” que dan sentido de nuestra
historia colectiva como nación. La palabra cultura siempre nos coloca
fundamentalmente en un campo positivo. El problema es que la cultura no
solamente es eso y podemos entenderla como una “mala” palabra. Y, ¿Por qué?
Porque la cultura nombra el tipo de vínculos a partir del cual los ciudadanos
somos socializados y nos relacionamos unos con otros.
A partir de esta definición, podemos notar que vivimos en una cultura con
vínculos humanos profundamente deteriorados, es decir, que nos hemos
convertido o siempre hemos sido una cultura transversalmente corrupta,
violenta, una cultura terriblemente machista. Una cultura cuyo imperativo es
hoy el individualismo más antisocial. Diariamente, los noticieros nos informan
casos de corrupción, de robos diversos, de hombres que matan a sus parejas, de
permanentes casos de discriminación. En realidad, es algo que vemos en las
calles y que experimentamos y reproducimos de múltiples maneras. Cultura es,
entonces, una categoría que se articula en nuestras prácticas más comunes.
B. EL HÁBITO DE LA CORRUPCIÓN
LA CORRUPCIÓN SE ASIENTA SOBRE UN TEJIDO CULTURAL
La corrupción es una práctica absolutamente común en el Perú y corroe toda la
sociedad desde sus inicios y hacia todos los sectores. Pensemos en lo que decía
Manuel Gonzales Prada: “En el Perú, donde se pone el dedo, sale el pus”. Y la
verdad es que, luego de 200 años de vida republicana, el problema sigue
presente y, más aún, parece haberse agudizado. Lo que me interesa subrayar es
que la corrupción no es solamente un problema referido a las autoridades, sino
que se ha vuelto una “cultura”, se ha asentado
Como un tipo de vínculo que permea la vida cotidiana. No es solamente una
práctica referida a aquellos que tienen poder, sino que es algo que sale del
tejido de la vida social.
Miremos las encuestas de opinión, por ejemplo. Ahí suele medirse cómo la
gente se queja de la corrupción, pero no se hace notar que este asunto ya no se
refiere a una simple “opinión”, sino que es algo que todos los ciudadanos en
alguna medida o niveles reproducimos y escondemos. El Perú es un país donde
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siempre hay que estar “atento”, porque todo el mundo parece dispuesto a sacar
algún provecho, a engañar o a realizar algo injusto, desde arriba hasta abajo,
desde un costado hacia el otro. La transgresión se ha vuelto en el Perú una
práctica cotidiana normalizada.
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Giovanna Peñaflor realizó un estudio en Cajamarca sobre cómo las comunidades veían la
ley. Uno de los hallazgos más resultantes fue que para las personas, no es malo transgredir
la ley porque es casi un sentido común, "que de la ley hay que protegerse”. Se percibe a
la ley como hecha en contra la gente, para perjudicarla en beneficio de algunos o de la
propia autoridad. Entonces, por qué uno va a cumplir con una ley que está pensaba no
para el beneficio público, sino para el beneficio de algunos. De modo que lo que se percibe
como perverso, desde el punto de vista de la gente, es la forma cómo se produce la ley.
La ley está deslegitimada, ese es el primer problema.
Guamán Poma de Alaya reclama sobre los tramposos de la época colonial y cómo ellos
fingían ser aristócratas, siendo privilegiados por los españoles. Es decir, la trampa ha
estado desde siempre. ¿Qué hacemos frente a esto? Yo lo planteo en términos individuales
y también comunitarios. Frente al peligro de la corrupción generalizada, tenemos que
plantearnos cada uno de nosotros, porque seguimos en el Perú, porque optamos por estar
aquí frente a la corrupción. Por ello debemos ser creativos individualmente y, en lo
comunitario, comenzar a entrelazarnos más. Creo que esta reunión es especialmente
importante: a mí, por lo menos, me abre muchas ventanas interiores. Y la corrupción, es
obvio, que toca todos los escenarios de nuestra vida, la casa, la calle, el trabajo, la iglesia,
el entretenimiento, todo está atravesado por la corrupción y hay que ver cómo combatirla,
afirmando un discurso ético distinto y muy sólido. (Juan Acevedo)
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cada vez más y una falta preocupante por respeto al otro en todos los ámbitos. Pero creo
que origen, en mucho, está en eso que estoy enfatizando: ¿Quién define la normas?
¿Cómo se deciden y porque se deciden? Si se quiere modificar la idea de que la ley es
creada a medida de unos pocos, o esa otra, de que la ley se hace para ayudar a algunos,
normalmente los menos y los más favorecidos, la representación política es clave: la
confianza de la cercanía que devuelve vínculos, y ejemplos que generan incentivos para
fortalecer el respeto por la norma impersonal. (Giovanna Peñaflor)
Quiero poner la atención en el principio básico de la transgresión, porque creo que de por
si no tendría por qué pensarse como una mala práctica necesariamente. En el arte, por
ejemplo, la trasgresión y la actitud crítica son ejemplos centrales, ya que generalmente
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las prácticas artísticas buscan abrir horizontes y hacer señalamientos de fallas y faltas en
los sistemas y en las representaciones. Hay mucho arte de critica a las instituciones, así
como a los sentidos comunes y a los poderes hegemónicos. Entonces la transgresión se
entiende como un acto ético, que nombra el mal y su corrupción, para proponer algo
diferente y nuevo. Sin embargo, como dice el crítico de arte Gustavo Buntinx: “En el
Perú, lo transgresor desde el arte o el activismo ciudadano no es mermar las instituciones,
ya que la precariedad de estas es tan grande que, por el contrario, lo transgresor es
fortalecerlas.
Pese a afectar los derechos a la vida, integridad y libertad, en ocasiones estas acciones
pueden ser legales o al menos disputar su legalidad ya que, en la mayor parte de los casos,
esta criminalización es ejecutada por el Estado, con el apoyo de otros agentes, a través de
su marco legislativo e implementado por el poder judicial y las fuerzas de seguridad del
Estado. Paradójicamente, los procesos penales que se siguen no están dirigidos contra los
agentes del Estado por el uso excesivo de la fuerza, sino casi únicamente contra los
participantes de las protestas, en especial contra dirigentes sociales y líderes indígenas.
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de Derechos Civiles y Políticos reconocen que toda persona tiene derecho a reunirse
pacíficamente y sin armas. Este derecho fundamental ha sido definido por el Tribunal
Constitucional peruano como “la facultad de congregarse junto a otras personas, en un
lugar determinado, temporal y pacíficamente, y sin necesidad de autorización previa, con
el propósito compartido de exponer y/o intercambiar libremente ideas u opiniones,
defender sus intereses o acordar acciones comunes”.
El escenario social en América Latina viene siendo muy dinámico por la emergencia de
un nuevo actor político que es el movimiento social en defensa del territorio, constituido
para hacer frente al avance del modelo capitalista de acumulación por desposesión de
tierras. Se trata de una novedad relativa, pues debe entenderse, al mismo tiempo, como
parte de un proceso histórico de resistencias frente a los propios cambios del modelo
capitalista (Harvey citado por Moraes, 2013, p. 135). Como señala Maristella Svampa,
los Estados de la región han promovido un endurecimiento de las políticas represivas,
incluidos los gobiernos progresistas, priorizando de este modo el mantenimiento de un
modelo económico extractivo (2012). Por extractivismos entendemos la extracción
indiscriminada de recursos naturales en gran volumen o alta intensidad, exportados como
materias primas sin procesar o con un procesamiento mínimo (Gudynas, 2015, p. 18).
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Estos movimientos sociales que despliegan formas de resistencia suelen ser criticados por
el Estado por asumir posiciones radicales y son reprimidos bajo la justificación del
restablecimiento del orden público y del Estado de derecho. Una explicación alternativa
es que, al cuestionar un modelo económico extractivo defendido por el Estado, llevan a
cabo un desafío a su autoridad que debe ser reafirmada a través del uso de la fuerza. La
aparición de nuevos sujetos sociales en el centro de estas protestas, organizados de
manera autónoma, apelando a una identidad indígena, ha sido considerada, en muchos
casos, amenazante. No interesa si es que la protesta obedece o no a fines justos, en la
medida en que existe «fuera del derecho», atenta contra el orden vigente y el Estado debe
controlarla.
Resulta paradójico que, a pesar de que entre los muertos se cuenten policías y civiles, las
investigaciones a policías por la muerte de civiles sean archivadas en la etapa de
investigación preliminar. En contraste, las investigaciones contra manifestantes y
dirigentes sociales son seguidas hasta sus últimas consecuencias.
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(…)
11. El personal de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional del Perú que, en el
cumplimiento de su deber y en uso de sus armas u otro medio de defensa, causa lesiones
o muerte.
Esta ley se encuentra en contradicción con los «Principios Básicos sobre el empleo de la
fuerza y de armas de fuego por los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley», los
cuales establecen que «los gobiernos adoptarán las medidas necesarias para que en la
legislación se castigue como delito el empleo arbitrario o abusivo de la fuerza o de armas
de fuego por parte de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley» (artículo 7).
Otras normas que ponen en cuestión la regulación sobre el uso de la fuerza son la reciente
ley de la Policía Nacional del Perú, publicada el 18 de diciembre de 2016 mediante el
decreto legislativo 1267, ley que contempla los servicios policiales extraordinarios (SPE),
y su reglamento, el decreto supremo 003-2017-IN2, el cual entró en vigencia el 21 de
febrero de 2017. Gracias a esta normativa, muchas empresas mineras cuentan con
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La figura legal de los SPE permite la firma de convenios de prestación servicios entre la
PNP y personas naturales y jurídicas, sean privadas o públicas. Los SEP vienen a
reemplazar los anteriormente denominados «servicios extraordinarios complementarios a
la función policial (SEC). A través de estos convenios, se habilita a la PNP a prestar
servicios de seguridad al sector privado, generando una grieta en el monopolio del uso de
la fuerza que corresponde al Estado. De este modo, se pone en entredicho el principio de
imparcialidad de la PNP, establecido en su Ley Orgánica (artículo 3).
Antes los SEC eran un servicio remunerado directamente por los beneficiarios al personal
policial, por lo que, para efectos prácticos, se convertían en sus empleadores. El personal
policial podía prestar estos servicios tanto en días regulares de trabajo como en días de
franco y/o vacaciones, disminuyendo su capacidad operativa. Además, cualquier
accidente durante la prestación de los SEC era considerado en acto de servicio, por lo que
les correspondía acceder a los beneficios sociales otorgados por el Estado, esto constituía
un subsidio estatal. A partir de febrero, con la entrada en vigencia del nuevo reglamento
de los SPE, se modificaron algunos aspectos del servicio extraordinario. Ahora, el pago
no lo realiza directamente el beneficiario al personal policial, sino a través de la PNP que,
a su vez, asignará una bonificación al agente que brinda el servicio. La PNP se constituye
como un intermediario entre el beneficiario y el personal policial que brinda el SPE. Por
último, estos servicios ya no podrán ser prestados por el personal policial en servicio, sino
solo por aquellos que se encuentren de franco, de vacaciones o de permiso. Sin embargo,
no se encuentran determinadas cuáles situaciones son las que hacen al agente acreedor
del permiso. Podría tratarse de una manera oculta de incluir al personal que está en
servicio, pues se podría otorgar un «permiso» específicamente para que se brinde los SPE.
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Según el decreto legislativo 1148, las Unidades Territoriales de la PNP son las
«encargadas de comandar, orientar, coordinar, evaluar y supervisar el
cumplimiento de actividades y funciones policiales dentro de la demarcación de
su competencia» (artículo 32, inciso 2). Debido a que los conflictos se producen
en distintas regiones del país, son dichas unidades las llamadas a cautelar el orden
público. Sin embargo, sus capacidades son sobrepasadas en fuerza durante los
periodos críticos del conflicto a causa de la falta de personal policial
adecuadamente entrenado. En estos casos, la Dirección Nacional de Operaciones
Especiales (DINOES) ha acudido en apoyo a las Unidades Territoriales.
Existen problemas con esta práctica, pues se trata de agentes con formación de
combatientes antisubversivos, formación distinta a la del resto del cuerpo policial.
De acuerdo con los representantes de esta dirección, la DINOES interviene por
decisión del comando de la PNP con la finalidad de restablecer el orden interno,
aunque señalan que existen carencias del tipo logístico —carencia de armas no
letales— y de cantidad de personal disponible (2350 efectivos a su cargo, cuando
se requieren al menos 3000) (IDEHPUCP, 2013, p. 38). La intervención de las
unidades antisubversivas en conflictos socioambientales no es excepcional, es la
consecuencia natural de la hegemonía del discurso extractivista y su construcción
del enemigo. A través de medios de comunicación, se difunde la idea de que el
progreso o desarrollo está ligado necesariamente a la extracción de recursos no
renovables, lo que supone que las naciones que no utilicen sus recursos como
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Los motivos que pueden leerse en los decretos supremos apelan a la existencia de actos
contrarios a la legalidad vigente, violencia y alteración del orden público que ponen en
riesgo la seguridad de los ciudadanos, afectan la propiedad pública o privada, producen
desabastecimiento, etcétera. Sin embargo, en estos casos, el concepto de orden público
parece equipararse al normal desarrollo de la actividad minera y, en consecuencia, se
considera vulnerado cuando ocurren expresiones o acciones de protesta contra dicha
actividad. Resulta clarificadora la declaración del general PNP Max Iglesias, titular de la
VII Macro Región Policial de Cusco y Apurímac, cuando justifica la expulsión de dos
periodistas canadienses que organizaron la proyección de un documental sobre
contaminación minera en Chumbivilcas, Cusco:
Estaban realizando eventos, reuniones en los que estaban alentando los actos de protesta
contra la actividad minera legalmente autorizada por el Estado. […] Han alentado,
justamente en aquellos lugares donde se han desarrollado conflictos sociales, alentaban a
los actos de protesta […] Lo que sí está sancionado administrativamente es participar en
actividades que pongan en riesgo el orden público y cuando se alienta los actos de protesta
justamente estamos invitando a ello… (sic) (entrevista del 24 de abril de 2017, realizada
por Cusco en Portada; las cursivas son nuestras).
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Desde la vigencia del decreto legislativo 1095, se flexibilizó la posibilidad de que las
fuerzas militares puedan intervenir sin necesidad de una declaratoria de estado de
emergencia. Hasta en quince ocasiones, las 331FFAA han intervenido en conflictos
sociales en los periodos de gobierno de Alan García y Ollanta Humala; en diez ocasiones
sin declaratoria de emergencia.
En casos como Conga en el año 2012 e Islay en 2015, la intervención de las FFAA
produjo, en la práctica, un adelanto o una continuación del estado de emergencia más allá
del límite temporal señalado en el decreto supremo de declaratoria respectivo.
En el caso Tía María (Islay, Arequipa), durante el periodo del 26 de mayo de 2015 al 24
de junio del mismo año, se autorizó la intervención de las FFAA a través de la resolución
suprema 118-2015-IN. A diferencia de la declaración de estado de emergencia en Islay,
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aplicable solo a algunos distritos, esta resolución consideró varios departamentos como
Apurímac, Ayacucho y Cajamarca, entre otros. Adicionalmente, en julio de 2015, tan
pronto como terminó el estado de emergencia, se autorizó la intervención de las FFAA,
prolongándose por 2 meses en la provincia de Islay.
Con ayuda de los datos de la Oficina de Conflictos Sociales de la Defensoría del Pueblo
y los informes de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, identificamos un total
de 23 declaratorias de estados de emergencia a raíz de conflictos sociales desde 2004
hasta 2016, sin contar las autorizaciones para el ingreso de FFAA sin estado de excepción,
las prórrogas y otras ampliaciones. La relación entre estados de emergencia y muertes es
preocupante. Cerca de 50 homicidios producidos en conflictos sociales han ocurrido el
mismo día en que se ha declarado el estado de emergencia. Los niveles de violencia que
se activan durante los estados de excepción son graves.
La CIDH muestra que los delitos más recurrentes de este patrón de criminalización son
los relacionados al orden público como entorpecimiento de servicios públicos, disturbios,
sedición, motín, daños, entre otros. Los Estados no han seguido las reiteradas
recomendaciones respecto de la necesidad de derogar o reformular la tipificación de
varios de estos delitos por ambiguos y demasiado amplios. Por el contrario, en algunos
casos, la tendencia ha sido la profundización de estas deficiencias. El Perú es un ejemplo
de esta tendencia creciente a tratar penalmente las protestas sociales. Si tomamos como
referencia temporal el periodo del «boom extractivo» (2001-2014) (Ávila Palomino,
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2016), podemos dar cuenta de una serie de modificaciones legales que aumentan las penas
en delitos contra el orden público, se crean nuevas agravantes, se amplían los tipos
penales, etcétera.
En primer lugar, el delito de disturbios (artículo 315 del Código Penal) ha pasado de tener
una tipificación limitada y una pena máxima de dos años a una tipificación cada vez más
abarcadora y penas más drásticas. En el año 2002 se corrigieron algunas deficiencias del
tipo penal y se elevaron las penas a un rango de entre tres y seis años (ley 27686). En el
año 2006, las penas se elevaron a seis y ocho años (ley 28820)7. Y en el año 2013 se
incorporó un agravante que establece que, si durante la ocurrencia de disturbios, ocurren
ataques a la integridad seguidos de muerte, el hecho será considerado como un asesinato,
es decir, como un delito de máxima gravedad penado con no menos de veinticinco años
de prisión (ley 30037).
En los casos en que el agente actúe con violencia y atente contra la integridad física de
las personas o cause grave daño a la propiedad pública o privada, la pena privativa de la
libertad será no menor de tres ni mayor de seis años (ley 27686).
En el año 2006, se incorporó en la redacción del tipo base lo siguiente: «[…] quien
entorpece el normal funcionamiento […] de la provisión de hidrocarburos […]» (ley
28820), lo cual está directamente relacionado con protestas socioambientales, y se
elevaron las penas al rango de entre cuatro y seis años. En el año 2010, la pena del
supuesto agravado se elevó al rango de entre seis y ocho años (ley 29583). En 2016 se
incluyó en la redacción del tipo base «el gas y los productos derivados de los
hidrocarburos» (decreto legislativo 1245) como parte de los servicios públicos que no
pueden ser impedidos, estorbados o entorpecidos en su funcionamiento. Este delito ha
sido uno de los más usados para procesar a personas que ejercieron su derecho a la
protesta, pues ha sido utilizado en prácticamente todos los procesos penales abiertos como
consecuencia de conflictos sociales en la última década.
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En tercer lugar, el delito de atentado contra la seguridad común (artículo 281 del Código
Penal) establecía, en su redacción inicial, penas de tres a ocho años. En el año 2006 se
elevaron las penas, ahora van de seis a diez años (ley 28820), y en 2010 se modificó el
artículo, castigando a quienes atentan contra infraestructura de electricidad, gas, etcétera
(ley 29583). Recientemente, en el año 2016, se incluyó también la infraestructura para la
producción de hidrocarburos (DL 1245). Este tipo penal fue uno de los usados para
procesar a los dirigentes sociales por las protestas ocurridas en la provincia de Espinar.
El delito de hurto agravado (artículo 186 del Código Penal) ha incluido un supuesto nuevo
desde el año 2010 que agrava la pena cuando se trate de bienes, infraestructura o
instalaciones de uso público, o relacionados a servicios públicos como saneamiento,
electricidad, gas o telecomunicaciones (ley 29583). Asimismo, en 2016 se estableció
también la agravante que se refiere a hurtos cometidos sobre infraestructura e
instalaciones públicas o privadas que sean utilizadas para toda la cadena productiva de
gas, hidrocarburos o derivados (DL 1245).
En el año 2016, el delito de extorsión (artículo 200 del Código Penal) incorporó una
modificación que incluye el siguiente supuesto:
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La nueva redacción del delito es tan amplia que es fácilmente atribuida a una acción de
fuerza en el marco de protestas sociales, pues se puede entender que los manifestantes
efectivamente quieren obtener un «beneficio» de las autoridades. Incluso, algunas
acciones de protesta serían supuestos de extorsión agravada, ya que participan más de dos
personas, por lo que la pena sería entre quince y veinticinco años. Este tipo penal fue
usado para procesar a Walter Aduviri Calizaya por el caso conocido como el Aymaraso
en el año 2011.
La tendencia hacia una política criminal más represiva parece ser un fenómeno regional
antes que nacional únicamente. En los últimos 25 años, los países de América del Sur han
superado la cifra de 150 presos por cada 100 000 habitantes, con la única excepción de
Bolivia. Esto ha representado un crecimiento en la tasa de encarcelamiento, desde 1992
a la actualidad, de 305% en Brasil, 242% en Perú, 212% en Colombia, entre los más
importantes (Sozzo, 2016, pp. 11-13). No se puede afirmar que los cambios legislativos
en delitos contra el orden público tengan como causa la expansión de industrias
extractivas en el país, pero no se puede dejar de anotar que ambos fenómenos ocurren de
manera simultánea. Todavía más, se puede señalar que otro tipo de delitos como los que
atentan contra el medio ambiente o el sistema tributario apenas han recibido atención de
los reformadores. De esta manera, algunos delitos que son cometidos por empresas
extractivas pasan inadvertidos o no terminan en sanciones concretas.
Por otro lado, algunos cambios legislativos en materia procesal penal han ampliado en el
pasado reciente las facultades policiales en casos de detención. Algunos ejemplos de esto
son la ley 30558, del 9 de mayo de 2017, los decretos legislativos 983, 988 y 989, del 22
de julio de 2007, y la ley 29986, del 18 de enero de 2013. Todas estas modificaciones no
pueden ser entendidas aisladamente, deben ser leídas en un contexto de alta conflictividad
social, aumento de la represión estatal y militarización de los territorios en conflicto.
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259 del Código Procesal Penal (en adelante CPP) y ha extendido el concepto de flagrancia
al hallazgo del sospechoso dentro de las 24 horas de ocurrido el hecho. El decreto
legislativo 988 establece la incomunicación del investigado a pedido del fiscal, en caso
de que lo considere indispensable para el esclarecimiento de los hechos por un máximo
de diez días. Y el decreto legislativo 989 faculta a la PNP a realizar actos de investigación
sin autorización del fiscal, cuando este se encuentre impedido de conducir la
investigación, esto implica allanar en locales y realizar las demás diligencias necesarias
para el esclarecimiento de los hechos.
Finalmente, la ley 29986 modificó el artículo 195 del CPP, permitiendo el levantamiento
de cadáveres por parte de las FFAA o de la PNP en zonas declaradas en estado de
emergencia cuando existan dificultades para la presencia del fiscal. La fórmula «cuando
existan dificultades» es demasiado amplia y en el reglamento se la delimita de modo
insuficiente al señalar que debe tratarse de problemas «de comunicación, de personal,
transporte, de carácter logístico o climatológico u otras similares que impidan la presencia
inmediata del Fiscal en el lugar del hallazgo; o en casos en que, debido a las condiciones
de la zona o al contexto en que se desarrolla el operativo, la comunicación previa con éste
sea materialmente imposible» (artículo 2 del decreto supremo 010-2013-JUS).
Este nuevo marco normativo ha permitido un control policial de las protestas sociales que
en muchos casos ha devenido en excesos en el uso de la fuerza y abusos de autoridad. Por
ejemplo, bajo la justificación de que se encontraban en un supuesto de flagrancia, se
detuvo a 55 personas en las protestas contra el peaje en el distrito de Puente Piedra, Lima
en enero de 2017 (véase la nota periodística al respecto de América Noticias, 2017).
Como se llegó a determinar en la audiencia judicial, ninguno de los detenidos participaba
de la protesta ni cometía acto ilegal alguno al momento de ser intervenido. Fueron
detenidos por la policía amparándose únicamente en el plazo de veinticuatro horas de
flagrancia establecido legalmente y porque se encontraban cerca de los lugares donde
ocurrieron los actos de protesta.
Otro tema preocupante es lo que sucede con la posibilidad de que la PNP o las FFAA se
encarguen del levantamiento de cadáveres sin presencia fiscal. En muchos de los
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conflictos sociales, las muertes son atribuidas a personal policial y militar, lo que les resta
imparcialidad para realizar una diligencia que debe ser una de las principales pruebas para
determinar la existencia de un delito. En el reglamento, apenas se ordena el procedimiento
a seguir y se especifica qué tipo de dificultades habilitan a los agentes estatales al
levantamiento de cadáveres sin cerrar el rango de supuestos habilitantes. Además, a través
de las resoluciones administrativas 096-2012-CE y 136-2012-CE del Poder Judicial, se
modificaron garantías constitucionales elementales como el derecho al juez natural.
En Bagua, en el caso Curva del Diablo, se produjeron situaciones que implicaron una
demora considerable para el avance del proceso. En marzo de 2013, la Corte Superior de
Amazonas se declaró incompetente para el conocimiento del proceso, remitiendo los
actuados a la Sala Penal Nacional, que, a su vez, se negó a llevar el caso. La Corte
Suprema dirimió el conflicto de competencia, indicando que correspondía llevar el juicio
a la Sala Penal Liquidadora de Bagua en agosto de 2013. En estos trámites, se perdió
alrededor de un año mientras al menos tres indígenas permanecían en prisión.
En Espinar existe una decisión expresa de las máximas autoridades del Poder Judicial de
cambiar de ciudad el proceso judicial, lo cual puede ser leído como una injerencia política.
Mientras que en Bagua esta intención de bloquear el acceso a la justicia no es manifiesta,
pero es posible afirmar que existen determinantes estructurales (falta de celeridad, lengua,
etcétera) que perjudican la defensa de los dirigentes y líderes indígenas.
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Estas movidas del Gobierno de turno motivaron a que los nativos de pueblos
amazónicos se declaren en "insurgencia". Alberto Pizango, presidente de la
Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), pidió
que se derogue el Decreto Legislativo N° 1073 y exigió que se respete el
cumplimiento del artículo 6 del Convenido 169 de la OIT.
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Ese mismo día, según se supo, el general Uribe, el obispo, el alcalde Jaén y
dirigentes nativos acordaron que los manifestantes abandonarían la carretera
el 5 de junio a las 10:00 a.m.; sin embargo, esto no lo supo el general Luis
Muguruza quien se preparaba para la acción de desalojo por órdenes del
Ministerio del Interior.
XX. CONCLUSIÓN
En los últimos años, distintas normas sobre el uso de la fuerza han sido aprobadas
siguiendo parcialmente los estándares internacionales; sin embargo, también hay
contradicciones notables. La posibilidad de que las fuerzas armadas actúen sin
mediar estados de emergencia en apoyo de la policía es inconstitucional,
desnaturaliza su función primordial y ha permitido la militarización de las zonas
donde se producen los conflictos sociales. Lo mismo puede decirse de la
participación de unidad policiales antisubversivas por su falta de entrenamiento
para lidiar con protestas sociales. La ley 30151 garantiza la impunidad de los
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ciudades ajenas al lugar donde ocurrieron los hechos, en abierta contradicción con
el derecho al debido proceso.
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BIBLIOGRAFÍA
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