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Taller de Finanzas
Conoce todo sobre el campo de acción de un Financiero de la UP up.edu.pe/talleres
Partes: 1, 2, 3
Ahora bien, más halla de hacer una diferencia entre proceso y procedimiento[7]detallaré
cómo los autores contemporáneos han clasificado los principios del proceso, aunque con
matices peculiares, que en doctrina no hay consenso. Así, para Carrión Lugo[8]detallando
el conjunto de principios procesales que dicho autor ha intentado enumerar desde las
normas constitucionales, las normas legales y los principios no consignados en dispositivos
legales, opina que, existen principios procesales con rango constitucional, los principios
con rango legal y los principios procesales no consignados en dispositivo legal concreto,
pero conocidos por el ordenamiento procesal civil; a su criterio en los primeros
encontramos: la potestad de administrar justicia emana del pueblo y se ejerce por el poder
judicial a través de sus órganos jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes, la
unidad y exclusividad del ejercicio de la función jurisdiccional por el Poder Judicial, la
independencia del poder judicial en ejercicio de su función jurisdiccional, la prohibición de
ejercer función jurisdiccional por quien no ha sido nombrado en la forma prevista por la
constitución o la ley, la observancia del debido proceso, el derecho a la tutela jurisdiccional
efectiva, publicidad en los procesos, salvo disposición contraria a la ley, la motivación
escrita de las resoluciones judiciales en todas las instancias, excepto los decretos de mero
tramite, con mención expresa de la ley aplicable y los fundamentos de hecho en que se
sustentan, de la función jurisdiccional es el de la pluralidad de instancias en el sentido de
que los procesos deben desarrollarse en no menos de dos instancias, de no dejar de
administrar justicia por vacio o deficiencia de la ley y el principio de inaplicabilidad por
analogía de las normas procesales que restrinjan derechos, prohibición de revivir procesos
fenecidos con resolución ejecutoriada, de no ser privado del derecho a la defensa en ningún
estado del proceso, de gratuidad de la administración de justicia y de la defensa gratuita
para las personas de escasos recursos y para todos, en los casos en que la ley señala, las
obligaciones del Poder Ejecutivo de prestar colaboraciones en que los procesos le sea
requerida, el que preconiza del derecho de toda persona de formular análisis y critica de las
resoluciones y sentencias judiciales con las limitaciones. Entre los principios con rango
legal se encuentran: el de dirección e impulso del proceso, el principio que tiene como
finalidad concreta resolver el conflicto de intereses o eliminar una incertidumbre jurídica,
ambos con relevancia jurídica, haciendo efectivos los derechos materiales, y que la
finalidad esta dada con el propósito de alcanzar la paz social con justicia, de iniciativa de
parte, de conducta correcta que deben observar dentro del proceso los sujetos que
intervienen en él, de inmediación, de concentración, de economía procesal, de celeridad
procesal, de igualdad entre las partes, iura novit curia, de imperatividad de las normas
procesales y de formalidad procesal. En los principios no consignados en dispositivos
legales encontramos: a la imparcialidad de los jueces, el interés por intervenir en los
procesos, de contradicción, de preclusión o eventualidad y de adquisición.
Mostrando con tales opiniones, que los principios del proceso no tienen un numerus clausus
bien definido, pues de ser así, estaríamos restringiendo el constante desenvolvimiento
procesal de los titulares de la relación jurídica procesal (estos son las partes y el Juez como
director). Ya que, la correcta función de las actuaciones jurisdiccionales y de las partes
dentro de un proceso, es dada bajo el prisma constitucional como limite y con el mandato
constitucional imperativo "no se distingue donde la ley no lo hace", es decir todo lo que no
esta prohibido está permitido; sólo así las ansias de satisfacer necesidades de las partes a
través de la solución de un conflicto de interés, acarreará legitimidad en lograr la ansiada
paz social con justicia. En consecuencia, somos de la idea plasmada por el maestro Eduardo
Couture[10]al decir, la enumeración de los principios que rigen el proceso no puede
realizarse en forma taxativa, porque los principios procesales surgen naturalmente de la
ordenación, muchas veces impensada e imprevisible, de las disposiciones de la ley. Opinión
citada que responde a un numerus apertus de los principios procesales dentro de nuestro
ordenamiento legal en especial y de nuestro ordenamiento jurídico en general. No obstante
somos de la opinión que, para fines metodológicos, es la distribución de los principios
procesales del maestro Monroy Gálvez quien determina una adecuada ilación de los
mismos en ser los ejes directrices de las actuaciones de las partes procesales y el Juez
dentro de un proceso; ello debido a la clasificación de acuerdo al sistema procesal, muy
importante para el desarrollo del presente trabajo.
Ahora bien, para que el pronunciamiento del órgano jurisdiccional sea sobre el fondo de la
contienda o litis, el juez como director del proceso y siguiendo los principios del
procedimiento del sistema publicistico: dirección e impuso de oficio, vinculación y
elasticidad del mismo; tiene que adecuar su conducta a la determinación de una debida
relación jurídica procesal entre las partes, relación procesal que sea idéntica o sobreviniente
a la relación jurídica material (causa o motivo de la controversia jurídica). Es, en este
objetivo de los actos del juez, donde se presenta la función saneadora inherente a todo
proceso, es decir son los mandatos constitucionales y principios del proceso (unidad y
exclusividad de la función jurisdiccional, la independencia del juzgador en el ejercicio de
sus funciones, la imparcialidad y el de publicidad), los que a parte de legitimar la
actuación de acuerdo al ordenamiento jurídico del juzgador, obligan al mismo a buscar la
producción de una relación jurídica procesal válida; y esto último no puede realizarse sino
mediante el saneamiento procesal.
En este sentido, al referirnos sobre una relación jurídica procesal válida, mencionamos
primero qué es una relación jurídica procesal; así se entiende por tal, según Eduardo
Couture -citado por Monroy Gálvez[11]-, al vínculo o ligamen que une entre si a los sujetos
del proceso y sus poderes y deberes respecto de los diversos actos procesales; vale decir, a
la unión entrelazada de los sujetos del proceso, tanto las partes en litis como el Juez, donde
las actuaciones de uno afectan y vinculan a los demás, pues así como las partes y el juez
tienen derechos sustantivos y procesales dentro del proceso, igualmente tienen deberes
regulados por el procedimiento mismo. Tal relación jurídica procesal presenta
características propias, que Héctor Lama More[12]menciona, al decir que es publica y
aparece desde que la persona ejercita su derecho de acción; es autónoma en la medida que
tiene vida propia y si bien debe tener correspondencia con la relación material preexistente,
es independiente de ella; es compleja porque comprende un conjunto indefinido de
derechos y obligaciones para cada uno de los que intervienen, pero teniendo todos ellos el
mismo fin común: la voluntad de la ley. Así, dentro de las características de la relación
jurídica procesal, se ha mencionado que es autónoma, característica que singulariza tal
relación, por presentarse autónoma e independiente de la relación jurídica material, pues
esta última, es diferente debido al hecho de presentarse circunstancias que ameritan
representación por incapacidad absoluta o relativa (artículos 43 y 44 del CC) del titular de
dicha relación jurídica material, produciendo en consecuencia, una sucesión procesal. De
allí lo dicho líneas arriba sobre la identidad o sobreviniencia de la relación jurídica material
para con la relación jurídica procesal.
En consecuencia, habiendo desarrollado qué es una relación jurídica procesal, a través del
cual el Juez cumple el fin primordial de todo proceso; es conveniente referirnos al
instrumento del que se vale el juzgador para identificar y determinar una relación jurídica
procesal (que a términos el Código Procesal Civil), debe ser netamente válida, esto es el
saneamiento procesal. En este sentido, entendemos por saneamiento procesal como el
instrumento purificador del que se vale el Juez para identificar una relación procesal válida
a lo largo de todo el proceso, conocido en parte como filtros o diques procesales[13]que
revisan y traspasan, como un vigilante dentro del proceso, la producción de tal relación
procesal, en concordancia con un debido proceso y evitando nulidades procesales. Ello con
el fin de no realizar procesos inútiles y engorrosos, que perjudiquen los fines del proceso y
vulneren los principios procesales, tanto del proceso (de la motivación de las relaciones
judiciales y de cosa juzgada), como también del procedimiento publicistico (economía,
celeridad, buena fe, lealtad y preclusión). Haciendo alusión importante, lo dicho por Martin
Hurtado[14]al decir, no se debe confundir saneamiento procesal como institución natural de
todo proceso, con aquella actividad que realiza el juez en una etapa determinada que el
CPC la ha denominado "saneamiento" (originariamente por auto o audiencia), pues, esta es
una etapa establecida para ordenar el proceso, ya que esta función se ejerce desde la
calificación de la demanda hasta la emisión de sentencia; esto es, el saneamiento procesal
es un instituto procesal que se presenta a lo largo del proceso, pero presenta actualmente un
serio inconveniente, cuando se menciona al filtro procesal de sentencia y al principio de
preclusión, problema a desarrollar en líneas posteriores.
En este conjunto de ideas, por consenso doctrinario mayoritario, dentro de los diques o
filtros procesales que forman sólo una parte del saneamiento procesal, se tiene como primer
filtro: la calificación de la demanda; segundo filtro: resolución de las excepciones
planteadas; tercer filtro: el saneamiento procesal; y como cuatro filtro: la sentencia. Filtros
procesales a desarrollarse en el siguiente ítem, pero delimitando desde ya que para nosotros
el segundo con el tercer filtro se realizan en la mayoría de veces en uno solo.
Es pertinente mencionar las funciones que cumple el saneamiento dentro del proceso, o lo
que el autor Ticona Postigo[15]manifiesta al decir, consideramos que el orden
metodológico que el juez debe seguir en el saneamiento procesal, se resume en las
siguientes faces sucesivas: a) proceso existente[16]b) presupuestos procesales; c).
condiciones del ejercicio válido de la acción; d). debido proceso; e) si hay otras causales de
nulidad subsanables o insubsanables. Notándose en tal inferencia que, dentro de tal orden
metodológico, se encuentran los filtros procesales de manera intrínseca, no siendo los
únicos que determinan el saneamiento. Plasmando igualmente lo dicho por Hurtado
Reyes[17]sobre los fines que persigue el saneamiento, al respecto dice: desde la perspectiva
de los fines que persigue el saneamiento son los siguientes: a)aplicación irrestricta de los
principios de inmaculación del proceso y moralidad en el proceso, principio de celeridad y
economía procesal, b) impedir la emisión de sentencias inhibitorias, dando mas viabilidad
al pronunciamiento sobre el fondo (sentencia de mérito) ,c) evitar la prosecución de un
proceso sólo cuando se encuentre afectado por defectos insubsanables, ordenando su
inmediata conclusión ,d) prevenir el fraude procesal ,e) detectar y proscribir defectos
subsanables de la relación jurídica procesal ,f) velar por la irrestricta aplicación del debido
proceso. Dándose a notar que, dentro de las funciones, metodología y fines[18]de la
institución procesal del saneamiento o como originalmente se llama "despacho saneador",
se establece lo mismo, vale decir los filtros procesales de manera intrínseca, el debido
proceso y las nulidades procesales.
Siguiendo la secuencia de nuestras ideas, vale decir de haber determinado qué es una
relación jurídico procesal, luego qué es el saneamiento procesal integral a lo largo del
proceso, y dentro de éste último el detallar los filtros procesales que limpian el proceso de
toda desviación intencionada o no. Es momento de hablar sobre las actuaciones que tiene el
juez a lo largo del proceso vía el saneamiento procesal, en referencia a los filtros
procesales. Así, la primera actuación del juez dada a través del primer filtro es la
calificación de la demanda, en este filtro el juez analiza los requisitos de admisibilidad y
procedibilidad de la demanda (artículos 424, 425 y 130 del Código Procesal Civil),
mediante los cuales analiza la presencia de los presupuestos procesales, las mal llamadas
condiciones de la acción y la caducidad. Siendo los presupuestos procesales: competencia
del Juez, capacidad procesal de las partes y requisitos de la demanda; de igual modo, se
llama condiciones de la acción: legitimidad para obrar, interés para obrar y la voluntad de la
ley. Sin embargo, dentro de tal dualidad de los presupuestos procesales y las condiciones de
la acción para forjar una relación jurídica procesal valida, somos de la idea de la unificación
de los presupuestos procesales y las condiciones de la acción, donde las mal llamadas
condiciones de la acción sean trasladas a la institución procesal idónea, esto es a la
pretensión en sus dos directrices de formación: pretensión material y pretensión procesal;
aunados en sus dos elementos: causa petendi y petitum; todo ello fue plasmado por mi
persona en el III Congreso Nacional de Derecho Procesal al decir, la institución procesal en
la que puede estar configurada las condiciones de la acción es la pretensión, y no en la
institución procesal de la acción, porque como ya se mencionó, la acción no puede estar
condicionada por ser un derecho autónomo, abstracto y público[19]Inferencia deducida en
pos de evitar las nulidades procesales que obstruyen una sentencia de merito o de fondo.
Prosiguiendo con el desarrollo normal de un proceso, podemos decir que, luego del auto
que declara saneado el proceso, el Juez convoca a las partes a proponer la fijación de
puntos controvertidos, para después fijar el mismo tales puntos controvertidos y la
declaración de admisión o rechazo, según sea el caso, de los medios probatorios ofrecidos
en la interposición de demanda y contestación de la misma, tal cual reza el articulo
468[22]–primer párrafo- del Código Procesal Civil. Convocando a audiencia de pruebas,
sólo cuando lo requiera. Pasando posteriormente, a la conclusión del proceso a través del
acto procesal más importante para las partes, la seguridad jurídica y la justicia dentro de
nuestro Estado Constitucional de Derecho, es decir a través de la Sentencia; siendo lo ideal
si el Juez concluye el proceso con declaración sobre el fondo de la litis, resolviendo en
fundada o infundada la demanda (articulo 322 numeral 1 y el artículo 474 del Código
Procesal Civil). Llegando con lo mencionado al último filtro procesal que sanea el proceso,
la Sentencia.
Ergo, nuestro Código Procesal Civil sobre este último filtro procesal menciona que,
mediante la sentencia el Juez pone fin a la instancia o al proceso en definitiva,
pronunciándose en decisión expresa, precisa y motivada sobre la cuestión controvertida
declarando el derecho de las partes, o excepcionalmente sobre la validez de la relación
jurídica procesal (artículo 121, último párrafo). Presentando esta preposición normativa las
dos formas de sentencias o –para algunos- tipologías de sentencias: sentencias de merito o
las que se pronuncias decidiendo el derecho a una de las partes demandantes
(pronunciamiento sobre el fondo que amerita) ; y las sentencias inhibitorias, que son las que
se abstienen de pronunciarse sobre el fondo de la contienda, debido a la existencia de vicios
o defectos en la relación jurídico procesal (ya sea en los presupuestos procesales o en las
mal llamadas condiciones de la acción), que originan que la decisión final del Juez sea sólo
de declarar la validez de tal relación procesal, tal como Jorge Walter Peyrano[23]establece
al manifestar que, es aquella que –oficiosamente o a pedido de parte- declara que el tribunal
se encuentra impedido de emitir una declaración sobre el fondo del litigio; decisión que no
involucra obstáculo alguno para que ulteriormente, y salvadas que fueran las deficiencias u
omisiones correspondientes, se genere un nuevo proceso que ahora sí podrá pronunciarse
sobre el mérito del asunto. Situación última que ocasiona un grave perjuicio para las partes
(en estricto: tiempo, dinero y esfuerzo) y vulnera principios del proceso, como el de
publicidad; así como principios del procedimiento privatistico, como el de congruencia, y
principios del procedimiento publicistico, como el de: inmediación, concentración, buena
fe, lealtad procesal, economía, celeridad y preclusión. Detalle taxativo de la vulneración de
tales principios procesales que ex pos ocasionan graves perjuicios para el valor justicia y el
de seguridad jurídica en un Estado como el nuestro, donde la potestad de administrar
justicia emana del pueblo[24]
Pues, como bien es sabido, dentro de los diferentes pronunciamientos del Juez a lo largo del
proceso (decretos, autos y sentencias), la labor más noble, inteligente y con las máximas de
la experiencia insustituibles es la de "juzgar". Que, tal como dice autorizada doctrina[25]la
sentencia tiene relación con la norma de derecho objetivo y no sólo significa una aplicación
de la ley fría al caso particular, sino que constituye una norma individual, una creación del
derecho que realiza el Juez, permitiendo que las normas del ordenamiento jurídico sean
necesarias y esenciales para aplicar el caso que debe resolver. Esto es, la aplicación al caso
que debe resolver la norma sustantiva, en concordancia con la norma procesal, en pos y
utilidad de hacer justicia socio-jurídica, dando utilidad, importancia y respeto a las normas
jurídicas, que verdaderamente si solucionan un conflicto de interés o incertidumbre
jurídica, ambas con relevancia jurídica; privilegiándose la seguridad jurídica como primer
orden y al valor justicia como orden esencial. Lógicamente, todo ello sólo es posible si la
decisión jurisdiccional sea de merito o de fondo; contrario sensu, si tal decisión judicial no
es de fondo, sino inhibitoria, estamos desvaneciendo todo un ordenamiento jurídico donde
las partes del proceso son las más perjudicadas, solo por el simple hecho - del Juez - de no
haber realizado una conducta diligente o haberlo hecho menos de lo establecido, saneando
el proceso de manera inconclusa.
Referencias bibliográficas
Referencias físicas.
Ariano Deho, Eugenia. 2003. "Problemas del Proceso Civil". Primera Edición:
Octubre. Editorial Jurista Editores EIRL. Lima: Perú.
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Peruano". Ponencia Estudiantil presentada en el III Congreso Nacional de Derecho
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Carrión Lugo, Jorge. 2000."Tratado de Derecho Procesal Civil". Tomo I. Editorial
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Couture, Eduardo J.2002."Fundamentos del Derecho Procesal Civil". Cuarta
Edición. Editorial Euros Editores SRL. Buenos Aires: Argentina
Hurtado Reyes, Martín.2009. "Fundamentos del Derecho Procesal Civil". Primera
Edición: Junio. Editorial Moreno- IDEMSA SA. Lima: Perú
Lama More, Héctor E. 2008. "La Relación Jurídica Procesal y las Defensas del
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Lima, Perú: Editorial Gaceta Jurídica S.A
Monroy Gálvez, Juan Federico.1996."Introducción al Proceso Civil". Tomo I.
Editorial Temis SA. Santa Fe de Bogotá: Colombia.
Sagastegui Urteaga, Pedro. 1996."Teoria General del Proceso Judicial" Editorial
San Marcos. Lima: Perú.
Ticona Postigo, Victor.1999."El debido proceso y la demanda civil". Editora
Jurídica RODHAS. Lima: Perú.
Referencias virtuales.
De la problemática que encierra el caso que se analiza, la autora concluye que debe
excluirse definitivamente la posibilidad de que una vez que se haya dictado el auto de
saneamiento, determinándose la existencia de una relación jurídica procesal válida y sin
que se haya producido una variación de las circunstancias, el juez pueda plantearse ex
post las mismas cuestiones, por el simple hecho de que con la emisión de la referida
resolución agotó su poder para ello.
CAS. N° 1645-2004-LIMA
Es materia del presente recurso de casación la sentencia de vista de fojas mil quinientos
treinta, de fecha cuatro de marzo de dos mil cuatro, expedida por la Quinta Sala Civil de
Lima que revoca la sentencia de fojas mil trescientos sesenta y siete de fecha treinta y uno
de julio de dos mil dos y reformándola declara Improcedente la demanda.
Mediante resolución de fecha quince de febrero de dos mil cinco, la Sala declaró
procedente el recurso de casación propuesto por don Cristóbal Aljovín de Losada, por la
causal prevista en el inciso 3 del artículo 386 del Código Procesal Civil.
3. CONSIDERANDOS
TERCERO: Siendo ello así, el Juez está facultado por el referido artículo del Código
Procesal Civil a cautelar el desarrollo del proceso, por lo que no se puede argumentar que
se ha contravenido las normas que garantizan el derecho al debido proceso por el hecho de
haber sido declarada improcedente la demanda, criterio que quedó establecido en la
casación cuatrocientos veintitrés guión noventa y cinco.
CUARTO: Que; se debe precisar que el Colegiado superior ha llegado a colegir que el
demandante es el propietario del inmueble, no siendo procedente que solicite la
prescripción adquisitiva de dominio del inmueble sub litis, encontrándose expedito el
derecho del accionante para que haga valer su derecho conforme a la ley según
corresponda.
4. DECISIÓN
a) Por tales consideraciones y aplicación al artículo 397 del Código Procesal Civil
declararon: INFUNDADO el recurso de casación; en consecuencia, NO CASAR la
sentencia de fojas mil quinientos treinta de fecha cuatro de marzo de dos mil cuatro,
expedida por la Quinta Sala Civil de Lima, interpuesto por don Cristóbal Aljovín de
Losada; en los seguidos por don Guillermo Coll y otros sobre prescripción.
I. PREÁMBULO
Por ello, si no fuera por más que para proseguir con mi pequeña batalla en contra de los
efectos perversos que, a la postre, puede producir el "poder eugenésico" de los artículos
426-427 CPC (máxime cuando se combina con lo dispuesto en el último párrafo del
artículo 121 CPC), bueno será analizar cómo llegó a aplicarse al caso.
Y para ello, me parece oportuno seguir paso a paso el caso concreto, aportando algunos
elementos del iter del proceso que quedan (para variar) ocultos en la Sentencia de Casación
arriba transcrita, pues tengo la convicción de que solo conociéndolos se puede tomar
realmente conciencia de los niveles de perversión a los que se puede llegar.
In primis, la demanda. Como se habrá intuido con mi preámbulo, con ella (que se
presentó el 7 de abril de 1999) se pretendía la declaración de usucapión de un inmueble.
Para ser precisos: de un departamento y una cochera, edificados sobre un terreno cuya
fábrica no se encontraba inscrita, por lo que también se demandó la usucapión de las áreas
comunes. Tales bienes, según lo expresó el actor, estaban en su posesión continua, pacífica
y pública como propietario por más de diez años, precisando que su madre los había
poseído (por haberlos comprado) desde 1986, quien a su vez había transmitido la posesión
por causa de una compraventa celebrada en 1986 y documentada en 1999. La demanda se
fundó en el artículo 950 CC, es decir, en la prescripción "larga".
El juez a quo, en cabal respeto del plazo del artículo 124 CPC (o sea dentro de los cinco
días de presentada la demanda) declaró, in limine, improcedente la demanda por considerar
que ella se encuadraba dentro de los supuestos de improcedencia de los incs. 5 (falta de
conexión lógica entre hechos y petitorio) y 7 (petitorio jurídicamente imposible) del
artículo 427 CPC.
En concreto el juez indicó que: "(...) el recurrente pretende mediante la presente acción
adicionar el periodo de posesión de su señora madre y la de él a efectos de cumplir con el
plazo legal de posesión del mismo para que se le declare propietario por prescripción
adquisitiva (...) por lo que no cumple con lo establecido en el (artículo 950 CC)".
En el caso, el actor había afirmado haber poseído los bienes por el plazo de ley
(adicionando la posesión de quien se la había transmitido) y el juez, olvidando que el
artículo 898 CC sí permite la accessio temporis, en atención a que (increíble, pero cierto...)
no se podía sumar la posesión propia con la del anterior poseedor, consideró que el actor
pretendía el "imposible" de ser declarado propietario por usucapión pese a no haber poseído
el tiempo requerido por la ley.
Además, bajo la premisa de que el artículo 898 CC permite la accessio temporis, agregó
que: "es de advertir que la resolución apelada se encuentra afectada de nulidad al contener
supuesto contrario a lo expresamente previsto por la norma anotada, máxime que tal hecho
es materia de pronunciamiento de fondo del proceso y no de un pronunciamiento liminar, al
no importar lo expuesto imposibilidad jurídica".
Ergo, por un lado, la Sala Superior (por lo que se entiende) excluyó que la circunstancia
de que el actor afirmara haber "comprado" el bien de quien precedentemente lo había
comprado del "propietario registral", fuera un supuesto de falta de "conexión lógica" y, por
el otro, a estar a lo dispuesto en el artículo 898 CC, que hubiera alguna "imposibilidad
jurídica" en juego. En suma, la cuestión de la procedencia o no de la demanda parecía
haber quedado definitivamente zanjada.
a) Conforme al artículo 949 CC, "de aplicación al caso de autos" (?), "la sola
obligación de enajenar un inmueble determinado hace al acreedor propietario de él, siendo
obligación esencial del vendedor perfeccionar la transferencia de la propiedad del bien,
conforme lo establece el (artículo 1549 CC)";
Como "remate" la Sala Superior expresó que "la sentencia emitida por el a quo incurre
en evidente error "in iudicando" al no haber calificado correctamente la demanda
desnaturalizando el instituto jurídico de la prescripción adquisitiva de dominio".
Pero, la Sala Superior no solo olvidó la circunstancia de que ella misma había
previamente (repito, cuatro años antes) desechado esa específica cuestión de improcedencia
de la demanda, sino que no advirtió que carecía de poder (o sea de competencia) para
pronunciarse sobre lo que se pronunció.
En efecto, el apelante –que, como ya dije, era el propietario "regitral" del terreno en
donde se habían edificado el departamento y el estacionamiento objeto de la demanda de
usucapión– solo había apelado de dos "extremos":
De allí que pretendiera (solo) que se revocara la apelada declarando infundada la tacha a
su documento y, justamente en mérito de tal documento, que se la revocara declarándose
fundada solo en parte la demanda, excluyéndose la usucapión de los "aires". En suma,
siendo que el departamento y el estacionamiento se encontraban en un edificio, el apelante
estaba impugnando aquella parte del fallo que se refería a usucapión de las áreas comunes y
específicamente respecto de los porcentajes de propiedad sobre los "aires". Por lo tanto,
sobre ello y nada más que sobre ello debió pronunciarse la Sala.
Sin embargo, la Sala Superior, pese a tenía muy claro que la apelación era parcial (tanto
que en su considerando segundo indica que "el impugnante argumenta que se ha incurrido
en error al considerar que los aires del inmueble materia de litis le corresponda al
demandante...), no extrae las debidas consecuencias de ello (o sea, su ausencia de poder
para pronunciarse sobre los extremos de fallo no impugnados) y emite la sentencia que
conocemos.
En efecto, como todos sabemos (o deberíamos saber), si bien nuestra apelación es una
impugnación devolutiva, en el sentido de que en virtud de ella los poderes de conocer y de
resolver lo que fue objeto de decisión por parte del juez a quo pasan de este al juez ad
quem, cuando existen varios extremos de fallo esa "devolución" (o sea, el "traslado" de la
competencia) está limitada a los extremos (de fallo) efectivamente impugnados por el
apelante (el tantum devolutum, quantum appellatum, deducible del artículo 370 CPC). Ello
significa que, si no todos los extremos de fallo son impugnados, el juez de apelación carece
de competencia para conocerlos y resolverlos, los que, justamente por no haber sido
impugnados, quedarán firmes y como tal serán cosa juzgada en el sentido del último
párrafo del artículo 123 CPC (o sea, serán "inmutables").
Así las cosas, la Corte Suprema, omitiendo el orden lógico con que el actor había
planteado las causales del recurso, en su "auto calificatorio", le filtra (desechándolas) las
causales de fondo y lo deja pasar por los errores in procedendo, tanto por lo que atañe a la
violación de la cosa juzgada como en lo relativo a la motivación defectuosa "por
incongruente (...) puesto que la resolución de vista se pronuncia sobre extremos que no
fueron materia de impugnación, siendo una decisión ultra petita".
Sin embargo, pese a que la estimación del recurso se presentaba más que cantada, la
Corte Suprema no encontró ninguna "anomalía" en la sentencia de vista, tanto que, con toda
naturalidad, le declaró infundado el recurso. Y ello porque:
b) "El Juez está facultado por el referido artículo del Código Procesal Civil a cautelar
el desarrollo del proceso, por lo que no se puede argumentar que se ha contravenido las
normas que garantizan el derecho al debido proceso por el hecho de haber sido declarada
improcedente la demanda".
Como consecuencia, el problema de fondo que suscita el presente caso no está (tanto) en
la más que palmaria violación de la cosa juzgada, sino en que esa (repito, palmaria)
violación se justifique invocando la existencia de un poder del juez (el de declarar la
improcedencia de la demanda) que se mantendría hasta que no se dicte la resolución
"final-final" del proceso.
Y para ello quizá convenga recordar (con el riesgo de aburrir al lector, por lo reiterativo
de mi temática) que los redactores del CPC de 1993, siguiendo ciertos modelos procesales
no precisamente liberales(5), decidieron que en el nuevo ordenamiento procesal debía
dársele al juez el poder-deber de controlar in limine litis (o sea, antes de que entre en escena
el demandado) los "requisitos" de admisibilidad y procedencia de la demanda (o sea un
control sobre la existencia de los llamados "presupuestos procesales"), y ello con la (loable)
finalidad última de evitar que "tras un penoso y largo" proceso recién en la sentencia se
terminara emitiendo una resolución de improcedencia de la demanda(6), o sea, evitar la
emisión de sentencias de mera absolución de la instancia(7) (tal como ocurrió en nuestro
caso). A la par, siempre con la misma finalidad, se le impuso al juez el deber de, antes de
entrar a la "fase" de conciliación y/o de admisión y actuación probatoria, pronunciarse
sobre la (llamada) "validez de la relación procesal" (entiéndase, de validez del "proceso")
en una resolución a la que se le dio el nombre (luso-brasilero) de "auto de saneamiento"
(artículo 465 CPC).
Sin embargo, al legislador, por un lado, se le escapó el "detalle" de que lo que el juez
debía controlar in limine litis, podía (en su gran mayoría) ser opuesto por el demandado a
través de las (llamadas) excepciones del artículo 446 CPC, con la no rara posibilidad de que
el juez se encontrara en el impasse de deber pronunciarse dos veces sobre lo mismo (p. ej.,
sobre la caducidad(8) o sobre la legitimación del actor, etc.); y, por el otro, fue en extremo
incoherente al establecer los efectos del "auto de saneamiento" puesto que si en el artículo
466 CPC escribió que "consentida o ejecutoriada la resolución que declara la existencia de
una relación jurídica procesal válida, precluye toda petición referida, directa o
indirectamente, a la validez de la relación citada", en el párrafo final del artículo 121 CPC
le permitió al juez que en la sentencia, "excepcionalmente", pudiera pronunciarse sobre "la
validez de la relación procesal". Además, en el artículo 396 CPC, al regular los efectos de
la estimación del recurso de casación por errores in procedendo, estableció que se podía
declarar no solo la "insubsistencia" de la sentencia apelada y la nulidad de todo lo actuado,
sino inclusive "la inadmisibilidad o improcedencia de la demanda" (inc. 2.5).
A estar a estas disposiciones, desde que el CPC de 1993 entró en vigencia, se interpretó
que, pese al auto de saneamiento (el que declara la "existencia de una relación jurídico
procesal válida"), el juez (el a quo, el ad quem o, incluso, el supremo) podría, en la
sentencia, volverse a "pronunciar" sobre la "validez de la relación procesal" o sea, en buena
cuenta, podría siempre declarar improcedente la demanda.
Pero, seguir esta interpretación (que es ya communis opinio entre los operadores
judiciales(9)), en sustancia, implica considerar que los llamados "auto admisorio" y "auto
de saneamiento", por más que impliquen un juicio sobre la ausencia de todo impedimento
para sustanciar el proceso y pronunciarse, en su momento, sobre el fondo, no serían para
nada vinculantes para el juez que está conociendo del proceso, en cuanto lo allí decidido
(la demanda "es" admisible; el proceso "es" valido) no excluiría su "re-enjuiciamiento" en
la sentencia, siendo, en consecuencia, meramente "provisorios"(10).
De ser esto así, resultaría burlada la propia ratio de los poderes contenidos en los
artículos 426-427 y 465 CPC, por cuanto se estaría legitimando que, con toda tranquilidad,
se pudiera seguir un proceso sobre unas bases tan poco firmes que, al final del mismo, en la
sentencia, termine derrumbándose todo lo andado con una declaración de improcedencia,
dejando, como consecuencia, la situación planteada en la demanda sin pronunciamiento de
fondo, que es, nunca se olvide, lo que se trataba de evitar con esas disposiciones.
Ahora bien, para llegar a la conclusión de la legitimidad, en todos los casos, de las
sentencias meramente absolutorias de instancia, los operadores judiciales olvidaron (y
olvidan) que si bien efectivamente el último párrafo del artículo 121 CPC permite la
emisión de una sentencia que se pronuncia "sobre la validez de la relación procesal" (en
lugar de una de fondo), lo permite solo "excepcionalmente", lo que (si no yerro en darle un
sentido al demasiado claro significado del adverbio) implica que ello podría hacerse solo
"por excepción", o sea "no siempre". Ergo, la tarea del intérprete consistía (y consiste) en
ubicar la "excepción" que hiciera (y haga) legítima una sentencia meramente absolutoria y
no ciertamente transformar lo que legalmente es una excepción en regla.
Y antes de (tratar) de ubicar los supuestos en los que "excepcionalmente" el juez, pese al
auto admisorio y, sobre todo, al de saneamiento, podría dictar una sentencia absolutoria,
hay que primeramente tomar en cuenta una norma que por lo general se olvida: la del
artículo 406 CPC, que es aquella que establece que "el juez no puede alterar las
resoluciones después de notificadas".
Si esto es así, si los jueces (a diferencia de las autoridades administrativas que, como
parte de su autotutela(13), sí gozan del poder de "enmendar" sus actos en cuanto "agravien
el interés público"(14)) no pueden "alterar"ninguna de sus resoluciones, debería ser obvio,
que el contenido de lo establecido en ellas sea vinculante tanto para las partes como para el
juez, en el sentido de que, las primeras no podrían replantear la cuestión ya previamente
decidida, a fin de obtener una nueva decisión(15) y el segundo no podría, de su propia
iniciativa, en una resolución ulterior, ir en contra de lo ya decidido.
Ahora, que esa inalterabilidad (del contenido) de las resoluciones la llamemos cosa
juzgada interna (o sea endoprocesal), o más simplemente (como prefería Chiovenda(16))
preclusión(17), poco importa, pues lo trascendente es que el artículo 406 CPC fija el límite
de los poderes decisorios del juez al interior de un proceso.
Luego, a la luz de lo dispuesto en el artículo 406 CPC, no creo que se pueda válidamente
sostener, como tan tranquilamente se sostiene, que el juez pueda en la sentencia siempre
pronunciarse "sobre la validez de la relación procesal", o sea, pueda, a esas alturas del
proceso, declarar improcedente la demanda, porque un pronunciamiento así,
inevitablemente, implica "alterar" tanto el "auto admisorio" como el "auto de saneamiento",
en cuanto el uno y, sobre todo, el otro, implican un juicio sobre la inexistencia de
impedimentos para sustanciar el proceso y para emitir, en su momento, una sentencia de
fondo.
Jorge W. Peyrano
I.- Introducción
La resolución inhibitoria de la que venimos hablando es aquella que –oficiosamente (4) o a pedido
de parte- declara que el tribunal se encuentra impedido de emitir una declaración sobre el fondo
del litigio; decisión que no involucra obstáculo alguno para que ulteriormente, y salvadas que
fueran las deficiencias u omisiones correspondientes, se genere un nuevo proceso que ahora sí
podrá pronunciarse sobre el mérito del asunto. Sobre el particular, Devis Echandía apunta lo
siguiente: “Para que se surta la cosa juzgada, se necesita que la sentencia haya recaído sobre el
fondo del litigio y por esta razón cuando en virtud de una excepción perentoria temporal o del
juicio (dilatoria conforme a la doctrina), el juez se abstiene de fallar sobre la existencia del derecho
o relación y no se pronuncia sobre el “petitum”, nada impide que se promueva nuevo juicio entre
las mismas partes, por la misma causa y el mismo objeto”(5) y también que “la sentencia que
desestima la demanda por carencia de interés para obrar no constituye cosa juzgada, porque no
contiene una decisión sobre el fondo de la litis. Podrá en este caso iniciarse nuevo juicio contra el
mismo demandado o por el mismo demandante, si posteriormente adquiriera ese interés jurídico
de obrar que no tenían” (6).
Con lo arriba expuesto, ya tenemos los elementos caracterizantes de una resolución inhibitoria. A
saber: a) declaración, oficiosa o a pedido de parte, acerca de que no resulta posible emitir un
pronunciamiento de mérito que dirima sobre la existencia o inexistencia del derecho material
debatido; b) posibilidad de renovar el proceso en cuestión en pos de alcanzar una declaración
sobre el fondo del asunto, una vez que se superen o subsanen las deficiencias observadas. A ello,
sólo falta agregar que la declaración firme que corona el proceso en cuyo seno se ha emitido una
resolución inhibitoria no irroga cosa juzgada alguna (que presupone declaración sobre la existencia
o inexistencia de una relación jurídico-material controvertida), sino que únicamente surte el
efecto de extinguir el juicio de que se trate; dejando, como se ha visto, expedita la chance de
iniciar un nuevo proceso civil ya purgado de las deficiencias anteriores.
Mientras que en la cosa juzgada formal (v.gr., la correspondiente al juicio ejecutivo) concurre una
declaración judicial de mérito que sólo puede revisarse a través de la iniciación de otro proceso
(proceso revisor, que es llamado por algunos “remedio procesal”) porque no admite cambios por
vía recursiva alguna (7), en la cosa juzgada material (v.gr., la que puede consolidarse en un juicio
ordinario) la decisión de fondo es absolutamente inmutable (salvo, claro está, la incidencia de
situaciones patológicas excepcionales que puedan legitimar el ejercicio de una acción de nulidad
de sentencia firme). En relación de la cosa juzgada material, enseña Colombo que “en algunos
tipos de juicio, en los que la cognición ya desde el comienzo tiene posibilidades de ser exhaustiva,
total, integral para las partes y para el juez, la sentencia final definitoria, firme, asume un valor
normativo como regla ya indiscutible para las partes en sus relaciones jurídicas sobre la cuestión
decidida... Son ésas las sentencias que producen cosa juzgada material. Esta es, pues, la fuerza
vinculante irrevocable que adquiere la sentencia final, firme, definitoria de un juicio, por haber
decidido sobre el mérito en un tipo de proceso que permite el contradictorio exhaustivo sobre el
fondo de la relación litigiosa...”(8)
A continuación, pasaremos revista a un elenco (no exhaustivo) de las hipótesis más frecuentes en
las cuales se registra el dictado de resoluciones inhibitorias.
La falta de interés para obrar se da, en las peticiones prematuras, entre las cuales puede citarse el
supuesto del hijo que no tiene interés para obrar en la causa que ha promovido para declarar su
derecho a heredar de un padre que todavía no ha fallecido (12). También puede verificarse dicha
carencia en la hipótesis de una promoción “temprana” de la vía inhibitoria para desplazar
competencia. Conviene señalar que la vía inhibitoria presupone la presentación del interesado
ante el órgano jurisdiccional que reputa competente para solicitarle que así lo declare y que,
consecuentemente, requiera del Tribunal que considera incompetente, que cese en su accionar
(13); y que se trata de una institución que goza actualmente de poco prestigio (14). Pero vamos a
lo que aquí interesa. No puede proponerse una inhibitoria exitosa respecto de un proceso
principal que todavía no se hubiera iniciado con la presentación de una demanda y su posterior
notificación. Por ello es que el futuro demandado que es objeto de una medida cautelar o de
aseguramiento de pruebas en “extraña jurisdicción”, no puede todavía plantear inhibitoria. Aparte
del argumento escolar consistente en decir que no existe descripción legal o doctrinaria que no
exprese que es el demandado el legitimado activo para plantear inhibitoria, debe también
valorarse la circunstancia de que, como se sabe, la competencia se determina en función de los
alcances de la demanda y si ésta todavía no se hubiera presentado no habría elementos de juicio
suficientes y atendibles como para establecer si es competente ( o no) el tribunal que se encuentra
interviniendo en el trámite preparatorio anterior a la presentación de la demanda. Concurriendo
esta última hipótesis, resulta evidente que es prematura la promoción de una inhibitoria. (15).
Finalmente, consignamos que existen otros casos (v.gr. la condición no cumplida) donde también
la carencia de interés para obrar hace que deba emitirse una resolución inhibitoria.
En cuanto a la legitimación causal, señalamos que determina quiénes deben figurar como partes
demandantes y demandadas en un juicio dado (16). Correlativamente, la ausencia del juicio de
ciertas personas impide el pronunciamiento de la decisión de fondo sobre las pretensiones
formuladas en la demanda (17).
Una hipótesis de singular importancia que se inscribe en lo que venimos exponiendo, está
constituída por la falta de integración completa de un litisconsorcio pasivo necesario (18), que se
da, como se sabe, cuando la demanda debe ser ineludiblemente dirigida contra todos los
involucrados en una relación jurídica inescindible, so pena no poder dictarse una sentencia útil.
Los supuestos de división de condominio, de la acción de simulación, del reclamo de cumplimiento
de obligaciones indivisibles y el pedido de nulidad de un acto jurídico bilateral o plurilateral, son
ejemplos del funcionamiento de un litisconsorcio pasivo necesario(19).
Cuando se verifica una deficiente integración de un litisconsorcio pasivo necesario en ocasión de
emitir la sentencia final, se producen las siguientes consecuencias: la demanda debe ser rechazada
aún oficiosamente, pero ello no impide que pueda ser promovida nuevamente; integrándose esta
vez el litisconsorcio necesario pasivo del caso. En relación de este punto, se han efectuado las
siguientes precisiones: “Si la falta de integración de la litis se advierte en el momento de dictar
sentencia, la demanda debe ser rechazada, sin que tal decisión produzca cosa juzgada en cuanto al
fondo de la cuestión en debate, tal rechazo procede de oficio, aunque las partes interesadas no
hayan planteado el tema” (20). También se ha expresado que “El juez no puede negarse a dictar
sentencia de conformidad con las pretensiones deducidas en el juicio por las partes, y con quienes
se trabó la relación procesal, por falta de integración del litisconsorcio necesario, porque de existir
éste, correspondía integrar la litis citando al litigante omitido, pero en el momento oportuno, vale
decir, antes de la providencia de apertura a prueba (art.89 Cód.Proc.) (21).
Es menester destacar que tampoco en esta hipótesis la resolución firme desestimatoria no hace
cosa juzgada formal (puesto que no hay pronunciamiento sobre el mérito del asunto), sino que tan
sólo produce el efecto de extinguir el proceso respectivo, dejando expedita la chance de iniciar un
nuevo juicio. En el punto, discrepamos de lo opinado por nuestro querido amigo Enrique Falcón,
quien aparentemente interpreta que habría en la especie cosa juzgada formal (22).
IV.- Conclusiones
1- La resolución inhibitoria es una resolución judicial, formalizada oficiosamente o a pedido de
parte, mediante la cual el tribunal se inhibe, por resultar imposible, de pronunciarse sobre el
fondo de la causa; aunque surte el efecto de extinguir el proceso en cuyo seno se emite, dejando
abierta la posibilidad de renovar el “petitum” una vez que se subsanen la omisión o deficiencia
registradas que dieran lugar a su dictado.
2- La resolución inhibitoria no tiene la virtualidad de producir cosa juzgada material o formal, sino
tan sólo la de extinguir el proceso civil respectivo.
ércoles, 3 de agosto de 2011
INEFICACIA SÍ, NULIDAD NO.
Con motivo de la emisión de la Sentencia Casatoria N° 953-2010-CUSCO.
Con ello, por fin se deja en claro uno de los temas que ha originado constante discordia en los
jueces de las distintas instancias, quienes a raíz de la publicación de la citada sentencia deberán
unificar criterios en aras de no afectar los derechos de los justiciables, debiendo aplicar las
facultades que otorga la Ley y decidir la norma a aplicar al caso concreto; es decir, aplicar el
principio iura novit curia, manifestación concreta de la dirección y autoridad del Juez, quien al
hacer uso de dicho principio prescinde de la opinión de los particulares y privilegia el objetivo final;
la paz social en justicia. Por lo que, el Juez al momento de emitir el fallo debe tener en cuenta los
conceptos fundamentales respecto a la pretensión procesal a fin de aplicarlos a las situaciones
distintas que se presentan en la casuística, así como también debe tener clara la oportunidad de
su aplicación.
El aforismo Iura novit curia es un principio, que significa literalmente "el juez conoce el derecho",
utilizado para referirse al principio del derecho procesal, según el cual el Juez conoce el derecho
aplicable y, por tanto, no es necesario que las partes prueben en el litigio lo que dicen las normas.
El juez debe someterse a lo probado en cuanto a los hechos, pero puede y debe ampararse de ser
el caso en este principio para aplicar un derecho distinto del invocado por las partes al momento
de argumentar la causa. Nuestro ordenamiento jurídico, contempla este principio de la siguiente
manera: "Los jueces tienen la obligación de aplicar la norma jurídica pertinente, aunque no haya
sido invocada en la demanda" (Artículo VII del Título Preliminar del Código Civil). También está
considerada con mayor precisión de la siguiente manera: "El juez debe aplicar el derecho que
corresponda al proceso, aunque no haya sido invocado por las partes o lo haya sido
erróneamente. Sin embargo, no puede ir más allá del petitorio ni fundar su decisión en hechos
diversos de los que han sido alegados por las partes" (Artículo VII del Título Preliminar del Código
Procesal Civil).
Este principio tiene límites, que pueden ser resumidos en: i) El juez no puede fundar su decisión en
hechos diversos de los que han sido alegados por las partes; y, ii) El juez no puede ir más allá del
petitorio. Por otra parte, también existen reglas fundamentales que deben ser respetadas las que
se detallan a continuación: a) el juez no puede iniciar de oficio el proceso; b) no puede tener en
cuenta hechos ni medios de prueba que no han sido aportados por las partes; c) debe tener por
ciertos los hechos en que ellas estuviesen de acuerdo; d) la sentencia debe ser dictada conforme a
lo alegado y probado, y e) el juez no puede vulnerar el principio de congruencia procesal.
Sin embargo, es lamentable observar en nuestro medio el bajo nivel de compromiso y desempeño
de algunos jueces, quienes no utilizan los medios facultados por la ley para resolver de manera
adecuada el caso que se les presenta; ellos están obligados a calificar en la etapa procesal
correspondiente los hechos expuestos por las partes y la relación sustancial, debiendo prescindir
de la calificación efectuada por los litigantes. El juez debe determinar la causa petendi y siempre
que no se aparte de los hechos afirmados ni modifique su objeto, puede otorgar lo pedido sobre la
base de una calificación de la causa distinta a la que hicieron las partes.
Lo expuesto tiene que ser aplicado sin duda alguna a los casos concretos que se presentan en la
realidad, siendo los casos con mayor arraigo, los referidos al cuestionamiento del acto jurídico,
que se presenta cuando se demanda la nulidad del acto jurídico por persona que no tiene la
representación que se atribuye (venta de bien ajeno), o en el caso del representante que excede
los límites de su representación (artículo 161 del Código Civil) y en los casos en que se demanda la
nulidad de acto jurídico por disposición de bienes sociales (artículo 315 del C.C.); por ello la
sentencia casatoria mencionada resulta siendo una guía que ha definido el tema respecto al caso
previsto por el artículo 161 del C.C., aspecto que debe ser imitado para definir el tema de la
disposición unilateral de bienes de la sociedad conyugal.
En la dogmática civil, se puede identificar a la ineficacia como género, de la que son especies la
inexistencia, la nulidad, la anulabilidad y la inoponibilidad. Así también la doctrina divide la
ineficacia del negocio jurídico en: a) aquella motivada por la invalidez del negocio jurídico
(ineficacia estructural), donde el acto jurídico no produce efectos porque al momento de su
concertación falta un elemento de su estructura o existe algún vicio, por ejemplo la nulidad y
anulabilidad del acto jurídico; y b) aquella proveniente de causas extrañas a la estructura del acto
jurídico (ineficacia funcional), donde el acto no obstante ser válido no produce todos o algunos de
sus efectos por una causal extraña a su estructura como puede ser por una condición o el plazo, la
resolución, la rescisión, el mutuo discenso, la reversión, etc.
Dentro de la clasificación del instituto de la ineficacia, tenemos entre otras a las siguientes: total o
parcial; absoluta o relativa, estructural y funcional, para el caso del presente artículo nos
remitimos a lo señalado por Lizardo Taboada Córdova, quien nos dice, que estaremos ante un
supuesto de nulidad cuando estemos comentando la ineficacia estructural, y ante un supuesto de
ineficacia propiamente dicha cuando abordemos el tema de la ineficacia funcional.
Estos dos temas son frecuentemente confundidos, lo que conlleva a que el instituto de la nulidad
del acto jurídico no sea adecuadamente regulado, agravado con la omisión de la regulación de la
estructura del negocio jurídico, que ha originado que en la práctica se presenten divergencias en
cuanto a la determinación del medio de saneamiento que les corresponden. Con la emisión de la
sentencia que se comenta ha quedado claro el tema de la aplicación de la ineficacia cuando este
referido a los supuestos establecidos en el artículo 161 del Código Civil, sin embargo aún subsiste
la duda -aunque cada vez en menor número- respecto de los supuestos de venta unilateral de los
bienes de la sociedad conyugal, pues la confusión existente (en calificarla como nula o ineficaz) se
acarrea inclusive desde el órgano de más alto nivel, la Corte Suprema, pues si bien es cierto
cuando emitió la sentencia casatoria N° 111-2006-Lambayeque (publicada en el Peruano el 31 de
enero del 2007), se definió el tema considerando que en caso de disposición de bienes sociales se
debía aplicar la institución jurídica de la ineficacia y no la de nulidad, pues hasta antes de ella, el
mismo órgano Supremo los llegó a calificar como negocios jurídicos nulos, como en el caso de la
sentencia casatoria N° 336-2006-Lima (emitida en fecha 28 de agosto de 2006), divergencia que
merece pronto pronunciamiento a fin de que sea adecuadamente tratada.
Para poder entender estos temas debemos remitirnos al génesis del problema, la estructura del
negocio jurídico, y para entender el caso del instituto de la venta de bien ajeno, dentro de ella
encontrar el instituto jurídico de la legitimación para contratar, para entender si la vulneración de
este instituto debe sancionarse con la nulidad del negocio jurídico o con la ineficacia del mismo. La
doctrina en general considera que el negocio jurídico se estructura en base a: 1) Elementos,
constituido por un elemento estructural, en el que debe considerarse el elemento formal, que
comprende a la declaración o manifestación de voluntad, y el elemento funcional, que comprende
a la causa o finalidad; 2) Presupuestos, los que comprende tanto a los sujetos de la relación y al
objeto; 3) Requisitos que vienen a ser los presupuestos y elementos para que el negocio jurídico
sea válidamente eficaz.
Se debe evaluar las cualidades que debe tener el sujeto, es decir la parte de la relación jurídica
sustancial. En ese sentido se puede llegar a la conclusión de que el sujeto de la relación debe tener
capacidad, legitimación y determinabilidad. Es decir el acto jurídico debe cumplir con la estructura
que lo hará realmente válido, pues cuando se demanda la “nulidad de acto jurídico” por
disposición unilateral de bienes de la sociedad conyugal, se está denunciando la carencia de
legitimidad para contratar del transferente, caso similar se presenta en los supuestos
contemplados por el artículo 161 del Código Civil. La legitimidad para contratar es: “la
competencia para obtener o para sentir los efectos jurídicos de la regulación de intereses que se
ha tenido presente, competencia que resulta de una específica posición del sujeto con respecto a
los intereses que se trata de regular”. (Emilio Betti, citado por Franciso Messineo, en Doctrina
General del Contrato, traducido por R.O. Fontanarrosa, S. Sentis Melendo y Voltera, Ara. Lima.
2007, página 126-127). Así también lo ha señalado la sentencia casatoria N° 111-2006, cuando
señala: “Es decir, la intervención de ambos cónyuges supone dar cumplimiento a un requisito de
eficacia denominado legitimidad para contratar, el cual implica el “poder de disposición que tiene
el sujeto en relación a una determinada situación jurídica” (Máximo Bianca. “Diritto Civile”. Tomo
3. II Contratto. Giuffré Editore. Milán 1998, páginas 65-66)…”.
Siendo así, podemos concluir en decir que la legitimación para contratar es el poder para transferir
un bien del que se es propietario, por ello el negocio jurídico que vulnera la legitimación para
contratar, es ineficaz, esto quiere decir, que siendo válido el negocio no producirá los efectos
jurídicos perseguidos por los contratantes. Conclusión que tiene sustento en lo expuesto por
Massimo Bianca, quien en cita de Morales Hervías, refiere que: “La legitimación es un requisito
subjetivo de eficacia del contrato. La ausencia de legitimación no implica por tanto la invalidez del
contrato sino su ineficacia respecto al objeto de que la parte no es competente para
disponer”.(Estudios sobre Teoría General del Contrato, Rómulo Morales Hervías, Editorial Grijley,
2006, Pág. 498).
Con lo expuesto podemos concluir que, los casos previstos por el artículo 161, así como el previsto
por el artículo 315 ambos del Código Civil, cuando se cuestione la validez del acto jurídico, deben
ser abordados como supuestos de ineficacia de acto jurídico, y de ser el caso –siempre y cuando
no sobrepase los límites expuestos supra- cuando el demandante no lo precise de tal forma, el
Juez tiene la facultad-deber de aplicar el principio iura novit curia, cuando el caso concreto lo
amerite, con la finalidad de no afectar los principios recogidos por nuestro ordenamiento y no
vulnerar los derechos de todo justiciable.
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1. PREMISA SOBRE LA INEFICACIA DEL NEGOCIO JURÍDICO.
Con la expresión ineficacia del negocio jurídico se hace referencia a todos aquellos supuestos en que
el negocio no llega a producir los efectos a los que estaba dirigido o deja de producirlos en un
momento dado. Así, serán ineficaces, respectivamente, un negocio jurídico sometido a condición
suspensiva que nunca llega a producirse (el eventual donatario muere sin terminar la carrera) o la
venta celebrada por el empresario a su primo hermano para evitar que la finca caiga en manos de sus
acreedores.
Por tanto, dado que la autonomía privada no es reconocida por el Ordenamiento jurídico para que se
juegue con ella celebrando negocios jurídicos ineficaces, resulta clara que los supuestos de ineficacia
representan para el Derecho los que, en términos figurados, podríamos denominar supuestos
patológicos.
Los supuestos de ineficacia negocial pueden integrarse en dos grandes grupos:
Ineficacia en sentido estricto, en la que deberían incluirse aquellos casos en que ciertos
defectos o carencias extrínsecos al negocio jurídico en sí mismo considerado, como acuerdo de
voluntades, conlleva su falta de efectos. Tales casos serían, al menos, los siguientes:
1) Mutuo disenso.
2) Desistimiento unilateral.
3) Resolución por incumplimiento.
4) Rescisión.
5) Revocación.
6) Acaecimiento de la condición resolutoria.
7) Falta de acaecimiento de la condición suspensiva.
2. LA NULIDAD.
Se trata del supuesto más grave de ineficacia. Por ello, suele ser adjetivado como nulidad absoluta o
nulidad de pleno derecho. Los negocios jurídicos nulos, pues, no merecen para el Derecho más que
rechazo; no puede reconocer el Ordenamiento jurídico ningún efecto del negocio jurídico nulo, ni
siquiera su admisibilidad como tal negocio jurídico.
3. LA ANULABILIDAD.
Un negocio jurídico anulable será aquel que puede ser impugnado o, por el contrario, seguir
produciendo efectos (incluso frente al Derecho) en caso de que su efectiva anulación tenga lugar.
3.1. Causas de anulabilidad. .
Las razones o causas de anulabilidad, de menor gravedad que las propias de la nulidad, pueden
identificarse en las siguientes:
1) Todos los vicios de la voluntad o, en su caso, del consentimiento: error, violencia (no
absoluta), intimidación y dolo.
2) Inexistencia de plena capacidad de obrar en alguno de los sujetos del negocio, y en su caso, de
las partes contratantes, tal y como ocurre en los siguientes casos:
Los menores no emancipados.
Las personas sometidas a tutela conforme a sentencia de incapacitación.
Las personas sometidas a curatela (sin la presencia del curador).
Los emancipados respecto de los negocios jurídicos contemplados en el artículo 3231[1] (para
el casado menor de edad, artículo 3242[2]).
3) Inexistencia de consentimiento marital o uxorio (esto es, del otro cónyuge) respecto de los
actos o negocios jurídicos onerosos realizados por el otro cónyuge, cuando legalmente se requiere el
consentimiento de ambos.
5. LA RESCISIÓN.
La rescisión es una forma particular de ineficacia del contrato que procede de un momento posterior
a la celebración del mismo, el cual nace plenamente válido, pero posteriormente puede ser declarado
ineficaz por sus efectos lesivos o perjudiciales para una de las partes o de un tercero. La regulación
general de la rescisión se realiza una vez más en relación con los contratos, pero el alcance de esta
forma de ineficacia se extiende a otros actos de autonomía privada que se engloban en la categoría
general del negocio jurídico.
La rescisión se distingue, legal y teóricamente, con facilidad de la nulidad y anulabilidad del
negocio: la rescisión presupone un negocio jurídico inicialmente válido mientras que la nulidad y la
anulabilidad implican la invalidez inicial del negocio a que estén referidas. Según el Código Civil los
contratos válidamente celebrados pueden rescindirse en los casos establecidos por la ley.
Notas
[2] Artículo 324.
Para que el casado menor de edad pueda enajenar o gravar bienes Inmuebles, establecimientos
mercantiles u objetos de extraordinario valor que sean comunes, basta, si es mayor el otro cónyuge,
el consentimiento de los dos; si también es menor, se necesitará, además, el de los padres o curadores
de uno y otro.