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EL CASO DE LA MONARQUÍA HISPÁNA: REVOLUCIÓN Y DESINTEGRACIÓN. XAVIER GUERRA.

En 1808 se abre en el mundo hispánico un proceso revolucionarios que va a modificar tanto sus estructuras como sus
referencias políticas. Esa construcción política multisecular que es la Monarquía hispánica se desintegra en múltiples Estados
independientes, uno de los cuales es la España actual. Tanto la España europea como la América hispánica adoptan ese conjunto
de ideas, principios, imaginarios, valores y prácticas que caracterizan la modernidad política.

Hablamos de revolución en plural porque: por un lado, la imbricación constante y la mutua casualidad entre los
acontecimientos españoles y los americanos y, por otro, la concordancia de las coyunturas políticas en regiones diferentes por
su estructura económica y social. Todo nos lleva a una revolución única que comienza con la gran crisis de la monarquía
provocada por las abdicaciones de 1808 y acaba con la consumación de las independencias americanas. Una crisis global que
afecta primero al centro de los imperios, replantea después su estructura política global y acaba por provocar su desintegración.

El proceso revolucionario tiene dos caras: la primera es la ruptura con el antiguo régimen, el tránsito a la modernidad; la
segunda, la desintegración de ese conjunto político que era la monarquía hispánica, es decir, las revoluciones de independencia.
Estas corresponden a dos fases cronológicas. En la primera, que va de 1808 a 1810, predomina el gran debate sobre la nación, la
representación y la igualdad política entre España y América; la reunión de la corte de Cádiz y la proclamación de la soberanía
nacional abre el camino a la destrucción del antiguo régimen.

En la segunda, a partir de 1810, predomina la fragmentación de la monarquía: las “revoluciones de independencia”.

Las regiones y los grupos que reconocen a las cortes y al gobierno central siguen participando, a principio de la década de 1820,
en los avatares del liberalismo peninsular. Las regiones y grupos insurgentes en lucha contra las autoridades peninsulares y
contra los americanos lealistas no dejan de participar indirectamente de las evoluciones del conjunto político del que se están
separando; de ahí que muchas disposiciones de la constitución de Cádiz y sus prácticas electorales, ejerzan una gran influencia
en las de los nuevos países.

NIVELES DE ANALISIS.

El proceso revolucionario puede analizarse en tres niveles diferentes. Un primer nivel es el de las causas, con la distinción entre
causas lejanas y causas próximas. Las primeras remiten a las estructuras y las segundas a las coyunturas. El tercer nivel es el de
los resultados, el del análisis de la situación final a la que condujo el proceso.

Un segundo nivel discutido es el desarrollo del proceso, su dinámica propia. El cual es de naturaleza dinámica; reina el
movimiento, la acción, el encadenamiento de los acontecimientos; aprehender la lógica de los personajes, la sucesión de las
escenas, los nudos del guion... Es indispensable estudiar el proceso revolucionario en sí, no como un entreacto entre dos
estados conocidos, sino como el centro mismo de la investigación histórica.

Así se puede llegar a la inteligibilidad global, ya que en él se revelan los actores sociales y políticos, sus referencias culturales, la
estructura y las reglas del campo político, lo que está en juego en cada momento y los debates que esto provoca. Todo ello en
un continuo cambio de situaciones y momentos que el proceso mismo va generando por las decisiones, en gran parte
aleatorias, de los múltiples actores que intervienen en él. Es entonces cuando se revelan las estructuras profundas: las políticas,
las mentales, las sociales, las económicas. También entonces aparecen los resultados finales como: la consecuencia de una
combinación compleja de actores múltiples que actúan según sus lógicas específicas en el marco de estructuras más profundas.

De no ser así, las interpretaciones de los procesos revolucionarios caen en explicaciones teológicas que construyen el pasado en
función del punto de llegada. Se llegan a olvidar realidades esenciales y evidente: Se deja de la lado la existencia de ese único
conjunto político que era la monarquía hispánica que precede a la pluralidad de estados independientes, puesto que las
historias “nacionales” son fragmentarias- las razones y la manera como se desintegro este conjunto político. Por otra parte, no
se considera el carácter simultáneo que tiene en el mundo hispánico la adopción de los principios de la modernidad política: el
paso del antiguo al nuevo régimen.

Estas carencias se explican por varios factores: el primero, la marginalización hasta hace poco de la historia política,
paralelamente al auge de estudios de carácter socioeconómico, centrados en las estructuras. Sin historia política es imposible
entender un proceso revolucionario. Buena parte de las interpretaciones de las revoluciones de independencia se forjaron en
pleno S XIX. Eran tiempos de liberalismo combatiente, en el que los nuevos países hispanoamericanos estaban en la difícil
construcción de lo que aparecía como el modelo político ideal: un Estado-nación fundado sobre la soberanía del pueblo y
dotado de un régimen representativo. La necesidad de legitimar dicho modelo político hizo que estas interpretaciones se
caracterizaran por dos rasgos. El primero consistía en presentar el proceso revolucionario como la consecuencia casi natural de
fenómenos de “larga duración”; el segundo, en considerar que la época y modo en que se produjeron no podían ser distintos de
los que fueron. Es decir que la aspiración a la emancipación nacional y el rechazo del despotismo español fueron las causas
principales de la independencia.

De ahí surgen dos premisas en las historias patrias e incluso en las interpretaciones de historiadores profesionales actuales: por
un lado, la existencia de naciones a finales de la época colonial; por el otro, el contraste entre la modernidad política de
América y el arcaísmo político de la España peninsular. Los problemas que plantea la visión teológica del proceso revolucionario
la hace insostenible. Algunos conciernen al S XIX: la fragmentación territorial; el contraste entre la modernidad legal y el
tradicionalismo de los imaginarios y comportamientos de la mayor parte de la sociedad, e incluso de las elites; la dificultad de
fundar, desaparecida la legitimidad del rey, la obligación política en ese ente abstracto que es la nación moderna.

Otro problema lo tiene el mismo proceso revolucionario. El más importante es el que elimina del campo de investigación todo lo
que no está conforme con el modelo de interpretación. Desaparece del campo histórico lo que, en los movimientos de
independencia, remite a un tradicionalismo social y, por otra, toda la primera fase del proceso revolucionarios, todas las fuentes
muestran la lealtad de la mayoría de los americanos hacia el rey y hacia la Españaresistente y el papel motor que desempeña la
península en el cambio ideológico, en la elaboración y difusión de la versión particular de la modernidad que es el liberalismo
hispánico.

Resulta necesario partir de lo que las fuentes nos muestran: que la crisis revolucionaria no es solo totalmente inesperada, sino
también inédita y que es su propia dinámica la que provoca no solo el cambio ideológico, sino también la desintegración de la
monarquía. Los mismos actores lo confiesan antes de que triunfe la interpretación canónica de las historias patrias. Bolivar en
1815: “la América no estaba preparada para desprenderse de la metrópoli, como sucedió, por el efecto de las ilegitimas cesiones
de Bayona”; y en cuanto a la modernidad política: “los americanos han subido de repente y sin los conocimiento previos, y sin la
práctica de los negocios públicos, a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades de legisladores, magistrados,
etc”:

UNA CRISIS INESPERADA E INÉDITA.

La abdicación de bayona fue la que abrió la gran crisis de la monarquía y el comienzo de todo el proceso revolucionario. La
abdicación forzaba no solo al rey Fernando VII, sino a todos los miembros de la familia real y la transferencia de la corona a
Napoleón y luego a su hermano José representan un acontecimiento singular no solo enla historia de España, sino en la de las
monarquías europeas. Se produce un cambio de dinastía en una guerra civil,

se trata de un acto de fuerza sobre un aliado, es decir, sobre una traición, grave que afecta a un rey cuyo acceso al trono unos
meses antes había sido acogido en ambos continentes con la esperanza de una regeneración de la monarquía.

La monarquía se ve privada de lo que era hasta entonces no solo su autoridad suprema, sino el centro de todos los vínculos
políticos.

Es esa acefalía repentina la que explica el carácter cataclismo de la crisis de la monarquía hispánica, que contrasta con lo que
sucede en el imperio portugués. Donde, la instalación del rey y de la corte en Rio de Janeiro para escaparde la invasión militar
francesa evita la acefalia política; esta decisión creara otros problemas que acabaran llevando a la independencia del Brasil, pero
ese presencia regia en América evita el vacío de legitimidad y la desintegración territorial que se dará en la monarquía española.

Que la corte española no se trasladara a América fue lo que produjo el motín de Aranjuez que provoco la caída y la abdicación
de Carlos IV en su hijo Fernando VII.

En la España peninsular el actor principal fue el pueblo de las ciudades, dirigido por una porción de las elites urbanas el que
impuso a las autoridades establecidas el rechazo del nuevo monarca, la proclamación de la fidelidad a Fernando VII y la
formación de juntas insurreccionales encargadas de gobernar en su nombre y luchar contra el invasor.

Lo mismo sucede en América cuando van llegando las noticias de la península: rechazo al invasor, explosión del patriotismo
español, solidaridad con los patriotas españoles, etc. Hubo tentativas de formación de juntas que no llegaron a formalizarse.
Aquí, también, los principales actores fueron las elites y el pueblo de las ciudades capitales, pero, a diferencia de la península los
patriciados urbanos desempeñaron el papel principal y dirigieron o controlaron siempre las manifestaciones del pueblo.
Las semejanzas entre España y América son considerables en lo que respecta a los actores, como en lo referente a la manera de
pensar o de imaginar la monarquía. Entre las semejanzas más evidentes está el lenguaje empleado y los valores que expresan.
Rechazan al invasor apelando a la fidelidad del rey; a los vínculos recíprocos entre él y sus “pueblos”; a la defensa de la religión,
de la patria y de sus “usos y costumbres”.

Significativo para comprender como se concibe el vínculo político es el uso universal de palabras como vasallos o vasallaje, señor
o señoraje: todas remiten a una relación personal y reciproca con el rey que se puede calificar de pactista o contractual. Esta
relación tiene una doble dimensión, personal y corporativa, el juramento de fidelidad compromete personalmente a sus
miembros. Surge la obligación para sus vasallos de asistirlo con su acción, sus bienes e incluso su vida.

La obligación política aparece fundada en un compromiso personal hacia una persona concreta, formalizado por el juramento.
De ahí la importancia que tendrán durante la época revolucionaria los múltiples juramentos que se prestaran a las sucesivas
autoridades que suplen la ausencia del rey: a la junta central, al congreso de regencia, a las cortes, a la constitución después; ya
que no se trata solo de eliminar una figura simbólica, sino de romper un juramento que compromete a cada individuo. De ahí la
dificultad de pasar de la fidelidad a una persona singular a la lealtad hacia una entidad abstracta, ya sea la constitución o la
nación.

A la nación española se la compara con un cuerpo, con miembros diferentes pero con una sola cabeza, el rey. Es también una
comunidad producto de la historia, con sus leyes, sus costumbres, su religión y su rey, señor natural del reino; pero también un
pueblo cristiano que es objeto de una especial providencia divina.

Una de las características de la reacción patriótica fue no solo su carácter espontaneo, sino también la manera dispersa en que
se produjo. Cada ciudad, cada pueblo, tuvo que reaccionar solo sin saber cómo iban a reaccionar los demás. Los habitantes de la
monarquía se descubren “nación” por esta unidad de sentimientos y de voluntades. Estos sentimientos y estas voluntades se
mueven aun en un registro muy tradicional, pero son elementos que conducen a una concepción moderna de la nación
concebida como asociación voluntaria de individuos iguales, es decir, la que había hecho triunfar a la revolución francesa. En
España, ese será uno de los argumentos utilizados por los revolucionarios tanto para instaurar la igualdad de los ciudadanos,
como para remplazar las pertenencias a los antiguos reinos por la única pertenencia a una unitaria “nación española”.

Los mismos hechos acabaran de mostrar que eran estos los actores políticos del levantamiento. Los americanos añaden a esta
visión plural y preborbonica de la monarquía una visión dual de ella, puesto que agrupan a los reino de los dos continentes en
dos unidades: “los dos mundos de Fernando VII”, el europeo y el americano, que forman la nación española. Este es el marco
que permite comprender la independencia de la que se habla en América, antes de que lleguen las noticias de los
levantamientos peninsulares.

DEL ABSOLUTISMO A LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA.

La consecuencia más inmediata de las abdicaciones reales fue el hundimiento del absolutismo, tanto en la práctica como en la
teoría. En la práctica, ya que las juntas peninsulares se constituyeron contra las autoridades del Estado absolutista, que estaban
aceptando el nuevo orden. Fuera cuales fueran los artilugios jurídicos que los patriotas emplearon para fundar el rechazo de las
autoridades constituidas, las juntas eran poderes de facto, sin ningún precedente legal y poderes revolucionarios, fundados en la
insurrección popular y en total ruptura con la practica absolutista de un poder venido de arriba que se ejercía sobre una
sociedad supuestamente pasiva.

El hundimiento del absolutismo fue también teórico, ya que ninguna de sus variantes ofrecía base para rechazar la transferencia
de la soberanía a otro monarca ni para fundar la legitimidad de las juntas insurreccionales. Con terminologías diversas y muchas
veces confusas, todos apelaron a una relación pactista o contractual entre el rey y la sociedad. Se afirma en todo tipo de
discurso que sus vínculos recíprocos no podían ser rotos unilateralmente y que, si el rey faltaba, la soberanía volvía a la nación,
al reino, a los pueblos, etc.

La soberanía recayó repentinamente en la sociedad. Para la mayoría no se trataba todavía de algo provisional en espera del
retorno del soberano y habría que esperar la reunión de las Cortes en 1810 para que fuera proclamada solemnemente la
soberanía de la nación. Pero, visto en la “larga duración”, el absolutismo dejo de existir en todo el mundo hispánico desde la
primera época de los levantamientos. Sus posteriores restauraciones serán episodios residuales que se sitúan en la lógica
moderna del enfrentamiento de grupos con bases ideológicas.
La constitución de un gobierno libre a la que aspiro a finales del S XVIII una parte de las elites, decepcionadas por elcosto político
del “despotismo ilustrado” e influenciadas por el ejemplo inglés y por la Rev. Francesa, se abría así de golpe.

¿La monarquía hispánica era unitaria o plural? En España era unitaria, los revolucionarios peninsulares acabaron el proceso de
unificación política que los Borbones habían comenzado con los decretos de Nueva Planta que suprimieron, después de la
guerra de sucesión de España, las instituciones políticas propias de los reinos de la corona de Aragón. En América la monarquía
era claramente plural, en una doble dimensión: una tradicional (un conjunto de pueblos) y otra más reciente y dualista, que la
veía como formada por un pilar europeo y otro americano.

En este sentido, América era el último reducto de la antigua estructura plural de la monarquía.

Detrás de las dos concepciones opuestas se escondía otro problema privativo de América: el de su estatuto político, y su
coronario: la igualdad política con la península. Se trataba de un problema antiguo en la medida en que las indias habían sido
definidas desde la época de la conquista como unos reinos más de la Corona de Castilla. Era también un problema reciente en la
medida en que desde mediados del S XVII las elites ilustradas peninsulares tendían a considerar a los reinos de indias no como
reinos y provincias de ultramar, sino como colonias, es decir, como territorios que no existen más que para el beneficio
económico de su metrópoli y carente de derechos políticospropios. Esta nueva visión implicaba que América no dependía del
rey, como los otros reinos, sino de una metrópoli, la España peninsular.

Otro problema era la rivalidad entre criollos y peninsulares para el acceso a cargos administrativos.

Con el hundimiento del absolutismo y la reversión de la soberanía a la nación la igualdad política entre España y

América deja de ser un problema en parte teórico para llevarse a cuestiones muy prácticas e inmediatas, consecuencia de la
instauración de una lógica de la representación.

El debate sobre la igualdad política entre los dos continentes va a concretarse en dos problemas surgidos del renacer de la
representación y que van a ser las causas primordiales de la ruptura: el derecho para los americanos de constituir sus propias
juntas y la igualdad de representación en los poderes centrales de la monarquía: en la juntacentral primero, en las cortes
después.

Como el imaginario político era igual a los dos lados del Atlántico, también fue igual el reflejo de llenar el vacíodejado por el rey
mediante la constitución de poderes fundados en el pueblo. Sin embargo, esto no tuvo éxito en

América. En cuanto se supo que la metrópoli resistía al invasor, los americanos dieron prioridad a la ayuda que podían prestarle
para la guerra. Los americanos acabaron reconociendo a la junta de Sevilla, que fingía ser el gobierno legítimo de toda la
monarquía para evitar la formación de juntas en América. En 1810 propiciara la formación de juntas en América. Solo nueva
España se lanzó a reunir juntas preparatorias para la reunión de un congreso o junta general durante el verano de 1808; solo el
golpe de estado de los peninsulares dirigido por Yermo, que tuvo lugar en septiembre, puso fin a este proceso.

Las tentativas para formar estas juntas serán permanentes. Unas no pasaron de conjuraciones abortadas; otras, después de un
éxito inicial, fueron reprimidas por las autoridades reales como si se tratara de vasallos rebelados contra el rey. El impulso de
estos acontecimientos se transmitió a todas las regiones de América. En todas partes se fragua un rencor creciente ante esta
negación práctica de la igualdad de derechos.

Al argumento de los “300 años de despotismo”, tan utilizado por los revolucionarios españoles para caracterizar al periodo
durante el cual desaparecieron las libertades castellanas, se superpone entre otros: el de las autoridades ne el grupo
revolucionario que va a desempeñar el papel motor en las cortes y que será llamado poco después “liberal”; sus referencias
mentales ya no son totalmente modernas.

La victoria puede explicarse en parte por el carácter particular de la ciudad de Cádiz, que sirve de refugio a lo más granado de las
elites intelectuales españolas y americanas, pero es, también, consecuencia de una evolución más global de los espíritus durante
los dos años pasados.

En estas mutaciones desempeñan un papel esencial dos fenómenos: la proliferación de los impresos y la expansión de las
nuevas formas de sociabilidad. Nace verdaderamente la “opinión pública” moderna y el “espacio público político”.
Aunque la “república de las letras” sea relativamente amplia a finales del S XVIII y haya dispuesto en la década de 1780 de
publicaciones numerosas, las medidas tomadas por el Estado contra la influencia de la Revolución francesala han limitado al
ámbito de sus lugares privados de sociabilidad y a una red de relaciones y de correspondencias privadas sin expresión pública.

La “divina sorpresa” del hundimiento súbito del absolutismo va a permitir a la “república de las letras” constituir un “espacio
público político” mediante dos vías. Por un lado está la multiplicación de las formas de sociabilidad modernas, con una libertad
de palabra mayor que la que se acostumbraba hasta entonces. Por otro, la proliferación de impresos y periódicos con fines
patrióticos, causada por la desaparición, de hecho, de la censura.

La nueva prensa y los abundantes impresos han dado a muchos de sus miembros la oportunidad de exponer públicamente sus
ideas. Pero esta influencia difusa en una prensa que tenían como fin movilizar a la población a la lucha en contra del invasor no
era suficiente. Los grupos modernos se dotaron de expresión para exponer sus ideas.

Para encontrar una opinión pública moderna ya constituida en una pluralidad de periódicos de tendencias diversas, en España
hay que esperar hasta el verano de 1810 y hasta después de la reunión de las cortes en Cádiz, en el otoño del mismo año. En
América estos se dio en épocas más taridas y en las regiones independentistas, en fechas variadas, pero en general no
anteriores a finales de 1810.

La experiencia de estos periódicos y la explosión de una literatura patriótico-política contribuyen a explicar dos fenómenos. El
primero, la extraordinaria rapidez y coherencia con que las cortes de Cádiz llevaron a cabo su empresa de destrucción del
antiguo régimen, puesto que, en gran medida, las lineas rectoras de la constitución y de las reformas habían sido ya formuladas
públicamente con anterioridad. El segundo, en cambio, durante este mismo periodo, de unas elites americanas que en 1808,
casi tan modernas como ellas, hasta el punto de que manejan con facilidad las mismas referencias. La explicación de este
fenómeno está en la difusión de los periódicos e impresos peninsulares en América y en las reimpresiones que se hicieron de
ellos allí. Por eso la península fue entonces el motor y el principal centro de difusión de los cambios políticos.

Mediante este combate de la opinión publica naciente, triunfaron en ellos las referencias de los más radicales, de los que poco
después será llamados liberales. Hacia finales de 1809 estaba ya construido el corpus doctrinal del liberalismo que triunfara en
las cortes de Cádiz. Esta construcción intelectual es a la vez parecida a la efectuada por la revolución francesa.

La nación es concebida como una asociación voluntaria de individuos iguales, sin ninguna distinción de pertenencia a pueblos,
estamentos y cuerpos de la antigua sociedad. Se exaltan la libertad individual, los derechos del hombre y del ciudadano, la
igualdad de todos ante la ley y se concibe esta como la expresión de la voluntad general. La nación es soberana y por ello debe
elaborar una constitución que será como el pacto fundador de una nueva sociedad. La crítica al antiguo régimen es cada vez más
radical.

Se trata aparentemente de hacer, como en la revolución francesa, tabla rasa del pasado y de construir de un solo golpe una
sociedad y un gobierno ideales. Sin embargo, el radicalismo del lenguaje y del imaginario van parejos con un ideal político
moderado. Los hombres que están inventando el liberalismo hispánico deben realizar dos tareas diferentes: por una parte,
hacer la revolución contra el antiguo régimen y, por otra, evitar que esta siga los pasos de Francia. Se encuentran en una
situación análoga a la de los revolucionarios franceses de 1788-1789, que luchan porimponer la soberanía de la nación, y, por
otro, en la de la generación de la república termidoriana, que reflexionan sobre los principios de la revolución, pero estable y
respetuoso de la ley y de la libertad.

El régimen que van a intentar construir es fundamentalmente un régimen representativo, basado en la soberanía del pueblo
ejercida por sus representantes y en el reino de la opinión. Esta el deseo de construir la “libertad de los modernos”, pero, al
mismo tiempo, por la exaltación de las virtudes de las repúblicas de la antigüedad clásica, una exaltación de la “libertad de los
antiguos” que hacia posible el paso a un régimen republicano. Esto es lo que harán poco después los americanos, ayudados por
el marco político predominante en muchas regiones de América, el de la ciudad-provincia, que tendera a convertirse en ciudad-
estado.

DINAMICA DE DESINTEGRACIÓN.

Todo lo que había ido gestándose en estos dos primeros años cruciales estallaba bruscamente en 1810. En diciembre de 1809
Andalucía es invadida por los ejércitos franceses. La situación es crítica en España. La ofensiva francesa provoca acusaciones de
traición contra los miembros de la junta central, la formación de una junta independiente en Sevilla y la huida a Cádiz de una
parte de los miembros de la junta central. Hará falta la presión inglesa para que se forme el 29 del mismo mes, un consejo de
regencia que proclame asumir la autoridad soberana,mientras que las tropas francesas marchan hacia Cádiz.

El mismo día de su autodisolución la junta central fija las modalidades de la convocatoria de las cortes y redacta un manifiesto a
los americanos para pedir el reconocimiento del nuevo poder. Pero el reconocimiento que América había otorgado a los poderes
provisionales peninsulares en 1808 será ahora negado al consejo de regencia por casitoda América del sur. La península estaba
perdida y el consejo de regencia no era más que un espectro destinado a durar poco o a gobernar bajo la tutela de la junta de
Cádiz, del consulado y de sus corresponsales de América.

Caracas primero, BsAs y la mayoría de las capitales de América del sur después, se lanza a constituir juntas que no reconocen el
nuevo gobierno provisional peninsular. Estos gobiernos “supremos e independientes” que los americanos no pudieron o no
quisieron formar en 1808 se constituyen ahora para evitar que quede “acéfalo el cuerpo político”.

El poder provisional de la junta central española había sido legítimo, puesto que, por un lado, había sido formada porlos
representantes de las juntas insurreccionales peninsulares que llevaban entonces la representación supletoria delos “pueblos”
de España y, por otro, porque había sido reconocida luego por todos los reinos y provincias americanas. Estos la habían jurado
como gobierno legítimo, estableciendo así un nuevo vinculo mutuo con aquella autoridad que sustituía provisionalmente al rey.
Desaparecida, con ella desaparecía este vínculo, y la soberanía vuelve a su fuente, a los “pueblos”. Aunque la constitución de
juntas no equivaliera para sus autores a la separación total y definitiva de la España peninsular, su formación abría el camino
tanto a la desintegración territorial en América como a la ruptura definitiva con la península.

La desintegración territorial surge no solo de la diversidad de posiciones adoptadas por las diferentes regiones de América, sino
también de la lógica misma de la reversión de la soberanía a los “pueblos”. La diversidad de actitudes hacia el consejo de
regencia era prácticamente inevitable. Aunque la decisión tomada por los partidarios de los gobiernos independientes pudiera
justificarse plenamente, también podía justificarse la posición contraria: reconocer de nuevo a la recién formada regencia y
esperar que la España peninsular no sucumbiese enteramente ante las ofensivas francesas. Las autoridades regias de regiones
importantes como la Nueva España, América Central o el Perú escogieron esta última solución.

En las regiones en las que las ciudades capitales eliminaron a las autoridades regias y constituyeron juntas (Venezuela, Nueva
Granada, Rio de la Plata, Chile), la decisión no podía ser unánime. Cada pueblo, cada ciudad principal, quedo libre de definir su
propia actitud: reconocer o no la regencia, pero también reconocer o no la primacía que querían ejercer sobre ellas las ciudades
capitales.

Como antes en la península, también la naturaleza y los poderes de esta junta y la manera de reunir la asamblea general o
cortes del reino fueron motivos de disputas y de diferencias suplementarias. Pero como no había aquí un enemigo extranjero
que obligara a una rápida unión, estaba abierta la vía para un conflicto entre ciudades que pronto llevaría a una guerra civil.

La estructura política tan particular de la sociedad americana aparece a plena luz, es decir, su organización
territorialjerarquizada, centrada en las ciudades principales, capitales o cabeceras de toda una región, que ejercen su
jurisdicción sobre un conjunto de villas y pueblos “vasallos”. Aunque las reformas borbónicas y más particularmente la
institución de los intendentes hubieses intentado disminuir los poderes de estas ciudades principales, la inercia de la antigua
estructura es tal que reaparece con toda su fuerza en nuestra época.

Los cabildos de estas ciudades principales son cuerpos poderosos y privilegiados, actores centrales de toda la vida política y
social de su región, pero por privilegiados, envidiados y controvertidos. Su resurgir en la nueva escena política hace estallar
tensiones. En unos de los casos se trata de la modificación de la estructura territorial misma; algunas ciudades principales
anexan pueblos de otras provincias. En otros se atenta contra la jerarquía de dignidad y jurisdicción de las localidades: pueblos
dependientes piden convertirse en ciudades capitales y otros reclaman la igualdad de derechos con ellas.

A estos conflictos internos vino muy pronto a añadirse la guerra que va a enfrentar a los dos continentes, España y

América, y a los peninsulares contra los criollos. La gran ruptura se produce en el año que sigue al establecimiento de las juntas,
en la primavera-verano de 1810. La formación de esas estaba fundada en gran parte, en su derecho alautogobierno, y en dos
hipótesis: la inexistencia de un verdadero gobierno central en la metrópoli y la probable derrota total de la España peninsular.
No solo existía realmente el consejo de regencia y había sido reconocido por las juntas españolas supervivientes y por buena
parte de América, sino que la España peninsular seguía resistiendo con la ayuda inglesa. Complicada aún más la situación al
obligar a las juntas americanas a reconsiderar su actitud hacia ella y, ocasionalmente, a ver la posibilidad de una negociación.
El consejo de regencia reacciono violentamente ante las noticias de América, sin intentar lo que tantas veces había hecho antes
la junta central en la España peninsular: negociar con las juntas provinciales. En julio de 1811 esta vía se cerró con el rechazo por
las cortes de la mediación inglesa, que había intentado evitar una guerra que no podía menos que debilitar el combate contra
Napoleón.

La regencia se mostraba más celosa de su autoridad cuando más perdía legitimidad. Desde la independencia de las colonias
inglesas de América del Norte las elites gubernamentales españolas consideraban inevitable la futura independencia de la
América española. Se trataba de un movimiento separatista que había que reprimir por la fuerza: el miedo a la independencia
ayudo a precipitarla.

La guerra sigue muy cerca de la fundación de las juntas en Sudamérica y después en México, al levantamiento de Hidalgo y a la
gran explosión social que lo acompaña. Guerra que es doblemente una guerra civil: por un lado, INTERNA entre las regiones y
ciudades que aceptan el nuevo gobierno provisional español y las que lo rechazan; y, por otro, EXTERIOR contra el gobierno
central de la monarquía. La guerra va a ser la causa principal de la evoluciónde América.

REVOLUCIONES POLÍTICAS.

Ligado a este proceso de desintegración territorial y de redefinición de la nación se encuentra otro aspecto de la revolución que
experimenta a partir de 1810 una considerable aceleración: la adopción de la modernidad política. Eneste campo también en
1810 abre una nueva época, la de la ruptura legal con el antiguo régimen. Los principios, el imaginario y los lenguajes de la
modernidad se plasman en diversos textos oficiales y especialmente en las constituciones.

Comienza la época del constitucionalismo y del liberalismo hispánico, cuyo centro se encuentra durante varios años en Cádiz.
Las cortes generales y extraordinarias que se reúnen allí van a ser durante casi 4 años el principal foro de las nuevas ideas y el
foco de donde irradian las reformas que transformaran profundamente la monarquía.

El primer paso fundamental de las cortes fue la proclamación de la soberanía nacional el mismo día de su reunión.

Un mes después es proclamada la libertad de presa, en diciembre comienza la preparación de una constitución. En marzo de
1812 es públicamente promulgada la constitución de la monarquía española que va a ser aplicada en

España y en la América lealista. En un breve lapso de tiempo las cortes adoptaron el imaginario de una monarquía de tipo
francés. La nación es soberana y la constitución que ella se da es el facto fundador de una nueva sociedad fundada sobre el
individuo. La constitución instaura un régimen representativo, la separación de poderes, las libertades individuales, la abolición
de los cuerpos y estatutos privilegiados, la igualdad jurídica de las localidades, el carácter electivo de la mayor parte de los
cargos públicos en todos los niveles.

Una de las diferencias entre la constitución de Cádiz y los primeros textos constitucionales americanos se refiere a laidentidad
del cuerpo constituyente y a la diversa concepción de la nación que este implica. En la primera, el cuerpo constituyente y la
nación aparecen como realidades incuestionables que no necesitan justificaciones previas.

Las cortes son la representación legítima y tradicional del reino. En cuanto a la nación se la define como la reunión de todos los
españoles de ambos hemisferios, no es más que una manera de identificar la nación con el conjunto de la monarquía. Las cortes
reunidas en Cádiz no son ni por su modo de elección ni por sus poderes, una restauración de las cortes tradicionales; tampoco la
nación que ellas contemplan es la nación tradicional, un ente histórico formado de estamentos y de cuerpos diversos, sino la
nación originada por una asociación voluntaria de individuos.

La situación era totalmente distinta en la América insurgente, porque la negación del vínculo con el gobierno central de la
monarquía equivalía también a la disolución de los vínculos de los pueblos americanos entre sí; porque no existían en América
instituciones representativas del reino o de la provincia que hubiesen podido sustituir inmediatamente al rey.

Los independentistas tuvieron que afrontar desde el principio el difícil problema de la definición territorial de una nación de
carácter supramunicipal, sin poder fundarse para ello en identidades culturales consistentes. La incapacidad de los diferentes
gobiernos peninsulares de dar una solución institucional a la aspiración común a todos los americanos de una monarquía, no
unitaria, sino plural y representativa, provocara también el final tanto de su independencia como el mismo tipo de problemas.
En lo que concierne al régimen político, la diferencia es también evidente: monárquico en la constitución de Cádiz, republicano
en la América insurgente después de las declaraciones de independencia. Al ser la ciudad en América elespacio político por
excelencia, era fácil asimilar a las ciudades-estado de la antigüedad y adoptar sus formas republicanas.

Como la legitimidad del rey era ante todo histórica, al romperse el vínculo con él la América independentista accedía
inmediatamente a un régimen político de una modernidad extrema. Durante la primera fase de la revolución, entre 1808 y 1810,
el centro ideológico de la revolución está en la España peninsular. A partir de 1810 la situación cambia y se producen fuertes
diferencias regionales.

Las regiones lealistas (Nueva España, América Central, Perú) evolucionan siguiendo los diversos episodios del liberalismo
español. La modernidad política en esta área sigue viniendo de la península. Aquí la revolución política precede a la
independencia.

En las regiones insurgentes la ruptura se justifica primero con un discurso de tipo pactista en el que exigen muchos de los
elementos del constitucionalismo histórico. Este sirve de base tanto a la autonomía americana como incluso alproyecto de
fundar una nueva sociedad, pero muy pronto se buscara la inspiración para construirla en otros modeloseuropeos. Las elites
insurgentes van entonces más allá que los liberales españoles. No existe aquí el elemento de tradicionalismo que es el rey de
España y en América lealista. A fin de fundar cuanto antes una nueva identidad y con ritmos que son específicos en cada región,
se adoptan una parte del lenguaje, símbolos e iconografía, de las fiestas y ceremonias, de las sociabilidades y de las instituciones
de la Francia revolucionaria.

Cuando a principio de la década de 1820, los países hasta entonces lealistas rompan a su vez con el gobierno central de la
monarquía, ellos también seguirán el mismo proceso de invención política. Los elementos revolucionarios foráneos se mezclan
con el fondo hispánico y las raíces autóctonas y producen combinaciones variadas.

La monarquía hispánica es el primero de los grandes conjuntos políticos multicomunitarios europeos que se disuelvepor la
introducción del revolucionario principio de la soberanía de la nación. Los países hispánicos son también los primeros en esta
área en adoptar los principios, los imaginarios y las prácticas políticas modernas. Estas rupturas en una sociedad que sigue
siendo una sociedad del antiguo régimen, será la que origine una buena parte de los problemas del S XIX español e
hispanoamericano

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