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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL 2do CUATR.

DE 2019 – TURNO TARDE

TOMÁS DE AQUINO: RAZÓN Y REVELACIÓN, FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA


Selección de textos1

I. Tomás de Aquino, Comentario al De trinitate de Boecio, q. 5, a. 4, § 4


“Así pues, la teología o ciencia divina es doble. Una, en la cual se consideran las cosas
divinas no en cuanto asunto (subiectum) de la ciencia, sino en cuanto principios del asunto, y
tal es la teología que investigan los filósofos, que con otro nombre es llamada metafísica.
Otra, en cambio, la que considera esas mismas cosas divinas por sí mismas como asunto de la
ciencia, y esta es la teología que se transmite en la Sagrada Escritura. Ahora bien, ambas son
sobre cosas separadas de la materia y del movimiento según el ser, pero de diverso modo, en
la medida en que algo puede estar separado de la materia y del movimiento según el ser en un
doble sentido. De un modo, porque le corresponde a la noción de la cosa que se dice separada
el que de ningún modo pueda estar en la materia y en movimiento, como Dios y el ángel se
dice que están separados de la materia y el movimiento. De otro modo, porque no pertenece a
la noción de aquello el que esté en la materia y en movimiento, pero puede estar sin materia y
movimiento, por más que algunas veces se halle en la materia y en movimiento. Y así el ente,
la sustancia, la potencia y el acto están separados de la materia y del movimiento, porque no
dependen de la materia y del movimiento según el ser, como <sí dependían> los <entes>
matemáticos, que nunca pueden existir sino en la materia, por más que puedan ser inteligidos
sin materia sensible. Por tanto, la teología filosófica se ocupa de los <seres> separados en el
segundo sentido como de su asunto, pero de los separados en el primer sentido como de los
principios de su asunto. En cambio, la teología de la Sagrada Escritura trata acerca de los
<seres> separados en el primer sentido como de su asunto, por más que en ella se traten
algunas cosas que están en la materia y el movimiento, en cuanto lo exige la manifestación de
las cosas divinas.”

II. Comentario a la Metafísica de Aristóteles, proemio


“... del mismo modo, debe ser naturalmente reguladora de las otras aquella ciencia que es
máximamente intelectual. Y esta es la que versa sobre lo máximamente inteligible. Ahora
bien, lo máximamente inteligible lo podemos tomar en un triple sentido. [1.] Primero, por el
orden del entender. Pues aquello a partir de lo cual el intelecto toma su certeza parece más
inteligible. Por ello, como la ciencia es adquirida por el intelecto a partir de las causas, el
conocimiento de las causas parece ser máximamente intelectual. De allí que también aquella
ciencia que considera las primeras causas parece ser máximamente reguladora de las otras.
[2.] Segundo, por comparación del intelecto al sentido. Pues como el sentido es un
conocimiento de lo particular, el intelecto parece diferir de él por el hecho de que
comprehende lo universal. De allí que también sea máximamente intelectual la ciencia que
versa sobre los principios máximamente universales, que son el ente y aquellas cosas que son
consecuentes al ente, como lo uno y lo múltiple, la potencia y el acto. Pero <las cosas> de esta
índole no deben quedar totalmente indeterminadas, puesto que sin ellas no puede tenerse
conocimiento completo de aquellas cosas que son propias de algún género o especie. Ni

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Traducción de Julio A. Castello Dubra.

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tampoco deben ser tratadas en alguna única ciencia particular, pues como cualquier género de
entes requiere de ellas para su conocimiento, con igual razón serían tratadas en cualquier
ciencia particular. Por ello, resta que este tipo de cosas sean tratadas en una única ciencia
común, la cual es máximamente intelectual y reguladora de las otras. [3] Tercero, por el
conocimiento mismo del intelecto. Pues como cada cosa tiene capacidad intelectiva por el
hecho de que es inmune a la materia, es preciso que sean máximamente inteligibles las cosas
que son máximamente separadas de la material. En efecto, lo inteligible y el intelecto tienen
que ser proporcionados y de un único género, puesto que el intelecto y lo inteligible en acto
son <algo> único. Pero son máximamente separadas de la materia aquellas cosas que no sólo
se abstraen de la materia signada, como las formas naturales tomadas en general, acerca de las
cuales trata la ciencia natural, sino <las que se abstraen> totalmente de la materia sensible. Y
no sólo según el concepto, como las matemáticas, sino también según el ser, como Dios y las
inteligencias. De allí que la ciencia que considera esas cosas parece ser máximamente
intelectual y gobernante o señora de las otras.
Ahora bien, esta triple consideración debe atribuirse no a diversas ciencias, sino a una sola
ciencia. Pues las predichas sustancias separadas son causas universales y primeras del ser.
Pero le pertenece a la misma ciencia considerar las causas propias de un género y el género
mismo, tal como el <filósofo> natural considera los principios del cuerpo natural. Por ello, es
preciso que a la misma ciencia le pertenezca considerar las sustancias separadas y el ente en
común, que es <su> género y del cual las predichas sustancias son causas comunes y
universales. De lo cual resulta evidente que, por más que esa mencionada ciencia considere
tres <asuntos>, no considera cualquiera de ellos como su objeto, sino sólo al ente en común.
En efecto, el sujeto en una ciencia es aquello cuyas causas y propiedades buscamos, y no esas
causas de algún genero buscado. Porque el conocimiento de las causas de algún género es el
fin que alcanza la consideración de una ciencia. Pero aunque el objeto de esta ciencia sea el
ente en común, sin embargo, toda <ella> es llamada acerca de las cosas que son separadas de
la materia según el ser y el concepto. Pues se dice que se pueden separar según el ser y el
concepto no sólo aquello que nunca puede existir en la materia, como Dios y las sustancias
intelectuales, sino también aquello que puede existir sin la materia, como el ente en común.
Esto no sucedería si dependieran de la materia según el ser. Por tanto, conforme a las tres
cosas por las cuales se alcanza la perfección de esta ciencia resultan <sus> tres
denominaciones. Pues se llama ciencia divina o teología, en cuanto considera las sustancias
mencionadas; metafísica, en cuanto considera el ente y aquellas cosas que le son consecuentes
—en efecto, estas cosas que van más allá de la física se descubren en el método de resolución,
tal como lo más común después de lo menos común—; se llama, en fin, filosofía primera, en
cuanto considera las causas primeras de las cosas. Así pues, queda manifiesto cuál sea el
objeto de esta ciencia, de qué modo se relaciona con las otras ciencias, y con qué
denominación es nombrada.”

III. Tomás de Aquino, Suma teológica I q. 1, a. 2


“Respondo. Hay que decir que la doctrina sagrada es ciencia. Pero ha de saberse que el género
de las ciencias es doble. Unas son las que proceden de los principios conocidos con la luz
natural del entendimiento, como la aritmética, la geometría y las de esta clase. Otras son las

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que proceden de principios conocidos con la luz de una ciencia más alta, como la óptica
procede de los principios certificados por la geometría y la música de los principios conocidos
por la aritmética. Y de este modo la doctrina sagrada es ciencia, porque procede de principios
conocidos con la luz de una ciencia superior, a saber, la ciencia de Dios y de los
bienaventurados. Por ello, como la música tiene creencia de los principios que le transmitidos
a ella por el aritmético, así la doctrina sagrada tiene creencia de los principios que le son
revelados por Dios.”

IV. Tomás de Aquino, Suma teológica I q. 1, a. 5, ad 2um


“A lo segundo hay que decir que esta ciencia [sc. la doctrina sagrada] puede tomar algo de las
disciplinas filosóficas, no porque requiera algo de ellas por necesidad, sino para mayor
manifestación de aquellas cosas que se transmiten en esta ciencia. En efecto, no toma sus
principios de las otras ciencias, sino inmediatamente de Dios por la Revelación. Y por ello, no
recibe <algo> de las restantes ciencias como de sus superiores, sino que se vale de ellas como
inferiores y siervas (ancillis), tal como las ciencias arquitectónicas usan las ciencias
subordinadas, v.g., la <ciencia> civil usa la <ciencia> militar. Y el hecho mismo de que se
vale de ellas, no es a causa de un defecto o insuficiencia suya, sino a causa del defecto de
nuestro entendimiento, el cual a partir de aquellas cosas conocidas por la razón natural —de la
cual proceden las otras ciencias— es conducida más fácilmente (manuducitur) hacia aquellas
cosas que están por sobre la razón, que son las transmitidas en esta ciencia.”

V. Tomás de Aquino, Suma teológica I q. 1, a. 8


“Respondo que hay que decir que, tal como las otras ciencias no argumentan para probar sus
principios, sino que a partir de los principios argumentan para mostrar otras cosas en esas
ciencias, del mismo modo esta doctrina [sc. la sagrada] no argumenta para probar sus
principios, que son los artículos de fe, sino que a partir de ellos procede para mostrar alguna
otra cosa. Así, el Apóstol, en la Carta a los Corintios, a partir de la resurrección de Cristo
argumenta para probar la resurrección general. Sin embargo, hay que considerar que, en las
ciencias filosóficas, las ciencias inferiores no prueban sus principios, ni disputan contra el que
niega sus principios, sino que esto se lo dejan a una ciencia superior. Ciertamente, la suprema
entre ellas, la metafísica, disputa contra el que niega sus principios, si el adversario concede
algo; y si no concede nada, no puede disputar con él, aunque puede resolver sus objeciones.
De allí que la Escritura sagrada, puesto que no tiene <ciencia> superior, disputa con el que
niega sus principios, argumentando, si el adversario concede algunas de las cosas que se
tienen por revelación divina, tal como por las autoridades de la sagrada doctrina disputamos
contra los herejes, y por alguno de los artículos <disputamos> contra los que niegan algún
otro. Si, por el contrario, el adversario nada cree de aquellas cosas que se revelan
divinamente, no queda más método para demostrar los artículos de fe por argumentos, sino
para resolver los argumentos contra la fe, en caso de que aduzcan algunos. En efecto, puesto
que la fe se apoya en la verdad infalible, y es imposible mostrar algo contrario acerca de lo
verdadero, es manifiesto que las pruebas que se aducen contra la fe no son demostraciones,
sino argumentos que requieren solución.”

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