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Así, fueron necesarias dos condiciones para que se renovasen las perspectivas
tradicionales de aproximación a las mitologías. De un lado, era necesario que los
conocimientos relativos a la antigüedad clásica dejaran de estar integrados en un
cuerpo de conocimientos propio de una tradición erudita que bebía de las fuentes
de la cultura griega, esto es, que se diera un distanciamiento a la par histórico y
cultural respecto de los hechos antiguos. H. G. Gadamer, un tanto poéticamente,
asevera que "somos incapaces de interpretar los mitos porque son ellos los que
nos interpretan a nosotros"58. De otro lado, fue también necesario que los mitos
griegos dejaran de ser el modelo o referencia de toda mitología; esto fue posible
mediante el desarrollo de una ciencia comparada de las religiones que permitiera
la confrontación, tanto con los mitos de otras grandes civilizaciones no clásicas,
poseedoras de textos escritos, como con los mitos provenientes de pueblos
ágrafos.
Es en este doble movimiento efectuado por la cultura occidental, por una parte de
alejamiento de la tradición cultural antigua y, por otra parte, de acercamiento y
comparación de los mitos griegos a los de otras poblaciones, desde donde se han
ido forjando, progresivamente, los rasgos definitorios de la contemporánea
asunción de los sistemas mitológicos. Para ello, fue necesario pasar antes por la
especulación ilustrada y por las interpretaciones decimonónicas de los mitos.
Paradójicamente, las asunciones comparativistas fueron a la par el "motor" y el
"límite", para la cultura occidental, a la hora de intentar comprender las
producciones culturales de otros pueblos. Así, encontramos que ya en 1724, el
padre jesuita J. F. Lafitau59 había establecido un paralelismo, que sería recogido
por De Brosses60, entre las leyendas en las que creían los antiguos griegos y las
creencias y supersticiones de los indios del Nuevo Mundo. El ilustrado Voltaire,
haciendo gala de una exquisita ironía, desdeñó abiertamente el comparativismo
exacerbado del padre Lafitau, ridiculizándolo de esta manera:
"... Lafitau hace descender los americanos de los antiguos griegos, y he aquí sus razones.
Los griegos tenían fábulas, y también algunos americanos las tienen. Los griegos iban de
caza; los americanos también. En Grecia se bailaba en las fiestas; también en América. Es
preciso reconocer que sus razones resultan convincentes."61
Con todo, esta comparación reconocida entre la mitología de los griegos antiguos
y la de los "salvajes" del continente americano iba a suscitar toda una serie de
interrogantes que las tres grandes escuelas decimonónicas en el campo de los
estudios mitológicos (la escuela de mitología comparada, la escuela
antropológica inglesa y la escuela histórica filológica alemana), se aprestaron a
intentar responder. La pregunta que iba a presidir los esfuerzos de estas
corrientes interpretativas de finales del siglo XIX era, a grandes rasgos, la
siguiente: ¿Cómo podía explicarse el hecho de que, tanto en la cultura que fue la
cuna de la civilización occidental, esto es, la griega, como en las culturas
consideradas primitivas, encontremos plasmados en sus mitos elementos
"insensatos", "irracionales" o, peor aún, "dementes"?
A esta pregunta trataron de dar respuesta los eruditos del siglo pasado desde
distintos enfoques, bien estudiando los mitos desde una perspectiva lingüística -
escuela de mitología comparada-, ya contemplándolos desde la evolución social -
escuela antropológica inglesa-, o bien desde la historia literaria -escuela histórica
filológica alemana-. Existen diferencias de orientación entre estas corrientes
interpretativas que, a grandes rasgos, también podemos denominar como
escuelas naturalista, animista e historicista. Los miembros de la escuela
naturalista procedían de la tradición filológica y trataron las grandes
civilizaciones de Europa y Asia; los partidarios de las teorías animistas provenían
mayormente de la etnografía y la antropología, y sus trabajos versaron sobre
etnias tribales; los terceros se centraron exclusivamente en el estudio de la
mitología griega clásica y pretendieron establecer, mediante la filología y la
cronografía, la "partida de nacimiento" de los mitos. Hay pues, diferencias, tanto
de tradición disciplinar o enfoque (filología, etnografía, historia), como de
procedencia de los datos (textos inventariados o relatos de viajeros), así como de
fuentes (distintos sistemas culturales), junto a la diversa complejidad estructural
de tales fuentes ("grandes civilizaciones", de un lado, y "microsociedades", de
otro lado), junto a la pervivencia de las mismas (sociedades desaparecidas y
sociedades vivas).
56. Jean Pierre Vernant, "Razones del mito", en Mito y sociedad en la Grecia
antigua, Ed. S.XXI, Madrid 1994, pp. 171-220. En lo tocante al desarrollo
general de las corrientes interpretativas de los mitos seguimos básicamente, con
las complementaciones pertinentes, el esquema propuesto por dicho autor.
59. J. F. Lafitau, Moeurs des sauvages américains comparées aux moeurs des
premiers temps, 4 vols., París, 1724.
61. Voltaire, Essai sur les moeurs et l'esprit des nations -3 vols., Ginebra, 1759-,
vol. I, pp. 23-24 (reproducido y reseñado por Joan Bestard y Jesús Contreras,
Bárbaros, salvajes, paganos y primitivos, Ed. Barcanova, Barcelona 1987, p. 184
y p. 344). Hay traducción española de la citada obra de Voltaire en Ed. Hachette,
Buenos Aires 1959.