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Las Constituciones de España y la Iglesia

Confesionalidad y libertad religiosa


"Nuestro pasado de confesionalidad estatal tiene una fuerte
proyección en el presente"
Nuestra historia recoge en este texto en la Constitución de 1931, por primera
vez, un Estado distinto del unitario que había existido desde la Constitución
de Cádiz hasta la Restauración de Cánovas

Constitución Española

El historiador y profesor de la Universidad de Comillas Juan María Laboa


escribía muy atinadamente que "la relación de la Iglesia con el poder político,
con el Estado, siempre ha sido difícil y, a menudo, conflictiva".

"Primero fue perseguida, después apoyada y protegida, a menudo se


confundieron y finalmente se separaron, pero tanto la confesionalidad como
la aconfesionalidad han sufrido sus enfrentamientos y malentendidos. A la
Iglesia le ha gustado siempre imponer sus preceptos, convencida de poseer
la verdad, pero a una sociedad adulta hay que convencerla antes de dirigirla".

Que la Religión es cosa de cada uno y que el Estado no debe entrometerse en


ella es una teoría sostenida por muchos desde hace tiempo en todo el mundo,
pero pocas veces conseguida. En el caso español, la imposibilidad de plasmar
una absoluta neutralidad de los poderes públicos respecto de la religión se
manifiesta en la actualidad en el artículo 16 de la Constitución Española del
1978.
El mismo contexto político en que la Constitución de Cádiz en 1812 se redactó,
sumida España en una guerra contra el invasor francés, a quien se identificaba
con el ateísmo y la irreligión, favoreció la identificación de la nación española
consagrada en las Cortes de Cádiz con la religión católica. Y la Constitución de
1978 redactada apenas salido de la dictadura franquista luchaba contra la
situación excepcional de absoluta confesionalidad del Estado.

La Constitución actual de 1978 sí pudo romper la larga tradición de


confesionalidad de España, plasmada ya en la Constitución de 1812, en cuyo
artículo 12 se señalaba, algo premonitoriamente, que "la religión de la nación
española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única
verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio
de cualquier otra".

La fuerza de la religión ya manifestada claramente en la Guerra de la


Independencia tuvo un destacado papel en las Cortes de Cádiz y los debates
encaminados a promulgar la Constitución de 1812. El liberalismo no llegaba,
pues, al extremo de amparar la libertad religiosa, iniciándose así una cadena
que continuaría en las constituciones sucesoras de "La Pepa", con la breve
interrupción de la Constitución de 1931 y los frustrados propósitos de dos
constituciones que no llegaron a entrar en vigor, la de 1856 y la de la I
República.

¿Podremos algún día combatir la brillante teoría de nuestro Tribunal Supremo


según la cual para que alguien pueda ejercer sus derechos sin sufrir
discriminación es preciso que otros sacrifiquen sus propios derechos? Por el
momento, parece dudoso.
Nuestro pasado de confesionalidad estatal tiene una fuerte proyección en el
presente. Para comprobarlo sólo es precisa una cosa: examinar los Acuerdos
establecidos entre el Estado y las confesiones religiosas judía, musulmana y
protestante. Pero hagamos un repaso desde la primera Constitución del 1812
hasta la última de 1978...

La Constitución de Cádiz 1812

Nacida el 19 de marzo, fiesta de San José y por ello denominada popularmente


"La Pepa", la Constitución de Cádiz establecía un régimen de confesionalidad
y exclusividad religiosa. No obstante, sin duda alguna la Constitución de Cádiz
era un paso decisivo en el tradicionalismo de España.

Un equipo de historiadores, dirigido por el profesor de la Universidad San


Pablo-CEU Francisco G. Conde Mora lleva años investigando en el Archivo
Secreto Vaticano la amplia documentación sobre las Cortes gaditanas y ya han
adelantado que: "Tanto en San Fernando como en Cádiz, la Iglesia estuvo muy
presente en la obra constitucional desarrollada en nuestras tierras, y, por qué
no decirlo, en nuestros templos".

Cuando se acercaba el bicentenario de la Constitución de 1812 el obispo de


Cádiz-Ceuta Rafael Zornoza Boy afirmaba en la carta pastoral de agosto 2011
titulada "Recordar y celebrar":
"No puede olvidarse, ciertamente, que algunos eclesiásticos influyentes se
alinearon con el grupo llamado reaccionario, defensores del absolutismo real
y que se opusieron con fuerza a algunas de las decisiones de las Cortes, como
la libertad de imprenta o la supresión de la Inquisición, pero, en verdad, lo más
florido del Clero ilustrado de la época, apoyó positivamente el trabajo
constitucional y fue verdadero protagonista de este momento señero de
nuestra historia moderna".

Bastaría recordar a algunos clérigos y liberales ilustres como Diego Muñoz


Torrero -rector de la Universidad de Salamanca, José Mejía Lequerica médico
y abogado ecuatoriano, el cardenal Luis de Borbón, José Nicasio Gallego,
sacerdote y poeta -adalides de la libertad de imprenta- o Antonio Jesús Ruiz
de Padrón, sacerdote franciscano canario que viajó al naciente Estados Unidos
en donde intimó con Franklin y Washington y que se erigió en el ejemplo del
catolicismo liberal con su demoledor discurso contra la Inquisición.

Vale pena recordar el destacado papel de los diputados hispanoamericanos en


las Cortes de Cádiz que podemos encabezar con la figura del ecuatoriano José
Mejía Lequerica (Quito) que junto con Diego Muñoz Torrero (Cáceres) y
Agustín de Argüelles (Asturias, España). Son los tres diputados de más
prestigio del Congreso.

Otro americano célebre de aquellas Cortes fue Antonio Larrazábal y Arrivillaga


(Guatemala) de donde fue canónigo y diputado, Vicente Morales Duero (Lima,
Perú), abogado y profesor universitario, que representaba en las Cortes la
posición media entre las derechas y las izquierdas americanas.
Otras figuras serían José Miguel Curidi Alcocer, de Isctacuigtla (México), José
Miguel Cordoba, Antonio Joaquín Páez, Juan José Gureña, y Florencia del
Castillo, cuyo nombre va unido a la gran causa de la libertad de los indios.
Todos estos diputados en las Cortes de Cádiz contribuirían seriamente a las
independencias de las colonias americanas y nacimiento de los nuevos países.

El número de diputados por países era 9 de México, 9 de Perú, 3 de Cuba y 2


cada uno de estos países: Guatemala, Ecuador, Chile y Argentina, sumando en
total 33 diputados y 4 de Nueva España (lo que hoy día serían los territorios
de México y parte de EEUU: Alta California, Nuevo México, Texas, Louisiana y
las Floridas y Centroamérica e islas del Caribe y los enclaves españoles de Asia
y Oceanía).

Dentro de este Virreinato tenían cierta autonomía la Capitanía General de


Cuba, la Capitanía General de Guatemala y la Capitanía General de Puerto
Rico.

El historiador, crítico literario, periodista y gobernador civil de Baleares


Melchor Fernández Almagro hizo un recuento interesante: entre los 308
diputados presentes en las Cortes de Cádiz, procedentes de la península y los
virreinatos americanos figuran: los eclesiásticos con 97 diputados; detrás van
60 abogados y 55 funcionarios públicos, les siguen 37 militares y 16
catedráticos, y los 43 puestos restantes se los reparten entre propietarios,
comerciantes, médicos y títulos del Reino, que tan sólo eran 3.
Ramón Solís en su libro El Cádiz de las Cortes, aún hoy indispensable pese a
ser publicado en 1958, escribía: "No puede decirse, como tantas veces se ha
afirmado, que el Congreso gaditano sea anticlerical y enemigo de la Iglesia;
tanto menos cuando que en la mayoría de las ocasiones surge del mismo clero
el afán renovador en materia religiosa".

Las Cortes de Cádiz se ocuparon ampliamente de los temas eclesiásticos


porque "existía un generalizado deseo de subsanar las deficiencias", como
señala Emilio La Parra, "inclinándose unos por la acentuación de las formas
tradicionales, optando otros, los más numerosas, por la reforma".

Los había entre el propio clero y porque lo exigía un sentimiento general del
país. Según el hispanista francés investigador del liberalismo Claude Morange,
"más significativas eran para las masas la cuestión del diezmo o la del poder
económico de la Iglesia que la posibilidad de practicar otra religión que la
católica, cuestión por así decirlo intempestiva".

Eso explica, a diferencias de otras constituciones contemporáneas, por qué


Cádiz no decretó la libertad de culto: no era una preocupación, como lo era,
por ejemplo, la reforma de las órdenes religiosas o, sobre todo, la Inquisición.
Y frente a ello, las diferencias eran más de método -de si era necesaria la
aprobación de Roma o no- que de objeto, lo que no supone que el famosos
diputado, el padre Muñoz Torrero, una especie de Abate Sieyès del liberalismo
hispano, compartiera políticas con el religioso oratoriano Simón López García,
representante de los ideales más conservadores.

La Constitución de Cádiz se enfrentaba a una Iglesia que no comprendía la


evolución de los tiempos, incapaz de distinguir, entre los privilegios que
poseía, los que eran absolutamente anacrónicos, de los que resultaban
necesarios para su misión, y los defendió todos a ultranza, que no aceptaba
los derechos de la conciencia individual, los inconvenientes y ventajas de la
libertad de prensa, que no admitía una sociedad más autónoma,
progresivamente secularizada, sin que esto quisiera decir necesariamente
antirreligiosa.
Las Constituciones de 1837 y 1845

En las constituciones siguientes del "trienio liberal", de 1837 y de 1845, según


las mayorías, la Iglesia fue perseguida o apoyada según los casos. De ahí la
insistencia en evitar la "confesionalidad del Estado" que defenderían los
sectores más liberales e izquierdistas en las constituciones republicanas.

La reacción intolerante de los liberales respondía a anteriores polémicas y


posturas antiliberales de la Iglesia. El trienio liberal (1820-23) venía tras el
apoyo incondicional de la Iglesia al absolutismo de Fernando VII. La
constitución del 1937 coincidiendo con la guerra carlista, en la que buena
parte del estamento eclesiástico se inclinó a favor del pretendiente.

Los liberales no se contentaron con defender sus derechos sino que intentaron
asaltar el poder y la presencia eclesial.

Al caer el regente del Reino, Baldomero Fdez. Espartero, por el contrario, los
moderados decidieron reorganizar la sociedad según sus principios y
criterios, y la constitución de 1845, de clara confesionalidad, fue la
consecuencia, aunque mostrando el esfuerzo de los moderados por conciliar
tradición y revolución.

La Constitución de 1845 fue el resultado del esfuerzo de los moderados por


conciliar tradición y revolución.
La Constitución de 1869 fue aprobada bajo el Gobierno Provisional de 1868-
1871, tras el triunfo de la Revolución de 1868 que puso fin al reinado de Isabel
II. Era plasmación del alma misma de la Revolución de ese año: soberanía
nacional, sufragio universal, monarquía como poder constituido y
declaración de derechos.

La Constitución de 1876 es un texto breve y abierto de 89 artículos, que


permite mantener la alternancia de partidos; adopta la soberanía del Rey con
las Cortes; posibilitaba el derecho de asociación; la tolerancia religiosa en la
práctica privada de las religiones, sobre la base del reconocimiento del
catolicismo como la religión del Estado; la libertad de imprenta, y la libertad
de enseñanza.

A lo largo del siglo XIX, la jerarquía eclesiástica concedió una importancia


determinante a las formulaciones y tratados, a la declaración de principios.

Solemnes documentos eclesiásticos condenaron sin paliativos la separación


de la Iglesia y del Estado, tales como las encíclicas Mirari Vos de Gregorio XVI
y el Syllabus de Pío IX. La obstinación por conseguir o mantener la
confesionalidad del Estado caracterizó las complicadas negociaciones de 1868,
1876. Sin embargo, en esos mismos años, las constituciones de Bélgica,
Holanda o Estados Unidos, demostraban que la clara separación no empañaba
la completa libertad de culto, de asociación, de propaganda e, incluso en las
dos primeras, se mantenía la activa colaboración y la ayuda económica.
Constitución de 1931

A lo largo de las constituciones españolas, al menos de las redactadas por


diputados progresistas o izquierdistas, encontramos el propósito de romper
con la tradición y modelar una nueva sociedad marcando y fomentando
nuevas opciones y costumbres incluso morales.

Así se explica la proliferación de textos tan seguidos y contradictorios,


redactados por mayorías que cambiaban de signo con facilidad.

En las constituciones de 1869 y 1876 los principios fundamentales declararon


el valor absoluto de la libertad y la urgencia de separar el Estado de la Iglesia.
Para Pi y Margall, la separación Iglesia-Estado, resultaba necesaria tanto para
la independencia del individuo como para la independencia de la Iglesia y del
Estado, y actuó en consecuencia.

La Constitución de 1931 recogió las ilusiones colectivas que suscitó el cambio


de régimen político en España. La República y la Constitución fueron la
consecuencia inevitable de la dictadura agotada de Primo de Rivera, que había
dado paso a una solución democrática que se plasmó en este texto jurídico.

Nuestra historia constitucional recoge en este texto, por primera vez, un


Estado distinto del unitario que había existido desde la Constitución de Cádiz
hasta la Restauración de Cánovas. Los principios políticos que inspiran la
Constitución de 1931 son: la democracia, el regionalismo, el laicismo y la
economía social.

La Constitución de 1978

Fallecido Franco comenzaría el periodo conocido como la Transición que


situamos en 18 de noviembre de 1976 en que las Cortes Españolas aprobaron
la Ley para la Reforma Política, iniciando el proceso que culminaría en la
Constitución de 1978.

Aprobada la Ley citada, en amplio referéndum el 15 de diciembre de 1976, y


con arreglo a ella se celebraron el 15 de junio de 1977 las elecciones para
constituir las Cortes que habrían de elaborar y aprobar la Constitución hoy
vigente, aprobada en el referéndum celebrado el 6 de diciembre de 1978
sancionada por el rey Juan Carlos I el 27 de diciembre.

Durante los meses de elaboración de la nueva Carta Magna (1977-78), el


partido mayoritario era la UCD, el clima era distendido y nadie parecía tener
intención de envenenar el tema. Todo cambió cuando se filtró el borrador de
Constitución elaborado por los siete diputados elegidos para ello, en el que se
leía "El Estado español no es confesional", fórmula negativa tan parecida al
"Estado español no tiene religión oficial" de la constitución de la Segunda
República.

La Constitución, fruto maduro de la "Transición"


Supuesto que el objeto de esta presentación era hablar del papel de la Iglesia
en las Constituciones españolas, como venimos haciendo, debemos concluir
con unas palabras más sobre el mismo tema en la Constitución actual del 1978.

El cardenal Tarancón y otros obispos habían pedido que la Constitución


reconociera de alguna manera la presencia de la Iglesia, indicando, como lo
había hecho en su homilía ante el nuevo Rey el 27 noviembre de 1975, aunque
los socialistas protestaron airadamente, rechazando el intento, según ellos, de
recrear una confesionalidad solapada.

El texto final de la Constitución arranca como principio de "la soberanía del


pueblo español, constituido en un Estado social y democrático de derecho",
principio al que al que corresponde la declaración de derechos y libertades
que le sucede, así como al pluralismo de la moderna sociedad española,
declara que "ninguna confesión tendrá carácter estatal", aunque "los poderes
públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y
mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica
y las demás confesiones".

En el artículo 16 consecuentemente con los textos preliminares y artículos 1 y


2 de la Constitución quedaba redactado y sancionado de la siguiente manera:

-1Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las


comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para
el mantenimiento del orden público protegido por la ley

2-Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.

3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en


cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las
consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás
confesiones.
La España unida de los artículos 1 y 2 ante la situación actual

El Artículo 1 del Título Preliminar de la Constitución de 1978:

1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que


propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político.

2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los


poderes del Estado.

El Articulo 2 dice "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de


la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y
reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y
regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas".

La gran novedad de la Constitución de 1978 es el reconocimiento pleno de las


Comunidades Autónomas que deja claramente establecido que "la indisoluble
unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los
españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las
nacionalidades y regiones que la integran".

Reconocimiento aceptado en el referéndum de la Constitución aprobada da


menos que por el 87% que en su segundo artículo reconoce que estas
autonomías están dotadas de cierta autonomía legislativa con representantes
propios, y de determinadas competencias ejecutivas y administrativas pero
siempre dentro de la unidad territorial indivisible o separable.

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