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Alvarado Méndez Valeri

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Ensayo sobre la obra de teatro Misterio Bufo

Misterio bufo recoge y compendia más de veinte años de trabajo, no es menos cierto

que la continua crítica al poder temporal de la Iglesia, arma ya utilizada y pulida por

los juglares medievales, pero que Fo contextualiza en las presentaciones de cada

pieza, no ha podido herir con más puntería los flancos más débiles del Vaticano.

Aunque él lo explica muy bien en su introducción, conviene insistir en la dualidad

que vertebra el esqueleto de la obra: la oposición, históricamente antagónica y

problemática, entre la iglesia humilde, evangélica, juzgada a través de los siglos

como herética, hasta la actual teología de la liberación, y todo el complejo

entramado político, económico y administrativo que configura el poder. Darío Fo fue,

más que un escritor, un dramaturgo o un actor, un juglar que utilizó la ironía, el

humor y la sátira para criticar al poder, tanto el de la Iglesia como el del gobierno.

La denominación de juglar no sólo es un símil para hablar de su trabajo, es

en realidad una descripción bastante acertada. Al igual que los juglares medievales,

que contaban historias para que la gente se enterara de las “noticias” de entonces,

para entretener o para educar sobre los pasajes del Evangelio, Fo contaba esas

mismas historias pero ridiculizando y haciendo escarnio de la Iglesia católica y de

los políticos, represores, hipócritas y fascistoides que andaban muy orondos por

esos años (y todavía, pues). El misterio bufo original, el medieval, tomaba episodios

como la resurrección de Lázaro o la anunciación a María y con ellos satirizaban a la

jerarquía eclesiástica.

Tres historias en las que la ironía, la sátira, la crítica social que caracteriza a

la obra de Darío Fo (Premio Nobel de Literatura en 1997), están presentes con todo

su esplendor, y en todas ellas aparece la figura de Jesucristo, y que sirven muy bien
para denunciar situaciones sociales con las que nos encontramos todos los días.

En la primera de ellas, el Arlequino, aparece vestido a la usanza de un campesino

del altiplano andino, con la máscara de la Comedia del Arte, para trasladarnos, sin

ahorrarnos la dureza de la situación, la historia de un hombre que tiene que elegir

entre dejar que el señor viole a su mujer, o quedarse con la tierra que le permite

sobrevivir a su familia. La violación se consuma, con una transmutación del juglar

en mujer de una delicadeza extraordinaria.

La segunda historia, que es la que peor funciona de las tres ya que parece que

avanza a trompicones, es la de dos pícaros, un ciego y su lazarillo, en la que el

juego de máscaras tiene una relevancia especial para dar vida a cada uno de los

dos personajes a los que Jesucristo les dejará sin medio de vida al devolverle, de

lejano milagro, la vista al ciego lo que enfrentará a los dos al dilema de encontrar un

trabajo al uso al perder su forma de vida picaresca.

Finalmente, la actriz nos relata en clave cómica el milagro de las bodas de Caná,

con un texto que le sirve al autor para enfrentar a la Iglesia católica con algunas de

las múltiples contradicciones que contienen sus escrituras de referencia, con ese

tono irreverente también característico del autor italiano.

La lengua cobra vida y el teatro arroja su luz poderosa sobre los rincones oscuros

del poder, sobre los elementos represivos con los que tenemos que convivir todos

los días, y que nos obligan a tomar decisiones que sólo terminan por favorecer a los

que nos obligan y no a nosotros mismos. Somos espectadores que hemos tomado

conciencia de nuestra importancia y a los que Oho Teatro nos ofrece una posible

salida, argumentos para luchar por nuestra libertad, y la risa, el humor ácido y la

sátira pueden ser los mejores aliados.

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