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BATALLA DE SOLFERINO

Tal día como hoy, hace 154 años, el pequeño pueblo italiano
de Solferino se hizo famoso después de que más de 40.000
soldados franceses, piamonteses y austríacos yacieran muertos o
heridos en sus puertas sin ningún tipo de atención médica. La masacre,
sin embargo, no dejó indiferente a Henry Dunant, un hombre de
negocios que, tras ayudar a coordinar la atención de los moribundos y
observar sus condiciones infrahumanas, decidió promover la creación
de la Cruz Roja Internacional.

Para entender la batalla de Solferino es necesario retroceder en el


tiempo hasta 1859, año en que Austria, dirigida por el emperador
Francisco José I, envió a su gran ejército contra la región de Piamonte
-ubicada al norte de Italia-. Al parecer, esto fue demasiado para el líder
francés Napoleón III que, haciendo valer su alianza con este territorio,
aprestó a sus tropas para enfrentarse al Imperio austríaco.

Preparativos para la masacre

Desde el comienzo del conflicto se hizo patente la superioridad del


ejército francés que, ya veterano y con una gran formación, venció a los
austríacos en las primeras escaramuzas. Sin embargo, Francisco José I
no estaba dispuesto a consentir una bofetada más. Por ello, ordenó a
sus fuerzas retirarse hasta la orilla del río Mincio, ubicado cerca de un
pequeño y bello pueblo llamado Solferino y que, hasta ese momento,
era absolutamente desconocido en la Historia.
Así, los fusileros y caballeros austríacos se prepararon para hacer frente
a los ejércitos que venían en su persecución: el piamontés y el francés.
«El emperador de Austria tenía a su disposición […] ciento setenta
mil hombres, apoyados por unas quinientas piezas de
artillería», explica el fallecido Henry Dunant, fundador de la Cruz
Roja, en su libro «Recuerdo de Solferino». Tal era la importancia
de la batalla que el propio Francisco José se puso al mando de sus
tropas.
Por su parte, las fuerzas aliadas estaban decididas a acabar con la
resistencia austríaca y, de esta forma, expulsar a los invasores del
territorio de Piamonte. Sabían que eran inferiores en número, pero la
experiencia del ejército francés jugaba a su favor. «Los efectivos de
estas fuerzas reunidas eran ciento cincuenta mil hombres y unas
cuatrocientas piezas de artillería», completa Dunant en el texto.
Comienza la batalla

«Aquel memorable 24 de junio se enfrentaron más de trescientos mil


hombres, la línea de batalla tenía cinco leguas de extensión, y los
combates duraron más de quince horas», determina el autor. Todo
estaba preparado para que el mundo fuera un cruel espectador de una
de las batallas más sangrientas de la historia.

La batalla de Solferino dejó miles y miles de muertos y heridosEsa


calurosa y radiante mañana, mientras el sol resplandecía sobre las
relucientes armaduras de los jinetes franceses, el ejército aliado inició
su avance sobre las tropas austríacas, las cuales se habían preparado
para una férrea defensa tomando posiciones en Solferino y en dos
pueblos cercanos: Medole y Cavriana.
Desde el comienzo ya se pudo dilucidar la crueldad de la batalla cuando,
decididos a tomar los primeros palmos de terreno, los jinetes aliados
pisotearon a cientos de heridos de ambos bandos para conseguir cargar
contra su enemigo. «Las herraduras de los caballos aplastaron a
muertos y a moribundos; un pobre herido tenía la mandíbula
arrancada, otro tenía la cabeza escachada, un tercero, a quien se podría
haber salvado, tenía el pecho hundido», narra Dunant.

No hubo piedad, pues un segundo de retraso podía significar una


horrible derrota para cualquiera de los dos bandos. Así, entre sangre y
gritos, se desarrolló la batalla durante horas hasta que, después de
sufrir una ingente cantidad de pérdidas a base de mosquete y metralla
de cañón, los austríacos empezaron a ceder sus posiciones.

Tras la toma de Cavriana a bayoneta calada, los aliados iniciaron la


ofensiva definitiva sobre el cementerio y la torre de Solferino. «Viendo
que faltaba a las tropas austríacas una decidida y homogénea dirección
de conjunto, el emperador Napoleón ordenó […] atacar
simultáneamente […] Solferino […] para presionar contra el centro
enemigo», completa el escritor.

Finalmente, y mientras el capellán del emperador caminaba entre los


miles de heridos ofreciendo palabras de consuelo, las fuerzas aliadas
tomaron Solferino. Bajo una espesa lluvia que apareció de improviso,
las tropas austríacas no tuvieron más remedio que abandonar la
contienda. Así, el final de los combates lo marcó el sonido de los fusiles
y espadas de los vencidos cayendo sobre el suelo, una dulce balada para
Napoleón III.

«Tras haber cedido el centro austríaco y cuando el ala izquierda ya no


tenía esperanza alguna de forzar la situación de los aliados, se decidió
la retirada general y el emperador se resignó a encaminarse, con una
parte de su estado mayor, hacia Volta […]. Para algunos regimientos, la
retirada se convirtió en una desbandada total, destaca Dunant.

La creación de la Cruz Roja


Una vez finalizados los combates las bajas se contaron por miles en
ambos bandos. Concretamente, y según determina Raymond
Bourgerie en su obra «Magenta et Solferino (1859). Napoleón III et le
rêve italien», por el bando austríaco hubo 2.261 muertos y 17.050
heridos y desaparecidos. Los números no favorecieron tampoco a los
aliados, que sufrieron más de 2.000 bajas aproximadamente y sus
heridos y desaparecidos ascendieron a 12.018.
Además, el 25 de junio la situación era dantesca en el campo de batalla,
pues era imposible prestar atención médica a los miles y miles de
heridos, que fallecían desangrados y rodeados de un insoportable hedor
a enfermedad y muerte. «El 25 de junio el horroroso espectáculo del
campo de batalla dejará para siempre un recuerdo de desolación y
desesperación. Los heridos, los muertos, estaban por todas partes […].
Las mutilaciones eran horribles: los hombres todavía vivos gritaban
locos de dolor […]. Nada estaba previsto para hacer frente a un desastre
de tal envergadura; durante tres días y tres noches los oficiales y
voluntarios […] curaron a los supervivientes con medios irrisorios»,
determina Bourgerie.

Al ver la situación de los heridos, Dunant decidió formar la Cruz


RojaEsa mañana, en cambio, destacó la figura de alguien que, hasta ese
momento, había sido espectador mudo de la contienda: Henry Dunant.
Aquel fatídico día este hombre de negocios suizo se remangó la camisa
y dirigió la evacuación de los heridos a cientos de hospitales cercanos.
«Dunant se desvivió en cuerpo y alma, organizó las ambulancias y echó
mano de los voluntarios», añade el autor.

«La conclusión de Dunant fue aterradora: “Insuficiencia de ayudas de


enfermeros y médicos. De cuarto en cuarto de hora llegan los convoys,
todas las personas están amontonadas; todos están mezclados:
franceses, árabes, alemanes […] es una angustia”. En Brescia, una
ciudad de 40.000 habitantes, su población se dobló con más de 30.000
heridos y enfermos, de los cuales se ocupaban 140 médicos, algunos
estudiantes y gente de buena voluntad», finaliza Bourgerie.

Tanto le impresionó aquella situación -40.000 hombres yacían de una


u otra forma a sus pies- que este suizo decidió proponer la creación de
lo que en un futuro sería la Cruz Roja Internacional: las
denominadas Sociedades de socorro a los heridos (caracterizadas
por su neutralidad y su finalidad de salvaguardar a los militares heridos
en batalla).

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