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AÑO 2014

Curso online/a distancia.

“LA VIOLENCIA DE GÉNERO”

TEMA IV. EL DESARROLLO PSICOSEXUAL DEL HOMBRE

INUPSI
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TEMA CUATRO: DESARROLLO PSICOSEXUAL DEL HOMBRE

El propósito de este tema no está en hacer un desarrollo a través de la


referencia de las marcas anatómicas y los cambios fisiológicos de los
cuerpos. En el campo que nos concierne, el de la violencia de género,
conviene poner el acento en la posición de la mujer y el hombre en el
desarrollo psicosexual, sus similitudes y sus diferencias. Es por ello que es
necesario comenzar con saber a qué nos referimos cuando hablamos de
hombre.

Para posicionarnos al respecto, vamos a apoyarnos especialmente en Lacan


pues consideramos que sus aportaciones son sumamente esclarecedoras en
el terreno de la sexuación... Anticipamos que la posición que el sujeto tome
respecto de la función fálica determinará lo que llamamos hombre o mujer.
Jacques-Alain Miller señala que más allá de las identificaciones imaginarias
y simbólicas, lo que diferencia lo masculino de lo femenino es una posición
frente al goce y el falo...

Ello tiene sus consecuencias en las relaciones y origina un cierto estilo


masculino. El estilo masculino suele alejarse de las palabras poéticas del
amor en aras de sistemas discursivos que se organizan taponando la
ausencia, asentados en la posición del fetiche fálico que colma todo agujero.
Tal como afirma Leclaire se trata de palabras de mujer y de discursos de
hombre. Por eso la sensibilidad exquisita de los artistas lleva la impronta de
lo femenino, así como acontece con todos los oficios y ocupaciones que
tienden a recrear la belleza en la mujer – peluqueros, diseñadores,
modistos – en contraposición discurso coherentemente Tódico – de Todo -,
penetrativo y transformador de la realidad que lleva el sello de lo
masculino, propio de la ciencia y de la técnica. De esta forma, se sostiene
que el agujero es colmable, o que la muerte es vencible.

En la mujer, la lógica que impera es sin embargo la del no todo

Para situar y entender adecuadamente esta cuestión, es necesario hacer un


recorrido por los conceptos de sexualidad, objeto, falo y goce desde las
aportaciones psicoanalíticas.

En el transcurso del tema, nos encontraremos con recorridos comunes para


el hombre y la mujer, mas son siempre caminos donde insiste el no todo de
la mujer. En todo caso, haremos continuas referencias a la mujer y a su
goce, pues es en la confrontación de las distintas lógicas desde donde se
esclarece mejor la posición masculina.

Sexualidad y desarrollo psicosexual en psicoanálisis

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Partimos de la definición de sexualidad de Laplanche:

Comencemos por la definición de Laplanche: “En la experiencia


psicoanalítica, la palabra sexualidad no designa solamente las actividades y
el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una
serie de excitaciones y de actividades, existentes desde la infancia, que
producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una
necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre, etc...) y que se
encuentran también a título de componentes en la forma llamada normal de
todo amor sexual”.

La pulsión sexual no puede encuadrarse solamente dentro del campo del


puro instinto natural. La sexualidad humana está tamizada por la cultura y
puede considerarse como pulsión o pulsiones que componen la llamada
pulsión de vida o Eros. Y es así en la medida que empuja a una ligazón
libidinal con los objetos... con la vida...

Al alejarnos de la naturaleza, podemos decir que nos alejamos de la


“natural” concepción de la sexualidad restringida a la genitalidad... Fue
Freud quien nos dio las pistas para poder comprender esta cuestión. El fue
el que señaló que la existencia de las perversiones alude a que existen
grandes variaciones en la elección de objeto y el modo de actividad sexual
de un sujeto.

Además se pueden establecer muchos grados de transición entre la


sexualidad perversa y la sexualidad llamada normal. En esos grados,
podemos destacar perversiones temporales que aparecen cuando resulta
imposible la satisfacción habitual, las actividades previas al coito, etc.

Pero sobre todo, fue el descubrimiento de la sexualidad infantil lo que ha


llevado a revolucionar el concepto...

Podemos definir la sexualidad infantil como el conjunto de manifestaciones


del desarrollo psicosexual anterior a la adolescencia y que reflejan el grado
de maduración de la pulsión sexual y el desarrollo gradual de la capacidad
de relaciones objetales.

Las observaciones psicoanalíticas han mostrado como a lo largo del


desarrollo del niño, se suceden una serie de cambios en las zonas erógenas
del niño... zonas erógenas en la medida que el niño las experimenta como
lugares importantes de tensión, gratificación y frustración (placer y
displacer). No nos extenderemos ahora en la descripción de las etapas o
estadios de las zonas erógenas (en la bibliografía se puede encontrar). Si
acaso, recordar que primero se trata de la fase oral, luego la anal, la fálica,
la de latencia y la genital que marca el comienzo de la adolescencia...

Esta elaboración de la sexualidad, nos lleva a dos consecuencias


importantes para poder entender la sexualidad del sujeto:

- Por un lado, el marco temporal de cada estadio es tan breve que cuando
predomina una fase, las otras todavía permanecen activas y con capacidad

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para producir gratificación. Es una función que va a permanecer siempre, la
catectización de una zona no excluye a las demás... Es ello lo que vamos a
encontrar privilegiado en la perversión, sí, pero también en los preliminares
de una relación sexual llamada normal.

- Por otro lado, es esclarecedor fijarse en como a medida que las


necesidades corporales básicas (como el hambre) son satisfechas por medio
del contacto con el objeto (pecho-madre), se desarrolla un apego al objeto
más allá de la necesidad. Freud mostró que la pulsión sexual se separa del
funcionamiento de conservación del organismo. En un primer momento, se
trata sólo de un pequeño suplemento de placer aportado marginalmente en
la realización de la función (por ejemplo, el placer de la succión en la fase
oral). Pero ya en un segundo momento, este placer, al principio marginal,
ganará rango y será buscado por sí mismo, aparte de toda necesidad
alimenticia o de evacuación, sin objeto exterior y de forma puramente local
a nivel de zona erógena.

A medida que se desarrolla el Yo, comienza el niño a evocar la


representación mental de los objetos que le dan satisfacción, aunque estén
ausentes, ello le asegura un plus de placer que está en la base de su
actividad autoerótica. Con el desarrollo y la experiencia, las fantasías
sexuales van haciéndose cada vez más complejas hasta convertirse en las
fantasías conflictuadas del periodo edípico, con o sin masturbación genital.
A estas fantasías edípicas se añadirán después muchos más detalles que
tendrán correlación con la manera de resolver esa compleja etapa de la
vida. Etapa compleja en la medida que constituye un verdadero taller de la
personalidad e identificaciones sexuales adultas.

En el periodo de latencia (va desde el fin de la fase fálico-edípica hasta el


comienzo de la adolescencia) hay una represión fuerte de la actividad
sexual y las fantasías no son tan intensas. Por fin, en la adolescencia, se
hace posible la gratificación de las fantasías sexuales mediante un objeto
externo. El sujeto tiene que enfrentarse a sus fantasías y deseos para poder
compaginarlos con lo posible en la realidad. Los componentes residuales de
la sexualidad infantil normalmente se reflejarán a través del juego erótico
preliminar: seducción, observación, caricias, besos, etc..., una vez que los
elementos sexuales se han organizado bajo la primacía genital...

La maduración de la organización sexual suele asociarse también a la


contención de la pulsión agresiva, con un mayor control de la expresión
excesivamente impulsiva y con la fusión del amor con el deseo sexual en
una relación objetal...

En esta elaboración de la sexualidad humana, cabe preguntarse por la


energía que conmueve a las pulsiones sexuales. Freud propuso la
existencia de dos clases distintas de energía: la sexual o libido y la
agresiva.

En el diccionario de Laplanche, la libido queda definida de la siguiente


forma: “Energía que constituye el substrato de las transformaciones de la
pulsión sexual en cuanto a su objeto (desplazamiento de la catexis), en

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cuanto al fin (por ejemplo, sublimación) y en cuanto a la fuente de la
excitación sexual (diversidad de las zonas erógenas)”.

La libido no es reductible a una energía mental inespecífica, posición que


defendería Jung. Para Freud no es así, es cierto que en ocasiones puede
devenir desexualizada, pero ello sólo es producto de un proceso secundario
y por una renuncia a las metas específicas sexuales. La libido siempre es de
origen sexual y se opone a la energía que proviene de Thánatos.

Se trata de un concepto cuantitativo. Su producción, aumento, disminución,


distribución y desplazamiento explican las conductas sexuales en todas las
etapas de la vida.

Desde este punto de vista, podemos distinguir entre la libido del yo y la


libido objetal. La libido puede tomar como objeto a la propia persona (libido
del yo o narcisista) o un objeto exterior (libido objetal). Según Freud existe
un equilibrio energético entre estos dos modos de catexis, disminuyendo la
libido objetal cuando aumenta la libido del yo, y a la inversa.

La libido, según Freud comienza catectizándose sobre el yo (narcisismo


primario) para después partir hacia objetos exteriores. Puede producirse
después una retirada de la libido del objeto hacia el yo, constituyéndose el
narcisismo secundario.

En este punto, se hace necesario elaborar el concepto de narcisismo y


objeto...

Narcisismo y noción de objeto

Narcisismo es un término que fue referido por Näcke en 1899, basado en la


correlación hecha por Havelock Ellis del mito griego de narciso con un caso
de perversión autoerótica masculina. En psicoanálisis, el significado se ha
ampliado y la perversión sólo queda del lado de lo ilustrativo. El narcisismo
es un fenómeno general del psiquismo del ser humano... Resaltar que, en la
literatura actual, este término suele estar relacionado con el concepto de
autoestima, cuestión con la que no podemos estar de acuerdo. Si bien, son
términos que están relacionados, consideramos que el término de
autoestima es un término esencialmente imaginario que queda cojo ante la
riqueza que nos puede dar el de narcisismo.

En el narcisismo, podemos decir que el sujeto comienza tomándose a sí


mismo y a su propio cuerpo, como objeto de amor. Freud distingue entre
libido del yo y libido objetal y considera que la libido del yo es la que
concierne al narcisismo y entra en equilibrio con la libido objetal. El
problema que puede existir es que si aumenta una, disminuye la otra.
Aunque Freud alude a un reservorio en el yo de energía libidinal.

Freud propone un estado narcisista primario (sin objeto) a las relaciones de


objeto. Un estado donde no se tiene en cuenta al otro. A este estado, lo

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llamará narcisismo primario. En él, no hay relación con el ambiente y no
hay diferenciación entre el yo y el ello. Su prototipo sería la vida
intrauterina.

El narcisismo primario designa (Laplanche) un estado precoz en el que el


niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. En cambio, el narcisismo
secundario designa una vuelta sobre el yo de la libido, retirada de sus
catexias objetales... Para Freud el narcisismo secundario no representa
únicamente ciertos estados extremos de regresión, constituye también una
estructura permanente del sujeto.

Las concepciones lacanianas al respecto han venido a esclarecer y


simplificar la cuestión del narcisismo. Para Lacan, el bebe que todavía no
tiene instaurado el lenguaje, no tiene ninguna imagen unificada de su
cuerpo, no hace distinción entre él y el exterior, no tiene noción ni de yo ni
de objeto. No es todavía lo que se puede denominar sujeto. Los primeros
investimentos pulsionales son, por tanto, en sentido propio los del
autoerotismo, en tanto que no hay verdaderamente sujeto. Tenemos que
tener en cuenta que si hay sujeto, existe ya objeto.

Chemama, al explicar la posición lacaniana al respecto, comenta: El inicio


de la estructuración subjetiva hace que el niño pase del registro de la
necesidad al del deseo. El grito, de simple expresión de la insatisfacción, se
hace llamada, demanda. Las nociones de yo/exterior, luego de yo/otro y de
sujeto/objeto sustituyen a la primera y única discriminación entre placer y
displacer. Es ahí, en la relación con el afuera, con el otro, donde se
construye la identidad del sujeto...

Lo que llama Lacan estadio del espejo es un símil que parte del
reconocimiento gozoso que el infans tiene cuando se mira en el espejo, aún
cuando no tiene la suficiente madurez corporal como para poder coordinar
sus movimiento y tener un control sobre el cuerpo... esta imagen funciona a
modo de anticipación de lo que el sujeto puede ser. Pero tengamos en
cuenta que desde el punto de vista simbólico, ese espejo es, en realidad, la
mirada de la madre.... Es en el reconocimiento de la madre donde el bebe
ve validada esa imagen anticipatoria... Es allí donde Lacan establece el
narcisismo primario, en la relación con el otro, con la madre... Se trata del
investimento pulsional, deseante, amoroso, que el sujeto realiza sobre sí
mismo o, más exactamente, sobre esa imagen de sí mismo con la que se
identifica.

Sobre esa base de identificación, vamos a llamar primordial, suceden


después múltiples identificaciones imaginarias., constitutivas del yo. Pero,
fundamentalmente este yo, o esta imagen del yo, es exterior al sujeto y no
puede entonces pretender representarlo completamente en sí mismo. “Yo
es otro” que dice Lacan. El narcisismo secundario sería, entonces, el
resultado de esta operación, en el que el sujeto inviste un objeto exterior a
él, pero a pesar de todo un objeto que se supone que es el mismo, ya que
es su propio yo, un objeto que es la imagen por la que se toma, con todo lo
que este proceso supone de engaño o de alienación.

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El ideal del yo se construye a partir de este deseo y este engaño...

En todo caso, tanto para Freud como para Lacan, el narcisismo remite al
mito de Narciso... Una historia de amor en la que el sujeto termina por
conjugarse tan bien consigo mismo que, por encontrarse demasiado
consigo, encuentra la muerte. Este es, según Chemama, el destino
narcisista del sujeto, ya sea que lo sepa o que se engañe: el enamorarse de
otro que cree que es él mismo, o al apasionarse por alguien sin darse
cuenta de que se trata de sí mismo, pierde en todas las ocasiones, y sobre
todo se pierde.

Estas elaboraciones del narcisismo nos llevan a la noción de objeto. Es en la


articulación con el narcisismo con el objeto desde donde se puede obtener
una mejor visión...

El objeto, según lo que hemos articulado podemos considerarlo como un


correlato del Yo. La libido narcisista que reside en el yo se extiende hacia el
objeto, pero también el yo mismo se puede tomar como objeto. La elección
de objeto es siempre una elección de tipo narcisista, se ama lo que se
quiere ser. En el plano imaginario, además, el objeto siempre se presenta al
hombre como algo inasible.

Laplanche, considera la noción de objeto en psicoanálisis, relacionada con


tres aspectos principales:

- Como correlato de la pulsión: es aquello en lo cual y mediante lo cual la


pulsión busca alcanzar su fin, es decir, cierto tipo de satisfacción. Puede
tratarse de una persona o de un objeto parcial, de un objeto real o de un
objeto fantaseado. Freud: “Es el elemento más variable en la pulsión, no se
halla originariamente ligado a ésta, sino que se adapta a ella en función de
su aptitud para permitir la satisfacción.

- Como correlato del amor u odio: se trata de la relación de la persona total,


o de la instancia del yo, con un objeto que se apunta como totalidad
(persona, entidad, ideal)

- En el sentido tradicional de la filosofía, como correlato del sujeto que


percibe y conoce: es lo que se ofrece con caracteres fijos y permanentes,
reconocibles por la universalidad de los sujetos.

Siempre se parte de que el objeto del que hablamos es un objeto que


siempre va más allá de la necesidad, en la medida que el lenguaje es el
mediador de todas las relaciones con el mundo exterior y el interior.

La noción de objeto parcial: Tipo de objetos a los que apuntan las pulsiones
parciales, sin que esto implique que se tome como objeto de amor a una
persona en su conjunto. Se trata principalmente de partes del cuerpo,
reales o fantaseadas (pecho, heces, pene...) y de sus equivalentes
simbólicos. En realidad, incluso una persona puede ser identificada con un
objeto parcial.

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El primer objeto parcial constituido y escindido sería el pecho materno, de
esta forma el pecho bueno se convierte en el prototipo de todos los objetos
protectores y gratificadores, y el pecho malo en el de todos los objetos
perseguidores externos e internos.

La noción de objeto bueno y objeto malo: Son términos introducidos por


Melanie Klein para designar los primeros objetos pulsionales, parciales o
totales, tal como aparecen en la vida de la fantasía del niño. Las cualidades
de bueno o malo se les atribuyen, no solamente por su carácter gratificador
o frustrante, sino sobre todo porque sobre ellos se proyectan las pulsiones
libidinales o destructoras del sujeto. Según Melanie Klein, el objeto parcial
(pecho, pene...) se halla escindido en un objeto bueno y un objeto malo
constituyendo esta escisión el primer modo de defensa contra la angustia.
El objeto total, posteriormente, también será escindido “madre buena y
madre mala”.

M. Klein va a enriquecer la concepción freudiana al poner el acento en los


objetos internos, cuyas cualidades de bondad y solidez son puestas a
prueba con ocasión de la pérdida de un objeto externo.

Un trabajo de duelo doloroso y normal es cumplido ya por el niño pequeño


que llega a abordar y elaborar las posiciones depresivas. En el curso de
estas, el niño toma conciencia de que la persona que ama y aquella a la que
ha atacado en sus fantasías destructivas es la misma. Pasa entonces por
una fase de duelo donde tanto el objeto externo como el interno se viven
como arruinados, perdidos, y abandonan al niño a su depresión. Sólo poco a
poco y con dolor, trabajando esta ambivalencia e impulsado por la culpa
depresiva, el niño va a lograr restablecer en él un objeto interno bueno y
asegurador. Digamos, una madre buena...

Tengamos en cuenta esta cuestión. Esto va a ser importante en el tema de


la relación de pareja y en la demanda desde la violencia. Si consideramos
que este objeto bueno no está bien constituido, la demanda puede ser
excesiva y dominada por la violencia.

La noción de objeto transaccional: Término introducido por Winnicott para


designar un objeto material que posee un valor electivo para el lactante y el
niño pequeño, especialmente en el momento de dormirse. El recurrir a
estos objetos, según Winnicott, permite al niño efectuar la transacción entre
la primera relación oral con la madre y la verdadera relación de objeto.

Objeto a: No es un objeto del mundo y, por tanto, no es representable


Ese objeto se crea en ese espacio de desencuentro entre la madre y el hijo,
ese espacio que tiene que ver con la barrera del lenguaje, hay algo que
siempre falta. Ningún alimento puede satisfacer la demanda del seno, por
ejemplo, la demanda va más allá de la necesidad. Digamos que esa falta
está en el corazón del deseo. No existe deseo sin falta...

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Lacan opone a objeto, la cosa (das Ding), que sería el objeto absoluto, la
Madre absoluta, el objeto perdido de una satisfacción mítica (acordémonos
aquí del Fort-da y la pérdida que se constituye en ese momento).

Más allá del desvalimiento, la pérdida aparece articulada con la palabra...


La pérdida está asociada a la dialéctica de la ausencia y la presencia. Una
dialéctica que instaura el proceso simbólico en el psiquismo. Freud logra
obtener un acercamiento mayor a este hecho gracias a la observación de un
juego insistente de su nieto de año y medio (Ernst Freud) ante la ausencia
de la madre: “Fort-Da”.

El niño arrojaba por la baranda de la cuna un carrete de madera atado.


Cuando el carrete se alejaba y desaparecía, el niño exclamaba “o-o-o”, que
Freud interpretó como fuera. Después el niño tiraba otra vez del carrete
haciéndolo aparecer nuevamente y con cierto placer, exclamaba: “Da” (acá
está) que simboliza dentro.

El niño logra con este juego simbolizar los movimientos de la madre,


estructurar en el lenguaje su ausencia y su presencia. Es más, pasa con
este movimiento a controlar activamente el objeto, en vez de sufrir
pasivamente la ausencia de la madre.

Como vemos, desde el principio, la pérdida aparece articulada con el


lenguaje...

Mas este mismo proceso origina un efecto paradójico que esta en la base
para entender más profundamente el efecto destructivo de lo traumático...
Es la compulsión a la repetición que Freud asociará con la pulsión de
muerte... Con el juego del carrete, el niño anticipa y simboliza el
movimiento de la madre y con esto se aleja cada vez más del mundo
natural y se mete en el mundo simbólico. El reencuentro con el placer que
representa la presencia de la madre ya no será el mismo. El niño repite el
juego, pero la ganancia de placer es relativa porque nunca se encuentra lo
que se perdió. Dicho de otra forma, en la repetición el niño intenta volver al
encuentro originario, allí donde antes del principio del placer, hubo una vez
un supuesto encuentro satisfactorio y único... Este encuentro queda dentro
de lo mítico, en realidad probablemente nunca se ha dado en la medida en
que ya nacemos marcados por un lugar simbólico, en la medida en que
somos un nombre que tiene que ver con el deseo de los padres.

La paradoja del objeto desde la perspectiva psicoanalítica, es que se


delimita en un momento de pérdida... se constituye como recorte de lo
caído. No hay objeto primero, solo hay lugar vacío que puede ser ocupado
por cualquiera de los objetos del mundo...

Por su valor central en la articulación con el objeto, recorramos en este


punto el campo del complejo de Edipo

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Complejo de Edipo.

Freud afirma que como consecuencia de lo que ocurre en el complejo de


Edipo, el sujeto sale ya con su identidad sexual constituida. Es decir, la
sexualidad debe ser asumida y puede desarrollarse en sentido contrario a lo
que la naturaleza pareciera determinar. Es importante aquí la actuación del
superyo como heredero del complejo de Edipo ya que a través de él se van
a cambiar las catexias de objeto por las identificaciones que determinan el
deseo del sujeto.

En el “Yo y el Ello” Freud dice que en el varón se produce una investidura de


objeto volcada hacia la madre, esta comienza con la investidura sobre el
pecho materno. Simultáneamente se produce un apoderamiento del padre
mediante la identificación. Luego, cuando se ve enfrentado a su padre por
compartir el mismo objeto de deseo, el niño entra en una relación de
ambivalencia con respecto a él. La identificación con el padre va tomando
otro sentido, siendo visto como rival, el niño va a adquirir una tonalidad
hostil con respecto a éste, ya que su deseo es de eliminarlo para poder
tomar su lugar junto a la madre. Estas características de ambivalencia hacia
el padre y ternura hacia la madre van a caracterizar lo que Freud llamará
complejo de Edipo positivo.

Al final de complejo de Edipo, el niño debe resignar su objeto de deseo y


para esto toma dos salidas: identificación con la madre o refuerzo de la
identificación con el padre, esta última sería descrita por Freud como más
común y afirmaría el carácter masculino del niño. Sobre este complejo de
Edipo positivo, va a surgir también un Edipo negativo donde el niño va a
manifestar una actitud tierna hacia el padre y una identificación con la
madre que pasaría a ser su rival. Estos dos complejos, que se van a jugar
juntos en la sexualidad infantil y que le van a dar su carácter de
bisexualidad, son denominados como Edipo completo.

Al final de este complejo de Edipo, como ya habíamos dicho antes, la


identificación va a jugar un papel fundamental en la formación del superyó
que no solo va a direccionar el deseo del niño hacia su masculinidad (en los
casos que Freud describe como más normales) sino que va instaurar
también la ley de prohibición. Hablando del superyó Freud va a decir que
“Su vínculo con el yo no se agota en la advertencia: ‘Así (como el padre)
debes ser’, sino que comprende también la prohibición: ‘Así (como el padre)
no te es lícito ser’, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas
cosas le están reservadas”.

En Lacan podemos ver que el desarrollo del complejo de Edipo va ser


dividido en 3 movimientos.

Como primera etapa, el niño se encuentra en una relación de indistinción


con respecto a la madre. Esto supone una relación fusionada en la cual el
niño trata de identificarse con el deseo de la madre, quien sostiene esta
situación debido a su propia falta y toma al niño como el objeto que la
completa (falo). Lacan introduce la importancia del complejo de Edipo en la

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madre, como este juega para poder convertir a la mujer en madre, en
deseo de serlo en completud con este niño que simboliza aquello que en ella
parece no estar y que desea buscar como objeto perdido. En este primero
tiempo del complejo de Edipo el deseo de sujeto queda sujetado al deseo de
la madre. Lo que el niño busca es hacerse deseo del deseo, poder satisfacer
el deseo de la madre. Ser su falo en definitiva.

Esta relación fusionada entre el niño y su madre, solo va a ser posible en la


ausencia de algo que funcione como intermediario, como tercero en una
relación dual. Una pregunta que se debe hacer con respecto a esta madre
es: ¿Qué es el niño para esta madre? La madre conserva en si, la envidia al
pene como dice Freud. Esta envidia al pene es fundamental para la
introducción del sujeto en el Edipo. Es así como la relación Madre-Niño esta
siempre articulada por el Falo, que pone al niño en el lugar de este objeto
perdido. El niño se pone en el lugar de este falo y engaña a la madre
haciéndola creer que puede colmarla, pero el falo es siempre ausencia. Pero
¿Qué será entonces la Madre para este niño? La madre esta para colmar
todas sus necesidades, es ella que le da sentido a los enunciados del niño.
El llanto por hambre recibe como respuesta el seno real que lo alimenta,
pero que también lo frustra, ya que ella, este seno, se ausenta de su
presencia, por lo que el niño pasa a imaginarlo. Este juego dialéctico de
presencia y ausencia es lo que irá construyendo en el niño la realidad. Así
va formando sus primeras impresiones del cuerpo propio y el cuerpo ajeno,
a través de las primeras desilusiones. Entendiendo la diferencia entre el
seno Real y el seno que es Imaginario.

En esta relación reciproca Madre-Hijo, se engañan haciéndose creer que


uno es todo para ese otro. “Junto al niño, para la madre siempre esta el
falo, la exigencia del falo que el niño simboliza o realiza más o menos. El
triangulo es en si mismo preedipico, introducida por la dimensión del
Edipo.”

En el segundo movimiento del Edipo lacaniano la intermediación paterna va


a jugar un papel fundamental como figura que introduce la Privación sobre
esta relación “dual” (con un tercer elemento que es el falo), privando a la
madre de su hijo. Esta privación estaría marcada por un acto real de algo
que funciona como representante fálico (simbólico). Esta experiencia de
intercepción del padre sobre esta relación Madre-Hijo va a ser vivida por el
niño como Frustración ya que lo que intercepta aquí es la satisfacción de un
impulso sobre un objeto real, la madre, que era el referente imaginario de
lo que satisface sus pulsiones.

El niño debe luego de esto, renunciar a su posición de Ser falo para esa
madre. Así, lo que se pone en juego en esta realidad imaginaria es el pasaje
del objeto fálico de eso que él era para su madre hacia eso que posee el
padre conduciendo al niño a encontrar la Ley del padre. Esto pone en juego
en el niño una relación dialéctica que lo va a hacer pasar del ser este objeto
de deseo para este otro, a querer tener este objeto de deseo. Este padre
Real que aparece como representante de la ley va a ser investido por el
niño con una significación nueva, la de poseedor del objeto de deseo para la
madre convirtiéndose así en padre Simbólico. ”Esta Ley fundamental es

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sencillamente una ley de simbolización. Esto quiere decir Edipo, el niño es
forzado por la función paterna a aceptar que no es más el objeto de deseo
para esta madre y sobre todo, no es capas de ser poseedor de este objeto,
que la madre parece buscar allá, donde este supuestamente va a ser
encontrado. De esta manera se introduce al niño en la Castración, donde
este objeto imaginario va a perder su referente Simbólico, desplazándolo
por esto que el padre parece tener pero que él no puede alcanzar.

El paso a ser dado para que este niño pueda llegar a ser poseedor del falo
nos lleva al tercer momento, en el cual el niño, ya resignado de ser objeto
de deseo pasa a querer tenerlo, lo que nos conduce directo al juego de las
identificaciones. Según el sexo, el sujeto se va a inscribir en la lógica
identificatoria donde el niño, al renunciar a ser este falo materno se
identifica con el padre, poseedor del falo. En la niña, esta relación es
distinta, como nos trae Lacan: Para la mujer la realización de su sexo no se
hace en el complejo de Edipo en forma simétrica a la del hombre, por
identificación a la madre, sino al contrario, por identificación al objeto
paterno, lo cual le asigna un rodeo adicional. Ella entra en al dialéctica del
tener sobre la forma del no-tener, pero sabiendo que eso se encuentra ahí,
al lado del padre.

En resumen, la lectura psicoanalítica de la sexualidad nos da instrumentos


sumamente útiles para poder entender el desarrollo de la problemática
sexual. Nos quedaremos de su elaboración, especialmente con los
siguientes puntos:

- La sexualidad no es sólo genitalidad.

- La energía sexual o libido comprende todo aquello que se llama amor.

- La necesidad de un equilibrio entre la libido del yo y la libido objetal.

- La importancia del Edipo como taller constructivo de la posición sexual.

- la significación del falo y las diferentes formas de sexuación.

Estos puntos marcan nuestro posicionamiento frente a la sexualidad del


sujeto... Marcan una escucha...

Sexuación y falo:

Como anticipábamos al principio del tema, más allá de la sexualidad


biológica, lo que determinan la sexualidad humana es su ubicación en el
mundo simbólico, en el mundo de lo significantes. Lacan introdujo el
término sexuación para designar el modo en que, en el inconsciente, los dos
sexos se reconocen y se diferencian.

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Freud atribuye un papel central al falo, y para los dos sexos, anunciando ya
con ello que las cosas van más allá de lo anatómico, la cosa sexual tiene
que ver con el símbolo, especialmente con el símbolo fálico.

Es desde este punto de vista que podemos considerar que la sexualidad


humana se define como subvertida por el lenguaje. De esta forma, el
término que designa sus efectos no tendrá en sí mismo un valor masculino
o femenino. Está constituido por un significante que representa los efectos
del significante sobre el sujeto, es decir, la orientación de un deseo
regulado por la interdicción. Es el significante fálico, del que el órgano
masculino sólo constituye una representación particular...

El falo, en la doctrina Freudiana, no es ni un fantasma (en el sentido de un


efecto imaginario) ni un objeto parcial (interno, bueno, malo) ni tampoco el
órgano real, pene o clítoris (Lacan, «La significación del falo»).

La significación hay que buscarla en la relación de la madre con el niño,


antes de entrar en el circuito simbólico del Edipo. Como decíamos, esta
relación no es dual; no envuelve solamente a la madre y el hijo. Hay tres
elementos presentes: la madre, el hijo y el objeto del deseo de la madre,
que Lacan denominó el falo. Una vez establecida esta estructura triangular,
el niño puede intentar convertirse en ese tercer elemento, el objeto del
deseo materno. Intentará ser el falo de la madre, encarnar el falo

En el varón se trata de que debe poder renunciar a ser el falo materno si


quiere poder prevalerse de la insignia de la virilidad, heredada del padre. La
niña debe renunciar a tal herencia y por esa razón quizás encuentra más
fácil identificarse ella misma con ese objeto de deseo. Desde allí estas
cuestiones Lacanianas:

- El hombre no es sin tenerlo (no deja de tenerlo, pero a costa de no serlo,


es decir se relaciona con tener un semblante del falo: el pene)

- La mujer es sin tenerlo (es semblante del falo pero sin tenerlo).

El falo es significante del deseo y significante de la castración... De acuerdo


a como se organicen las relaciones, se organiza la sexuación y la posición
del sujeto frente a lo femenino y lo masculino...

El falo es el símbolo de la libido para los dos sexos, es un significante que


refiere los efectos del conjunto de significantes sobre el sujeto. En
particular, es la pérdida ligada a la captura de la sexualidad en el lenguaje.
Si es el símbolo de la libido para los dos sexos, estamos hablando en
realidad de que la libido es esencialmente masculina.

Pero especifiquemos algo más sobre lo femenino y lo masculino... Lo


femenino es especialmente elocuente precisamente por su misterio...

Las particularidades propias de la feminidad que parecen haber hecho


obstáculo a la generalización de la teoría freudianas son conocidas, se trata
del problema que plantea el complejo de castración, la identidad femenina,

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la especificidad de su goce. Todo parece hacer objeción a la primacía del
falo.

Lejos de ello, en realidad esto nos está indicando que no todo es con la
mujer de la misma forma, esto nos habla de las diferentes posiciones
sexuales frente al significante... “la mujer no toda es” dice Lacan.

La teoría sexual infantil es verdadera, existe la ausencia de un símbolo del


sexo femenino. El falo tiene que ver con el significante de la falta, es lo que
le falta a la madre. A esta ausencia el niño responde, con su cuerpo mismo,
a la demanda de amor materno. Se identifica así al falo.

Identificar lo femenino carece de referente, sufre en el orden del discurso el


mismo destino que la vagina en el plano anatómico: la palabra existe, el
órgano existe, pero la investidura fálica que le sería necesaria para acceder
al saber falta por definición.

Sin embargo por esta exclusión, que corresponde a una pérdida de goce, se
provoca el deseo. Excluida del circuito del saber fálico, del circuito de los
significantes, la mujer permanece en el centro de su organización...

Goce

Para entender el concepto del goce, partamos del de deseo. El deseo es una
función dialéctica ya que siempre implica al Otro. El deseo se puede definir
como una metonimia de la demanda, la cual también implica al Otro, es una
demanda al Otro.

Con el goce, no podemos decir lo mismo. El punto de partida del goce es el


cuerpo, sólo un cuerpo puede gozar.

Este punto de partida nos lleva a pensar en la diferente relación con el


universo simbólico y con el significante del goce y el deseo. Mientras que el
deseo cae dentro del campo de la metonimia y está ligado a la movilidad y
permutación del significante, el goce tiene una relación de exclusión con el
significante.

Desde este punto de vista, el deseo hace barrera al goce, el deseo es una
barrera al goce fundada en el lenguaje.

Es necesario diferenciar entre goce y placer: El goce no proporciona placer,


el goce es antinómico con el bienestar, puede incluso confinar el dolor. Esto
es lo que le permite a Lacan formular que el principio del placer equivale al
temor a gozar, el principio del placer equivale más bien a dormir,
relacionándose el goce más bien con el despertar sin medida. Al estar fuera
de lo simbólico, va a tender a retornar en lo real y es lo que se va a
encontrar en el síntoma, de la satisfacción que el sujeto encuentra en sus
síntomas, de lo que Freud abordó como masoquismo primordial.

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Ya al hablar del superyó, hacíamos referencia al goce. Son dos conceptos
articulables en su descripción. El superyó está justamente en la conjunción
de lo simbólico y de lo real. El superyó, tal y como lo articula el psicoanálisis
es una ley que se articula apuntando al goce, haciendo de él un imperativo:
¡Goza!. Como comentábamos antes, Freud sitúa al superyó en el declinar
del complejo de Edipo porque el superyó es un llamado al goce puro, un
llamado a la no castración.

El superyó implica el cuestionamiento del bien para el sujeto como valor. El


sujeto está apegado a algo que no le hace bien. A algo que no colabora en
su bienestar. Es el goce de lo que se trata, del goce como bien absoluto y
separado del bienestar del sujeto. Ahora bien, también hay que pensar que
el goce es imposible, por lo que el imperativo también es una interdicción...
El deseo es el efecto de la imposibilidad del goce. Paradojas psíquicas...

En todo caso, el superyó, como ley insensata, está muy cerca del deseo de
la Madre, antes de que este deseo sea metaforizado por el Nombre del
padre. Se trata de la Madre sin capricho y sin ley.

El goce no está coordinado con el significante. Es necesario el Nombre del


Padre para que el goce desmedido se coordine con lo que es su semblante,
el falo. Ahí estaríamos dentro del terreno del goce fálico. El cuestionamiento
del Nombre del Padre en la sociedad actual nos lleva a una función más
acentuada del puro goce. Estamos más en el terreno de una madre sin
freno simbólico, una madre tiránica, la madre mítica más cercana a la Cosa
de lo real con el que el bebe se enfrenta al principio... Las llamadas
enfermedades actuales, en realidad son la sintomatología de este
contexto...

En el goce fálico, la mujer no toda es... Se implica otro goce que el del falo.
Motivo de un goce suplementario, la vagina no reemplaza al clítoris, cuyo
descubrimiento es solamente la consecuencia de la envidia del pene. El
desconocimiento de la vagina, que le valió a Freud tantas críticas, no
concierne tanto a su existencia como a su erogeneidad...

El apego por la madre tiene la significación de una entrada en el goce fálico.


El amor que le está destinado es sólo correlativo de una primera
identificación con el nombre propio y con el padre que lo otorga. Tal
identificación se acompaña de la atribución del falo, que hace del clítoris la
primera zona erógena. La identificación con el padre, con su nombre o con
el significante que lo evoca, es el resorte del apego a la madre. Da la
significación del falicismo tanto en la niña como en el niño.

La entrada en el goce fálico da una respuesta al goce primero,


fragmentadamente, que el niño de los dos sexos encuentra o sufre cuando
encuentra al Otro del lenguaje, momento en el que es gozado en vez de
gozar.

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El goce que la relación con el Otro del lenguaje implica es mortífero, porque
el cuerpo mismo es entonces lo que viene a paliar la incompletud del deseo
materno...

La identificación con el padre, el acceso al falicismo ponen un tiempo a ese


periodo de devastación. Sin embargo, la protección que se ofrece, que es
también una prohibición, puede ser transgredida, y es en ese punto de
fragilidad que puede resurgir el goce en exceso, que es propio del goce
femenino.

En resumidas cuentas, estamos hablando de cómo la mujer puede acceder


a dos tipos de goce sexual, uno es el fálico, el goce del órgano. El otro es el
goce del Otro, ese goce que tiene que ver con el primer goce mortífero y
que no puede ser reglado por el nombre del padre, por la ley del
significante. El goce del órgano, anatómicamente hablando, es el goce del
clítoris. El otro goce tiene que ver con el goce del Otro, ahí el cuerpo es sólo
receptáculo y una de sus cavidades se vuelve entonces erótica. Del mismo
orden que se puede investir una vagina. Es por eso que un hombre, como
una mujer, se puede dejar pasivamente investir y alcanzar también ese
goce llamado del Otro. La noción freudiana de una pasividad femenina
responde a este destino.

En la relación sexual con el otro se intenta conseguir una cierta unicidad


que elimine la falta, pero la relación no hace más que confirmar la falta. Es
ello lo que origina que el deseo se mantenga y también lo que origina una
dinámica intrapsíquica complicada que puede dar lugar a numerosos
síntomas o disfunciones sexuales....

______________________________

Terminaremos apuntando posibles destinos de ese desarrollo psicosexual,


cuestión que nos concierne...

Dado que el objeto de nuestro curso tiene que ver con la relación de pareja
y la violencia que puede darse en ella, consideramos esclarecedor y
necesario hacer una referencia a los destinos posibles del desarrollo
psicosexual. Comenzaremos con un apunte sobre la posible degradación de
la vida amorosa para pasar a los estilos de vida eróticos, considerados estos
como el destino del desarrollo psicosexual en pareja. Terminaremos
aludiendo a la estructura perversa, pues es desde allí desde donde se
producen más reacciones de violencia y maltrato.

Degradación de de la mujer en la vida amorosa y el conflicto con el deseo

Freud comienza estudiando el tema por necesidades clínicas ya que muchos


pacientes varones aludían impotencia en sus relaciones sexuales y detecta
como material patógeno común en los pacientes que consultan. El contenido
de este material patógeno sería: La fijación incestuosa no superada a la
madre y hermanas, junto con las impresiones penosas accidentales de la
actividad infantil. Otro factor que parece habitualmente tiene que ver con la
medida de frustración que impide que la libido pueda ser dirigida al objeto

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sexual femenino. Esto acarrearía una inhibición en la historia del desarrollo
de la libido. En tal caso no confluyen dos corrientes que serían la tierna y la
sensual, cuya reunión es lo único que asegura una conducta amorosa
plenamente normal.

La corriente tierna proviene de la primera infancia, se constituye a partir de


los intereses de la pulsión de autoconservación y se dirige a las personas
encargadas de su crianza. Corresponde a la elección infantil primaria de
objeto. De ella inferimos que las pulsiones sexuales hallan sus primeros
objetos apuntalándose en las pulsiones yoicas. La corriente sensual se
añade en la pubertad, en donde los objetos de la elección infantil primaria
son investidos con montos libidinales más intensos, pero la barrera que
ejerce la prohibición del incesto hará que el puber pase de esos objetos
incestuosos a otros objetos ajenos a su entorno familiar, aunque no dejan
de escogerse según el arquetipo de los infantiles. Aquí quedarán conjugadas
la ternura y la sensualidad.

Dos factores contribuirán decisivamente al fracaso de este progreso en el


desarrollo de la libido. Primero la medida de frustración real que contraríe la
nueva elección de objeto y separe al sujeto de él. Y en segundo lugar, la
medida de atracción que sean capaces de ejercer los objetos sexuales
infantiles que es proporcional a la investidura erótica depositada en ellos en
la infancia. Si estos dos factores son lo bastante fuertes, entra en acción el
mecanismo universal de la formación de neurosis: en donde la libido se
extraña de la realidad y es acogida por la actividad de la fantasía en el acto
onanista, reforzando las imágenes de los primeros objetos sexuales y
fijándose a ellos, pero sustituyéndolos por objetos sexuales ajenos a causa
de la prohibición del incesto. Por tal motivo, ahora se consume en la
fantasía a través del onanismo, el progreso que fracasó en la realidad.
Habría impotencia absoluta si toda la sensualidad del sujeto está fijada a
fantasías inconscientes incestuosas. Pero para que se produzca la
impotencia psíquica es preciso que la corriente tierna se haya conservado
intensa o desinhibida para conseguir en parte su salida hacia la realidad y lo
que se produce, entonces, es un goce escaso. Por lo tanto, lo que se
produce es una limitación en la elección de objeto. La corriente sensual, que
ha permanecido activa, solo busca objetos que no recuerden a las personas
incestuosas prohibidas. Con lo cual la vida amorosa de estos sujetos
permanece escindida, en tanto que cuando aman no anhelan y cuando
anhelan no pueden amar. Debido a que si un rasgo del objeto elegido
recuerda al objeto incestuoso que debía evitarse, sobreviene esa extraña
denegación que es la impotencia psíquica. El recurso del que se vale este
sujeto para protegerse de tal perturbación es la degradación psíquica del
objeto sexual y la sobreestimación que normalmente recaería sobre el
objeto sexual es reservada para el objeto incestuoso y sus objetos
sustitutivos. Tan pronto se cumple la condición de la degradación, la
sensualidad puede exteriorizarse con libertad.

Hasta aquí se ha reducido la impotencia psíquica al desencuentro de la


corriente tierna y la sensual en la vida amorosa, explicando a su vez esta
inhibición del desarrollo mediante los influjos de las intensas fijaciones
infantiles, la barrera del incesto y la posterior frustración en los años del

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desarrollo que siguen a la pubertad. Tras esta explicación Freud se pregunta
cómo alguien puede escapar a dicha dolencia, si tales factores que inhiben
el desarrollo de la libido son comunes a todos los hombres. Podemos
observar que la conducta amorosa del hombre en el mundo cultural
presenta universalmente el tipo de impotencia psíquica. La corriente tierna
y la sensual se encuentran fusionadas entre sí en las menos de las personas
cultas, casi siempre el hombre se siente limitado en su quehacer sexual por
el respecto a la mujer, y solo desarrolla su potencia plena cuando está
frente a un objeto sexual degradado, en donde entran componentes
perversos, ya que solo le es deparado un pleno goce sexual si puede
entregarse a la satisfacción sin miramientos, cosa que no se atreve a hacer
con su esposa. A ellos se debe su necesidad de un objeto sexual degradado,
de una mujer a quien no se vea precisado a atribuirle reparos, que no lo
conozca en sus otras relaciones de vida, ni pueda enjuiciarlo. A una mujer
así consagra de preferencia su fuerza sexual, aunque su ternura pertenezca
a una de superior condición.

Estilos de la vida erótica.

Para Néstor Braunstein, la vida erótica puede describirse en los términos


siguientes: “Descriptivamente considero que la polaridad histeria-obsesión
de la neurosis puede dividirse en cada uno de sus polos en una vertiente
virginal y una vertiente promiscua en lo que hace a la vida amorosa. Se
definirían así cuatro “tipos” de elección neurótica de objeto: histérico
virginal y promiscuo, y obsesivo virginal y promiscuo “.

Vamos entonces a categorizar cada uno de estos tipos de elección de


objeto, alguno de los cuales puede predominar en forma cristalizada, o bien
puede observarse como se varía en el transcurso de la vida de un estilo a
otro, o de una vertiente a otra; es decir de la virginal a la promiscua, por
ejemplo.

1. Estilo Histérico. El neurótico histérico se relaciona con su objeto de amor


según las características siguientes:

-El síntoma histérico representa un deseo reprimido, de tal modo que la


elección amorosa recae sobre figuras que evocan – por oposición o mímesis
– rasgos o trazos de personajes significativos de la historia edípica. El
neurótico sintomatiza su elección erótica, en cuanto articula sus deseos
edípicos más ocultos con la defensa culposa frente a ellos. De ahí que
mantenga con su pareja un vínculo ambivalente, con un alto gradiente de
identificación agresivizante, lo que marca fuertes oscilaciones del amor
hacia el odio, en una dialéctica de atracción-repulsión que no termina nunca
de estabilizarse. La escasa distancia simbólica de sus deseos-síntomas con
las escenas originarias implica un goce alto, por el que paga el costo
masoquista de la angustia y el patetismo.

-El neurótico histérico padece de una fuerte “impaciencia del corazón” e


incapaz de soportar la inevitable espera del buen momento del encuentro,

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se precipita anticipadamente y a destiempo sobre el objeto, y por querer
encontrarlo demasiado rápido, lo pierde.

La precipitación sirve a los objetivos inconscientes de sabotear el encuentro,


para reencontrar paradójicamente, en el desconsuelo de la pérdida, el vacío
del cu8al siempre pretendió huir. Desde el imaginario histérico la
aproximación al objeto equivale a la consumación edípica – a causa de la
cual la espera se torna expectación ansiosa dada la inminencia de un
encuentro prohibido -, por lo que se la tiende a cortar a acortar gracias a
una actuación impulsiva. Ésta canaliza la excesiva excitación a la vez que
opera como defensa eficaz ya que permite errar el encuentro con el objeto,
actuado por la prisa.

-La insatisfacción y el demasiado poco goce que procura el objeto


determinan una enrancia infinita, dado que cada encuentro erótico
desilusiona, en la medida en que “no era ese el objeto buscado”. El circular
entre los objetos del mundo, perdiendo alguno para reencontrar el
siguiente, genera el vértigo de la ilusión-desilusión. Se alternan las fases de
esperanza, despecho y odio, las que derivan en una estética de la
infelicidad.

-El histérico no sabe en realidad lo que quiere ni cual es la índole de su


deseo por lo que interroga al Otro “supuesto saber” sobre la esencia de
éste. Ávido de fundar un deseo, su alta sugestionabilidad lo conduce a
tomar como propio el deseo del Otro, en cuyas redes e enajena. El sujeto
histérico siempre necesita recurrir al otro - a quien le supone el saber –
para que le organice su propio deseo, le indique desde dónde se debe
desear.

Veamos ahora cómo se expresa cada uno de los modos del estilo histérico.

A. Modo virginal. Esta forma de organización de la vida erótica consiste en


la exclusión de la vida sexual, en aras de un romanticismo abstinente
anclado en ideales de pureza virginal. La entrega al Otro desmorona la idea
de completad y confronta al sujeto con su falta-en-ser, dado que la
virginidad adquiere valor emblemático fálico. Desde esta posición no se
trata de eludir la vida sexual para erradicar el goce, sino para conquistarlo
en su dimensión de autoerotismo autosuficiente. Queda conformado así con
frecuencia un modo de práctica perversa donde lo excluido es únicamente el
sexo genital, dado que éste es la marca de la dimensión de la castración.

B. Modo promiscuo. Este estilo sexual supone el despliegue de actuaciones


en la realidad, que implican consagrarse a la búsqueda en el “afuera” del
objeto fálico real, el que no se logró simbolizar ni interiorizar, a favor de
padres desaprensivos, incestuosos o incapaces de instaurar la Ley.

El modo promiscuo supone siempre una degradación de la vida erótica. En


el caso de la mujer, ésta consiste en la separación radical entre el hombre y
el pene La degradación de la vida erótica por parte de la mujer supone la
separación simbólica radical del pene del cuerpo del hombre, operación de
castración que le procura un intenso goce.

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El estatuto precario del narcisismo de las mujeres embarcadas en conductas
promiscuas, supone un marcado déficit en la posibilidad de amar. La
multiplicidad simultánea de vínculos eróticos da cuenta de una exigencia
pasional de que “nada falte”, en cuanto se entroniza al falo, más allá del
sexo de un hombre, signado por la erección y detumescencia de su pene.

La mujer erotómana – usado este término en un sentido amplio – diseña el


falo – con el que se identifica, dado que ella lo genera fantasmáticamente –
a la vez que desplaza la castración intolerable sobre el hombre-Éste, al ser
abandonado y reemplazado por un rival, confirma de forma paradójica su
impotencia fundamental, dado de que a pesar de funcionar virilmente,
padecerá la insoslayable vivencia autorreferencial de que no es sino por su
insuficiencia que fue desplazado por otro.

2. Estilo obsesivo. El síntoma obsesivo representa el castigo por la


realización de un deseo reprimido, de tal forma que la elección que marca el
destino de la vida erótica, está sometido al registro de la culpa y la
expiación. Elegir una mujer prohibida, y luego conducir la relación hacia el
fracaso, o bien castigarse optando por la mujer no deseada, son modos
paradigmáticos de expresión de este estilo patológicamente escrupuloso y
definitivamente autopunitivo.

La angustia que produce la unión con el objeto anhelado, conduce al


obsesivo a la creación de un sistema de posposición – procrastinización –
del encuentro con éste, alegando que nunca es el momento adecuado. Se
construye un universo discursivo de racionalizaciones que apoyado en las
“buenas razones”, recusa toda oportunidad erótica en aras de una mejor
ocasión. Se vive entonces retrasando el momento del encuentro, en una
espera gozosa, dado que durante el tiempo pleno de ésta nada se puede
perder.

El imaginario amoroso del obsesivo supone un anonadamiento por temor


tanto a verse confundido con el objeto de amor, como por miedo a verse
excluido de su encuentro con él.

Además para el obsesivo, la relación con el objeto le procura un exceso de


goce, por lo cual la evita apelando a una política de abstinencia y
renunciamiento, lo que configura en sí mismo un modo de goce masoquista.
Se entiende, pues, que el sujeto angustiado por las fantasías del temido
encuentro “fusional” con el objeto, opte por la satisfacción autoerótica
solitaria. Por temor a quedar atrapado en el goce ilimitado del deseo
realizado, el neurótico elige afirmar el sufrimiento de la exclusión.

Mortificado por la duda, el neurótico obsesivo se plantea a sí mismo dilemas


indecibles, los que lo distraen de la concreción del acto. Se trata, tal como
señala S. Zizek, de evitar de forma sutil la decepción inevitable que habría
de suscitarse cuando se produzca el anhelado y temido encuentro con el
objeto. Éste se aplaza indefinidamente, dado que el neurótico sabe que
finalmente lo embargará la desilusión, y para evitar el dolor de sentir que
tampoco se trata de “eso” que él suponía, elige la inhibición o cualquier

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forma de autoproscripción. Sabe que el final de la historia está destinado al
fracaso, que la completad es imposible y que la enrancia continuará
permanentemente, por lo que opta por la postergación indefinida, al seguro,
por otra parte, territorio de la ilusión.

Veamos ahora los dos modos en los que se despliega este estilo de vida
erótica.

A. Modo virginal. Las conductas abstinentes son frecuentes en la


problemática obsesiva. La fuerte disociación de la vida sexual entre la
pureza y la impureza carnal, determina la exclusión de esta última a los
efectos de sostener un ideal de plenitud ajeno al orden de la castración, la
que siempre habla cuando se involucra el cuerpo. La postergación del acto
lo ilusiona con el sostenimiento de un placer preliminar masturbatorio
prolongado, que sirve para crear la ilusión de un modo sin diferencia, la que
sólo emerge obviamente durante la penetración.

El amor cortés medieval resulta ejemplar para evidenciar un modo de


elusión de la castración, estrategia última de toda conducta virginal Lacan
se ha referido en el Seminario Aún al truco que supone el amor cortés en
los siguientes términos: “una manera muy refinada de reemplazar la
ausencia de relación sexual fingiendo que somos nosotros quienes ponemos
un obstáculo en su camino”. Se entiende entonces que la excesiva
prolongación del placer preliminar, en una posposición infinita del acto
sexual, deriva en malabarismos conjeturales, que al modo de “firuletes”
retóricos, precaven de la confrontación con el horror que despierta la falta.

B. Modo promiscuo. Un hombre, tal como lo recuerda Lacan, sólo se puede


relacionar con una mujer cuando ella entra dentro del marco de su
fantasma. Pero la posición estructural fantasmática de éste supone una
disociación y degradación de la vida erótica. La figura de la madre, que
canaliza la corriente tierna, y la de la prostituta, que moviliza la co0rriente
sensual, interactúan sin estabilizarse más que en soluciones sintomáticas,
dado que el deseo pugna ambivalentemente por la unión a la vez que por la
separación de ambas.

Las fantasías son dispositivos paradójicos que nos permiten vincularnos a


objetos que funcionan como sustitutos maternos, a la vez que operan como
pantallas protectoras que nos preservan de acercarnos demasiado a la Cosa
originaria. El deseo nos conduce a la búsqueda de los subrogados maternos
al mismo tiempo que nos protege del goce absoluto que se podría producir
en el momento del hipotético encuentro con los objetos muy cercanos a la
Cosa primordial. Éstos dejarían entonces de seducirnos con las tentaciones
edípicas que nos producen, sólo en la medida en que están tácticamente
excluidos de la posibilidad de su apropiación, y al abolirse la buena distancia
simbólica las fantasías comienzan a adquirir un carecer inquietante y
extremadamente perturbador.

El obsesivo, muchas veces opta por una mujer indiferente a su deseo, para
mantener la figura de Ella anclada como pura imposibilidad en su fantasía.
Se compromete, pues, con la que no desea para poder seguir deseando

21
fantasiosamente a la imposible “dama de su pensamientos”: he aquí el
origen de muchas elecciones matrimoniales fallidas. Al elegir a la indiferente
se precave de encontrarse con la mujer más idealizada – cercana al modelo
edípico original – aquella que podría conmoverlo, pero al precio de una
angustia intolerable. Los modos y los estilos del “defecto femenino” se
categorizar en relación con la castración, y no en función del supuesto ideal
de belleza, el que siempre opera como restitución estética de la perfección
fálica. De ahí que ninguna mujer lo contente, y cuando alguna lo hace, se
preocupa por el deterioro posible que le generará a ésta el inevitable paso
del tiempo.

En este sentido, lo que el Don Juan no acepta es que la belleza configure el


modo estético de velar el horror que le despierta la falta, y que la figura que
seguramente encarna la belleza en su imaginario inconfesable sea la de un
joven efebo apolíneo… opción estilística a la que hace obstáculo el
acendrado repudio de su homosexualidad reprimida. Recordemos que la
belleza es el correlato estético de las categorías fálicas de la completad,
unidad y simetría.

Las elecciones de pareja deben instalarse, pues, sobre un objeto erótico que
sea suficientemente cercano para despertar el deseo sin bloquearlo, y
suficientemente lejano para alejar del goce sin dejar de atraer. Difícil
distancia ésta, abierta a la proximidad excesiva de lo incestuoso y a la
distancia exagerada de lo indiferente. ¿Cómo desear sin extraviarse en el
goce? En definitiva, las conductas promiscuas delatan la incapacidad de
sostener una posición heterosexual, dado que de un modo u otro se recusa
a la mujer en su realidad, para terminar en la soledad existencial, y en la
espera vana de la madre fálica.

La estructura de la perversión

Distinta de la neurosis y de la psicosis, la perversión es una de las tres


estructuras psíquicas inconscientes en las cuales el ser humano puede
establecerse como sujeto del discurso y como agente de su acto. En este
sentido, la perversión es perfectamente "normal", incluso si molesta al
mundo, o a todo el mundo.

Podemos entender la organización de la perversión desde cuatro ejes

1. La lógica del desmentido

En la perversión, el mecanismo fundador del inconsciente es distinto que en


la neurosis. En ésta, la denegación (Verneinung) determina y mantiene la
represión (Verdrängung). Cuando un neurótico declara, por ejemplo, "mi
mujer no es mi madre", quiere decir en realidad que su mujer es su madre.
Para el perverso el mecanismo es más complejo y más sutil. Lo que Freud
llamó la Verleugnung y que Lacan destacó como desmentido, consiste en
plantear simultáneamente dos afirmaciones contradictorias a) si, la madre
está castrada b) no, la madre no está castrada. El neurótico experimenta
una gran dificultad para comprender el proceso. Esta coexistencia - que sólo
es contradictoria para el neurótico - hace del perverso un argumentador

22
temible (por lo menos cuando es inteligente) y un retórico particularmente
apto para manejar y manipular el valor de verdad del discurso para tener
siempre razón.

Básicamente, el desmentido se refiere a la castración de la madre. Esto no


hay que entenderlo solamente como el hecho de que la madre no tenga
pene, o, más finamente, que le falte el falo. La castración de la madre
significa que ella no posee el objeto de su deseo, que éste sólo puede
inscribirse como falta y que esta falta es estructural. En otros términos, en
el desmentido que el perverso opone a la castración hay una cara que
reconoce la falta estructural del objeto del deseo, pero también y al mismo
tiempo, otra cara que afirma la existencia positiva de este objeto.

2. El Edipo perverso

El Edipo perverso se distingue por el lugar especialmente particular que se


atribuye al padre en cada uno de los niveles en el que es llamado a cumplir
su función. En tanto que instancia simbólica, depositario de la ley, de la
prohibición y de la autoridad, el padre es perfectamente reconocido - el
perverso no es psicótico. Igualmente, los atributos del padre imaginario,
héroe o cobarde, padre ogro o padre ciego, son localizables y localizados
por el sujeto. Es a nivel del padre real que la perversión llama la atención.
En la situación edípica que caracteriza a la perversión, el hombre que es
llamado en la realidad a asumir el papel de padre es sistemáticamente
dejado de lado - en exilio, diría Montherlant - por el discurso materno que
envuelve al sujeto. Convertido así en un personaje irrisorio, en una pura
ficción, el padre se ve reducido a ser únicamente una especie de actor de
comedia a quien se le pide actuar de padre, pero sin que este papel
implique la menor consecuencia : es un padre "para la escena".

3. El uso del fantasma

A nivel de contenido, se puede decir que todo fantasma es esencialmente


perverso. El escenario imaginario en el que el neurótico conjuga su deseo y
su goce no es nada más, después de todo, que el modo en el que se
imagina perverso en secreto. No es por lo tanto el contenido del fantasma el
que permite diferenciar al perverso del neurótico sino, como voy a mostrar,
su uso.

Tesoro secreto, estrictamente privado en el neurótico (de tal modo que


hacen falta años de análisis para que consienta en comenzar a hablar de
ello), el fantasma para el perverso es por el contrario una construcción que
sólo toma sentido cuando se hace público. Para el neurótico el fantasma es
una actividad solitaria: es la parte de su vida que sustrae al lazo social.
Inversamente, el perverso se sirve del fantasma (sin ni siquiera darse
cuenta por otra parte de que se trata de un montaje imaginario) para crear
un lazo social en el que su singularidad pueda realizarse. Para el perverso,
el fantasma sólo tiene sentido y función si es puesto en acto o enunciado de
tal modo que consiga incluir a un otro, con o sin su consentimiento, en su
escenario. Es lo que aparece, considerado del exterior, como una tentativa
de seducción, de manipulación o de corrupción del partenaire. Por ejemplo,

23
el sádico exigirá de su víctima que ella misma le pida, acusándose de una u
otra falta, el castigo que va a infligirle - castigo que aparecerá entonces
como "merecido".

Lo que el perverso quiere demostrar, de lo que se esfuerza en convencer al


otro (a la fuerza si hace falta) no es solamente de la existencia del goce,
sino de su predominancia sobre el deseo. Para él, el deseo no puede ser
otra cosa que deseo de gozar, y no deseo de deseo o deseo de desear,
como para el neurótico.

4. La relación a la ley y al goce

Es erróneo asimilar al perverso a un fuera-de-la-ley, incluso si la


interrogación cínica, el desafío y la provocación de las instancias que
representan la ley constituyen datos constantes de la vida de los perversos.

Si el perverso desafía la ley, y más frecuentemente aún la juzga, no es


porque se considere anarquista. Por el contrario. Cuando critica o cuando
infringe la ley positiva y las buenas costumbres, es en nombre de otra ley,
ley suprema y bastante más tiránica que la de la sociedad. Pues esta otra
ley no admite ninguna facultad de transgresión, ningún compromiso, ningún
desfallecimiento, ninguna debilidad humana, ningún perdón. Esta ley
superior que se inscribe en el corazón de la estructura perversa no es, por
esencia, una ley humana. Es una ley natural cuya existencia el perverso es
capaz de sostener y de argumentar a veces con una fuerza de persuasión y
una virtuosidad dialéctica notables. Su texto no-escrito no promulga más
que un solo precepto: la obligación de gozar.

En suma, cuando el perverso "transgrede", como dice el lenguaje común,


en realidad solo obedece. No es un revolucionario, sino un servidor modelo,
un funcionario celoso. Según su lógica, no es él quien desea, no es ni
siquiera el otro: es la Ley (del goce). Es ello lo que nos comunica
nuevamente con el momento actual donde el Otro social hace un llamado
continuo al goce. En este sentido amenaza con convertir a los sujetos en
objetos...

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Para terminar...

Partimos por tanto de que no es la anatomía la que marca el destino sexual,


sino la manera de inscribirse en la lógica de la sexuación. La lógica
masculina se rige por el para todos lo mismo, por el culto a la uniformidad y
tiende a rechazar la excepción. Los hombres están mucho más apegados a
las normas, a lo que debe ser y tienen mayor apego al poder.

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La lógica femenina es la del no-todo. No existe la mujer, existen mujeres,
toda mujer es una excepción... Se plantea una paradoja actualmente en el
movimiento feminista. Al defender la igualdad, se plantea el peligro a que
esta se realice mediante la inclusión de todos iguales, bajo el modo hombre,
todos en el discurso masculino.

Los hombres separan amor y goce sexual, esta separación misma, es


condición de su goce. La elección masculina es fetichista, exige que el
objeto de goce pueda ser recortado del cuerpo del otro para obtener la
satisfacción sexual propia. La mujer por su parte consiente con frecuencia a
ocupar ese lugar de objeto para el hombre pero con el fin de obtener el
signo de amor, el goce está ligado al amor. Esto puede tener carácter de
estrago en una mujer ante la pérdida del amor.

El hombre se relaciona más con el objeto y el objeto es más fácilmente


sustituible. Para el hombre la posición femenina puede tener algo de
insoportable ya que la demanda de amor es imposible de satisfacer para
algunos hombres. Por eso, a veces sólo se puede amar a distancia.

Estas son dos posiciones tradicionales ante el amor y el goce pero estas
distinciones pueden perder relevancia hoy, ya que muchas mujeres se
sitúan también al margen del discurso amoroso, en la metonimia, la serie
de parejas múltiples. Estamos en un momento de entredicho...

PREGUNTAS:

1- Describe el complejo de Edipo completo en el hombre.

2- Articulación de las lógicas masculina y femenina en relación al


significante fálico.

3- Cualquier otro tipo de reflexión.

BIBLIOGRAFÍA

Diccionario: Laplanche, Jean & Pontalis, Jean-Bertrand (1996), Diccionario


de Psicoanálisis, Traducción Fernando Gimeno Cervantes. Barcelona:
Editorial Paidós.

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Freud, Sigmund. Obras Completas. Amorrortu Editores. Especialmente:

- Inhibición, síntoma y angustia


- Pegan a un niño
- Introducción al narcisismo
- Tres ensayos de teoría sexual (1905)
- La organización sexual infantil (1923)
- Más allá del principio de placer (1920)

Gerard Pommier: La excepción femenina y los impases del goce. Alianza


Estudio. 1986

Etchegoyen, R.H., Arensburg, B.: PERVERSIONES Y TRASTORNOS


NEUROTICOS DE LA PERSONALIDAD, En su: “Estudios de Clínica
Psicoanalítica sobre la Sexualidad”, p.9-57, Nueva Visión, Buenos Aires,
1977.

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