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El neoliberalismo desprecia el mercado interno, pues cifra sus

esperanzas en el externo. Razona así: para insertarse en los circuitos


internacionales se necesita "empresas competitivas”, por ello los salarios
no deben crecer y debe fomentarse la liberalización del mercado de
trabajo. Consideran que dado el escaso margen de ahorro de los países,
únicamente la inversión extranjera es capaz de generar crecimiento.
Bajos salarios generan un pequeño mercado interno, lo cual hace que la
pobreza persista.
Juan Antonio Morales (JAM), en un reciente artículo, no oculta su
desprecio por el mercado interno. Antes insistía machaconamente que el
crecimiento boliviano de los últimos nueve años dependía únicamente de
los altos precios de materias primas. Tras recibir un duro revés de la
realidad, ahora afirma que "si la economía ha mantenido su ritmo, aún
después de que el largo ciclo de los commodities terminara, es porque se
está financiando el gasto público, corriente y de capital con deuda
externa, y agotando las reservas internacionales”.
Todos los países que han logrado cierto grado de desarrollo lo han
hecho fortaleciendo el mercado interno. Los bienes y servicios que
produce una economía en expansión deben venderse, para ello se debe
realizar una adecuada combinación entre los mercados interno y externo.
En un país pobre el más importante de ambos es el interno, porque si el
ingreso per cápita crece, las empresas domésticas venden más y, por
tanto, aumenta su ganancia e inversión.
Mayores ingresos permiten la reducción de la pobreza y el
fortalecimiento de la clase media genera una mayor capacidad de
consumo que activa un círculo virtuoso de desarrollo. No es casual que la
moderna discusión económica se centre en la redistribución del ingreso.
JAM considera que en Bolivia el mecanismo anterior no funciona por el
grado de apertura de la economía. Argumento nada nuevo, pues en
1999, por la misma razón, dejó que el país se hundiese. Los datos para
2014 muestran que las importaciones llegaron a 10.493 millones de
dólares, de los cuales 83% corresponden a bienes de capital y productos
intermedios y únicamente el 17% a bienes de consumo. Por tanto, no es
verdad que un mayor gasto público beneficie a las economías externas.
Se lee mecánicamente la situación actual con ojos neoliberales. Antes
Bolivia no ahorraba lo suficiente, por eso debía acudir al financiamiento
externo para cubrir la inversión pública (que no superaba los 600
millones de dólares anuales). En cambio, ahora, gracias a la
nacionalización y al potenciamiento del aparato productivo, Bolivia es un
país que ahorra el 20% del producto (2014). En 2016 se prevé una
inversión pública de 6.395 millones de dólares: 80% financiado con
recursos internos y únicamente 20% con externos. A futuro se prevé
acudir a la deuda externa, pero no porque la "necesidad tenga cara de
hereje”, como ingenuamente piensa JAM, sino para acelerar el
crecimiento económico y sacar a más bolivianos de la pobreza extrema.
Financiar gasto corriente con créditos estaba bien para los tiempos
neoliberales, esa sí era una necesidad. Si Bolivia contratará créditos es
para crecer más allá del 5%, basada en un sólido plan de desarrollo.
La economía no funciona exactamente como el libro de texto. JAM
asume equivocadamente que el tipo de cambio es fijo y, por ende, no hay
política monetaria. Imagina que la tasa de interés internacional y la libre
movilidad de capitales tienen un alto impacto en la economía boliviana.
En realidad, la tasa de interés boliviana no se presta a juegos
especulativos internacionales, de ahí que el margen para que el Banco
Central pueda definir la cantidad de dinero en circulación es amplio; por
tanto, la política monetaria es vigorosa en el país. Un profesor de
macroeconomía debería saberlo.
Hubiese sido un tremendo error no apostar al mercado interno. En 2014
el crecimiento fue de 5,5%, las exportaciones netas cayeron en 1,6%,
mientras que la demanda interna se expandió en 7,1%. De continuar el
modelo neoliberal en Bolivia, la crisis sería generalizada, como lo fue a
principios de siglo. Afortunadamente se cambió el modelo.

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