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Federico II Hohenstaufen como precursor del Estado moderno: hazañas y

contribuciones

Jorge Mejía Valenzuela


El Colegio de México

Usualmente, cuando pensamos en el Estado moderno no solemos remitirnos a los tiempos


de la Edad Media. Pensamos este largo periodo como un momento de estancamiento
cultural y político en que toda autoridad solo podía existir bajo la égida de la Iglesia, siendo
el papa el gran actor político que determinaba la vida en Occidente. Esta visión, sin
embargo, peca de contar con un gran desconocimiento de las condiciones reales en Europa
durante el periodo en cuestión. En el presente escrito, me voy a enfocar en un gran líder que
representó una resistencia formidable al poder papal y cuyas hazañas probarían ser una
muestra de la política del porvenir: Federico II Hohenstaufen. Cabe mencionar, sin
embargo, que no pretendo hacer una revisión biográfica sobre este personaje; tal cometido
escapa a la intencionalidad del presente escrito.
De manera más concreta, en este ensayo mostraré algunos de los elementos que son
constitutivos del Estado moderno y argumentaré que, si bien el reinado de Federico II no
representó un quiebre radical con la política de su, este en efecto contó con suficientes
características y particularidades para que pueda ser considerado como un precursor de la
concepción moderna del Estado. Mediante su constante actitud desafiante ante las acciones
y ambiciones políticas de los papas con los que tuvo que lidiar en vida, Federico II mostró
una determinación poco vista en la historia medieval, de tal suerte que, a pesar de ser un
hombre plenamente medieval, contaba con una sensibilidad moderna que le permitió regir
de la manera que lo hizo. Antes de abarcar estos hechos, sin embargo, es importante notar
algunos de los elementos fundacionales del Estado moderno, ya que solo así se pueden
notar las contribuciones que Federico II hizo en su momento.
Dicho esto, es preciso hacer una rápida revisión de algunos otros elementos
constitutivos del Estado moderno. Para este respecto, Pierson1 nos dice que existen ocho
elementos que son característicos del mismo: 1) el monopolio legítimo del uso de la

1
Christopher Pierson, “The Modern State”, 2da edición, Nueva York, Routledge, 2004, p. 6

1
violencia; 2) la territorialidad; 3) la soberanía; 4) la constitucionalidad; 5) el poder
impersonal; 6) la burocracia pública; 7) la autoridad y legitimidad; y 8) la ciudadanía. No
me detendré a esbozar los componentes prácticos que componen a cada uno de los
elementos listados, ya que correría el riesgo de divagar demasiado de hacerlo. Sin embargo,
es importante notarlos, así como lo es apuntar el hecho de que éstos funcionan en tándem
para conformar de esta manera lo que hoy comprendemos como Estado.
Generalmente, cuando se habla de la génesis de la concepción moderna del Estado
es común remitirnos a la figura de Thomas Hobbes. Esto se debe a una razón muy sencilla:
bajo la antropología negativa de la cual parte Hobbes, la razón de ser del Estado no radica
en la noción medieval de fungir como la voluntad divina, sino que este es producto de un
contrato social que los hombres realizan entre sí para evitar el estado de la guerra de todos
contra todos. De esta manera, el poder político deja de recaer en el seno de la Iglesia para
estar por completo en manos del soberano, quien funge como representante del pueblo para
valerse de la fuerza y así terminar el estado de guerra de todos contra todos. A este respecto
es importante hablar de la noción de soberanía en Hobbes, ya que este es considerado uno
de los elementos fundacionales del Estado moderno. Al respecto Passerin nos dice que
La noción hobbesiana de la soberanía es infinitamente más compleja y sutil de lo que
ordinariamente se cree y, desde luego, mucho más compleja que la de Austin; no está
basada en hechos, sino en principios: lo que “hace” al soberano no es la “obediencia
habitual”, sino la “autorización”. Concebir, como lo hace Hobbes, que el Estado y el
Derecho han surgido al mismo tiempo, significa afirmar que el poder soberano está sujeto a
limitaciones legales, por más que éstas consistan más en imposibilidades de obrar que en
deberes. Es decir, que el soberano está cualificado para legislar con arreglo a ciertas normas
existentes, aunque tales normas estén dentro del sistema y le confieran un poder ilimitado.
Hobbes sanciona la posición del Estado moderno como soberano independientemente qua:
independencia que no implica simplemente una cuestión de fuerza, sino que quiere expresar
la inexistencia de un sistema normativo superior que confiera el poder al soberano de la
nación. En resumen, la teoría hobbesiana de la soberanía es una descripción del Estado en
términos de poder, no de poderío; constituye un intento de mostrar cómo el Estado puede
ser entendido tan solo como un sistema legalizado.2

2
Alessandro Passerin, “La noción del Estado”, (trad. Antonio Fernández-Galiano), 1ra edición, Madrid,
Euraméica, 1967, p. 127

2
De esta manera, podemos ver cómo la teoría hobbesiana del Estado parte de un
iuscentrismo en contraposición de la doctrina cristocéntrica propia de la Iglesia. Así,
Hobbes parte de una noción del derecho fundamentada sobre la sociedad civil, en que la
función política del Estado recae en proporcionar seguridad a sus ciudadanos. El soberano,
pues, pierde su función divina para conformar una teoría del derecho por los hombres y
para los hombres, de tal suerte que la autoridad eclesiástica pasa a un segundo plano; esto
implica, por supuesto, que las cuestiones del espíritu se separan de las cuestiones del
manejo de la res publica, haciendo una tajante separación entre Iglesia y Estado, entre
espíritu y política.
Otro aspecto fundamental de la teoría hobbesiana del Estado recae en su
nominalismo, en que se dejan a un lado las nociones corporativas de la conformación del
Estado en que se utiliza la analogía del cuerpo como un organismo cuyos componentes
funcionan en tándem para dar pie así al orden social en tanto tal. Al ver al hombre como
una entidad esencialmente malvada y egoísta, en que todos buscan su beneficio particular
por sobre el bien común, Hobbes sienta las bases del liberalismo al entablar la noción de
individuo como una parte constitutiva de la conformación del Estado. De esta manera, es
mediante el libre albedrío de cada quien que se transfiere la totalidad de poder al cuerpo del
soberano, el cual goza de un poder ilimitado para asegurar su función de preservación de la
seguridad de los ciudadanos. Al respecto, Hobbes dice que
El único camino para erigir semejante poder común, capaz de defenderlos contra la invasión
de los extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que por su propia
actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir satisfechos, es
conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los
cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad. Esto equivale
a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que represente su personalidad; y que
cada uno considere como propio y se considere a sí mismo como autor de cualquiera cosa
que haga o promueva quien representa su persona, en aquellas cosas que conciernen a la paz
y a la seguridad comunes; que, además sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de
aquel, y sus juicios a su juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una
unidad real de todo ello en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con
los demás, en forma tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre
o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que

3
vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos de la misma
manera. Hecho esto, la multitud así unida en una gran persona se denomina ESTADO, en
latín CIVITAS.3
Aquí también recae otro punto fundamental sobre la noción de soberanía en Hobbes, esto
es, que el Estado no tiene que estar necesariamente regido por un monarca, sino que bien
puede serlo por una asamblea. La soberanía así no es un concepto que radique en un solo
hombre, sino que radica en el pueblo; sin embargo, es preciso notar que para Hobbes el
pueblo no está conformado, por sí mismo, por las masas de personas que constituyen la
base de la sociedad, sino que el pueblo es la entidad soberana que detenta el poder. Así,
Hobbes construye una teoría del Estado en que la soberanía es un punto fundamental para
el buen funcionamiento del Estado, pero ésta se ve regida por un soberano que tiene una
serie de derecho y obligaciones ante la sociedad civil.
Si bien la teoría hobbesiana del Estado y la soberanía prueban ser elementos que no
se pueden aplicar directamente al caso de Federico II, es preciso notar que las acciones del
mismo representaron un cierto quiebre con la Iglesia (o por lo menos con la autoridad
papal), así como un esfuerzo loable de tratar las materias del Estado como cuestiones
propiamente políticas y no tanto espirituales. El movimiento hacia una posición iuscéntrica
es particularmente relevante en este aspecto, ya que, a pesar de que no hubo un cisma
absolutamente radical con la Iglesia Federico II sí partió de preceptos jurídicos que
escapaban a la doctrina divina. Al respecto, Kantorowicz nos dice que
[…] la “teología de gobierno” imperial de Federico, aunque influida por el pensamiento
eclesíastico, impregnada de la jerga del derecho canónico e inspirada por el lenguaje
cuasicristológico en la exposición de los arcanos de gobierno, ya no era dependiente de la
idea de una monarquía cristocéntrica. Los principales argumentos de Federico y sus
consejeros legales derivaban y estaban determinados por el derecho; para ser más exactos,
del derecho romano. En efecto, la función dual de “señor y ministro de justicia” del
emperador procedía de la lex regia […]; provenía de aquella famosa ley por la cual los
antiguos Quirites conferían al princeps romano el imperium junto con un derecho limitado
de creación del derecho, y de exención del derecho. Y es a partir de este momento cuando

3
Thomas Hobbes, “Leviatán”, (trad. Antonio Escohotado), 2da edición, Madrid, Editora Nacional, 1980, p.
140-141

4
una rigurosa teoría iuscéntrica empieza a irrumpir en el estrato de la misteriosa
christomimetes que había predominado en los siglos anteriores.4
De esta manera, podemos ver que hubo un cierto grado de secularización bajo el régimen
de Federico II, un aspecto sorpresivo considerando que vivió bajo una época donde la
Iglesia seguía contando con un control férreo de los asuntos de la vida pública. Así, la
incorporación de elementos laicos dentro de la doctrina del derecho seguida por Federico II
probó ser una poderosa herramienta para comenzar a ver los asuntos políticos desde una
perspectiva realista, dejando a un lado las narrativas religiosas para concentrarse en el
ejercicio del poder civil.
Ahora que se ha mencionado un poco la cuestión de la concepción hobbesiana del
Estado, considero prudente detenerme en el pensamiento del sociólogo alemán Max Weber
a manera de mostrar algunos de los otros puntos importantes respecto a la concepción
moderna del Estado. Un primer punto a destacar es la cuestión de la dominación en el
pensamiento weberiano. Para Weber, existen tres grandes tipos ideales que representan las
formas de dominación en una sociedad dada: la racional, la tradicional y la carismática. Las
define de la siguiente manera:
1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de ordenaciones
estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la
autoridad (autoridad legal).
2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las
tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa
tradición para ejercer la autoridad (autoridad tradicional) .
3. De carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad,
heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas
(llamada) (autoridad carismática).5
Para Weber, el tipo de dominación por excelencia en el Estado moderno es la racional. La
legitimidad de la misma reza a que corresponde a una visión objetiva regida por normas
abstractas las cuales escapan del particularismo propio que cualquier gobernante pudiera

4
Ernst Kantorowicz, “Los dos cuerpos del rey”, (trad. Susana Aikin Araluce y Rafael Blázquez Godoy), 1ra
edición, Madrid, Akal, 2012, p. 129
5
Max Weber, “Economía y sociedad”, (trad. José Medina Echeverría et al.), 2da edición, México, D.F., FCE,
1944, p. 172

5
tener, de tal suerte que el Estado y su aparato burocrático (el cual es fundamental para este
tipo de dominación) existen por fuera de cualquier sujeto en particular. Esto es importante
dado que elimina las arbitrariedades que podrían surgir de contar con un sistema el
funcionamiento del aparato estatal se vea regido por consideraciones personales, haciendo
que el ejercicio de la función pública sea un ejercicio racional, razón por la cual dicho tipo
de dominación es denominado de esa manera.
Comprender los tipos ideales que componen los tres tipos de dominación expuestos
por Weber es algo que resulta sumamente importante si tenemos la pretensión de
comprender la manera en que la política es ejercida dentro de una sociedad, ya que estas
categorías analíticas corresponden a distintos momentos del desarrollo histórico de una
comunidad. Dicho esto, es preciso profundizar un poco más y hablar sobre la noción de
Estado en Weber. Él nos dice que
Desde el punto de vista de la consideración sociológica, una asociación "política" y en
particular un "Estado" no se pueden definir por el contenido de lo que hacen. En efecto, no
existe apenas tarea alguna que una asociación política no haya tomado alguna vez en sus
manos, ni tampoco puede decirse de ninguna, por otra parte, que la política haya sido
siempre exclusivamente propia de aquellas asociaciones que se designan como políticas, y
hoy como Estados, o que fueron históricamente las precursoras del Estado moderno. […]
Hoy, en cambio, habremos de decir: el Estado es aquella comunidad humana que en el
interior de un determinado territorio -el concepto del "territorio" es esencial a la definición-
reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima. Porque lo específico
de la actualidad es que a las demás asociaciones o personas individuales sólo se les concede
el derecho de la coacción física en la medida en que el Estado lo permite. Este se considera,
pues, como fuente única del "derecho" de coacción.6
De esta manera, vemos que el elemento por antonomasia de la constitución del Estado es el
monopolio legítimo del uso de la violencia. Con esto, Weber se refiere a que el Estado
cuenta con el uso discrecional de instituciones tales como el ejército y la policía, y que
cualquier otra agrupación que tenga pretensiones de ejercer el poder parte de una carencia
de legitimidad debido a que no resulta representativa del pueblo y sus necesidades. De esta
manera, la concepción del monopolio legítimo de la fuerza se relaciona con la visión del

6
Ibid, .1056

6
Leviatán de Hobbes, en que los individuos claudican parte de su libertad en aras de ver su
seguridad garantizada por un órgano central.
Comprender la noción del Estado y de los tipos de dominación de Weber resulta
importante debido a que Federico II logró hacer una combinación de los tres gracias a sus
hazañas políticas. Como un rey medieval, el elemento tradicional resulta evidente, teniendo
su posición justificada por la doctrina cristocéntrica y el poder divino que ésta le confería;
la carismática radica en su utilización de la iconografía religiosa y en su determinación
política, siempre desafiante y astuta, para legitimarse ante sus súbditos; y la racional se
puede observar en su desarrollo de cuadros administrativos laicos para substituir a los
funcionarios eclesiásticos que determinaban el desenvolvimiento de la vida pública antes de
la llegada al poder de Federico II.
Un punto que resulta fundamental destacar sobre cómo Federico II fungió como un
representante precursor al Estado moderno radica en la fundación de la universidad de
Nápoles en 1224. Previamente se mencionó cómo Federico II, si bien no logró
desprenderse de manera tajante con la doctrina del derecho de la Iglesia católica, sí logró,
en efecto, incorporar elementos seculares en su concepción del derecho y el manejo de las
cuestiones públicas. La fundación de la Universidad de Nápoles en 1224 representó un
primer avance en este sentido, ya que, además de ser la primera universidad en Europa que
se fundaba desde el Estado, el fundamento de dicha universidad era explícitamente el
formar cuadros administrativos que fungieran como burócratas profesionales laicos que
reemplazaran a los funcionarios eclesiásticos. Al respecto, Kantorowicz nos dice que
The emperor stated most explicitly in the charter of the university that its first
function was to train shrewd and intelligent men for the imperial service; men to
whom the practice of the law could be entrusted throughout the kingdom. […]
Naples thus became the first utilitarian State University, distinguished from all
existing high schools and Church universities by the fact that teaching was to be
carried out not for the sake of knowledge merely but for the advantage of the state,
that it was to be a nursery for imperial officials and not for priests.7

7
Ernst Kantorowicz “Frederick the Second: 1194-1250”, (trad. E.O. Lorimer), 1ra edición, Londres,
Constable, 1957, p. 132-133

7
De esta manera, podemos ver cómo Federico II intentaba escapar del control férreo de la
Iglesia e imponer un dominio que funcionara independientemente de la autoridad
eclesiástica, todo en aras de aumentar el poder imperial e incrementar la independencia que
el mismo tenía frente a la autoridad papal. Esto es absolutamente fundamental ya que la
formación de una burocracia secular y especializada surge, por lo menos en Europa, gracias
a Federico II y su afán de no verse sometido a los designios políticos de la Iglesia.
Es en este punto donde es preciso empezar a hablar de Federico II y su manera tan
particular de hacer política durante la época en que vivió. Un punto sumamente interesante
que es precio notar es el hecho de que, a pesar de contar severos problemas con varios
papas, Federico II se valió de la iconografía religiosa para legitimarse, y no solo eso, sino
para utilizarla en contra de la autoridad papal. En este punto es preciso detenernos y hablar
un poco sobre la concepción de los reyes en la Edad Media y su relación con la Iglesia. En
este punto, Cantor nos dice que
The Christian tradition of kingship was ambiguous. It tended to favor the power and
authority of kings, but statements or concepts that would deny or limit the royal power
could be found in the Scriptures. The royalist tradition was based on sacred history,
particularly on the Old Testament story of Samuel’s anointing by rubbing holy oil in his
head. Then it became an extremely influential image, and anointment was a key
constitutional ceremony in Latin Europe after about A.D. 750. David refused to resist Saul
when the king behaved badly, on the ground that Saul was the anointed of the Lord, and his
refusal was a powerful example to medieval men. The sacred authority of anointed kings
was a self-evident proposition, like the force of gravity, and resistance to kings was
unnatural8.
De la cita proporcionada, podemos ver que el poder regio estaba básicamente asegurado
debido a que en la época todavía no surgían varias de las nociones del Estado en que se
concebía a este como un cuerpo político representativo del pueblo, sino que la doctrina
cristocéntrica seguía siendo dominante. Desde esta perspectiva, el rey fungía como un
representante de la voluntad de Dios, por lo que era muy difícil que un rey se viera
desligitimado, a no ser que atentara contra la Iglesia.

8
Norman Cantor, “Inventing the Middle Ages”, 1ra edición, Nueva York, Quill, 1991, p. 105

8
Otro punto que es importante destacar ya que estamos hablando sobre la cuestión de
la relación entre la Iglesia y el emperador durante la Edad es la doctrina de las dos espadas.
En resumidas cuentas, se puede considerar como un pacto de complicidad entre el
emperador y el papado, en que ambos gozaban de legitimidad política, el primero por
enfocarse en las cuestiones del hombre y el segundo por hacerlo en las cuestiones del
espíritu. Al respecto, Sabine nos dice que
La posición característica desarrollada por los pensadores cristianos en la época patrística
implicaba una organización y dirección duales de la sociedad humana en interés de las dos
grandes clases de valores que debían ser conservados. Los intereses espirituales y la
salvación eterna están bajo la guarda de la iglesia y forman la provincia especial de la
enseñanza, dirigida bajo el clero; los intereses temporales o seculares y el mantenimiento de
la paz, el orden y la justicia, corresponde a la guarda del gobierno civil y constituyen fines
que deben lograrse mediante los esfuerzos de los magistrados. Entre ambos órdenes, el del
clero y el de los magistrados civiles, debe prevalecer un espíritu de mutua ayuda. Esta
doctrina de la mutua ayuda apenas dejaba línea que no pudiera atravesarse legítimamente en
caso de emergencia que amenazase con la anarquía en lo temporal o con la corrupción en lo
espiritual. Pero, a pesar de la vaguedad de la definición, se sentía que tales ocasiones
extraordinarias no destruían el principio de que ambas jurisdicciones debían permanecer
invioladas, respetando cada una los derechos ordenados por Dios para la otra.9
Es importante comprender la doctrina de las dos espadas debido a que los intentos de
Federico II de desprenderse de la autoridad papal para aumentar su poderío representa un
quiebre con dicha doctrina, ya que, como he mencionado, bajo su régimen se trató de partir
de un nuevo marco jurídico separado de las cuestiones del espíritu para efectuar la
legislación pública. De esta manera, Federico II negaba la autoridad papal, la cual era una
amenaza para sus intereses políticos, por lo que es importante recalcar nuevamente que un
rasgo fundamental del gobierno de Federico II fue el intento de secularización del Estado y
la política en general. Así, en el reino de Sicilia se estableció así una especie de ministerio
público con una nueva concepción de la ley la justicia diferente a la medieval. Ya no se
trataba de amparar o proteger los derechos de los caídos en desgracia, sino que ahora había
una institución estatal que perseguía de oficio los delitos cometidos contra el Estado

9
Sabine, George, “Historia de la teoría política”, (trad. Vicente Herrero), 3ra edición, México D.F., FCE,
1994, p. 167

9
incluida la blasfemia contra el rey. Esto prueba ser fundamental ya que vemos que, si bien
Federico II no mostró un quiebre absoluto con la Iglesia o la función teocrática, dio unos
primeros pasos necesarios para realizar la distinción entre Iglesia y Estado.
En el presente escrito, he mencionado cómo Federico II representó de cierta manera
los tres tipos de dominación propuestos por Max Weber. Ya se mencionó cómo tenía
asegurado la legitimidad tradicional debido al sistema político de su tiempo y su vínculo
con la doctrina divina, así como también se habló de cómo incorporó la dominación
racional mediante la conformación de cuadros burocráticos seculares por medio de la
fundación de la Universidad de Nápoles. Eso nos deja con la cuestión de la dominación
carismática. Este aspecto se puede ver en cómo Federico II se valió de la iconografía
católica para crear un aire divino en su persona, de tal suerte que su legitimidad se vio
determinada no solo por su condición real, sino por su asombrosa capacidad de utilizar los
símbolos de su enemigo en su contra.
Uno de los aspectos primarios que funcionaron para que Federico II pudiera valerse
de la iconografía católica para justificar su poder es precursora a su vida misma. Esta es una
vieja profecía que el poeta latino Virgilio en su cuarta égloga, la cual varios poetas y
trovadores de la época, como Pedro de Éboli, le atribuyeron a Federico II al momento de
nacer. Al respecto, Kantorowicz nos dice que
Before celebrating in his mighty epic the future of Imperial Rome, the poet painted in this
relatively short poem his picture of the future ruler of the world. He lent him all the
attributes of the Messiah: as befits a son of God he shall greet Life with a smile, he shall
bring peace on earth and the Age of Gold, and shall evoke once more the kingdom of
Apollo. The Middle Ages never paused to reflect that Vergil’s promises might seem to be
fulfilled in Augustus, Emperor of Peace, the poet’s patron. To that Christian age such
prophetic verses could bear one interpretation only –a miraculous foretelling of Christ’s
advent. That they foretold a “Ruler” was no deterrent, for men were wont to praise Christ as
“King of the World” and “Emperor of All”, and to represent him graphically, in a
mandorla, throned in the clouds, bearing the globe and law book in his hand and on his
head his diadem: the stern Ruler of the Cosmos. To the pious mind it was but one miracle
the more, that the heathen Virgil, like the prophets of the ancient covenant, had known and
told the coming of the Redeemer.10

10
Ernst Kantorowicz, Frederick the second: 1194-1250, op. cit, p.3

10
Así, Federico II se vio como el portador de un hálito místico desde su nacimiento en
diciembre de 1194, sin tener que haber realizado hazaña alguna para conferirle una
poderosa autoridad política. Esta profecía sirvió para crear una leyenda en vida respecto a
su figura, haciendo así que se tornara en un caudillo idealizado el cual buscaba la gloria y el
máximo bienestar para su impero.
La profecía de Virgilio, si bien representó una potente fuerza centrípeta que
contribuyó a que Federico II se legitimara como una figura mesiánica, no puede
comprenderse por sí misma, ya que fueron las mismas acciones de Federico II las que
parecían confirmar dicha profecía. Uno de los elementos más importantes a este respecto
fue la cruzada de 1128. Es importante destacar un punto antes de proceder a hablar de esto,
y esto es que el papa Gregorio IX excomunicó a Federico II en 1127 debido a que éste
seguía postergando una incursión armada hacia Jerusalén. Una vez que esto ocurrió,
Federico II no tenía muchas alternativas, por lo que decidió emprender la cruzada sin el
apoyo papal en aras de mantener su legitimidad. De esta manera, Federico II el junio
siguiente valiéndose principalmente de recursos diplomáticos, con lo que logró obtener el
control sobre Jerusalén, Narazeth y Belén sin derramar sangre, hecho que logró debido a
sus esfuerzos diplomáticos y su hábil manejo de la lengua árabe, así como de los
conocimientos más contemporáneos en la ciencia y filosofía orientales.
Es aquí donde Federico II se valió de la antigua profecía de Virgilio, la cual
clamaba que llegaría un gran líder de cualidades mesiánicas el cual volvería a obtener el
control de Jerusalén para el mundo Occidental, valiéndose tan solo de sus cualidades
divinas para poder lograr dicho cometidos. Así, en marzo de 1129 Federico II fue a la
iglesia del santo sepulcro y se autocoronó como rey de Jerusalén, proporcionándole así una
legitimidad inusitada que se vio amenazada ante la excomunión papal. Al respecto,
Kantorowicz nos dice que
Frederick II made no effort to derive from doctrines and theories a belief in the
immediate relationship of God to Emperor –a doctrine fiercely denied by the Popes
since the evolution of the Hierarchy- he based it on the miracles of his own career,
obvious to all and far-renowned, which proved as nothing else could do that God’s
immediate choice rested on his imperial person, if not his imperial office. This
personal element could be reinforced by doctrine, such as teaching of a certain

11
supernatural character inherent in the imperial majesty. Before the great breach
Pope Gregory had written that God had installed the Emperor as a secon Cherub; he
had been elevated “not as a Seraph but as a second Cherub, as a token of
resemblance to “the only-begotten son”, so they wrote later. This angelic character,
which Pope Innocent had claimed for himself –“less than God, but more than a
man”- was alluded to by Frederick in the words wherewith he announced the
imperial triumph in Jerusalem to the world at large.11
Aquí nuevamente podemos ver cómo Federico II se valió de la iconografía religiosa para
legitimarse y justificar su dominio político, a la par que desacreditaba a la autoridad
eclesiástica para disminuir su poder de injerencia sobre el imperio. Como se ve en la cita
anterior, Federico II derivó su doctrina en la relación inmediata entre el emperador y el rey,
hecho que no podía ser bien visto por el poder papal ya que esto representaba una afrenta
contra su autoridad política. Sin embargo, Federico II no tenía reservas en cuestionar dicha
autoridad, por lo que representó un claro exponente de la política del porvenir.
De la argumentación que ha seguido el presente texto, podemos ver que, si bien
Federico II no representó un quiebre absoluto con la Iglesia o la lógica política religiosa, si
proporcionó poderosos elementos para cuestionar el orden establecido de su época y de tal
manera repensar la naturaleza del vínculo político. Esto es algo que se vio durante sus
constantes afrentas contra la autoridad papal, el establecimiento de un instrumento
burocrático secular, la búsqueda por la centralización del ejercicio del poder, el
establecimiento de un derecho iuscéntrico y la utilización de iconografía religiosa para
legitimarse a la par que cuestionaba a la autoridad eclesiástica. Por consiguiente, podemos
ver que Federico II, si bien seguía siendo un hombre plenamente medieval, proporcionó
suficiente elementos de avanzada durante su época como para ser considerado un digno
precursor del Estado moderno. Las hazañas de Federico II se han convertido en una suerte
de mito que rodea a una figura que podría atrapar a cualquier debido al aire místico y
desafiante que exhala; a fin de cuentas, son pocas las figuras que pueden ser tan desafiantes
y salir victoriosas.

11
Ernst Kantorowicz, Frederick the second: 1194-1250, op. cit, p. 199

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Bibliografía
Cantor, Norman, “Inventing the Middle Ages”, 1ra edición, Nueva York, Quill, 1991
Hobbes, Thomas, “Leviatán”, (trad. Antonio Escohotado), 2da edición, Madrid, Editora
Nacional, 1980
Kantorowicz, Ernst, “Frederick the Second: 1194-1250”, (trad. E.O. Lorimer), 1ra edición,
Londres, Constable, 1957
Kantorowicz, Ernst, “Los dos cuerpos del rey”, (trad. Susana Aikin Araluce y Rafael
Blázquez Godoy), 1ra edición, Madrid, Akal, 2012
Passerin, Alessandro, “La noción del Estado”, (trad. Antonio Fernández-Galiano), 1ra
edición, Madrid, Euraméica, 1967
Pierson, Christopher, “The Modern State”, 2da edición, Nueva York, Routledge, 2004
Sabine, George, “Historia de la teoría política”, (trad. Vicente Herrero), 3ra edición,
México D.F., FCE, 1994
Weber, Max, “Economía y sociedad”, (trad. José Medina Echeverría et al.), 2da edición,
México, D.F., FCE, 1944

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