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Tantas Luna Victoria Carlos

“Año de la lucha contra la corrupción e impunidad ”


I.E.P. AUGUSTO SALAZAR BONDY

COMO ESCRIBIR UN LIBRO

Nombres : Tantas Luna Victoria Carlos

Docente : Horna Rodríguez, Gilmer Walter.

Curso : Computación

Grado : Segundo.

Sección : Única.

Bimestre : I.

Fecha : 16/04/2019
Tantas Luna Victoria Carlos

Como escribir un libro


1. Crea un plan.
El primer paso para escribir un libro es hacer un plan. Aquí es donde muchos autores
potenciales fallan. Tienen la intención de escribir, pero nunca se sientan y hacen un plan
para lograrlo. ¿Qué tan seguido escribes? ¿Cuándo? ¿Diariamente, semanalmente?
¿Cómo organizarás tu día para escribir más? ¿Qué harás los días que te sientas
bloqueado? Escribir un libro es como un negocio y todos se inician con un plan.
2. Planea el diseño de la portada.
Normalmente yo contrato a un diseñador antes de escribir. La portada del libro me
motiva, hace que el libro parezca una realidad. Suelo colgar algunas copias en mi casa
para motivarme y seguir escribiendo aunque no me den ganas. Si me retraso, tengo la
portada ahí todo el tiempo.
3. Escribe.
Una vez que tengas un plan, comienza a escribir. El primer libro que hice me tomó tres
años. Escribía un poco cada semana hasta que por fin terminé. Pensé que era normal
que tomara tanto tiempo, pero luego conocí a Jon Gordon, autor de “El autobús de la
energía” (The energy bus), y le pregunté cuánto se había tardado él. Me dijo que
normalmente le toma un día o dos, pero que para hacer el gran final se tarda a veces un
poco más.
Esto cambió por completo mi mentalidad. Mi segundo libro lo escribí en mi camino de
regreso de Las Vegas a Boston. Mi publicación más reciente me tomó un día. Es increíble
lo que puedes lograr cuando apagas el email, el teléfono y te aislas del mundo. Para cada
uno de mis libros, comencé con el nombre de mis capítulos. Luego escribí mis
pensamientos e historias capítulo por capítulo. Otra buena forma de hacerlo es través
de un blog. Si escribes en tu blog constantemente, esos artículos pueden ser compilados
en un libro.Contrata a un escritor fantasma. Yo prefiero escribir mi propio contenido,
pero tengo muchos amigos que son autores y que contrataron a escritores fantasmas.
Hay sitios como freelancer.com en el que pones tu trabajo a la vista y aceptas
sugerencias de escritores alrededor del mundo. Pídele a un escritor fantasma muestras
de su trabajo y asegúrate de ser dueño de los derechos de tu trabajo. Luego establece
un plan para compartir tu historia con esta persona para que pueda ayudarte a
escribirlo.
4. Lee.
Una vez que hayas escrito el libro, léelo. Mientras lo haces puedes pensar en capítulos
adicionales, historias o lecciones que puedas compartir. Agrégalas antes de contratar a
un editor.
5. Edita.
Tantas Luna Victoria Carlos

No edites tu propio libro. Yo edité mis primeros dos y no puedo soportar leerlos ahora
porque encuentro errores. Los textos con errores ortográficos y gramaticales me
distraen de la narrativa. Contrata a alguien que lea el libro, sugiera cosas, lo revise bien
y haga que se vea profesional. Los editores no son 100 por ciento perfectos, pero en
muchos casos harán un mejor trabajo editando que tú.
6. Publícalo.
Haz una búsqueda por internet para encontrar empresas que te ayuden a publicar. En
Amazon puedes usar CreatSpace para vender tus libros ahí.
7. Lánzalo.
Planea algún evento para darlo a conocer. Puede ser una fiesta. Planea algunos
incentivos para que las personas quieran ordenarlo. Ofrece pláticas y conferencias
gratuitas y pide libros desde antes para repartirlos en caso de que alguien lo quiera.
8.- como escribir ciencia ficción
Nadie se acordará de tu protagonista si se llama Xtkhlmf’thukln
O, dicho de otro modo, bautiza a tus personajes de forma que su nombre tenga sentido
fonéticamente… a menos que te dediques a la literatura de humor (de hecho, en ‘Su
muerte, gracias‘ hay un gag sobre este tema).
Establece las reglas de tu mundo en el primer acto
Está claro que, si escribes Ciencia Ficción o Fantasía, vas a hacer que sucedan en tus
mundos muchas cosas fuera de lo común (en el primer caso porque la ciencia y la
tecnología aún no han descubierto los avances de los que hablas, en el segundo porque
en tu mundo rigen una serie de normas especiales). Podrá existir la magia, los seres
humanos tal vez sean capaces de viajar en el tiempo gracias a los avances de la ciencia
o tal vez tus protagonistas tengan el don de volar… quién sabe.
Pero, a partir de un momento, el lector asumirá que esos mundos funcionan igual que
el suyo en el resto de aspectos sobre los que no le has hablado.
Introduce cuanto antes todos los aspectos que diferencien al mundo especial de tu
novela de nuestro mundo ordinario. A ser posible, a lo largo del primer acto de la
historia.
Y nunca, nunca, repito, nunca hagas que tu protagonista escape volando en el
enfrentamiento final de la novela, si no ha volado en ninguna de sus 300 páginas
anteriores.
Huye de los clichés… pero apóyate en ellos para apuntalar la historia
A todos se nos ha dicho siempre que huyamos de los clichés y ése es un consejo
excelente. Una historia llena de clichés suele ser sinónimo de un escritor que no ha
querido esforzarse. Y si el escritor ha considerado que su historia no merece el esfuerzo,
sería raro que pensara otra cosa el lector.
Tantas Luna Victoria Carlos

Pero a veces los clichés son una herramienta excelente a la hora de dar mucha
información en muy poco tiempo. Los clichés no son sino convenciones narrativas que
están bien asentadas en el imaginario colectivo de los lectores, y es muy lícito apoyarse
en esas convenciones si hablamos de algún personaje secundarios… siempre y cuando
el resto del planteamiento de nuestra novela sea original, claro.
Cuanto más extraordinaria sea tu idea, más ordinario tendrá que ser tu lenguaje
Einstein decía que uno no entiende algo hasta que no es capaz de explicárselo a su
abuela.
Si tu novela habla de un frutero con alma de artista que se enamora de una funcionaria
de correos, puedes complicar tu lenguaje todo lo que quieras. Pero si le vas a pedir al
lector que imagine toda una civilización que vive en el espacio con unas reglas
totalmente diferentes de las nuestras, más te vale rebajar el nivel de tu lenguaje… ¡si no
quieres perder su atención antes de la página 20!
A todo esto, quiero recordar que rebajar el lenguaje de un texto o emplear un tono
aparentemente coloquial NO es empeorarlo.
Soy muy malo para los nombres, pero recuerdo una anécdota de un autor al que le
decían que escribía igual que hablaba… y él respondía que le había costado muchos años
conseguirlo y que agradecía el cumplido.
Sé sucinto en tus descripciones
Lo normal es que empecemos a escribir nuestra novela sólo después de una larga
planificación. Habremos detallado cómo funciona nuestro mundo, como hablan sus
extraños habitantes, cuáles son sus costumbres, si tienen algún tipo de mitología en la
que apoyarlas, etc.
Pero NO es necesario que nuestro lector sepa todo eso. Recordemos una vez más que
lo importante aquí es la historia.
De modo que, en vez de abrumar al lector con datos o peculiaridades, sería siempre más
aconsejable dibujar 3 ó 4 trazos que le ayuden a imaginarse ese mundo en su totalidad.
Si tus personajes hablan una lengua extraña, no llenes tu texto con líneas y líneas de
dialecto; será suficiente con deslizar una palabra muy de cuando en cuando. Si tienen
una morfología muy diferente a la nuestra, tampoco dediques páginas y más páginas a
describirla en detalle; será mejor describas alguno de sus rasgos característicos con
viveza.
Toda acción tiene su reacción
Todo guerrero aparentemente imbatible tiene un punto débil.
Todo don tiene un precio, aunque el beneficiario de ese don no lo sepa en el momento
en el que lo recibe.
Todo hechizo exige algo a cambio.
Tantas Luna Victoria Carlos

¿No es así también en nuestro mundo? ¡No hagas que tu mundo fantástico sea menos
real que la vida misma!
En un mundo en el que existe la magia, la magia lo contaminará todo
El primer impulso que tiene uno cuando intenta crear un mundo de fantasía es el de
crearlo igual que el nuestro… y luego añadirle una serie de características
diferenciadoras.
Imaginemos, por ejemplo, que estamos hablando de un mundo en el que existe la magia.
Tendremos la tentación de hacer que los magos sólo utilicen esa magia cuando la
necesiten para algo extraordinario, pero tenemos que ser conscientes de que la magia
debería contaminar todas y cada una de las acciones de esos magos: interactuarán unos
con otros de una forma especial por culpa de esa magia, se vestirán de una forma
especial, ¡cocinarán de una forma especial!
Recordemos que uno es quien es las 24 horas del día.
La magia no es tu historia, lo son tus personajes.
Me preguntaban hace poco en una entrevista de dónde había sacado la idea de llenar
‘Su muerte, gracias‘ de hilarantes notas a pie de página y que a ver si esa técnica me la
había inventado yo.
Yo expliqué al periodista de turno que no, que antes ya se la había leído a autores como
Terry Pratchett o Josh Bazell, y que no es más que un modo de primar el desarrollo de
la historia sobre todas esas ocurrencias que yo consideraba graciosas, pero no
estrictamente necesarias.
9.-como escribir un libro de texto
Decide el asunto y nivel de conocimiento de tu público.
Es importante considerar estas dos cosas a la vez ya que determinarán desde el
contenido incluido en el libro hasta su diseño y presentación.
Escribe para un público que conozcas.
En caso de que hayas trabajado como profesor de matemáticas en la universidad, es
posible que no sepas muy bien cómo llegar a un público de estudiantes de instituto.
En caso de que escribas para un público que no conozcas, considera contratar a un
colaborador que esté familiarizado con ese sector demográfico.
Mientras pienses sobre qué escribir, considera cuáles son las áreas que no cuentan con
un lugar en la educación moderna. ¿Rellena tu libro un vacío en el mercado?
Haz una búsqueda de mercado.
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La publicación de libros de texto es un gran mercado, mucho más grande que el de los
libros tradicionales o revistas. Necesitarás hacer una búsqueda en el mercado de libros
similares y ver sus precios.
Define tu punto de venta único. Los puntos de venta únicos son lo que hace especial tu
libro de texto. ¿Qué ofrece que no tengan otros? Necesitarás explicar a las editoriales y
otros profesores (que podrían convertirse en tus clientes) el motivo por el que deben
elegir tu libro antes que otros.
Habla con algunos autores.
Busca compañeros que también hayan publicado libros de texto y pídeles opinión.
¿Usaron una editorial tradicional o publicaron sus libros por ellos mismos? ¿Cuánto
tiempo tardaron en terminar su libro de texto) ¿Qué es lo que les hubiera gustado saber
al principio del proceso de escritura?
Adopta los formatos móviles.
La mayoría de libros de texto ahora se publican en formato de libro electrónico o ebook.
Algunos solo están disponibles en este formato mientras que otros tienen su copia física.
Debes considerar cómo adaptarás tu libro de texto al público digital.
¿Incluirás una página web correspondiente al libro de texto donde los estudiantes
podrán encontrar preguntas prácticas? ¿Diseñarás juegos divertidos para ayudar a
educar al público, especialmente los estudiantes más jóvenes? Considera añadir estos
elementos adicionales a tu libro de texto.
Prepárate para un largo camino.
Es posible que escribir un libro requiera mucho tiempo, a veces, pueden pasar años
desde que comienzas su borrador hasta que llega a la imprenta. ¿Estás preparado para
invertir toda esa cantidad de tiempo?
¿Te apasiona tu área elegida? En caso de que hayas invertido en el material sobre el que
vas a escribir, eso te ayudará a través del arduo trabajo de publicación. En caso de que
simplemente quieras ganar dinero rápidamente, no te compensará el tiempo y esfuerzo
empleados en este proyecto.
Haz un resumen.
Comienza con una idea de cómo quieras estructurar el libro. Hazte alguna de estas
preguntas para ayudarte:
¿Cuántos capítulos tendrá? ¿Cómo dividirás los temas específicos entre los capítulos?
¿Los capítulos serán independientes entre sí o necesitarán los estudiantes leer uno antes
de pasar al siguiente?
¿Organizarás los capítulos comenzando por los sencillos y avanzando a los más difíciles?
En el momento que el estudiante termine el libro de texto ¿estará listo para avanzar al
siguiente nivel del área de conocimiento?
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Determina los materiales más importantes a incluir. Es probable que no puedas incluir
toda la información relativa a tu área de conocimiento en el libro, por lo que necesitarás
priorizar el contenido más importante.
¿Cuáles son las metas del curso en el que se usará este libro de texto? ¿Qué habilidades
deberán tener los estudiantes cuando lo terminen? ¿Qué deberán saber para estar listos
para el material del siguiente curso o nivel de clase?
¿Cómo se adaptará tu libro de texto a los exámenes estandarizados que los estudiantes
realizarán a los largo del curso? Considera buscar ejemplos de estos exámenes para
ayudarte a responder a esta pregunta.
Haz un borrador de cada capítulo.
Es posible que te tiente trabajar en cada capítulo hasta que quede perfecto antes de
continuar con el siguiente. Evita esto porque te retrasará.
En su lugar, escribe un borrador completo de cada capítulo del libro. Cuando tengas los
borradores completos de cada capítulo, podrás comprender mejor cómo quedarán
todos juntos y dónde es necesario añadir más material o recortar su longitud.
Crea un horario de trabajo y ajústate a él. En caso de que tengas un hábito regular de
escritura para tu libro de texto, como por ejemplo de 3 a 5 de la tarde los lunes y jueves,
podrás avanzar considerablemente en tu trabajo. Evita escribir de forma errática
durante largos periodos de tiempo.[3]
En caso de que trabajes con una fecha límite de publicación, no dejes el trabajo para
otro momento. Date suficiente tiempo para completar la tarea a tiempo. fíjate metas
semanales durante los meses anteriores a la fecha límite de entrega.
incorpora elementos visuales para hacer más atractivo el diseño.
De ese modo no aburrirás a los estudiantes. Es posible que los bloques grandes de texto
resulten difíciles de procesar a los estudiantes. Deberás "romper" visualmente la página
con imágenes, tablas u otros gráficos.
Es posible que tu programa de procesador de texto (como Microsoft Word) no sea muy
útil para incluir elementos visuales junto al texto. En ese caso deberás considerar poner
parte del borrador en un programa de diseño como Adobe InDesign donde podrás
colocar las imágenes junto al texto.[4]
Tómate algo de tiempo para conocer InDesign y aprender sus principios básicos. Esto te
vendrá muy bien en caso de que decidas publicar el libro tú mismo.
Asegúrate de tener permiso para incluir cualquier imagen o gráfico en tu libro. En caso
de que no lo hagas, podrían demandarte por infringir sus derechos de autor.
Contrata a un editor. Es posible encontrar un editor que trabaje para una publicación de
libros de texto, editor independiente o un compañero que trabaje en un entorno similar.
Necesitas tener al menos otro "par de ojos" sobre tu trabajo.
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El editor podrá ayudarte a encontrar la mejor forma de organizar y clarificar tu


contenido. También podrá ayudarte a mejorar las oraciones a nivel de gramática y
elecciones de palabras.
Publica tu trabajo con una editorial tradicional de libros de texto. Cuando publiques un
libro podrás hacerlo con una editorial tradicional de libros de texto o por tu cuenta. Entre
las editoriales tradicionales de libros de texto se incluyen Pearson, McGraw-Hill,
Cengage, W.W. Norton & Co., etc. En caso de que trabajes con alguna de estas
editoriales recibirás aproximadamente un 10 % de los beneficios por cada libro vendido.
Busca la información de "Contacto" en la página web de la editorial. Suelen contener
instrucciones sobre cómo enviar una propuesta de libro o ponerse en contacto con un
editor.
Para que te apruebe una editorial tradicional, necesitarás dar a la editorial un propuesta
de libro. Esta propuesta suele incluir el título del libro y un resumen de 1 o 2 párrafos de
cada capítulo. Asegúrate de explicar con claridad el contenido del libro y por qué es
importante para el público de estudiantes al que lo diriges.
Asegúrate de que el libro "encaje" en la lista de libros de la editorial. ¿Venden otros
libros similares al tuyo? En caso de que lo hagan, será buena señal porque no necesitarán
gastar un dinero adicional promocionando un libro diferente de su lista de publicaciones
habitual.
En el caso de las editoriales tradicionales, también tendrás que vender los derechos de
propiedad intelectual de tu trabajo a la editorial. Es decir, perderás los derechos sobre
ese material una vez firmes el contrato con ella.
Publica tú mismo el libro de texto.
Ya que en ocasiones el proceso de publicar con editoriales tradicionales es competitivo,
muchos autores han decidido publicar sus libros ellos mismos con resultados mas
beneficiosos.
Amazon.com ha entrado recientemente en el "juego" de la publicación de libros de
texto. En caso de que los autores vendan ellos mismos sus libros de texto a través de
Amazon por $9,99 o menos, el autor recibirá el 70 % de los beneficios. Esta es una tasa
significativamente superior al 10 % que ofrecen las editoriales tradicionales.[7]
También es posible vender tu libro de texto a través de la plataforma de libros de texto
de iBooks o una página web personal.
Al publicar tú mismo los libros, no suele ser necesario crear una propuesta de libro y por
lo general mantienes los derechos de propiedad intelectual sobre el material. Sin
embargo, es más complicado publicitar tu libro entre los colegios y universidades.
Promociona tu libro de texto.
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En caso de que lo publiques con una editorial tradicional, ella se encargará de


promocionar tu libro de texto. Pero en caso de que lo publiques tú mismo seguramente
tendrás que crear una estrategia de publicidad por tu cuenta.
Vende el libro a tus compañeros.
En caso de que hayas usado tu libro de texto con éxito en tu clase, compártelo con
algunos de tus compañeros e investigadores. Ofrece compartir breves lecciones u hojas
de ejercicios de tu libro de texto para que puedan hacerse una idea del libro antes de
comprarlo.
Promociona tu libro en eventos profesionales.
En caso de que haya una gran conferencia anual acerca de tu área de conocimiento,
habla con los organizadores para pedir una caseta en la que poder vender tu libro a
compañeros que estén interesados.
En caso de que haya blogueros en tu área de conocimiento que tengan un gran público,
también es posible pedirles que hablen de tu libro como una fuente para sus lectores.
Consigue opiniones importantes.
Debes poder mostrar que otros profesores e investigadores respaldan tu libro. Esto te
dará credibilidad como autor y valor al libro de texto.
Consejos
Ten en cuenta que tu libro de texto necesitará adaptarse a lo largo de los años ya que
los panoramas tecnológicos, políticos e históricos cambian. Así evitarás que tu libro
quede anticuado y por lo tanto irrelevante.
10.- como escribir un libro de terror
FAMILIARÍZATE CON EL GÉNERO
Para escribir un género, primero hay que conocerlo. Y para empezar a conocerlo, hay
que leer a los grandes escritores y maestros de ese área. Ojo, ten cuidado con la
literatura barata, especialmente cuando se trata de un género tan difícil. No es
conveniente aprender de relatos de terror que no poseen una base experimentada y
sólida. No pretendas convertirte en el próximo Stephen King leyendo terror amateur,
hay que ir a lo grande desde el principio. He aquí algunos relatos y novelas para empezar
con buen pie:
El gato negro de Edgar Allan Poe.
Drácula de Bram Stoker.
El color que cayó del cielo de H. P. Lovecraft.
El Monte de las Ánimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
La noche boca arriba de Julio Cortázar.
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ELIGE EL TIPO DE MIEDO QUE VAS A UTILIZAR


lite_werk_by_deere-d333903Terror psicológico, terror gótico, terror mórbido, terror
sublime, terror gore… Existen multitud de subgéneros de terror que hacen que cada
historia sea totalmente diferente. Estamos muy mal acostumbrados y tendemos a
pensar que el terror se reduce a muebles que se mueven, fantasmas, asesinos con
motosierra o payasos psicópatas. Hollywood nos ha malcriado abusando de un terror
que ha perdido todo el significado y a día de hoy es incapaz de asustar a nadie, de ahí
que tengan que tirar de los screemers y los crescendo de violines disonantes para que
movamos un poco el culo de la butaca.
No vayas a lo típico (lo cual no implica que lo típico no pueda ser realmente bueno),
indaga un poco más en otros subgéneros de terror hasta dar con el tuyo. Hay muchas
formas de desatar ese instinto primario que conocemos como miedo y cuanto más
original sea tu medio, mejor será tu historia.
PIENSA QUIÉN O QUÉ SERÁ EL OBJETO DE TERROR
Zombies, fantasmas, vampiros, aliens, son los miedos más típicos cuando se junta el
terror con la fantasía o con la ciencia ficción. Por otro lado, el clásico asesino en serie o
psicópata suele ser el eje del terror en un thriller de terror. Pero hay muchas cosas ahí
fuera que dan miedo. H. P. Lovecraft lo sabe mejor que nadie, por eso su literatura es la
más terrorífica que existe, porque su objeto de terror es tan absurdo como imposible.
El objeto de terror no tiene por qué dar miedo en primera instancia, puede ser algo
adorable e inocente al principio, pero que, de un modo u otro, acaba siendo aterrador
o inquietante para el lector.
CREA UNA ATMÓSFERA Y UNOS PERSONAJES ADECUADOS
Necesitarás una ambientación adecuada para ese miedo que has elegido. El contexto es
fundamental en el terror. Aprovecha que, como escritor, puedes situar a los personajes
en cualquier escenario posible. Atendiendo a esto, haz combinaciones terroríficas:
Por ejemplo, una niña con un viejo camisón en una fiesta del pijama con sus amigas no
da ningún miedo, ni desentona lo mas mínimo. Pero si colocamos a esa misma niña en
un hospital abandonado a las 3 de la madrugada, la cosa cambia.
escribir una historia de terrorLos personajes, no necesariamente todos, tienen que ser
valientes. No, no es que sea un tópico, es que de lo contrario la fórmula no funciona.
Véase de la siguiente manera: Una familia se muda a una casa que acaban de comprar
a un precio sospechosamente bajo. La primera noche empiezan a oír ruidos extraños y
sopesan la posibilidad de que pueda estar encantada. A la mañana siguiente la familia,
atemorizada, se vuelve a mudar y fin de la historia. Nos quedamos sin narración antes
incluso de haber empezado. Por ello, siempre viene bien alguien capaz de vivir la
experiencia, con agallas para investigar qué ocurrió en esa casa y enfrentarse a los
fantasmas que se le presenten.
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Otra alternativa es jugar con el escenario, de manera que los personajes no tengan
escapatoria; están atrapados en una cabaña en mitad de una ventisca, han aparecido en
un lugar del que no pueden salir, están perdidos en un bosque, etcétera. Pero aún así,
un elenco de cobardes no será capaz de resolver ningún enigma, así que la historia
quedaría reducida a sustos y más sustos. El mejor consejo que puedo darte en este
punto es: Construye personajes fuertes pero frágiles. Indaga en los mayores temores de
estos durante la historia y explótalos. Haz que tus personajes vivan situaciones
extremas, ponlos al límites, solo así se mostrarán tal y como son.
HAZ UN BUEN USO DEL SUSPENSE CON UN GRAN FINAL
El suspense debe crecer gradualmente hasta estallar en un grito de pánico. El terror
necesita preparación y tono para inquietar al lector cuando haya dejado de leer. Tener
al lector comiéndose las uñas durante la mayor parte del tiempo es un buen síntoma.
Para ello, propicia que en todo momento pueda ocurrir algo terrorífico, aunque luego
no ocurra nada… hasta el final.
Las historias de miedo no suelen tener un final feliz, como mucho un final abierto.
Tampoco pasa nada si termina bien, siempre y cuando haya supuesto un sacrificio para
el protagonista. Pasar por algo supuestamente terrible y estar como nuevo y sin secuelas
al día siguiente… entonces es porque no ha sido una auténtica experiencia de terror.
Asegúrate de torturar a tus personajes como buen escritor de terror que eres.
UNO DE LOS MEJORES LIBROS QUE E BISTO
El gato negro

Edgar Allan Poe


No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo
a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia.
Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera
aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple,
sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias
de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido.
Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos
espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia
reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y
mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que
temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que
abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para
mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían
tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía
más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció
Tantas Luna Victoria Carlos

conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de


placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no
necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución
que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega
directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la
frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al
observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme
los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso
perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de
una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era
no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos
los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera
seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada.
Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho
impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo)
mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio.
Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia
los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y
terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron
igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles
daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para
abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro
cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi
enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-,
y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó
a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis
correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos,
pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se
apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi
alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por
la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un
cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y,
deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo
tan condenable atrocidad.
Tantas Luna Victoria Carlos

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores
de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el
crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al
alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos
de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo
presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como
de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me
quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la
evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese
sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e
irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a
este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la
perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las
facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del
hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que
cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla?
¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen
sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo?
Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el
insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia
naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a
consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a
sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo
ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me
apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque
estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía
que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta
llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más
misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de:
“¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo.
Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo.
Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve
que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el
desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero
dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas.
Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique
divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba
antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego,
Tantas Luna Victoria Carlos

cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido
frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran
atención y detalle. Las palabras “¡extraño!, ¡curioso!” y otras similares excitaron mi
curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve,
aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente
maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado
por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había
ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la
multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar
al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme
en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi
crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y
el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el
extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante
muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó
mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué
al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que
habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera
ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame,
reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra
que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado
mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la
mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy
grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón
no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta
aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó
contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el
animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al
tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes
ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció
dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para
inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se
convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era
exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni
por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el
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sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba
encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de
antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de
hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a
mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si
fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente
de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia
fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en
alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo
distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía
mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera
que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus
odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme
caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi
pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía
paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo
ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería
imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en
esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el
espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas
quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la
atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía
la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará
que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida;
pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo
tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de
rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello
odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de
atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra…, ¡la imagen del
patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la
muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una
bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de
producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios!
¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella
criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más
horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible
peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado
eternamente sobre mi corazón.
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Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de


bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos,
los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta
convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y
mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los
repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa
donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la
empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta
la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta
entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado
instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su
trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me
zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a
mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la
tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como
de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos
cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los
pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si
no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara
de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa.
Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver
en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus
víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente
y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera
no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una
falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del
sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el
cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese
descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una
palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo
mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma
original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no
se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la
tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal
de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré
en torno, triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”.
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Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al


final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí,
su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la
violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara
mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la
ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así,
por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí,
pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré
como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no
volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción
me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó
mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se
descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y
procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era
impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los
acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera
o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi
corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé
de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba
tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se
disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla.
Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y
confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber
disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de
paso, caballeros, esta casa está muy bien construida… (En mi frenético deseo de decir
alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es
una casa de excelente construcción. Estas paredes… ¿ya se marchan ustedes,
caballeros?… tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que
llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver
de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el
eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido,
sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció
rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como
inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo,
como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su
agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
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Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui
tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la
escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron
la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre
coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la
roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya
astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo.
¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

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