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DIME QUÉ VISTES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES.

ESCRITURA Y APARIENCIA EN EL TORITO DE LOS MUCHACHOS (1830)


DE LUIS PÉREZ

María Laura Romano[*]

RESUMEN

En septiembre de 1830, Luis Pérez, desde su periódico El Torito de los Muchachos,


entabla una polémica con los lectores de la Gaceta Mercantil en torno al uso de la cinta
punzó. En relación a esta controversia, la publicación de Pérez propugna como manera
más genuina y definitiva de filiarse al rosismo la utilización de las divisas, una forma de
adhesión no escritural asequible a sujetos que, como las mujeres o los paisanos pobres,
no tenían acceso a la escritura pública. Asimismo, en relación a esta última, la empresa
periodística de Pérez supone una importante intervención. Al optar por el uso de una
lengua plebleya, en tensión con la lengua culta que usan los periódicos “serios”, El Torito
permite la entrada de sujetos nuevos a la esfera de discusión pública. Así, la actitud del
periódico respecto del uso de divisas se articula con el uso de una lengua marcada
sociolectalmente, posicionamientos que determinan que la inclusión de Pérez en la ciudad
letrada rosista revista un alto grado de conflictividad.

La ciudad letrada rosista

En el marco de las luchas facciosas que siguieron a las independencias y de las


vicisitudes propias del proceso de constitución de la esfera pública en América latina
(Palti, 2007; Guerra y Lempérière, 1998), puede comprenderse la profusión de periódicos
que tuvo lugar en Río de la Plata a partir de los años 30 del siglo XIX. En efecto, el
recrudecimiento de la lucha entre unitarios y federales y, luego, el enfrentamiento en el
seno mismo de la facción federal fueron acompañados por una tendencia “graforrágica”
(Roman, 2011: 332) que se materializó en la aparición de múltiples órganos de prensa,
muchos de ellos abocados casi exclusivamente a los asuntos políticos. Las diversas
gacetas de prédica federal de Luis Pérez, publicadas entre 1830 y 1834, son manifestación
de este florecimiento de empresas periodísticas. Pero, más específicamente, son producto
de lo que Jorge Myers califica como uno de los rasgos más llamativos del periodismo de
la época de Rosas, es decir, de “la aparición de una escritura pública dirigida
primordialmente a un público de precaria formación intelectual, cuando no enteramente
iletrado” (2011: 41).
Dada la relativa persistencia de las gacetas de Pérez, estas publicaciones se convierten
en espacios preferenciales para el análisis de la constitución, a través de la prensa, de un
tipo particular de letrado. En líneas generales, el hecho de que sus periódicos sean
construidos bajo la ficción de que quien escribe es un gaucho, el cual utiliza en su labor
periodística su propio sociolecto, y el modo polémico en el que instala sus periódicos
dentro del sistema más amplio de la prensa de la época singularizan su conformación
como intelectual del régimen. En esta oportunidad nos interesa analizar una publicación
de Luis Pérez en particular, El Torito de los Muchachos, aparecida en Buenos Aires entre
agosto y octubre de 1830, durante la primera gobernación de Juan Manuel de Rosas. [1]
Con este objetivo, examinaremos la controversia que la publicación estableció con la
llamada “prensa culta” con motivo del uso de la divisa punzó[2] como manifestación
externa de adhesión a la causa federal.
En relación a esta polémica, la gaceta de Pérez propugna como manera más genuina
y definitiva de filiarse al rosismo la utilización de las divisas, una forma de adhesión no
escritural (Salvatore, 1996: 208) asequible a sujetos que, como las mujeres o los paisanos
pobres, no tenían acceso a la escritura pública. Respecto de esta última, El Torito y otras
empresas periodísticas de Pérez producen una importante intervención. Al optar por el
uso de una lengua plebleya, en sentida tensión con la lengua culta que usan los periódicos
“serios”, sus gacetas permiten la entrada de sujetos nuevos a la esfera de discusión
pública. Así, en lo que sigue, veremos cómo la actitud de El Torito respecto del uso de
divisas se articula con el uso de una lengua marcada sociolectalmente, posicionamientos
que determinan que la inclusión de Pérez en la ciudad letrada rosista revista un alto grado
de conflictividad.

La escritura de El Torito

En su trabajo sobre el discurso republicano del rosismo, Jorge Myers da cuenta de las
torsiones que sufrió el concepto de opinión pública durante el régimen. Si para los
rivadianos era central la diferencia entre opinión pública y opinión de estado, en los años
de hegemonía rosista la línea divisoria entre una y otra se fue tornando borrosa y la
opinión pública tendió a ser absorbida en la esfera oficial. En ese contexto, la prensa,
como uno de los discursos más relevantes de la opinión ciudadana, se vio sometida a un
proceso de progresiva restricción, que se endureció de manera definitiva hacia 1835
cuando Rosas asumió su segundo mandato luego de una lucha encarnizada con otras
parcialidades del federalismo (Myers, 2011: 28). El Torito de los Muchachos, que vio la
luz en el año 30, apareció entonces en una situación de relativa libertad porque, si bien ya
estaba prohibido escribir a favor de la causa unitaria, todavía en esa fecha era admisible
disentir hacia el interior de las filas federa
les. Más aún, dado que la carrera periodística de Pérez culmina en el 34, se podría
decir que es ese espacio de disenso y precaria libertad donde se halla el verdadero perfil
del periodista.
La libertad de la que Pérez goza se mide sobre todo por su opción de hacer propaganda
del régimen a través de una escritura peculiar. De hecho, la violencia de su Torito no solo
estaba dirigida a los unitarios, sino que era ejercida también contra la intelectualidad
rosista y el código escrito del que esta hacía uso y, por extensión, contra los órganos de
prensa federales que estaban en su poder. En relación a esto, Ángel Rama en La ciudad
letrada, concibe a la lengua escrita como un factor central de poder en sociedades de
mayoría iletrada y dilucida la manera paradójica en la que se canalizan las resistencias a
la escritura:
Todo intento de rebatir, desafiar o vencer la imposición de la escritura pasa
obligadamente por ella. Podría decirse que la escritura concluye absorbiendo
toda la libertad humana, porque solo en su campo se tiende la batalla de nuevos
sectores que disputan posiciones de poder. (2004: 82).

Este enunciado circular, que enfatiza la idea de la inviolabilidad de la escritura


mostrando cómo esta se impone incluso cuando se quiere desarticular su imposición,
permite relevar las estrategias de Pérez para disputar legitimidad hacia el interior del
sistema de prensa rosista. En este sentido, la escritura se erige en sus proyectos editoriales
como un dispositivo versátil y manipulable en tanto permite la expresión de identidades
subalternas, esto es, de los sectores bajos urbanos y rurales en sus variedades sociolectales
como afirma el título de la gaceta y enfatiza un cielito aparecido en su n° 3, El Torito le
pertenece a los muchachos, no a los “señoritos”: “Ya los muchachos tenemos/ Derecho
para escribir, / Y como es nuestro el Torito/ Nadie lo podrà impedir” (11). [3] Así, en la
violencia de las embestidas con las que la gaceta amenaza no hay que ver solo la
intimidación que el régimen rosista infligía a la oposición, sino también el desafío que
suponía disputarla a la élite letrada –sea federal o unitaria– su monopolio sobre la cultura
escrita.
Por otra parte, en el nombre de la gaceta, ya se deja leer la línea editorial que tenía la
publicación, sobre todo el destinatario popular al que iba dirigida. La palabra “torito”
reenvía a unos de los divertimientos centrales de las clases populares bonaerenses: la
corrida de toros este espectáculo, que venía del más lejano pasado ibérico, había sido,
durante la época colonial, un acompañamiento habitual en muchas fiestas, fueran
religiosas, profanas o cívicas (Garavaglia, 2000: 78). Pero, además, en tiempos de
enfrentamiento faccioso, la función tauromáquica se convirtió en una alegoría de las
pugnas políticas que dividían a la sociedad porteña. De hecho, como señala Salvatore, en
las fiestas federales rosistas era común que hubiera desfiles de mojigangas, en los cuales
se representaba al enemigo con disfraces de animales y se imaginaba la confrontación
política como las embestidas de un toro “contra los salvajes monos y los ‘figurones’”
(1996: 56). De este modo, como muestra el cielito citado arriba, en la gaceta de Pérez la
política deviene espectáculo violento, fiesta en la cual se deja en manos “de los
muchachos” la coacción física contra el adversario: “Cielito, cielo que no, / Cielito de los
lapachos, / Al que no lo agarre el Toro / Lo ande agarrar los muchachos” (11). El genitivo
del nombre del periódico de Pérez (“de los muchachos”) señala, entonces, la propiedad
de una fuerza. Sin embargo, en su caso, a contrapelo de una tácita división del trabajo
según la cual solo los sectores pudientes del federalismo estaban capacitados para
defender al régimen a través de la publicidad escrita, el periodista convierte a los federales
pobres en ejecutantes de un doble poder: del vigor físico, que los habilita a prestar
servicios militares para la causa y ser fuerza de choque en cuanto enfrentamiento hubiera,
y de la escritura periodística, que los transforma en letrados sui generis.
Además, la doble propiedad con la que el periódico inviste a los muchachos hace que
el sintagma que da título a la publicación sea ambiguo: “el Torito”, además de representar
metafóricamente el brío de los muchachos federales, denota la propia gaceta de Pérez, un
arma valiosa en la lucha política. De hecho, el efecto político de esta, es decir, su
capacidad para reprimir todo intento conspirador de los enemigos,
¿no depende de esa ambigüedad, en otras palabras, de la confusión generada en el
público acerca de la naturaleza física o discursiva de las “corneadas” con las que El Torito
amenaza? En el número 4 aparece por primera vez el dibujo impreso de un toro y, debajo
de él, una composición firmada por “El Editor”, que se regodea justamente en el temor a
la represalia física que el periódico genera:
¿No querían conocer
El Torito Colorado?
Pues vele hay en el prospeto,
Ya lo tienen imprentao.

Mirenle la laya mozos


Los del cuellito parao,
Mas no se asuste toavia
El que no le haya corneao.
Lo que si ya les advierto
Que es Torito arriesgador,
Y le ha de meter el aspa
Al mocito mas pintor.
[ ... ]

El otro día un guapeton


Al pasar un muchachito
Oyó que le dijo á otro
¡Cuidado con el Torito!

Y tan fiero se asustó


Que mandó cerrar la puerta,
Y se le ofreció que hacer
En el fondo de la huerta.
[ ... ] (17-18)

Como si la ilustración de la figura taurina acercara todavía un poco más las palabras
a las acciones, la imagen impresa refuerza los efectos inmediatos y pragmáticos que
persigue la escritura militante del periódico. Así, cuando el Torito toma cuerpo en el
periódico, las posibles víctimas de sus violentas embestidas sustraen sus cuerpos del
espacio público
esta utilización de la imagen, que intensifica la performatividad de la escritura
periodística partidaria, será aún más evidente desde el número 5, a partir del cual la viñeta
de corte neoclásico presente en los cinco primeros números es reemplazada por la
litografía de un toro en posición de embestir.
Asimismo, la opción por una lengua opuesta a la norma culta, que en términos
estrictamente partidarios podría vincularse con las bases populares de apoyo con las que
contaba el rosismo, asocia el proyecto de escritura de Pérez con la poesía gauchesca. En
efecto, el periodista, cuyas gacetas se escriben en verso, hace uso del mecanismo central
del género gauchesco atribuyéndole la enunciación a un gaucho, que en el caso deEl
Torito lleva el nombre de Juancho Barriales. Así emerge en sus páginas, por primera vez
en la historia del género, el “gaucho gacetero”. Esa enunciación ficticia insiste en la
colocación de sus producciones en una relación tensa con la élite letrada y su
modelización de la escritura. Porque, como sostiene Lucero, “hay algo del orden de la
réplica en la lengua gauchesca misma, una lengua que se define menos por sus glosarios
específicos que por su pendenciera y corrosiva relación con la lengua estándar” (2003:
28).
La escritura plebeya de Pérez, gaucha y suburbana, cuyas voces se multiplican
haciendo de sus periódicos verdaderos mosaicos poligráficos (el gacetero ficticio de El
Torito, Juancho Barriales, recibe cartas de lectores, colaboraciones de aliados; también
llegan a sus manos poemas unitarios que publica retrucándolos desde las notas al pie), le
da visibilidad pública a sujetos que antes no gozaban de esa prerrogativa en tanto los
habilita a participar, nada menos que a través de la prensa periódica, de la esfera pública
de discusión política. Así como los sectores marginales de la sociedad colonial
manipulaban la vestimenta para encontrar un espacio propio en una sociedad gobernada
por las categorías de raza, género y lugar de nacimiento (Meléndez, 2005: 24-29), ¿no
puede pensarse que el editor deEl Torito manipula las letras móviles de la imprenta para
(in)vestir de escritura a paisanos y orilleros, en otras palabras, a los muchachos? La
escritura funcionaría aquí como la vestimenta, constituiría algo así como la llave de
acceso a la ciudad y brindaría la posibilidad de codearse con las producciones
periodísticas de la élite letrada.

La vestimenta

Si la escritura de Pérez funciona como la vestimenta que permite a los sectores


subalternos el ingreso al espacio público, hay en El Torito un episodio que lleva la
metáfora letra/ropa hacia su grado cero de figuración: la controversia con la Gaceta
Mercantil, periódico oficial del rosismo, acerca del uso de la divisa punzó en la
indumentaria masculina y, sobre todo, femenina. Justamente el altercado comienza por
una correspondencia impresa en el número 8 del periódico, titulada “Los muchachos”,
título que más que mentar la temática del poema refiere a los sujetos que se hacen cargo
de su enunciación. En efecto, los muchachos alientan al Torito a cornear a las mujeres
unitarias: “¿Por qué las respeta / Este animalito / Pudiendo cornearlas / Mas que sea un
poquito?” (32). Pero más allá de la intimidación partidaria, lo interesante es que la
composición incita a las mujeres a salir a la arena política, por lo que habilita para ellas
un espacio público de confrontación que las impulsa fuera del espacio doméstico en el
que el rol tradicional de madres y esposas las circunscribía. Entonces, como apunta
Schvartzman, “se da la paradoja de que quien propone, poco cordial, que las mujeres
‘salgan’ para embestirlas, viene a asumir una suerte de protofeminismo, una
reivindicación de la participación plena de las mujeres en la política” (1996: 127).
[ ... ]
Las que de unitarias
Tienen favorito
Que sean las primeras
Que embista el Torito.

Aquellas que tienen


De Adan el delito
Que salgan al frente
Donde está el Torito.

Que salgan las otras


Que à cualquier mocito
Hacen que tal vez
Lo agarre el Torito.

Que salgan aquellas


Que han alzado el grito
Defendiendo algunos
Que corneó el Torito.

Que salgan las viejas


Que en su rinconcito
Murmuran á solas
Del pobre Torito.

Que salga la rica


Con su taleguito
Que tal vez al ruido
La embista el Torito.

Que salga la pobre


Con algún saquito
Haber la limosna
Que le dá el Torito.

Que salgan las godas


Con su galleguito
Haber que les dice
El pobre Torito.
[ ... ] (32)

Siguiendo con el tópico de la vestimenta femenina, en la misma página donde está


impreso este poema hay una composición llamada “Advertencia”, en la cual se estimula
a las argentinas a usar los distintivos de la causa federal. De este texto, como de toda la
polémica, hay que relevar un dato importante: El Torito se publica en 1830, por lo que la
incitación que realiza a usar la divisa federal, práctica que constituiría un aspecto central
en la conformación del “orden de las apariencias” rosista (Salvatore, 1998: 195), es
anterior al decreto que sanciona la obligación de llevarla, emitido recién en 1832. De este
modo, se produce una interesante inversión: no es la ley la que domina el cuerpo de los/las
muchachos/as federales, sino que son ellos los que someten el cuerpo de la ley
imponiéndoles sus formas. Sucede aquí lo que, según el análisis propuesto por Marcelo
Marino, pasaba con los vivas y mueras federales, a saber, que terminaban inscriptos en
los documentos del Estado. Es que, como sostiene este crítico, “las voces, las letras
oficiales y las divisas conformaban un todo articulado e informado mutuamente”, por lo
que es lícito preguntarse “si no eran las voces o los textos de las divisas los que influían
sobre los textos de las leyes y de los decretos” (Marino, 2013: 26). En este sentido, la
productividad populista del régimen de Rosas pondría en cuestión la diglosia que, según
Ángel Rama, caracteriza a la sociedad latinoamericana (Rama, 2004: 73). La disociación
entre una lengua pública y de aparato, monopolio exclusivo de los letrados, y una lengua
popular y cotidiana o, en otras palabras, el desencuentro entre las leyes y la sociedad real
en el que el crítico uruguayo insiste, encuentra en estos episodios una tregua a través de
la concurrencia de voces populares, escritura plebeya y palabra estatal.
Los textos desafiantes de El Torito hacen eco en los lectores de la Gaceta Mercantil
y reciben, el 16 de septiembre de 1830, una réplica. Se trata de un texto firmado por “Un
federal”, en el cual se sostiene que no es “compatible con el bello sexo” demostrar
adhesión “a tal o cual causa”.[4] En su número 10, el periódico de Pérez contesta esta
intervención: así como antes observamos que la escritura de los muchachos era reputada
en su publicación como un derecho, otra tanto sucede con la participación femenina en
política, por lo que el Torito arremete contra aquel que “les niega [a las damas] el derecho/
Que tienen al patriotismo/ Cuando ellas lo han cimentado/ Con su virtud y heroísmo”
(38).
Pero en su arremetida lo primero que El Torito cuestiona a su adversario es la
genuinidad de su filiación a la causa: “Señor federal finjido / En realidad unitario /
apasionado à las damas / Pero al sistema contrario” (37), comienza la carta “poema”
replica del gacetero esta salida de Pérez pone en evidencia cómo sus periódicos
disputaban poder hacia el interior de las propias filas federales. En ese sentido, toda la
polémica en torno al uso de las divisas constituye una manifestación de los conflictos
desatados en el seno del federalismo por la validez de las distintas expresiones de
adhesión a la causa. En este caso, Pérez defiende el derecho de las mujeres a construir su
identidad federal a través de la apariencia, frente a otras formas de adhesión que
implicaban poner en juego la verbalización pública de la opinión “sea de manera oral o
escrita”, prestar servicios personales en los conflictos armados o donar bienes a la causa
(Salvatore, 1996) como se ve, estas otras modalidades eran total o parcialmente
inaccesibles para la mujer: la primera, debido a la escasa participación de esta en los
espacios públicos de discusión; la segunda, porque solo los hombres podían prestar
auxilios militares; la tercera porque era practicable por un número reducido de mujeres,
es decir, por aquellas que contaran con recursos materiales suficientes.
En cuanto a las divisas, es notoria su ambigüedad. Porque se suele ver en ellas la
voluntad uniformadora del estado rosista sobre los cuerpos y el pensamiento de los
ciudadanos. Sin embargo, los distintivos también tenían una dimensión pragmática cuyos
efectos no pueden reducirse al ejercicio de dominio sobre la ciudadanía. En este sentido,
así como las banderas o los estandartes en una guerra no solo representan las fuerzas en
pugna sino que además reúnen materialmente a los ejércitos enfrentados (Palti, 2007:
197-198), el uso de la cinta punzó suponía la constitución efectiva de una comunidad
política, en este caso la federal. Por ello, en vez de interpretarse su uso solo como la puesta
en funcionamiento de un dispositivo de control —y, como contraparte a este ejercicio,
ver en su portación la docilidad o sumisión de los sujetos—, hay que pensarlo también
como una práctica que permitía la asunción de una identidad política.
Finalmente, lo notable es que la gravitación que tienen las disensiones propias de la
comunidad federal en El Torito termina por disgregar en sus páginas la lógica binaria de
enemistad unitario/federal y produce, en consecuencia, novedosas y transgresoras
alineaciones. Porque, si para el corresponsal federal de la Gaceta el enemigo es, según los
versos de Pérez, la “dama” que exalta su filiación a la causa a través de la insignia (“¿Por
qué arguye que á una dama/ Que su adhesion ha mostrado/ Se le debe reputar/ Como à
enemigo exaltado?” 37-38), el periodista se alinea con las mujeres y se coloca en la vereda
de en frente de aquel. La comunidad del federalismo no es, entonces, tan homogénea
como podría suponerse. Más aún: dado que el poema no especifica a qué causa adhiere la
dama a la que refiere, ¿no cabe la posibilidad de que sea partidaria de la causa contraria?
Así, parece que para el desafío plebeyo que caracteriza las intervenciones de Pérez, y que
se nutre reconociendo derechos en aquellos que oficialmente no los tienen, es más
importante la forma en que se expresa una adhesión política que su contenido doctrinario.

A manera de conclusión

Como vimos, Pérez defiende como manera legítima de expresar adhesión a la causa
federal una forma no escritural frente al federalismo “de opinión escrita” que identifica
con los periodistas cultos, sus diarios y sus lectores. Justamente, la adhesión por la
apariencia era una manera de manifestación política para aquellos que no podían acceder
a través de su escritura al espacio público de discusión. Otra vez lo que se cuestiona son
las prerrogativas políticas que los letrados obtienen del monopolio sobre la lengua escrita.
Si en el primer apartado vimos cómo se combatía este monopolio “violando” la norma
culta, en la polémica por el uso de las divisas se disputa su poder negando que la escritura
sea un instrumento necesario y exclusivo para la intervención política. De esto se deduce
un aspecto central de la pedagogía política que Pérez hace andar en sus gacetas: la
escritura tal como la practica la élite letrada permite la participación en la comunidad
federal, pero no la agota. Hay otras maneras de acceso a ella, más democráticas si se
quiere, como escribirle una carta al Torito o llevar en el pecho la divisa federal.

Bibliografía

Fuentes
Federal (Un) (1830, septiembre 16), Gaceta Mercantil, Buenos Aires, n. pág.
Pérez, Luis [1830] (1978) El Torito de los muchachos. Edición facsimilar, con
“Estudio preliminar” de Olga Fernández Latour de Botas, Instituto Bibliográfico
“Antonio Zinny”, Buenos Aires.

Textos críticos
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Garavaglia, Juan Carlos (2000): “A la nación por la fiesta: las Fiestas Mayas en el
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Guerra, François-Xavier, Lempérière, Annick et al (1998): Los espacios públicos en
Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX (1998). Fondo de
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Lucero, Nicolás (2003) “La guerra gauchipolítica”. En: J. Schvartzman (dir. ), La lucha
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Gené (comp.), Atrapados por la imagen. Arte y política en la cultura impresa
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Palti, Elías (2007): El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Siglo XXI,
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Rama, Ángel (2004): La ciudad letrada. Tajamar Editores, Santiago de Chile.
Rivera, Jorge (1968): La primitiva literatura gauchesca. Jorge Álvarez, Buenos Aires.
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Notas
[*] Prof. y Lic. en Letras. Doctoranda de la Facultad de Filosofía y Letras – UBA.
CONICET
[1] La primera gaceta conocida de Luis Pérez se llamó El Gaucho y fue publicada en

1830, durante los meses anteriores a que saliera El Torito. Sobre las otras
gacetas de Pérez y sus hojas sueltas, véase el texto Jorge B. Rivera referido en la
bibliografía.
[2] Las divisas federales eran cintas de tela (de seda, de zaraza, de sarga) que tenían

la inscripción de los lemas rosistas (“¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran


los salvajes unitarios!” y sus variantes) y que a veces reproducían la imagen del
gobernador. Se utilizaban de diferente manera: en el pecho, anudadas en la
muñeca, adornando escotes y mangas de vestidos, como lazos para el cabello o
en moños para sombreros masculinos (Marino, 2013: 23). Dadas sus
características materiales, fueron producto de la llegada a Buenos Aires de las
técnicas litográficas. De hecho, se confeccionaban y vendían en los talleres
gráficos que empleaban dichas técnicas como se trataba de un elemento que
podía combinar texto y retrato y que era incorporado como parte de la
vestimenta, las divisas constituyen uno de los soportes privilegiados de
circulación privada de los que se valió el rosismo para difundir sus imágenes
(también se usaron abanicos, peinetones, guantes, pañuelos, cajas de tabaco,
fondos para galera, piezas de vajilla, etc. ). Para un estudio acerca de la
iconografía rosista, véase el libro de Chávez y Pradère mencionado en la
bibliografía.
[3]
Las citas de los periódicos de la época respetan la ortografía original. Dado que los
versos de El Torito no están numerados, copiamos entre paréntesis el número de página
correspondiente a la edición facsimilar, a excepción de que la cita esté entre paréntesis,
caso en el que ponemos la indicación de página dentro de ellos.
[4]
Consultamos la Gaceta Mercantil de septiembre de 1830 en la colección de
publicaciones antiguas microfilmadas de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. En la
bibliografía, el comunicado al que nos referimos aparece incluido en “Fuentes” según la
letra inicial de su firma, es decir, en la letra “f”.

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