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Asentamientos Humanos: vivienda, aldeas y ciudades

El hombre se ha dispersado y adaptado geográficamente más que cualquier otra especie; ha colonizado tundras árticas y bosques
tropicales, se ha aventurado por las profundidades del océano y ha logrado sobrevivir por largos meses fuera de la atmósfera de
la Tierra. Esto se debe a su capacidad para crearse ambientes artificiales y defender su organismo de la agresión del medio.
Apenas conoció el fuego, y fue capaz de producirlo, ahuyentó a los animales, penetró en las cavernas e hizo de ellas su
habitáculo. Los hombres “eolíticos” de Pekín que vivían en las cavernas de Chou-Ku-Tien utilizaban el fuego para calen- tar
su ambiente y para cocinar sus alimentos. En algunos otros lugares, como en Francia central, alrededor de los Pirineos, en Crimea
y en muchas otras regiones, la existencia de cavernas espaciosas ofrecía a los hombres de Neanderthal y a los de épocas
posteriores excelentes refugios contra los rigores de la última Edad de Hielo. Pero las cuevas no siempre pueden servir de morada;
algunas son muy húmedas y frías, otras están situadas lejos de las fuentes de agua y de alimento; son casi siempre lugares
insalubres y, sobre todo, son muy escasas. Por eso es que el hombre tuvo que aprender a construir sus refugios y habitáculos, a
veces sólo semejantes a los nidos de antropoides, otros como sim- ples paravientos de ramas entrelazadas y armadas con tiras de
corteza, como hasta ahora los construyen los bosquimanos del desierto de Kalahari; algunos suspendidos en los árboles, como
los fabrican ciertos grupos de Nueva Guinea para darse seguridad en la noche frente a los ataques a traición. Son albergues
precarios que apenas se les concede importancia como propiedad, puesto que son abandonados fácilmente. Cuando hay
estabilidad por las fuentes de recursos más permanentes se construyen chozas, utilizando los materiales de que se dispone en el
lugar y que pueden ser muy variados, por lo general palos, tallos flexi- bles entretejidos, hojas y cortezas. Esta clase de albergues
tiene ya cier- ta estructura, generalmente cónica. Algunas veces son transportables, como las pequeñas chozas de los rendilles
del África oriental, que son armazones de palos cubiertos con tejidos de mimbre y tienen forma de panal, llevándolos sobre asnos
de uno a otro lugar. Otras veces son confeccionados de piel o de tela, como el yurta de los pastores del Asia central, la más bella
y confortable vivienda portátil que se conoce, aparte de las suntuosas tiendas de los jeques del desierto. Las chozas vienen a ser
un tipo de vivienda semipermanente, intermedia entre los para- vientos o cobertizos efímeros y las casas propiamente dichas.
Dentro de este tipo de habitáculos pueden considerarse también los iglús de los esquimales, hechos con bloques de hielo, que
sólo se utilizan como refugios temporales.
Las edificaciones más tempranas de las que tenemos noticia se han encontrado en Paiján, en la costa norte del Perú; son viviendas
en media luna con muros de piedra estriada, levantadas a un metro de altura y a las que posiblemente estuvieron adosadas cañas
y otras ramas a manera de biombos. Pero se trata de refugios estacionales y que, según el arqueólogo peruano Jaime Deza,
responden a características de un tipo de nomadismo de bandas nucleadas alrededor de un asentamiento prin- cipal, con alguna
gente perenne. Son habitáculos preneolíticos y tienen una antigüedad de 10.000 años a.C. En el Viejo Mundo, las casas-
habitaciones más antiguas son las de los niveles inferiores de Beidha (Jor- dania), al igual que las natufienses de Eynam (Israel),
que datan de al- rededor de 7.500 años a.C. Eran de forma curvilínea y se construían con tierra y piedras secas, pero en Tell es-
Sultán (Jericó), yacimiento excepcional desde cualquier punto de vista, se construían con ladrillos de arcilla en forma de lomo
de cerdo, con superficies dentadas en forma de media luna en la cara superior convexa, con el objeto de darle una base segura al
mortero de arcilla.
Un tipo de habitación muy antiguo es la casa excavada, con el piso de la vivienda muy por debajo del nivel exterior, tal vez sea
el tipo primigenio de casa-habitación antes de que se conociera la técnica de le- vantar paredes. Se han encontrado en las estepas
del sur de Rusia, en regiones expuestas a la furia de vendavales polares. Los cazadores del gravetiense, de hace unos 25 mil años,
construyeron sus abrigos temporales cavándolos en el suelo arcilloso y cubriéndolos con turba y pie- les. Un enorme habitáculo
Paleolítico fue descubierto por arqueólogos soviéticos en Kostienki, sobre el Don; tiene 34 metros de largo por 6 de ancho y una
hilera de 9 hogares bien diferenciados que sugieren haber sido la residencia común de un grupo de 9 familias. Casas excavadas
del Mesolítico —alrededor de 10.000 años a.C.— han sido encontradas en Campigny (Francia) y parecen haber sido también
frecuentes entre los danubianos neolíticos de Europa central. En la actualidad, casas excavadas similares a las de Kostienki son
todavía utilizadas por las tribus circunpolares; resultan muy abrigadas, aunque mal ventiladas y difíciles de limpiar.
En América se han encontrado en Chilca y otros lugares de la costa central del Perú varias aldeas de casas excavadas o
semiexcavadas, cuya antigüedad va más allá de los 6.000 años a.C.El perfeccionamiento de las herramientas de carpintería
durante el Neolítico hizo posible la construcción de refugios a nivel o levantados sobre pilotes. En Europa central y en los
Balcanes se construyeron casas rectangulares sustentadas sobre un esqueleto sólido de postes elevados que sostenían paredes de
mimbre o de troncos recubiertos con arcilla y estiércol y cuyos techos eran, probablemente, de varas entretejidas cubiertas con
turba o corteza de abedul. Estas casas, que miden aproxi- madamente diez metros de largo por cinco de ancho, se hallan dividi-
das en dos habitaciones una de las cuales es una especie de vestíbulo o antecámara y la otra una habitación interior; recibían
calor de hoga- res abiertos complementados por hornos y algunas tenían las paredes revocadas y blanqueadas, incluso con
molduras ornamentales de arcilla adheridas a los dinteles. En Suiza y en Alemania estas casas se elevaban sobre pilotes en aguas
profundas, cerca de las orillas de los lagos, lo cual permitía economizar tierras de cultivo, simplificar la limpieza en la primavera
y suministrarles un medio de defensa contra hombres y animales; son los famosos palafitos. Este tipo de vivienda es aún muy
frecuente en muchas partes del mundo: en el Golfo de Venezuela, en las costas de Borneo, en Nueva Guinea, en las islas Célebes,
en los poblados amazónicos, etc. El barrio de Belén de la ciudad de Iquitos, en la ribera del Amazonas es una buena muestra de
este tipo de vivienda. Hay, por supuesto, muchas variedades de viviendas y todas están siempre relacionadas, de uno u otro
modo, con los materiales de cons- trucción que ofrece el medio ambiente, que el hombre aprendió pronto a transformarlos del
mejor modo posible. En las regiones áridas se levantaron paredes de arcilla compactada con el sistema de pisé (tapial) o de
adobes. Las casas de Sialk, en los límites occidentales de la cuenca desértica de Irán central, fueron construidas de este modo ya
por el año 4000 a.C. Los adobes moldeados y secados al sol debieron dar origen a los la- drillos, cocidos en hornos especiales.
Con la cocción de ladrillos el hom- bre creó una nueva sustancia artificial que por su composición y modo de fabricación se
relaciona con la alfarería, descubierta mucho tiempo an- tes. Los ladrillos se usaban en Mesopotamia antes del año 3000 a.C. y
en la India, 500 años más tarde, se construían ciudades enteras con ladrillos cocidos al horno. En el año 1600 a.C. se usaban tejas
en los techos de Grecia.
La piedra ofrece un excelente material de construcción usado en todos los tiempos, pero es difícil de trabajar por lo cual las
sociedades de tecnología sencilla sólo usaron pequeños o medianos cantos rodados mezcla- dos con barro o arcilla. Las
construcciones de piedra labrada fueron pro- ducto de pueblos con una tecnología y una organización social del trabajo bastante
desarrollada, como fueron los mayas, los aztecas, los incas y los pueblos predecesores de la civilización mediterránea.
Aldeas y ciudades
Como resultado de la expansión de la agricultura y de la cría de ani- males se eleva a otros niveles la organización social y
proliferan las aldeas. Si bien en algunos lugares, como parece que así fue en algunos sitios de la costa peruana, el sedentarismo
precedió a la agricultura —por la estabilidad en la obtención de recursos, en este caso procedentes del mar— es ésta el factor
fundamental en el establecimiento de villorrios, aldeas y ciudades.
En el Viejo Mundo uno de los poblados más antiguos que se conoce y que con toda seguridad era agrícola, es el sitio de M'lefaat,
al este de Mosul, en Irak, y aunque sólo ha sido estudiado parcialmente, muestra varios niveles de construcciones. Mejor conocido
es el sitio arqueológi- co de Jarmo, poco más al sur. Este lugar estuvo ocupado durante algún tiempo por unas 150 personas que
construyeron sus viviendas de varias habitaciones con paredes de barro. Cultivaban cebada y dos clases di- ferentes de trigo, que
segaban con hojas de pedernal, molían los gra- nos en molinos de piedra y preparaban con ellos una especie de pan o bien una
masa blanda que comían en cuencos de piedra. Criaban cabras y probablemente también otros animales. En Jericó se ha
encontrado evidencias de una vida de poblado también bastante temprana, pero ya bien establecida. Aunque los fechados de
radiocarbono de los yaci- mientos de Jarmo y Jericó han resultado problemáticos por el gran mar- gen de amplitud con que se
presentan, se ha aceptado para ambos una fecha aproximada de 6.500 años a.C. En Egipto, la aldea de Merimde cubría una
extensión de aproximadamente una hectárea. En algunos de estos núcleos neolíticos se advierte ya sistemas de conexión entre
las vi- viendas. En algunos agrupamientos europeos de unas pocas docenas de casas como en Skara Brae, las casas se hallan
conectadas por senderos o pasadizos cubiertos o, como en los pantanos de Suiza o de Würtemberg, por caminos de troncos.
Como dice Gordon Childe, estas calles simbolizan la solidaridad social de los diversos hogares, lo mismo que las empalizadas o
defensas que rodean a algunas aldeas, creando ya un medio humano diferenciado que los separa de la naturaleza en estado
primario. Aquí radica el origen de la vida urbana.
En la región central andina, hacia el año 5000 a.C., época que co- rresponde al período que los arqueólogos han denominado
Arcaico Tardío se advierte un muy considerable crecimiento en el tamaño de los asentamientos humanos, lo mismo que un mayor
número de sitios ar- queológicos. La subsistencia de estas aldeas consistía en la explotación de zonas con diferentes ecosistemas,
desde el litoral hasta las vertientes de la cordillera occidental. Paloma es el mejor ejemplo de este tipo de asentamientos, allí se
ha encontrado restos de una gran variedad de especies, géneros y familias de mamíferos, terrestres y marinos, aves, peces,
moluscos y crustáceos. Si bien no se expandieron de manera ho- mogénea en toda el área cotradicional, tanto la agricultura como
la ga- nadería produjeron una acción inmediata en todos los aspectos de la vi- da social; aumentaron las poblaciones y,
naturalmente, el tamaño y la configuración de las aldeas. Se encuentran viviendas conformando es- tructuras semisubterráneas
que llegaron a formar pueblos de un buen tamaño; en algunos casos las casas, con paredes y muros de contención hechas con
piedras y barro, formaban verdaderas cuadrículas aglomera- das en estructuras rectangulares, subdivididas por muros que subían
hasta el nivel del suelo y que se utilizaban como caminos. En otros vi- llorrios el interior de las casas estaba tapizado con lajas.
En Huaca Prie- ta, un pueblo del valle de Chicama, las paredes estaban formadas por guijarros. La costa se pobló densamente y
por lo general los nuevos pueblos se instalaban sobre los anteriores, aprovechando las capas blandas de detritos preexistentes.
Los primeros en señalar este tipo de asentamiento fueron Bird, Willey, Ford, Strong y los arqueólogos de la misión de la
Universidad de Harvard. El yacimiento de Los Gavilanes, en Huarmey, tenía 47 depósitos y en ellos se podía almacenar —según
calcula Bonavía— entre 460 mil y 700 mil kilogramos de maíz. Todo evi- dencia que las formas de interacción social eran
diferentes a las de eta- pas anteriores, que había un orden común, que los productos con que se sustentaban estos grupos no
podían ser obtenidos mediante simple trueque, que las viviendas y poblados se construían con la cooperación de varias familias
y bajo una dirección de trabajo y que existía, además del culto a los muertos, un sistema comunitario de ritos, como lo evi-
dencian entre otros el “edificio público” de Los Gavilanes, que era un santuario. En consecuencia existía ya una ideología
religiosa. Definitiva- mente, para la obtención de productos del consumo diario, procedentes de ecosistemas diferentes, tuvo
que existir una forma compleja de inte- racción; la reciprocidad directa no podía ser la única manera de inter- cambio. Es entonces
que la forma de intercambio conocida como redis- tribución desempeñó un papel fundamental para la vida de las comuni- dades,
sólo así podían funcionar sociedades de tal naturaleza. Y, como sabemos, la redistribución está íntimamente ligada al surgimiento
y per- petuación del liderazgo. Como dice Harris: “… la forma de intercambio conocida como redistribución desempeñó un
papel fundamental en la creación de distinciones de rango en el marco de evolución de las jefa- turas y los estados”.
Así, pues, la adaptación a la vida de los poblados neolíticos fue tan próspera que pronto se extendieron y desarrollaron en todas
partes, y una vez que llegaron a ser lo suficientemente grandes se impuso una nueva forma de organización. Al constituirse en
núcleos concentrativos, las poblaciones diseminadas tuvieron que organizarse de tal forma que proporcionaban los medios de
vida laboral, familiar, social y religiosa a sus habitantes y brindaban oportunidades al gobierno, al comercio y mejores medios
de defensa común. Se construyeron edificios públicos que permitieron el control y el registro de las actividades colectivas, calles
para el desplazamiento fluido, casas para los gobernantes, tem- plos y murallas defensivas. De esta manera surgió una nueva
forma de vida, la vida urbana, que se fue diferenciando cada vez más de la vida campesina, porque la primera requirió de mayor
organización y a la vez de progresiva especialización. Todas las técnicas y adelantos antes men- cionados se concentraron en las
ciudades, de tal modo que el adelanto en la vida de éstas constituyó una segunda gran revolución, la “Revolu- ción Urbana”,
como la ha llamado también el mismo Gordon Childe, con todo lo que significa también el nuevo estadio, el de la cultura
ur- banizada, que hemos llamado civilización y al que nos hemos referido en el capítulo V: 8 (Cultura y civilización).
“El término Revolución Urbana —dice Childe, quien sólo se refiere a estos fenómenos en el Viejo Mundo— se justifica
gráficamente por las proporciones físicas de las nuevas unidades [las ciudades] que simbolizan su realización”. Para nosotros,
la diferencia cualitativa y especí- fica de la ciudad radica en la planificación y la organización sistemática de los espacios de
control y organización social.
La ciudad más antigua del mundo es Jericó, célebre ciudad palesti- na situada en el valle del Jordán a 8 kilómetros al norte del
Mar Muerto y a 24 kilómetros al noreste de Jerusalén. Sus orígenes se remontan al período Mesolítico, hace 11.000 años, y en
su larga historia ha sido reconstruida casi en el mismo lugar numerosos veces. En este yacimien- to Kethleen Kenyon descubrió
18 niveles estratigráficos que evidencian los primeros pasos de la humanidad de cazadores hasta la conquista de la agricultura.
Aunque hoy no es más que un amplio oasis, Jericó (“Ciudad de las Palmeras”) fue en diferentes épocas una hermosa me- trópoli
con avenidas y palmeras, fragantes jardines, suntuosas villas, vi- ñedos y olivares. La importancia de este asentamiento reside
en el he- cho de que los niveles protoneolíticos documentan la transición de una forma de vida nómada a otra sedentaria, que se
estima coincidente con la adopción y desarrollo de la agricultura, y en su impresionante estrati- grafía que refleja una ocupación
permanente, desde las ocupaciones neolíticas precerámicas —de un grado de complejidad social insospecha- do en cronología
tan temprana— hasta el presente, pasando por distin- tos estadios de desarrollo cultural. En la época preisraelita estuvo ded-
icada al culto a Astarté; los cananeos hicieron de ella una de sus prin- cipales ciudades; la conquistaron los egipcios el año 1479
a.C.; según la Biblia fue atacada y destruida milagrosamente por Josué en el siglo XIII a.C.; ocupada por los babilonios, fue
después reconstruida por Alejan- dro. La Jericó que visitó Jesús en su camino a Jerusalén tenía teatros, hi- pódromo, universidad
y suntuosos palacios, templos y sinagogas. Otro de los asentamientos urbanos más antiguos que se conoce es Catal Hü- yük, en
Anatolia, donde entre 6.500 y 570 años a.C. se encuentran doce niveles de edificación sucesivos, representativos de doce ciudades
diferentes o, mejor dicho, de doce reedificaciones en el mismo lugar, cada una de las cuales se ofrece perfectamente ordenada y
como refle- jo más elaborada de cada modelo anterior. Otras ciudades importantes del Viejo Mundo pertenecientes a las primeras
etapas de la civilización son: Tell-el-Amarna y la hermosa ciudad de Akhen-Aten, a orillas del Ni- lo, Mohenjo Daro y Arapa,
las ciudades principales del valle del Indo y la célebre Ur, en Irak. Poco después del año 3000 a.C. los muros de Erech, en
Mesopota- mia, encerraban un área de unas 2 millas cuadradas, incluyendo huer- tos, jardines y templos; Ur cubría 36 hectáreas
alrededor del año 2500 a.C. y Azur cerca de 20. Mohenjo-Daro, en la India, parece haber ocupa- do una milla cuadrada entera.
El mantenimiento de los habitantes en ciudades como estas debió ser superior a la producción de los campos cultivados en sus
alrededores, por los habitantes mismos, lo que signi- fica un considerable sistema de transporte para proveerlas de bastimentos.
Durante la Edad del Hierro las antiguas capitales orientales cobra- ron proporciones mucho mayores y se multiplicaron otras
alrededor del Mediterráneo.
Como es natural, las casas se hicieron cada vez más cómodas y her- mosas y se perfeccionaron los servicios públicos. Un
magnífico sistema de cloacas cubiertas y de conductos subterráneos abovedados servía de desagüe a Harappa y Mohenjo-Daro,
en el valle del Indo, antes del año 2100 a.C., servicios de los que carecen muchas ciudades modernas de la India. En el Perú,
Chanchán, la capital de Chimú, tenía un servicio de agua potable mediante una red de 125 norias, que captaban agua del subsuelo
y eran mantenidas por filtración, sistema que —como dice Mo- seley— era más eficaz y desde luego muchísimo más
ingenioso que el sistema de alcantarillado que tiene actualmente la ciudad de Trujillo. En cuanto a la eliminación de las aguas
servidas, algunas ciudades de la Edad de Bronce no se hallaban tan lejos de los sistemas e instalaciones contemporáneos.
La ampliación espacial permitió la multiplicación de habitaciones y de cuartos especiales para cocinar, dormir, reunirse y
guardar objetos. En las ciudades del Indo todas las casas de las clases superiores tenían, ya por el tercer milenio, cuartos de
baño especialmente construidos. La calefacción de las residencias urbanas antes de la Era Cristiana era ya objeto de ingeniosos
sistemas de calefacción central, como en los baños públicos romanos. Se hacía circular aire caliente debajo de los pisos y más
tarde a través de conductos en las paredes. Los romanos, por el año 100 a.C. aplicaron este sistema llamado hipocausto a la
calefacción de sus residencias. Paralelamente, la utilización del vidrio y de la mica en las ventanas permitió eliminar las
corrientes de aire y lograr iluminación con luz natural.
La invención del vidrio constituyó otro de los grandes y significativos impulsos al desarrollo de la civilización en el Viejo Mundo.
El vidrio era conocido ya por los egipcios y quizá por pueblos más antiguos; se han recogido cuentas de vidrio que datan de hasta
1.800 años a.C.; era ya frecuente en las casas de Pompeya donde se han hallado vanos para ventanas de cristales. Las primeras
piezas de vidrio eran, sin embargo, bastante burdas y oscuras y sólo hasta el siglo XII es que se logró fa- bricar vidrios
transparentes así como otros de color intenso. En el siglo XIII se fundaron los talleres de Murano, cerca de Venecia; desde enton-
ces el desarrollo de las técnicas en la fabricación de vidrios cambió mu- chos aspectos de la vida del hombre; el cristal no sólo
trajo luz y como- didad a los ambientes artificiales y aumentó la utilidad de los recipientes sino que, como dice Munford, a través
del cristal se volvieron transpa- rentes muchos de los misterios de la naturaleza: lentes, telescopios, mi- croscopios, espejos, etc.
permitieron a la ciencia revelar un mundo tal vez antes intuido pero no observado. El vidrio aumentó la visión en to- do sentido,
abrió los ojos del pueblo como también su mente. Mas, si el mundo externo —extra ego— fue cambiado por el cristal, el interno
fue también enormemente modificado: el espejo tuvo un efecto profundo en el desarrollo de la personalidad, contribuyó a alterar
el concepto mismo del yo. En América, las ciudades más tempranas se desarrollaron en las dos más importantes áreas de
civilización del continente: Mesoamérica y Perú. Las principales culturas clásicas de Mesoamérica fueron: la teoti- huacana, en
la meseta central de México; la olmeca, en la costa baja de Veracruz, también en la costa y al norte de la anterior; la zapoteca,
en las tierras altas de Oaxaca, y la maya, en Yucatán, las tierras bajas del Petén, en Chiapas y en las tierras altas de Guatemala.
Sus principales ciudades fueron, respectivamente, Teotihuacán y Azcapozalco, La Venta, El Tajín, Monte Albán y Dzibilchaltún,
Tikal, Uaxactun, Copan, Kaminaljuyú y otras. Más tarde, al florecimiento de la civilización habrán de desarrollarse: Teotihuacán
(fases III y IV), Xochicalco, Mitla y Tenochtitlán. En el Perú, los principales asentamientos urbanos surgen claramente de los
centros ceremoniales que servían a territorios más o menos ex- tensos como centros religiosos, administrativos y de redistribución
de productos, que se convirtieron después en pequeños estados regio- nales. Los principales y más antiguos asentamientos en los
que se advierte organización política son: La Galgada, Kotosh, Huaricoto, Huaca de los Reyes, Casma y Sechín, Las Haldas y
Chavín, de origen aún precerámico. Más tarde habrán de desarrollarse notables centros urbanos como Tiahuanaco (Bolivia),
Huari, Huiracochapampa, Pikillacta, Pa- chacamac, Cahuachi, Chanchán y, finalmente, Tumipampa (en Ecuador) y el Cusco. La
evolución urbana en América se desarrolló con características peculiares que la diferencian de la del Viejo Mundo; siendo
culturas hidráulicas y esencialmente agrarias, en las ciudades se concentró un porcentaje reducido de la población total
perteneciente a cada cultura, la mayoría de los habitantes permanecieron junto a los campos de cul- tivo, tendiendo más bien a
agruparse en pequeñas aldeas autosuficientes (llactas) no muy diferentes de las que subsisten en vastas regiones de los Andes.
Las ciudades eran, fundamentalmente, centros redistributivos. Casos excepcionales, por diferentes razones, fueron Tenochtitlán
y el Cusco, las capitales de los últimos imperios, azteca e inca, respectivamente. En el caso de Tenochtitlán, ninguna otra ciudad
de América tuvo una población tan numerosa, como se desprende de los relatos de los cronistas del primer momento de la
conquista de México, aunque no se haya podido determinar con certeza, y tampoco ninguna otra ciudad adquirió características
y funciones tan dinámicamente urbanas como la capital azteca. El Cusco fue la capital del Imperio de los Incas desde sus orígenes
y el punto de partida de su expansión, y salvo un breve interregno cuando Huayna Cápac trasladó su residencia a Tumipampa,
siguió sién- dolo hasta el asentamiento de la colonización española en el Perú. Además de lugar de residencia de la corte y de la
nobleza de los demás estados y provincias conquistados, era un inmenso santuario con los dioses incaicos y con los más
importantes de las etnias incorporadas; sólo en el Cusco había 85 santuarios o huacas y en sus comarcas 333. Los orígenes del
Cusco, como del propio Imperio, se pierden en el mito y la leyenda; debió ser un modesto centro ceremonial, pero todos los incas
construyeron palacios que habitaron junto con los miembros de sus panakas reales, de las cuales quedaban sus momias como
cabeza. En su última reedificación, la ciudad del Cusco fue concebida y trazada en forma de puma, con la cabeza coincidiendo
con la fortaleza de Sacsayhuaman y la cola en la unión de los ríos Tullumayo y Huatanay. Existe un significativo paralelismo
entre el Cusco y Roma, pues a partir de estas capitales se ensancharon y consolidaron las posiciones de ambos imperios. La
expansión del Tahuantinsuyo como la del Imperio Romano estuvo sustentada en una poderosa fuerza militar, en una extra-
ordinaria red de caminos, en una administración muy eficiente y en un bagaje de conocimientos y técnicas superiores a los de
los pueblos con- quistados. La ciudad del Cusco era realmente hermosa, con palacios, templos, casas y recintos cuyos restos
suscitan el asombro de quienes los contemplan; las increíbles junturas de las enormes piedras perfecta- mente ensambladas le
dan un aspecto majestuoso e incomparable. Los arquitectos, verdaderos maestros en todo lo que se ve, eran profesio- nales al
servicio del Estado. Entre las más hermosas construcciones destacan el palacio de Pachacútec, que se denominó Casana, la casa
de las acllas o mujeres escogidas, el palacio de Pucamarca y el templo de Koricancha, sobre cuyos muros los españoles edificaron
el templo de Santo Domingo. La riqueza de este templo fue muy grande. Refieren los cronistas que, además de las estatuas de
tamaño natural hechas de oro,había muchos recintos cuyos muros estaban enchapados con planchas de oro, así como “otras
cuatro casas no muy grandes —dice Cieza de León— y las paredes de dentro y de fuera chapadas de oro y lo mismo el
enmaderamiento…”. Los incas construyeron y redificaron muchas otras ciudades en todo el territorio del Imperio, eran éstas
centros redistributivos, “cabezas de provincia” les llamaron los españoles, entre las cuales las más importantes eran
Huaytará, Tambo Colorado, Vilcashuamán, Pumpu, Huánuco Viejo, Marca Huamachuco, Cajamarca, Huanca- pampa,
Tumipampa, Quito y otras ciudades prehispánicas.

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