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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO

FACULTAD DE INGENIERIA GEOLOGICA Y


METALURGICA
ESCUELA PROFESIONAL DE INGENIERIA GEOLOGICA

RESUMEN

El autor Jonathan safran foer iba convertirse en padre empezó a preocuparse de la forma
responsable de alimentar a su hijo. ¿Cuáles son las consecuencias de comer animales
para la salud? ¿Cuáles son los efectos económicos, sociales y ambientales de hacerlo?
Mezclando una maestría filosófica, literatura, ciencia y la narración de sus propias
aventuras detectivescas, comer animales explora el origen de nuestros hábitos
alimenticios: desde las costumbres nacionales a las tradiciones familiares, pasando por
una atroz falta de información. Con una profunda perspicacia, un equilibrado sentido
ético y una creatividad desbordante, safran foer revela la espeluznante verdad sobre el
precio pagado por el medio ambiente, el tercer mundo y los animales para que podamos
tener carne en nuestras mesas.

comer animales es un tema que se desarrolla como hoy, en día la humanidad consume a
los animales de granja como son el cerdo, vaca, patos, etc. Además, Por lo tanto, es
difícil justificar el consumo de carne producida con los actuales métodos de crianza
intensiva, es decir, si aceptamos que los cerdos son animales inteligentes que merecen al
menos un mínimo trato humanitario.

El único argumento sólido para construir una defensa, quizás, es la innegable verdad de
que muchos humanos disfrutan consumiendo carne. Entonces el problema es si el placer
de probar carne resulta suficiente para justificar la cantidad de sufrimiento causado a los
verdaderos dueños de esa carne. Muchos sienten que la respuesta debe ser un «no», y
los más concienzudos cambian sus hábitos en consonancia con la respuesta. ¿Deben los
cerdos dar las gracias al bacón? ¿Pero qué pasa con los animales de granja (hay que
admitir que una pequeña minoría) que viven en condiciones relativamente humanas? Es
razonable pensar que estos animales, que tienen la libertad de moverse y hacer lo que
les place, por lo general llevan una vida agradable. Siempre y cuando su matanza sea
tanto imprevista como indolora, ¿hay algún problema en que comamos su carne? De
hecho, estos animales no existirían si no fuera por el valor de su carne son criados
específicamente para producirla ¿así que no es bueno para los propios animales que
nuestro gusto por la carne les otorgue la oportunidad de vivir una vida feliz (aunque
breve)?
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La mayoría de las personas piensa que una vida corta y feliz es mejor que no haber
nacido. Muchos de nosotros, por supuesto, terminamos viviendo esa vida, normalmente
sin saberlo de antemano. Esta parece ser la situación de los animales de granja. No
obstante, existe una diferencia si el final de la vida llega deliberadamente.

Podemos alegramos si alguien que ha sido asesinado a temprana edad tuvo una vida
feliz; sin embargo, diríamos que, aunque vivió bien, su vida terminó mal y demasiado
pronto: la forma en que murió no fue correcta, en parte porque se mineó la felicidad
previa. De forma similar, los intereses de los animales de granja — en particular, el
interés de seguir viviendo una vida feliz— se ven afectados (de forma definitiva) por su
matanza. Es posible que el animal no hubiera existido si no fuera por nuestro gusto por
la carne, pero el crear algo no nos da derecho a destruirlo. Normalmente elegimos traer
niños al mundo, pero no se nos permite cambiar de parecer una vez están aquí.

Comer animales es uno mudo e irracional, fuera el de comer. La comida es igual que lo
habían hecho los niños de los pintores de cuevas. Casi siempre que comentaban que
estaba escribiendo un libro sobre «comer animales», los interlocutores hacían llegar a la
conclusión, sin conocer el punto de vista, de que se trataba de una defensa del
vegetarianismo. Es significativa la convicción de que una investigación concienzuda
sobre la cría de animales acabará comportando que uno se aleje de comer carne y que la
mayoría de la gente es consciente de ello. (¿Qué os vino a la cabeza al leer el título del
libro?) También yo asumí que mi libro sobre comer animales se convertiría en una
defensa a ultranza del vegetarianismo. No ha sido así. Merece la pena escribir una
defensa a ultranza del vegetarianismo, pero no es lo que he escrito. La cría de animales
es un tema muy complejo. No hay dos animales, criadores, granjas, granjeros ni
consumidores de carne que sean iguales. Al echar un vistazo a la ingente cantidad de
investigación —lecturas, entrevistas, observaciones de campo— que fue necesaria
incluso para ponerse a pensar sobre este tema en serio, tuve que preguntarme si era
posible decir algo coherente y significativo sobre una práctica tan diversa. Quizá no
exista la «carne». En su lugar, existe este animal, criado en esta granja, sacrificado en
esta planta, vendido de este modo y consumido por esta persona: todos demasiado
distintos para ser unidos en un mismo mosaico. Y comer animales, como el aborto, es
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uno de esos temas en los que es imposible saber de manera definitiva algunos de los
detalles más importantes.

Introducción

se trata de los animales cualquiera, que trata de los animales de granja. Las condiciones
y regulaciones varían de un país, por supuesto, y algunos sistemas de granjas son peores
que otros. Pero estos métodos intensivos de crianza siempre suponen que los animales
no pueden hacer lo que les place: socializar, revolcarse en el lodo, hurgar el suelo en
busca de alimentos, cuidar a sus crías. Por el contrario, estos inteligentísimos animales
viven una vida de miseria y frustración. La situación es bastante parecida para otros
animales de crianza intensiva como vacas, pollos y etc.

Algunos de estos métodos no se pueden evitar si se tiene que satisfacer la demanda


mundial de carne barata y productos lácteos, que actualmente llega a cientos de millones
de toneladas al año. ¿Es justo que varios miles de millones de animales no humanos
tengan una vida corta y desdichada para satisfacer las ansias humanas de carne?

como que cambie la mirada que tiene hacia los animales más próximos, los que acaban
en nuestro plato. Que deje de verlos como un producto, una mercancía, algo que no
siente ni padece, como un objeto que nunca tuvo vida, sin pasado, presente, ni por
supuesto futuro.
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DESARROLO DEL CONTENIDO TEMATICO

¿Necesidad o placer? El razonamiento detrás del consumo humano de carne es que los
demás animales son inferiores, o menos valiosos, que los humanos; están en la Tierra
únicamente para satisfacer las necesidades del
hombre, Esta opinión aún está bastante
difundida, aunque desde una perspectiva
científica, es mucho más difícil de sostener a la
luz de la teoría evolutiva de Darwin, que sugiere
que no existe ninguna diferencia fundamental
entre los animales humanos y no humanos y que
todos forman parte de un único continuum de
vida. Tampoco es cierto que los humanos
necesiten carne en su dieta para poder
desarrollarse; como prueba están los muchos
millones de vegetarianos que hay por todo el mundo. De hecho, desde un punto de vista
ecológico, existen sólidos argumentos para afirmar que los humanos «no» deberían
comer carne. La idea de que los métodos intensivos de crianza son una respuesta
necesaria al problema de tener que alimentar a una población mundial cada vez más
numerosa está muy lejos de ser cierta. Los procesos de transformar las cosechas para
alimentar animales de granja en carne hacen que se pierda en gran parte su valor
energético. Si comiéramos verduras directamente, en vez de pasar por los canales
alimentarios de los animales productores de carne, tendríamos más oportunidades de
alimentar las cada vez más numerosas bocas humanas.

Por lo tanto, es difícil justificar el consumo de carne producida con los actuales métodos
de crianza intensiva, es decir, si aceptamos que los cerdos son animales inteligentes que
merecen al menos un mínimo trato humanitario.

El único argumento sólido para construir una defensa, quizás, es la innegable verdad de
que muchos humanos disfrutan consumiendo carne. Entonces el problema es si el placer
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de probar carne resulta suficiente para justificar la cantidad de sufrimiento causado a los
verdaderos dueños de esa carne. Muchos sienten que la respuesta debe ser un «no», y
los más concienzudos cambian sus hábitos en consonancia con la respuesta. ¿Deben los
cerdos dar las gracias al bacón? ¿Pero qué pasa con los animales de granja (hay que
admitir que una pequeña minoría) que viven en condiciones relativamente humanas? Es
razonable pensar que estos animales, que tienen la libertad de moverse y hacer lo que
les place, por lo general llevan una vida agradable. Siempre y cuando su matanza sea
tanto imprevista como indolora, ¿hay algún problema en que comamos su carne? De
hecho, estos animales no existirían si no fuera por el valor de su carne son criados
específicamente para producirla ¿así que no es bueno para los propios animales que
nuestro gusto por la carne les otorgue la oportunidad de vivir una vida feliz (aunque
breve)?

La mayoría de las personas piensa que una vida corta y feliz es mejor que no haber
nacido. Muchos de nosotros, por supuesto, terminamos viviendo esa vida, normalmente
sin saberlo de antemano. Esta parece ser la situación de los animales de granja. No
obstante, existe una diferencia si el final de la vida llega deliberadamente.

Podemos alegramos si alguien que ha sido asesinado a temprana edad tuvo una vida
feliz; sin embargo, diríamos que, aunque vivió bien, su vida terminó mal y demasiado
pronto: la forma en que murió no fue correcta, en parte porque se mineó la felicidad
previa. De forma similar, los intereses de los animales de granja — en particular, el
interés de seguir viviendo una vida feliz— se ven afectados (de forma definitiva) por su
matanza. Es posible que el animal no hubiera existido si no fuera por nuestro gusto por
la carne, pero el crear algo no nos da derecho a destruirlo. Normalmente elegimos traer
niños al mundo, pero no se nos permite cambiar de parecer una vez están aquí.

Avestruces carnívoros Lo único que se puede afirmar con certeza es que es «mejor»
consumir carne producida con humanidad que los productos de ganadería intensiva. La
explicación, aunque no la justificación, para nuestra disposición de comer los segundos
suele ser una especie de obstinada ignorancia. Podemos tener una ligera idea de las
consecuencias de los procesos de producción, pero no tan ligera como quisiéramos, y
nos esforzamos para no enterarnos de más. Puede surgir un sentimiento de culpabilidad,
no obstante. Como el ensayista estadounidense Ralph Waldo Emerson afirmó: «Aunque
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se oculte escrupulosamente el matadero a una grácil enorme distancia, la complicidad


existe.

Comer animales. -A mudo e irracional, fuera el de comer. La comida es igual que lo


habían hecho los niños de los pintores de
cuevas. Casi siempre que comentaban que
estaba escribiendo un libro sobre «comer
animales», los interlocutores hacían llegar
a la conclusión, sin conocer el punto de
vista, de que se trataba de una defensa del
vegetarianismo. Es significativa la
convicción de que una investigación
concienzuda sobre la cría de animales
acabará comportando que uno se aleje de comer carne y que la mayoría de la gente es
consciente de ello. (¿Qué os vino a la cabeza al leer el título del libro?) También yo
asumí que mi libro sobre comer animales se convertiría en una defensa a ultranza del
vegetarianismo. No ha sido así. Merece la pena escribir una defensa a ultranza del
vegetarianismo, pero no es lo que he escrito. La cría de animales es un tema muy
complejo. No hay dos animales, criadores, granjas, granjeros ni consumidores de carne
que sean iguales. Al echar un vistazo a la ingente cantidad de investigación —lecturas,
entrevistas, observaciones de campo— que fue necesaria incluso para ponerse a pensar
sobre este tema en serio, tuve que preguntarme si era posible decir algo coherente y
significativo sobre una práctica tan diversa. Quizá no exista la «carne». En su lugar,
existe este animal, criado en esta granja,

sacrificado en esta planta, vendido de este modo y consumido por esta persona: todos
demasiado distintos para ser unidos en un mismo mosaico. Y comer animales, como el
aborto, es uno de esos temas en los que es imposible saber de manera definitiva algunos
de los detalles más importantes. (¿Cuándo es un feto una persona real y no potencial?
¿Cómo es en verdad la experiencia animal?), lo cual remueve las desazones más
profundas de uno y a menudo provoca actitudes defensivas o agresivas. Es un tema
peliagudo, frustrante y vibrante. Una pregunta lleva a otra, y resulta fácil que uno acabe
defendiendo una postura mucho más radical que sus propias creencias o que su forma de
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vida real. O, aún peor, que acabe sin hallar una postura que merezca la pena defender o
que sirva de base en su vida. Luego está la dificultad de distinguir entre las sensaciones
que provoca algo y lo que ese algo es en realidad. A menudo los argumentos sobre
comer animales no son en absoluto argumentos, sino simples afirmaciones de gusto. Y
donde haya hechos —ésta es la cantidad de cerdo que comemos; éste es el número de
plantaciones de mangos que han sido destruidas por la acuicultura; así se mata una
vaca—, surge la cuestión de qué hacer con ellos. ¿Deberían ser éticamente
convincentes? ¿Comunitariamente? ¿Legalmente? ¿O sólo más información para que
cada consumidor la digiera como le parezca? Mientras que este libro es el fruto de una
enorme cantidad de investigación, y resulta tan objetivo como cualquier otra obra
periodística —usé los datos estadísticos disponibles más fiables (casi siempre del
gobierno, y de fuentes del ámbito académico y de la industria que gozaban de un amplio
consenso) y contraté a dos asesores externos para corroborarlos—, yo pienso en él como
en una historia.

Concluyendo menudo que se muestran lábiles y maleables. Los hechos son importantes,
pero por sí solos no dotan de significado, sobre todo cuando están tan vinculados a las
elecciones lingüísticas. ¿Qué significa «reacción de dolor mesurada» en los pollos?
¿Significa dolor? ¿Qué significa «dolor»? No importa cuánto aprendamos de la
fisiología del dolor —cuánto tiempo persiste, qué síntomas produce, etcétera— nada de
ello nos dirá algo significativo. Pero si se colocan los hechos en una historia, una
historia de compasión o dominación, o quizá de ambas; si se colocan en una historia
sobre el mundo en que vivimos, sobre quiénes somos y quiénes queremos ser, podremos
empezar a hablar con sentido sobre la costumbre de comer animales. Estamos hechos de
historias. Pienso en esos sábados por la tarde sentados a la mesa de la cocina en casa de
mi abuela, los dos solos: pan negro en la tostadora humeante, el rumor de una nevera
casi cubierta por el velo de fotografías familiares. Tomando esos restos de pan de
centeno y Coca-Cola, ella me hablaba de su huida de Europa, de lo que se vio obligada
a comer y lo que no. Era la historia de su vida. «Escúchame», me suplicaba, y yo
comprendía que me transmitía una lección vital, aunque siendo niño no alcanzara a
saber de qué lección se trataba. Ahora sí lo sé. Y aunque los detalles no podían ser más
distintos, intento, e intentaré, transmitir su lección a mi hijo. Este libro es mi esfuerzo
más serio por hacerlo. Al empezarlo siento una gran inquietud, porque son muchos los
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recuerdos. Aun dejando de lado, por un momento, los más de diez millones de animales
sacrificados todos los años en Estados Unidos para servir de alimento, y dejando a un
lado el entorno, los trabajadores, y otros temas tan relacionados como el hambre del
mundo, las epidemias de gripe y la biodiversidad, también está la cuestión de qué
pensamos de nosotros mismos y de los demás. No sólo somos los narradores de nuestras
historias, somos las historias mismas. Si mi esposa y yo criamos a nuestro hijo como
vegetariano, él no comerá el plato especial de su bisabuela, nunca recibirá esa expresión
única y absolutamente directa de su amor, quizá nunca pensará en ella como en la Mejor
Cocinera del Mundo. La historia de ella, la historia básica de nuestra familia, tendrá que
cambiar. Las primeras palabras de mi abuela al ver a mi hijo por primera vez fueron:
«Mi venganza.» Del infinito número de cosas que podría haber dicho, fue eso lo que
escogió, o que le fue escogido.
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BIBLIOGRAFIA

 www.espacioculturalyacademico.com
 www.elboomeran.com
 www.Silex Ediciones, 2017

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